La casa de la abuela-3

Seguimos en la habitación. La cosa no ha terminado aún para mi padre y mi mujer. Todo cambia cuando mi mujer y yo llegamos de vuelta a nuestra casa y le pido explicaciones de su comportamiento. Se desata una monumental bronca.

Esta parte no está tan cargada de sexo como las anteriores, pero es muy significativa para el desarrollo del relato.

Mi padre también estaba cansado de tanto trajín, así que se tumbó bocarriba en el lado derecho de la cama. En ese momento mi mujer descansaba vuelta hacia mí con la cabeza apoyada en mi brazo, tras unos besos de cariño acabamos morreándonos apasionadamente. La excitación volvió a mí inmediatamente y mi pene empezó a endurecerse. Mi mujer en cuanto lo notó empezó a jugar con él dándome apretones y caricias hasta conseguir que se me pusiera duro como una piedra. Esperanzado y excitado por el giro que daba Silvia para conmigo me atreví a decirle que le quería hacer el amor. (Utilicé ese término en vez de decirle que me la quería follar por si acaso cambiaba de parecer al escuchar ése palabra de mis labios. Amor y ternura me había dicho mi padre y eso es lo que quería darle a mi mujer). Cuando ella me dijo que sí creí que lloraría de emoción. En mi vida me he encontrado tan indefenso sentimentalmente como ese día.

Como mi padre reposaba a la espalda de mi mujer tuvo que escuchar todo lo que nos decíamos a la fuerza. Y demostrando un egoísmo absoluto. Se volvió hacia mi mujer, la cogió por la cara y la giró hacia él apartándola de mí. Ya no pude más, mosqueado le eché en cara a mi padre su egoísmo y le dije que se estaba pasando. También ella podía haber protestado pero ni protestó, ni se negó. Sumisamente se dejó agarrar por el culo para que no se moviera y empezó a comerse la boca con mi padre a la vez que jugaba con su polla como lo había estado haciendo con la mía segundos antes. Ni él, ni mujer me hicieron el menor caso y siguieron a lo suyo. En vista de eso decidí participar como fuera. Mientras les miraba metí la mano entre las piernas de mi mujer, ella levantó enseguida la pierna para facilitarme el trabajo no sé si era consciente de quien de los dos la tocaba. Apenas le rocé el coño porque enseguida mi padre me apartó la mano adueñándose él del sexo de mi mujer.

Con un cabreo de narices les dije en voz alta que ya está bien, que quería participar y que hiciéramos un trío.

— Hijo entiéndelo, tú tienes toda la vida para follarte a esta preciosidad, yo no. –dijo mi padre mirando a Silvia.

— No tengo que entender nada papá, tengo derecho y quiero participar. –insistí.

— Cariño por favor no seas coñazo. –me respondió Silvia separándose un momento de la boca de mi padre.

— Eso crees que soy ¿un coñazo?

— Ahora mismo sí. –dijo ella tajante.

— ¿Quieres que te diga lo que creo que eres? –le contesté.

— Mejor será que te lo calles. Ni es el sitio adecuado ni el momento. Sergio, sólo te lo diré una vez: ¡Vete, o quédate!, me da igual, pero si te quedas limítate a mirar y no interrumpas más. ¿Has comprendido? –dijo muy seria.

— Perfectamente.

— Pues eso. –concluyó.

Miré a mi padre con rencor y él me devolvió la mirada como si yo fuera un chiquillo malo al que hay que reprender. Me levanté de la cama para sentarme en una de las dos sillas que había, pensando si salía de la habitación o me quedaba. No diré que me era indiferente lo que ocurría a unos centímetros de mí, no, a pesar de todo mi cabreo y todo mi mosqueo ¡Miraba, joder! Claro que miraba, ¿quién no lo hubiera hecho? Ambos estuvieron un cuarto de hora dándose el lote. Pasado ese tiempo Mi padre se incorporó y miró a su nuera con deleite. Le acarició el pecho que estaba libre por la postura estirando del pezón con suavidad. Su mano siguió recorriendo su cuerpo, desde la curva de la cadera, pasando por la sensual curva de la nalga hasta llegar al tobillo. También escuché el suspiro de Silvia satisfecha con la caricia. Luego él se echó para atrás poniéndose de rodillas, con sus manos le tomó el pie con delicadeza, lo admiró un momento y le besó cada uno de los dedos. Silvia sonreía mirándole encantada o más bien embobada.

Más tarde volvió a acercarse a ella y le separó las nalgas mirando con curiosidad el esfínter del culo. (Me puse tenso de inmediato, pues Silvia nunca me ha consentido que juegue con su culo y no hablemos ya de intentar la penetración anal). Sin saber eso, mi padre se agachó y besó varias veces el apretado esfínter, lo lamió unos minutos y después metió la punta de la lengua en el ano de mi mujer sin que ésta diera muestras de rechazo; sólo gemidos de satisfacción. Se lo acarició frotando despacito un dedo alrededor del apretado músculo; presionaba de vez en cuando comprobando su resistencia y de repente, vi como su dedo se metía dentro hasta el nudillo. Silvia dio un respingo por la sorpresa, pero enseguida gimió de satisfacción porque su suegro movía el dedo. Aproximadamente cinco minutos después, mi padre se agachó sobre ella, la besó el hombro, el cuello y terminó en su boca. Un rato después de besarse le susurró algo al oído y Silvia asintió.

Mi padre retrocedió de rodillas un poco, como ella estaba tumbada de lado, sobre su costado derecho, dobló la pierna que tenia encima de la otra por la rodilla. Me extrañó esa maniobra, parecía que invitaba a su suegro a penetrarla el culo. Y así fue. Mi padre se humedeció el capullo con su propia saliva, lo arrimó contra el esfínter y empujó. Cerré los ojos y contuve la respiración esperando el grito de ella, pero no oí ningún grito; sólo jadeos. Abrí los ojos inmediatamente y contemplé pasmado cómo mi padre daba por el culo a su nuera sin que ésta protestara. ¡Alucinante!.

La cadencia de los movimientos de él era lenta. Ponía mucho cuidado para no lastimar a su nuera pero siempre con el último empujón, se la enterraba hasta los topes y en vez de retroceder, se movía unos segundos. Después de eso retrocedía, la penetraba varias veces seguidas y repetía de nuevo lo de quedarse quieto pero moviéndose. Silvia gemía y jadeaba con la misma intensidad que si la estuviera follando el coño; es más, tardó unos diez minutos en correrse. A pesar de eso mi padre continuó un rato más disfrutando de su culo.

— ¿Te vas a correr dentro?. –le preguntó ella.

— No, en tu boca. –contestó él.

— De acuerdo, así saboreo tu lefa. –aceptó ella. Me quedé pálido al oírla.

— ¿Desde cuándo aceptas que se corran en tu boca? –pregunté a mi mujer.

— Sergio por favor, no seas tan quisquilloso. –me dijo mi padre.

— Me da igual, en estos momentos acepto todo lo que quieras hacerme. –respondió ella a mi padre.

En vista de eso, mi padre se la sacó con cuidado del culo y se puso encima casi de su cara, con las rodillas a ambos lados de su cuerpo. Silvia empezó a lamerle el capullo alternando la caricia con mamadas. Yo, seguro que tenía cara de gilipollas contemplando cómo le comía la polla a mi padre sin importarle que segundos antes hubiera estado dentro de su culo. Pasados unos minutos, él anunció de pronto que se corría, mi mujer me miró sonriendo y seguidamente cerró los ojos aguantando las descargas de lefa que su suegro bombeaba al interior de su boca. Ella tragó primero y después le chupó la polla asegurándose de arrebañar la polla de su suegro.

Dándose por satisfecha dijo hasta mañana y se ladeó dándome la espalda, era obvio que estaba agotada y deseaba dormir. Pese a todo admiré el cuerpo de mi mujer que había adoptado una postura muy sensual al quedarse dormida.

Mi padre se levantó y me dijo que me vistiera; él hizo lo mismo, diciéndome que íbamos a tomarnos una copa en la cafetería del hotel. Minutos después ambos estábamos sentados tomándonos unos güisquis.

— Lo siento Sergio, perdóname por lo que ha pasado debía haberme controlado pero es que no te imaginas lo muchísimo que he gozado follándome a tu mujer; ahora, cada vez que venga a la casa del pueblo me acordaré de ella.

— Ya no tiene remedio, además yo también he disfrutado mirando. –dije completamente abatido.

— Gracias por tu comprensión hijo, no es fácil ver como se follan a tu mujer y tomárselo con deportividad. –su respuesta me jodió tanto que exploté.

— ¡No me ha quedado más cojones que mirar! Ninguno de los dos me ha dado una sola oportunidad. ¿A eso le llamas deportividad?

— Pareces cabreado Sergio, pero por favor no levantes la voz; a nadie le importa nuestros problemas.

— Estoy más que eso papá, esto es una completa mierda. –dije en voz baja tratando de controlarme.

— No te entiendo hijo ¿no era esto lo que tú y Silvia queríais probar?

— ¡Sí joder!, —mentí a mi padre, Silvia no sabía nada de lo que habíamos preparado—, y yo debía participar, tú me dijiste que haríamos un trío.

— Pues haberlo hecho.

— ¿Cómo?, si cuando pensaba hacerlo me has detenido para soltarme un rollo sobre la ternura y el amor que no sé a qué venía.

— Ha sido por tu bien, para que no lo estropearas todo. Al menos has disfrutado del momento; no lo niegues.

— ¿De qué momento hablas papá?, has sido tú quien se ha follado a mi mujer todo el rato.

— Eso no es así, yo solo he tomado lo que se me ofrecía, no era mi intención ofenderte, lo lamento.

— Has hecho mucho más que ofenderme papá, delante de mis narices me has metido unos cuernos de los que hacen historia.

— Estás muy equivocado.

— ¿Equivocado, pero de qué cojones hablas? –le reproché en voz alta.

Él me miró con severidad y me recordó que a nadie le importa nuestros problemas. Su mirada y sus palabras estaban cargadas de dureza, jamás nos habíamos hablado así mi padre y yo; me arrepentí enseguida de lo que había dicho.

— Perdona papá, no quiero que nos enfademos. En el fondo todo esto es culpa mía; me está bien empleado.

— Escúchame Sergio, ni tienes la culpa, ni te lo mereces; simplemente las cosas pasan y ya está, ¿sabes cuál es tu problema?

— No ¿Cuál?

— Los celos. Estás comido por los celos.

— Tienes razón.

— Si no puedes controlarlos ¿por qué me has metido en esto?

— ¡No lo sé!, pensaba que así daríamos un giro a nuestro matrimonio.

— Pues lo habéis dado, de eso no me cabe duda. Pero te advierto que lo peor está por llegar, cuando volváis a vuestra casa ten por seguro que tenderéis una bronca tu mujer y tú.

— ¿Y qué propones? –pregunté pensando que tenía una solución.

— No lo sé hijo. Tu madre y yo jamás nos hemos peleado por estas cosas. Siempre lo hemos tenido muy claro los dos. Antes de hacer nada nos aseguramos de cuanto nos amábamos hablando con sinceridad; lo que se dice con el corazón en la mano; después nos cogimos las manos y juntos, dimos el salto sumergiéndonos en el sexo swinger.

— Pues es evidente que Silvia y yo hemos saltado cada uno por su lado y yo me he dado la gran hostia. –respondí.

— Te voy a decir algo que cualquier psicólogo puede confirmar: sentir celos es una enfermedad mental, y una de sus consecuencias es sentirte un cornudo, después sentirás ira y si no lo controlas a tiempo y lo eliminas de tu mente; llegará el odio hacia tu pareja.

— O sea, que según tú lo de sentirse un cornudo no es más que una sensación ¿no? –pregunté con sorna.

— Efectivamente. ¿Sabes cuantos tíos de la edad de Silvia y más jóvenes se han trajinado a tu madre? ¡Decenas! Unos muy bien dotados y otros no tanto, más normales. Yo veía él deseo y el ansía que tenían, en sus ojos y en cada uno de sus gestos cuando se follaban a mi mujer; todos la deseaban, la querían para sí, pero yo nunca me he sentido un cornudo ¿y sabes por qué?, porque ella me ama solo a mí, por eso sigue conmigo a pesar de todo. Nos amamos tanto que no nos importa con quien disfrutemos; siempre acabamos juntos, amándonos por encima de todo.

— Silvia y yo nunca llegaremos a ese grado de complicidad. –contesté apurando mi vaso.

— Entonces ¿por qué os habéis casado?

— Buena pregunta; supongo que entonces nos amábamos.

— Mira hijo te voy a dar el mejor consejo de tu vida –dijo poniéndome una mano en el hombro- habla con tu mujer, adivinad si aún os amáis y si no lo tenéis claro, separaos y seguid cada uno vuestro camino.

Al escuchar la palabra “separación” sentí un profundo dolor interior y un terrible bocado en el estomago que me encogió.

— ¡Anda!, volvamos a la habitación. –dijo mi padre.

Apoyó un brazo en mi hombro y caminamos de vuelta a la habitación recibiendo apretones de ánimo. Entramos en la habitación y nos desnudamos en silencio para no despertar a Silvia que dormía profundamente. Yo me dejé los calzoncillos puestos y me acosté en la otra cama.

— ¿No te acuestas con tu mujer? –me preguntó mi padre.

— No, no me apetece.

— Hijo sigues sintiendo celos y eso no es bueno; está bien dormiré yo con ella, pero quiero que sepas que si me busca me la follaré de nuevo, te digo esto para que luego no haya equívocos entre nosotros.

— Por mí puedes hacer lo que quieras. –contesté encogiéndome de hombros.

— Bien, entonces hasta mañana. –dijo acostándose al lado de mi mujer.

— Me tumbé en la cama bocarriba, antes de dormirme vi que mi padre abrazaba a Silvia y ésta suspiraba feliz.

Me desperté de pronto y agucé el oído atento. En medio del silencio que nos envolvía escuché gemidos apagados. Haciéndome el dormido me di la vuelta y abrí muy poco los ojos, en medio de la oscuridad creerían que seguía dormido.

Silvia estaba vuelta hacia mí; tenía los ojos entrecerrados y jadeaba despacio. Detrás de ella, mi padre la sostenía una pierna mientras movía las caderas; de nuevo se la estaba follando por el culo. Esperé unos segundos y me di la vuelta para seguir durmiendo. Los gemidos de mi mujer se me clavaban en el cerebro como agujas, pese a todo, aguanté oyéndoles jadear sin moverme; cuando se corrieron, me dormí escuchando sus fuertes respiraciones como música de fondo.

…/…

A la mañana siguiente al abrir los ojos no pude evitar mirar a la cama de al lado. Ambos dormían, mi padre bocarriba mi mujer tenía casi medio cuerpo encima de él, un brazo apoyado sobre su vientre, muy cerca de su polla. Me levanté para ir a mear; recogí mi ropa y entré en el baño. Después de mear me lavé la cara, y me vestí. Al salir vi que ya se habían despertado, Silvia le había agarrado la polla pasándole el pulgar por el capullo.

— ¡Buenos días! –saludé y me contestaron-, me voy a la cafetería a desayunar, os espero allí. –dije y caminé hasta la puerta de salida.

— ¡Sergio! –me llamó ella.

— Dime Silvia. –dije dándome la vuelta.

— Sólo quería decirte que tardaremos un poco, antes me apetece un bocado. –dijo.

A continuación se agachó, apoyó la cabeza sobre el pubis de mi padre y se metió su polla en la boca. Abrí la puerta y salí para ir a desayunar aguantándome las ganas de llamarle puta. Pero como ella me dijo el día anterior, ni era el momento ni el lugar, ya llegaríamos a casa.

Tres cuartos de hora más tarde entraron en la cafetería sentándose en la mesa donde yo leía el periódico. Les dije que pidieran ellos, yo estaba haciendo la digestión del desayuno. Silvia no se atrevió a mirarme a la cara y disimulaba leyendo el menú. “Aún tendrá hambre la muy puta” pensé mirándola. Les dije que salía a la calle a fumar y me levanté dejándolos solos.

El viaje de vuelta lo hice escuchando música por la radio. Ellos dormían mientras yo conducía los doscientos kilómetros escasos que nos separaban de donde vivíamos; llegamos casi a la hora de comer a casa de mis padres.

Mi madre nos saludó cariñosamente preguntándonos qué tal iba todo, mi padre le contestó lo bonito que estaba quedando todo, yo le dije que al paso que iban las obras todo estaría terminado en el plazo acordado: el mes de Junio. Mi madre me interrogó con la mirada al darse cuenta de que su nuera estaba muy seria y callada, disimuladamente le dije con gestos de la cara que ya hablaríamos. Durante la comida comentamos con mi madre los detalles de la reforma. No tomamos café, Silvia y yo nos fuimos a nuestra casa; antes de salir, mi madre me hizo prometerle que iría a verla.

Regresamos a nuestra casa en silencio y entramos. Me puse a preparar café, como Silvia seguía sin hablarme me serví una taza para mí solo, si le apetecía tomar café que se lo preparara ella misma y efectivamente eso hizo al oler el café recién hecho. Ambos nos sentamos en el sofá y nos encendimos un cigarrillo.

— Silvia tenemos que hablar de lo de anoche. –le dije yendo al grano.

— Ahora no me apetece hablar. –contestó.

— Pues quieras o no tenemos que hacerlo, anoche tuviste un comportamiento denigrante. –dije suavizando las palabras.

— ¿Mi comportamiento denigrante?, ¡pero qué hipócrita eres! Primero tiras la piedra y luego escondes la mano. –me espetó levantándome la voz.

— Yo no soy el hipócrita, fuiste tú la que se lanzó. Empezaste como una calienta pollas, abriendo y cerrando las piernas sabiendo que mi padre y yo te mirábamos, ¿eso te pone verdad?, disfrutaste provocándonos para después gozar como una cualquiera. ¡Parecías una autentica zorra! No me responsabilices de tus actos. –le chillé.

— Y a mí no me insultes grandísimo ciervo, porque eso es lo que eres a partir de ahora, ¡Un autentico ciervo, con una enorme cornamenta! –gritó exagerando con las manos la palabra “cornamenta”.

— ¡¡Y todo gracias a ti puta salida!!. –le grité yo más fuerte.

La hostia me alcanzó de lleno en toda la cara sorprendiéndome, se me cayó el cigarro de las manos y por un momento quedé aturdido y sordo. Los dos nos quedamos en silencio, mirándonos con odio.

— ¿Sabes cuál es tu defecto? —dijo con rabia pero sin gritar—, que pensaste que soy gilipollas. Primero me hablaste de tener sexo con otros para matar el aburrimiento, cuando te dije que no, insististe, y como haciendo una gracia dejaste caer la posibilidad de practicarlo con tus padres que tienen experiencia en ese campo para ver qué decía. Te llamé loco y te advertí de las consecuencias ¿recuerdas?, y a pesar de eso seguiste adelante. Me llevas al pueblo con la excusa de ver las obras por si deseo cambiar algo en el último momento. Llega la noche y alquilas una habitación con dos camas para los tres. Me hacéis beber más de la cuenta y ¡ya está, a follarme!, ¡no pasa nada! Porque soy Silvia, la gilipollas que no se entera de nada. Pero mira por dónde me di cuenta de tu plan. Y como querías morbo te lo di, y en cantidades industriales, no podrás quejarte —hizo una pausa para ver qué le decía, pero yo estaba pálido al oírla relatar todo mi plan como si me hubiera leído la mente— lo más gracioso de todo es que quise parar ¿sabes?, cuando tu padre me sujetaba por la cintura. ¿Recuerdas que te miré para que me ayudaras?, claro que no, estabas muy ocupado mirando cómo tu padre me metía mano, eso te ponía cachondo. Al ver que te quedabas quieto, empalmándote y babeando. Me diste asco. Me dieron nauseas del asco que me dabas, pero me las tragué y me dije: —mi marido quiere morbo ¿no?, pues voy a darle un morbo que recuerdará toda su vida—. Por eso me quedé quieta y separé las piernas, para que vieras cómo me dejaba tocar el coño. El resto no creo necesario repetirlo. Pero te diré una cosa para que te enteres. Tu padre me demostró que es mucho más hombre que tú, en una sola noche me ha hecho gozar más que tú en todos estos años de matrimonio. –concluyó.

Me había quedado sin palabras. ¿Qué podía decirle?, tenía razón en lo que decía. Ni siquiera me atreví a reprocharle el haberme pegado. Tardé unos minutos en digerir su reproche.

— Silvia yo… Lo único que puedo decirte ahora mismo es que lo siento. Te pido perdón por ser el culpable de todo lo que ha pasado. Lo lamento de todo corazón. –le dije sinceramente arrepentido.

— ¿Sabes lo que más lamento yo?, —dijo mirando al suelo—, haber sido una ingenua y no darme cuenta de lo que en realidad eres: un vicioso degenerado.

— Eso no es verdad y lo sabes. Siempre te he tratado con respeto; salvo anoche y vuelvo a pedirte perdón, pero no seas tan dura conmigo. Reconoce que tienes un poco de culpa. Tú has sido la que ha condenado nuestro matrimonio a la monotonía. El ultimo año el sexo era aburrido y ocasional, lo hacías sin ganas y cuando a ti te parecía bien, o ya no recuerdas los: —“me duele la cabeza, o no me apetece estoy cansada, o hoy no, estoy agotada de tanto trabajo atrasado”—. Con eso me obligaste a refugiarme cada vez más en el trabajo perdiendo el interés por ti. Que yo sepa nunca me he negado a hacer el amor contigo, ni te he puesto excusas. Con la esperanza de que cambiaras de forma de ser yo siempre estuve atento, pero no quisiste cambiar. –dije.

— ¡Pero qué cínico, ya lo creo que estuviste atento!, sobre todo anoche para pajearte como un mono viendo como tu padre y yo follábamos.

— ¿Sabes?, es gracioso, lo que quería era que hablásemos de nuestros sentimientos, hasta estaba dispuesto a confesarte que lo de anoche no interfiere en modo alguno en lo que siento por ti, pero como ya no es posible hablar de eso, te diré esto: me parece que los polvos que te echó tu suegro anoche no te han sentado bien. –contesté muy desilusionado al comprobar el rencor que me tenía.

— ¡Vete a tomar por culo! –me gritó.

Me levanté tranquilamente, dejé la taza dentro del lavaplatos y volví para recoger una cazadora; a pesar del cambio climático en marzo hace frio por las noches. Silvia siguió sentada fumando tranquilamente, pero reaccionó cuando me oyó abrir la puerta de la calle se levantó y vino hacia mí.

— ¿Se puede saber a dónde coño vas? -me preguntó de mala manera.

— A tomar por culo como me has mandado; soy un chico obediente. Y no te preocupes, que si me gusta me quedaré, a lo mejor me tratan con más consideración que tú. –contesté cerrando la puerta.

Estuve varias horas caminando por la calle. A pesar de la buena temperatura que había tuve que ponerme la cazadora, me notaba destemplado. Cayendo la noche entré en una cafetería y pedí un güisqui. Sonó mi móvil muchas veces pero al comprobar que era mi mujer la que llamaba no contesté. Y no actuaba así ni por orgullo, ni por celos, sino porque estaba desilusionado. Ya no me consideraba un cornudo, sobre todo después de la confesión de Silvia. Mi padre tenía razón sobre la causa de los celos; enfermedad que si no la controlas te destruye, como persona y como ser humano. —Yo no voy a consentir que los celos me destruyan. Soy una persona fría, calculadora, acostumbrada al riesgo por mi trabajo de asesor financiero y en este caso con mi mujer había arriesgado mucho y había perdido. Punto—me dije a mí mismo al caminar de nuevo por la calle sin rumbo fijo. Volvió a sonar mi móvil, eran ya la una y media de la madrugada. La llamada era de mis padres, seguramente Silvia le había llamado preguntando por mí y los había alarmado innecesariamente. Sentí tentaciones de llamarles y tranquilizarles pero no lo hice, no tenía ganas de dar explicaciones. Al final llegué a una conclusión que debía comunicar a mi mujer inmediatamente.

A las tres y cuarto de la madrugada abrí la puerta de nuestra casa y cerré a mi espalda. Al entrar en el salón vi a Silvia llorando. Ella levantó la cabeza y de un salto se puso de pie; me abrazó y me dio besos por toda la cara diciéndome que la había tenido muy preocupada. Lo sabía, me había llamado ochenta y cuatro veces al móvil y mis padres diecisiete, y si no había contestado a sus llamadas era por el desasosiego y la desilusión que sentía y así se lo expliqué. En medio de sollozos me pidió perdón por haberme pegado y por haberme llamado ciervo. Nos sentamos en el sofá y allí me confesó abiertamente sus sentimientos.

— Sergio quiero que sepas que te amo más que nunca —dijo secándose las lágrimas con un pañuelo de papel—. Ya te dije que podía verse afectado nuestro matrimonio si jugábamos a eso; ahora me avergüenzo de mi comportamiento.

— Silvia eso no tiene la menor importancia ya, lo que pasó anoche, pasado está, no lo podemos arreglar.

— Tienes razón lo hecho, hecho está. Pero no puedo evitar sentirme asqueada por lo que hice con tu padre, todo lo hice adrede, quería devolverte el mismo daño que me habías hecho al prepararme la encerrona sin decírmelo. –dijo con toda sinceridad.

— Te pido perdón una vez más, sin querer he traicionado la confianza que nos teníamos y ahora por mi culpa nuestra relación está peor que nunca. Yo contaba que al ser un familiar los sentimientos estaban excluidos pero me equivoqué. –le dije.

— ¡No!, tienes razón, los sentimientos no han contado para nada, pero sí las sensaciones. –respondió cabizbaja.

— ¿Qué quieres decir con eso?

— Sergio, anoche cuando follé con tu padre sentí cosas que jamás había sentido contigo y no hablo de amor sino de placer. Al principio lo hice por vengarme pero después todo se me fue de las manos. Anoche no era yo misma y tú lo sabes, estaba totalmente ida, descontrolada. Ahora sin embargo siento pánico.

— ¿Por qué?

— Porque sé que vas a decirme algo que me va a hacer mucho daño.

— Más del que te he hecho, no, te lo aseguro.

— Sergio sé que escondes un pero, te conozco. –preguntó con ansiedad.

— Tú dices que me amas y sé que eres sincera, en cambio yo ya no estoy seguro de mis sentimientos, tengo que analizarlos antes para saber si quiero seguir contigo o seguir mi propio camino.

— ¡Dios mío!, me vas a pedir el divorcio ¿no?, no me castigues con eso Sergio, dame otra oportunidad –suplicó echándose a llorar.

— De momento no voy a pedir el divorcio, ni pretendo castigarte, pero anoche pasaron muchas cosas que se me grabaron a fuego por dentro y mientras no las olvide, no sabré lo que siento por ti. –contesté con un nudo en la garganta.

— Entiendo, ¿seguirás viviendo aquí, conmigo, o te irás de nuestra casa? –preguntó con los ojos anegados de lagrimas.

— La casa es tuya, pero si me lo permites seguiré viviendo aquí, pero no dormiremos juntos. Nos hemos hecho mucho daño, así que tendremos que ganarnos de nuevo la confianza del otro, de esa forma si alguna vez nos vamos a la cama juntos será porque nos amamos con todo nuestro corazón. Solo así protegeremos nuestra relación con una gran fuerza y situaciones como las de anoche u otras similares que se den, no destruirán nuestro amor.

— Por mi parte no es necesario hacer nada, yo sigo confiando en ti porque te amo y te perdono lo que has querido hacerme. –dijo ella insistiendo.

— Yo no confío en ti y ahora mismo no sé lo que siento, lo lamento mucho. –Silvia se llevó las manos al estomago y se encogió un poco.

— Dime lo que tengo que hacer para ganarme de nuevo tu confianza y lo haré por imposible que sea, te lo juro. –me dijo desesperada.

— Los dos tendremos que hacerlo. Pase lo que pase debemos ser sinceros el uno con el otro. Decirnos la verdad siempre y que no nos escondamos nada.

— Por mi parte así será, te lo prometo. –me aseguró ella.

— Yo también te lo prometo. –le dije

Aclarado el tema, nos despedimos deseándonos buenas noches, ella quiso darme un beso en la boca pero yo le puse la mejilla y le di mi beso en el mismo sitio. Lloró al verse rechazada y se fue a la que había sido antes nuestra habitación, yo me fui a la de invitados dejando la puerta entornada.

Sentado en la cama escuché el llanto de Silvia pero no acudí a consolarla. Me sentí raro, como mareado. Era la primera vez que mi mujer y yo no dormíamos juntos desde que estamos casados, (exceptuando la noche anterior, que durmió con mi padre por culpa de mis celos y mi orgullo que me lo impidieron). Me costó mucho dormirme pues Silvia continuaba llorando sin parar. Me levanté, cerré la puerta de la habitación y me acosté de nuevo. Cerré los ojos tratando de relajarme y no pensar en nada, pero me era imposible, porque a pesar de todo lo que habíamos hablado algo me rondaba por la cabeza, y por más que quería enterrarla en el último rincón de mi cerebro, siempre aparecía en mi imaginación y eso me indignaba y me cabreaba. Ese “algo” era que mi subconsciente lamentaba que lo sucedido en la casa del pueblo fuera solo un hecho aislado, porque recordándolo me excitaba muchísimo. Al final me dormí por agotamiento.

Al día siguiente me desperté con una gran mancha de semen en los calzoncillos y no recordaba haberme masturbado.

—Fin de la 3ª parte—

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Como siempre, espero que os guste esta parte, ya lo comentareis. Gracias.