La carta que nunca recibirás

No hay nada de sexo en este relato. Es la reflexión final del hombre que pierde en un triángulo amoroso

  • No, por mí no os cortéis. Podéis besaros.

Acabábamos de llegar los tres, cada uno por nuestro lado, de manera que Natalia y Nacho también se estaban encontrando ahora. Siendo pareja como eran, es normal que se besaran al verse, ¿no? El hecho de que, hasta hace poco más de un par de años Natalia fuera mi esposa y Nacho su nuevo mejor amigo, no tiene ya nada de relevante.

Esa era la escena en la que nos encontrábamos: la primera tras un cambio de rol en los personajes masculinos. La primera en la que, el personaje femenino, iba a enfrentarse al “te lo dije, lo sabía” que hacía referencia a este cambio de rol y que ella no había visto hasta ahora a pesar de lo lejos de lo que venía. Cosa que también tenía que asimilar.

Decidieron darse el beso. Es lo que tenían que hacer. Pero agradecí su indecisión inicial, porque se refería a mis sentimientos. Se agradece cuando, a pesar de todo, compruebas que sigues siendo importante en el corazón de ciertas personas.

Natalia y yo tenemos nuestra historia a parte de Nacho, claro. Y, en esa historia, sé cuántas y cómo de profundas han sido las heridas que yo también he dejado. Lo mismo que también sabemos que, por su parte, la de Nacho no fue la única. Nuestra historia venía ya de lejos con un punto y final escrito en alguna parte. Y, ese “alguna parte”, terminó siendo Nacho.

La escena en la que estábamos era esa en la que, ella, venía a decir “no lo vi venir” y, yo, iba a decirle “era necesario”. Esa en la que has digerido ya tantas cosas que, aunque sabes que va a ser dolorosa, va a dejar un insuperable gusto a agradecimiento y paz.

Por eso las buenas personas hacen que estas escenas ocurran.

Nos cité en el lugar en que conocí a Nacho, o en el que creo creer que le conocí: un kiosco churrería en la plaza de un complejo de viviendas residenciales. Nacho por aquel entonces también tenía pareja, Noemí, quien ha terminado corriendo la misma suerte que yo. Espero que ella también lo haya entendido ya. El caso que es elegí el lugar a propósito. Si va a resolverme cualquier emoción que me quede por ahí, por poética que sea, soy de los que van eligiendo todos los detalles para planificar algo. Y, vernos en la churrería, para mí significaba algo.

El primer “¿Qué tal?” salió de boca de Nacho. Le di sentido. A pesar de la tensión que, evidentemente, existía entre nosotros, era menor que la existente entre Natalia y yo. Me pareció acertado. Aunque resultara irónico, Nacho podría entenderse como un árbitro en aquel encuentro. Sin embargo, sabía que también formaba parte de las fichas del juego. Así que conocía sus limitaciones.

Hasta donde le conocía, sabía que sería un buen árbitro si tuviera que llegar a serlo en algún momento. Aunque mi intención era que no hiciera falta siquiera. Yo he tenido cuatro años y pico para digerir esta historia, ellos no.

Sí, esos son los tiempos y plazos en los que nos movemos: hace cuatro años y algo, cuando comenzó a nacer entre ellos algo más que amistad, y hace poco más de dos años, cuando ese algo más que amistad hizo que un matrimonio saltara por los aires.

Todos teníamos muchas explicaciones que dar. Yo el primero.

Lo pronunció después de habernos saludado los tres, mientras terminábamos de acomodarnos alrededor de la mesa que habíamos elegido: Natalia en frente mía y Nacho a mi derecha.

  • Bueno, bien... Tirando.. Con un montón de cosas por hacer para poder irme -guardé silencio durante un instante en el que pude ver la curiosidad en sus miradas-. Si las cosas salen de manera óptima puede que, para Navidades, ya no viva aquí.

  • ¿Y eso? -me preguntó Natalia.

No supe interpretar su tono. Partía de la creencia de que Natalia, aunque supiera que se había equivocado en esto, seguía enfadada conmigo por otras razones. Y digo enfadada porque, furiosa, rabiosa o endemoniadamente, son complementos válidos para el adjetivo principal según con qué asuntos. Da igual, el caso que es yo sentía de manera constante su enfado y mi culpa y, por inercia, solía reaccionar así.

Sin embargo también sabía que eso era un prejuicio mío y que podía combatirlo. Mejor aún, podía desmontarlo. Solo bastaba la observación y el buen talante. Y yo, buen talante llevaba para rato. Así que solo había que no prejuzgar y observar; Algo de lo que, cuando soy consciente, se me da bastante bien. Así que solo tenía que ser yo: por actitud y por aptitud.

  • Aquí no evoluciono, mi siguiente paso es irme fuera.

No sé si pensó que me refería a ella, yo sí lo hice. Por eso, de inmediato, completé la frase para ofrecer más información. Otro prejuicio que se me ha quedado grabado es el de que, todo lo que le digo a Natalia, ella lo recibe como un reproche. Y nada más lejos de la realidad, ni de mi intención, por supuesto.

  • No te niego que, por lo nuestro, también me va a venir bien -empiezo a decirle-. Pero es por mucho más. Se trata de mí, de empezar a vivir mi propia vida. Y mis proyectos personales, incluidos los profesionales, pasan por irme de aquí.

  • ¿Y a dónde te vas? -me preguntó y, mi gesto, le dio la respuesta de inmediato-. Vale. No tenía ni que haberlo preguntado.

  • Desde allí puedo mover mejor la novela como la quiero mover y, para la siguiente, me viene mejor estar allí incluso ahora que la estoy escribiendo. A parte, he tenido un par de ideas sobre la casa que también me dan buena espina.

Estaba receloso en los primeros minutos. Esa paradójica circunstancia en la que contarías abiertamente todos tus sueños pero no lo haces porque, precisamente, a la persona que tienes delante no le gusta que lo hagas y eso te condiciona. Como también te condiciona el hecho de querer ir tirando anzuelos para ver si pica, no pica y cómo pica o lo hace el hecho de sentir, por reuniros la razón que os reúne, juegas en un plano de superioridad. El caso era que, por tantas razones como sentía, era consciente de que mis palabras eran sesgadas y no inspiraban confianza aunque las quisiera azucarar de normalidad.

  • ¿Y tú? Sobre todo tú -le dije a continuación-. ¿Cómo estás?

Esperaba que me desnudara el corazón desde la primera palabra. Esas eran las ganas que yo tenía de mantener esta conversación. Pero, claro, si mis primeras palabras no habían sido las más apropiadas para tal respuesta, es lógico que me contestara en el mismo tono en el que yo me había dirigido a ella.

  • Yo estoy bien, como siempre -comenzó a decir-. Liada preparando la memoria del proyecto de tal, que me tiene agobiada. Bueno, todo el trabajo me tiene agobiada. Y con las cosas de mi familia, con lo de tu hermana, con la salud... ¡Súper agobiada y sin un respiro! Como siempre...

La seguía viendo exactamente igual, seguía siendo ella. Es cierto que, físicamente, nuestra ruptura le había pasado factura, como a mí, pero seguía siendo su esencia. Sabía que Natalia también agradecería que llegara este día. Ya os he dicho que las buenas personas son las que hacen que estas escenas ocurran.

-Sí, vale, me hago a la idea. Pero... ¡Tú! ¿Cómo estás tú? -y, con el corazón en la mirada, le dije por lo que le preguntaba-. ¿Eres feliz?

Apretó los labios y asintió sin poder evitar que los ojos se le arrasaran. Volvió a asentir, esta vez sintiéndose un poco más segura de lo que decía.

Extendí mis brazos sobre la mesa, con las palmas hacia arriba y apoyando los antebrazos sobre el canto, ofreciéndole mis manos.

  • Me alegro muchísimo -le respondí cuando me cogió con las suyas.

Miré a Nacho y asentí mientras que a mí también se apretaban los labios y se me arrasaban los ojos. Luego volví a mirarla a los ojos y apreté sus manos.

  • De verdad -terminé de decir.

Liberamos muchas tensiones en ese momento, casi tantas como lágrimas brotaron de nuestros ojos sobre unas singulares sonrisas. Es la magia del amor, del amor bien entendido: el que se da de corazón entre corazones, el que entiende las nuevas perspectivas de la vida y las llena de paz.

  • Lo que no entiendo es que no lo vieras venir, con lo evidente que era -dije a continuación, cuando supe que nuestros estado emocionales se habían templado hasta ese punto.

-Alejandro, de verdad, que... -respondió Natalia cerrando los ojos, negando con la cabeza y con un gesto en su cara que reflejaba incredulidad pero aceptación. Ella tampoco entendía lo que había terminado pasando en este triángulo amoroso. Le costaba creer que viniera de tan lejos.

Los hechos son los siguientes:

Está comenzando el verano de 2019 que nos sirve como punto de referencia para situar los tiempos. Es el momento inmediatamente posterior a haber conocido la noticia de que, Natalia y Nacho, mantienen una relación sentimental. Pero una como se entiende en el modo estándar: de las de cuerpo y alma. Hace cuatro años que yo defiendo la teoría de que, esto, terminaría pasando y Natalia dice que no pasará nunca. Sin embargo ha pasado y, al hacerlo, nos ha removido a los dos muchas situaciones pasadas. Hemos visto mucho de lo que ha pasado entre nosotros en este tiempo y, ahora, la evidencia se hace presente de nuestras vidas y, como poco, merece un encuentro en una churrería.

Hace cinco navidades, las que van de 2014 a 2015, Natalia y Nacho se reencontraron por medio de una quedada en grupo por redes sociales. Fueron amigos de niños y, no sé cuántos años después, se volvían a encontrar. Bueno pues surgió magia entre ellos, una magia evidente. Compartían una afición común que les animaba a verse con frecuencia y una conexión emocional brutal: eran corazones que se hacían bien estando juntos. Era inevitable que, cada vez, se vieran con más frecuencia.

¿Cómo le pones el límite a lo que, esa relación, supone con tu matrimonio, o con los sentimientos hacia tu pareja, o con los de tu pareja? ¿Cuál es el equilibrio de esas relaciones?

No hubo equilibrio, ¡ninguno! Desde el primer momento la balanza empezó a caer del lado de Nacho.

Durante unos meses la cosa solo me escocía pero se sostenía. No había pruebas más que las sensaciones que demostraran que la balanza se estaba moviendo. Natalia no estaba en la balanza, pero yo sí. Es posible que ella no tuviera siquiera la percepción de que la balanza se movía pero yo sí. Yo hasta lo sentía bajo mis pies. Por eso unos meses después, unos días antes al comienzo de verano de 2015, tuvo lugar el hecho que provocó nuestra primera discusión por Nacho y lo que estaba pasando.

Fue un día que, para mí, tenía una carga emocional enorme, algo que Natalia conocía y compartía conmigo, y que coincidía con la celebración de un evento que le gustaba y que coincidía con la afición que compartía con Nacho. Yo había tiempo de envenenarme previamente, desde el mismo día en que Natalia me hablo de la celebración de dicho evento, y no tuve medida. Reuní, no siempre de manera honrada, la información suficiente en torno a todo lo que pasaba en torno al citado evento y di por hecho que Natalia me estaba poniendo los cuernos con Nacho. Le tendí una trampa y saltó el primer incendio.

Después de que, finalmente, Natalia decidiera ir al evento y de que, por la mi parte, yo decidiera no ir, fui a espiarles. Tomé cómo prueba una foto de la hora a la que yo me presentaba en el evento y este estaba finalizado y la tomé como referencia desde la que contar hasta que Natalia regresara a casa y con la que también podía contar los tiempos de lo que había ido pasando incluso antes.

Ya no recuerdo si fue aquella misma noche o al mediodía del día siguiente, el caso es que la foto y todas las preguntas que venían con ella desató la primera explosión. Un margen de entre veinte minutos y media hora de tiempo “no justificable” en el que habían estado a solas eran muchos segundos de miedos, dudas, acusaciones e inseguridades. Tantos que, aquella explosión, hizo sobrevolar la palabra divorcio por primera vez entre nosotros. Asunto que se solventó con el compromiso que propuse de acudir juntos a terapia de pareja.

Tal vez me equivoque pero, la primera vez que Natalia dejó de atender aquel compromiso, ya cuenta como abandono de relación. Independientemente de las razones que la llevaran a tomar aquella decisión; Ahora ya sabemos que eran buenas: complicadas de entender pero buenas. Así que, desde el día en que supe que Natalia no se tomaba en serio lo de terapia, supe que había tomado un camino en el que yo ya no estaba.

En ninguna de las ocasiones en la que se lo grité pidiendo ayuda, de mejor o peor manera todo sea dicho, ella no lo vio, No veía que nuestra relación había empezado a tomar aceleración en el hundimiento. Y fueron unas cuantas las veces que lo grité.

Yo tampoco escuchaba sus gritos de ayuda, claro. Daba por hecho que, con su abandono, habían dejado de existir. Solo escuchaba uno, en realidad: Natalia quería ser madre, pero yo me negaba.

Por las razones que sean, a parte de las propias de ser madre y que era lo único que sabía “venderme”, Natalia encontraba en ser madre una solución al mal que nos aquejaba y que no venía de Nacho, sino de más atrás. Que yo me negara a aquello puede ser el momento en que Natalia sintiera que yo abandoné la relación.

Hay un conflicto de tiempos ahí sobre quién fue el primero en abandonar que, evidentemente, condiciona mucho todo lo demás y el modo en que han ido sucediendo las cosas. Pero sí que deja una cosa clara: es el momento en que se pone en evidencia que hay un problema de pareja que viene de lejos y que, en los últimos tiempos, está acelerando el ritmo al que se van desarrollando los acontecimientos. Y cada vez por más razones.

El desenlace final, tras varios episodios anecdóticos, es la ruptura del matrimonio en la primavera de 2017. Un batiburrillo infinito de emociones tristes hacen que yo reviente por los aires y que, sin saber cuál es el camino que viene ahora, sepa que, al menos, no es el mismo que llevo recorriendo demasiado tiempo y que no me lleva a ninguna parte buena.

Es el primer momento en que hago algo por mí, en vez de por nosotros y en el que, de facto, la relación se rompía.

Algo que había provocado el “efecto Nacho”, lo viéramos o no, y por las razones que fuera que nos hicieran creerlo.

La cuestión es que comienza una nueva etapa en la que, cada uno, juega con las cartas que tiene mientras se van agotando las manos que todavía se pueden ir poniendo sobre la mesa. Y le etapa se está cerrando como se está cerrando, como yo decía que acabaría pasando. Y ahora es innegable.

Nos quedan otras muchas heridas que curar, eso está claro. De hecho, este encuentro en la churrería era una buena oportunidad para afrontar también los que fueran saliendo.

Natalia había comenzado a responder con un “de verdad que” que evidenciaba incredulidad y aceptación, eso ya lo he dicho antes. Pero también encerraba crecimiento personal. Ahora que era evidente que yo lo había visto venir y las razones que recordaba por las que lo había hecho, podía ponerse en mi lugar, empatizar con lo que yo había sentido, sentirlo y aprender de esa emoción.

Yo he aprendido a hacerlo y me sale de manera automática: ver el lado bueno de las cosas malas dicen que se llama resiliencia, así que soy resiliente. Lástima que también sea tan propenso a la procranistación y me cueste tanto ponerme manos a la obra para convertir esas cosas bonitas en realidad. El corazón y el cerebro lo hacen rápido pero, el cuerpo... ¡Qué trabajito le cuesta!

Sé que Natalia sufría conmigo por esto. Le dolía ver tanto talento desaprovechado. No, no son flores precisamente. No es agradable saber que es cierto, ¿sabéis? Yo me hundía y ella decidió, en un momento de su vida, que no quería hundirse conmigo. No es malo, ni siquiera egoísta, se llama amor propio y es saludable tenerlo.

Quiero decir que, cuando ves que te hundes, es normal que te agarres con fuerza a una tabla de salvación y que, en el caso de Natalia, esa tabla fue Nacho. Es otra razón que explica por qué podría ser que ella no viera lo que yo sí que estaba viendo. Tenía las emociones desbordadísimas, incluso las referentes a Nacho, pero ella le veía como una tabla de salvación que le sostenía de su debacle por el otro lado.

  • Éramos amigos... Yo no...

Era una de las pocas veces que la he visto sin saber qué decir. Natalia es de esas mujeres que tienen respuesta para todo. La otra que quiero recordar fue el día que la foto del evento saltó por los aires. Sin embargo, en aquella ocasión, quiero creer que fue capaz de responderme con frases cortas.

Negué con la cabeza quitándole importancia a la confusión que, ahora mismo, la azotaba. La solté de las manos, venían a tomarnos nota, y me pareció el momento adecuado. Al terminar de pedir, retomé la conversación.

  • Da igual, Natalia. Ya da igual... No importa lo que sintieras por Nacho ni desde cuando lo sintieras. Se trata de ti y de cómo te sentó que Nacho entrara en tu vida. Y te ha sentado bien, me acabas de decir que eres feliz. Te hizo reaccionar, nos hizo reaccionar. Era necesario... Sin rencores -le dije entonces a Nacho-. Y gracias.

Soy buena persona y quiero que Natalia sea feliz. Si Nacho lo consigue, se lo agradezco porque me nace del corazón.

  • Gracias -me dijo Natalia entonces-. Y lo siento...

Sonreí y volví a apretar levemente los labios.

  • Bueno, cuéntame, ¿Cómo están las cosas por casa? ¿Y el proyectillo ese que teníais con vuestra afición?

Durante unos minutos Natalia me puso al día de su vida, pero de verdad. Me contó con la misma naturalidad con que lo había hecho siempre lo que pasaba y lo que sentía con las cosas que sucedían en su entorno, me habló de sus aficiones con Nacho, de algunas cosas que habían ido haciendo ya...

Durante la conversación, en la que Natalia incluyó a Nacho para que también participara, fueron haciendo referencias a algunas anécdotas de su vida en común que me iban haciendo situarme con respecto a lo que había estado pasando en estos dos años. Sigue sin ser fácil conocer la vida de tu ex pareja cuando está disfrutando de sonrisas que ya no comparte contigo. Sigue sin ser fácil aunque sepas que es lo mejor que os podía pasar.

  • No sé cómo se lo voy a contar a mi madre -me estaba diciendo-. Ya sabes tú cómo es y cómo se lo va a tomar.

Su madre... Esa grandísima mujer que, sin embargo, es el pilar fundamental sobre el que se sustentan todas las inseguridades de Natalia. Su madre, la mujer que se empeñó a moldear una princesita sin escuchar la opinión de su hija o, peor aún, dándola por mala. Algo que, como madre que es, nunca dejará de hacer, dicho sea de paso.

  • Deberías dejar de tenerle miedo a tu madre -contesté-. Te venciste a ti misma con razones en las que creías el día que te elegiste a ti antes que a nosotros dos. Si existen razones que te hacen creer en vuestra relación, tu madre no va a poder cambiarlas por mucho que quiera. ¿Que se va a llevar un mal rato? Pues claro. Pero mejor que lo asuma cuanto antes y que te vayas quitando agobios tú también cuanto antes. Que no te hacen ningún bien, y lo sabes.

“¿Qué me estás contando?”, esa fue la cara que me puso. Como si fuera imposible romper esa barrera porque ella nunca le haría pasar a su madre un mal rato. Me entristeció comprobar que Natalia no ha crecido tanto como podría haberlo hecho. Tanto como he crecido yo. La vida de cada uno es de cada uno y, aunque es evidente que provoca interacciones con los demás, eso no debe condicionarme. Yo elijo mi camino, pero también sus consecuencias. Y debo ser consciente de ello. No se puede querer tomar una decisión y que los demás sean quienes, además de aceptarlas siempre, apechuguen con las consecuencias. Pero sí se puede asimilar que, me lleven por donde me lleven, siempre habré avanzado solo por mis decisiones.

  • Hace dos años que nos divorciamos y le llevas escondiendo a Nacho a tu madre desde hace, como poco, tres largos. La anécdota de la profesional del parqué no la recuerdas, ¿no?

Volvió a mirarme con cara de “¿Qué me estás contando?” pero, esta vez, por una razón completamente distinta.

  • Es la primera vez que recuerdo que le mentiste a tu madre con el asunto Nacho. ¡Bueno! A tu madre y a mí, que me pillaba de refilón -le dije entonces-. No te niego que me dolió cuando lo supe pero ya está superado. De verdad... No es un reproche. No quiero que te suene a reproche. Si te lo suena me lo dices. ¿Te lo cuento?

Entonces me miró con cara de: “¡por favor! (irónico) ¡Estás tardando!”

  • Fue un sábado de los de arroz en casa de tu madre. Yo venía del trabajo en lo de los pisos y llegué antes que tú. Me dijo que, esa mañana, ibas a estar con “la jefa” en su tienda de deportes. A mí, cuando me fui a trabajar aquella mañana, no me dijiste nada. Pero sí sabía que, la noche anterior, habíais estado poniendo parte del suelo pero que no lo habíais terminado. Eso me lo contaste el mismo viernes cuando llegaste a casa.

La cuestión es que llegaste a casa de tu madre tarde como no habías llegado nunca. Te tuvimos que llamar en dos ocasiones. Cuando entraste a la casa pusiste la excusa del aparcamiento y ahí se quedó todo. Comimos arroz y la vida siguió.

La semana siguiente, no recuerdo a qué altura pero con ocasión de que te ibas a ir a echar un rato con Nacho, te pregunté si ibais a seguir con el suelo y, sin más, respondiste que no, que lo habíais terminado la mañana del sábado...

Me quedé callado para que Natalia se situara y sacara sus propias conclusiones. Como buena mujer que es, tiene una memoria excelente. No seguí hablando porque creí oportuno que era un buen momento para que ella reaccionara de alguna manera.

Aunque le costó reconocerlo, comprendió que, efectivamente, llevaba escondiendo a Nacho de su madre desde hacía muchísimo tiempo. No sé si entendió que aquel episodio me doliera, aunque eso fuera lo menos importante tal y como yo le había dicho, no hizo ningún comentario al respecto. En su mirada solo seguía existiendo el miedo a enfrentarse a su madre y no encontraba frase con que decirme nada.

  • Es sencillo... -volví a decirle-. Tú eres feliz y, tu madre, aunque esto no sea a su manera, también quiere tu felicidad. Mientras que no se lo digas, no se va a poder alegrar por tu felicidad: no la estás haciendo feliz. Ni a ti tampoco... Cuéntaselo, no le mientas más... Por ti y por ella.

  • De verdad que no sé cómo eres capaz de... -me dijo.

  • Porque yo ya lo tengo más que asumido -le respondí interrumpiéndola-. Hace cuatro años que lo estoy viendo venir y que he pasado por todas las emociones posibles que me podría producir. Tanto lo de Nacho como lo nuestro -le digo, insistiendo en esto último para que sepa que tiene respuestas si es que su madre dijera de atacarle por ahí-. Lo nuestro se moría y vosotros estáis juntos. Estáis bien y no le hace mal a nadie ¿Qué más quieres?

Esto último de “no le hace mal a nadie” era fundamental, claro. Es el argumento definitivo para no tener miedo. Si a mi ya no me lo hacía, que fui el principal repercutido, al resto del mundo menos.

  • Bueno, eso son cosas mías .respondió finalmente-. Ya veré cómo las hago. ¿Tienes más anécdotas que contar? Porque, como empiece yo...

Entonces entendí a qué se refería exactamente con eso de que no sabía cómo yo era capaz de... A que cómo me atreví a hablarle de mentiras y engaños con el currículum que a mí me precede. Estaba a la defensiva. Seguía interpretando la anécdota como un reproche.

-Lo sé -respondí tras haber tenido tiempo para lamentarme por interrumpirla y no haberme dado cuenta de que, como de costumbre, ella iba por un camino y yo yo por otro-. Mentiras las mías, y muchas. Pero, ahora que sacas el tema, podemos hablar de ellas si quieres. En serio que no tengo nada que esconder y que no me queda nada de malas, Natalia. En serio que lo asumo todo...

  • Te pasaste -dijo.

  • Me pasé -respondí-. Esa foto nunca tendría que haber salido de mi poder.

  • Ni esa, ni ninguna otra -sentenció.

Natalia descubrió, después de divorciados, el uso indebido de una fotografía íntima suya durante nuestro matrimonio y sospechaba que no había sido la única vez. Era, es, uno de sus mayores miedos, que ya se trató en su momento y del que ambos teníamos la sensación de que se había cerrado en falso.

No es el único episodio que cerramos en falso. Durante la crisis matrimonial y luego, en la separación, vivimos muchas experiencias que ahí se quedaron y que cada uno sabemos cómo las vivimos y por qué. Pero yo tenía particularmente una que me dolía especialmente. La segunda ocasión en que les espié con contacto visual y el asunto salió como salió. Una experiencia que podríamos bautizar como “la noche del coche con las luces apagadas”.

Fue una de esas situaciones rocambolescas en las que, la víctima, se convierte en verdugo y, el verdugo, en víctima. Y, en ese momento, me moría por contársela. Necesitaba hacerle ver que habíamos entrado en una espiral en la que, por distintos motivos, aquí ya mentíamos todos y que se estaba produciendo delante de nuestras narices y con total impunidad.

Resultó que terminé siendo la víctima de un episodio que había planeado como verdugo. Natalia, en la churrería, hasta ese momento, aún no sabía las razones que acreditaban que, en aquella ocasión, yo hubiera podido adoptar esa postura. No conocía toda la historia, pero yo sí.

Y sabía que, si se lo contaba, también iba a sonarle a reproche...

  • Ni esa ni ninguna otra. Aquello se quedó resuelto. Pero, si quieres, podemos hablarlo tanto como necesites. Aunque, si no te importa, ¿podemos de la noche del coche de las luces apagadas?

  • ¡Anda que esa! -se indignó.

  • ¿Te la ha contado? -le pregunté a Nacho.

Asintió.

Los hechos son que yo llegué con el coche al lugar en el que se reunían una noche para espiarles. No había noche de viernes que Natalia no llegara a casa por encima de las tres de la madrugada y había tenido oportunidad de diseñar un plan para pillarles in fraganti. A mi entender, se estaban dando todas las condiciones necesarias para poder demostrar su infidelidad. Y se dio el caso de que, una noche, pude llevar a cabo mi plan.

Natalia y Nacho compartían su afición con una tercera persona. Alguien que tenía pareja, hijos, un par de coches distintos y una casa a medio camino entre la ciudad y el lugar en el que se reunían. Uno de esos viernes, después de haberme asegurado de que Natalia me dijera por escrito qué coche utilizaría la tercera persona para ir a su habitual encuentro, cuando me empezaron a parecer horas intespectivas me fui a espiar. Al pasar por la puerta de la casa de aquella tercera persona, su coche ya estaba allí aparcado. Me detuve e hice algo tan sencillo como palparle el capó para conocer su temperatura. Aquel capó estaba frío por lo que, como poco, el coche llevaba algo más de media hora allí aparcado.

El dato me decía cuánto tiempo llevaban a solas Natalia y Nacho.

Recorrí los siguientes ocho minutos de trayecto en coche envenenándome con mil fantasías endemoniadas que me encabronaban. Y me temía lo peor, claro. El siguiente paso de mi plan era aparcar y, sigilosamente, acercarme hasta el local para escuchar y decidir cuál debía ser el siguiente paso. Sin embargo no encontré aparcamiento en el lugar en que pensaba que iba a encontrarlo y la cosa se empezó a torcer.

Mi primera reacción fue la de buscar un nuevo sitio en el que detenerme y, además, la de apagar las luces del coche. El local donde se reúnen tiene, también, una terraza desde la que Nacho estaba observando el coche sin saber que era yo.

Llamó la atención de Natalia quien, al asomarse a la terraza y reconocer el coche, supo de inmediato lo que estaba pasando. Por mi parte, en cuanto la vi asomar comprendí que tenía que salir de allí cagando leches. Y apuré las marchas del coche acelerando mientras me perdía en lo hondo de aquella calle en la que, casi al final, le encendí de nuevo las luces al coche.

Los hechos son que, una vez los dos a solas en casa, Natalia se sintió ofendidísima porque su marido no confiaba en ella y su marido no le dijo que tenía las pruebas que justificaban que no confiara. Más aún cuando, durante aquella misma discusión, Natalia recurrió a la tercera persona para defenderse y la puso en un lugar en el tiempo en el que yo sabía que era imposible que estuviera porque sabía cuánto tiempo llevaba en su casa.

  • ¿Un loco celoso, no? -le pregunté a Nacho para que confirmara que esa era la versión que Natalia le había contado de la historia.

  • Más o menos... -respondió Nacho.

  • Perdía la noción del tiempo cuando estaba contigo -le dije-. Y no se daba cuenta...

  • ¡¿Qué dices?! -intervino Natalia poniendo aquel gesto de desaprobación tan hiriente que sabía utilizar con tanto tino.

Volví a dirigirme a ella y, de nuevo, extendí las manos sobre la mesa esperando que me las cogiera. No sabía qué hacer y miró a Nacho. Él le animó a que lo hiciera.

  • Natalia, de verdad, no se trata de buscar culpables. Ya no... -le dije cuando me las volvió a coger-. Son solamente momentos para que entiendas por qué yo sabía que esto iba a pasar y que también lo tengo superado y que no te culpo de nada. Ya te he dicho que es bueno y que me alegro por ti. No quieres creerme, no quieres creértelo porque tú no lo has vivido así. Para ti ha sido de otra manera. Cuéntamelo cuando quieras y vamos cerrando etapas con ese café que, desde el primer momento, te dije que me encantaría tomarme contigo. ¡Con este café y estos churros!... ¿Vale? ¿Vamos cerrando etapas?

Asintió.

Les conté lo que no sabían acerca de que había calculado tiempos y cómo, posibilidades aparte sobre lo que podría haber pasado entre ellos durante ese tiempo, el aprendizaje final había sido el de que Natalia estaba tan a gusto con Nacho que perdía la noción del tiempo.

El aprendizaje final, aunque suene a paradoja si soy yo quien lo digo, es todo el bien que él le hacía, en realidad.

  • Nacho pensaba, piensa, lo mismo que tú, te decía lo que querías escuchar y lo que tenías que escuchar. Te animaba a tomar tus propias decisiones. Aquellas que se referían solo a ti y que tenías que ir tomando. Incluso las que se referían al “nosotros”. Nacho era la voz de tu amor propio. Es normal que estuvieras enamorada de él y que no lo vieras, volvías a tener una excusa en la que camuflarlo.

Y Natalia siempre ha sido de creerse sus propias mentiras. Que es otra razón por la que le debe estar costando tanto entender y aceptar que las cosas no son solo como ella las veía.

  • No pasa nada -le dije, sosteniéndole la mirada y sin soltarle las manos-. Aunque los papeles y la moral dijeran una cosa, estábamos pasando de nivel y las cosas van ocurriendo poco a poco. Ya sabes lo que se dice de Dios, ¡no? Que Dios escribe derecho con los renglones torcidos.

Es totalmente cierto. Dios sabe que tienes que enfrentarte a ciertos límites en momentos trascendentales y deambular por la cuerda de equilibrios de la inmoralidad y te lo permite. Pero suele hacerse presente para recordarte que te está echando un ojo. Natalia sabe cómo siento el hecho religioso y lo serio que es mi mensaje cuando recurro a él. De hecho, tras nuestro divorció solicité nuestra nulidad matrimonial y, en las razones, argumenté las que me incapacitaban en el momento de su celebración. Luego la sentencia dictó que ambos estábamos incapacitados para haberlo contraído. Es un asunto que sigue sin cerrar con Natalia y que sé que también le dolió particularmente.

  • No pasa nada, de verdad-. Volví a decirle.

Solté una de sus manos para cogerle la otra con las dos. Con la que tenía puesta encima, le hice unas caricias en los nudillos y luego se la solté. Todo esto acompañado de mi más sincera sonrisa de “me alegro de verte”.

  • Dadme un segundillo, voy al baño.

Por un lado, necesitaba soltar los lagrimones que se me estaban condensando en el interior de los lagrimales y que los iban a reventar y, por otro, imaginé que Natalia necesitaría un momento a solas con Nacho para poder decir todas las cosas que ya no dirá más delante mía. Y volví a llorar.

Sé perfectamente cuál es ahora nuestro lugar en la vida de cada uno. Sé perfectamente cuál es la vida de cada uno y sé que, la de Natalia, no es la mía. Sé que ha llegado el momento de comenzar mi nueva vida y que, mi vida, no es la de Natalia. Sé que ha llegado el momento de decir adiós porque, definitivamente, nuestras vidas toman caminos divergentes.

Me ha costado verlo, a pesar de mi psicótica manía persecutoria para descubrirles de hace unos años. He querido ir agarrándome a cada atisbo de esperanza que fuera capaz de imaginarme para, al menos, conseguir esta relación de amistad que tanto bien me hace. Pero también he sido testigo de como todas, una tras otra, se han ido desmoronando.

Al regresar del baño, volví a sentarme en aquella mesa vacía en la que solo había servicio para una persona. Natalia y Nacho no estaban. No habían estado más que en mi imaginación; Participando de aquella conversación que quería mantener con ellos desde que había conocido la noticia de que estaban saliendo y que, sin embargo, nunca sucederá.

Aún tuve tiempo de imaginarme una emotiva conversación en la que ambos desnudábamos nuestros corazones e íbamos cerrándoles algunas heridas y que, evidentemente, dejaba sabor a poco. Un minuto más con Natalia siempre sería un minuto más con Natalia. Allí se quedaron las pruebas de las tres veces que hurgó en mis cuentas de correo y que nunca supo que yo sabía, allí se quedaron el desafortunado “ya no te quiero” que, refiriéndome a lo que sentía hacia mí mismo, lo espeté a ella el día del portazo, y el “tú no vienes” con el que me confirmó inconscientemente que su camino ya no discurría contiguo al mío, que ella se había ido... Allí se quedó el intento convencido de la reconciliación cuando, a los veinte días, tuve la revelación que me aclaró cómo resolver aquel entuerto; Allí se quedó aquel “quiero el divorcio” y el bloqueo en redes sociales con los que me reveló que, su plan de vida, no solo no era el mismo que el mío sino que, además, ni siquiera me incluía.

La poética del kiosco churrería me arrancó algunas últimas lágrimas de nostalgia: allí donde todo había empezado, también debía terminarse.

No es de recibo, ni proponer ese encuentro, ni contarte siquiera que lo he soñado. Y todo ello aún a pesar de que piense que, si me apetece hacerlo, debería. ¿No soy yo el que defiende eso de ser libre para tomar nuestras propias decisiones y valientes para apechugar con sus consecuencias? Pero, ¿Sabes qué pasa? Que la consecuencia eres tú y que todavía siento que te causo dolor y que no puedo curarte.

Así que resulta que me sigues importando más que yo mismo.

Te deseo, de todo corazón, que seas inmensamente feliz. Yo me voy a intentar serlo también.