La Carta
Mezcla de sumisión, dominación y confesiones. Julieta me sorprendió con su carta y me perece que su experiencia debe ser compartida por esta comunidad
La Carta
Autor: Ricardo Erecto
Hace unos meses atrás estaba trabajando en mi oficina, como lo hago todos los días, cuando, por tareas acumuladas decidí no salir a almorzar. Le indiqué a mi asistente que ella tomara su tiempo de almuerzo que yo mismo atendería el teléfono.
Cerca del mediodía ella me indicó que salía y dejaba la línea en directo a mi oficina. Poco después un cadete deja la correspondencia sobre su escritorio y como estaba esperando copia de un contrato importante, me acerqué y tomé la correspondencia.
Revisé lo que había llegado y tuve una sorpresa. Una carta iba dirigida a Ricardo Erecto, con la dirección de la oficina y el despacho correspondiente. Mucho me sorprendió ya que nadie conoce la dirección física de mi nombre de fantasía ni tampoco nadie conoce mi afición por escribir cuentos eróticos.
Guardé la carta en un cajón con llave y continué trabajando. Al finalizar la jornada ya había finalizado la tarea pendiente y mi asistente me indicó que, si no necesitaba nada más, se retiraba. Le di mi aprobación y cuando quedaba la oficina casi vacía, abrí la misteriosa carta. No tenía remitente y el matasellos era del Aeropuerto de Miami, clara indicación de que quién la enviaba no deseaba saber dónde vivía o poder rastrear su origen
La trascribo en todos sus términos sin agregar ni quitar nada.
Estimado señor Erecto.
Mi nombre es Julieta, tengo 28 años y convivo con mi pareja, Antonio, desde hace tres años.
He leído mucho de sus cuentos y varios de ellos usted manifiesta cierta incredulidad de la aceptación por parte de las mujeres de ser sometidas, dominadas o esclavizadas.
Le contaré un rito que siempre llevamos a cabo con mi Antonio cada vez que vamos a coger.
Por su trabajo debe permanecer casi toda la semana fuera de casa, regresando los viernes por la noche y saliendo el domingo al atardecer. Durante la semana generalmente viene una noche a casa, pero no más.
Cuando llega, siempre ambos estamos ansiosos por tener momentos íntimos, por lo cual apenas traspone la puerta de calle, nos abrazamos, nos besamos y nos dirigimos al dormitorio. Allí mi Antonio comienza a desnudarme y magrear mis distintas partes sensibles hasta que me dice “Acuéstate”.
Ese “Acuéstate” quiere decir que, así desnuda como estoy me tiro al piso boca abajo, separando ligeramente las piernas y mis brazos tomados por encima de mi cabeza. Entonces mi Antonio me pone un pie en la espalda justo a la altura de las tetas y otro pie sobre uno de los muslos.
Así mis tetas quedas aplastadas contra el suelo y mi cuerpo bastante inmovilizado por el peso de su cuerpo. Entonces se quita el cinturón de su pantalón y de aplica siete fuertes azotes en cada cachete del culo, dejando sendas marcas rojas.
Una vez concluida la tarea, me incorporo y me acuesto en la cama con las piernas separadas esperando ser cogida. Usted se preguntará si no me han dolido los azotes. ¡Claro que me han dolido! ¡Y cómo! Pero al mismo tiempo mi concha se ha llenado de flujo, me he calentado, deseando ser penetrada por la polla de mi Antonio, que luego de quitarse toda la ropa, me la clava hasta el fondo de una vez. La lubricación vaginal facilita la penetración.
Siempre es un polvo que disfruto mucho olvidando el ardor del culo por los azotes. Luego de corrernos permanecemos unos minutos así, mi Antonio descansando su cuerpo sobre el mío, con su pecho sobre mis tetas y su pija, que comienza a ablandarse dentro de la vagina.
Cuando él se levanta, proseguimos con el rito. Ahora me acuesto nuevamente en el suelo, pero boca arriba. Mi Antonio apoya un pie sobre el pubis y el otro sobre mi cara que la he puesto de costado. Todo su peso repartido entre mi cabeza y el bajo vientre.
Toma nuevamente el cinturón y ahora los azotes son dirigidos a mis tetas. Siete azotes en cada teta, sobre o muy cerca de los pezones. Me incorporo y me ubico sobre la cama apoyada en mis rodillas y mis codos, dejando el culo levantado y exponiendo tanto el pequeño orificio como la concha. ¿Si me dolió? ¡Sí y mucho! Pero nuevamente siento un cosquilleo en mi concha que espero ser prontamente calmado.
Entonces mi Antonio decide si me la clava por la concha desde atrás o prefiere sodomizarme, clavándome su hermosa polla en el culo. Es este caso yo no decido cuál de los dos agujeros será penetrado, es solamente decisión de él.
En la posición descripta su polla se abre paso en mi interior. Si me está cogiendo por el culo, sus dedos juguetean en mi concha y si me está clavando en la concha sus manos juegan con mis pezones.
He tratado de describir lo más ajustado posible al rito que llevamos a cabo con cada polvo. Así me siento dominada, usada y sometida pero al mismo tiempo llego a un climax que nunca antes lo había alcanzado.
Hace unos días mi Antonio me comentó que está pensando en cambiar el rito y lograr nuevas sensaciones. Por supuesto no me consulta y seguramente muy pronto estaremos practicando sexo de acuerdo a las nuevas reglas de mi pareja.
Sean estas líneas para convencerlo que hay muchas maneras de disfrutar el sexo, aunque a veces parece imposible calentarse cuando una recibe unos terribles azotes en los pezones.
Finalmente quiero decirle que puede dar a esta carta el destino que considere conveniente, incluso publicarla para conocimientos de la comunidad.
Se despide cordialmente de usted,
Julieta