La carretera

Una carretera secundaria, un camión y una historia de dominación entre un muchacho y el camionero maduro que le recoge.

LA CARRETERA.

La carretera es un lugar salvaje, la verdadera jungla del asfalto. Un espacio yermo entre dos ciudades, en medio…la nada, en la que las reglas están abiertas. En la que el sol, el calor, el cansancio acaban por cobrarse su precio; el deseo.

Acababa de dejar una carga y retornaba de vacío, me distraía del tedio de la carretera con la música de la radio, cigarrillos y alguna que otra cerveza. Hacía calor, ¡joder! Ese maldito calor que hacía que llevase la camiseta empapada y el paquete sudado. Un cincuentón solitario, un lobo de la carretera. Estaba caliente y mi tranca me envíaba mensajes que yo no quería escuchar.

Decidí parar en una gasolinera para refrescarme a ver si se me pasaba la fiebre. Dejé al mozo de la gasolinera que llenase el depósito y pasé a los lavabos. Me quité las gafas de sol y me miré en el espejo. Tenía mal aspecto. El rostro sin afeitar, quemado por el sol que contrastaba con mi pelo corto y canoso. Metí la cabeza debajo del grifo, el agua fría era una bendición, me lavé la cara y los sobacos, empezaba a revivir.

Descargué toda la orina acumulada de varias cervezas. ¡Uff! El bicho no paraba de latir en mi mano que lo agarraba para controlarlo.

Salí al exterior, calor de nuevo, el aparcamiento desierto, salvo un chaval sentado sobre su mochila al borde de la carretera, Me acerqué a él, la grava rechinaba bajo mis botas, me paré a unos metros para observarle, saqué un cigarrillo aplastado del bolsillo de mi pantalón y lo encendí.

Me miró. Era un muchacho rubio, el pelo largo, guapo a rabiar, delgado, nada de músculos, pero bien formado. No llevaba camiseta, la llevaba enrollada en la cabeza para protegerse del sol, unos pantalones cortos y unas botas de acampada.

La polla se intentaba imponer, me susurraba "cómetelo".

-¿Me puedes llevar?

-Dónde vas chaval.

-A cualquier parte-dijo sonriendo.

-Sube.

La carretera es la dueña de los que por ella se internan. Musa, traidora, cómplice, soñadora. Inspira conversaciones que jamás se tendrían en otro lugar, entre un hombre y un muchacho.

-¿Qué es eso de que vas a cualquier parte?

-Jaja, pues eso-contestó el chaval- estoy de vacaciones, quince días sin tener que ir a la misma oficina de siempre, con el mismo trabajo de siempre, los compañeros de siempre. Ya sabes-dijo estirándo los brazos y las piernas en señal de libertad- ahora tengo la oportunidad de conocer un lugar distinto, que no sé ni como se llama ni lo que me esperará allí.

-En busca de experiencias, ¿no?

-¡Ah! No, en absoluto, no busco nada, aceptaré lo que la carretera me de, donde me lleve. Sin expectativas que luego me puedan defraudar.

Le escuchaba, me gustaba aquel chico, sus maneras suaves, su conversación inteligente, su sonrisa abierta y sincera. De tanto en tanto le observaba a través de mis gafas de sol, el cuerpo lampiño, el bello finísimo de sus piernas. Descubría divertido como me lanzaba miradas furtivas a mis brazos, a mis grandes manos, a mi paquete. Mientras el tiempo pasaba, la conversación continuaba, la magia comenzaba a trenzarse.

Las rayas amarillas de aquella carretera secundaria marcan como un reloj el tiempo, interminables, constantemente engullidas por el camión. El sol poniéndose en el paisaje abierto.

-Perdona, me he dormido.

-Tranquilo chico, ¿tienes sed? Dentro de la guantera hay unas cervezas, acércame una y coge lo que quieras.

El chico obedece, coge una lata y la abre, me la da. Va a coger otra para él cuando se encuentra con un objeto extraño. Lo saca, lo mira sorprendido. Unas esposas.

-¿Y esto?

–Esto es para las chicos malos.

El muchacho se turba, se sonroja pero no puede dejar de tocar el metal, de observar sus formas agresivas, de pasar sus dedos por las estrías del cierre. Le observo, le analizo.

-¿Te gustan?-alzo el pie del acelerador, el sol es una mancha roja poniéndose en el horizonte.

El muchacho calla, baja la vista, En su pantalón se marca el deseo.

-¿Son preciosas, verdad? Te atraen como un imán, Te gustaría ponértelas, pero no te atreves, te dan miedo y a la vez te gustaría sentir la inquietud del qué pasará cuando las tengas puestas.

-¿Dónde guardas la llave?

-La llevo colgada al cuello –le respondo mostrándole la cadena de la que pende una llave pequeña.

-No me atrevo…¿A ti te gustaría que me las pusiese?

-No sabes hasta que punto.

El chico abre una de las manillas y se la pone, luego la otra sin cerrarlas, juega un rato con ellas, mueve las muñecas sintiendo el contacto del acero en su piel. Sólo necesita un pequeño empujón más.

-Lo sé, te atemorizan, no quieres adentrarte por una senda desconocida. Déjalas en su lugar-me arriesgo- A no ser que tu curiosidad pueda más que la prudencia.

El muchacho lentamente me acerca las dos muñecas en actitud de sumisión, yo sonrío y con una mano las cierro. Después se deja caer sobre el respaldo, las manos en el regazo intentando un tímido placer solitario, con es sabor agridulce del abandono en su boca.

Le atraigo y le beso. Le como la boca, el muchacho gime al sentir sus labios mordidos, se rinde me busca la boca, que yo rechazo. Me suplica con los ojos, le beso de nuevo. Está cayendo en la trampa de la dominación.

Saco del bolsillo una tira de cuero y le amordazo con ella, se la anudo fuertemente, privándole de la palabra. Es un favor que le hago, pues de esta forma no podrá expresar sus dudas, sus miedos. El me lo agradece con una mirada de temor.

Un centenar de metros más adelante entro en un camino vecinal, bajo del camión arrastrando conmigo al chico. Le llevo agarrado del brazo unos metros, le cojo del cabello hasta ponerle de rodillas frente a mí.

-Ábreme la bragueta, tengo ganas de mear.

El chico obediente acerca con temor y deseo sus manos, abriendo uno por uno los botones del pantalón, manipula con la torpeza de las manos esposadas hasta que logra sacar al bicho fuera de los calzoncillos que lo aprisionan. Sus dimensiones le asustan pero no la suelta, continúa aferrado a esa barra de carne fascinado hasta que el chorro de orina le golpea en la cara. Entonces sale de su estupor e intenta apartarse.

-¿No te gusta la cerveza reciclada? Ya te acostumbrarás-de digo dándole un empujón, tirándolo al suelo boca abajo.

El muchacho intenta incorporarse pero cae al suelo por el peso de mi bota en su espalda.

Comienzo a orinar sobre él, sobre su espalda, piernas y cabeza. Busco con el chorro interminable su cara, su boca entreabierta por la mordaza.

-Con el tiempo te acostumbrarás, incluso suplicarás para que un hombre te regale su meada.

Me agacho, me siento sobre su espalda y le quito las botas y los calcetines bajo las protestas inútiles del muchacho. Luego de un tirón los pantalones cortos. Está completamente en pelotas.

Le hizo por los cabellos hasta ponerle de rodillas de nuevo y le ordeno abrir la boca, entregándole el último chorro, haciéndoselo tragar.

-Recoge todas tus cosas y las metes dentro de la mochila, no las vas a necesitar durante un tiempo.

De nuevo la carretera, el muchacho llora en silencio, humillado, pongo la radio más alta para que se distraiga.

-Te gusta esta tipo de música –le pregunto, pero el chico vuelve la cara hacia la ventanilla en señal de rechazo. Le agarro del pelo tirándole hacia atrás –Pero que guapo eres, coño- de susurro, juego con sus cabellos, le tiro de ellos hacia mi hasta que tengo su boca a mi alcance, le beso para tranquilizarle, sintiendo su mordaza interponerse entre su lengua y la mía. Después le empujo la cabeza hasta mi paquete.

-Venga, distráete un poco –le ordeno.

El chico pega la cara en la bragueta y hociquea como un cachorro en busca de su alimento, pero todavía no es la hora de cenar.

Tengo la tranca dura, muy dura, la situación es excitante, el chico completamente desnudo me muerde la polla a través del pantalón, yo conduciendo con aquel chaval pegado a mi bragueta como una lapa, cuando no trabaja lo suficiente le doy unos cachetes en su culo desnudo, cuando se porta bien deslizo mi dedo por las puertas de su culo, ese ano rosado que se abre y se contrae ante mis caricias.

-Es hora de cenar.

He elegido un hostal aislado y solitario, aparco en una zona oscura. Le hago bajar, se queja, se resiste, pero no tiene opciones. Le conduzco hasta un poste de la zona de atrás, le abro una manilla de las esposas y le vuelvo a esposar al poste, esta vez con las manos a la espalda.

-No quiero que te entre el pánico y me armes un alboroto-le digo mientras saco del bolsillo un pañuelo que le introduzco entero en la boca asegurándoselo de nuevo con la tira de cuero.

-Así buen chico -le digo mientras pellizco sus pezones- Espérame aquí mientras ceno, no te vayas muy lejos ¿eh? Y le dejo encadenado al poste, desnudo, amordazado y con una erección entre sus piernas.

Una hora después salgo de cuchitril, se come mal, en la mano llevo un bocadillo que he pedido para el chico. Me acerco hasta él, apenas le veo en la oscuridad de la noche, me planto a unos pasos y enciendo un cigarrillo mientras le observo. ¡Que hermoso es!

Le quito la mordaza y le voy metiendo trozos del bocata en la boca.

-Come.

El chico rechaza con movimientos de cabeza, le doy un par de bofetadas suaves, no quiero afear su rostro con moratones, le fuerzo a comer. Mientras le tranquilizo con susurros, con caricias.

-Ya te lo has terminado todo, eres un campeón-le digo mientras introduzco mis dedos en su boca para que me los limpie- Así, bien, chico, lame mis dedos. Vamos tenemos que volver al camión.

Le quito las esposas y le conduzco totalmente desnudo pero libre hasta la puerta del camión, quiero comprobar su grado de sumisión. Confío en él.

Mi instinto no me ha fallado, entra en el camión y se acurruca junto a mí, le atraigo y le paso uno de mis dedos por los finísimos labios. Entreabre la boca, roza mis dedos con su lengua, los muerde con suavidad.

Tiro el respaldo del asiento hacia atrás, y me estiro. Entiende enseguida. Me abre la bragueta y me la saca.

Sentir la lengua de un muchacho guapo en tu polla es una experiencia a la que ningún hombre debería renunciar. Le dejo que juegue con ella, es un buen chico y se lo merece, noto su respiración sobre mi pubis, apoderándose del olor de mis huevos, pasa sus mejillas por ellos, sus labios besando el tronco del bicho, con sus manos retira la piel del glande apoderándose de su aroma, lamiéndolo poco a poco hasta que lo devora con dificultad.

No es lo que tengo pensado. Le aparto con suavidad y le muestro las esposas. Se gira colocando las manos a la espalda. Con un click se abandona de nuevo a su destino. Le hago tumbar en el suelo de la cabina y le amordazo de nuevo con la tira de cuero.

A unos cuantos kilómetros hay un motel de carretera…pero eso es otra historia.

Una historia más de la carretera.