La carretera 4 (el leviatan)

Hay momentos en la vida en los que te tienes que aliar con le mismísimo diablo, por eso no dudé en pedirle ayuda al Leviatán.

LA CARRETERA IV

Me equivoqué de pleno. Drazen ya se había puesto en movimiento. Venía  por mí.

Había entrado en una mala dinámica, siempre había pensado que cuando tienes tratos con tipos de esa calaña lo mejor era ver la fiesta de lejos, sin entrometerse, la llegada del chico lo había trastocado todo.

El nene se había portado bien. Más que eso, me había salvado el pellejo exponiéndose a aquellos dos babosos, había hecho de puta para mi, los entretuvo para que pudiese cumplir el recado. Tenía que pagarle con creces su valentía.

Había salido pitando de la zona caliente y me dirigí hacia el sur. Tocaba cambiar de aires. El chico dormía como un bebé, satisfecho de poder ayudar a su hombre, a su macho y yo siempre he sido muy generoso con las putas. Conduje deprisa hasta la costa, en poco más de tres horas el dorado ocaso del mediterráneo apareció de repente tras un recodo de la carretera.

Dejé el camión en un aparcamiento fuera de la ciudad y le di la dirección al taxista de un buen hotel.

El chico estaba como loco, no había visto nada igual, la verdad es que yo tampoco, pero ocultaba esa verdad velada con mentiras a medias.

A solas se volvió a entregar, follamos como animales, como si nos fuera la vida en ello. Tras una ducha mandé subir la cena a la habitación. De pronto el cansancio hizo mella en el muchacho y asomó todo el estrés acumulado. Le vi triste, dubitativo.

-¿Me estás utilizando verdad?

-De qué hablas ahora-dije fastidiado, habíamos acabado de cenar y me estaba fumando un cigarrillo, mientras le daba tragos a una botella de vino que costaba más que una revisión completa de mi camión.

-Lo tenías todo preparado, si algo salía mal yo iría a parar a la cárcel y tu volverías a esa maldita carretera.

Sonreí, ante la inocencia del chaval.

-No eres justo conmigo, en el asqueroso bar ese lo pasé muy mal y tú sin inmutarte me dejaste a mi suerte-insistió en su autocomplacencia.

-No sabes lo que dices, simplemente les di una de cal y otra de arena ¿crees que hubiéramos salidos bien parados de haber intervenido antes.

-Podrías haberlo intentado- dijo levantándose hasta llegar a la ventana. Su delgada figura recortándose desnuda en el exterior.

-Lo hice cuando lo tuve que hacer y punto.

Se instaló un pesado silencio que se podía cortar con el filo de mi machete.

-Ven aquí muchacho, se me ha puesto dura otra vez.

El muchacho me miró, en su mirada vi algo que no me gustó.

-Creo que es hora de marcharme- dijo recogiendo sus calzoncillos del suelo y comenzó a vestirse.

-Te he pagado muy bien los servicios-le humillé- y no te vas a marchar hasta que me harte de ti. Así que trágate tu orgullo y de paso mi polla-añadí mientras le retenía por un brazo.

-No soy ninguna puta-gritó a la vez que me empujaba con un brazo intentando separarse.

Le arreé una bofetada que le tiré al suelo. El chico me mandó una mirada envenenada mientras se le escapaban las lágrimas. Me arrodillé a su lado y cogí su cara con mis manos, lamí sus lágrimas y sus labios. Me rechazó.

-Estás borracho, déjame marchar.

Pero yo tenía la polla a tope y la escenita del nene me empezaba a poner muy burro. Me subí encima de él. Después todo se sucedió de una forma imprevista, yo pensaba hacerle el amor de una forma placentera para él, me seguía enterneciendo su actitud, pero se defendió.

Me empujó con su cuerpo intentando escapar, le agarré del pelo hundiendo su cabeza en la moqueta, buscando su agujero. Se revolvía y lloraba, defendiéndose de mi acoso. Me pegó un puñetazo en la cara, se lo devolví, me arañó y mordió. Me puso más caliente.

Tras un rato de inútil forcejeo conseguí llevarle las manos a la espalda, sujetándoselas con una de mis manos, con la otra busqué a tientas la bolsa, saqué las esposas y se las cerré con fuerza en sus muñecas. Me levanté.

-Déjame, te lo ruego.

Fue lo último que dijo., le rasgué el slip y se lo introduje en la boca. Me mordió los dedos, sin poder impedir que entrase todo dentro de su preciosa boquita. Me senté en un sillón para disfrutar de la visión, encendí un cigarrillo mientras él sacudía la cabeza intentando escupir el calzoncillo que le amordazaba.  Yo me divertía dándole pequeñas patadas en el costado o poniéndole el pie en la cabeza para mantenerle en el suelo. Un divertimento amargo pues había planeado otra cosa, pero el lobo interior me había suplantado, estaba sediento y hasta que no se cobrase con el culo del muchacho no iba a parar.

Aplasté la colilla sobre la moqueta y le di un último trago a la botella. Con los dedos del pie le rozaba el angosto paso del culo del chaval, que lo impedía con sus movimientos. Había llegado la hora de follármelo.

Le levanté sin muchos miramientos y lo empujé sobre la cama. Me tendí me ella y  conseguí colocarle encima de mí, arrodillado, sentado a horcajadas sobre mis caderas. Sus ojos despedían odio.

-Ahora vas a ser un buen chico y te vas a empalar.

El chico gruñó de rabia a través de la mordaza negando con la cabeza. Le levanté por las caderas y con ayuda de mi mano le puse el vergajo en su entrada, que obstinada se cerraba. Le empujé un poco para introducírsela. Estaba muy abierto de las folladas anteriores por lo que no pudo mantener el asedio durante mucho tiempo, ni impedir que le entrase la cabeza de la verga.

Lo levanté un poco más y se la hundí de golpe, su propio peso hizo el resto. Sus ojos se cerraron en un rictus de dolor que la mordaza impedía manifestar de otra forma.

Le coloqué las manos en las nalgas, lo levantaba para dejarle empalarse en cada movimiento que se sucedían sin parar. Icé mis caderas y le empujé con fuerza hasta dejarle totalmente embutido.

-Cabálgame.

El muchacho no se movió.

-¡Cabálgame!-le ordené de nuevo propinándole un par de bofetadas. Se negó de nuevo.

Le abofeteé otra vez, sintiendo como apretaba el esfínter sobre mi verga ansiosa.

Podría continuar violándole, pero quería su colaboración, que se tragase su orgullo, que volviese a ser la puta sumisa que había sido.

Llevé mis manos hasta sus pezones, rozándoselos a penas. Gimió.

-¿Te gusta que te toquen las tetitas, eh, zorra? –le pregunté con sarcasmo pellizcándoselas.

Un nuevo gemido, un nuevo intento de deshacerse de las pinzas que mis dedos ejercían sobre sus pezones endurecidos. La puta se estaba calentando.

-Venga, ahora vas a ser un buen chico y hacer feliz a tu hombre.

La polla del chico empezaba a hincharse, al poco rato se elevaba orgullosa en un arco que casi le tocaba el vientre. Apreté un poco más sus tetillas.

Poco a poco comenzó a moverse, a montar sobre el potro salvaje de mi polla. A veces lo volvía a levantar de las caderas hasta hundirlo de golpe. Mi vello púbico húmedo del sudor del culo del chaval le transportaba a la gloria. Arqueaba la espalda, la cabeza la estiraba hacia atrás, yo le agarraba del cuello, sintiendo el latido de sus pulsaciones que se correspondían al de su ano, pasando los dedos por su nuez. Hasta que no pude aguantar más el subidón, con cuatro golpes secos descargué en sus intestinos.

Me quedé unos instantes gozando del momento.

Le quité el slip que le amordazaba.

-Límpiamela.

El muchacho obediente descabalgó y se afanó en cumplir la orden. La leche resbalaba de su ano sobre mi verga, sobre los pelos del pubis, hasta caer sobre mis testículos. Aplicó los labios  sobre cada uno de los goterones sorbiéndolos. Con la lengua lamía el mástil que se negaba a aflojar y se erguía frente a su cara. Para acabar con los huevos que se metió uno a uno en la boca hasta dejarlos relucientes de esperma, sudor y los jugos de sus entrañas.

Le tendí boca abajo y se la hinqué de nuevo, esta vez de una forma suave, dulce. Le decía palabras tranquilizadoras al oído. El chico se estremecía por el roce de mi barba sin afeitar en su cuello, las manos esposadas a la espalda, el rostro ruborizado por el placer. Con mis piernas separé las suyas, con los brazos le levanté la grupa hasta dejarle de rodillas con la cabeza apoyada en la almohada y continué empujándole hasta que me corrí de nuevo a la vez que a él le llegó el orgasmo.

Nos quedamos tendidos sobre la cama, jadeantes y sudorosos, descansando de la lucha en la que habíamos convertido el polvo.

Pasaron los minutos, me incorporé para quitarle las esposas. La visión del chaval estirado en la cama con las piernas abiertas, su culo abierto del que caía un reguero de leche hasta sus huevos rosados y jóvenes, me inflamó de nuevo. Le abrí las manijas de las esposas  con la llave que pendía de mi cuello y me tendí sobre su espalda. No tenía fuerzas para penetrarle otra vez, así que me quedé sobre su espalda hasta que el sueño me venció.

El click del amartillado de un revolver sobre mi sien me despertó. Abrí los ojos para descubrir que no se trataba de un sueño. El rostro de un tipo que no me resultaba desconocido me sonreía mientras jugaba con el arma apuntándome a la cara.

-Nos volvemos a ver, pizzero.

Se trataba del tío joven y chulo del hangar de la noche anterior.  Intenté localizar al chico pero el cuerpo del sicario de Drazen me lo impedía. Tenía que ganar tiempo.

-¿Y tu novio el gordo, no le gustó como se la chupaste?

Me metió el cañón del revolver en la boca.

-Agárrate con las dos manos al travesaño del cabezal de la cama. Despacio, sin hacer tonterías. Estoy loco por pegarte un tiro y estampar tus sesos sobre la pared, no me des ni un solo motivo para hacerlo.

No hablaba en broma, así que levanté las manos y me así a la barra de madera. Cogió las esposas y las cerró sobre mis muñecas. Sonrió dándome unas suaves bofetadas “cariñosas”.

-Buen chico.

Se levantó y entonces pude hacerme una idea de lo que estaba ocurriendo. Era completamente de día. Habían entrado vestidos con el uniforme del personal del hotel con el carro en el que colocan la ropa sucia. El tipo gordo también estaba allí, ocupándose del chico al que estaba amarrando con una cinta adhesiva. Cuando terminó cortó un trozo con el que selló la boca del chaval que me miraba asustado pidiéndome ayuda con la vista desde el suelo.

Lo registraron todo, hasta encontrar el fajo de billetes dentro de la mochila. También se llevaron el arma que guardaba.

-¿Cómo nos habéis encontrado?

-Usando la cabeza, idiota. Era de imaginar que no te quedarías por allí, tenías pasta, así que llamamos a todos los hoteles del sur que es donde van todos los garrulos como tú cuando tienen dinero. El resto te lo puedes imaginar. El chico encargado de cambiar las sábanas ahora está intentando desatarse dentro de un cuarto de esos en los que se guardan las escobas. Así que no tenemos demasiado tiempo para charlar.

-Deja en paz al chaval, él no tiene nada que ver.

-Te equivocas pizzero. El chico ahora pasa por ser una parte importante- añadió. Luego se volvió hacia el gordo que continuaba enfardando con la cinta americana al chico.

-Mete al chaval en el carro y cúbrelo con las sábanas. Tenemos que sacarlo de aquí.

El gordo levantó al chaval que se movía como podía para evitar el secuestro inútilmente. Lo introdujo en el carro y le colocó la ropa encima para ocultarlo.

-Nos llevamos al chico. No te vayas muy lejos ¿eh? Le ayudo a meterlo en la furgoneta y enseguida vuelvo contigo. Quiero divertirme un rato antes de meterte el cañón por el culo y disparar. Será divertido ver como la bala te atraviesa las tripas hasta salpicar la pared con tus sesos- dijo con una sonrisa sádica, luego se agachó y me arrancó la cadena que guardaba las llaves de las esposas.

Salieron llevándose al chico. Tenía a penas unos minutos para intentar soltarme y evitar el secuestro. Lo intenté pero no pude. Tenía que hacer algo. ¡Joder, piensa! Me dije forcejeando sin ningún resultado.

De pronto lo vi claro. Tomé impulso con las piernas y las pasé por encima de mi cabeza golpeando la pared. Después de varias intentonas conseguí separar la cama a base de empujar con mis piernas. Cuando tuve el suficiente espacio, di una voltereta más hasta quedarme de pie entre la cama y la pared. Continuaba esposado, con las manos agarré con fuerza la barra que no cedía, separé un poco más la cama y comencé a darle patadas a la barra hasta que al fin cedió.

Estaba liberado de la cama, pero no tenía las llaves, se las había llevado el sicario de Drazen, pero había prometido volver.

Le esperé ocultándome detrás de la puerta. No tardó en entrar. Se había despojado del uniforme y vestía sus ropas. Se quedó parado unos instantes intentando adivinar que había pasado conmigo.

No le dio tiempo averiguarlo, le pasé los brazos por el cuello y se lo apreté asfixiándole. Intentó sacar el revolver del cinturón, pero la falta de aire le hizo desistir y se aferró a mi brazo desesperado por aflojar la presa.

-Felices sueños, mamón- le dije y apreté un poco más. El oxígeno dejó de regarle la sesera y se desmayó.

Le dejé caer al suelo. Me agaché buscando las llaves en sus bolsillos, las encontré y me deshice de las “pulseras”, luego cogí el revolver y lo puse fuera de su alcance. Le esposé. En el otro bolsillo guardaba el dinero, se lo quité. Me vestí rápidamente y me senté en el sillón a esperar a que la bella durmiente despertase.

Tenía prisa, así que un par de bofetadas le hicieron reaccionar. Cundo abrió los ojos se encontró con el cañón de su arma apuntándole.

-¿Dónde está el chico?-pregunté, sin más preámbulo.

-Vete a la mierda cabrón.

-¿Dónde está el chaval?-insistí.

-Si vas a disparar, hazlo ya, pues no te diré nada más.

Estaba claro que si me decía el paradero del chaval, le encargarían un bonito entierro, por lo que se resistiría a “cantar”. Tenía que cambiar de táctica.

Le agarré por los pelos y lo llevé a rastras hasta el lavabo, entre quejidos de dolor. Le metí la cabeza en el váter. Estaba lleno de orines y colillas de mis cigarrillos. Le empujé la cabeza hacia abajo. Con las manos esposadas no tenía mucho margen de movimiento, al cabo de un minuto, comenzó a patalear. Le sujeté con fuerza la cabeza hasta que escuché como se atragantaba.

Le saqué la cabeza chorreante de orines para que respirase. El boqueaba entre toses, maldiciéndome. Le volví a preguntar.

-¿Dónde-os-habéis-llevado-al chaval?

-Si te lo digo me matarán.

Le hundí de nuevo la cabeza en el inodoro, repitiendo la operación. Al cabo de unos minutos lo saqué de nuevo.

-¿Vas a hablar o prefieres ahogarte en mis orines? Sería un bonito final para un marica como tú.

-Hablaré-chilló entre toses-déjame respirar.

-No tengo mucho tiempo así que dime de una puta vez lo que quiero saber.

-Lo hemos llevado a una dirección que nos han dado, allí vendrán a recogerle. No sé más, te lo juro.

-Bien, levántate. Me vas a llevar allí, como sea mentira te cortaré los cojones y te los haré tragar ¿me entiendes?

Movió la cabeza afirmativamente.

Recogí mis cosas, le colgué la mochila para ocultar sus manos esposadas y lo empujé fuera de la habitación.

-Ahora vas a permanecer calladito, como un buen chico, No quieres llamar la atención ¿verdad?, así que camina en silencio.

Salimos del hotel. No tenía tiempo de ir a buscar el camión, además no habría sido operativo presentarse con un trailer, me hubiesen olido de lejos. Le pedí amablemente que me llevase hasta su coche. Que resultó ser un fantástico mustang del sesenta y seis metalizado en azul, que rugió al pisarle el acelerador.

-Bonito coche. Ahora me vas a guiar hasta ese lugar, si detecto que me engañas te tragarás tus propios cojones.

De nuevo en la carretera. Me encontraba seguro, ella siempre había cuidado de mí, ojalá también lo hiciese ahora con el chico. Después de unos kilómetros llegamos a un camino que se internaba entre matorrales hasta una casa apartada. Me bajé y le empujé fuera del mustang. Le hice caminar unos pasos delante de mí, detrás, le apuntaba con el revolver. La puerta estaba abierta. Le obligué a entrar con un golpe del cañón en los riñones.

Dentro estaba el gordo sentado en un sillón viendo una peli porno de espaldas a la puerta. En una mano sostenía una lata de cerveza con la otra se tocaba la entrepierna.

-¿Ya te has cargado al camionero ese?-dijo sin volver la vista

-Me temo que las cosas hayan cambiado un poco desde la última vez que nos vimos-respondí ante su asombro- Ahora tiéndete en el suelo, despacio, sin hacer tonterías.

El tipo gordo levantó las manos y se arrodilló en el suelo.

-Por favor no me mates. Sólo obedezco órdenes.

-Sigue siendo un chico obediente y no te mataré- le dije mientras cogía el rollo de cinta americana que estaba encima de la mesa y le amarré las manos. De una patada le derribé al suelo. Cayó como un fardo pesado al suelo.

-¡El chico! Habla, ¿dónde está?

-Se lo han llevado, no sé donde, pero ya no está aquí.

-¿Quiénes?

-¡Cierra la puta boca!-gritó el chulo desde atrás. De un puñetazo le senté en el sillón. De la nariz rota comenzó a salir un reguero de sangre. Me volví de nuevo al gordo que sollozaba de miedo en el suelo.

-El chico, habla.

-Vinieron dos tipos, no los conozco, sólo de vista, sé que trabajan para Drazen. No sé nada más. Hicieron una llamada por teléfono y se marcharon con el chaval. Tienes que creerme, no sé nada más.

-¿Desde que teléfono llamaron? Habla rápido, no tengo todo el día.

-Utilizaron ese –dijo señalándolo con la cabeza- No hay cobertura para el móvil en esta zona.

Por fin un atisbo de esperanza. Cogí el teléfono y anoté mentalmente el último número utilizado.

Les obligué a ponerse de rodillas y los hice caminar hasta ponerles de cara a la pared. Cogí el revolver y lo amartillé.

-Rezad una oración.

El gordo comenzó a lloriquear. El chulo simplemente se orinó encima.

-No me mates, por favor –insistía el gordo-Haré lo que sea.

Yo tenía un nombre al que recurrir para que me ayudase, pero necesitaba una moneda de cambio. El único hombre en el mundo que me podía echar un cable.

-¿Queréis seguir con vida?

Ambos afirmaron nerviosos. Me senté en el sillón y cogí el teléfono.

-¡Venid aquí!-les ordené. Se volvieron y se acercaron caminando de rodillas hasta situarse frente a mí.

  • Quiero las botas bien limpias, usad la lengua.

Bajaron la cabeza hasta mis piernas estiradas, un pie sobre otro.

-¡Lamed, perros!

Cogí el teléfono y maqué un número. Esperé mientras escuchaba los tonos mezclados con el chapoteo de la lengua de los sicarios sobre mis botas. Sus babas limpiaban el polvo dejando el cuero brillante. El gordo se afanaba sumisamente en lamer de una forma incondicional, le gustaba obedecer. El chulito, más reticente, acabó por ser un perro de primera, y alargaba la lengua sucia de una forma exquisita. A veces coincidían sus lenguas en algún lugar especialmente sucio de mis botas.

-Las suelas también.

Ya habían perdido el pundonor y se estiraron en el suelo, para lamer cada una de las estrías del caucho rugoso de las suelas.

Por fin contestaron a la llamada.

-Necesito tu ayuda.

-Mi ayuda tiene un precio.

-Por eso no hay problema.

-Ven, y hablamos.

La línea se cortó. Había aceptado, lo que significaba que daría a buen seguro con el paradero del chico. Volví de nuevo a las perras.

-De rodillas, enseñadme vuestras lenguas.

Se incorporaron como pudieron y abrieron la boca para enseñarme las sucias lenguas.

-Os espera una nueva vida, en la que vais a ser esclavos. Se acabó pensar por vosotros. Vuestro amo decidirá en lo que os pone a trabajar y de la manera como les satisfaréis. Ahora poneros uno en frente de otro.

Con pequeños pasitos de rodillas se colocaron como les pedí.

-¡La lengua siempre fuera, putas!- les grité en un intento por cerrar la boca que habían tenido al estar los dos rostros juntos- Cada uno de vosotros va a limpiar la lengua del otro.

Estaban reticentes a obedecer. Poco a poco unieron sus lenguas. El gordo salivó al instante, y comenzó a dar lamidas perrunas a su compañero. Al final acabaron comiéndose la boca entre gruñidos del chulito y gemidos del gordo.

-Veo que esto os va a gustar, pero no tenemos tiempo. Vamos, hay que largarse.

Los llevé hasta el mustang. Abrí el maletero, era amplio, en él cabrían apretados los dos perros. Me volví hacia ellos, les abrí las braguetas y les saqué las vergas. Luego empujé a uno de ellos  que se colocó en posición fetal. Al otro le ayudé a entrar, en la posición invertida que ya conocían, y que sabía que volvería a humillarles.

-Bueno chicos, ya sabéis lo que tenéis que hacer ¿verdad?

Dócilmente cada uno metió la cabeza entre las piernas del otro buscando a tientas la polla con la boca.

-Ahora vais a ser unos buenos cachorros y vais a estar bien calladitos, mamad de vuestros biberones bien quietecitos. Disfrutad del viaje.

Cerré el maletero y encendí el mustang, que rugió agradecido por pisar de nuevo la carretera.

Una hora después, quemando neumáticos, me presenté en la hacienda del Leviatán. Las cámaras de la entrada me enfocaron y al cabo de un minuto se abrí la verja. A cien metros la garita del guardia de seguridad. Una advertencia.

-No se salga del camino. Es por su seguridad, si lo hace puede que se arrepienta toda su vida.

Le guiñé un ojo, chasqueando la lengua en señal de aprobación. Sabía de lo que iba el tema y que si me pasaba de listo acabaría abatido por los disparos de alguno de los centinelas que se apostaban en las torres de seguridad. Lo sabía mejor que él.

Llegué hasta la casa. En la puerta me esperaba Leviatán, aquel setentón siempre me creaba  inquietud.

Sus ojos de halcón se clavaron en mí. Me tendió la mano grande y nudosa, que estreché con respeto.

-¿Qué te trae por aquí?

-Necesito la ayuda de mi capitán-respondí rememorando antiguos tiempos del ejército.

-Hace tiempo que dejaste de ser mi soldado, dejaste las armas para recorrer esa absurda carretera, desde entonces sólo en tres ocasiones has venido a verme. Las tres para pedirme ayuda.

-Necesitaba una nueva vida, ya te lo he explicado otras veces, pero el respeto por mi capitán nunca lo he perdido. Y si solicito su ayuda es por que sé reconocer su superioridad. Un padre siempre ayuda a su hijo, aunque este sea un desagradecido.

-¿Qué quieres esta vez?

-Todo lo relacionado con este número-respondí escribiendo en un trozo de papel el número- Quien es el propietario, su localización, accesos…Todo.

El Leviatán cogió el papel, me miró y me respondió con su voz quemada.

-¿Qué tienes que ofrecerme a cambio, esos dos esclavos que llevas en el maletero del mustang?

Me quedé sorprendido, no era posible que estuviese al tanto, pero con Leviatán te podrías esperar cualquier cosa.

Sonrió.

-No soy adivino, tranquilízate, el escáner que tengo en la entrada me pone al tanto de todo lo que entra en mis propiedades. No los necesito.

Comenzaba la puja, el tira-afloja de cualquier negociación.

-Mi capitán, permítame que se los muestre-dije yendo hacia el coche y sacándolos del maletero.

Los agarré del brazo y empujándoles les hice arrodillar. Se veían patéticos, estaban asustados, amarrados y con la polla afuera.

-Son mayores, no me sirven.

  • Puedes emplearlos como trabajadores, incluso venderlos.

Al escuchar esto, el gordo se puso a lloriquear.

-Haz que se calle-me dijo con acritud el Leviatán.

Me giré y le pegué una bofetada. Con el machete rasgué la camiseta que llevaba, la estiré y me coloqué detrás de él.

-Abre la boca.

Obedeció y le amordacé, anudando la camiseta a su nuca.

-Muéstrame sus cuerpos.

Le hice levantar, con el cuchillo les desnudé rajando cada una de sus ropas. El cuerpo del gordo se convulsionaba por el llanto, el chulo permanecía en silencio con la miraba en el suelo y la polla completamente erecta. No me había equivocado, tenía madera de puta.

-Azota a ese hasta que se le baje la calentura- me ordenó el Leviatán.

Me quité la correa y la doble por la mitad, me situé detrás  de él y comencé a castigarle. El esclavo orgulloso miraba al Leviatán mientras aguantaba la zurra con las piernas abiertas y la polla tiesa.

Al final se desplomó en el suelo, con la espalda, nalgas y piernas cruzadas de verdugones. La verga desinflada por el dolor.

El Leviatán no dijo una palabra, se limitó a marcar un número desde su móvil.

-Todo a cerca de este número. ¿Has entendido bien?...Busca hasta debajo de las piedras- luego colgó y se volvió hacia mí. Tardarán un par de horas. Hazme el honor de almorzar conmigo. Hablaremos de cosas pendientes.

-Sí, mi capitán.

-Ahora acompáñame a los establos, dejaremos a estos dos a buen recaudo.

Levanté al tipo duro y le sostuve por el brazo. El gordo nos siguió dócilmente unos pasos atrás.

En el establo nos salió al paso el mozo de cuadras. Un tipo imponente, vestido con pantalones blancos ceñidos y botas de montar. El torso cruzado por unos correajes de cuero.

-Enjaeza a estos dos-dijo ante el saludo marcial del mozo de cuadras.

Miró alternativamente a cada uno de ellos y se decidió por el gordo. Le quitó la cinta que le amarraba las muñecas y la camiseta que le amordazaba. Le palmeó los pectorales y el vientre pellizcándole las tetillas.  Le puso unas tobilleras unidas por una cadena y unas muñequeras de cuero que unió a su espalda. Después fue hasta la pared en la que había una multitud de cinchas de cuero, látigos, mordazas, cadenas y un sinfín de menesteres de talabartería. Eligió un arreo de cuero que le aseguró en la cabeza con unas correas, Le abrió la boca y le puso un bocado de equitación; una barra de hierro forrada de cuero que ciñó a su nuca dejándole amordazado. Después fue hasta un cubo lleno de grasa de caballo y se embadurnó la mano. Se la pasó sin miramientos por el culo y le introdujo un plug con esfuerzo en el ano, hasta aquellos momentos, virgen del esclavo gordinflón.

Le tranquilizó con unas palmadas en el culo y unas palabras suaves, siempre tratándolo como a un caballo. Tenía mano con las bestias, se notaba y con unas palabras que le susurró, consiguió calmarle.

Le pasó una correa que le aseguraba el dildo, que acababa en una larga cola de caballo, en el ano sin posibilidad de echarlo fuera. Un slip de cuero apretado para que no pudiese tener una erección completó el atuendo.

Lo cogió de  las riendas que colgaban del bocado y se lo llevó hasta un cubículo de madera estrecho, cubierto de paja, en el que cabía a duras penas, y que le obligaba a permanecer de pie. Amarró las riendas a un travesaño y le colocó un antifaz de cuero.

-Es para que se tranquilicen y no se pongan nerviosos-aclaró- Al principio se sienten inseguros y se alborotan ante la visión de otro animal.

-Prepara al otro-dijo el Leviatán- Nosotros tenemos cosas que hacer.

Nos encaminamos a la casa. Con un chasquido de sus dedos nos prepararon un refrigerio en el patio de estilo andaluz anexo a la casa.

-Y ahora dime, toda la verdad.

Durante una hora, mientras comíamos, le conté todo, sin omitir una palabra, pues sabía que seguramente lo comprobaría. Al final después de un largo silencio habló.

  • Espero que el chico valga la pena, pues te estás metiendo en un lío del que vas a salir mal parado.

-Hay otros motivos, como el honor, el orgullo en juego.

En esos momentos llegó un guardia con un dossier en la mano. Se lo entregó.

-Aquí tienes. Todo lo referente al dueño de tu muchacho.

Me entregó el dossier, que extendí sobre la mesa. En unos cuantos folios venía todo lo que necesitaba saber. Desde el nombre del tipo, a los negocios a los que se dedicaba, la dirección y planos de la finca en la que se encontraba. Incluso fotos de archivo del mi hombre en cuestión y fotos aéreas de su propiedad.

-Un pez gordo –dije tras echarles un vistazo.

-Así es-respondió con gravedad-¿Quieres continuar?

-Ya sabes como soy, padre.

El viejo se me quedó mirando, si en sus ojos acerados creí ver un rastro de ternura este se disolvió en instantes.

-¿Qué vas a hacer con esos dos?-pregunté para cortar la tensión.

-Seguramente los venderé. El gordito le vendría muy bien a una dómina como animal de tiro y esclavo comecoños, Al otro lo quiero doblegar primero, el mozo de cuadras se encargará de domarlo en unos pocos días.

Salí con la promesa de que si salía de esta me pasaría a contarle los hechos, también quería conocer al chico que le estaba dando tantos dolores de cabeza a su soldado.

Arranqué el mustang y salí de lo que años atrás había sido mi casa y al hombre del que  aprendí todo lo malo que bulle dentro de mí. El leviatán, mi padre.

No había lugar a sentimentalismos, tenía que rescatar al chico.

Pisé el acelerador y grité a pleno pulmón.

-¡Aguanta, chaval, voy a por ti!