La carretera 3 (el club Inferno)

En la carretera existe un lugar que no consta en ningún mapa. El "Inferno" quienes se adentran en él, viven un anticipo de lo que les espera en la otra vida. Un local en el que se hacen negocios y algo más.

LA CARRETERA III

(El Inferno)

Todavía no ha amanecido. La habitación está sumida en una semipenumbra lechosa. Me incorporo en la cama y busco a tientas los cigarrillos y el mechero. Lo enciendo y aspiro con ansiedad la primera bocanada de nicotina.

Me estiro, toso. El calzoncillo evidencia la erección temprana. Bajo los pies descalzos al suelo que se encuentran con el cuerpo amarrado del chaval que ha logrado desprenderse de la bota que le dejé atada a la nuca. Desde abajo me mira con los ojos muy abiertos, le acaricio con uno de mis pies, le paso los dedos por las mejillas. Con el otro pie le empujo y queda de medio lado.

-¿Has dormido bien?-le pregunto sarcástico, que el chaval contesta con una mirada de rabia.

-Contesta cuando se te pregunte- me burlo divertido mientras tanteo sus genitales con uno de mis pies, el otro se lo paso por la cara, por los labios, al final lo dejo sobre su nariz. El chico se revuelve, pero no tiene fuerzas ni capacidad de movimientos, al final se somete, se queda quieto. Respirando el olor de mis pies.

De un salto me levanto y voy al lavabo a mear. Escupo, desde el retrete le miro. Su belleza me sigue conmoviendo.

Me acerco hasta él y comienzo a desatarle. Tiene los músculos entumecidos y se queja cuando la circulación de la sangre vuelve a recorrer sus miembros. Le quito la mordaza. No se puede levantar, le izo en brazos y le coloco con cuidado en la cama. El chaval sigue sin entender mi capricho de la noche anterior, de su cautiverio.

-¿Por qué?-pregunta-

-Porque yo lo quiero-le respondo mientras le doy friegas en sus muñecas y tobillos- Porque me gusta y me sale de los cojones.

-Pero yo habría hecho todo lo que me pidieras…

-Shhhh, calla, las cosas son así. Ahora duerme un rato-le digo besándole los párpados.

El chico se acurruca en posición fetal, comienza a entender el placer que existe después del castigo.

Me quito los calzoncillos y voy a la ducha, el chorro de agua fría es una bendición y acaba de despejarme. Me seco con una toalla mirando al chaval que ya duerme con una respiración suave. Me visto y salgo a desayunar.

En el bar del motel me sirve el mismo recepcionista mayor. Un café bien cargado y unos huevos revueltos. De repente el sonido del teléfono móvil interrumpe mis cavilaciones.

-…Genial, no tengo carga entonces ¿no?...¿Qué si quiero un trabajo especial? Ya me conozco yo tus trabajos especiales…¿En qué consiste?...¿Cuánto pagan?...O.k.

¡Mierda! otra entrega peligrosa, no es la primera, a veces droga, a veces armas, otras…prefiero no saberlo. En cualquier caso es una pasta a la que no puedo hacer ascos, necesito la plata.

Pago y salgo al exterior, el sol está bajo pero se presume un día caluroso en la carretera. El calor, la carretera y el olor del gasoil, una bomba de relojería.  En la mano llevo el desayuno del chico en una bolsa de papel.

Continúa durmiendo, me acerco y me siento en la cama que se hunde bajo mi peso despertándole.

-¿He dormido mucho?-pregunta desorientado.

Le sonrío acariciándole el cabello.

-Anda, come un poco- respondo señalándole la bolsa que he dejado sobre la mesilla.

El chaval se incorpora y se estira, me sonríe agradecido sin pizca de rencor y hurga en la bolsa hasta sacar el vaso de café y dos donuts. Yo le observo comer desde el sillón de enfrente. No sé que ve en mi mirada, pero de repente siente vergüenza y se tapa sus partes con una sábana.

-¿Qué vamos a hacer hoy?-me pregunta con la boca llena, yo le miro y me tomo un tiempo para contestar.

-Follar.

El chaval se toma el contenido del vaso y deja el segundo donut a medio comer y viene hacia mí. Se sube a horcajadas en mi regazo y me besa.

Su boca tiene el sabor amargo del café y dulce de las rosquillas. Me dejo hacer. Me muerde los labios, el mentón y las orejas como un cachorro travieso. Después me quita la camiseta y se entretiene jugando con el vello de mi pecho. Arrima su cuerpo lampiño por el mío peludo, estremeciéndose con el contacto.

Le busco el culo con mis manos que tengo apoyadas en sus nalgas, que separo con mis piernas, juego con su entrada y le penetro con un dedo. Gime.

-Tienes los dedos más grandes que muchas pollas

Me levanto con el chico abrazado a mi, con sus brazos a mi nuca, con sus piernas rodea con fuerza mi cintura. Le apoyo la espalda contra la pared, con una mano me bajo la cremallera y me saco la verga que ya está pidiendo guerra rozando la suavidad de su coñito.

-Fóllame-susurra. Me hago de rogar apuntándole pero sin entrarle, su ano se abre con el roce de la punta de mi verga.

-Fóllame, por lo que más quieras-insiste mirándome a los ojos. Fóllame, fóllame, fó…

No acaba la frase, siente la estocada que le paraliza el cuerpo, que le abre en canal, se queda con la boca abierta de dolor, los ojos cerrados. Le como la boca.

Las embestidas contra la pared le dejan sin aliento, me araña la espalda, ofreciéndome su lengua que chupo y muerdo. Le llevo hasta la cama, donde le dejo.

El sol está muy alto cuando caigo empapado de sudor sobre la espalda del muchacho. Ha sido una cabalgata larga. El ha aprendido a correrse como las perras, sin tocarse. Me ha regalado su juventud en tres ocasiones. Yo a cambio le he preñado con mi madurez una sola vez, le he inseminado con una larga y espesa lefada, mientras le mordía la nuca, como un macho a su hembra, escupiendo esperma mientras la empujo hacia dentro con el mástil, hondo bien hondo, para que la semilla germine.

Después de una hora me despierto. Todavía estoy dentro del chaval que duerme exhausto, de leche, de saliva y sudor. La habitación huele a macho, a amor entre hombres. Se la saco poco a poco mientras me aprieto el rabo para dejarle las últimas gotas de leche dentro. El ojo abierto de su ano me mira incrédulo antes de comenzar a escupir el contenido que le inunda, que le rebosa. Pero tengo otros planes, está tarde tengo que ir al “Inferno” el bar del holandés que me ha encargado el trabajo. Me levanto y trasteo en la bolsa, saco un plug y se lo pongo al chaval, que se despierta al sentir su culo forzado de nuevo.

-¿Qué haces?

-Shhh, no preguntes, yo siempre hago las cosas por algún motivo. Levántate y dúchate, pero no te quites esto. Te necesito así.

El chaval sale del baño, con una toalla se seca el pelo, yo ya estoy vestido. Le entrego sus ropas para que se vista, pero le hago unos arreglos; con una navaja he cortado las perneras de los pantalones hasta dejarle algo parecido a un bañador, me pregunta inquisitivo con la mirada. Con la vista le respondo que se los ponga.

Salimos a fuera y subimos al camión.

-Tengo hambre.

-A unos cincuenta kilómetros hay un buen lugar para comer. Allí tengo que encontrarme con un tipo que me va a dar un trabajo.

El “Inferno” es un bar que no figura en la ruta michelín, ni en ninguna otra especializada a pesar de que se come la mejor carne que el cocinero argentino que ha contratado el holandés es capaz de conseguir, y siempre es de primera.

Hans es un tipo raro, un routier de Ámsterdam que dejó de recorrer la carretera para instalarse definitivamente en ella.  En su local se junta la peor calaña que te puedas echar a la cara, camioneros pasados de vueltas, moteros marginales y los cuatro desgraciados que entran sin saber donde se meten. Cerveza, droga y sexo a tope. Negocios al límite de lo legal se cierran en una partida de billar entre putas desnudas y maricones comepollas.

En el aparcamiento cuatro camiones y tres motos, mal asunto. Tendré problemas. Antes de bajar me enfundo mi machete en la bota derecha, más vale estar precavido que lamentarse después. El chico me mira asustado la maniobra, pero calla, teme la respuesta. Prefiere no saber.

-Vamos.

Al entrar se escucha la música de una de esas máquinas antiguas en la que hay un tipo que acaba de seleccionar una vieja canción de los Eagles, nos mira desde una cara surcada de arrugas y cicatrices, su mirada va desde el chaval hasta mí. Le sostengo la mirada y se marcha hasta la barra en la que otros dos tipos de su calaña le esperan.  Me acerco a la barra en la que tomo asiento, el muchacho se me pega literalmente, buscando mi protección.

-Roberto, dos entrecots  poco hechos, una cerveza para mí y una cocacola para el chaval-le digo al camarero moreno y alto que hay tras la barra. Los camioneros celebran con risas la humillación del chico, que se sonroja  con la cabeza gacha. Roberto asiente con una sonrisa debajo del espeso bigote negro y se retira hasta la cocina, para salir al cabo de unos minutos con dos platos.

-Carne de primera, como la que te acompaña- me dice señalando al chico con los ojos.

-La perra tiene amo-sentencio mientras me llevo el primer bocado a la boca.

-Pero conoces las reglas ¿verdad?

Las reglas a las que se refiere es que cualquier puta o puto que entre en el local puede ser vendido, cedido o compartido.

-El chaval no está en venta y mis putas no las alquilo-respondo con tranquilidad, aunque no las tengo todas conmigo. El chaval se agarra a mi brazo, pidiéndome ayuda, en sus ojos un grito de auxilio.

-Come, niño, tranquilo.

El argentino asiente y se marcha con el deseo en la mirada. Al otro lado de la barra un tipo sesentón, con los cabellos largos y rubios responde.

-Aún así, te olvidas de la última regla- Es Hans el holandés dueño del bar y se refiere a que cualquier cliente de su bar tiene derecho a tocar la mercancía que otro traiga.

-La perra está preñada-le respondo mientras levanto amigablemente la jarra a su salud.

El tipo sonríe, el chaval no sabe que en el argot establecido significa que estar preñado es que tiene el culo lleno de leche, con ello he querido disuadir a los depredadores, confiando en que no quieran usar un agujero “bendecido” por la lefa de su dueño.

El tipo le hace una señal al argentino que enseguida entiende, coge una pizarra y escribe “perra preñada” y lo cuelga en un lugar visible para todo el mundo. Es un aviso, pero también una información para los tipos más depravados. Las cosas no pintan bien.

En ese momento entra un tipo en el bar, tiene una pinta agresiva. El pelo rapado, gafas de sol y traje negro impecable, que contrasta con el lugar y sus lugareños. Es Drazen, el servio con el que debo hablar.

Me hace una señal para que le siga y se interna en una habitación separada por una cortina.

-Quédate aquí chico, tenemos que hablar entre hombres.

El nene me lanza una mirada de terror, no quiere quedarse solo.

-No te preocupes –le digo guiñándole un ojo- no te va a pasar nada. Me levanto y me acerco hasta la habitación en la que Drazen habla con Hans.

Me siento en una silla desde la que puedo controlar al chico, Hans se bebe de golpe el ron de su copa y sale para dejarnos solos, seguramente ya ha pactado su precio por hacer negocios en su local. Al salir cierra la cortina. Se lo impido, no quiero perder de vista al chaval.

Encima de la mesa hay dos copas y los restos de unas rayas de coca recién esnifadas. Drazen se enfrasca en un largo soliloquio que no atiendo. Mi atención está afuera, donde el chaval ha reunido a un grupo de tíos que le rodean, Se escuchan sus risas y sus abruptos.  Las manos duras de los señores de la carretera comienzan a posarse en los hombros del chico, en sus nalgas.

La conversación continúa, estoy ausente, sólo quiero recibir las instrucciones y salir pitando del bar.

-¿Pero que te pasa, tío?...Es el chaval ese ¿eh?  ¿te has colgado con él?

-No digas tonterías-le respondo agrio-¡Venga! dame ya el encargo, la plata y acabemos de una vez.

-No tengas tanta prisa-responde con una sonrisa despiadada, acentuada por la cicatriz que le cruza la cara. Y pide otra ronda para mi desesperación.

Aparento tranquilidad y me relajo, pero mis puños se cierran con fuerza fuera de la vista de Drazen.

En la barra Hans se ha unido al grupo que acosa al chaval, le toca, sabe que le está permitido. Le pone las manos en las caderas, otro camionero gordo con pinta de oso le ha quitado la camiseta. El chico me busca, pero está rodeado de hombres y no puede comunicarme su angustia. Hans le desabrocha los pantalones y se los baja de un tirón. Le da un par de azotes en el culo y le ordena que saque la grupa hacia afuera, se agacha frente al culo del chaval y le quita el plug a la vez que aplica la boca ansioso al culo del chaval.

La situación se me ha escapado de las manos, no puedo hacer nada para impedirlo. Mientras Drazen alza la copa a mi salud.

El cerdo de Hans le está comiendo el culo a conciencia, me mira por unos instantes y me sonríe “Leche de primera” me grita y continúa metiéndole la lengua al chaval que tiene el culo dilatado.

Drazen le da una patada a una bolsa grande de nylon.

-Aquí está lo que tienes que entregar-la dirección me la garabatea en un papel.

-La pasta-le digo.

-La mitad ahora-responde tirando un fajo de billetes sobre la mesa-El resto te lo darán a la entrega.

Han subido a la barra al chico, que está tendido sobre el mostrador sujetado por los brazos y las piernas por los tipos que gritan y jalean a uno de ellos que le ha estirado la piel de la polla vertiendo en el hueco del prepucio una copa de licor. Inmediatamente hunde la boca en la polla del chaval bebiendo su contenido. El chico no puede gritar le han puesto un vasito de licor encajado en las mandíbulas.

Otro camionero se dispone a tomarse el trago de la misma forma. El tequila quema la piel sensible del glande y se retuerce en vano, la boca del camionero le succiona la polla y su contenido.

De un puñetazo le derribo al suelo. Se hace un silencio que se puede cortar con un cuchillo

Un tipo me quiere devolver el golpe, le veo por el rabillo del ojo y le paro el puño, asestándole uno en las costillas que le deja doblado, sin aliento.

Me agacho y saco el machete, le agarro al tipo que está arrodillado en el suelo por el pelo y le pongo el filo en la garganta.

-La fiesta se ha acabado, señores. Es tarde y el chico tiene que hacer los deberes-bromeo para relajar el ambiente. Lo aceptan, se ríen. Ninguna puta vale la pena, ninguna justifica una puñalada en el vientre. Se equivocan, mi chico si lo vale y estoy dispuesto a sostenerlo.

-Vístete nene, no calientes más a estos señores.

El chico no comprende mi frase, pero es lo único que puedo decir para salir airosos del trance.

Ya en el camión intento calmarlo, está enojado. Le dejo que saque todo el veneno acumulado, al final se echa a llorar sobre mi hombro. Le digo que se ha portado muy bien, le calmo con una caricia.

Ahora me tengo que centrar. Sé que la entrega es peligrosa y no me fío de Drazen, en esta jungla cualquiera te puede apuñalar por la espalda.

Tras dos horas de camino llego hasta una gasolinera en la que aparco el camión. El almacén donde debo hacer la entrega está a un par de kilómetros. Hay que hacerlo a pie, la guardia civil puede estar vigilando.

-Quédate aquí, chaval. Esto es peligroso-digo señalando la bolsa-si me pillan me esperan unos años de cárcel. Si en un par de horas no he vuelto, sal del camión y sigue tu camino.

-¿Por qué lo haces?

-Por dinero, niño ¿por qué si no?

-Pero…-aborto su protesta con un beso. Le doy un cachete suave. Saco del bolsillo el fajo de billetes y separo unos cuantos.

-Toma, te lo has ganado. Los necesitarás para llegar a tu destino.

-Mi destino está aquí contigo-me responde tozudo.

-¿Me has entendido? –le pregunto para recordarle sus instrucciones- Nada de tonterías, si no regreso en dos horas te largas ¿de acuerdo?

El chaval asiente y sonríe con tristeza- Ten cuidado ¿vale ?

Salto del camión y me interno en la espesura de matojos con la bolsa cargada a la espalda, por el peso debe tratarse de armas.

La luna está alta, el cielo despejado, la claridad puede delatarme. Me pongo un pasamontañas y continúo a paso rápido hacia el hangar que se dibuja a lo lejos.

Medio kilómetro adelante escucho un ruido que hace que me eche inmediatamente en el suelo. Me asomo con cuidado para ver como un par de guardias están a la caza. Es imposible que estén en mitad de la nada sin un motivo. Sólo tengo una explicación, un chivatazo. No puedo dar un rodeo, a mi izquierda hay un terraplén alto por el que me despeñaría, a mi izquierda un páramo descubierto. Estoy atrapado.

De pronto una voz juvenil se alza en la noche.

-¡Eh!- maldita sea, es el chico que desobedeciendo mis órdenes me ha seguido.

Le veo como se acerca a la pareja de “lechugas”, no escucho la conversación, pero veo que se relajan, uno se pone detrás del chico, el otro se toca el paquete mientras le habla. Le cogen del brazo y se lo llevan hasta unos árboles cercanos.

De repente entiendo la maniobra, el chaval ha salido en mi ayuda para evitar que me cacen, los está entreteniendo de la única forma que sabe hacer. Ofreciendo su cuerpo. Sacrificándose por mí.

Salgo de mi escondite, los civiles están entretenidos con el chaval que se ha arrodillado ante sus piernas. Corro hacia el hangar. La puerta está entreabierta. Dentro un par de tipos matan el tiempo con una puta. Verme les sobresalta ¿no me esperan? Les he pillado desprevenidos y utilizo la sorpresa como arma. Están sentados con las pollas empalmadas, la puta se afana de una polla a la otra, mientras se la mama a uno masturba con la mano al otro y al revés.

Le tiro la bolsa a los pies.

-Soy el pizzero-digo en voz alta- Una cuatro estaciones y otra de pistolas rellena de balas.

-La pasta –reclamo.

-¿A qué tanta prisa, es que no ves que la señorita está en plena faena?-responde el más chulo de los dos.

-Lo siento muchachos pero tengo la moto ahí afuera y todavía me queda un reparto que atender, así que mejor me dais la pasta y continuáis con lo vuestro.

-Pues vas a tener que esperar, tío. A mi no me corta el rollo ni Dios –dice el más joven y chulo, que está disfrutando de la felación que la puta le está haciendo.

Me acerco sonriendo, mi mano busca a tientas el machete que antes de entrar me he colocado en el cinturón.  Empujo a la puta y le agarro los huevos con una mano mientras que con la otra le apoyo el filo en la piel del escroto.

-Si no me das la plata ahora mismo, vas a perder el interés por las mujeres. El sexo se va a convertir en una cosa muy aburrida para ti.

El tío se pone pálido, se quiere retirar, pero le tengo bien agarrado por los cojones. Le lanza una mirada al otro de temor.

-Tú, no intentes nada, si me pongo nervioso puedo ser muy peligroso.

El tipo se levanta metiéndose la polla dentro del pantalón. Se acerca hasta una mesa y abre un cajón, en la que supuestamente está el dinero, pero también puede ocultar un arma.

-Quieto, no hagas ningún movimiento- miro a mi alrededor, en una estantería metálica hay unas cuerdas y un rollo de cinta americana.

Levanto al tipo por los huevos y le hago caminar hasta la mesa. Le obligo a doblarse sobre ella con mi machete apoyado en la garganta.

-Coge la cinta americana y amarra con ella a este imbécil antes de que le degüelle.

La puta gime detrás, está nerviosa. No quiero problemas, así que le hago ponerse a mi vista, apartada de los dos tipos.

El hombre gordo se acerca con el rollo de cinta y le ata las manos a la espalda.

-Los tobillos –le ordeno- Bien fuerte o te corto el cuello a ti.

Cumple con lo mandado ante mi vigilancia atenta.

-Súbele a la mesa.

Con esfuerzo empujando de las piernas del chulo-putas lo sube a la mesa, que me insulta y amenaza.

-Ahora te toca a ti, le digo al gordo. ¡Arriba!, encima de la mesa.

El gordo sube con esfuerzo, le obligo colocarse a la inversa.

-Las manos a la espalda-le ordeno mientras comienzo a amarrárselas con la cinta, repito la operación con los tobillos.

-Tu puta, sácale la polla al gordo-la mujer asustada obedece ante los gruñidos del gordo bigotón.

-Os gusta el sexo oral ¿no? Pues vais a tener una larga sesión-bromeo con ellos mientras le obligo a meter la cabeza de cada uno entre las piernas del otro.

-Abrid vuestras boquitas, nenes.

Se resisten, pero el brillo del machete les convence de que es mejor ser obedientes. El gordo abre la boca y se introduce el vergajo del más joven. El chulo se resiste. Un par de hostias le disuaden de cualquier tontería.

Voy hasta la estantería y cojo un rollo de cuerda, los amarro fuertemente el uno al otro impidiendo que puedan sacar la cabeza de entre las piernas del contrario. Con otro rollo de cuerda me aseguro de que queden bien enfardados contra la mesa.

-Me acerco hasta el cajón y lo abro. No me equivocaba, dentro hay un par de pistolas capaz de volarte la tapa de los sesos, pero también está el dinero.

Lo cojo y cuento.

-No os pongáis muy tiernos ¿eh? Os espera una noche muy larga y cuando os descubran  no creo que les vaya a hacer mucha gracia tener dos nenazas chupapollas en la organización, más aún cuando se han dejado pillar como pardillos- les digo dándoles unos azotes cariñosos en las nalgas.

-¿Y yo que hago?-dice con voz miedosa la puta.

-Lo mejor es que te largues y no vuelvas más por aquí, búscate otros clientes más…tranquilos-le digo separando unos billetes del fajo.

-Toma, con esto queda saldado el servicio. Ahora márchate.

Salgo a la noche, tengo un asunto pendiente que resolver, y ni un minuto que perder. Me arrastro hasta donde mi chico ha engatusado a los dos guardias. Me acerco con sigilo. Les tengo a un tiro de piedra.

El chaval le está mamando la polla a uno de ellos, el otro lo está enculando entre resoplidos arrodillado detrás de él.

-Buenas noches, señores- les sorprendo-¿Lo están pasando bien?

Desorientados intentan separarse y buscar sus armas. Es tarde, estoy apuntando con el arma que les he robado a los dos granujas del hangar al que le está llenando la boca a mi chaval.

-Despacio y sin hacer ninguna tontería ¿eh? Tengo el dedo muy nervioso. Poneros de rodillas con las manos en la nuca.

Los guardia civiles no hablan, se miran en silencio, sabiendo que la han cagado y poco a poco obedecen.

-Desnudaos.

-¿Venga! –les apremio mientras le pateo el culo a uno de ellos.

Se desnudan y se quedan de pie, con las manos en la nuca. Uno de ellos es calvo, grueso y peludo. El otro delgado, enjuto, también velludo, ambos cuarentones.

-Te estás metiendo en un lío-me dice el más delgado que parece llevar la voz cantante- de un bofetón le hago callar.

-El que te has metido en un lío eres tú por meterla en culo que ya tiene propietario. Chico coge esta cuerda y amárrale las manos por delante.

El chaval agarra el rollo de cuerda que le tiendo y le ata las manos a cada uno de ellos, luego sin poder evitarlo se echa en mis brazos y me besa.

-Luego, chaval, ahora tenemos que atender a estos señores-le respondo con una sonrisa, los conduzco hasta un árbol y paso la soga por una de las ramas más sólidas y coloco frente a frente a los dos guardias.

-Átales el extremo de la soga a la cuerda de las muñecas-de digo al chaval que se afana en cumplir su cometido.

Tiro del otro extremo hasta dejarles de puntillas, los brazos estirados. Los cuerpos juntos. Corto dos tiras de cinta adhesiva y los amordazo, bajo las protestas que pronto quedan sofocadas por la mordaza.

Paso otra cuerda alrededor de sus cinturas, pegando sus cuerpos en un abrazo hostil, no deseado. Sus caras quedan enfrentadas, sus bocas juntas, en un beso imposible debido a las mordazas, sus miembros flácidos rozándose.

-Es tiempo de que paguéis vuestros errores- digo mientras saco de uno de los pantalones tirados en el suelo el cinturón, le digo al chico que se apropie del otro cinturón.

-Vamos a calentarles el culo a este par de hijos de puta, para que se le quiten las ganas de andar cogiendo con chavales.

Los correazos comienzan a caer sobre las nalgas de los guardias, escucho sus gritos a través de las mordazas.

-Dale más fuerte, chaval-le ordeno, sin dejar de azotar las nalgas del  más grueso.

Exhausto tiro el cinturón al suelo. Los polis sollozan de impotencia, dolor y humillación.

-Coge toda la ropa de estos dos, no te olvides de nada, haz un lío con ellas, nos las llevamos, nuestras huellas están por todas partes.

El chico obedece, se viste y carga con el hatillo. Una última mirada para ver los dos cuerpos colgados de la rama. La noche me impide ver las marcas en su espalda, culo y piernas. Mañana cuando se los encuentren serán todo un espectáculo y la comidilla del cuerpo.

Abrazo a mi chico por el hombro y nos alejamos. A los pocos minutos estamos en el camión. Tenemos que desaparecer de allí, buscar otra carretera, alejarnos de los hechos, para que no nos relacionen.

No creo que Drazen vaya  por mí. Al fin y al cabo he cumplido con el trato, le he entregado las armas y me he llevado la pasta. Su código de honor le impedirá cebarse conmigo, más bien lo hará con el par de haraganes que no han sabido estar a la altura. Pero eso no me importa. Y yo ya arreglaré cuentas con él más adelante. Todo llega para el que sabe esperar y un lobo siempre está al acecho.

Por lo demás…tengo plata, y la carretera, que como una madre sabe cuidar de sus hijos que la respetan.