La carretera 2 (el motel)

El muchacho está en el suelo tendido, a penas puede moverse, las cuerdas que le mantienen las manos atadas a la espalda le muerden las muñecas, los tobillos firmemente amarrados unidos a las manos imposibilitan la posibilidad de levantarse y escapar de su captor. En la boca, uno de los sucios calcet

LA CARRETERA II (EL MOTEL)

El muchacho está en el suelo tendido, a penas puede moverse, las cuerdas que le mantienen las manos atadas a la espalda le muerden las muñecas, los tobillos firmemente amarrados unidos a las manos imposibilitan la posibilidad de levantarse y escapar de su captor. En la boca, uno de los sucios calcetines sudados del camionero aborta la posibilidad de una queja. Por si esta pudiese formularse una de las botas del camionero se lo impedirían, pues le ha sido destinado que pase toda la noche con la cara embutida en ella.

Siente el frescor del suelo, pero la ansiedad no le desaparece. Dos palmos más arriba, su dueño, el hombre que se ha apoderado de su libertad duerme desnudo sobre la cama. Uno de sus brazos sobresale del lecho, en su mano un cigarrillo. Escucha los ronquidos suaves que le alteran y a la vez le relajan.  En su boca el regusto amargo de la corrida mezclada con el acre sabor de los pies del hombre maduro.

Las pobres luces del motel de carretera se dibujan a lo lejos. Miro al chico acurrucado en el suelo del camión, obediente, sereno. Entregado.

Bajo del camión dejándole dentro. En la recepción un hombre mayor con un palillo entre los dientes. Le conozco de otras veces aunque nunca intercambio más de tres frases, le pago por adelantado y recojo las llaves del bungalow que me extiende. Compro unas latas de cerveza y una cajetilla de cigarrillos.

-Recoge esta bolsa- le ordeno al chaval quitándole las esposas y la mordaza- Sígueme.

El chico entra en la habitación, el cambio de escenario le descoloca y no sabe bien que hacer. Le miro de pies a cabeza. Está sucio de tierra y de mis orines. Le llevo hasta la ducha y le lavo con cuidado, casi con mimo. Se deja hacer, dejando escapar algún gemido de placer cuando paso la esponja por sus partes sensibles.

-Sécate, te espero ahí afuera.

Al poco le veo salir, se acerca hasta el sillón en el que estoy sentado y se acurruca a mis pies. Está contento la ducha le ha tonificado. Un perro limpio es un perro feliz.

-Pásame una cerveza- le ordeno.

Observo sus movimientos mientras me acaricio el paquete, las nalgas pequeñas y prietas como sólo puede tenerlas un joven de veinte años, la espalda ancha, el cuerpo delgado.

Se acerca con una lata la abre y me la ofrece de rodillas entre mis piernas estiradas.

-Descálzame.

El muchacho pega la cara en mis botas, las acaricia y las besa con dulzura, despacio, con la lengua joven y rosada lame el polvo de las botas viejas, dejando un rastro de saliva. Desata los nudos de los cordones y me las quita con cuidado. Se encuentra con los calcetines blancos de deporte, viejos, sucios, con algún que otro agujero.

Coge con adoración uno de mis pies y se lo lleva a la nariz, se deleita aspirando el aroma de macho,  mientras coloco el otro pie en su regazo, sobre su polla erecta.

El chico ha nacido para esto, y la carretera le ha brindado la oportunidad que quizás en otra parte no se hubiese dado.

Me quita los calcetines con los dientes, poco a poco, tomándose su tiempo y su trabajo.

Los pies de un hombre maduro no son hermosos, y menos los míos, un cuarenta y cinco de talla, cayos, durezas y las uñas no demasiado limpias, son los pies de un hombre de verdad, el chico lo sabe y lo agradece; primero se detiene a olerlos, abre los dedos y mete su nariz para captar su olor, después los besa y los lame. Me relajo, y gruño de placer ante las caricias que el chico me regala, en la planta, en ese punto del puente en el que una lengua joven te puede llevar al cielo.

-Tiéndete boca arriba.

Acata la nueva orden y le coloco los pies sobre la cara. Su lengua nunca está ociosa.

-¿Tienes sed?

Afirma con la cabeza, cojo la lata y derramo un poco de cerveza sobre mis pies, él se da cuenta y se afana en lamer el líquido, saboreándolo, bebiendo de mis pies sudados. Me está poniendo muy caliente.

-Trabájame la tranca.

Se incorpora, arrodillándose entre mis piernas abiertas, acerca sus manos al bulto que se marca entre ellas ansioso. Le regaño.

-Así no, chico, con calma. Tómate tu tiempo.

El chaval entiende. Manipula el cinturón y desabrocha uno a uno los botones del pantalón. Me mira unos instantes antes de acercar su cara a los calzoncillos manchados de orín. Le escucho respirar, aspirando con fuerza el olor a sudor de la prenda, entreabre los labios y me besa el paquete, pasa las mejillas por él. Me baja un poco el calzoncillo, lo justo para mostrar

bello púbico, Lo huele y lame, chupando el pelo entrecano, aplicando la lengua justo en la raíz de mi polla. El cabrón me arranca un suspiro. Ha aprendido pronto el arte de complacer a un hombre. Ya está preparado para recibirla en su boca. Aún es pronto.

Me saco los pesados huevos por la pernera del calzoncillo. Me mira como me los toco. Traga saliva.

Acerco mi mano a su boca, con uno de mis dedos dibujo la línea de sus labios. Suspira, gime débilmente entreabriendo los labios, su lengua se apodera del sabor. Está ansioso, lo noto en su mirada de súplica que me ofrece.

Soy un cabrón, lo sé, me gusta la situación y la alargo. Le agarro del pelo y juego con él, le acerco su boca a mis huevos, alarga la lengua para lamerlos, le retiro y le abofeteo suavemente, le vuelvo a poner la boca sobre la piel de mi escroto, no sabe que hacer. Le vuelvo a abofetear, cada vez más fuerte, está casi aturdido, no es una crueldad gratuita, las bofetadas acaban por rendirle, por romper su última voluntad. Entonces recibe la orden.

-Cómetelos, campeón.

Se lanza como un perro hambriento. Lame y lame los huevos desesperadamente, sin cesar, sin pensar en su propio placer, me recuerda a un perro bebiendo de su bebedero, escucho los sonidos de su lengua incansable en mis pelotas. Se introduce un testículo en la boca, casi no le cabe.

-Los dos le ordeno.

Abre la boca lo más que puede, con ayuda de su mano se esfuerza por albergar las dos bolas. Lo consigue. Me mira directamente a los ojos, esperando una aprobación que recibe en forma de caricias en la nuca.

-¿Cómo te llamas chico?

-Mmmffm.

-Un bonito nombre –me importa una mierda como se llame, quiero humillarle.

Le obligo muy a su pesar de que se saque las pelotas de la boca.

-Quítame los pantalones.

Tira de mis pantalones hacia abajo hasta sacarlos, se entretiene lamiendo la cara interna de mis muslos velludos, las ingles, y al final vuelve sobre el calzoncillo que comienza a bajar con los labios y dientes.

Describir como una perra hambrienta te come la polla no es fácil, es mucho mejor entregarte al deseo, sentirlo, Contárselo a alguien que nunca se la han mamado sería como contar un cuadro de Kandinsky a un ciego.

Decido dejarle hacer. Un perro caliente sabe como satisfacer a su amo.

Lame la cabeza de mi polla, se entretiene en el frenillo, recorre el mástil venoso, lamiéndolo, limpiándolo del sudor de todo el día en el puto camión.

Enciendo otro cigarrillo mientras escucho el chapoteo de la mamada que ese guapo chico me está haciendo. Es bueno, muy bueno. Un comepollas nato. De nada le servirá una vida cómoda y regalada, un buen empleo, una esposa o unos hijos. Ha nacido para comer pollas y sólo así alcanzará su plenitud.

-Voy a mear, chaval- de digo quitándosela con esfuerzo de su avidez, para dirigirme al water, el chico me sigue, a cuatro patas, como un perro, como lo que es.

-¿Qué pasa nene, no puedes esperar ni un minuto? –le pregunto acariciándole el cabello- como respuesta gime, se abraza a mis piernas y las lame. Las prolonga hasta mis tobillos, hasta mis pies.

-Eres más puta de lo que imaginaba –le digo mientras mi chorro golpea con fuerza las paredes del retrete.

Sus gemidos se intensifican al igual que sus lamidas, me suplica con la mirada que le regale la meada. Se la niego, antes la despreció.

-Sírveme de otra forma.

El chico se arrodilla a mi espalda y lame el bello de mis piernas, sube poco a poco hasta mis nalgas, las besa, adora, recorriéndolas con su lengua, acercándose poco a poco a mi raja guiado por el aroma que tanto ansía.

Entierra la nariz en el pelo oscuro y suspira. Me busca el ano con los labios, lo besa y me lo trabaja con la lengua.

Los últimos chorros de la orina caen ruidosos mientras contraigo el culo, la lengua del niño es deliciosa.

-Límpiala, le ordeno.

Se introduce con rapidez la polla en la boca, su lengua se lleva cualquier rastro de la meada. Le levanto, le miro a los ojos y le beso con furia, su boca sabe a mi culo y a saliva joven.

El tacto del culo del chaval es sedoso, le azoto mientras le como la boca, excitándome al abortar sus gemidos con mi lengua.

-Ven aquí- le digo sentándome en la cama, coloco al chico encima de mis piernas, quiero darle una buena azotaina antes de follármelo.

Los golpes van cayendo, al principio aguanta, sus nalgas comienzan a adquirir un tono rosado muy saludable. Le duele, se queja y se revuelve. Continúo, de tanto en tanto paro y le acaricio, le separo las nalgas y le paso un dedo por la línea que las separa, abriéndose como una flor.

No quiero castigarle innecesariamente, el chico se porta y se merece una recompensa, le levanto y le siento a horcajadas sobre mí.

-Quítame la camiseta.

Obediente me la va subiendo poco a poco, pasa sus dedos por mi pecho velludo que contrasta con el suyo lampiño. Acaricia mis pezones y los lame con suavidad.

-Muérdelos, pero con cuidado.

Sus dientecillos me muerden mientras su lengua acaricia el pezón, la polla la tengo a cien.

Le tiendo en la cama de espaldas, le abro bien las piernas y las nalgas con las manos. Su ano rosado y limpio palpita de placer por las caricias que mi lengua le está dando.

Le muerdo, se queja, no quiero hacerle daño, pero no puedo evitarlo, y vuelvo a mordisquearle el ano, Cuando acabo con él está listo para ser empalado.

-¿Me va a doler, verdad? –me pregunta como un cervatillo haría a un lobo que está a punto de clavar los colmillos en su cuello.

-Si, te dolerá, pero aguantarás- le respondo. Le ofrezco una almohada.

-Muérdela.

El chico gime y sigue mi consejo, mientras le coloco la cabeza del bicho a la entrada de sus puertas. Está muy cerrado. Con uno de mis dedos comienzo a abrirle, le escupo en el agujero e intento meter un segundo dedo. Le cuesta, al final lo consigo. El nene se está portando bien.

Esta vez entra la mitad de la cabeza, presiono un poco más.

-No te cierres. –le susurro al oído- Ofrécete- insisto a la vez que le beso la nuca.

El chico se abre un poco, el intruso aprovecha la ocasión para entrar un poco más.  Le dejo unos momentos que se acostumbre al invasor, le acaricio y pellizco las tetillas. Gime y se abre un poco más. Entro otro tramo más. Grita. Me tiendo encima de él, le beso las orejas, se las muerdo, le digo guarradas susurrándole con mi voz ronca de deseo.

El chico se retuerce, con mis piernas abro las suyas impidiéndole el movimiento. Entro unos centímetros más, el chico gruñe frases inconexas que la almohada acallan. Una estocada más.

-Ya la tienes casi toda dentro, pero quiero que el ultimo tramo te lo comas tu solito. Quiero que seas tu propio verdugo. Que te empales vivo- le digo mientras le como la oreja, después me retiro un poco, me salgo del chaval, retrocediendo hasta dejar dentro sólo el capullo.

El chico poco a poco va subiendo la grupa, de vez en cuando se para y gime, después continúa engulléndose el vergajo. Le duele, aún así la quiere toda dentro,  con un empujón acaba de empalarse.

-Notas mis pelos en tus nalgas ¿eh?

El nene se derrite y comienza a moverse lentamente, sus gemidos son extáticos, ya no siente dolor o se lo calla.

Le levanto la grupa, dejándole con la cabeza apoyada sobre la cama y arrodillado como si fuese un árabe a punto de rezar, sólo que su dios lo tiene detrás bombeándole. Pasados unos minutos se la saco, su agujero tiene un diámetro como el de un dólar de plata. Le escupo dentro para lubricarle y me lo vuelvo a follar. Ahora voy a saco, a por todas, sin darle tregua, en la habitación solo se escucha el chapoteo de mi polla reventándole el culo y los gemidos del chaval que en este momento se siente más zorra que una puta de carretera.

A veces se la saco para volvérsela a enterrar, unas veces despacio para que note como entra poco a poco, otras de forma salvaje. Las nalgas siempre azotadas.

Después de media hora perforándole el agujero ha llegado el momento de correrme.

-Quiero que mi primera descarga sea en tu boca. Vas a ser un buen chico y te la vas a tomar toda enterita ¿entiendes?

El chico asiente, mientras me estiro en la cama, estoy chorreando de sudor, las piernas abiertas, los ojos cerrados. Me coge la verga y la recorre en toda su extensión, limpiándola de sus propios jugos. Este chico es una máquina comiendo pollas. Si era virgen de atrás desde luego no lo es de la boca, la sabe usar y muy bien. Separa en la cabeza, es un perro listo y se acuerda de las órdenes dadas sin que se las tengas que repetir. Se la mete toda dentro, pero no le cabe, tomo nota, deberá practicar hasta que tenga los labios pegados a mis huevos y la nariz enterrada en los pelos de mi bajo vientre. Nota que me voy a correr e intensifica la mamada ayudándose de una de las manos.

Con un gruñido sordo me corro en su boquita, no le cabe toda la leche y aunque sigue mamando y no ha dejado ni por un momento de trabajarme el rabo, se le escapa por la comisura hasta mis pelos y mis huevos.

Cuando me relajo comienza a limpiar con su lengua y labios todo el semen derramado hasta que no queda nada, Aun así continúa lamiendo.

-Ya basta chaval, déjala un ratito, que me la vas a gastar de tanto chupar.

No le he dejado correrse y su cuerpo joven está muy excitado, me besa, y muerde los pezones.

-Para, nene.

Pero el nene quiere más y comienza a tocarse, le dejo hasta que le veo que la tiene muy dura, le corto el rollo de un manotazo.

-Aquí el único que se corre soy yo. Acércame la bolsa.

El chico de mala gana se levanta de la cama y recoge la bolsa que le he hecho cargar. Me la entrega. Saco un rollo de cuerdas. El chico no entiende.

-Venga es hora de dormir- le tiendo sobre la cama boca abajo y con la soga le amarro las muñecas.

-Señor, no me haga esto, por favor, déjeme dormir a su lado.

-¿Pero que te has creído que eres mi novia? –me río de él y continúo amarrándole, las piernas que uno a sus muñecas inmovilizándole por completo.

-Por favor, no me haga esto –lloriquea.

Como no quiero escuchar sus quejas, agarro uno de mis calcetines y se los meto en la boca con dificultad pues el chaval se revuelve para impedir que le amordace, incluso me llega a morder la mano. Decido castigarle por ello.

-Tenía pensado dejarte dormir en la cama, incluso desatarte cuando se te hubiese pasado el calentón, pero ahora vas a pasar la noche en el suelo como los perros.- le regaño mientras le bajo al suelo de malos modos.

A los perros les gusta estar siempre en compañía de sus amos, pero deben aprender sus obligaciones. Como este está aprendiendo, le dejo una de mis botas en su hocico, los cordones atados a la nuca, así el olor de su amo no le abandonará en toda la noche.

Apago la luz mientras me fumo el último pitillo antes de dormir, Pongo mi brazo derecho bajo mi nuca y me abandono al sueño.