La Cárcel o el Culo

Mi primera vez es un trueque que me ofrece el guardia de seguridad que me atrapó. Tuve que elegir.

Cuando en algunos años me pregunten cómo fue mi primera vez con un hombre, podré decir que fue un castigo. Pero no uno de los malos, sino más bien un trueque que acepté con tal de no ir a la cárcel.

El muchacho que me reventó el culo por primera vez se llamaba Máximo y era guardia de seguridad en una fábrica. Yo, en ese momento, ni siquiera estaba seguro que me gustaran los hombres.

Bien, después de esa noche, casi no tuve dudas.

Todo empezó ese mismo día, a últimas horas de la tarde, cuando me reuní con Benito y Eloy.

  • Entonces, ¿lo haremos esta noche? - pregunté.

Benito y Eloy asintieron, mirándome con interés. Todo parecía apuntar a que yo era el eslabón más débil y el que más posibilidades tenía de bajarse del proyecto.

  • ¿No te irás a arrepentir, no? - preguntó Eloy, con su clásico tono imperativo. - Si no lo vas a hacer, decilo ahora. No quiero que dudes en el momento.

Me mojé los labios antes de responder. Hace dos días atrás, me había parecido una buena idea de venganza. La empresa donde mi padre trabajaba (nuestros padres, en realidad) realizó un despido masivo de trabajadores. La crisis económica que atravesaba Argentina traía consigo estas noticias a diario.

¿Serviría de algo simplemente pintar con aerosol una de las paredes para exponer nuestra bronca? No. Era obvio que no. Pero al menos era hacer algo.

Si escuchaba otra charla de mis padres en relación sobre el derrumbe económico que atravesábamos como familia, iba a volverme loco. A Benito y a Eloy les pasaba lo mismo.

Benito era flaco y tenía la cabeza demasiado grande en comparación al resto del cuerpo. Se asemejaba, de verdad, a un duende. Más bien tenía una similitud con Dobby, el elfo doméstico de Harry Potter. Eloy, al contrario, era grandote y con el porte que uno lo confundiría con un guardia de seguridad de una disco. Nos conocimos en algunos eventos sociales que se organizaban en el trabajo de nuestros padres, en la época dorada de la empresa, antes de la crisis.

  • No, no me voy a echar atrás - aseguré. - Estoy seguro.

No convencí a ninguno de los dos con mis palabras, pero al menos no insistieron.

De los tres, yo era el más chico. Apenas había salido del instituto el año anterior y este año tenía el deseo de trasladarme a la ciudad a empezar la universidad. Mi objetivo era estudiar ingeniería en sistemas. Todos esos planes se truncaron cuando despidieron a papá hace dos meses.

Ya no había universidad. Al menos, este año, no podrían pagármela.

  • Bueno, entonces esta noche nos encontramos, sobre las 2 de la mañana, en la esquina de la fábrica - dijo Benito, como si estuviéramos hablando de una estrategia de guerra. - Con suerte, a esa hora el guardia ya estará dormido.

  • Despiden a nuestros padres pero dejan a un guardia que duerme - sentencié. Quería cortar con la tensión que había en el ambiente, aunque quizá no fue el comentario más acertado. - ¿No es irónico?

  • No, es injusto - respondió Eloy, indiferente. - De todos modos, ante el menor movimiento, todos corremos en una dirección diferente.

Eso era lo único del plan que no me representaba problemas. Tenía un cuerpo atlético y jugaba al fútbol para el club de mi pueblo, así que si había que correr, yo estaba a salvo.

  • No tendrá armas, ¿no? - pregunté.

  • No creo - dijo Benito. - Y si la tuviera, ¿qué haría? ¿Dispararnos por usar aerosol? No. Sólo nos va a correr y a gritar. Pero puede llamar a la policía si nos ve. Y ellos sí tienen armas.

  • Nada de policías, nada de ataques al guardia - reafirmé. - No debe ser tan difícil.

Pero lo sería.

En ese momento no sabía cuánto iba a cambiar mi vida a partir de esa noche, ya que obviamente el guardia no estaría dormido como lo pensamos.

Durante la cena familiar (donde otra vez disfrutábamos de una variante de arroz con pollo, el cual siempre era más barato que la carne), evitaba mirar a mis padres a la cara. Por suerte, desde la depresión de mi progenitor, que no tenían ojos para mirar a ninguno de sus tres hijos que se sentaba en la mesa.

Tras la cena, me di una ducha y me encerré en mi cuarto a matar el tiempo hasta las 2 de la madrugada y, de paso, hacer creer al resto que me echaba a dormir.

Hacía calor esa noche, así que simplemente me quedé vestido con mi ropa interior, que era como generalmente acostumbraba a dormir para soportar los bochornosos calores que todavía sufríamos en otoño.

A mi celular me llegó un anuncio. Mi mejor amigo Matt había subido un nuevo video a su canal. No sé por qué estaba suscripto a ello si nunca lo veo, aunque recuerdo que me había interesado cuando me habló sobre la posibilidad de tener mi propio canal erótico.

  • Deja buen dinero - me dijo. - Si sabés cómo hacerlo, claro. Yo te puedo ayudar.

  • Me gusta el dinero, pero no sé si llego a ese punto - respondí.

  • Bueno, si alguna vez te decidís que lo necesitás, hablame y te ayudo - respondió.

No necesitaba ser muy inteligente para saber cuál era la clase de ayuda que me ofrecía Matt. Si me dedicaba a hacer un video erótico (el cual con mi físico no me costaría, modestia aparte), su ayuda consistiría en ser el primer hombre en chuparme la pija.

Es mi mejor amigo y siempre acepté su sexualidad. También acepté su premisa que jamás me desearía porque se sentía atraído por los hombres mayores (como reemplazo al padre que lo abandonó). Pero aun así, yo notaba cuando sus ojos bajaban hacia mi entrepierna. En especial cuando utilizaba mis pantalones deportivos de fútbol.

Nunca le dije nada al respecto porque había algo que me agradaba. El sentirme deseado. O, a diferencia de lo que encontraba en casa, al menos sentía que alguien me miraba.

Despegué todos esos pensamientos de mi cabeza y, una vez más, no entré al link de Matt para averiguar qué clase de video morboso preparó para sus seguidores.

Cuando se hizo la hora de salir de casa, me vestí con la ropa más oscura que encontré. Utilicé mis pantalones deportivos largos negros y una camiseta del mismo color. Pensé que llevar un pasamontañas hubiera sido una idea inteligente, pero no tenía ni tiempo ni dinero para comprar uno.

Caminé hasta el punto de encuentro. Sólo Benito estaba escondido detrás de un árbol, en la esquina previa a la fábrica. Cuando me vio llegar, me hizo un gesto con la mano.

  • Lance - me dijo, en cuanto llegué. Lance era mi apodo. Mi segundo nombre, por diversión de mis padres, era Lancelot. Cuando la gente se enteró, no pudo evitar llamarme así y el apodo me quedó desde pequeño. - ¿Traés todo?

  • Sí - respondí. - ¿Eloy no llegó?

  • Ya llegará - contestó Benito. - No perdamos la paciencia. No es nada de otro mundo.

  • Entonces, ¿por qué parece tan complicado? - pregunté.

Benito no respondió a mi pregunta.

Nos quedamos en silencio ante las desiertas calles. No éramos amigos, ninguno de los tres. Y ya habíamos hablado hasta el hartazgo de la difícil situación de nuestras familias, así que no teníamos otro tópico de conversación.

Esperamos impacientes a la llegada de Eloy, que apareció magistralmente en silencio como si fuera un ninja.

  • Tenemos un problema - anunció.

No era la mejor manera de anunciar su llegada.

  • ¿Qué pasó? - pregunté.

  • El guardia está despierto - respondió Eloy. - Pero la buena noticia es que es Máximo.

  • No sé quién es ni por qué debería significar algo - contesté.

  • Es joven - respondió. - Lo podemos dominar fácilmente si nos intenta detener.

  • No, no, no - respondí, imponiéndome. - No vamos a sumar agresión al vandalismo. Si nos descubre, salimos a correr como acordamos.

Se produjo un momento de tensión. La mole de Eloy no estaba acostumbrado a que le llevaran la contraria. Me pregunté para mis adentros si acaso le pegaba a su mujer.

  • Estoy de acuerdo con Lance - dijo Benito, rompiendo el silencio.

Eloy, no convencido de nuestra postura, terminó por asentir con cierto disgusto.

Los tres nos dirigimos entonces hacia la pared pintada de color crema, de la parte de atrás de la fábrica. Del otro lado de la calle, se extendía la zona selvática. No era una calle por la que transitaran muchas personas, eso lo sabíamos. Pero en nuestra ciudad, nuestro acto se sabría al día siguiente.

Al menos, eso pensaba. Porque al día siguiente sólo verían unos dibujos sin terminar y una frase que jamás nadie comprendería.

Abrimos nuestras mochilas y sacamos los aerosoles. Todos de color negro. En el silencio cómplice de algo que ensayamos hasta el hartazgo, empezamos nuestra obra de arte, nuestro lema para aclamar la injusticia que vivieron nuestros padres. Incluyendo, por supuesto, la angustia de haber frustrado mis intentos de marcharme a estudiar a otro lado.

Todo era silencio, exceptuando el sonido de los aerosoles que, me parecía, tenían un megáfono instalado al momento de apretar el spray. De otro modo, no explicaría por qué parecían sonar tan fuerte.

  • ¡Eh! - gritó una voz, helando mi sangre. - ¡Ustedes!

Todo ocurrió en cuestión de segundos.

El grito sonó a mi derecha por donde el famoso Máximo, un joven vestido de pantalón negro y camisa blanca, apareció furioso al vernos.

Afortunadamente, tal como estaba establecido, Eloy no quiso ir a golpearlo aunque se lo veía fácil de reducir. Sino que corrió junto con Benito hacia el sur. Yo, por algún extraño y estúpido motivo que se me ocurrió en ese momento, me giré para cruzar la calle corriendo en dirección al bosque.

No sé si pensé que el guardia no querría ensuciar su vestimenta tan prolija adentrándose en el bosque o si consideré que era fácil perderme entre la maleza, pero de buenas a primera podría decir que fue la opción menos inteligente. ¿O no?

Con la mochila colgando y el aerosol todavía en la mano, corrí esquivando ramas que salían de todas partes, corriendo el riesgo de que la tela de mis pantalones deportivos cortos quedara estancada y perdiera los pantalones.

La desesperación no fue tanta hasta el momento de sentir que el maldito guardia se había metido en el bosque detrás de mí.

  • Oh, no, no, no - murmuré en cuanto me di cuenta.

Me comencé a desesperar.

La ansiedad provocó que no viera el desnivel en el piso, perdiera el equilibrio y cayera de narices contra el suelo.

Nunca imaginé que el guardia estaba tan cerca de mí hasta el momento en que lo tuve encima.

Hincó sus rodillas en mi espalda, tomó mis dos brazos y me apresó, de una forma tan sencilla que me merecía terminar en prisión.

  • Por favor, por favor - supliqué.

  • Por favor, nada - dijo. Tenía una voz aguda, casi femenina. Pero una fuerza insospechada para su cuerpo. Quizá no hubiera sido tan sencillo reducirlo como Eloy pensaba. - Así que andás de chico malo... Vamos a ver cuánto te va a durar en la cárcel...

Nunca fui una persona que suplicara por algo. De hecho, puedo asegurar que incluso en estos meses de crisis, fui una persona que quiso muchas cosas que ni soñando podría comprar. Pero jamás supliqué por nada. Mi orgullo estaba ante todo. Pero, quién lo diría, mi libertad estaba antes que mi orgullo.

  • No, no, no llames a la policía - supliqué. - Sólo estábamos pintando la pared...

  • Eso es ilegal, ¿no te lo enseñaron en tu casa? - respondió. Se estaba divirtiendo. - Igualmente, saldrás en un par de días, pero para eso, ya se habrán divertido contigo en la cárcel.

Me agité ante su comentario.

Yo en prisión. Yo, tan guapo (modestia aparte, lo soy), en prisión. Sería carne para destrozar para prisioneros pervertidos. Y para policías más pervertidos que los prisioneros.

Y por si no quedaban dudas que mi orgullo había abandonado cualquier célula de mi cuerpo, comencé a llorar.

  • Por favor, por favor - volví a suplicar. - No llames a la policía. Me iré. Me iré sin decir nada. Pintaré la pared. Te lo juro.

  • No te voy a dejar ir creyendo que vas a ir a comprar pintura y volver - me dijo.

Continuaba con su rodilla sobre mi espalda, provocándome un dolor del que intenté zafarme. Al menos, se dio cuenta que provocaba eso y disminuyó la presión sobre mí. De todos modos, continuaba sujetando mis manos.

  • Somos hijos de empleados que despidieron - le expliqué. - Sólo estamos enojados con la fábrica.

  • Seguro tenían sus razones, pero eso no importa - contestó.

Parecía inmune a sentir compasión, pero percibí algo en su tono de voz (que continuaba siendo agudo) que me hizo comprender que estaba logrando pacificarlo.

  • No puedo dejarte ir sin un castigo - afirmó.

  • Entonces castigame - lo incité. - Como vos quieras, pero no llamés a la policía.

Podía soportar un par de puñetazos en el rostro si eso conseguía librarme de ir tras las rejas. Incluso pensé que me pediría que limpie toda la fábrica gratis para saldar mi vandalismo. Pero, por supuesto, no estaría escribiendo esta historia si las cosas hubieran ido por ese rumbo.

Al contrario de eso, Máximo lanzó una carcajada seca.

  • Decime tu nombre y tu domicilio - me dijo.

  • No pensarás ir con mis padres, ¿no? - pregunté.

  • No - respondió. Se lo dije, creyéndole. - Te diré lo que haré. Te voy a soltar. Pero si te escapás o querés hacer algo en mi contra, iré a la policía y te denunciaré. ¿Fui claro?

  • Sí, no voy a escaparme, te lo juro - respondí.

Aflojó la presión de su rodilla y, sin soltarme por completo de las manos, me impulsó para que me levantara.

  • Ponete contra ese árbol - me exigió.

Apoyé mi frente contra el árbol y dejé que mis ojos miraran el piso. El dolor que me dejó su rodilla en mi espalda se resentía en mi columna, pero tenía otros problemas en los que concentrarme.

Me pregunté qué había sido de Benito y Eloy. Si se escaparon juntos o cada uno siguió su camino rumbo a su casa. Estaba claro que no habían regresado por mí.

  • Ahora, si te portás bien, esto puede quedar entre nosotros dos - me dijo, entonces. - Pero va a depender de vos no terminar la noche donde tenés que terminar.

  • Me voy a portar bien - respondí, desesperado. - Te juro que hago todo lo que... ¡Eh!

Me bajó mis pantalones deportivos de un tirón. Fue entonces, con ese impacto (que en realidad era algo sumamente obvio, si tengo que hacer cuentas, pero no lo percibí hasta que sucedió) que me di cuenta lo que el guardia quería de mí.

  • Shhh... - me silenció. - No queremos que nadie nos vea ahora, ¿verdad?

Me mordí el labio.

No quería que nadie nos vea, pero tampoco estaba seguro de querer pagar ese castigo. ¿Benito y Eloy hubieran reaccionado como yo? Era probable que Benito sí, con lo flaco que es, no parece tener fuerzas para defenderse. Eloy, en cambio, quizá se diera vuelta y golpearía al guardia hasta la muerte.

  • ¡Hijo de puta! - exclamó. - ¡Qué buena cola tenés!

Y plaff, su mano gigante repiqueteó en mi nalga derecha, provocándome un dolor punzante que me hizo gemir.

  • Tenés una muy linda cola - insistió. - ¿Te lo dijeron alguna vez?

No respondí.

Estaba aturdido. Entre asustado y... ¿qué era esa sensación? ¿Excitado?

  • ¿Te lo dijeron? - insistió.

Realmente no recordaba, en ese momento, si alguna mujer ha alabado mis nalgas, pero le dije lo que creí que él quería escuchar.

  • Sí... - mentí. - Me lo dicen todo el tiempo.

  • Seguro que muchos entraron ahí - insistió. - ¿O yo seré el primero?

Un escalofrío me recorrió el cuerpo.

Hasta ese entonces, no había comprendido la gravedad de la situación en la que me encontraba. Un hombre iba a penetrarme por primera vez.

  • Vas... vas a ser el primero.

  • Me gusta ser el primero - admitió.

¿A cuántos chicos les habrá hecho lo mismo?

Abrió mis nalgas con sus dos manos y sentí como se arrodillaba detrás de mí. En ese momento, no me hubiera costado demasiado esfuerzo simplemente empujarlo y escapar de él, pero por algún motivo, me quedé inmóvil en el árbol.

De repente, sentí la humedad de su lengua en mi ano y no pude evitar que todo mi cuerpo se estremeciera por un placer que jamás pensé que podía llegar a sentir.

  • Mmmmm... - no pude evitar que se escapara el gemido.

Máximo sacó su lengua de mi culo para poder hablar.

  • Así que te gusta, ¿eh? - preguntó, desde abajo.

  • Sí... - esta vez no mentí. - Jamás me hicieron eso.

Le gustó causarme ese placer, supongo, porque volvió a meter su lengua dentro e hizo unas cosas maravillosas. Mi verga, por delante, estaba endureciéndose al ritmo que aquel guardia me estaba dilatando.

  • Vas a terminar convertido en toda una putita cuando termine con vos - me indicó.

  • Hacelo - indiqué. - Convertirme en una puta.

Fue como si no necesitara otra indicación.

Cerré los ojos y dejé que mis otros sentidos me orientaran. Sentí cómo se incorporaba. Escuché el estridente sonido de su cremallera al descender. Lo escuché verter su miembro en saliva. Y entonces sentí cuando aquel objeto rígido y carnoso quería entrar en mi interior.

  • Ay... - grité.

  • Relajate - me indicó. - De nada servirá si no te relajás.

Le hice caso. No es que tuviera mejores opciones para escoger.

Respiré hondo e intenté permanecer relajado el mayor tiempo posible mientras sentía como su viril miembro ingresaba en mi interior.

Me sorprendí con la facilidad con la que la cabeza de su miembro ingresó en mí. Hubiera pensado que era imposible que consiguiera metérmela. Tal parecía, estaba más excitado de lo que me hubiera imaginado.

Apoyó sus dos manos en mi cintura y comenzó a ejercer presión. Con más brutalidad que precisión, en cuanto menos me lo imaginé, todo su miembro estaba dentro de mí.

  • Ahora comenzaré a moverme - me dijo, casi susurrándome al oído.

Anunciarme su próximo movimiento no impidió que la situación se sintiera, ante todo, extraña. De todos modos, se movía con la gracia de quien sabe lo que hace, porque en cuanto menos me di cuenta, estaba disfrutando aquello.

  • Te gusta, ¿eh? - me preguntó.

  • Me gusta... - le dije. - Por favor, seguí. No pares. Seguí.

Y siguió.

Sus manos se aburrieron de sostenerme las caderas (o ya no lo encontraron necesario) y comenzaron a recorrer mi abdomen, por debajo de mi remera. Máximo continuó subiendo hasta llegar a mis tetillas, las cuales comenzó a apretar suavemente mientras continuaba dándome el bombazo.

Nunca había pensado en estar con un hombre hasta esa noche, pero tengo que reconocer que la sensación no me desagradaba en lo absoluto. Pocas veces había vivido situaciones tan excitantes.

  • Aahhh... - gemí.

Incliné mi cabeza hacia atrás y pude apoyarla en su hombro. Él, divertido, me dio un beso en el cachete, cerca de mis labios. Desconozco por qué ese gesto me excitó todavía más, pero así fue. Yo estaba poseído por un espíritu al que le gustaba ser penetrado.

Sentía sus bolas chocando contra la parte bajas de mi cola, en cada envión que Maxi daba, lo que incluso me continuaba excitando todavía más. Estaba entregado, quería que aquello durara para siempre.

Y ambos gemimos. No a los gritos, aunque era poco probable que nos escucharan, sino más bien con pasión.

Eso era todo. Un brote de pasión en medio del bosque.

  • Voy a acabarte... - me dijo, en susurros. - Quiero acabarte adentro. Quiero ser el primero...

No pudo terminar la oración porque su semen se regó en mi interior como una bala que me perforó por completo. Sentí cómo su cuerpo se fue marchitando mientras todavía estaba dentro de mi cuerpo.

Me mordió el hombro que estaba a su alcance, con el placer sádico de quien termina la acción y continúa con intenciones de dejar su marca en mi piel.

Sacó su miembro de mi interior y comenzó a guardárselo dentro de los pantalones.

  • Tengo que regresar al trabajo - dijo. Su tono de voz cambió, aunque su timbre continuaba siendo casi el de una mujer. - Juntá tus cosas y no quiero volver a verte por aquí, porque llamaré a la policía.

Me levanté los pantalones.

Me quedé sorprendido, con la cabeza agachas, por el cambio de actitud.

Me giré para quedar frente a él. De repente, me sentí un poco triste. Usado. Literalmente, como una puta. Pero no como las partes buenas de las putas, sino con el vacío y la desesperanza de que tomó lo que quería de mí y ahora me echaba a la basura.

  • Aunque si te vuelvo a ver por aquí y no querés ir preso... - dijo, mirándome a los ojos y sonriendo. - Bueno, supongo que ya sabés qué es lo que quiero a cambio.

Le devolví la sonrisa.

Me limpié lo mejor que pude para salir del bosque y cuando llegué a la fábrica, él ya no estaba en la cuadra. Probablemente volvió a su guarida. Tampoco había rastros de mis compañeros de vandalismo.

Supongo que nuestro lema de protesta quedará sin culminar. A menos, claro, que quiera volver a ser apresado por aquel guardia.