La carcel de mi sexo (1: Captación)
Tras el polvo de su vida Laura se despierta con un cinturón de castidad puesto.
Me llamo Laura, tengo 34 años y estoy secuestrada. Aunque he de reconocer que mi secuestro no es nada convencional. Es más bien un secuestro sexual voluntario. Desde hace un año llevo un cinturón de castidad bajo mi ropa que pasa desapercibido para el resto del mundo.
A parte de lo que me esclaviza bajo mi falda, en los demás ámbitos de mi vida tengo una total libertad. Tengo un buen trabajo en la directiva de una importante empresa, me muevo en varios círculos sociales, ..pero llevo ya más de un año sin follar.
Todo empezó en una fiesta hace ahora un año, cinco meses y seis días. Lo recuerdo perfectamente porque puede que ese día haya sido el último polvo de mi vida. Tenía una cena en conmemoración del nosecuanto aniversario de la fundación de nosequé ONG. En los siete años que llevo en mi empresa he acudido a cientos de actos de este tipo y ese no era distinto de los demás. Tras el cóctel de recepción y la cena de rigor, se pasó a las copas, en donde yo no pensaba pasar más de media hora. Lo justo para quedar bien con ciertos directivos de empresas asociadas a la mía y clientes, pero en el último momento se tuvo que cruzar en mi vida.
La verdad es que era realmente guapo. Parece un tópico decir que se parecía a George Cloony pero así es como lo recuerdo yo con su pelo ligeramente canoso, su traje y esa mirada tan penetrante que parecía que te estuviera viendo desnuda. Trabajaba en el departamento comercial de una empresa de la competencia y estuvimos largo tiempo hablando de un montón de cosas a la vez que bebíamos un montón de copas y cada vez el contacto era más frecuente: que si una mano que roza tu brazo, que si sus labios rozan mi oreja al susurrarme algo al oído, que si mi culo frota su bragueta cuando paso entre la gente para ir al baño, que si con su brazo sobre mi hombro deja caer la mano distraídamente sobre mi teta hasta que acabamos en su casa.
La verdad es que ahora recuerdo ese polvo como el mejor de mi vida, aunque quizás si los acontecimientos no se hubieran desarrollado de esa forma lo vería de otra forma, no se. Solo se, y lo revivo cada día de mi vida desde entonces, que cuando llegamos a su casa me quitó el vestido y la ropa interior sin prisas, con mucha suavidad y sin tocarme siquiera y me dijo cuando ya solo tenía los tacones puestos:
si eres buena y te lo comes todo te follaré y lo recordarás toda tu vida. (que razón tenía)
Y dicho esto se desabrochó los pantalones, se sentó en el sofá y llevo mi cabeza a su polla pero con una presión muy suave, ya que mi cabeza iba prácticamente sola hacia su miembro que estaba erguido esperándome. Y empecé primero a darle lametones suaves mientras pensaba que no sabía por qué la situación me estaba excitando tanto si ni siquiera me había tocado todavía. Cuando la había humedecido entera me la metí entera en la boca mientras que con la lengua daba círculos alrededor del glande. Eso debió gustarle por que mientras me acariciaba el cabello y la espalda me dijo:
muy bien, lo estás haciendo muy bien. Si sigues así te vas a ganar que te folle.
El hecho de pensar que me estaba tratando como una niña a la que le dan un chupa chups cuando hace algo bien me excitaba de una manera inexplicable. Era como si solo yo quisiera follar y el me lo concediera como una recompensa. Como si él no tuviera ningún interés. Eso me hacía sentirme más zorra que nunca en mi vida.
ahora queda lo más difícil, no se te puede derramar ni una gota del biberón.
La verdad es que a mí siempre me había dado asco tragarme el semen de un tío, y más si no lo conocía de nada como era el caso. Pero en ese momento me parecía el manjar más preciado que me podían dar y succioné con fuerza mientras sentía un flujo espeso bajar por mi garganta. No podría precisar el tiempo que estuvo echando semen ni la cantidad que soltó pero a mi se me hizo un río de semen corriendo por mi garganta y quemándome a su paso. Aún cuando dejó de salir, yo seguí succionando un rato por miedo a que cumpliera su amenaza de no follarme si se me caía una gota.
por favor, ahora fóllamé eso sonó como la súplica que era. Con un hilo de voz.
Sin decirme ni palabra me subió al sillón en volandas, me puso a cuatro patas como una perra y me penetró de un tacazo, con tanta fuerza que si no hubiera estado tan lubricada me hubiera producido un desgarro interno. Me folló entonces con ansia, embistiéndome con brutalidad mientras yo me revolvía de placer, de intenso placer. Y como si me fuera a escapar me puso una mano bajo la nuca aprisionándome contra el sofá de forma que yo quedaba con el culo en pompa y la cabeza pegada en el sofá. Mis orgasmos llegaban continuados uno tras otro. No me lo podía creer. Estaba gozando más que nunca con algo que era prácticamente una agresión. Y gimiendo como una perra. La verdad es que estaba en muy buena forma física, ya que no cesó el ritmo de las embestidas hasta que se corrió un buen rato después. Para entonces yo ya tenía el cuello dolorido del aprisionamiento al que estaba sometida y estaba desfallecida a causa del alcohol, los múltiples orgasmos y el esfuerzo por contener sus potentes embestidas.
Una vez que hubo terminado, me ayudó a incorporarme con delicadeza y recostándome sobre su miembro me dijo:
mi niña, un último esfuerzo para limpiar lo que hemos manchado y te llevo a la cama lo dijo a la vez que dirigía su polla que chorreaba semen y flujos vaginales a mi boca.
Yo abrí la boca ya sin fuerzas instintivamente, como un bebé que se está durmiendo pero que todavía sigue mamando de la teta de la madre. Y cuando él consideró que estaba limpio me cogió en brazos con toda la delicadeza del mundo y me llevó a la habitación metiéndome en su cama y arropándome con ternura.
Al día siguiente ya amanecí en otra vida. Un sueño profundo y delicioso separaba esa nueva vida de mi vida anterior. Desperté con un cinturón de castidad.
La verdad es que al principio no reaccioné. Simplemente creía que la situación formaba parte del sueño, ya que tenía la confusión lógica de despertar con resaca en un sitio que no me resulta familiar, solo sentía una presión extraña en la cintura y la entrepierna. Cuando me cercioré de que estaba despierta e identifiqué cual era el objeto extraño la verdad es que no me asusté, simplemente me quedé atónita y empecé a examinarlo. Tenía una tira que se me ceñía a la cintura apretándome más de lo que hubiera deseado. De esa especie de cinturón salía perpendicular otra tira que salía hacia mi entrepierna y se unía por detrás de nuevo a la cintura a modo de tanga. Tenía una especie de coraza que envuelvía todo mi coño estando como adherido por detrás de mis labios exteriores, como conteniéndolo todo en una cápsula, la cual tiene una serie de agujeritos minúsculos que, como supuse, era para que saliera el orín. Más atrás, a la altura del ano, la tira tenía incrustada una especie de aro del tamaño de una pulsera, de forma que rodeaba al ano de forma que quedaba libre de la prisión a la que estaba sometido mi coño, a la vez de separar un poco mis cachetes que tenían que albergar entre ellos el aro, lo que además tensaba la piel de alrededor del ano quedando ligeramente más abierto que de costumbre. El cinturón estaba forrado en su totalidad de cuero pero en su interior estaba hecho con algún tipo de tejido metálico excepto la cápsula que envolvía a mi coño que era también metálica pero rígida. Para terminar, tenía un cierre especial con una apertura para llave que unía la tira de la cintura con la de la entrepierna a la altura del ombligo. Espero haberme explicado bien porque la verdad es que sin verlo es difícil hacerse a la idea de cómo es.
Aunque me dí cuenta de que sin la llave no podría quitármelo, intenté por lo menos descolocarlo de su sitio para ver si podría liberar a mi coño de su encierro, pero la verdad es que el cinturón estaba ensamblado a la perfección, parecía que tenía un material adhesivo. Ahí es cuando fui consciente de que me apretaba demasiado resultándome muy incómodo, si permanecía mucho tiempo con él podría llegar a se hasta doloroso.
En cuanto a Él, había desaparecido de la habitación. Salí del cuarto a buscarlo creyendo que se trataba simplemente de un jueguecito sexual pero no había ni rastro de él por el resto de la casa. En la mesa junto al sofá en el que la noche anterior estuvimos "jugando" había un sobre que ponía con letra cursiva "Para Laura". Me apresuré a leer de inmediato la carta que contenía:
Querida Laura:
Supongo que ahora mismo estarás sorprendida (e incluso enfadada) por tu nueva situación. Creeme que mi intención no es la de enfadarte. Espero que el cinturón no te resulte demasiado incómodo. Aunque al principio lo normal es que te moleste (puede que hasta te haga alguna rozadura), lo he mandado hacer de forma que haga el menor daño dentro de lo posible (ya que debe cumplir su cometido). Yo que tú no usaría ninguna herramienta para intentar quitarlo, ya que lo único que conseguiras será estropearle la capa de cuero que lo recubre y acabará siendo peor para ti. En el caso de que no estés de acuerdo con tu nuevas circunstancias te recomiendo acudir a la policía (aunque sinceramente, no creo que a una chica como tú le venga bien ese tipo de publicidad para su trabajo y su empresa).
Llevo mucho tiempo observándote aunque tú no me conocieras y creo que dentro de ti hay una sumisa que todavía no ha salido a la luz y esta teoría la he reforzado desde anoche cuando sin conocerte de nada te dejaste tratar como una perra.
Mi intención no es esclavizarte en todos los sentidos, tan solo quiero llevar el control de tu entrepierna y que por medio de esto aprendas a obedecerme y respetarme.
Como habrás observado, el cinturón tiene unos pequeños agujeros para que salga el orín y con las defecaciones no vas a tener ningún problema. En cuanto a la higiene personal, te aconsejo que vengas cada día y te libraré un rato para que puedas lavarte en condiciones y no pilles infecciones.
Por ahora esto es todo lo que tengo que decir. Te espero aquí cuando decidas venir a asearte.
P.D. El café y las tostadas están en la cocina. Tómate tu tiempo. Estás en tu casa.
La verdad es que no podía estar más atónita, enfadada, asustada, aturdida, alterada, bloqueada y un montón de cosas más a la vez. No daba crédito. No se me ocurría nada que hacer. No sabía si esperarle o salir pitando de esa casa. Después de 35 minutos sin apenas moverme del sitio decidí vestirme e irme. Ya pensaría con más claridad en mi casa.
Me puse el vestido y metí las bragas en mi bolso (con el cinturón ya no me hacían falta) y salí a la calle. Me sentía totalmente sugestionada con lo que llevaba debajo y tenía la sensación de que la gente me miraba. La verdad es que me estaba empezando a doler el roce del cinturón al andar. Probablemente ya tuviera alguna rozadura.
Me pasé la tarde entera en mi casa llorando e intentando quitarme el cinturón, y como ya me dijo él, que me lo quitara yo sola era tarea imposible. Cuando esa noche me acosté todavía no había decidido lo que haría.