La cárcel (2)

Nuestra ladrona aprende que compartir es mas gratificante.

LA CÁRCEL (2)

Era un día soleado y la hora de nuestro descanso en el patio. Normalmente, jugaba con mis compañeras a diferentes cosas. Generalmente, y aunque parezca mentira, a juegos inocentes de niñas inocentes: gallinita ciega, corro de la patata, escondite inglés, etc.

Esa mañana, en particular, no me apetecía unirme a los juegos sino, más bien, sentarme apoyada en una pared y dejar que el sol dorase mis piernas. Y es lo que hice. A lo mejor me subí demasiado la bata. Cerré los ojos y me relajé, cosa que me hacía falta pues algunos músculos habían llegado a dolerme de tanto ejercicio nocturno.

A los pocos minutos de sentirme como quien está en la playa, llegó Marisol y se sentó a mi lado. Estuvimos un rato mirando a las chicas jugar y charlando de tonterías, hasta que comenzó a sonar la sirena de "recuento" y tuvimos que volver a nuestros quehaceres particulares. Cuando terminó la jornada, volvimos todas a nuestras celdas. Marisol, nada más entrar me enlazó por la cintura y me sonrió. Parecía tener prisa.

Cuando apagaron las luces, no esperó el rato que solía hasta que las demás durmieran. Esta vez, fue apagar la luz y venir directamente a mi cama. No la rechacé, todo lo contrario. Me sentía necesitada de compañía, cariño, mimo y sexo y, una vez más en este aspecto, fui totalmente egoista.

Hay que saber ver los defectos de cada uno. Todos los tenemos y si así no fuera, si hubiese alguien perfecto, terminaría siendo una persona aburridísima. Yo tengo muchos, pero no creo que sea ahora el momento de hablar de ellos. En cuanto al tema sexual, me he dado cuenta de que soy egoista porque me encanta recibir placer, lo cual es totalmente normal, pero en cuanto estoy con Marisol, sé que lo único importante para mí soy yo misma. Yo actúo, es decir, la beso o le toco el pecho, nalgas, el cuerpo en general, únicamente cuando se me van las manos y no por proporcionarle placer a ella, sino porque eso también me proporciona placer a mí. Jamás le he besado o chupado el sexo, porque no me apetece hacerlo, aunque en el fondo de mí sepa que eso a ella le encantaría e incluso que se lo debo por la moral del intercambio. Pero no importa, no me apetece a mí y yo soy lo único importante. En fin, es complicado, pero en el fondo fácil de entender. Puro egoismo.

Se acostó a mi lado y yo me arrebujé entre sus brazos. Me acariciaba la cabeza, yo me dejaba mimar y me sentía tan a gusto, que pasaron muchos minutos sin que ninguna de las dos hiciera ningún otro movimiento. En un momento dado, me pareció entender que decía murmurando "te quiero". Por un momento me sentí agobiada pero hice como si no hubiera oído nada e inicié una serie de caricias eróticas, no porque tuviera una repentina necesidad sexual sino para de ese modo distraer su atención. La maniobra tuvo éxito. Me besó los labios pasando su lengua entre ellos para humedecer mi boca, que la tenía completamente seca y al tiempo acariciaba mi pecho.

Ella es bastante más alta que yo, así que repté junto a su cuerpo para poner mi cabeza a la altura de la suya. Me puse boca abajo, en la cama, y ella comenzó a acariciar mi espalda, mi culo y mis piernas. La sensación que me dejaban sus caricias/cosquillitas en el culo hicieron que yo levantase un poco éste. Entonces ella concentró su atención acariciando las nalgas, pasando el dedo por la raja que las divide y rodeando el ano. Yo comencé a gemir bajito, esto hizo que ella se entretuviese más en el ano. Metió un dedo, la punta solo, y lo sacó. Luego lo chupó entero y lo metió un poco más profundamente, y lo volvió a sacar. Yo me estaba poniendo cada vez más cachonda. Metió dos dedos bien mojados, luego tres y de la misma manera los iba sacando y metiendo. Yo estaba con el culo levantado y moviéndolo. De repente noté que otros dedos me acariciaban fuerte el clítoris. Era una doble sensación, delante y atrás, a cual más erótica. Abrí los ojos, miré hacia atrás y ví que los dedos que me tocaban delante pertenecían a la mano de Enma. No me importó. Creo que incluso me puse más cachonda. Entre Enma y Marisol, me pusieron tumbada de lado y una se dedicaba a magrearme por detrás y la otra por delante. Luego una boca comenzó a succionar con fruición uno de mis pezones. Otra boca se apropió del otro..., ¡qué tremendamente puta llegué a sentirme!, y lo que es curioso, cuanto más puta y más guarra me sentía, más cachonda estaba. Tuvieron que taparme la boca pues lo que al principio era tímidos gemidos de placer, llegaron a convertirse en auténticos alaridos de..., vicio.

Aquellas sesiones llegaron a convertirse en una costumbre que se repetía cada noche. Yo me dejaba hacer todo aquello que pasase por sus calenturientas imaginaciones. Me sentía como una muñeca hinchable con la cual se hacía lo que se quería sin que pudiera participar. Me encantaba. Por las noches, tremendamente puta y guarra, por el día, la pobre inocente injustamente encarcelada con gente "rara". Eso de tener dos personalidades era tremendamente útil. Además tenía la ventaja enorme de poder convencerme de que se trataba de algo transitorio. Que era porque me habían obligado a convivir dentro de una sociedad en la cual imperaba el vicio. Que cuando me diesen la libertad, probablemente no volviese a cruzarme con "esa gente" en la vida y yo continuaría viviendo con toda normalidad, rodeada de gente normal que, incluso, me idolatrarían por salir tan bien de un sitio tan malo.

Eso me decía y llegué a convencerme. Para mí es facilísimo excusar mis errores, justificar mis acciones o creerme las historias que invento para satisfacer mi ego. Es otro de mis defectos. Pero me viene muy bien poseerlo.

Pasaron los tres años. Se consideró que ya había pagado la deuda contraída y me dieron la libertad.

Me devolvieron las pertenencias que tenía cuando entré y me acompañaron hasta la salida. Oí como se cerraba la puerta tras mí. Miré hacia el horizonte y no ví a nadie con una sonrisa de bienvenida. Me dí cuenta de que, sin poder evitarlo, las lágrimas rodaban por mis mejillas. Acababan de cerrar las puertas al único mundo que conocía. Tenía que comenzar a descubrir el otro. ¡Y era tan grande! ¡Me encontraba, de repente, tan sola!