La cara oculta de la luna

Una serie de hechos, algunos de ellos insignificantes considerados aisladamente, pueden encadenarse para producir un resultado inesperado, haciendo converger pasado y presente, dando lugar a un futuro que hacía unos instantes era imprevisible. Esta historia no es real; pero creo que posible, al menos en su esencia.

LA CARA OCULTA DE LA LUNA

Una serie de hechos, algunos de ellos insignificantes considerados aisladamente, pueden encadenarse para producir un resultado inesperado, haciendo converger pasado y presente, dando lugar a un futuro que hacía unos instantes era imprevisible.

Esta historia no es real; pero creo que posible, al menos en su esencia.

1.- Sucesos encadenados

Mi equipo de creativos no estaba ese día nada inspirado, tras cuatro horas de reunión nada fructíferas decidí suspenderla y que todos se fueran a comer; a ver si con el estómago lleno salía la idea que precisábamos para la campaña publicitaría que llevábamos entre manos. Soy director y propietario de un pequeño estudio publicitario y esos días estábamos luchando por conseguir la cuenta de una importante empresa del país.

Ya me iba a comer yo también y estaba apunto de cerrar la puerta, cuando de improviso decidí hacer valer mi condición de jefe. Volví a abrir la puerta y sólo asomando la cabeza le dije a mi secretaria que esa tarde no volvería y que no me molestaran en el móvil si no era algo realmente importante.

Lo que yo no sabía en ese momento era que este era el primero de una serie de hechos que iban a cambiar mi vida.

En casa estaría solo y podría desconectar unas horas de la tensión. Era miércoles y Maite, mi mujer, se iba con sus amigas al SPA después de salir del trabajo; y el chico y la chica cada vez venían más tarde a casa (cosas de la edad). Seguro que en la nevera encontraría algo para picar y me dedicaría a ver una de las películas de mi colección privada. Que nadie se llame a engaños, no es cine porno ni nada parecido; colecciono películas de ciencia-ficción: 2001 una Odisea en el espacio, La amenaza de Andrómeda, Blade Runner, Planeta Prohibido, Viaje Alucinante,… Todo bastante clásico e inofensivo.

Entré en el portal de casa pensando que película estaría más acorde con mi estado de ánimo y esperando al ascensor, no me percaté de que alguien más entraba detrás de mí.

Buenas tardes, Ramiro. – Me sobresaltó una voz.

Era Valentín el hijo de los vecinos de al lado de casa. Un chico muy educado y agradable, muy buen estudiante según sus padres y, además, con buena planta.

Hola Valen, no te había oído entrar.

El ascensor se detuvo y el chico, haciendo gala de su cortesía y buena educación habituales, abrió la puerta y me cedió el paso. El ascensor es estrecho, pues es una finca antigua en el que se ha instalado en el hueco de la escalera no hace mucho tiempo; pero tuve la sensación de que se colocaba demasiado arrimado a mí, incluso para el poco espacio existente.

Subíamos lentamente hacia la última planta y ambos, como en un movimiento sincronizado, giramos la cabeza cruzando nuestra miradas. "El chico es rematadamente guapo", pensé mientras le observaba a pocos centímetros de su cara. Levemente, sonriendo, acercó sus labios a los míos, hasta casi rozarlos y yo no hice nada por retirarme. Al contrario, sin saber por qué, recorrí los milímetros que nos separaban hasta sentir el calor de sus labios sobre los míos.

Fue como un disparo, como una descarga eléctrica recorriendo mi cuerpo. Nos fundimos en un beso profundo y carnal. Al abrazarnos sentí su sexo abultado contra mi vientre y como el mío también reaccionaba. Su mano se deslizó hasta mi entrepierna buscando mi verga para acariciarla sobre la ropa.

¿Te he puesto cachondo, verdad?.

No respondí con palabras; mi mano también buscó su sexo y lo encontró palpitante, pugnando por salir.

Yo también voy caliente. ¿Notas como me has puesto?.- Continuó diciendo

El ascensor se detuvo súbitamente y apresuradamente salimos al rellano. Por un instante, pareció que ninguno de los dos reaccionaba; pero finalmente, él fue el primero en hablar.

En casa está mi madre…- Dijo con un tono sugerente y sin acabar la frase.

En la mía no debería haber nadie.

Torpemente busque la llave y abrí la puerta sintiendo su aliento en mi cuello. Tras un "Hola, ¿hay alguien?", sin respuesta, nos lanzamos el uno sobre el otro. Nos besamos como locos mientras íbamos literalmente arrancándonos la ropa. La visión de su cuerpo desnudo y joven, levemente atlético, todavía me calentó más. Mientras nos acariciábamos el culo, la polla, los huevos; nos revolcábamos sobre mi cama de hombre casado, como en un combate de lucha grecorromana; pero su juventud era un valor innegable y finalmente cedí a sus impulsos.

Tumbado boca arriba, casi inmovilizado por el joven, se sentó sobre mi pecho y ordenó:

Chúpame la polla.

Hacia mucho tiempo que no vivía una experiencia semejante; pero no era la primera vez.

2.- Recuerdos de juventud

Marcelo y yo éramos muy buenos amigos y compañeros de estudios. Nos reuníamos muchas veces en su casa para estudiar por las noches y yo me quedaba a dormir frecuentemente. Se acercaba el final de curso, la primavera era cálida y habíamos estado trabajando intensamente durante horas en su casa.

Se tumbó sobre su cama y casi se arrancó la camiseta de un tirón, mientras exclamaba:

¡Qué calor!, así no hay quien trabaje.

Tienes razón. Descansemos un rato.

Me tumbé a su lado. Ambos mirábamos al techo y sólo se escuchaba nuestra respiración.

¿Sabes lo que me apetece, Ramiro?. - Preguntó Marcelo, rompiendo el encanto del momento.

Supongo que acabe el curso de una vez e irte de vacaciones. – Respondí, sin muchas ganas de hablar

Algo más inmediato y más… - Dudó un momento antes de continuar - …excitante.

¿Excitante?

Sus palabras me llenaron de sorpresa y giré la cabeza para mirarle.

¿Te parece poco excitante hacerse una paja, aquí y ahora?

Estás loco.

No, no estoy loco. Necesito relajarme y una paja es un buen método

Se había quitado los pantalones, estaba a mi lado, completamente desnudo y había a empezado a masturbarse muy suavemente.

Me dejó completamente descolocado y sin saber que hacer. Mi amigo estaba junto a mí con la polla como un palo, haciéndose una paja y yo lo miraba sin reaccionar.

¿No te apuntas?. Parece que tú también lo necesitas. – Me dijo sonriente y señalando a mí entrepierna.

El bulto de mi pantalón mostraba sin dejar dudas que yo también estaba empalmado. Le miré con cara de tonto, me bajé los pantalones y empecé a cascármela.

El silencio volvió a llenar el ambiente; pero poco a poco, jadeos y gemidos fueron cruzando el aire.

Acabé cerrando los ojos, concentrándome en la paja y sin pensar en nada. En eso noté el aliento de Marcelo en mi oreja, su mano que apartaba la mía y tomaba mi polla y su voz calida y seductora que me susurraba.

Así es mejor. Hazme una paja mientras yo te la hago a ti.

No fui capaz de reaccionar y seguí su sugerencia. Extrañas y contradictorias sensaciones corrieron por mi cuerpo. El que no hubiera correspondencia entre los que decía mi mano y mi polla era nuevo para mí.

Cuando uno se masturba, los impulsos de la mano se trasmiten a la polla y lo que sientes hace que regules tus movimientos. En aquel momento, lo que yo hacía con la polla que tenia entre las manos no era lo que yo sentía en la mía y, por otra parte, sobre mi verga llovían impulsos que yo no controlaba. Pero aquello no era la última nueva emoción que iba a vivir aquella calurosa tarde de primavera.

Estaba descontrolado, camino del orgasmo y seguramente mis manipulaciones de la polla de Marcelo no eran lo suficientemente coordinadas para que le resultaran plenamente placenteras; pero parecía no importarle. Seguía masturbándome, acomodando sus movimientos a mis gemidos y espasmos de mi cuerpo, con su cara muy pegada a la mía. En esa situación, note como la verga de mi amigo se me escapaba de la mano y como él se movía de una manera que no llegue a interpretar hasta que no percibí claramente su boca en mi polla.

No fui capaz de hacer nada, había llegado al punto de no retorno y bastaron tres o cuatro movimientos de cabeza para que me corriera en su boca. Él no hizo nada por evitarlo; si no que, al contrario, en el momento que arqueé mi cuerpo presa del éxtasis sus labios cercaron con fuerza la base de mi verga y sentí su lengua acariciando mi sexo prisionero en su boca, en medio de la eyaculación.

Quede sobre la cama rendido y ofuscado. Había sido la mejor corrida de mi breve y escasa vida sexual; pero no asimilaba como habíamos llegado a ese punto. Al abrir los ojos, me encontré con la cara sonriente de Marcelo mirándome a escasos centímetros de la mía. Entre los labios y en el mentón todavía se podían ver restos de semen y creo que contuvo sus deseos de besarme.

Intenté decir algo, aunque en realidad no sabía que; pero Marcelo, poniendo un dedo sobre mis labios, me hizo callar y fue él quien habló. Fue claro y directo:

Soy gay y hace mucho tiempo que deseaba hacer esto. ¿Me perdonas?

Aquello me superaba y sólo supe decirle:

No tengo nada que perdonarte; pero si me lo hubieras dicho

Si te lo hubiera dicho ¿Qué? Me hubieras dejado mamarte la polla como lo he hecho. Sólo quiero que sepas que no ha sido una encerrona; que no estaba planeado. Me he dejado llevar y no sé si he hecho bien.

No respondí y volvimos a quedar tumbados el uno junto al otro. Le miré de reojo, tenía los ojos cerrados y había empezado a masturbarse. Con una mano se acariciaba los huevos y la otra la movía arriba y abajo haciendo deslizar su polla entre los dedos. Su verga se veía rotunda, con las venas muy marcadas, como apunto de estallar; el glande, liso y brillante, aparecía y desaparecía entre sus dedos y él respiraba cada vez más profundamente.

Me incorporé y mis manos ocuparon el lugar de las suyas.

No tienes que hacerlo. – Me susurró, casi entre jadeos.

Seguí sin responderle, sólo le lancé una sonrisa y un leve gesto de cabeza. La sensación del contacto con su polla, tibia, suave, palpitante, era extraordinariamente agradable. Era consciente de que el placer de mi amigo estaba en mis manos y eso me excitaba. Sus gemidos y los movimientos de su cuerpo me impulsaban a seguir. El glande se cubría de una pátina brillante de líquido seminal que empezaba a humedecer mis dedos y de un modo natural, sin pensar en lo que iba a hacer, me incliné sobre Marcelo recibiendo su verga en mi boca. Marcelo levantó levemente la cabeza y nuestras miradas se cruzaron, su boca exhaló unas palabras en medio de un gemido:

¿Qué haces? ¡Tú no…!

No pudo acabar la frase, una oleada acre y caliente inundó mi boca; pero yo seguí con mi tarea hasta que dejó de gemir y su cuerpo reposó exhausto sobre la cama. Ahora era yo quién lo miraba de cerca y cuando abrió los ojos, fui yo quien le besó en los labios con los míos cubiertos de semen.

Ya relajados, sus gestos mostraban sentimientos contradictorios y yo también los tenía e intenté romper la tensión con una broma:

¿Me habré vuelto gay, yo también?

Enseguida me di cuenta de que ni habías sido una salida muy afortunada y quise arreglarlo con una sonora carcajada que sonó forzada. Me acerqué a él, le tome la mano y exclame, sin pensarlo:

¡Lo importante es que lo hayamos pasado bien! Ha sido una experiencia extraordinaria, ¿verdad?.

Lo dije de verdad, era lo que me salía del corazón y supongo que se me notó y por fin Marcelo volvió a ser el de siempre.

La experiencia se convirtió casi en costumbre. Acabamos las horas de trabajo y estudio con una sesión de sexo oral, cada vez más tórrido y morboso.

3.- El lado oculto

Aquel joven educado y modoso se había convertido en un dominador, en una fiera del sexo. Y eso me puso aún más caliente. Su polla erecta, golpeaba rítmicamente la cara y el seguía ordenando:

He dicho que me la mames

No lo pensé más e hice un esfuerzo para incorporarme y capturarla con mi boca. Valentín rió, y cedió ligeramente su presión para facilitar mi tarea. Con mi boca llena de su sexo observaba sus movimientos y los gestos de placer de su cara.

En aquella postura era difícil moverse; pero el lo hacía por mi meneándose como si me estuviera follando por la boca. Sus fuertes envestidas me ahogaban e hice un esfuerzo para tener algo más de control.

Logré que se apartara un poco, lo suficiente para poder maniobrar y tener su verga entre mis manos. Empecé ha chuparle los huevos; primero con la lengua, luego a metérmelos de uno en uno en la boca, hasta dejarlos bien ensalivados. Sus cojones húmedos y brillantes resbalaban por entre mis dedos y su polla entraba y salía de mi boca. Mis labios se ajustaban perfectamente a su calibre y mi lengua buscaba sus puntos más sensibles.

¡Cabrón, que bien la mamas!. ¿Cuántas pollas te has tragado en la oscuridad de los cines porno? ¿Y a cuantos jovencitos se la has mamado en los aseos de los centros comerciales?. Sigue así, cabrón. ¡Seguro que eres cliente asiduo de alguna sauna gay y tienes fama de mamón!

Con la boca llena no podía responder a sus bramidos; pero me preguntaba a mi mismo si todo eso que me estaba diciendo ocurría de verdad en el mundo de hoy y si me los estaba perdiendo. Nada de lo que me decía era cierto; pero nada más de pensar en ello, me puso aún más caliente.

Yo seguía con la polla sujeta con una mano, recorriéndola con la lengua, milímetro a milímetro, de abajo arriba una y otra vez, rastreando con la punta de la lengua el frenillo, la corona del glande y el orificio, antes de darle el impulso para hacerla entrar en mi boca, hasta el fondo y hacerle gemir de placer.

¡Más, más. Puta, no pares. Así hasta el fondo!. ¡Oh, me vuelves loco!. ¡Que callado te los tenías. Maduros, casados y con hijos, sois unos putones ansiosos de buenas pollas!

Yo estaba que estallaba, me dolía la polla y empecé a masturbarme. Valentín se percató de ello y se abalanzó sobre mí, inmovilizándome de nuevo.

¡Ni se te ocurra correrte, sabes!. ¡Aquí mando yo y ya te diré cuando puedes tocarte!

Me saqué la polla de la boca y de manera instintiva le espeté

¡Pues fóllame, cabrón!

Se quedó parado, no esperaba algo así; pero en seguida reaccionó.

El papa quiere que le rompan el culo. ¿Seguro que sabes lo que dices?

Sí, joder. Dame por culo de una vez. No te creas que serás el primero

Vaya con el vecinito. Además de mamón, ha resultado ser una perra en celo.

En ese cajón hay un tubo de crema. Lubrícame bien y fóllame de una vez.

Vamos, si está preparado y todo.

Es hidratante vaginal de mi mujer; pero servirá. Condones no tengo; pero es igual.

Siguió mis instrucciones, se aplicó una buena dosis de crema en la polla y con los dedos me lubricó el ano metiéndolos hasta dentro. Levante las piernas, apoyándolas en sus hombros. Colocó su verga a la entrada de mi ano y, con una sonrisa llena de lujuria, apretó suavemente.

4.- Placeres desconocidos

Con Marcelo, no había palabras, sólo deseo, deseo y placer. Solo se podía escuchar nuestra respiración entrecortada, los bufidos y jadeos derivados del momento, los gemidos que arrancábamos el uno al otro con nuestras acciones y los chasquidos húmedos de una polla saliendo bruscamente de la boca que hasta ese momento la acogía.

Al finalizar, sudorosos, empapados de semen y ahítos de placer, tampoco había palabras tiernas y cariñosas; éramos dos amigos, compañeros de todo en la vida, que compartíamos los laureles del sexo. Al menos eso era lo que yo me repetía continuamente a mi mismo, como para convencerme de no sabía exactamente qué.

Uno de esos días, estábamos en pleno 69, yo tumbado sobre la cama y él encima; me había puesto especialmente cachondo jugueteando son su lengua en mi polla. En eso, se levantó, si dio media vuelta y, sentado sobre mi pecho, me miró con cara lujuriosa. Creí que, como ya había hecho alguna vez, iba a hacer que le comiera la polla en esa posición hasta dejarme la cara surcada por regueros de esperma; pero me equivoque.

¡Voy a hacer algo que deseo casi desde que te conocí! – Exclamó, con un tono muy morboso.

Con su mano derecha hacia atrás, tomo mi polla y poco a poco se deslizó hasta que quedo encajada a la entrada de su culo.

Quiero que me folles. No puedo esperar más tiempo a sentir tu polla entrando en mi culo.

Cuando quise darme cuenta, la tenía metida hasta el fondo con su trasero presionando mis huevos. Era evidente que yo no era el primero que exploraba aquel pozo.

  • ¡Oh Dios, que gusto! Exclamaba mientras cabalgaba sobre mi polla que entraba y salía de su culo!

Su cara reflejaba un placer inenarrable. Ni en la más afortunada de mis mamadas lo había llevado a ese extremo de placer. Con el cuerpo levemente hacia atrás y con la palmas de las manos presionando sobre la cama, sus caderas subían y bajaban rítmicamente y su polla erecta se cimbreaba totalmente libre apuntando hacia el techo. Los ojos cerrados, mordiéndose los labios y agitando la cabeza entre gemidos y jadeos, me estaba poniendo como una moto, nada más de verlo. ¿Cómo era posible que gozara de aquella manera?, me preguntaba a mi mismo, haciendo por gozar al máximo mi primera penetración (tanto a una chica como a un chico); pero el espectáculo me lo impedía.

Aceleró el ritmo, de su boca salía una serie continua de gemidos y exclamaciones y de la punta de su polla empezó a manar un hilillo blanquecino que acabó llegando hasta mi vientre. Se incorporó, se dejó caer logrando una penetración muy profunda, lanzó un grito y llevó sus manos a su polla. La izquierda, bajo los huevos y la derecha, apretando firmemente su polla justo bajo el glande. Un chorro de semen trazó un arco blanquecino en el aire, hasta estrellarse en mi cara, al que siguieron varios más, cada vez más cortos y acompañados de gritos que iban menguando. Quede con el pecho veteado de surcos blancos y Marcelo se dejó caer sobre mi, sudoroso y agotado.

Ha sido maravilloso, el mejor orgasmo de mi vida. – Empezó a decirme entre beso y beso.

Se movía ondulando sus caderas sin separarse de mí y sentía como sus músculos estrujaban rítmicamente mi polla, que mantenía una penetración poco profunda.

Sigue follándome, muévete, quiero culminar estos momentos de placer extremo sintiéndome lleno de ti.

Con movimientos de mi pelvis, mi polla entraba y salía de su culo, mientras él seguía besándome y mascullando:

Así, así. No pares, que gusto me das.

Mi polla palpitaba a cada movimiento, la sentía como si se dilatara más y más. Por efecto de la postura, el frenillo fregaba las paredes del recto de Marcelo, a la vez que toda mi polla se sentía bien acomodada, no tan caliente y húmeda como en una mamada; pero si más arropada. Justo antes de correrme, la clavé hasta el fondo. Marcelo lo notó y empezó a decirme:

¡Córrete! No te controles. Así, así.

Marcelo contraía rítmicamente los músculos de su ano y no paró hasta que me corrí.

Desde aquel día nuestra actividad sexual cambió; ya no era sólo sexo oral, si no que me pedía frecuentemente que lo penetrara. Cuando lo hacía, lo veía gozar con tal intensidad que no era capaz de negarle ese intenso placer, aunque yo prefería el sexo oral.

Sin embargo, el verlo disfrutar de esa manera de la penetración me llenaba de curiosidad. ¿Cómo era posible sentir tanto placer?. Debía existir una razón fisiológica y no meramente sicológica. El que Marcelo se reconociera gay, no me bastaba. Y si había algo físico, algún mecanismo que produjera ese placer, ¿podría yo sentirlo también?. Sus orgasmos exacerbados y sus eyaculaciones masivas me llegaron a convencer de que yo quería vivir esa experiencia y un día, así se lo planteé.

No puso ninguna pega, sólo me avisó de que necesitaría una buena preparación; pero que no me preocupará y que él lo haría. Y lo hizo. Enseñó a mi culo a recibir sensaciones agradables, me descubrió los puntos ocultos de placer, adiestró a mis músculos a relajarse y un día me dijo:

Creo que estas listo, Ramiro.

Pues hazlo. – le respondí sin dudarlo un instante.

5.- Todo se repite

La olvidada sensación de una dura polla penetrándome me hizo retroceder en el tiempo. Valentín, como aquel día Marcelo, iba entrando poco a poco, deteniéndose ante cualquier resistencia y retomando el camino cuando sentía que me había relajado. La casi brutalidad que hasta hacía un momento me había mostrado Valen, había desparecido totalmente; ahora se le veía tierno y delicado, con miedo de hacerme daño. En un instante, exhalé un leve quejido y detuvo su avance de instantáneamente.

Sigue, Val. No me duele – Tuve que decirle, para que continuara con la penetración

Poco a poco mi esfínter se fue dilatando, dando paso a la calida verga de mi joven amante. ¡Era increíble! ¿Por qué había renunciado a estos placeres?.

La familia de Marcelo se tuvo que trasladar a otra ciudad y él marchó con ellos. Nos prometimos seguir en contacto y al principio cruzamos correspondencia. Pero no existía Internet, ni los chats, ni el correo electrónico y poco a poco la relación se fue diluyendo. En su última carta me explicó que tenía novio y así desaparecieron de mi vida Marcelo y el sexo con otros chicos.

De vuelta a la realidad, sentí un leve chasquido en mi interior y la polla de Valen se deslizó hasta el fondo, arrancándome un gemido. Se inclinó sobre mí y me besó.

¿Estás bien? – Preguntó con dulzura

En la gloria – Respondí como flotando en una nube – Fóllame, lo estoy deseando.

Su polla moviéndose en mi interior hacía que todo mi cuerpo temblara, era como si una débil corriente eléctrica se originara en mi interior y hormiguera por todo mi cuerpo. La verga erecta, y casi desafiante, se agitaba en el aire acompasada a los envites que recibía y pronto empezó a rezumar. Primero pequeñas gotas opalescentes coronaron el glande y poco a poco un hilillo de fluido seminal se fue deslizando por el tronco hasta los huevos.

Sentía la polla tumefacta, con una erección más propia de mi juventud que del declive sexual que ya empezaba a percibir en el sexo conyugal. Gemía y jadeaba, gritándole a Valen que no parara, que quería correrme sintiendo su polla abriéndome las entrañas. Eso debió excitarle y cada vez lo hacía de manera más salvaje.

Me llamaba puta, perra en celo, maricona y sus palabras y sus gestos todavía me ponían más cachondo. Se inclinó para besarme y sus besos eran casi mordiscos. Me la clavó hasta el fondo con un golpe seco y pellizcándome los pezones y grité creyendo que me corría en ese instante, al sentir como un río manaba de mi polla. Otra vez el amable muchacho se había trasmutado en un animal del sexo. Me sentía al borde de orgasmo, un orgasmo que no alcanzaría si no me la cascaba; pero que ese momento no sabía si quería al éxtasis o permanecer eternamente así.

¡Vas a hacer que me corra, cabrón!, ¡Que te llene el culo de leche, como no he hecho con nadie! – Exclamó entre gemidos e intentando detener lo inevitable.

¡Yo tampoco puedo más!, ¡Necesito correrme de una puta vez!, ¡menéamela y corrámonos juntos! – Grité.

Su mano sudorosa me dio el alivio que necesitaba, tres o cuatro meneos bastaron para que mi cuerpo se quedara tenso e inmóvil y mi polla lanzara el primer trallazo de semen. Las contracciones de mi ano sobre la verga de Valen, remataron el momento y percibí como mi recto se inundaba de calor. Ambos gritábamos sin contención, el aire olía a sudor y esperma.

6.- Sí era lo que parecía

En ese instante una voz de mujer repetía mi nombre con preocupación:

Ramiro, Ramiro. ¿Qué te pasa?

Desde el marco de la puerta, Maite, mi mujer, nos miraba con la boca abierta y los ojos salidos de las órbitas. Debía haber llegado sin que nos diéramos cuenta y al oír los gritos y reconocer mi voz, creyó que me pasaba algo malo.

Me había sorprendido en pleno orgasmo, enculado por el hijo de los vecinos, empapado de sudor y semen y con cara de volver del paraíso. Nos observó a los dos, desnudos sobre nuestra cama, abrazados y con la polla de Valen aún hundida en el culo y creo que comprendió enseguida.

Cuando vuelva a casa, no quiero verte aquí.

Pronunció estas palabras, muy sería y sin el más mínimo asomo de afectación. No reaccioné, ni dije nada. ¿Qué excusa iba a ponerle?:

" No cariño, no, no es lo que parece ".

Sí era lo que parecía: un apuesto joven se estaba follando a su marido en su propia cama y, a juzgar por los gritos y gemidos, lo habían pasado genial. He de reconocer que, aunque nuestra vida sexual había sido buena, nunca antes había demostrado el placer que me producía el sexo de manera tan evidente, ni yo recordaba que un polvo con ninguna mujer me hubiera producido tanto gozo.

A pesar del sexo con Marcelo, yo no había dejado de intentar ligar con chicas, aunque sin demasiado éxito. Seguramente, el tener mis necesidades sexuales cubiertas, hacía que no me esmerara; sin embargo, todo cambió cuando Marcelo se fue. No me costaba llevármelas a la cama e incluso llegó a mis oídos que tenía fama de buen amante. Decían de mí que no nunca tenía prisa en penetrarlas y que con mis caricias y besos las hacía gozar con mucha ternura; pero sobre todo les volvía loca como les comía el coño. El sexo oral se había convertido para mí en algo intrínseco a la práctica sexual. Igual que le había mamado la polla a Marcelo en un sinfín de ocasiones buscando su placer, mi lengua y mis labios se esforzaban en proporcionar el mayor goce posible a mis compañeras de cama.

Así fue como conquisté a Maite, nos presentó una amiga común en una fiesta que daba en su casa y esa misma noche follamos como locos. No es que nos uniera el sexo, si no que enseguida surgió entre ambos algo especial. Hablamos, bebimos, bailamos, reímos y acabamos escurriéndonos de la fiesta para dar rienda suelta al deseo.

No tenía quejas de mi matrimonio, había sido feliz en todos los aspectos. Consideraba mi vida sexual más que satisfactoria y nunca había echado en falta el sexo con hombres; pero en ese momento fui consciente de que todo había cambiado.

Maite dio media vuelta y no tardé en escuchar el portazo. Le pedí al chico que se marchara y lo hizo sin hacer ningún comentario; yo me preparé una maleta con lo imprescindible y salí de mi casa con la convicción de que empezaba para mí una nueva etapa de mi vida.

Dentro de todo, el proceso de divorcio fue muy civilizado. Acepté todas sus condiciones y lo liquidamos rápido. Comprendo a Maite; pero lo que más me dolió fue la postura de mis hijos, no he vuelto a saber nada de ellos. Hubieran aceptado que su padre engañara a su madre con otra mujer; pero para ellos yo era un degenerado, un padre maricón no merece ningún respeto. Siento que he fracasado como padre, creí dar a mis hijos una educación basada en la tolerancia, en el respeto a todas las opciones, en el derecho a dirigir y cambiar tú vida por ti mismo, incluso, en el derecho a equivocarse; pero han salido unos retrógrados defensores de unos valores caducos e intolerantes.

  1. Sexo salvaje

Seguí viéndome con Valen, venía a visitarme a mi nuevo apartamento y a veces se quedaba a dormir. Me contagiaba su vitalidad juvenil y su potencia en el sexo; a mi edad lograba de mí lo que no había logrado ni Marcelo, ni ninguna mujer.

Había días que me apetecía comerle la polla hasta el final, verlo gemir y retorcerse de placer con su verga llenando mi boca (seguramente exageraba; pero a mi me gustaba, me excitaba sobremanera). Llegué a conocerlo también, que sabía cuando parar para que no se corriera todavía y él controlaba de tal manera su eyaculación, que, a veces, en la punta de su polla espasmódica aparecían las primeras gotas de semen blanquecino y espeso. Paraba unos instantes para besarnos y darle tiempo a relajarse y volvía a la carga. Mi boca se llenaba de ese sabor tan particular que tiene la polla de un hombre a punto de correrse, un sabor cada vez más intenso después de cada parada. Así varias veces hasta que ya no podía retenerse más y se corría en mi boca. Yo también lo hacía un instante después, preso de excitación y gozoso de haberlo hecho gozar.

Nos abrazábamos y besábamos, jugueteando con su semen en nuestras bocas. Me metía los dedos en el culo, mientras yo acariciaba su polla que no había acabado de perder toda la tumescencia. Me llamaba "goloso mamón" y me relataba como me la iba a meter, imitando con sus dedos en mi culo los movimientos que haría con su polla. Sabía como hacerlo para ponerme cachondo y así seguíamos y seguíamos, sin preocuparnos por el tiempo, hasta que su polla, dura como una roca, estaba dispuesta para hacerme sentir en el edén. Lo hacía como lo hizo el primer día, haciéndome sentir suyo, hasta que ambos nos corríamos abrazados y fundidos en un beso.

Otras veces, llegaba como un torbellino arrasándolo todo y me penetraba con modos casi salvajes. Me hacía cambiar de postura una y otra vez; pero siempre era él quien llevaba la batuta, me la clavaba con repetidos golpes secos y profundos, era como un muñeco en sus manos; pero me hacía sentir maravillosamente bien. Cada envestida era un gemido que surgía de mi garganta y una sacudida de placer en mi polla. Me resultaba especialmente placentero cuando al final, sudorosos y agotados, tumbados ambos de costado, me penetraba por detrás mientras me mordisqueaba el cuello y las orejas (yo volvía de tanto en tanto la cabeza buscando sus labios carnosos), me pellizcaba los pezones y acariciaba mi sexo. Me corría sin remedio en su mano, que llevaba hasta mi cara haciéndome sentir la calidez de mi propio semen. Tras el éxtasis, quedábamos abrazados, con su polla todavía enterrada en mi cuerpo, y así permanecíamos mientras me acariciaba, me llenaba de besos y me susurraba al oído obscenidades que me excitaban de nuevo. Yo movía mi culo contra su pubis y sentía como su verga se dilataba poco a poco encajándose en mi ano. Surgía entonces el otro Valentín, el tierno, delicado y amable capaz de sodomizarme interminablemente y llevarme a un estado en el que no sabía si vivía un orgasmo perpetuo o los encadenaba uno tras otro, ya hasta sin rastro alguno de erección en mi miembro.

Sin embargo, tanta felicidad llegó a cansarme. Aquella relación, era sexo, puro sexo en su estado más puro y salvaje. Seguramente, de manera inconsciente, añoraba la estabilidad y el entorno de mi anterior vida en familia; aunque no supe verlo. Valentín y yo nos fuimos distanciando hasta dejar de vernos.

A pesar de mi edad, caí en una especie de síndrome de abstinencia de sexo. Empecé a consumir cine porno y a masturbarme a diario como loco, hasta que un día recordé algo que me dijo Valen el día de nuestro primer polvo:

"¿Cuántas pollas te has tragado en la oscuridad de los cines porno? ¿Y a cuantos jovencitos se la has mamado en los aseos de los centros comerciales?.... ¡Seguro que eres cliente asiduo de alguna sauna gay y tienes fama de mamón!"

Me pregunté si eso era posible, me decidí a buscarlo y lo encontré. En la oscuridad y el anonimato de los cines X mamé y me mamaron la polla; al principio con timidez, pero pronto aprendí los códigos y pautas de comportamiento. Recuerdo alguna situación especial, como una vez que, sentado en la última fila, tenía una polla a cada lado a la altura de mi boca, mientras me la mamaban a mi también. Los dos se corrieron en mi cara y yo lo hice en la boca del otro, que se sentó a mi lado para besarme y lamerme el semen que cubría mi rostro.

También recuerdo unos cruces de miradas cómplices y delatoras, como me dejé llevar por mi instinto y como acabé empalado en la polla de un chico sentado en el inodoro de un aseo público. Aprendí a entender las miradas y las señales de los que buscaban lo mismo que yo merodeando esos lugares.

Lo que más me costó fue entrar en una sauna. La primera vez, me sentí totalmente cohibido y no pase de simples miradas y algún roce frente a la pantalla de cine porno. Me dije a mi mismo que no volvería más; pero volví, volví y me lancé sin inhibiciones a una sesión de sexo en grupo.

A pesar de haber aprendido donde y como encontrar sexo sin paliativos, seguía sin encontrarme a mi mismo, hasta que nuevamente el azar me cambió de nuevo la vida.

Epílogo: No se hasta cuando

Sucedió en un pasillo del supermercado, me levanté después de haber cogido un producto del estante de abajo y caí al suelo de culo como consecuencia de un golpe en la cabeza con algo duro. Me había dado contra una lata que otro comprador acababa de coger de un estante más alto.

De inmediato, me ayudo a levantarme, se disculpó y me miró el golpe en la frente. No había sido nada importante, fue más lo imprevisto del golpe que la fuerza del impacto había sido lo que me hizo hecho caer. Me pidió disculpas y me dio la mano amigablemente. Al estrecharla sentí algo extraño, como un escalofrío placentero, una sensación difícil de concretar y en su mirada también percibí algo particular, como un mensaje que en aquel momento no fui capaz de descifrar.

Volvimos a coincidir en varios lugares del barrio, éramos casi vecinos. Nuestras conversaciones se fueron alargando y un día lo invité a casa. En esa invitación no había ninguna intención sexual, solamente era una persona cuyo trato me resultaba agradable.

Bebimos y charlamos amigablemente hasta hacerse de noche y le invité a cenar, aceptó sin reparos. Tras la cena, me dijo que había algo que debía saber, que prefería que lo supiera de él antes que me llegara por otros caminos o incluso que manchara mi reputación. Era gay, él no lo oculta, y no quería que lo supiera por si comenzaban las habladurías sobre mí. Sonreí y le conté mi historia.

Es más joven que yo, no tanto como Valentín, estoy enamorado, vivimos juntos y su juventud me hace revivir la mía. No sé si él lo está de mí y soy consciente de que un día puede dejarme El sexo con él es tierno y delicado y me siento en otro mundo cuando me abraza y me besa; pero ¿sabéis que fue lo que hizo que me enamorara de él?. Seguramente a muchos les extrañará. ¡La noche de la cena, cuando nos confesamos el uno al otro, no follamos, no hubo sexo!. De hecho tardamos meses en tenerlo, ¿es curioso, verdad?.