La Canguro Reencuentro final
Acaso es posible evitar lo inevitable...
Antes de cerrar los ojos recordé todo lo que me había pasado durante el día… me parecía completamente increíble que hubiera hecho lo que había hecho. Me sentía extraña, con la sensación de estar viviendo en un sueño en el que pronto despertaría. Una mezcla de culpabilidad y alegría se apoderaba de mis pensamientos. Por un lado, el brutal momento de sensualidad y erotismo que había vivido, y por el otro, la sensación de remordimiento de quién comete su primer pecado. Sin embargo, cerré los ojos pensando que no me arrepentía…
Al día siguiente nos despertamos con resaca, en mi caso además también tenía el culo dolorido. Poco a poco todos fuimos levantando para desayunar. El plan era navegar unos kilómetros y visitar unas cuevas cercanas, eran unas grutas que solo se podían ver entrando desde el agua, y después de desayunar iniciamos el viaje.
Nada más comenzar la navegación el barco comenzó a moverse arriba y abajo. Mientras estaba fondeado no se apreciaba el movimiento de vaivén de las olas, pero en el momento que rompía contra el océano, este subía y bajaba provocándome una horrible sensación de mareo. En esta ocasión Itziar había sido prevenida, y me había pasado una pastilla contra el mareo después de desayunar, pero a pesar de ello, yo me seguía mareando.
No estaba tan indispuesta como el día anterior, pero tampoco no me sentía con ganas de estar en el exterior, así que excusé y bajé al camarote a tumbarme un poco en la cama mientras durara la travesía.
Mikel me dijo que fuera a uno de los camarotes que se encuentra en la popa. Por lo visto la parte trasera del velero es la que menos movimiento tiene, y por esa razón entre en su camarote y caí como un peso muerto sobre la cama.
Me encontraba bocabajo tumbada, escuchaba el murmullo de conversaciones y risas de los que arriba se encontraban. Junto con las conversaciones podía escucharse el constante golpeteo de las olas contra el casco del barco, un zumbido continuo que siempre iba acompañado por un movimiento de balanceo.
Hundí mi rostro en su almohada, enseguida mi nariz se empapó del olor de los que allí dormían… era un perfume reconocido, una fragancia que recordaba, un aroma que yo ya había descubierto unas horas antes, y ahora se filtraba por mi nariz y me impregnaba de él.
Me quedé ligeramente traspuesta y me desperté cuando escuché a María e Itziar bajar. Habíamos llegado a las cuevas y querían saber cómo me encontraba. Se sentaron una a cada lado de la cama y comenzamos a charlar…
—¿Qué tal estas bonita? ¿Se te ha pasado ya el mareo?—me preguntaba María.
—Estoy un poco mejor, pero aún estoy un poco mareada.
—Hemos llegado ya… si quieres nos quedamos contigo hasta que te encuentres mejor…
—No tranquilas, id vosotras, seguro que dentro de un rato estaré mejor e iré a buscaros.
—Vale, como quieras, pero queremos verte con nosotras en nada.
Todos bajaron del barco para visitar las grutas, estas se encontraban a unos cincuenta metros de donde habíamos fondeado. Por lo que me había dicho Mikel, eran unas cuevas impresionantes, llenas de estalactitas y estalagmitas, además no estaban masificadas por el turismo por lo dificultoso del acceso.
Una vez más me quedé traspuesta, entre el mareo y la sensación de resaca del día anterior, consiguieron que terminara por cerrar los ojos de nuevo. Los volví a abrir al escuchar los pasos de alguien que bajaba por las escaleras, me incorporé para saber quién era… entonces vi a Itziar que regresaba cojeando.
— ¿Qué te ha pasado?—le pregunté mientras se miraba la planta del pie y hacía gestos de dolor.
—Algo me ha picado y me escuece muchísimo…—mientras hablaba me acerqué para ver si tenía algo. Vi en la planta del pie una pequeña picadura rojiza.
Recordaba haber visto algo semejante cuando hicimos el viaje de fin de curso a Mallorca. A un compañero le había picado algo en el pie y le escocía muchísimo, cuando fuimos al puesto de socorro, el socorrista que nos atendió, nos dijo que era la picadura de un pez araña, por lo visto este animal está en el fondo marino enterrado en la arena, y si lo pisas te clava su aguijón. Recordaba que el socorrista había calentado agua en un barreño y le pidió que metiera el pie allí durante unos minutos. Aquel remedio había sido mano de santo…
—Creo que te ha picado un pez araña… no te preocupes, tengo el remedio para aliviarte—por una vez me podía hacer la entendida interesante.
—No sé si es un pez araña o pez avispa, solo sé que me escuece muchísimo, parece que el pie me va a explotar—por la expresión de su rostro se veía que la pobre lo estaba pasando fatal.
—Déjame a mí y veras como en nada te encuentras mejor…
Hice que se sentara sobre la cama y me puse a calentar agua en el pequeño hornillo que tenían para cocinar, una vez que se hubo calentado, la añadí a un pequeño barreño que utilizaban para fregar los platos y se lo acerqué para que metiera el pie dentro. Itzi hizo cuanto le pedí, aunque me imagino que no estaría muy segura de que el remedio casero de una veinteañera, iba a ayudar a aliviar el dolor.
—Tienes que mantenerlo dentro durante unos minutos, ya verás como la cosa mejora…—mientras ella mantenía el pie dentro, me senté a su lado sobre la cama.
Supe que funcionaba porque desde el minuto uno su rostro cambió, en el mismo instante que su pie dolorido entro en el agua caliente, la sensación de dolor y escozor fueron desapareciendo.
—Oye… ¡es verdad! Me duele mucho menos—me hinché como un globo sonda de orgullo al escuchar sus palabras.
—Tienes que estar durante unos minutos y ya verás como el dolor se pasa. Ya ves que los viajes de fin de curso sirven para algo más que para emborracharnos y golfear…
—Sí, ya veo que además de sexi y dulce también eres una excelente socorrista…—sentí los calores subir hasta mi rostro al escuchar sus palabras.
Creo que fue consciente del torbellino de emociones que me inundaba y se filtraba por cada uno de los poros de mi cuerpo. Acercó su mano a mi rostro y acarició la mejilla con una delicadeza y suavidad embriagadora. Después sus labios se aproximaron a los míos y noté el corazón desbocarse al sentir el leve roce de su boca posándose sobre la mía. Fue tan solo un pico dulce, un pequeño beso que revolucionó cada una de mis células.
—Sabes… eres preciosa—mientras hablaba sus dedos delicados y suaves rozaban mi rostro y descendían de forma sinuosa por mi cuello.
Sentía nervios, ansiedad, miedo, deseo…
— ¿Te encuentras ya mejor?—intenté rebajar la tensión sexual que se respiraba…
—Sí, mucho mejor—mientras hablaba sus vivos ojos me observaban con deleite y deseo.
— ¿Te puedo preguntar algo?—era algo que me intrigaba desde ayer.
—Si claro, aunque algo me dice que ya conozco esa pregunta…
— ¿Cuál era tu deseo?—la pregunta era evidente. Me moría de curiosidad por saber que había escrito en aquel papelito.
— ¿No lo imaginas? Te he deseado desde el primer instante que te vi… mi deseo eres tu…
— ¿Eres “bi” verdad?—era algo que ya me había contado María, pero necesitaba rebajar la tensión que se respiraba a toda costa, y la mejor forma que encontré era desviando la atención.
—No soy ni “bi” ni “hetero” simplemente me gustan las personas que tienen algo especial, su género no suele ser algo que me importe.
— ¿Y tú como te consideras?
—Pues… siempre me he considerado una chica “hetero” pero después de lo que pasó hace dos años con ellos… tengo mis dudas.—y en verdad era algo que hacía tiempo me estaba planteando.
—Quizás no seamos tan distintas…
Sentía calor… mucho calor… mientras hablaba sus dedos se deslizaban por mi piel haciendo surcos imaginarios, subían montículos, descendían por los valles de mi cuerpo y la piel se erizaba a su paso produciendo en mí un efecto embriagador.
—Nunca me había planteado nada con una chica… siempre me he sentido atraída por los chicos—era algo que siempre me repetía a mí misma desde que los conocí dos años atrás.
—Y ayer… cuando las tres nos besamos y cuando apartaste mi braguita para saborear mi sexo… ¿te gustó?
—Sí, bueno…—me había encantado, pero me costaba reconocerlo.
—Contesta, no es una pregunta difícil… ¿te gustó?
—Si me gustó…—mi voz se escuchaba temblorosa y débil.
—Entonces quizás no seamos tan diferentes…—se encontraba tan cerca… notaba su aliento en mi oído y la tenue caricia de sus dedos paseando por encima de la fina tela del sujetador del bikini.
Mi respiración dejó de ser regular y tranquila y se volvió trabajosa. Sus caricias, su presencia, sus palabras… todo en ella era mágico y embriagador. Sabía que estaba perdida, me entregaba a ella y me sentía frágil y vulnerable. Deseaba que tomara de mí cuanto quisiera, y yo se lo daría.
Sus dedos se colaron por debajo del tirante del sujetador y lo deslizaron por el hombro. Uno de los pechos quedó al descubierto, después su otra mano hizo lo mismo con el otro tirante. Mi respiración se convirtió en un resuello al sentir la desnudez de mis senos tersos y estimulados frente a ella.
—Tienes unos pechos preciosos… ni grandes ni pequeñas, suaves, duros, sabrosos… me encanta sentir la tersura de tus aureolas y la dureza de estos pezones pequeños y apetecibles.—mientras hablaba su dedo recorría mis aureolas y producía en mí maravillosos escalofríos.
Cerré los ojos y me concentré en sus palabras, en sus caricias, en su presencia… mi respiración comenzó a acelerarse. Sentí como la piel ardía y el placer tomaba al asalto mi cuerpo.
Volvió a acercarse a mi oído y me susurró…
—Te deseo… me muero por tenerte…
Su lengua acarició el lóbulo de mi oreja para después recorrer el resto. Su caricia me provocaba oleadas de escalofríos que se expandían por mi cuerpo y erizaban todo a su paso. De mi boca emanó un gemido ahogado al sentir su lascivo roce propagándose por mi piel.
Me tumbé sobre el colchón y ella se recostó a mi lado. Abrí los ojos y me encontré con su mirada… me observaba, en ella se adivinaba la lascivia, el deseo, la lujuria… su boca acortó el espacio que nos separaba y las dos nos fundimos en un húmedo beso. Sus labios ardieron sobre los míos, su lengua me asaltó y esta se unió a la mía en un húmedo ritual mágico.
Me dejé hacer mientras ella hundía su nariz en mi cuello. Sus manos se paseaban por mi cuerpo y magreaban mis pechos desnudos. Escuchaba su excitada respiración en mi oído mientras permanecía inmóvil y me dejaba invadir. Ella sentía mi gozo y mi respiración acelerada. Me mordía con ansia el cuello, provocando mis jadeos con cada acometida.
Su boca se cernió entonces sobre uno de mis senos y los succionó con avidez para después soltarlo. Notaba como el pezón se endurecía e hinchaba mientras los estimulaba con la lengua, lo estiraba con los dientes y los mordía para luego alargarlo. Sentía la cometida de la sangre endureciendo y tensando mi pequeño pezón. Estaba tan sensible que no pude dejar de emitir un gemido ahogado cada vez que lo presionaba.
Mientras sus labios abrigaban con sus caricias mi pecho, sentí el suave roce de su dermis deslizarse por mi tripa, colándose después por debajo de la braguita del bikini. Mi estómago se encogió y mi cuerpo se arqueó al notar sus dedos invadiendo mi rincón más íntimo. Jugaron con los pelitos del pubis para después abrirse paso entre los labios vaginales y alcanzar mi puntito de placer.
Mi boca se abrió y gemí como una perrita en celo al notar sus dedos alcanzar mi clítoris hinchado, después, estos mismos dedos abrieron los labios vaginales a su paso y sentí su presión al penetrándome, entró en mí y rápidamente se impregnaron de mis fluidos. Con una dulzura exquisita, comenzó a entrar y salir de mis entrañas en un movimiento tortuoso y sensual que me derretía por momentos.
Su boca comenzó a descender por mi cuerpo dejando a su paso un reguero de besos. Tiró de mis braguitas y yo levanté el culo para ayudar a que salieran. Quedé completamente expuesta ante ella. Itziar se arrodillaba ahora en el suelo, para situar su presencia frente a mi sexo desnudo…
Sentí el calor de su aliento en el centro de mi deseo. Gemí una vez más… gemí con desesperación al notar por vez primera el roce de su lengua en mi sexo abierto. Sus dedos abrieron mis labios vaginales para dejar paso a la humedad de su lengua, esta se paseó con una tortuosa parsimonia por mis labios, para finalizar su viaje recreándose en caricias y arrumacos sobre el clítoris.
Cada vez que sentía la embriagadora presión de su lengua en mi puntito de placer, mi cuerpo se estremecía y lanzaba un gemido desesperado. Mis caderas comenzaron a moverse buscando aumentar la presión y el gozo de su lengua lasciva sobre mí. Mis manos se aferraban con fuerza al saco de dormir que recubría el colchón. Estaba entregada y quería que tomara todo cuanto quisiera de mí.
Por un momento dejo de regalarme sus caricias… después, hizo que me girara y me situara tumbada bocabajo. Abrió mis nalgas y la punta de su lengua alcanzó en el recóndito anillo del ano… jadeé de nuevo al notar como su caricia activaba las terminaciones nerviosas que lo recorrían. Sus dedos volvieron a penetrarme e iniciaron un nuevo vaivén de entrada y salida. Los sentía entrar en mí y presionar las paredes de mi vagina, estas se acoplaban a su forma para cubrirlos, y yo me consumía poco a poco… la presión y roce de sus dedos resbalando en mi interior, el placer infinito de su lengua lamiendo con gula mi ano, me estaba llevando sin remedio a tocar el techo del placer.
Sus dedos entraban y salían de mí y esparcían los abundantes fluidos por la rajita y el ano. Sentí como la falange presionaba la puerta de atrás y me penetraba. Arqueé mi culo dispuesta a recibirla, dispuesta a albergar su obscena invasión.
Mientras su pulgar me penetraba el ano, sus dedos acariciaban mi clítoris. Me estaba consumiendo de gusto, una y otra vez mis gemidos eran acallados por el saco de dormir que tenía bajo mi boca.
Sentía que llegaba al final, movía el culito en círculos al compás de sus caricias. Mis jadeos eran cada vez más intensos y su cadencia más y más desesperada. La piel me ardía y el placer tomó al asalto mi cuerpo cuando el clímax se apoderó de mí. Varios latigazos de placer se iniciaron en mi sexo y se extendieron por el resto de mi cuerpo como un incendio descontrolado. Abrí la boca buscando el aire y comencé a temblar entre espasmo y espasmo.
Tras unos segundos su maravillosa tortura terminó. Se incorporó a la vez que mis últimos jadeos se acallaban y me miró… seguía el deseo y la lascivia en su mirada, yo me di la vuelta sobre mí misma y también la observé… durante unos segundos disfrutamos de lo que había pasado, disfrutamos de lo que iba a volver a pasar.
Itziar soltó el lazo del sujetador del bikini y sus dos pequeños senos con los pezones puntiagudos aparecieron ante mí, después se bajó la braga, la deslizó por sus muslos hasta que cayó al suelo y se tumbó a mi lado desnuda. Sentí la cautivadora presencia de su cuerpo rozando el mío. Su mano rozó rostro y su lengua se paseó por la comisura de mis labios con una tortuosa suavidad.
—Me ha encantado sentirte…—sus palabras eran un susurro sensual y embriagador— quiero que me sientas tu ahora…**
Cogió mi mano y la acercó a su boca… uno a uno fue lamiendo los dedos con gula, para después guiarla hasta su rincón más íntimo. Mis dedos se posaron en su coñito cálido y húmedo guiados por su mano. Ella gimió y arqueó las caderas al sentir la invasión de ese primer contacto.
Continué acariciando su puntito de placer mientras su mano presionaba. Notaba en mis falanges su humedad, su sexo estaba completamente empapado y mis dedos se impregnaban de todos esos cálidos fluidos.
Después de rozar su clítoris hinchado, mis dedos resbalaron en el interior de su vagina, y comencé a moverlos buscando estimular su punto g. Ella sujetaba mi mano guiándome en su gozo, intentando que no parara, mientras, sus caderas se movían una y otra vez al ritmo de mis caricias.
Su boca estaba incrustada junto a mi rostro y sus jadeos golpeaban contra mi oído de una forma constante. La sentía estremecerse y su cuerpo temblaba de gusto. El sonido de mis dedos impregnándose de ella se mezclaba con los continuos jadeos ahogados que emanaban de su boca.
Mis dedos se movían dentro de ella, la sentía, notaba su excitación, sus movimientos pélvicos, su calor y su gozo. Mis dedos acariciaban su punto g y notaba como su cuerpo se abandonaba a mis caricias.
Por un instante retiró su mano de mí, su cuerpo se incorporó por encima mío y se situó a horcajadas sobre mi rostro. Su coñito húmedo y palpitante se presentó sobre mis labios. Mi lengua salió a su encuentro sin dudarlo, y comencé a lamer su humedad. Esta se abrió paso entre sus pliegues vaginales, rápidamente me impregné de ella y terminé empapándome del dulce sabor salado de su deseo.
Itziar se movía sobre mi rostro. Sus caderas se balanceaban sobre mi lengua intentando aplacar el fuego que la consumía. Su coñito se frotaba con gula y con cada movimiento era acompañado por un gemido de gusto. Repetía una y otra vez “te siento” palabras que se perdían entre el resuello que producían la respiración y los gemidos.
Cada vez su cadencia era más fuerte, cada vez sus movimientos más desesperados y frenéticos. Estaba a punto de terminar y yo lo sentía. Su cuerpo estaba a punto de derramarse sobre mí y yo lo deseaba con toda mi alma.
El placer tomó al asalto su cuerpo. Sus caderas comenzaron a frotarse contra mi boca y varios latigazos de gozo la hicieron retorcerse de gusto. Su cuerpo se arqueó hacia atrás y sentí como pequeñas convulsiones se iniciaban en su sexo y se propagaban sin control por el resto de su cuerpo. Se derramó sobre mí entre gemidos y gritos de placer. Durante unos instantes sentí todo su deseo derretirse sobre mi boca.
Tras unos segundos de dulce agonía, Itziar cayó desmadejada como un peluche sobre mí. Su respiración seguía siendo un resuello continuo y mi boca mantenía su sabor en mis papilas. Se dio la vuelta y se abrazó a mí. Su cuerpo desnudo se entrelazó con el mío y me volvió a besar con dulzura.
—Ha sido increíble—seguía existiendo resuello en sus palabras.
Durante unos segundos permanecimos calladas intentando recuperar el ritmo cardiaco. Nuestras respiraciones se fundían y los cuerpos permanecían entrelazados. Sentía su corazón golpear con fuerza contra su pecho y el calor de su piel fusionándose con mi calor. Después de unos minutos me habló…
— ¿Sabes que ya no me duele el picotazo?
— Ya te dije que las excursiones de fin de curso no solo valían para golfear…
— Bonita… ¿te puedo pedir algo?—me sorprendieron sus palabras.
— Sí, claro…—me sentí intrigada.
— Te puedo pedir que no se lo cuentes a nadie… Mikel y yo tenemos una relación abierta… pero siempre que estamos con otras personas es en presencia del otro.
— Tranquila, me llevaré el secreto a la tumba…—no era la primera vez que me pedían que guardara el secreto.
Me gustaba ser el oscuro objeto del deseo de dos mujeres. Habitar en sus sueños ocultos y que ambas fueran capaces de traicionar su pacto de parejas liberales por mí. Me resultaba morboso sentirme deseada, saber que quizás esa necesidad que ellas tenían de ocultar lo que había pasado, estaba más relacionado con el sentimiento que con el sexo.
Ambas nos vestimos. Mi mareo había pasado y el dolor por su picotazo también. Las dos fuimos nadando a la gruta, una vez allí, mi mirada volvió a cruzarse con los ojos de María, como siempre adivinó de inmediatos mis pensamientos, después, me regaló una nueva sonrisa que decía todo sin decir.
Ese fue el último día que estuvimos con ellos en el barco, a la tarde llegamos a puerto y nos despedimos de ellos con tristeza, habían sido unos días maravillosos y su recuerdo permanecería para siempre en mi memoria.
Nosotros estuvimos unos días más en Salou y lo que paso entre nosotros quizás alimentará una nueva historia.