La candidata aprende a usar la vara (fragmento)

Traducción de un fragmento de "La concubina macho" ("The Male Concubine", de Chris Bellows) ofrecido gratuitamente por PF

La concubina macho (fragmento)


Título original: The Male Concubine

Autora: Chris Bellows (c) 2002

Traducido por GGG, enero de 2004

Una criada trae una bandeja de alimentos y se va. Momentos más tarde se abre la puerta del baño.

"Pensé que te gustaría estar más cómoda, Lucinda."

Levanto la cabeza para ver a mi reina emerger del baño. Lleva enrollada al cuello una toalla enorme, blanca y esponjosa. Sobre ella una larga bata, también blanca y esponjosa. La indumentaria hace que sus hombros parezcan aún más grandes. Parece un boxeador a punto de entrar al ring.

Lucinda sonríe sujetando una vara de rota (N. del T.: especie de palma malaya) de longitud media. Ha estado agitándola amenazadoramente en el aire, esperando el retorno de la reina. Sus pies diminutos caminan hacia la reina haciendo una reverencia. La malvada fornicadora parece ser una ingenua consumada, pero su mano manejando la vara traiciona su aspecto ingenuo.

La reina también camina hacia ella. Sonríe cálidamente, avanza la mano y desabrocha los botones superiores de la sencilla blusa blanca, lo que sirve para realzar la piel oscura de Lucinda.

"Encontrarás que una buena varea requiere bastante consumo de energía. Es mejor que estés fresca."

Lucinda se queda perfectamente tranquila mientras los dedos reales se mueven con destreza hacia abajo, por la parte delantera de la blusa, soltando todos los botones. La hábil mano derecha se desliza entre los pliegues, acariciando de forma evidente un pezón joven erecto.

"Sí, la vara excita. Creo que vas a disfrutar, Lucinda."

La joven muchacha está fascinada por los ágiles dedos que manipulan sus pechos. La reina empuja la blusa hacia los hombros, luego toma la vara, dejando libres las manos de la muchacha mientras asiente animosamente.

Lucinda consiente y se quita la blusa.

"Sí, pechos bonitos y firmes. Nunca te preocupes del tamaño, Lucinda. Los pechos jóvenes y atléticos están mucho mejor adaptados al trabajo de la mano."

El halago de la reina la subestima. El pecho de Lucinda está elegantemente proporcionado. Se sonroja como una colegiala, ofreciendo un curioso contraste con la mujer dominante que momentos antes me hizo arrastrarme para montarme en el potro.

La reina echa mano a los enganches de la cintura de su falda. Lucinda duda.

"No se necesita recato aquí, Lucinda. El chico está a punto de ser una de nosotras. Has disfrutado jugando con el rollo de carne vaciada quirúrgicamente para mis antojos sexuales. La única evidencia que queda de su hombría está guardada bajo mi cerradura y mi llave."

Sí. Muy cierto. Durante muchos años la reina no ha tenido escrúpulos en exponer sus encantos a mi mirada respetuosa. Y tras una pausa la muchacha acepta, comprendiendo que tal recato es verdaderamente injustificado. Se lleva las manos a la falda y rápidamente desengancha los broches. Cae a sus pies y aparece desnuda una risueña jovencita dominante. No lleva ropa interior.

"Necesitarás tacones, Lucinda. Un calzado adecuado ayuda mucho a la representación y al hechizo. Mira en el armario. Estoy segura que hay un par de mis años de juventud."

Lucinda se escabulle por la puerta indicada. La joven musculatura de sus nalgas es un gozo para la vista. La reina también la observa con una sonrisa cuando se vuelve hacia mí.

"Te hemos asegurado apropiadamente, ¿verdad chico? Tomaremos algo y pasaremos una agradable tarde curándote del deseo de provocar semejantes diabluras con tu pene... mi pene," añadió a modo de corrección entre paréntesis.

Con la 'flageladora en prácticas' revolviendo el armario, la reina sacó la llave de mi anillo Prince Albert (N. del T.: anillo que perfora la punta del pene y la uretra). Estar tumbado con el anillo y el candado apretándome el estómago es incómodo. Sé que debo levantar las caderas mientras lo libera y dobla el dardo por la gran abertura existente en la superficie del potro. Satisfecha de haberlo quitado de en medio, abre un cajón cercano y saca varios cordones y otros instrumentos.

Entre tanto Lucinda regresa caminando orgullosa con los pies subidos en unos zapatos de 4 pulgadas (unos 10 cm). Finas cintas de cuero entrecruzan sus piernas hasta justo debajo de las rodillas. Los zapatos y las cintas son lo único que lleva. Está desnuda, y el aspecto inocente de su cuerpo núbil contradice el propósito de su visita vespertina. Seré vareado despiadadamente por una muchacha desnuda, y acabaré suspirando por poner los labios alrededor de sus apenas desarrollados genitales.

Su alteza real sonríe. Representa el papel de una hermana mayor compartiendo los secretos de la vida con una hermana más joven, en flor.

"Estás divina," sugiere entusiasmada. "Deja que el chico te vea bien. Aumentará su necesidad de ser vareado."

La malvada fornicadora se coloca directamente delante de mí. La altura del potro se ha diseñado específicamente para que mi cara vuelta hacia arriba esté exactamente al nivel del monte de Venus de mi reina. Aunque más baja que la reina, el calzado de Lucinda sirve para colocar sus jóvenes genitales en flor aproximadamente a la misma altura. Se ríe avergonzada como una muchacha desorientada, acercándose con cuidado y luchando contra su timidez juvenil.

"No te va a morder, Lucinda. Prefiere, con diferencia, guardar sus dientes para algún tentempié ocasional."

Sí. El entrenamiento de las Amas se ocupaba un poco específicamente en el tratamiento y cura para mordedores.

La fragancia de la adolescencia femenina llena mis fosas nasales. A pesar de su apariencia de inocencia juvenil, los olorosos genitales de Lucinda traicionan su excitación. Extiendo humildemente la lengua y en un arrebato final de depravación Lucinda aprieta su vientre contra mi frente, para aceptarla.

Observo que su pubis ha sido bien preparado. Con previsión obvia la picarona se ha tomado su tiempo para hacer sus labios accesibles a la entrenada lengua y los labios del consumado servidor oral. Lamo y obtengo placer tanto de su sabor como de su reacción de deleite. Escucho la risa de la reina.

"Estás experimentando el único órgano sexual operativo del macho castrado. Maravillosamente táctil, ¿verdad?"

"Es una pena que solo pueda ser modificado una vez."

Los muslos de Lucinda aprietan. Con la lengua anudada encuentro rápidamente el punto, que los dedos juveniles se esfuerzan fútilmente en localizar, alcanza el clímax enseguida. La reina nota inmediatamente la reveladora respuesta a una lengua fuerte y ejercitada, a unos labios diligentes y a un conocimiento profundo de la anatomía femenina.

"Varéale bien, Lucinda, y te encontrarás en el asiento especial hasta la cena."

La reina se ríe con su sugerencia y luego interrumpe el éxtasis de la muchacha.

"Necesita que le sujeten mejor," explica.

En un minuto varios cordones aseguran el pene y los anillos de los tobillos. Una desagradable pinza nasal es insertada en mis fosas nasales y atada por encima a la tubería metálica. Estoy extrañamente contento de tener los tobillos enganchados en los ganchos delanteros. Al menos por ahora no soportaré el dolor catártico del bastinado.

Las ligaduras animan mucho a estar tranquilo. Mi propio movimiento provocaría un dolor intenso... tanto en mis fosas nasales, como en la uretra o los tendones de Aquiles. Así que intentaré hacer de mí mismo el más dócil de los blancos para la vara.

Durante la siguiente hora se me recuerdan las instrucciones dadas por el Ama años antes a la entonces princesa. Solo que ahora es mi reina la que hace la lectura, detallando cuidadosamente cada aspecto de una varea en condiciones, en beneficio de la pueril aunque malvada Lucinda. Aprende rápidamente y pronto me arden las nalgas. Como esperaba demuestra ser despiadada, ignorando mis súplicas y llantos y uniéndose de vez en cuando a las carcajadas de la reina, en respuesta a mis exageradas reacciones vocales.

La reina parece satisfecha con la habilidad adquirida por Lucinda. Se coloca delante de mí y utiliza el extremo de una enorme toalla para secarme las lágrimas que manan libremente. Extiendo la lengua, esperando distraerla de la tarea que tiene entre manos. Mi truco no funciona, sino que solicita la atención de Lucinda.

"Ves lo maravillosamente dóciles que llegan a ser. La vara no tiene rival como instrumento de persuasión. Tardará en apretar su virilidad contra nadie... ¿verdad, chico?"

La reina retrocede para observar como Lucinda aplica un golpe bastante hábil en la parte baja de mi nalga derecha. Se emplea peligrosamente cerca de mi bien expuesto saco escrotal. Puedo sentir el calor del verdugón caliente que se produce en la sensible piel de la zona. Un auténtico pensamiento de temor revela que por error o deliberadamente la cruel muchacha encontrará las áreas más sensibles y también las hará arder mediante la aplicación de la rota.

Pero me tranquilizo, recurriendo a pensamientos estoicos. Con la nariz, los tobillos y el pene atados al potro no hay nada que pueda hacer para evitar tal tormento. Es mejor quedarse quieto y aguantar.