La candidata (2)

Finalmete consigo que Susana firme el contrato que la hará completamente mía.

La candidata continuación

Hola de nuevo, para los que no me conozcáis acabo de aterrizar en el mundillo de la dominación sumisión, el bondage y el sadomasoquismo. Y todo ello, gracias a que inesperadamente, me encontré con la esclava de mis sueños. Ni ella ni yo sospechábamos lo mucho que nos iba a gustar este modo de abordar la vida y el sexo. Pero como dicen por ahí, "sorpresas te la vida, la vida te da sorpresas". La historia que viene a continuación, relata cómo hicimos este maravilloso descubrimiento.

Susana ya llevaba un mes trabajando a mi servicio, un mes en el que pude comprobar lo poco que estaba acostumbrada a las labores domésticas. La muchacha se esforzaba y ponía todo su empeño pero no era suficiente, le faltaba preparación. Para colmo, debido al trabajo tampoco pude disfrutar mucho de sus horas extras y las pocas veces que lo hicimos, no llegaron a parecerse a nuestro primer encuentro. Era evidente de que las cosas no estaban funcionando como esperábamos...

  • Susana, tenemos que hablar

La muchacha se acercó con la cabeza gacha y los ojos vidriosos. Se la notaba nerviosa y preocupada. Seguramente, se estaba esperando esto desde hacía tiempo pues había demostrado ser muy inteligente y espabilada. Sabía que no estaba contento con su trabajo y se temía que la despidiera. Cosa nada alejada de la realidad.

  • Sí, Don Luís
  • ¿Se te ha vuelto a quemar la cena?
  • Sí, Don Luis lo… lo siento mucho yo
  • No hace falta que digas más, te has distraído, te has confundido de botón o has equivocado la hora. Es la tercera vez en lo que va de semana. No podemos seguir así. Cuando te contraté pensaba que sabías algunas cosas básicas pero me parece que no. En estas condiciones, me temo que no podré mantener tu contrato.
  • AY No por favor Don Luis aprenderé… Se lo prometo, no me despida por favor… No puedo perder ahora su empleo… No puedo volver así a casa… Usted lo sabe… por favor

Los ruegos y lloros de Susana se prodigaron por largo tiempo pero lo único que consiguió fue un descorazonador "me lo pensaré". Después de lo cual me sirvió un poco de sopa de sobre y algo de fruta. Lo cierto es que la muchacha se esforzaba en complacerme, pero debido a su inexperiencia y quizás también a la mala suerte no le salían las cosas como debían. Esa noche, se hizo la remolona, insinuándoseme y ofreciéndome todos sus atractivos, que no eran pocos, pero estaba tan disgustado que apenas si le hice caso. Cuando me fui a la cama y pasé al lado de su cuarto, la oí llorar amargamente. Sin duda, se temía que tomara la drástica decisión de prescindir de sus servicios.

Afortunadamente el día siguiente trajo bastantes cosas buenas. La primera es que no tenía que ir a trabajar, tocaba descanso. La segunda fue un impecable desayuno excelentemente preparado y mejor servido. En teoría también era el día libre de Susana pero era evidente que quería enmendar sus errores. Con una sonrisa nerviosa se esforzaba por adelantarse a todos mis deseos y necesidades. Nunca me había servido así, más que nada porque ella libraba todos los fines de semana y pocas veces disponía de tiempo para estar con ella por las mañanas. Fallo mío al no pensar bien en cómo emplearla y organizar sus horarios de trabajo, gajes de la inexperiencia al contratar empleadas del hogar. Lo cierto es que me gustó el modo en cómo se adelantaba a mis requerimientos y caprichos, era evidente de que estaba dando lo mejor de sí para que cambiara de opinión y no la despidiera. Pero lo mejor aún estaba por llegar

  • Don Luis. ¿Está usted contento con el servicio de esta mañana?
  • Sí la verdad es que sí. Pero eso no cambia todo lo que ha pasado este mes.
  • Por favor Don Luis, ya ve que quiero ser merecedora del empleo y del sueldo. Por favor piénseselo, usted sabe que no puedo volver con mis padre. Aún no, si me despide no tengo a dónde ir.
  • Pero yo no puedo permitirme un sueldo que no me reporte beneficios. ¿Sabes todos los gastos extras que he tenido debido a tu inexperiencia y tus errores?
  • Yo… verá yo estaría dispuesta a no cobrar tanto hasta que no aprenda a hacerlo bien… Ya ve que puedo llegar a trabajar bien
  • Estás dispuesta a renegociar tu contrato ¿Eh?
  • Sí… sí señor. Con tal de que no me despida
  • Susana, tú bien sabes que te aprecio y me gustas pero… Tú sabes bien qué otro contrato puedo ofrecerte. Y no lo quisiste. No puedo ofrecerte otra cosa

Este era el momento de la verdad, lo cierto es que no lo había planeado así pero la solícita actitud de la muchacha me lo había puesto en bandeja. Debía intentarlo por última vez, nunca volvería a tener otra oportunidad como esta. Haría cosa de un par de semanas, cuando ya eran evidentes los problemas de Susana por cumplir bien con sus obligaciones laborales, le propuse hacerla mi esclava por un año. Ella por supuesto, lo rechazó. Había aceptado tener relaciones conmigo de manera esporádica pero de eso a ser mi juguete sexual había una gran diferencia. Por no mencionar las negativas connotaciones de la palabra esclava. Por supuesto, yo traté de explicarle detalladamente lo que eso significaba, incluso se lo mostré a través de varias páginas web especializadas en esos temas y que yo veía con regularidad. Todo fue inútil, la mera idea de ser azotada o de ser obligada a hacer cosas que nunca había imaginado la aterrorizó de tal modo que se negó en redondo a considerar mi propuesta. A pesar de que le prometiera una más que generosa compensación al finalizar su contrato.

El rostro de la joven reflejaba la tremenda lucha interior que le planteaba el dilema al que la sometía. O aceptaba mi oferta de esclavitud por un año o regresaba a casa aceptando la derrota delante de sus padres, reconociendo así su error y al marcharse de casa. No estaba muy segura de qué sería lo peor o lo menos malo. Tras meditarlo unos instantes me preguntó

  • ¿Podré disponer de un tiempo de descanso? Como unas vacaciones, o algo así
  • Me temo que en principio no. Pero si me sirves bien, tal vez te conceda tiempo libre como recompensa.
  • ¿Y si me equivoco o fallo, qué hará? ¿No me despedirá?
  • No, no podré despedirte. Pero si te equivocas o fallas en tus quehaceres, tendré que castigarte. Ya lo sabes
  • Me… pegará. ¿Me pegará?
  • Tal vez, aunque los castigos pueden ser de otro tipo. Hay cosas peores que los azotes. En cualquier caso, tendrás una palabra de seguridad en caso de que no puedas soportar más el castigo que se te aplique. Lo último que deseo sería lastimarte, ya lo sabes.
  • Y tendría que tener sexo con usted. Claro.
  • Tendrías que complacerme en todos mis caprichos sin poder negarte a ello, lo que incluiría las relaciones sexuales. Claro está.
  • No… ¿No podríamos hacer una prueba?
  • No, tendrías que aceptar el contrato mínimo de un año.
  • Por favor… Don Luis

Me volvió a mirar suplicante pero yo estaba ahora mucho más decidido. Si me había hecho tantas preguntas de nuevo era porque estaba interesada en aceptar mi propuesta y ser mi esclava. A pesar de los sentimientos que despertaba en mí su carita de niña en apuros, logré mantenerme impasible. Tenía muchas ganas de hacerla mi esclava y poner en práctica lo que tantas veces había leído en boca de otros y yo mismo había estado soñado. Finalmente, mirando al suelo, aceptando su derrota, aceptó mi propuesta; sería mi esclava, la esclava de mis sueños y mis fantasías. Ahora era yo el que estaba como un flan, apenas si podía creer que la hermosa joven que tenía delante se había entregado totalmente para complacerme en todo. Claro que aún podía echarse atrás, todavía no había firmado el contrato

Para evitarme cualquier contratiempo, no tardé en imprimir el contrato de sumisión que había preparado algunas semanas atrás. No difería mucho de uno que había encontrado en una web especializada en estas cosas. Lo cierto es que al principio, me sentía un poco inseguro pero gracias a las sugerencias y consejos de páginas como aquella creo que me convertí en un amo bastante aceptable. Tras hacer que leyese el contrato en voz alta la invité a firmarlo. Nerviosa, con pulso algo vacilante estampó su rúbrica en el documento. Los dos nos habíamos comprometido formalmente a cumplir con nuestras obligaciones de amo y esclava. Sin embargo, nada más estampar ambas firmas, surgió el primer contratiempo. Susana comenzó a llorar

  • ¿Qué te pasa? ¿Quieres deshacer el trato? (Ya sé que ésta no es la respuesta típica que se esperaría de un amo pero era muy novato y la chica realmente me gustaba, no deseaba forzarla a algo que no aceptara libremente.)
  • ¿Puedo?
  • En principio, no. Pero si quieres repensártelo… bueno, digamos que te lo permitiría, aunque se supone que ya no hay marcha atrás. Ya ves que no deseo hacerte daño. ¿De qué tienes miedo?
  • Yo… bueno, de los castigos. No me gustan los azotes. El otro día, el día que me contrató… bueno, luego estuve adolorida todo el día
  • ¿Tanto, no creí haberte dado tan fuerte?
  • Bueno, todo el día no pero sí bastante rato y… si ahora he de aceptarlos… yo no estoy muy segura de… de aguantarlo.
  • Bueno, ya te comenté que esto no es cuestión de pegar y hacer daño, daño serio quiero decir. El contrato que hemos firmado nos obliga a los dos pues yo debo velar por ti y tu bienestar ahora que eres mi esclava. Los castigos son medidas que se toman para corregir tu conducta y a veces también para darme placer. De todos modos, si el castigo resulta demasiado fuerte para ti, dispones de una salvaguarda, ya sabes la palabra de seguridad.
  • ¿Palabra de seguridad?
  • Sí… ¿ya te has olvidado de cuando te lo expliqué? Si eres tan olvidadiza vas a sufrir muchos castigos… (dije medio en broma). La palabra de seguridad es una palabra especial que sólo utilizarás cuando no puedas soportar algún castigo. Tienes que pensar una que no sea muy común en una conversación como por favor, no, basta, etc. Bueno si quieres seguir con esto
  • Sí… sí ya está firmado y no quiero echarme atrás. ¿Tengo que elegir la palabra de seguridad ahora mismo?
  • Lo antes posible, antes de que comiences a servirme formalmente como esclava. Asegúrate de que no se te va a olvidar
  • Ya la tengo, rojo como si fuese un semáforo.
  • OK apúntala aquí. Y después desnúdate, te diré cómo quiero que estés cuando te presentes a servirme.

Susana, mejor dicho mi esclava, no tardó en obedecerme, había cierta sonrisita picarona en sus ojos mientras se desnudaba delante de mí. Sonrisa que no me desagradaba del todo pero que debía enseñarla a mostrar en los momentos adecuados. La hice probar diferentes posturas para finalmente elegir una como postura de espera. Dudaba entre que estuviese con las manos detrás de la nuca o a la espalda, entre que estuviese de pie con las piernas abiertas o de rodillas. Finalmente, decidí que lo mejor sería que me esperase siempre de pie con las piernas ligeramente abiertas, las manos a la espalda y la cabeza gacha con la boca ligeramente abierta. Era una postura sencilla y cómoda, ideal para una esclava novata, pensé que eso la ayudaría. Después de eso, le di algunas instrucciones básicas, el modo como se bebería dirigir a mí (mi señor o mi amo), el atuendo que debería llevar al salir de casa, la obligatoriedad de entregarse a mi siempre que yo lo deseara, y la necesidad de pedirme permiso para poder disfrutar de su orgasmo. No quise estipular más reglas para que nos fuese fácil recordarlas, y para ella cumplirlas, ya habría tiempo para nuevos ajustes más adelante. Finalmente, para su sorpresa y mayor regocijo, decidí salir con ella de compras

Nuestro primer destino fue un centro comercial donde adquirí un par de trípodes y una cámara de video digital. Ya tenía una pero para lo que tenía pensado necesitaba dos. Por supuesto no le comenté que mis intenciones eran grabar nuestras sesiones. Después de la compra le dije que ahora íbamos a comprar cositas para ella, me correspondió con un besito y una sonrisita. Más parecía una novia que mi esclava pero no me importó. Supongo que se pensó que la llevaría a comprarse algún modelito o quizás a una boutique a comprarse lencería. El caso es que cuando la invité a entrar en el sex-shop su rostro reflejaba una mezcla de sorpresa, inquietud y vergüenza. No me demoré y pronto se hicieron claras mis intenciones. Necesitaba comprar artículos que me permitieran utilizar y disfrutar de mi esclava lo más plenamente posible. Así que compré muñequeras, tobilleras, collares, cadenas, cuerdas, cinturones, fustas, látigos, varas, velas, bolas chinas, consoladores de diferentes tamaños… de todo. Me recreaba viendo sus reacciones cuando le mostraba un nuevo artilugio antes de adquirirlo. La mayoría de las veces se limitaba a abrir mucho los ojos y negar tímidamente con la cabeza. Pero no siempre lo hizo así

  • ¿Qué te parece este? ¿Te gusta?
  • Por favor Don Luis… No ese no es muy grande, demasiado grande.
  • Perfecto, nos lo quedamos. (Repliqué ignorando que se le había olvidado dirigirse a mí correctamente)
  • NO… (Dijo alzando la voz)
  • ¿Decías algo, querida?
  • No… nada… perdone
  • ¿Perdone? (Segunda falta)
  • Perdone… mi señor.
  • ¿Alguna objeción?

Ella bajó la mirada y negó con la cabeza. Se había dado cuenta demasiado tarde de su error. Sabía que iba a ser castigada y se esforzaba por contener las lágrimas. Decidí atormentarla un poquito más y en vez de comprar uno de aquellos enormes consoladores compré dos y para azorarla un poquito más introduje mi mano sin ningún recato en su entrepierna. El dependiente por supuesto se dio perfecta cuenta de lo que pasaba

  • Disculpe señor, parece que está usted preparándose para adiestrar a su nueva esclava. ¿Me equivoco?
  • No… está usted en lo cierto.
  • Si me lo permite me gustaría recomendarle un club donde podrá usted disfrutar de las más sofisticadas atenciones. Incluso de ayuda en caso de que su esclava sea demasiado rebelde como parece ser el caso.
  • Oh… Gracias, no creo que sea… bueno, el caso es que es nueva en esto, es su primer día y no está todavía acostumbrada. Pero me gustaría poder llevarla algún día
  • Tome usted esta tarjeta, es un local discreto. Señor si me lo permite, le recomiendo que adquiera uno de nuestros manuales para las nuevas esclavas
  • Gracias de nuevo seguiré sus recomendaciones.

Después de realizar las compras correspondientes, nos fuimos a comer a un restaurante cercano. La habitual sonrisa de su rostro se había tornado ahora en un turbador mutismo. No se atrevía a dirigirme la palabra, tal vez recelosa de que la pudiese castigar, o quizás estuviese anticipándose al castigo que seguro la esperaba. El caso es que apenas si abría la boca para contestar con escuetos monosílabos a mis preguntas. Decidí sacar el tema a relucir mientras disfrutábamos de los postres

  • Dime qué te preocupa. Puedes hablar con total libertad. Te doy permiso.
  • ¿De veras?
  • Sí… Cuando te dé permiso para hacer algo no deberías dudar de mí. Creo que te he dado prueba de ello.
  • Es verdad, mi señor lo siento. Yo… estoy preocupada por mi falta señor. Me va a castigar, ¿verdad?
  • Tengo que hacerlo. Han sido varias las faltas que has cometido en la tienda, no puedo perdonártelas.
  • Yo… tengo miedo… pero no del castigo sino de no poder aguantarlo y defraudarle otra vez. Me dan mucho miedo los azotes…Yo… ya le he fallado demasiadas veces este mes.
  • No te preocupes por los fallos en este mes. No cuentan, sólo cuentan los fallos que cometas desde la firma del nuevo contrato. En cuanto a los azotes… algún día los recibirás, no quiero engañarte. Pero si quieres, hoy no te castigaré con azotes. Pero créeme, hay cosas peores que la fusta o la vara

Cuando le dije esto, su rostro se iluminó con su encantadora sonrisa. Realmente se sentía aliviada al saber que no iba a azotarla. Tomé nota: debía de enterarme de porqué le daban tanto miedo los azotes. Pero de momento, tenía otras prioridades, por un lado debía pensar en un castigo adecuado, por otro, estaba deseando disfrutar de los encantos de mi esclava. Con una erección cada vez más consistente decidí volver a casa. Durante el viaje, Susana se dio perfecta cuenta de los pensamientos que me embargaban, pues el bulto de mi entrepierna era considerable. Estuvo tentada de acariciarme, pues en un par de ocasiones su mano pasó extrañamente cerca de mi paquete. Pero al ver que no le decía nada, interpretó correctamente que no era el momento adecuado. He de reconocer que nunca se me había hecho tan largo el regreso a casa

En cuanto llegamos a casa, Susana se fue a su cuarto, no hizo falta que le ordenase nada. Antes de que hubiese acabado de colgar mi abrigo en mi percha, se presentó ante mí desnuda con las bolsas de la tienda.

  • Su esclava está lista para recibir su castigo mi señor. Le he traído la compra para que decida usted cómo usarla con su esclava.
  • ¿Has traído las fustas y látigos?
  • Sí mi señor, he traído todas las bolsas.
  • ¿Qué te parecería si los probase ahora?

La pregunta la dejó desconcertada. Era evidente de que no se esperaba que la dijese eso después de mi promesa en el restaurante.

  • Soy su esclava… mi señor. Puede disponer de mí y de sus instrumentos como le plazca… (Logró decir con bastante aplomo.) No obstante, su esclava lamentaría que su amo no pudiese… cumplir su promesa. (Finalizó la frase mirándome brevemente a los ojos.)
  • Dime… ¿Por qué lo lamentarías?
  • Una esclava debe poder confiar ciegamente en su señor. Si su señor no cumple sus promesas debilitaría su autoridad y la confianza depositada en él, mi señor.
  • ¿Confías en mí esclava?
  • Oh sí mi señor, totalmente.
  • Entonces, ¿qué esperas que haga?
  • Su esclava espera ser castigada por sus muchas faltas mi señor. No sabe en qué consistirá su castigo, pero confía en que no será azotada.
  • ¿Sabes que tus respuestas han complacido enormemente a tu señor? Después del castigo, espero recompensarte debidamente. Ahora coloca el contenido de las bolsas sobre la cama, antes de empezar debemos buscar un lugar adecuado donde guardarlas.
  • Gracias mi amo. Me siento muy afortunada de poder servirle.

Como si fuese lo más natural del mundo, Susana fue extendiendo todas las cajas y los nuevos utensilios recién adquiridos sobre la cama. Mientras los iba colocando sobre el edredón yo les buscaba un hueco en los armarios para que ella los dejase en su lugar definitivo. Después coloqué las cámaras de vídeo para poder recordar nuestra primera sesión. Susana hizo amago de protestar pero cuando vio la severidad con que la miraba logró reprimirse. Cuando por fin, todo estuvo en su sitio y dispuesto, comenzamos el castigo

Lo primero que hice fue ponerle un collar, unas muñequeras y unas tobilleras. Las muñequeras y las tobilleras tenían unos cierres que me permitían desatarla rápidamente pero a ella no le resultaría tan fácil. Una vez "vestida" la hice colocarse sobre la cama y comencé a inmovilizarla. Para ello uní sus tobilleras con las muñequeras correspondientes. Le puse una barra de madera entre sus brazos y la espalda, los extremos de la barra disponían de dos cadenitas que até al cabecero de la cama. Para obligarla a mostrarme su tierno tesorito, le separé los muslos y se los até también a los lados del cabecero. Me entretuve un ratito contemplando el hermoso puente que formaban sus piernas abiertas. Después me dispuse a amordazarla

  • NOOO… Por favor no… Mi amo… Rojo, rojo

Estaba asustada, mientras la inmovilizaba no había reparado en lo nerviosa que estaba y en lo agitado de su respiración. A pesar de que me había dicho que confiaba plenamente en mí y de que me había permitido atarla, tenía miedo.

  • ¿No? ¿Quieres que te desate?
  • No… no me desates por favor pero no me amordaces Luis… La… la palabra de seguridad… no la podría decir

Tenía razón si la amordazaba no podría decirme la palabra de seguridad y eso era un riesgo bastante grande teniendo en cuenta de que los dos éramos primerizos en esto. Mejor sería dejar la mordaza para otra ocasión cuando los dos conociéramos los límites a los que podíamos llegar.

  • Tienes razón. Dejaremos las mordazas para más adelante. Pero debes procurar reprimirte al máximo. No quiero que chilles a las primeras de cambio. ¿De acuerdo? (Ella asintió con la cabeza) ¿Podemos continuar?
  • Sí mi amo… (volvió a asentir con la cabeza)
  • Te daré algo que te ayude a mantener la boquita cerrada

Antes de que pudiese decir nada, le puse un par de pinzas unidas por una cadenita en sus enhiestos y durísimos pezones. Después le puse la cadena en la boca para que la sujetara. Las pinzas debían incomodarla pues sus labios y cara se contrajeron en una pequeña mueca de dolor, pero no emitió ningún sonido de queja.

  • Muy bien. Así, nos aseguramos de mantener esas tetitas bien sujetas y que no se caigan. Bueno ahora daremos comienzo al merecido castigo. Veamos qué tenemos por aquí

Susana debía pensar que ya era bastante castigo tener que soportar sin quejarse la presión de las pinzas en sus tiernos pezones pero se contuvo de decir nada y se limitó a mirarme siguiendo todos mis movimientos. Yo diría que estaba más intrigada que otra cosa. Trataba de anticiparse y descubrir lo que había pensado. De modo que jugué con su curiosidad y dándole la espalda evité mostrarle lo que tenía entre mis manos. De vez en cuando me giraba y la descubría estirando el cuello o girando la cabeza en sus vanos intentos por adivinar mis intenciones. Finalmente, me coloqué detrás de ella y encendí una vela. Había visto varias en la tienda y el encargado me había asegurado de que no había riesgo de quemaduras. Le tiré del pelo hacia atrás y revelándole cuales eran mis planes. Al levantar la cabeza no pudo evitar un pequeño gemido, pues la cadena tiraba un poco de sus pezones pero la cadenita no llegó a caérsele.

  • Bueno putita ahora empieza lo bueno… ¿Te molesta que te llame putita?
  • Nnnnn mmmltmmm mimmammm
  • ¿Cómo dices? Ah… perdona, es difícil hablar con la boca llena

Le saqué la cadenita de la boca pero la mantuve en alto tirando de nuevo de sus pechos. A pesar de los tironcitos no se quejó, aunque fue una delicia observar las muecas que hacía cada vez que tiraba de ella.

  • ¿Te molesta que te llame putita?
  • No mi amo. Soy su esclava, puede llamarme como le plazca.
  • Muy bien, parece que has entendido cuál es tu situación en esta casa. Eres mi esclava y satisfarás todos mis caprichos. Y si te quiero convertir en mi zorra particular así será. ¿Algún problema putita?
  • No… ninguno mi amo.

A pesar de que su respuesta me satisfizo noté una pequeña vacilación mientras se expresaba. Evidentemente, todavía no se había hecho a la idea de todo lo que implicaba ser mi esclava. Sin duda debía ir preparándola poco a poco para que asumiese completamente su nuevo rol. Que Susana reconociera su sumisión total en cuerpo y alma llevaría su tiempo, pero de momento no me podía quejar de su actitud. Dejé caer las primeras gotas de cera sobre sus indefensos pechos.

Apenas si pude oír un gemido. Fui recorriendo su cuerpo poco a poco buscando los lugares más sensibles e inesperados tratando de provocarle alguna queja. Pero fue en vano, Susana se esforzaba por cumplir mis deseos y reprimía valientemente cualquier muestra de dolor o incomodidad. Lo más que conseguía fueron algunas muecas y gestos bruscos junto con débiles siseos y murmullos. Su boca no soltó la dichosa cadenita que mantenía presos a los sufridos pezones en ningún momento. Ni siquiera cuando la cera besó apasionadamente los labios mayores, y con sus cálidas y ardientes caricias los incendió; dejó escapar mi esclava, algo más que un suspiro. Decidí probar algo más fuerte

  • Muy bien putita. Parece que soportas bien el castigo. Pero creo que con esto solo no reparas tu falta. ¿Alguna objeción?

Susana negó con la cabeza, pero pude notar algo de inquietud en su mirada. No me preocupé mucho pues haciendo una breve inspección a su entrepierna pude observar como estaba bastante humedecida. Después de todo, parecía disfrutar con mi terapia. Para lo que se me había ocurrido, necesitaría algo de tiempo. Así que para evitar que mi esclava se aburriera, fui a por un consolador y se lo puse a máxima potencia. No pudo reprimir un gemido cuando se lo inserté, lo que no puedo asegurar es si fue de placer o producto de la sorpresa ya que lo hice con bastante brusquedad. El caso es que al poco de tenerlo dentro, comenzó a bailar y contonearse dentro de los escasos límites que le permitían las ataduras.

Era una delicia verla estremecerse con el monótono zumbido del aparato. Yo diría que ahora le costaba mucho más trabajo mantener la boca cerrada y ahogar los gemidos que acudían a su garganta. Era evidente de que estaba experimentando un placer cada vez mayor, pues sus movimientos se estaban haciendo cada vez más amplios y sus gemidos eran ya jadeos. Para evitar que se le cayese la cadenita se echaba la cabeza hacia atrás. De este modo aunque abría sus lindos labios la cadena no se le resbalaba y podía aliviar su calentura con jadeos cada vez más altos. Tuve que reprimirla y recordarle que tenía prohibido correrse. Ella se azoró un poco pero logró reprimir la intensidad de sus grititos, no obstante su sensual danza continuó.

Tan absorto estaba con los voluptuosos movimientos de mi esclava que casi me olvido de lo que tenía que hacer. Fui hacia la cuerda de la ropa y me agencié seis o siete pinzas de la ropa. Lo había visto en algunas pelis porno pero no sabía cómo lo hacían realmente de modo que tardé algo más de la cuenta. Con algo de paciencia conseguí unir todas las pinzas con una cuerdecita fina. Al final no era tan difícil. Cuando regresé a la habitación, lo que vi me dejó anonadado. Susana parecía en estado de trance, sus sensuales movimientos se habían tornado en temblores y espasmos. Estaba completamente azorada, ruborizada con tal intensidad que parecía haberse quemado con el sol. Con el cuerpo completamente arqueado y la cabeza echada hacia atrás no paraba de susurrar las mismas palabras como un mantra

  • Por favor, por favor, por favor, por favor
  • Por favor qué putita
  • Por favor amo… déjeme ah… déjeme correrme…uf
  • ¿No te has corrido aún putita?
  • No… ah… amo… por favor no puedo más
  • Pues lo siento mucho pero no puedes correrte hasta que termine tu castigo putita
  • Por favor amo… no aguanto más… por favor déjeme
  • No puedo permitirlo lo siento… Si quieres te puedo quitar el aparatito que tanto te gusta.
  • Noo… sí por favor amo… quítamelo… no puedo, no puedo… amo

No quise torturarla mucho más de modo que con la misma rapidez con que le inserté el vibrador, se lo quité. Nada más hacerlo, su cuerpo se convulsionó y ella ahogó un gemido gutural, casi animal. Apretando fuertemente la cadenita giraba su cabeza como negándose a admitir la frustración que sentía. Debía estar al mismo borde del orgasmo pero afortunadamente para ella no lo alcanzó. Tras unos minutos retorciéndose finalmente se fue calmando y tomando dominio de sí misma.

Su respiración se fue haciendo más regular, ahora hacía fuertes inspiraciones y expulsaba el aire lo más lentamente que podía. Pero a pesar de la aparente calma, su cuerpo estaba ávido de placer. En efecto, su esbelta figura parecía brillar con las diminutas gotitas de sudor que la cubrían como gotas de rocío. Su hipersensibilizada piel apenas si admitía el más leve roce, la más delicada caricia sin que toda ella se estremeciera. Yo jugaba con ella, mis manos la recorrieron entera si llegar a tocarla. Mis manos, mis labios la fueron examinando a apenas unos centímetros de ella. De vez en cuando con un tenue soplo, casi imperceptible la veía estremecerse cerrando sus ojos y apretando con fuerza la dichosa cadenita.

  • Umm parece que la causa del problema lo tenemos aquí. (Dije señalando a su dulce coñito.)
  • AAhhh… amo… por favor
  • ¿Quieres correrte?
  • Sí amo por favor
  • Pero antes
  • Debo terminar mi castigo amo… por favor amo… esto es una tortura… Azóteme por favor… y terminemos ya
  • ¿Quieres que te azote? ¿Quieres que falte a mi palabra?
  • No… amo… perdone yo… yo solo quiero que acabe mi castigo… por favor
  • Te estás volviendo una putita rebelde. Yo soy el que decide cuando y como se cumple un castigo ¿Entendiste?
  • Sí amo perdone amo… pero esto es muy… muy difícil
  • Te dije que llegarías a preferir los azotes. Pero no te preocupes te voy a ayudar. Vamos a clausurar la cuevita de la discordia y así podrás redimirte cumpliendo tu castigo… No quiero quejas. ¿De acuerdo?

Mientras Susana se debatía entre asentir o negar, saqué las pinzas y comencé a colocarlas en su tierna rajita. Apretando los labios mayores uno contra el otro les iba colocando las pinzas de la ropa de tal modo que los mantenían unidos. De ese modo le cerré la entrada a su cálida y húmeda cuevita. Su entrepierna parecía más el casco de un romano que un conejo juguetón. Sin embargo a pesar del enorme malestar que debía sentir, apenas emitió un gemido. Se limitó a cerrar con fuerza los ojos cada vez que alguna pinza la pellizcaba en sus sensibles carnes. Una vez finalizada la obra me entretuve comprobando el resultado.

Ahora, más que placer, mi esclava se esforzaba por dominar el dolor que le ocasionaba la presión de las pinzas. Tenía los puños cerrados y su boca mordía la cadena que mantenía presos a sus pezones. Para asegurarme del efecto de las pinzas las acaricié un par de veces provocando al instante breves espasmos en mi esclava. Trataba de cerrar sus piernas o apartarme usando sus manos pero no podía, al final se aliviaba moviendo espasmódicamente la cabeza.

  • Bien, ahora viene la última parte del castigo. Si lo hace bien terminará pronto, si no… bueno durará más

Susana me miró como diciendo qué más podría hacerle pero pronto comprendió lo que quería. En cuanto me bajé los pantalones y comprobó lo tremendamente excitado que estaba supo que tenía que chupármela. La verdad es que no puso ninguna objeción y en cuanto tuvo mi polla a su alcance, abrió sus carnosos labios y me la besó como solo ella sabe hacerlo. La cadenita cayó formando un puente entre sus pechos pero yo la así y me la coloqué por encima de mi miembro, quería que estuviese lo más incómoda posible mientras me la mamaba.

Mi duro y viril miembro volvió a acometer su dulce y sedosa boca. Sus labios aprisionaban con más fuerza de la habitual mi palpitante ariete. Su lengua recorría con más ansia la superficie de mi capullo. Quizás aliviaba así la quemazón que la atormentaba o quizás fuese esa misma quemazón la que la impulsaba a cerrar sus mandíbulas más de lo debido; el caso es que se cuidó muy mucho de rozarme con sus dientes. Poco a poco me olvidé de todo y me dejé llevar por el placer de su magistral felación. Era una mamona de primera y de nuevo me lo estaba demostrando. Apenas me dí cuenta del paso del tiempo, el caso es que cuando quise darme cuenta, le estaba follando violentamente la boca y al rato, me descargué con fuerza inusitada dentro de ella. Fue simplemente, una mamada inolvidable

Me separé de ella para recuperar fuerzas, ella también lo necesitaba. Ambos respirábamos agitadamente, pero en el caso de ella dudo que fuese por haber alcanzado un orgasmo. Sin embargo su rostro no había perdido el intenso rubor que había adquirido con ayuda del consolador. Me quedé un ratito observándola, tenía el pelo revuelto y ahora que me fijaba, una de las pinzas de sus pezones se le había soltado. Ahora comprendía el origen del extraño sonido que me sacó de mi ensimismamiento. Casi al instante sentí como mi herramienta se enervaba como nunca antes, la sentía más prieta que una barra de acero, casi me dolió sentirla tan dura.

Sin pensármelo mucho comencé a lamerle y chuparle el dolorido pezoncito. Susana trató de apartar de mí su pecho, aún debía de dolerle bastante. Cuando mis labios lo rozaron, se quejó un poco pero no mucho. Pronto pareció gustarle el tratamiento aplicado a la zona afectada. La saliva parecía un buen analgésico y ahora era ella quien me ofrecía tan suculento manjar. La seguí besando y acariciando con suavidad, despertando de nuevo en ella las agradables y placenteras sensaciones que sintiera antes de su orgasmo interrumpido. Su golosa boca buscó la mía cuando fui besándola hasta su cuello. Nos fundimos en un cálido beso en el que nuestras lenguas parecían enredarse una alrededor de la otra.

Mientras, mis manos siguieron jugando con su entregado cuerpo. Unas veces, la acariciaban suavemente, dándole placer; otras más rudamente, incomodándola. Tan pronto mesaban sus cabellos peinándolos con delicadeza como se deslizaban sobre el aprisionado pezón o las insidiosas pinzas que todavía cerraban su entrepierna. Me gustaba oír sus quedos suspiros y jadeos ya fuesen de placer o de dolor. Trataba de encontrar alguna diferencia entre ellos pero he de reconocer que no pude. Finalmente decidí terminar con el castigo, aunque le quedaba lo peor

  • Dime putita ¿Estás contenta?
  • Sí mi amo, creo que he soportado bien la prueba.
  • Hasta ahora sí putita. He de reconocer que me estás sorprendiendo gratamente. Pero el castigo todavía no ha terminado.
  • ¿Nooo?... Perdone mi amo pero ¿queda mucho? Me estaba gustando mucho lo que me estaba haciendo… (dijo ruborizándose más intensamente al tiempo que bajaba la mirada)
  • No putita, no te queda mucho… ¿Con que te gustan las caricias de tu amo eh putita?
  • Sí mi amo mucho
  • Eso es para que veas lo que te espera si eres buena y me complaces en todo. Bueno ahora sé buena y aguanta lo que te queda. En cuanto te quite las pinzas, habrá terminado todo. ¿OK?

Asintió con la cabeza al tiempo que apretaba y se mordía los labios anticipándose a lo que se esperaba. Así la cadenita dándole varias vueltas en mi mano derecha, con la izquierda me apoyé en su pecho. Hice ademán de tirar con fuerza como si quisiera arrancarle la insidiosa pinza pero en vez de ello se la solté con delicadeza con mi mano izquierda. A pesar de todo no pudo reprimir una ahogada queja cuando un punzante dolor pareció quemarle el pecho. El retorno de la sangre, había despertado con desconsiderada brusquedad a sus agobiados nervios; incrementando de este modo la enorme sensibilidad de la zona. No me demoré en darle el correspondiente tratamiento. Mis labios y mi lengua aprisionaron con delicadeza el enhiesto pezón que parecía palpitar con vida propia. Como en la vez anterior, no tardé en comprobar la efectividad del mismo; y pude observar una tímida sonrisa de alivio y placer en el sonrosado rostro de mi esclava.

Me entretuve algo más de la cuenta saboreando sus preciosos globitos. Mi impaciente polla no tardó en reclamarme que la metiera de una vez en algún lugar calentito y húmedo. Así que siguiendo su imperiosa sugerencia me dispuse a retirar las pinzas que le cerraban el paso. Volví a reliarme la mano derecha, esta vez con la cuerda que había sobrado al atar las pinzas de la ropa. Imitando mi proceder anterior mi mano izquierda se apoyó en su pubis. Entonces sin más preámbulos tiré con fuerza del cordel arrancando todas las pinzas de una vez.

La reacción de mi esclava son de las de no olvidar. Su rostro, más que dolor semejaba sorpresa, como si se negase a creer lo que le había sucedido. Con los ojos desorbitados, muy abiertos parecía buscar por los alrededores la causa de su agonía. Mientras, la boca entreabierta perdida en una larga inspiración, se contenía de emitir sonido alguno. Su cuerpo se arqueaba y retorcía, se estiraba y encogía alternativamente tratando de mitigar la angustia. Sus manos se crispaban tratando de alcanzar su entrepierna. Sus muslos se tensaron al máximo tratando de cerrarse y proteger su maltrecho conejito. No pudiendo contenerse dos o tres lágrimas resbalaron por sus hermosas mejillas. No obstante, y a pesar de todo, no gritó ni se quejó; como si intuyese que de ese modo obraba mejor y me complacía más.

Cuando salí del trance que me supuso verla aguantar tan estoicamente su suplicio, me dirigí a calmarla como había hecho anteriormente con sus pezones. Mis labios besaron y lamieron sus atormentados pliegues con desesperada fruición. Pude percibir un instintivo intento de protegerse y evitar más daños, sus piernas se tensaron en cuanto me acerqué a ella. Trataba en vano de impedirme el acceso a su maltratado tesorito pero las ataduras seguían impidiéndoselo.

Sus carnosos labios mayores se mostraban más sonrosados que de costumbre, con algunas marquitas que señalaban los lugares que habían soportado la presión de las pinzas. Me sentí un poco culpable por haberla atormentado de tal modo y me esforcé con más ahínco si cabe por calmarla y aliviarla. Afortunadamente tuve éxito, Susana dejó de encogerse y poco a poco noté como su cuerpo se destensaba y por fin se relajaba.

En vez de esforzarse por eludir mis atenciones, ahora luchaba tratando de facilitarme el mejor acceso a su intimidad. No tardé en oírla gemir quedamente. Alzando la vista la pude ver retorciéndose en sus ataduras intentando contener las oleadas de placer que ahora la embargaban. Aquello fue demasiado para mí, sin pensármelo dos veces me dispuse a follármela.

Me coloqué a su espalda y me tumbé a su lado. Sujetándola por las caderas, la levanté y me la coloqué encima mío. Sin más preámbulos la dejé caer mientras se ensartaba mi estaca que para entonces lucía una poderosa erección. La oí gemir, supongo que de placer y antes de que pudiese reaccionar comencé a bombearla con desatado frenesí. De nuevo perdí la noción del tiempo, todo era placer. Mi falo percutía con inusitada violencia la entregada y sumisa vagina procurando alcanzar las fuentes del éxtasis. No desperté del trance hasta que por segunda vez me despertaron las súplicas de mi esclava...

  • AAAMOOO… por favor… permítame correrme
  • ¿Qué?... ¿Qué dices?... putita… uff
  • Por favor… aaamo permita… permita a … esta… putita correrse… nooo… no puedo más amo.
  • Está… está bien putita puedes correrte… las veces que quieras… te lo has ganado, zorra.
  • Graa… gracias… amoooo… me… me corrooo

Mi dulce putita se descargó en un intensísimo orgasmo que parecía no tener fin. Su cuerpo no cesaba de convulsionarse y estremecerse en interminables oleadas de éxtasis salvaje. Su vagina aprisionaba mi miembro con inusitada fuerza como si quisiera retenerlo por siempre en sus entrañas. Pero logré contenerme y busqué otra postura.

Como me molestaba la barra que pasaba detrás de su espalda se la quité y lo mismo hice con las cuerdas que separaban sus muslos, ahora estos se me abrían llenos de deseo. No le desaté ni las muñequeras ni las tobilleras quería mantenerla indefensa, gozar de su cuerpo desamparado aunque ya me hubiese adueñado de su voluntad. Me coloqué sobre ella, entre sus ofrecidas piernas y la miré. Estaba azorada, jadeante tratando de recuperar el resuello tras su último orgasmo pero tenía su mirada llena de lasciva pasión. Todavía no estaba rendida, deseaba más, necesitaba más y yo se lo dí.

La poseí con fuerza, llevado por mis instintos más animales la bombeé con todas mis fuerzas. Sólo quería verla gritar, chillar de placer hasta dejarla rendida, agotada. No sé cuantos orgasmos tuvo ni creo que ella pudiese contarlos. Al final logré mi objetivo, conseguí que ella comenzara a jadear incontroladamente mientras su cuerpo se convulsionaba bajo el mío. Incapaz de dominarme más a pesar de mis esfuerzos me dejé llevar. Una incontenible descarga se apoderó de mí, me llenó una indescriptible sensación de bienestar mientras sentía como descargaba un torrente dentro de mi esclava.

Hacía mucho que no me sentía así, tal vez un mes cuando la poseí por primera vez. No puedo deciros lo que sentí exactamente en esos instantes, solo los que han gozado de la total entrega pueden entender en parte lo que fue. Me derrumbé sobre ella mientras nos recuperábamos. Nuestros cuerpos seguían sufriendo esporádicas convulsiones prueba del intenso placer alcanzado. Creo que ambos nos quedamos adormilados.

  • Gra… gracias mi amo.
  • ¿Cómo?
  • Gracias mi señor… por… por hacerme gozar tanto… nunca había sentido algo parecido… ha sido el mejor polvo de mi vida
  • ¿Te ha gustado putita?
  • Sí… mi amo… mucho
  • ¿A pesar del castigo y de las ataduras?
  • Sí… mi amo… creo… creo que
  • ¿Sí?
  • Más bien creo que gracias a ellas… mi señor
  • ¿Entonces disfrutas cuando te someten, no putita?
  • Sí… mi amo… disfruto de ser su esclava para lo que quiera.
  • Dime lo que eres.
  • Soy su esclava mi señor, su puta para servirle y obedecerle en todo mi amo

Complacido por sus respuestas, la solté de sus restricciones, ahora podía estirar sus piernas que hasta ese momento habían permanecido unidas a sus manos. Lo que hizo me sorprendió, nada más liberarla se abrazó a mí y me besó con apasionada ternura. De no ser porque estábamos desfallecidos creo que hubiésemos vuelto a las andadas, de todos modos fue maravilloso. Me sentí el absoluto dueño y señor, no solo dominaba su cuerpo, también me entregaba su ser. Pero algo me inquietaba

  • Dime Susana… ¿has estado viendo lo que tengo en mi ordenador?
  • Sí mi amo
  • Tienes total libertad, quiero que me digas lo que sientes. Por eso he usado tu nombre
  • Sí… Don Luis… perdona sí Luis… tenía curiosidad desde que me propusiste lo del contrato y… miré un poco en las páginas que solías ver… Yo… siento
  • No te disculpes… por eso sabías cómo contestarme ¿verdad?
  • ¿De veras te ha gustado?
  • He gozado como nunca… bueno sin contar la vez… cuando me follaste en la entrevista.
  • ¿Querías repetir, eh?
  • La verdad es que sí… y quiero seguir repitiendo.
  • ¿De veras? ¿A pesar de los castigos? La próxima vez habrá azotes.
  • Sí Luis quiero repetir. Ahora estoy segura de que me darás más placer que dolor… Porque me recompensarás cuando me porte bien ¿verdad?
  • Sí mi putita… esa es la idea un poco de dolor y otro de placer. Dime ¿alguna vez han usado este precioso culito?
  • No mi amo… nunca… nunca he tenido sexo anal… me da… me daba miedo, señor.
  • Pues habrá que hacer algo al respecto ¿no crees?
  • Sí mi amo… cuando usted quiera.

Así abrazados nos dormimos los dos. Ese fue el comienzo de nuestra hermosa relación. Cómo continuó y cómo la desvirgué analmente y demás. Bueno, eso ya es otra historia.