La cándida y dulce Marta

Una joven chica se ve coaccionada a entregarse a dos gamberros, sacrificándose por el bien de un ser querido para ella. Ello no le priva de oponerse a ellos, sin embargo, parece que lo que en un principio le repele, finalmente acaba guiando sus pasos hacia una entrega total en las garras de ellos.

Marta supo que algo iba horriblemente mal cuando vio a aquellos dos chicos entrando en el aula vacía de la clase, cerrando la puerta tras de sí con una confiada seguridad. Sus grandes ojos azules les observaron durante unos segundos y una leve expresión de fastidio ensombreció su rostro, al ser desviada su atención del libro que había estado leyendo con una gran concentración.

Les conocía de sobras. De vista, porque ellos eran tan engreídos que no se dignaban a entablar conversación alguna con alguien como ella. Las chicas con las que esos dos hablaban tenían que tener como mínimo una 100 de talla de sujetador, un culo espectacular y ser, en defitinitiva, unas putas en potencia. Ni siquiera eran muy listas, porque no cobraban por los servicios realizados en las fiestas que organizaban.

Los dos chicos, de dieciocho años, se encaminaron juntos hacia su pupitre, sonriendo ampliamente como si hubieran conseguido ganar una gran competición y con un brillo de malicia calculada en sus ojos.

-Buenos días-les saludó con frialdad y cortésmente Marta. El de la izquierda, un chico rubio, alto que le sacaba a ella dos cabezas y con un rostro que podría haber sido espectacularme bello de no ser por las cicatrices del acné juvenil que se agolpaban en sus mejillas y frente, hizo amago de corresponder a su saludo, pero sus labios volvieron a cerrarse, perezosos. El otro, un chico moreno, con el cabello casi rapado, se limitó a dedicarle una sonrisa retorcida.

-¿Qué estás estudiando?-le preguntó el rubio, y acto seguido, cogió el libro y lo hojeó por encima, sin mostrar mucha consideración en pasar las páginas. Antonio, el chico moreno, la contemplaba con unos ojos que erizaron el vello de la nuca de Marta, casi parecía que estaba decidiendo interiormente si valía la pena dedicarle algo de su preciado tiempo como abusón a una criaturita frágil como ella.

Marta no le contestó, y se limitó a mantenerse inmóvil, tensada como las cuerdas de un violín, intentando no flaquear ante ellos.

-Biología, anatomía humana-reveló Juan, el chico rubio. Se paseó una mano por las rebeldes greñas que le crecían en la nuca y le dio un amistoso codazo a su cómplice de persecuciones, abusos y peleas. Éste miró las hojas, y soltó una risilla por lo bajo. Los dos volvieron a clavar sus ojos en ella, estremeciéndola. Eran unos ojos aviesos, hambrientos, salvajes.

-Anatomía masculina,¿eh?-le dijo con un tono burlón Antonio, mostrándole la foto que ilustraba el aparato reproductor masculino.

-No, estaba estudiando la función digestiva para explicársela luego a mi hermana-replicó Marta, enmudeciendo enseguida. ¿Por qué le daba tantas explicaciones a esos dos imbéciles?

-Vaya, qué lástima-respondió Antonio, deslizándose hasta situarse detrás de la joven. La chica reprimió el impulso de darse la vuelta hacia él y vigilar sus movimientos. Eso solo conseguiría mostrarle que se sentía intimidada por ellos.

-Verás, te pido que nos perdones por robarte un preciado tiempo-empezó a decir Juan, sentándose delante de ella y apoyando sus manos en la mesa de Marta, muy próximas a las suyas, finas y delicadas. Las manos de Juan eran más grandes, y sus dedos parecían robustos y estaban retorcidos. Tenía los nudillos rugosos, como si se hubieran despellejado en muchas ocasiones, y ella se intuía con qué los había lastimado.

-Perdonado quedas-le respondió Marta, con sequedad.

-Tu noviete es Carlos el Lagarto, ¿no?-le preguntó Juan, como si no lo supiera. La joven se limitó a asentir con la cabeza. Le llamaban el Lagarto por la frialdad de su piel, pero en sus noches íntimas, ella le denominaba cariñosamente con este término en referencia a su pene, al que tildaba como lagartija, porque no paraba de agitarse cuando la veía desnuda y deseosa de ella ante él y porque siempre se las ingeniaba para retorcerse e introducirse en su interior, sin importar la postura.

-Es Carlos a secas-le corrigió ella. Frente a los demás, ella optaba por no usar su sobrenombre.

Antonio soltó otra de sus escalofríantes risitas, y Juan prosiguió:

-Resulta que al reptil de tu novio le gusta jugar con fuego, y se ha quemado las escamas de la cola-le dijo Juan.

-Corta el rollo y ve al grano-le soltó Marta, fastidiada ante los extraños rodeos que estaba haciendo Juan, sin embargo, en las profundidades de su mente saltó de repente la sirena de la alarma.

-Tu novio ha jugado con nosotros a las cartas, lleva ya dos meses haciéndolo, y nos debe seiscientos euros-le explicó Antonio, repentinamente en el oído, clavando sus dedos en sus antebrazos. La joven se sacudió ante su súbita intervención, y agradeció interiormente que dejara de aferrarse a su cuerpo, ya que le había clavado sus dedos como si fuesen las garras de una águila capturando a su presa.

-¿Y?-dijo ella, palideciendo un tanto e intentando mostrarse serena. La sirena de la alarma aumentó su intensidad, y los ojos de Marta buscaron instintivamente la puerta del aula, antes de volver a enfrentarse a los ojos castaños de Juan. El joven sonrió, reluciéndole el único diente de oro que poseia.

-Hemos pensado que tú podrías aliviar su deuda-enunció Antonio, confirmando las horribles sospechas de Marta.-De lo contrario...-dijo él, y apretó sus manos hasta volver blancos sus nudillos.

Marta cerró los ojos, impresionada por el devenir de los acontecimientos. Sabía que Carlos tenía el estúpido vicio de participar en clandestinos juegos de cartas, algo que ella constantemente le reprochaba, pero desconocía que su deuda fuera tan grande.

Bajó la guardia unos instantes y Juan aprovechó esa ventaja para coger su mochila con rapidez e inspeccionar su contenido.

-¡Eh!, ¿qué haces?-le preguntó Marta, palideciendo aún más e intentando aferrar con su mano la mochila. Antonio la esquivó con una soberana facilidad y empezó a sacar los objetos de su mochila: su estuche, dos libretas, un libro de lectura...

-¡Basta, te digo que pares!-le ordenó Marta, pero su voz no era ni imponente ni autoritaria. Trastabilló con la silla y consiguió salir del pupitre pero los fuertes brazos de Juan la rodearon por detrás, inmovilizándola. La joven se debatió entre ellos, incluso clavó sus uñas en su piel, pero el joven ni se inmutó.

-Basta, basta, basta...-le pedía Marta, hasta que su voz se quebró al revelar Antonio el contenido del bolsillo interno.

-Oh, vaya-exclamó él, y se volvió hacia ellos, con una burlona sonrisa dibujada en su rostro. Entre sus dedos, aferraba el envoltorio de dos preservativos que depositó en el pupitre de Marta. La joven sentía que le escocían los ojos, humillada, e intentó seguir debatiéndose, pero sabía que nunca podría escapar de los fuertes brazos de Juan. Antonio sacó unos tampax y enarcó una ceja que casi se fundió con su flequillo al descubrir un bote de lubricante.

-Sabor a frutas del bosque, ¿no le gusta a tu noviete el sabor de tu coño?-comentó Antonio.-Y, por último, el objeto sorpresa, ¿adivinas cuál es?.

-Déjame adivinar, ¿unas cuerdas?, ¿unas esposas?, ¿un conjunto sexy?

La cabeza de Antonio se agitó tres veces. Sus ojos negros y pequeños brillaron malévolamente, y se acercó hacia los dos.

-Marta, descúbrelo-le dijo él, con un tono divertido, pero Marta ni se inmutó. Antonio dijo algo entre dientes inaudible y cerró su mano diestra en torno a su garganta, oprimiéndola y alzando su rostro, con los ojos enrojecidos.

-Házlo-insistió él.

Marta tembló entre los brazos de Juan, y alzó una mano temblorosa, obedeciendo su orden. Antonio dejó de oprimir su garganta y la expresión furiosa de su rostro desapareció con rapidez.

-Un consolador, nadie se hubiera pensado que la dulce y cándida Marta usara uno de estos-opinó Juan, con un tono risueño. Dejó de inmovilizarla y le quitó de su mano el consolador, inspeccionándolo a la luz del sol. Marta se dejó caer en una de las sillas. Le temblaban las piernas y se sentía desorientada. Permaneció ahí inmóvil, sin escuchar a los dos jóvenes y sus comentarios obscenos. Sus voces parecían lejanos susurros traídos por el viento desde cientos de kilómetros.

-Así que a Martita le gusta jugar con su amiguito, jejejeje.

-Y se lo trae al colegio, a lo mejor es para enseñarle de forma práctica la reproducción sexual humana y el aparato femenino reproductor.

-Vaya, ¡menuda envidia! Debe ser su alumno más apreciado. ¿Dónde las impartirá? ¿Aquí, en el aula, en la hora del recreo? Ahora entiendo porque le pide al profesor quedarse aquí...

-O quizá se lo lleva a las duchas y se lo mete en el coño mientras fantasea con sus compañeros de clase, jejejeje.

-¿No vas a despejarnos las dudas, muñeca?-le preguntó Juan, acercándose a ella.

Marta sintió como unos dedos presionaban suavemente su mentón y lo alzaban. Los ojos castaños de Juan le sonreían, y casi se dejó engañar por la expresión dulce de sus rasgos y su amistosa sonrisa. Juan le repitió la pregunta y ella abrió y separó sus labios varias veces, sin llegar a articular palabra alguna.

-No...,no lo uso aquí. Carlos,...con él-sus palabras salían casi a borbotones. En su mente, retumbó un lejano y solitario trueno y unos nubarrones negros se apretujaron entre sí.

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No. No podía ser. Carlos...,él. No, definitivamente era imposible.

Marta reaccionó tardíamente, regresando a la dura realidad en la que se encontraba. Por el rabillo del ojo, apreció unos dedos desabrochando los botones del cuello de su jersey rojo, revelando el polo blanco que llevaba debajo. Impulsada por un primer impulso, propino una sonora bofetada en la mejilla de Juan, que resonó en todo el aula. Aquella reacción pilló por sorpresa a los tres.

-Pe...,per...,perdón-farfulló Marta, palideciendo. Juan se llevó una mano a la mejilla dolorida, como si aún no se lo creyera. Su rostro se ensombreció y un relámpago de ira centelleó en sus ojos.

-Llévala hasta la mesa del profesor, y pónla boca abajo-ordenó con un tono frío a Antonio, quien se prestó enseguida a obedecer a su colega.

-¡No, no, no! ¡Déjame, no me toques, noo!-protestó Marta, intentando resistirse inútilmente a Antonio. Éste desplomó su cuerpo sin muchas contemplaciones sobre la rígida mesa de madera del profesor y no estampó su nariz contra ella porque milagrosamente se apoyó con la palma de las manos.

-¡No, no, noo!-chillaba ella. Antonio inmovilizó sus piernas con una de las suyas, y atrapó sus brazos, proyectándolos hacia su espalda.

-¡Basta, nooo!-exclamó ella, debatiéndose inútilmente. Sus mejillas pecosas estaban enrojecidas de la ira, y sentía un enorme escozor en los ojos, intentando contener las lágrimas de impotencia. Ojalá pudiera llamar a Carlos, él hubiera evitado todo aquello.

-Cuando las chicas se portan mal, hay que castigarlas. Y yo que creía que podría ser bueno contigo-se lamentó Juan, atando las muñecas de Marta con un objeto alargado, frío y duro. Debía ser el cinturón del pantalón de su uniforme. Le tapó la nariz y aprovechó para introducir en su boca un calcetín arrugado. Lo empujó contra su garganta y a punto estuvo de sufrir unas espantosas arcadas.

-¿He de atarte también las piernas?-le preguntó en el oído Juan, con una voz cansada, como si se tratase de un abuelo dirigiéndose a la traviesa de su nieta, tras descubrir su fechoría.

Marta cerró los ojos y negó con la cabeza. No quería que él viera sus ojos enrojecidos. Juan soltó un suspiro de alivio y le deshizo la coleta que se había hecho en el cabello, liberando su melena a media espalda, lisa y castaña.

-Así estás más guapa-comentó él. Aquel imprevisible comentario sorprendió a Marta. Creía que ese zafio ser era incapaz de dirigir gentiles palabras a una chica. Sin embargo, aquel inesperado halago no consiguió distraerla de la difícil situación en la que se encontraba.

Notó que unas manos alzaban su falda, revelando el tanga blanco que había elegido ponerse aquel día, adornado con pequeños corazones. Los dedos de aquellos chicos acariciaron sus nalgas desnudas, y tantearon el hilo blanco que se incrustaba entre sus cachetes.

-No tienes un mal culo-opinó Antonio.

Marta se debatió contra las ataduras y gimió, desesperada. Se sentía sucia, siendo toqueteada por esos dos gamberros y la impotencia le provocaba un nudo en la garganta. Le escocían los ojos, y sintió como dos lágrimas resbalaron por sus mejillas.

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Ahogó un grito de desesperación. Uno de ellos estiró el hilo de su tanga, metiéndoselo entre los labios de su coño. Lo soltaron, y sonó un chasquido, al golpear sus nalgas. Ambos chicos se rieron por lo bajo, y Marta sollozó, temblándole los hombros.

-¡Mmmm!-chilló, al notar el primer azote en su culo. La golpearon una, dos, tres, cuatro veces con algo alargado y frío. Ella siguió lanzando gritos de dolor, ahogados por la improvisada mordaza que le habían colocado en la boca.

-Mira, mira como se le está poniendo estos cachetitos tan bonitos-comentó en un tono divertido Juan.

-Dan ganas de comérselos-opinó Antonio. Dicho y hecho. Marta percibió como una lengua se paseó por sus nalgas doloridas, besándolas aquí y allá. Eran unos labios agrietados, pequeños y duros. Debía tratarse de Antonio. Sorprendentemente, los besos y caricias de Antonio en su culo aliviaron el picor y el escozor que emanaba de sus cachetes. De nuevo, una aguda flecha de dolor recorrió su espina dorsal, tensando su espalda y provocando un nuevo grito.

-¿Quieres más, eh, quieres más?-le preguntaban insistentemente ambos, y ella sacudía con energía su cabeza. Pero ellos no le hacían caso, y no pararon de azotarla, más fuerte que en las anteriores ocasiones.

-¡Míralo! ¡Parece que ha estado en pelotas en la playa y se ha quemado el culo!-se burló Antonio, acariciando suavemente sus nalgas. Incluso aquella delicada caricia le provocó un escalofrío que erizó el vello de su nuca, advirtiéndola de que aquello no había hecho más que comenzar.

Juan se le acercó y acarició su mejilla. Ella, enrabiada, le volvió la cabeza, y él se rió por lo bajo. Escuchó el sonido del frufú de unas prendas de ropa y un suspiro de alivio, y se temió lo peor.

-Marta-dijo Juan, en un tono juguetón.-Vuelve tu cara hacía mí.

Le daba la impresión de que el mundo se había inclinado hacia un lado y que una espesa niebla gris cubría todas las cosas, apesumbrando su espíritu y haciendo que su ánimo flaqueara. Sin embargo, aquella voz atravesó la niebla, la envolvió, la aturdía, no se podía resistir a ella...

-Eso es, buena chica-dijo Juan, sonriendo ampliamente. Ante sus abiertos y aterrados ojos, oscilaba dando pequeños saltitos la polla erecta de Juan, un monstruoso mástil de carne que se erguía sobre un valle negro y de aspecto áspero.

-¿Tengo que explicarte lo que ahora tienes que hacer?-le preguntó Juan, con condescendencia. Marta ahogó otro sollozo y negó con la cabeza. Juan asintió, satisfecho, y aproximó su polla hacia su boca.

-Venga, muñeca, comémela bien, ¿eh? Sin usar los dientes. Eso es, muy bien, me ha encantado ese besito que le has dado en la punta. No te ahogues al metértela en la boca.

Marta asentía, dócil y sumisa, sin rechistar ninguna orden de Juan. El chico le habia quitado el calcetín pero le posó enseguida su polla en los labios, sin darle tregua. Y ella se la estaba chupando, a ese cerdo imbécil y vanidoso. Cuantas chicas antes que ella le habían hecho también una felación, disfrutando de aquello, bebiendo sus jugos como si fuera lo más delicioso que se hubieran tragado nunca.

Ahora ella se había sumido a esas vergonzosas filas, se había convertido en una muñeca más, de usar y tirar, de Juan. Jugueteó con su lengua, trazando círculos en torno a la polla. Era más ancha que la de Carlos y parecía que era incluso más grande.

-Te está gustando, jejejeje-dijo Antonio. Juan asintió, respondiendo en su lugar y apoyó una mano en su cabeza, empujándola y retrociéndola. Juan estaba usando su boca como si fuera su propio coño, follándose su boca. Ella rezó para sus adentros que su monstruoso pene no le tocara la campanilla.

-Muy bien, muñeca, con eso basta-comentó Juan, retrociendo mientras resoplaba. Un asqueroso hilillo de saliva colgó unos instantes entre sus labios y la polla de Juan.

-Por favor, soltadme-musitó Marta, compungida.

-¡Oh, vamos! Si nos lo estamos pasando muy bien-replicó Juan. Hizo una señal a Antonio y éste hurgó en su tanga con lo que identificó Marta como unas tijeras de punta roma. Espantada, se revolvió de nuevo, pero lo único que consiguió fue un tremendo azote en su culo que la dejó inmóvil y temblorosa. Antonio siguió maniobrando con las tijeras, impasible.

-¡Vaya! ¡Menuda sorpresa! Parece que no va a hacer falta el lubricante-exclamó Antonio, emocionado. Le dio dos tirones y se escuchó un chasquido, llevándose entre sus manos los trozos rotos de su tanga. Se los pasó a su compinche y éste los tanteó, compartiendo la emoción de su compañero.

-Observa eso de ahí, ese circulito más oscuro, parece que te estás mojando.

-No, no, no...Soltadme-negó con la cabeza Marta, sintiendo que sus mejillas se convertían en dos inmensos volcanes. Se odiaba a sí misma. ¿Cómo era posible que su cuerpo estuviera reaccionando de aquella vil manera? Era un ultraje a su honorabilidad, a su pureza, a sus votos de fidelidad hechos a Carlos. Sus lágrimas volvieron a correr por sus mejillas, incontroladas.

-Muñeca, ¿quieres un consejo? Déjate llevar, será lo mejor para todos-susurró en su oído Juan, recuperando ese extraño tono dulce.

-Tiene el coño peludo-anunció Antonio, un tanto decepcionado.

-Bueno, da igual. Al Lagarto le gustará así-respondió Juan, restando importancia al asunto. Los fibrosos brazos de Juan volvieron a alzar su cuerpo, colocándola boca arriba. Marta se sintió mareada y reaccionó tardíamente, intentando estampar una patada en la boca de Antonio. El chico moreno, por cuyas venas se decía que corría sangre gitana, atrapó sus dos piernas sin mucha dificultad y se coló entre ellas, separándolas.

-¡No, no, no! ¡No me mires, cabronazo, hijo de puta!-le insultaba Marta, echando chispas de odio por sus ojos azules. Juan soltó un suspiro de fastidio y, rápidamente, agarró el cuello de Marta, apretándolo con más fuerza que la que había usado Antonio. La chica se puso lívida, y se sintió insignificante y enana soportando la ira que llameaba en los ojos de Juan.

-No queremos ponernos violentos, ni tú lo deseas tanto-le dijo, despacio. Marta asintió con la cabeza y Juan le soltó.

-Relájate y disfruta, muñeca-le aconsejó él-déjate llevar, lo estás deseando-le decía él, paseando sus manos por encima de sus pechos. En ese momento, sintió los besos de Antonio en sus muslos. Juan, por su parte, atrapó con una mano su mentón, y observó detenidamente su rostro, mientras su compañero exploraba su oculto y húmedo rincón.

-Podemos ser muy buenos contigo, sólo has de portarte bien.-Tras decir esto, Juan inclinó su cabeza y posó sus labios sobre los suyos, sorprendiéndola. Ella no abrió sus labios y volvió su rostro, apartando su boca de la de él. Juan sonrió, como si esperase esa reacción, y volvió a besarla.

-¡Mmm!-murmuró Marta, notando la presión de los suaves y cálidos labios de Juan sobre los suyos. Antonio se encontraba deslizando su lengua por su raja, despacio, sin prisas, como si explorase un terreno desconocido y peligroso. Y ella no lo quería reconocer, pero le estaba gustando.

-¿Eso era un gemido?-le preguntó Juan, mirándola a los ojos.

-Y una mierda era un gemido. Eso era un...eeeh, un insulto para ti...cabrón-le respondió Marta, notando como la respiración le temblaba. Su corazón empezó a palpitar, alocadamente, y notaba como sus pezones rozaban y arañaban las copas de su sujetador.

-En ese caso...-murmuró Juan, y volvió a besarla. En esta ocasión, ella cerró los ojos, disfrutando del beso. Fue un solo instante de vacilación, y enseguida abrió los ojos, espantada, y sacudió su cabeza. Juan se alejó, riéndose.

-¡Basta, no, no, para, te he dicho...que...te...pa...res!-exclamaba Marta, intentando que su voz sonase enérgica y poderosa. Pero era imposible. Aquel cabronazo sabía como comer un coño y enloquecer a cualquier chica de placer. No se lanzaba como un bruto a dar lametones rápidos y bruscos, sino que su lengua se movía con delicadeza, lentamente, recorriendo cada uno de sus pliegues y recovecos.

Notaba como se deslizaba entre sus labios, separándolos, acariciándolos tiernamente. Ni siquiera introducía su lengua como si fuese una taladradora descontrolada, sino que hundía la punta levemente. Y pronto, demasiado pronto, tal y como se temió ella, su lengua serpenteó buscando su clítoris hinchado, erguido y desafiante, rodeándolo y danzando sobre él.

-¡No, no, no más, máááás, mmmm!-exclamaba ella, cerrando los ojos e intentando controlar los espasmos que sufría su cintura.

-¿Quieres que pare?-le preguntó Juan. Ella no escuchaba su voz, su mente estaba ocupada y centrada en su cuerpo, en las tremendas sensaciones que recorrían cada poro de su piel, confundiéndola, sumergiéndola en una vorágine de placer.

-¿Quieres que pare?-volvió a preguntar Juan, en un tono un tanto más alto. Marta abrió sus ojos, clavándolos en el rostro de Juan, y separó sus labios, pero no pudo articular palabra. Y él se regocijó ante la expresión de placer que iluminaba la lucha que se estaba produciendo en sus facciones, entre el deseo irrefrenable de entregarse y los desesperados intentos en vano de resistirse.

-¡Aaaah, aaaah, aaaah!-empezó a gemir, cuando un dedo de Antonio se introdujo en su coño y empezó a moverse lentamente, curvado hacia arriba, acariciando una zona rugosa desconocida para ella.

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-¡Más, cabrón, más, máááááás, no, no, no pares, hijo de puta, aaaah, sigue, sigue, síííí!

En ese momento, justo cuando ella intuía que la marea de un impresionante orgasmo iba sus últimas y casi derruibas murallas de fidelidad, Juan le hizo una señal a Antonio para que se separara. Ella intentó atrapar su cuerpo entre sus muslos, y se retorció encima de la mesa, insultándoles, furiosa y consternada.

-¡No me dejéis así, seguid, seguid, máááás, por favor!-les imploraba, casi con lágrimas en los ojos. Ambos se rieron, malvados y sin escrúpulos. Les debía estar encantando observar como se retorcía y agitaba sobre la mesa, con su coño abierto, húmedo y ansioso. Juan alzó su espalda y desató sus brazos y ella, movida por la desesperación y la furiosa necesidad que expresaba su vagina, se metió dos dedos en el coño, y empezó a masturbarse frenéticamente, sin importarle que aquellos dos cabrones la observaban.

-¡Aaaah, aaah, aaaah, aaaah!-gemía ella, cerrando los ojos y arqueando su espalda. Sus dedos imitaban los movimientos de Antonio, reconociendo su maestría.

-Quien se iba a imaginar que la inocente Marta se haría un dedito enfrente de nosotros-comentó Antonio, impresionado. Ella se tapó los ojos con la mano libre, intentando hacerles desaparecer de su campo de visión, mientras siguió introduciéndose sus dedos.

-Queremos seguir jugando-intervino Juan.

-¡No, no, no, dejadme!-les pidió Marta, desesperada. De nuevo, sus intentos de resistirse fueron inútiles. Esos dos no dejarían que ella saciara su necesidad, por mucho que ella les implorase. La condujeron hacia la pizarra y la situaron de cara a su superficie negra y limpia. Ambos actuaron con rapidez y fluidez, realizando los movimientos justos, desencadenándolos con una soltura que hicieron pensar a Marta que no era la primera vez que hacían aquello.

Antonio alzó sus brazos y Juan le subió el jersey, junto al polo blanco, dejándola únicamente con el sujetador blanco y la falda como prendas de ropa. Tras ello, Juan agarró sus muñecas y Antonio las ató, utilizando su jersey. La volvieron hacia ellos, obligando a que posara su espalda en la fría pizarra.

Juan se encontraba delante de ella, con su rostro ladeado hacia el suyo, brillándole los ojos ante la radiante luz de placer que desprendían sus ojos azules. Sonriendo con cierta altivez, introdujo su mano derecha bajo su falda, escalando hacia su coño y paseó sus dedos por los rizos de su vello. Ella, instintivamente, separó sus muslos, y ahogó un gemido de placer cuando el dedo corazón de Juan se introdujo sin esfuerzo en su interior.

Juan negó con la cabeza, ante el brillo anhelante que iluminaba sus ojos azules, rechazando sus insinuaciones y le dio la vuelta, realzando su trasero.

-Tengo que confesarte que he deseado este momento en ocasiones-susurró en su oído, acariciando con su mano sus nalgas, por encima de su falda.

-¿A qué esperas, cabronazo?-le preguntó ella, con un tono apremiante y un fulgor desafiante resplandeciendo en sus ojos. Juan sonrió, satisfecho por su reacción.

-Cuando el profesor te llamaba a la pizarra, y te ponías de puntillas para llegar más alto, destacando este lindo culo que tienes-le decía, masajeando sus nalgas por debajo de la falda-se me ponía dura imaginando que te ponía en esta misma posición y empezaba a darte bien duro por detrás-le confesó, susurrando en su oído.

Marta chasqueó la lengua, y una expresión de lujuria encendió sus mejillas.

-En ese caso, dame bien duro desde detrás, hijo de puta-le soltó, a bocajarro. Juan asintió y le dio una cachetada en el culo, liberando uno de sus gemidos, mezcla de dolor y placer. No se reconocía a sí misma, ella jamás hubiera dicho y actuado de semejante forma ni en sus fantasías eróticas más enfermizas. Entregarse de esa forma, y rogarles que usaran su cuerpo a su vil antojo. Pero su cuerpo lo deseaba, lo ansiaba, necesitaba con desesperación calmar y apagar el infierno de placer que la consumía por dentro.

-¡Ah!-chilló ella, al notar un fuerte tirón en su cabello. Una poderosa mano empujó su espalda y notó como algo redondeado, duro y pegajoso chocaba con sus nalgas, restregándose contra ellas.

-Ya sabes como quiere ser follada-le recordó Juan a su amigo, soltando una risita. Un gruñido ronco y grave fue toda la respuesta de Antonio, concentrado en encontrar a ciegas el coño de Marta. Ella separó sus muslos y realzó aún más su culo, facilitando su encuentro y temiendo que él le hiciera daño al intentar penetrarla.

-¡Mmm!-gimió ella, cuando notó como la polla de Antonio se posaba en su coño y entregaba de una embestida, hasta que sus huevos chocaron contra sus nalgas. Ella hubiera deseado que la penetrase más despacio pero Antonio parecía poseído por un salvaje y poderoso instinto y empezó a bombearla con insistencia.

-¡Mmm, mmm, mmm, mmm!-gemía ella, deseando en su fuero interno que su nariz no se estampase bruscamente contra la pizarra. Antonio no cesó de tirar de su cabello, provocándole una mueca de dolor, pero era gratamente disimulado con las oleadas de placer que se desprendían desde su coño. Paf, paf, paf, paf, paf

. El choque seco de los huevos de Antonio en sus nalgas marcaban el frenético ritmo al que estaba sometiendo a la pobre Marta.

-Sí, así es como me hubiera gustado verte, muñeca-susurró Juan. Marta desvió sus ojos hacia él momentáneamente, y una expresión de terror apareció en su rostro.

-¡No, no me grabes, no!-chilló ella, ocultando su rostro con una mano. Antonio dio un paso atrás y le propino un fuerte tirón a su cintura, ocasionando que las manos de la joven resbalaran por la pizarra hasta que sus dedos se aferraron a la base metálica donde se dejaban las tizas blancas. Sus brazos se encontraban muy tensos, impiendo que la joven pudiera ocultar su rostro.

-¡No, no, aaaah, nooo meee...aaah, aaaah, graa...bees!-farfullaba Marta, cerrando los ojos ante el enorme placer que serpenteaba en su interior, volviéndola loca. La polla de Antonio empezó a trazar círculos en su interior, y retrocedía y avanzaba, a un ritmo a veces más pausado, a veces más rápido.

-¡Aaah, aaaah, sííí, siigue, siiigue, siigue!-gemía Marta. Sus cabellos azotaban sus mejillas y volaban en torno a su cabeza, y ella deseó desesperada que al menos sirvieran para que su cara no fuera totalmente visible en el móvil de Juan, cuya cámara no perdía detalle de ambos.

-¡Aaaah, aaaah, aaaah, cabronazo, aaaah, mááááás, máááás, aaaah!-chilló ella, con más intensidad y desesperación, roja de vergüenza y de deseo, sintiéndose humillada y a la vez, entregada totalmente a Antonio. Su coño empezó a contraerse, oprimiendo la polla de Antonio, aumentando su sensibilidad, expulsando una violenta erupción líquida desde sus entrañas.

-¡SÍÍÍÍÍ!-chilló ella, con un deje triunfal en su grito, mientras un poderoso orgasmo explotaba dentro de ella, sacudiéndola, borrando definitivamente cualquier barrera en la que su pureza y fidelidad pudieran haberse ocultado. Una salvaje sonrisa alegre iluminó su rostro agradecido, y sus ojos desprendían un brillo enigmático, cautivador y atrayente. Una mirada que les pedía más a ambos, que les llamaba en silencio, que les exigía que la llenasen por dentro, que besaran su cuerpo, que la hicieran gemir y ocasionarle más orgasmos.

-Folladme, por favor, no paréis-au deseo fue verbalizado, esas escandalosas palabras acudieron a su boca y escaparon veloces, raudas a sus oídos, despertando a los oscuros monstruos ardientes que ronroneaban en el interior de ambos chicos.

¿Quién era ella?, se preguntaba, desconcertada. No, no podía ser Marta, se dijo, mientras se arrodillaba ante Juan y acogía entre sus dedos su gruesa y dura polla. Marta no estaría besando la polla de un depravado abusón, que había amenazado a su novio. Marta, la dulce, inocente y brillante alumna que era la preferida en secreto de todos los profesores, no les rogaría que volvieran a follarla, que la tocasen, que lamiesen su coño.

-No eres digna de ello, muñeca, ganátelo-sentenció la fría, indiferente y seca voz de Juan. Y ella bajó su cabeza, y besó sus pies, paseando su lengua por sus dedos, bañándolos con su saliva, musitando sus deseos y súplicas sin parar.

Las manos de Antonio se habían colado de nuevo bajo su falda, pellizcando su culo, acariciándolo. Notó un furtivo lametazo entre sus muslos, y ella los separó, pícara, desvergonzada, ardiendo por dentro, dándole la bienvenida, ofreciéndoselo a su boca.

-Fóllame, por favor-murmuró Marta, con sus lindos labios próximos a la polla de Juan, y un brillo suplicante reflejado en sus ojos. Juan se alzaba ante ella como un dios implacable, ajeno a sus súplicas, indiferente a sus gemidos y sus besos.

-Fólla...me...mmm, por...favor-siguió rogando ella, cerrando sus ojos, degustando la tiesa polla que llenaba su boca, que era abrazada por sus labios, mimada por su lengua. En su interior, una vocecita reprochaba su actitud. Y otra se alzaba sobre ella, acusando a Carlos como único responsable. Ese cerdo no solo la había empujado en los brazos de esos dos sinvergüenzas sino que, además, era un mal amante.

Él le juraba que tener una de sus noches íntimas una sola vez al mes era lo mejor. "Así, tú tienes más ganas, y yo más energía y dureza", le aseguraba. Y ella lo creía, una y otra vez. Pero ese pusilánime de Carlos la complacía en muy raras ocasiones, y con él nunca había llegado al orgasmo. Incluso había veces en las que él se corría al verla simplemente desnuda o al juguetear ella un poco con su "lagartija", que acababa convirtiéndose en una resbaladiza oruga entre sus dedos. Y la buena y cándida de Marta no le reprochaba nada, y restaba importancia al asunto, porque le respetaba y le amaba incondicionalmente.

Ahora, sin embargo, mostraba una extraña y radiante sonrisa. Aceptó sin albergar ningún tipo de temor la mano que le tendió Juan, guiando sus pies descalzos hacia la ventana. No emitió ninguna queja cuando Antonio optó por cortar su sujetador, descubriendo sus menudos pechos. Permitió sumisa que ese gitano malcarado se apoderase de ellos, succionando sus pezones, chupeteándolos sin reparos, amasándolos a su antojo.

-Volverás a tu casa sin ropa interior, marcando esos pezones tan ricos que tienes en tu jersey y enseñando tu culito cuando tu falda se alce con el aire-expresaba Juan.

-Oh, no me digas esas cosas, qué verguenza-respondía ella, con un tono irónico. Lo decía en serio, porque aquella idea la estaba excitando aún más, el morbo que desprendía cada sílaba de las palabras de Juan la carcomían por dentro, animando el ardor de la hoguera que chisporroteaba animada en su coño.

Ella ladeó su rostro, buscando sus labios. Y él correspondió a su deseo, entregándose mutuamente en un beso apasionado, mientras sus muñecas eran rodeadas por una áspera cuerda. Antonio había pasado la cuerda por una argoña que colgaba en el techo y ella pronto se vió alzada, ascendiendo hacia los cielos.

-¡Oh!-exclamó, abriendo sus ojos azules, asombrada y azorada. Sus pies se apoyaban en dos pupitres, la cortina de la ventana se había corrido y el radiante sol de mediodía calentó su cuerpo. Ante ella, se extendía la pista de recreo donde cientos de alumnos de aquel colegio jugaban, se perseguían, charlaban en pequeños círculos, comían un bocadillo...Cientos y cientos de ojos que se podrían clavar en esa indiscreta ventana, descubriéndola, desencandenando una oleada de murmullos, de comentarios obscenos, de erecciones, de flechas envenenadas y repletas de rencor y envidia.

-Disfruta, muñeca-le dijeron ambos jóvenes, cuyos rostros se encontraban a la altura de su culo y su coño. Ella gimió, angustiada, y cruzó sus piernas, pudorosa, mientras Juan y Antonio desabrochaban el cinturón negro de su falda y la desabotonaban, revelando la total desnudez de su cuerpo.

-No, no, bajadme, no quiero-sollozó ella. Sus piernas le temblaban, y no se arriesgó a balancearse y dejar todo el peso de su cuerpo en la argolla, que crujió siniestramente. El pudor habia vuelto a ella, y sus ojos miraban espantados a la pista, suplicando que nadie descubriera su vergonzosa situación.

Antonio le propinó una fuerte palmada en sus nalgas, que provocó que la joven gimiera angustiada y separase sus piernas, mostrando a Juan la imagen de su hermoso y cautivador triángulo de vello negro, en cuyo centro se apreciaba el bulto de sus labios hinchados. Acarició sus muslos, y los besó.

-Corred la cortina y haré lo que queráis-les expresó Marta, sintiendo un nudo en su garganta.

-¿Qué nos ofreces, muñeca?-preguntó con un tono interesado Juan, subiendo en una de las mesas y jugando con sus pechos. Un brillo divertido iluminaba sus ojos castañas, y una sonrisa de desdén afeaba su hermosura, y Marta maldijo haberse dejado embaucar por ambos. Ella rebuscó en su interior todos los recuerdos de imágenes pornográficas que habia visto forzada por la necesidad tras quedar insatisfecha e intentó recuperar del fondo oscuro de su mente todos los comentarios obscenos de sus amigas, describiendo lo que habían hecho.

-Dejaré que os corráis en mi cara-susurró. Juan chasqueó con la lengua, decepcionado, y le colocó una pinza de la ropa atrapando su pezón derecho.

-¡Ay! ¡Quítame eso!-se quejó ella. Él no le hizo caso y siguió acariciando y amasando sus senos. Por su parte, Antonio estaba acariciando su sexo, rozando su clítoris y besando sus nalgas.

-Dejaré que grabéis como me masturbo-ofreció ella, sintiendo un creciente rubor en sus mejillas.

-¿Te masturbas? Creía que Lagarto te dejaba bien complacida-le contestó Juan, sorprendido, enarcando una ceja. Ella hundió su cabeza, sintiéndose derrotada.

-No, no lo hace. Me toco cuando él se corre y me deja con las ganas-confesaba ella, con los ojos cerrados, sintiéndose culpable por dejar a su novio débil frente a las burlas de ambos-voy a la cocina y me meto los dedos, a veces uso una zanahoria. Otras veces-continuó ella-bajo al cuarto de baño y me introduzco el cepillo de dientes.

-Eso ha sido solo como un pequeño tentempié-dijo Juan y estiró las pinzas. Sus pezones reaccionaron transmitiéndole una corriente aguda de dolor y ella gimió, con las lágrimas saltadas.

-No, no, basta, por favor. Deja de...tocarme, no...seáis...Soltadme-gimoteaba ella. Sus piernas empezaron a temblar y sintió como su sexo palpitaba, sometido a los atentos cuidados de Antonio, quien no paraba de acariciar su clítoris con la yema del dedo corazón.

-Ha...haré...la lluvia dorada-ofreció Marta, con la vista clavada en el suelo, totalmente avergonzada. Era algo sumamente sucio y desagradable, que la repugnaba por completo pero tenía que recurrir a cualquier sugerencia horrenda que contentase la lujuria desmedida que se reflejaba en sus sonrisas feroces y salvajes. Era eso, o convertirse en la puta oficial del colegio y en la vergüenza de toda su familia.

-¿La muñeca va a orinarse en clase? ¡Oh, pero ya es una chica mayor para hacer esas cosas!-exclamaba en un tono burlón Juan, deslizando su lengua por su cuello. Ella contuvo una mueca de asco, despreciándose, sin entender como había podido llegar a entregarse a sus manos y desear que la follasen. Sin embargo, en el fondo, sabía la respuesta. Pese al horror y asco que sentía, no podía negar que aquello le estaba gustando, como reflejaba su propio cuerpo.

-¡No me miréis, por favor! ¡Qué vergüenza!-suplicó ella, cerrando los ojos con fuerza. Necesitaba concentrarse y, por un breve instante, ambos dejaron de tocar su cuerpo. Notaba sus lascivas miradas clavadas en ella, sin perder detalle de sus ojos apretados, de su entrecejo fruncido, de como se mordía ligeramente el labio inferior, de como sus piernas se mecían suavemente, y del triángulo oscuro que lucía en su entrepierna.

Sintió el primer chorro tímido saliendo de ella, escociéndole un poco. Un poco más, un poco más, un poco más, se decía a ella misma. Y, por fin, su expresión facial se relajó, desapareciendo la tensión y ansiedad, y disfrutó al percibir como se vaciaba. ¿Era eso lo que tanto placer le daba a sus amigas?

Juan hacía apoyado un dedo en su vulva, dirigiendo su río dorado hacia adelante, estrellándolo contra la madera del pupitre, derramándose hacia el suelo, salpicando alegre pequeñas gotitas en las piernas de Marta y Juan.

Su fluido líquido se extinguió pronto, y una diminuta gota quedó colgando de uno de los rizos negros de su vello, desafiando a la fuerza de la gravedad.

-Liberadme...me lo dijistéis...lo he hecho...liberadme-susurró ella, disminuyendo el tono de su voz hasta convertirse en un murmurro débil, al darse cuenta que solo contaba con la dudosa lealtad de sus palabras. Los dos jóvenes intercambiaron una sabiesa mirada, y volvieron a abalanzarse sobre su cuerpo.

-¡No, no, no!-chilló Marta, retorciendo su cuerpo. Juan, en un arrebato de ira, abrió la ventana, permtiendo que una bocanada de aire fresco aliviara el ardor que desprendía la piel de Marta. Un escalofrío de frío recorrió su espina dorsal, al llegar hasta sus oídos los risueños sonidos de sus compañeros en la pista.

-Si vuelves a chillar, te escucharán y te verán-le expuso Juan, apretando una de las pinzas. Marta apretó las mandíbulas, soportando el penetrante dolor.

-Si gimes muy alto, alzarán sus ojos y sabrán lo guarra que eres-siguió explicándole, y le guiñó un ojo, en un gesto encantador.

Marta se sumió en un súbito silencio, cavilando cabizbaja qué podía hacer. Por fin, tras unos segundos, alzó su barbilla y clavó en Juan sus ojos azules, húmedos y un tanto enrojecidos.

-Tápame la boca, al menos, haz eso-le suplicó, con un tinte desesperado en su voz.

-Soy todo un caballero, y aquí estoy para complacer a una dama en apuros-expuso. Antonio corrió a su lado y le tendió los trozos de su tanga blanco. Ante los ojos decaídos y sin esperanza de Marta, el muchacho rubio los volvió a unir en un fuerte nudo y lo utilizó como una mordaza para su boca.

La joven mordió con furia la mordaza, y relajó sus hombros, intentando disminuir la tensión que contraía sus músculos. Juan bajó de un salto al suelo y se concentró en el coño de la chica, mientras Antonio abrió el bote del lubricante y se embadurnó el líquido en dos dedos, aproximándose a la joven.

-¡Mmm, mmm, mmm!-gemía ella, ruborizada, incapaz de resistirse al placer que despertaban en su cuerpo. El Sol de mediodía acariciaba su rostro, resplandecía en su cabello negro, se reflejaba gozoso en la blancura de sus pechos pequeños. Delataba su escandalosa presencia, la señalaba con un dedo acusador y firme, mostrando su lujuria, la lascivia que corroía sus entrañas y su moral, manifestando al mundo que ella era una chica vulgar y sucia.

Una chica que se dejaba desnudar por el deseo de unos gamberros inmorales, pervertidos y con el corazón podrido. Una chica que permanecía en pie, desnuda, abierta y ofreciendo sus puntos erógenos a dos abusones y que cometía la desfachatez de mostrarse tal cual ante los ojos inocentes de los demás.

-¡Mmmm, mmmm!-siguió gimiendo. Hundió su rostro en su antebrazo izquierdo, intentando morder su carne, intentando despertar de esa horrible pesadilla. ¿Cómo era posible, siquiera imaginable, que su cuerpo se estuviera excitando? Su coño vibraba, se humedecía por momentos, se abría deseoso ante los dedos y la lengua de Juan? Y no quería pensar en lo que Antonio estaba haciendo, pero sus sentidos la informaban de todo. Notaba su dedo ahí, abriéndose camino poco a poco en ese estrecho orificio, lubricándolo, ensanchándolo, preparándolo.

Sabía por los rumores del sexo anal. Ella intentaba rechazar a ese intruso dáctilo, pero su esfínter se relajaba, le traicionaba, sumándose a la rebelión de su cuerpo y abría otra brecha letal en la debilitada repulsa de la vocecita del interior de su mente.

-¡Mmm, mmm, mmm!-gimió ella, con más intensidad. Su cuello se arqueó, a sus oídos solo llegaba el delicioso ruido del chapoteo de la lengua de Juan en su vagina, separando sus labios, acariciando sus pliegues y del rítmico y constante avance y retroceso del dedo corazón de Antonio en su ano. Era una sensación extraña, pero incrementaba el placer que desbordaba su cuerpo, y la hacían desear en secreto que no se detuvieran.

-¡Mmm, mmm, mmmmmmm!-gimió ella. Su voz acallada arañaba su garganta, repiqueteaba en sus dientes, deseando libertad. Abrió sus ojos por unos segundos. Sintió un alivio al notar como el resto de sus amigos no habían visto nada o quizá sí. ¿No era Ángela la que se encontraba mirando el colegio, con el bocadillo que parecía colgando de su boca? Gimió, angustiada. Volvió a cerrar sus ojos. Era mejor así. Dejarse llevar, lejos, lejos de allí, muy lejos.

Un dedo. Luego dos. Más rápidos, más fogosos. Besos, besos secretos y resbaladizos en sus muslos separados. Dedos tentadores explorando sus partes íntimas, horadando su coño, abriéndose camino en su ano. ¿Era posible que tuviera otro orgasmo?

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Su mente también la traicionaba. Su vocecita interior se acalló, sucumbiendo en un silencio mortal. Pero su cuerpo no se acalló, sino que gritaba. Erupcionaba, bullía, ardía por dentro.

-¡Mmmmmm!-chilló con todas las fuerzas que le quedaban. Sintió que sus jugos bañaban sus muslos, desbordando la boca ansiosa de Juan. Antonio recogió parte de sus fluidos con sus dedos, degustando su sabor, alabándolos, engulliéndolos.

-Es hora de probar ese culito respingón-murmuró Juan, y la desató. Su cuerpo casi se precipitó al vacío, las fuerzas le habían abandonado.

Les agradeció con la mirada que la hubieran apartado de la mirada acusadora de los demás. Y, como recompensa, tenía que premiar la atención que le habían dedicado. Era lo que se esperaba de la dulce Marta, que cumpliera con su papel de chica virtuosa. Que hiciera pastelitos a sus padres, que cuidase de su hermano menor, que tuviera un novio ejemplar y lo cuidara. Que cuando él la tomase en una de sus noches íntimas, ella se tragara agradecida su semen, aunque le repugnase, aunque no le gustase verse masturbándose a escondidas en un cuarto de baño, temiendo que alguien la sorprendiera.

Y la dulce y encantadora Marta había vuelto a proteger a su novio. Por eso, ahora se colocaba sobre Juan, guiando su polla hacia su húmedo coño y una sonrisa alegre ilustraba el placer que serpenteaba por sus muslos, ascendiendo, enloqueciéndola, embriagándola.

-Tú también-susurró ella, volviendo su rostro hacia atrás. No era una orden, ni una petición, solo la consumación verbal de un hecho inevitable. Sería Antonio quien tomase su virginidad anal, quien gozara de su culo. Le habían desprendido el tanga sin que se diera cuenta, liberando a su boca, y ella no dudó en inclinar su rostro y fundirse en un beso con Juan.

Su cuerpo subía y descendía, se elevaba hacia el firmamento y se precipitaba hacia el terrenal mundo. Las manos de Juan guiaban sus movimientos, la conducían hacia el precipio de la lujuria y del placer. Antonio se abría paso poco a poco, notaba como sus músculos se tensaban, pero ella los intentaba relajar, dando una silenciosa bienvenida a su polla.

-¡Mmm, mmm, mmm!-gemía. Mordía los labios de Juan, los succionaba, atrapaba su lengua, arañaba su cuerpo. Sus ojos azules se abrieron, viendo su reflejo en la cristalera del armario. ¿Era ella? Una joven con la melena despeinada, los ojos de un hermoso color azul, abiertos, con una sonrisa sugerente en sus labios entreabiertos, asomándose la punta de su lengua roja y húmeda. ¿Eran suyos esos menudos pechos que eran acariciados y besados por un joven rubio? Y la joven del reflejo acariciaba su cabello rubio, apretaba su rostro contra sus pechos, obligándole a beber de sus pezones.

¿Eran suyos los gemidos que llenaban el vacío de aquella aula? Los pupitres parecían haberse girado hacia ella, invisibles alumnos aprendían los profundos secretos del sexo.

-¡Síii, síii, síii!-gemía. La polla de Antonio se habia introducido casi hasta la mitad, la de Juan la bombeaba por dentro. Quizá estuviera gimiendo demasiado alto, tal vez sus gemidos fueran escuchados por indiscretos oídos, pero eso no importaba. Toda su atención estaba volcada en ellos, en sus embestidas, en sus besos, en sus gruñidos y farfullos.

Marta mordisqueó los pezones de Juan, y el rubio enloqueció, soltando un sorprendido gemido ronco. Antonio empezó a penetrarla con un ritmo lento, permitiendo que su ano se adaptase a su polla, a ese nuevo y juguetón amigo que lo visitaba.

-¡Más, más, cabronazo!-le exclamó ella, y notó la palmada furiosa del moreno con sangre gitana en las venas estrellándose en sus nalgas. Ella aulló de placer, y Juan retorció su cintura, permitiendo que su polla estimulara nuevas y estimulantes zonas de su interior.

Marta abrió los ojos, sobrecogida. Ya no salía ningún gemido de su boca, solo podía respirar furiosamente, intentando dar abasto a la demanda de oxígeno que le exigía su acelerado organismo. Y, en ese momento, en ese preciso instante, la cresta de una potente y desconocida ola de placer se estrelló contra las costas de su mente, dejándola sumergida bajo su furiosa espuma blanca.

No sabía que era, parecía que el tiempo fluía lentamente, ralentizando el goce del momento. Su mente se quedó en blanco, y solo sintió como unos furiosos chorros golpeaban su interior, el cual se esforzaba en tragarse en poderosas contracciones a esos intrusos que tanto placer le habían dado.

Su cuerpo, su cuerpo, su cuerpo...Se sentía flotando, cayendo suavemente al vacío, perdiendo las exiguas fuerzas que le quedaban.

-¿Qué...me...habéis...hecho?-musitó, con una voz entrecortada. Los dos chicos sonreían, agradecidos, y la vistieron, colocándola en su pupitre, como si nada hubiera pasado. Y ella se quedó allí, quieta, inmóvil, con la mirada clavada en el libro que tenía delante, sin descifrar ni una sola de las grafías. Una débil sonrisa flotaba en su rostro aliviado, y un brillo de éxtasis resplandecía orgulloso en sus ojos.

-Sois...sois-susurró ella. Ellos no atendieron a sus palabras, limpiaron y arreglaron la zona con agilidad. Y la dejaron allí, sola, abandonada a sus vacilantes pensamientos, mientras una fría y pegajosa gota resbalaba por su muslo. Ella la recogió, y la observó. Era el rastro que Juan había dejado en su interior. Marta siguió observándola unos instantes. Sonó un estridente y agudo pitido. La señal del fin del recreo.

Lo acercó a su boca y depositó con cuidado aquella gota en su lengua, como si fuera un valioso y frágil tesoro.  Cuando volvieron sus compañeros y la vieron allí, sentada, calmada, serena, siguieron pensando que era la dulce, encantadora y cándida Marta. Pero, en el fondo de sus ojos azules, se veía como la luz de su inocencia se apagaba, lentamente, hasta extinguirse y un extraño y oculto ser se estiraba en el fondo de su mente, desperezándose de un largo letargo, y extendía sus alas negras hasta cubrir y sumergir en las sombras los valores que la anterior Marta había cultivado con tanto mimo.