La canción de Ilión
Helena es lo suficientemente mayor como para tener un marido, con la ayuda de Ulises su padre, Tíndaro, eligira al rey que despose a su hija. Helena sin embargo parece ajena a lo que traera a todo el Egeo la decisión de su padre.
Esté relato me sobrevino mientras leía un capítulo de “La canción de Troya” de Colleen McCullough, espero que lo disfruten.
-La canción de Ilión:
Teseo estaba muerto, acababa de enterarme de la noticia por mi madre mientras me preparaban para la importante velada a la que debía asistir esa noche, estaba profundamente descontenta por la muerte de mi amor pero no podia mostrarlo, era algo que debia llevar en mi interior, y con mas razón en aquel dia. Mi madre personalmente me habia preparado, habia peinado mi largo pelo rubio hasta el final de mi espalda, pintado una linea negra en los ojos y habia pintado mis parpados de oro, maquillé mis mejillas con carmín pero me negue a hacerlo con mis labios, a Teseo no le gustaba, cuando él y yo nos quedabamos a solas en su habitación era más comodo no tener carmín en los labios, mi madre mojaba mis senos y yo me mostraba airada por no poder llevar polvo de oro en los pezones.
-Guárdate eso para cuando lo necesites hija, cuando la edad y los hijos los oscurezcan.
Mi madre tenia razón, en mi espejo de bronce pulido podía ver el cuerpo por el que Teseo había regresado a su palacio después de tantas batallas, tenia unos pechos altos y plenos, me gustaba cuando Teseo me desnudaba y me decía que mis pechos eran como dos cachorrillos blancos y rollizos con sonrosados hocicos. Malditos sean mis hermanos que me rescataron de Teseo y me trajeron de vuelta con mis padres.
Ya había cumplido la edad necesaria para poder ser entregada a algún rey, llevaba dos años deseando volver a ver a Teseo en esta situación para poder volver a sus brazos como cuando me rapto siendo yo una niña. Sin embargo Teseo no estaría esta noche aquí, habría otros nobles venidos desde cualquier punta del Egeo pero Teseo, el hombre al que yo amaba, no estaría aquí. Mi padre Tíndaro era un noble menor pero en toda Grecia era conocido por las hermosas hijas que era capaz de dar al mundo, y el ya se frotaba las manos imaginando las fortunas que podría recibir de los muchos pretendientes que vendrían a intentar llevarme a sus palacios.
Unos años antes mi padre había conseguido acordar un acuerdo entre el gran Agamenón y mi hermana Clitemnestra, sin embargo, Agamenón volvería esta noche al palacio de mi padre a probar suerte conmigo. La belleza de mi hermana se hizo eco en toda Grecia y el propio Teseo hizo correr la noticia de que su hermana pequeña, Helena, la superaba por mucho en atributos. Gracias a tan grandes personajes hablando tan bien de mi familia y de mi misma, mi padre se había hecho rico y esa noche yo tendría hombres dispuestos a todo por tenerme.
En cuanto el ultimo noble había tomado asiento en el comedor donde mi padre había organizado un gran banquete mi madre me ordeno salir de mis aposentos y sentarme junto a mi padre en su gran trono. Todos los hombres me miraban, todos intentaban ser los agraciados con una de mis sonrisas, una mueca de complicidad o al menos una mirada mas intima que la de los demás, pero no pensaba ponérselo tan fácil a ninguno, solo miraba al suelo, en ocasiones levantaba la cabeza con la mirada perdida para que pudieran observar bien mis rostro. Aunque no demostraba interés por las conversaciones de los hombres y las ánforas iban teniendo cada vez menos vino, ninguno de esos nobles perdió ni un ápice de interés por mi, todos estaban entregados y aun así ninguno llamaba mi atención. Fue entonces cuando un hombre se levanto entre la multitud y tuvo la osadía de acercarse a mi padre, yo le miraba más de lo que había mirado a cualquier otro hombre de aquella sala y sin embargo el no parecía inmutarse. Pensé que había bebido demasiado y que el vino le había hecho perder la compostura pero cuando llegó al trono y vi como mi padre le besaba la mano me di cuenta de que ese hombre no era un noble corriente, debía de ser alguien muy especial.
-Tíndaro, he de admitir que tu hija es incluso mas bella de lo que se comentaba por mi isla.
-Ulises, que gran honor tenerte aquí, he de admitir que a ti te hice llamar por otro motivo que el de desposar a mi hija.
Ulises sonrió mientras me miraba a los ojos por primera vez en toda la noche.
-Tíndaro, sabes bien que acabo de contraer matrimonio con mi querida Penélope y que aunque tu hija es maravillosa, Eros no me perdonaría que traicionara nuestro amor.
Mi padre pareció algo aliviado, detalle del que sin duda se percató Ulises, aunque no pareció molestarle, mas bien pareció hacerle gracia.
-Tranquilo viejo amigo, se que una hija como esta no es apropiada para un rey que solo posee cuatro islas que apenas dan trigo para alimentar a sus pobres ciudadanos, sin embargo, tantos nobles reunidos por una sola mujer... es una situación muy provechosa para nuestros negocios.
En ese momento descubrí porque a Ulises se le conocía como el Zorro de Itaca, mi padre le había hecho llamar para pedirle consejo sobre quien debería tomarme a sabiendas de que el tendría planes mucho mas amplios que una simple dote, en apenas 5 minutos ya me había convencido de la inteligencia y astucia de la que hacía gala.
Mi padre y Ulises empezaron entonces a hablar sobre guerras, movimientos de tropas y asuntos que jamás me habían interesado por lo que deje de prestar atención a sus conversaciones y volví a escrutar a mis pretendientes, fue entonces cuando le vi, vi la sombra de Teseo, vi al único hombre de toda esa sala que me había hecho sentir lo que solo Teseo años atrás había conseguido, en cuanto me miró sentí una palpitación en mi pecho, en apenas un segundo en el que me mantuvo la mirada sentí otra palpitación mucho mas intima, una palpitación en mi sexo, noté como me empapaba como solo con Teseo lo había hecho y sin duda él se dio cuenta de eso. Durante el resto de la velada solo podía verle a el, la multitud se convirtió en una masa de hombres sin interés, una masa amorfa de cuerpos sin rostro entre los que solo veía a ese hombre y yo no paraba de excitarme. Iba vestido con una camisa abierta de cuero y un faldar del mismo material, iba engalanado con pulseras de oro y un ancho cinturón de bronce, su rostro era el de un hombre pero su cuerpo era del de un joven guerrero, era moreno de piel, y tenia los ojos negros como nunca había visto en un Griego antes, su barba corta pero cerrada le daba un aspecto serio y sin embargo sus ojos me miraban como si fueran los de un niño inocente. No pude soportarlo mas y le pedí a mi padre disculpas mientras subía a mi habitación, me pidió que no tardara.
En cuanto entre en la habitación eché a mis criados y me asomé al balcón intentando refrescarme sin embargo no funcionaba, solo recordaba la mirada de ese hombre, solo podía pensar en como debían sentirse sus caricias en mi sexo, tal y como me enseño a disfrutarlas Teseo. Cuando me giré dispuesta a volver al salón con mi padre el hombre misterioso estaba allí, mirándome, no se cuanto tiempo había estado observándome. Se acercó a mi y yo no supe reaccionar.
-Increíble, sin duda la larga travesía ha valido la pena -dijo mientras me cogía de las muñecas.
-¿Que haces?, sin duda estas loco. Por Zeus, ¿quien eres?
-Diomedes, rey de Etolia, siento que no nos hayan presentado como es debido.
-Diomedes... me siento muy halagada pero vete. Si volvemos discretamente al salón no tienen porque enterarse de esto
No debí de resultar muy convincente pues no tuve ningún efecto en el, ¿como ser convincente cuando lo que mas deseas es que te arranquen la ropa y te hagan sentir como a una diosa ahí mismo?
-¿Enterarse de que?, ¿de que he estado aquí o de que mi futura esposa no puede evitar excitarse con una simple mirada mía?
Debí reprenderle, debí decirle que no era así, que se equivocaba, pero no puede.
-Dentro de cinco minutos en el jardín, a nadie se le ocurrirá buscarnos entre las verduras. -me dijo sin esperar respuesta.
Diomedes desapareció y yo quede perpleja, no sabia que hacer, lo lógico habría sido volver al salón pero llevaba semanas desde que el último noble de nuestra casa había besado mis senos y necesitaba como el respirar el contacto con un hombre, sobre todo si era con Diomedes.
Cuando llegue al jardín encontré a Diomedes tumbado desnudo bajo un laurel, oculto tras hileras de coles, donde “a nadie se le ocurriría buscarnos” según él. Al verle mi cuerpo actuó por sí solo, me quite mi túnica quedando desnuda frente a el y ese hermoso pene que ya estaba erecto desde que me había visto a lo lejos pareció dar un respingo, el se puso de pie y vino a tocarme, empezó a disfrutar con los senos de los que tanto disfrutó Teseo antes de que volvieran a entregarme a mis padres.
Me tumbé y el siguió absorto en su tarea, parecía fuera de si, besaba mis pechos y acariciaba mi mojado sexo, yo no paraba de gemir y empece a tocar su pene, era grande y estaba muy duro, me encantaba pensar que eso era lo que le provocaba a los hombres. Por fin Diomedes volvió su rostro hacia el mio, yo sabia lo que quería y no tarde en darle mi respuesta.
-Solo con la lengua y los dedos, Diomedes.
Durante un instante pareció decepcionado pero en seguida se recupero ante la visión que tenia frente a el.
-Veo que Teseo te enseño a mantenerte virgen.
-No soy idiota Diomedes, antes de Teseo ya sabia muy bien lo que debía hacer si quería llegar virgen al matrimonio y no perder la cabeza. -pareció sorprendido.
-Veo que no eres la muchacha que pensaba cuando llegue a las costas de tu reino. Ahora mismo daría todo mi poder por ser noble en tu corte.
Me sentí halagada, como siempre me sentía cuando los hombres perdían la cabeza por mi y decían tonterías, sin responder agarré su pene y empecé a agitarlo con fuerza, sabia que los hombres perdían la cabeza así, y también me gustaba lo que venia después. Él hundió sus dedos en mi sexo, parecía querer romper mi himen aun a sabiendas de que me costaría la vida, en aquel momento yo tampoco era capaz de detenerle. El jardín estaba tranquilo, no había nadie y solo podía oírse el chapoteo de los dedos de Diomedes en mi sexo y mis gemidos que intentaba disimular mordiéndome un labio. Diomedes seguía besando mis pechos y metiendo dos dedos en mi sexo mientras yo no paraba de mirar su pene, era precioso, empezaba a mojarse por la punta y aunque me era imposible por la postura estaba deseando lamerlo, hacia tiempo que no había podido hacerlo, exactamente desde que el mozo de cuadras de mi padre murió por unas fiebres el invierno pasado: murió delirando y diciendo tonterías sobre mi sexo y lo que lo echaría de menos mas allá de la laguna Estigia, obviamente nadie dio crédito a los absurdos de un esclavo febril, aunque la noche que murió yo lloré en mi cama mientras me decía a mi misma todo lo que yo iba a echar de menos a aquel esclavo, desde entonces echaba de menos el sabor de un pene, el sabor de un orgasmo de hombre en mi boca, solo podía imaginarlo y lamer mis labios por puro instinto. Baje el ritmo de mis sacudidas en su pene, no quería que se corriera antes que yo, quería correrme para poder quitarmelo de encima y meterme su pene en la boca antes de desperdiciar su liquido en el suelo del huerto. Él debió de darse cuenta porque empezó a mover sus dedos mas rápido mientras me miraba, solo pude mantener los ojos entreabiertos mientras me corría, no paraba de salir liquido de mi sexo y mis piernas convulsionaban mientras miraba ese pene que tanto deseaba, poco a poco Diomedes bajo el ritmo de sus dedos para después sacarlos y aprovechando mi extenuación momentánea introducir sus dedos mojados en mi boca, cuando sus dedos dejaron de saber a mi sexo le aparte casi empujándolo, sorprendido se sentó en el suelo con su gran pene hinchado y con las venas muy marcadas mirando a las estrellas, me abalancé sobre él como una leona sobre su presa y empece a chupar, metí todo su pene en mi boca, era enorme, quería tenerlo todo dentro, quería tenerlo lo mas dentro posible cuando se corriera. No tardó mucho, en apenas medio minuto empece a sentir que Diomedes se tensaba y su espesa leche empezó a llenar mi garganta, yo tragaba y tragaba, me quede quieta con su polla clavada y recibiendo todo su liquido, cuando terminó de eyacular apreté bien los labios contra su pene para que no escapara ni una gota, me alegre de no haber pintado mis labios y después mire extasiada como iba decreciendo en tamaño.
-Deberías volver al salón -le dije con aire de cierta indiferencia mientras me ponía mi túnica. -Yo he de lavarme antes de que vayan a buscarme a mi habitación.
Me levante y fui hasta mi cuarto mientras Diomedes, sentado en el suelo intentaba recuperarse de nuestra velada. Yo estaba frustrada, solía encontrarme así después de encuentros como este, era esta una de las razones por las que estaba deseando casarme, necesitaba sentir un pene en mi sexo cuanto antes, estos juegos absurdos hacia tiempo que no me saciaban.
Llegué a mi cuarto y me limpie como pude con un poco de agua que siempre tenia preparada en una cuba de mi habitación, me cambié de túnica y al salir de la habitación mi criada me comunicó que mi padre la había mandado a buscarme.
Al parecer mi padre había tomado una decisión.