La camarera

Un matrimonio sale a tomar unas copas y se le presenta la oportunidad de poner en práctica una de sus fantasías.

LA CAMARERA

El matrimonio sentado en el sofá de cuero negro, uno a cada lado, dejaban el espacio central para su invitada. Geno se sentía observada por la pareja. Aun así, se movía con soltura en aquella casa que le era desconocida. Le había tomado la palabra a Mario y se había servido una copa mientras hacía un repaso a la magnífica discoteca de vinilos del matrimonio.

Con toda la sensualidad que desprendía, Geno se agachó para alcanzar los discos de la balda inferior. Su mini vestido, de punto gris ajustadísimo, se ciñó más a su cuerpo definiendo unas nalgas impresionantes que arrancaron los suspiros de sus anfitriones. Geno giró la cabeza, les miró levantando una ceja y mordiéndose el labio inferior. En su cara, de tez morena, destacaban sus ojos rasgados y marrones, sus carnosos labios y su hoyuelo en la barbilla. Su melena castaña, recogida en un moño estratégicamente desordenado, dejaba a la vista un provocativo lunar en la parte alta de su cuello, casi en su nuca:

-Os apetece música. -Por fin rompió el silencio mientras mostraba la funda del vinilo de Alannah Myles.

-Magnífica elección. -Sugirió Tere que la observaba con lascivia desde su lado del sofá. Se había descalzado y recogía sus piernas sobre el asiento sin preocuparse que su minifalda vaquera apenas cubría ni un tercio de sus extremidades mientras removía con paciente cadencia un Jack Daniels con hielo en un vaso ancho.

A su lado, su marido, Mario, se acomodó desabrochando su cinturón para acceder mejor al interior de su pantalón vaquero.

Mientras sonaba Black Velvet, Geno comenzó a contonearse al contraluz, frente al ventanal de aquella estancia íntimamente iluminada con una lámpara de pie desde una esquina. La invitada se movía de manera sensual, como un gogó, mientras su vestido mostraba cada curva de su perfecta anatomía de manera sutil.

Apuró su copa de un sorbo, provocando que las últimas gotas de su bebida se derramasen por su barbilla, descendiendo por el cuello, hasta su maravilloso escote y perdiéndose debajo de aquel vestido que comenzaba a sobrar.

Geno, con los ojos cerrados, siguió moviéndose al son de la música, acercándose a sus anfitriones hasta lograr sentarse entre ellos…

Apenas cinco horas antes se encontraba tras la barra del bar donde trabajaba poniendo copas. Al principio no le sorprendió que aquella pareja se sentase en la barra para beber. Después de dos rondas y una vuelta por la pista de baile comenzaron a entablar una pequeña conversación.

En el intercambio de información supo que eran veraneantes con ganas de marcha, pero desconocían la zona de noche, hacía tiempo que no la frecuentaban pese a ser asiduos a aquella población. Desde el principio hubo química y le propusieron que les hiciera de guía en aquella ciudad. Geno, acostumbrada a vivir todo tipo de situaciones raras por tipos aún raros, se dejó llevar. La pareja, pese estar bien entrados en la treintena estaban bastante bien sin ser espectaculares.

El tipo, Mario, era un pelín más alto que ella. Para nada era el típico personaje de gimnasio. Pese a eso no se mantenía en mala forma y de cara era guapo sin destacar. Teresa, su mujer, también se mantenía en buena forma.

Pactaron volver a verse sobre las tres de la madrugada para recorrer los lugares más recónditos del lugar. Copas, risas y excesos por las terrazas más concurridas para terminar en la discoteca más famosa de la ciudad fueron el preludio de la propuesta definitiva. Con bastante alcohol en las venas, Geno aceptó aquella extravagante invitación de acompañarles a tomar la última a su piso, dentro de una urbanización en la playa…

… La invitada se acomodó entre el matrimonio antes de mirarles con los ojos semicerrados. Primero al marido, que la miraba con deseo. Después a la mujer que lo hacía con lascivia. Sin darse apenas cuenta, Teresa acercó los labios a los suyos y comenzaron a besarse. Primero lentamente, luego entre suspiros de deseo para acabar acariciándose ambas mujeres para disfrute de Mario.

El hombre acomodándose y dejándoles espacio, comenzó a tocar las piernas de su invitada. Lentamente recorrió, desde su rodilla, todo el muslo de aquella preciosa mujer que se besaba con su esposa hasta introducir la mano en su entrepierna, en aquel momento un auténtico volcán. Geno sintiendo los dedos de su anfitrión jugar con la tela de su tanga suspiró y echó la cabeza hacia atrás ofreciéndole a Teresa su cuello y su busto. Ésta no tardó en besar y lamer desde su barbilla hasta el límite que marcaba el vestido.

Mario, que permanecía detrás, desabrochó la cremallera de la espalda para liberar a Geno de aquel vestido de punto y se recreó en sus senos agarrándolos desde atrás mientras Teresa, su mujer prosiguió con los besos. Tras liberarla también del sujetador, ante el matrimonio, la invitada exhibió dos hermosas tetas con una areola grande y negra de la que sobresalía un grueso pezón. Ante la mirada de ellos, Geno inspiró fuerte y se las agarró para acabar tirando de sus pezones. Volvió su cabeza hacia Mario y comenzaron a besarse mientras Teresa degustaba cada una de aquellas maravillas de la naturaleza. Mordiendo, succionando y besando cada una de ellas por igual.

Poco a poco, la mujer fue descendiendo por el torso de su invitada al tiempo que la liberaba totalmente del vestido y la dejaba expuesta tan sólo con su tanga negro. Mario también se liberó de su ropa y dejó a la vista de la camarera su miembro erecto.

La chica se acomodó en el sofá de cuero para acercar sus carnosos labios hasta el glande del hombre. Mientras, Teresa, que no perdía de vista aquella excitante situación, se arrodilló en el suelo para acceder a la entrepierna de la joven. Retirando cuidadosamente la minúscula prenda íntima se excitó ante el sexo rasurado de aquella desconocida. Echando una última mirada a la cara de su marido mientras Geno le practicaba una felación, inspiró todo el aroma de aquel manjar femenino antes de acercar su boca y repasar con su lengua desde el perineo hasta el pelado monte de venus.

La imagen era tremendamente excitante. Mario sentado, disfrutaba de la maravillosa mamada que la joven camarera le proporcionaba mientras acompañaba con sus manos el movimiento de cabeza la chica. Ésta, inclinada sobre la entrepierna del hombre abría sus piernas y recibía gustosa el placentero sexo oral que Teresa le ofrecía. La mujer de Mario, arrodillada junto al sofá se esforzaba golosa para beber todo el flujo de aquel manantial juvenil mientras amasaba con sus manos los duros glúteos de aquella completa desconocida. Todo esto sucedía en un salón en penumbra mientras Alanah Myles seguía repitiendo su Black Velvet.

Con un sonido gutural, Mario anunció que comenzaba eyacular, Geno siguió con su tarea y en ningún momento hizo amago de retirarse. Lo que al hombre le supuso un motivo más de satisfacción y tuvo un fascinante orgasmo. La joven camarera tragó buena parte de la abundante corrida. Mientras que algunos restos resbalaron por la comisura de sus labios.

Teresa, volcada totalmente en darle placer a su invitada, se esmeró en practicarle una impresionante comida. Trilló el clítoris con sus labios y movió su lengua sobre él al tiempo que introducía un par de dedos en la vagina y otro en el ano de Geno. La chica se mordió el labio inferior, aún manchado con restos de semen, y se aferró a la cabeza de su anfitriona con una mano mientras que con la otra se masajeaba un pecho.

A su lado, Mario presenciaba atónito como su mujer le comía el coño a una desconocida hasta llevarla a un sonoro orgasmo.

Tras el grito de placer de Geno, los tres quedaron en silencio por un minuto. Tan sólo el brazo del tocadiscos volviendo a su posición inicial rompía una atmósfera cargada de tensión sexual.

Fue Teresa quién rompió el hielo. Se incorporó y se colocó entre la pareja que formaban su marido y la camarera:

-Bueno ahora quiero disfrutar yo…

Mario la besó. Su boca sabía a sexo, al flujo vaginal de Geno. Sus lenguas se entrelazaron con deseo y lujuria. Su invitada comenzó a acariciar los senos de Teresa por encima de la camisa. Su marido comenzó a desabotonarla. La mujer se giró hacia su invitada y buscó su boca para besarla.

Geno comenzó a desnudar a la mujer mientras la besaba. Mario les dejó espacio en el sofá y se incorporó para desnudarse. Ante sus ojos las dos mujeres comenzaron a besarse apasionadamente. Recorrían sus cuerpos, ya desnudos, con sus manos. Sus pechos se frotaban provocando que sus pezones reaccionasen erectos. Las manos de Teresa amasaban el impresionante culo de Geno, lo que provocaba una nueva erección en Mario.

La invitada colocó a Teresa en el sofá de manera que pudiera acceder a su coño en perfectas condiciones. La chica se colocó de rodillas con su cabeza en el sexo de la mujer, cubierto por un triángulo de rizos negros y ofreciéndole el culo al hombre.

Teresa abrió las piernas para que Geno comenzase a devorar su sexo. Mirando con ojos lujuriosos a su marido le ordenó:

-Fóllatela.

El marido, no se hizo esperar. Se colocó detrás de Geno. Acarició sus rasurados labios vaginales. Introdujo un dedo entre ellos para comprobar que la chica seguía más excitada que antes y terminó por introducirle un dedo en el ano. Sin previo aviso, incrustó su miembro en el sexo de la joven, que no pudo reprimir un gemido de dolor. Teresa alternaba su mirada entre la cara de la camarera mientras le practicaba el sexo oral y la de su marido, que agarrado a las caderas de Geno se esforzaba en una tremenda penetración.

Esta vez la situación causó un efecto más rápido en el hombre que llegó al orgasmo mucho antes que su mujer y la amiga, corriéndose en el interior de ésta antes de caer derrotado. Ante esto, Teresa atrajo a Geno hacia arriba y le propuso juntar sus sexos. Las mujeres entrelazaron sus piernas haciendo coincidir sus coños. El contraste entre el rasurado de la joven y el peludo de la mayor era excitante. Ambas comenzaron a moverse haciendo que sus clítoris se frotasen entre ellos, mezclando los fluidos que manaban de aquellas lujuriosas cavernas, hasta llevarlas al orgasmo.

Mario volvió un minuto después de haber salido del salón. Traía un pequeño bote de vaselina. Con una mirada cómplice miró a su mujer que desfallecida reposaba en el sofá. Haciendo un gesto con la cabeza señaló hacia Geno. La chica aceptó el reto del hombre.

Colocada boca arriba, la joven camarera, alzó sus piernas mientras Mario, untaba vaselina en su ano. Luego lo hizo sobre su miembro. Con cuidado y no sin gemidos de quejas por parte de ella, el hombre fue introduciendo su glande en el ano de su invitada. Una vez el glande superó el pequeño anillo, la penetración se hizo más rápida. La chica sintió como su esfínter hacía un esfuerzo por acomodarse a ese ariete extraño. No era la primera vez que lo practicaba, pero tampoco era algo frecuente con lo que las primeras embestidas fueron algo dolorosas. Luego el hombre fue cogiendo un ritmo adecuado y Geno disfrutó de la penetración anal hasta que el hombre volvió a derramarse en el interior de sus entrañas ante la mirada de su mujer.