La camarera
Nunca pensé que un trabajo así pudiera ser tan placentero.
Cuando acepté ese puesto de camarera en la empresa de catering, sólo pensé que era una buena oportunidad para poder pagar mis estudios en la universidad. No estaba mal: trabajaba sólo los fines de semana, así que podía acudir a todas las clases y el sueldo me daba para comprar algunos caprichos.
La mayoría de las fiestas a las que iba eran comidas o cenas de negocios, en las que casi siempre había algún gordo baboso que se creía con el derecho, sólo porque estabas allí sirviendo copas, de tocarte el culo o hacerte proposiciones de lo más ordinarias.
Pero el día que me tocó atender un servicio yo sola, todo cambió. Estaba bastante nerviosa, ya que siempre íbamos dos o tres personas para ocuparnos de todo. Ese día fue diferente: me dijeron en la empresa que cuando llegara a la casa en cuestión, la comida y las bebidas ya estarían allí, y que yo sólo me tenía que ocupar de servir las copas.
Cuando llamé a la puerta, me abrió una mujer muy elegante, vestida con pantalones de cuero muy ajustados y un top, también de cuero, que le realzaba los senos. Me quedé bastante sorprendida ya que, en las fiestas a las que había ido a servir, nunca había visto nada así.
- Buenas noches, dije, me envían de la empresa de catering.
La mujer, mirándome de arriba a abajo con gesto aprobador, me hizo pasar. Aunque yo llevaba el uniforme de camarera de la empresa, pantalón y camisa negros, la dueña de la casa me hizo pasar a la cocina diciendo:
- Espero que no te moleste, pero me gustaría que te pusieras otro uniforme que ya tengo preparado para ti. Está en el cuarto de baño del servicio. Como ves, todo está listo. Sólo tienes que cambiarte y ocuparte de servir las bebidas y de que las invitadas estén bien atendidas. Una cosa más: dentro de una hora tendremos una actuación; quiero que te quedes en el salón, al fondo para que las invitadas puedan disfrutar del espectáculo.
Y se marchó dejándome sola en la cocina. Bueno, pensé recordando cómo había recalcado la palabra invitadas, por lo menos no habrá ningún cerdo que quiera meterme mano.
Pasé al cuarto de baño para cambiarme el uniforme, que era uno de esos vestidos negros de servicio con una minifalda muy corta y una blusa ajustada con escote bastante pronunciado. Me sentía un poco incómoda, pero había que ganarse el sueldo.
Cuando salí al salón con la primera bandeja de copas de champán, me quedé de piedra: en aquella fiesta habría como unas quince mujeres casi todas vestidas de cuero. Sin perder la compostura e intentando no mostrar mi sorpresa, me armé de valor, puse mi mejor sonrisa, y empecé a servir.
Notaba todas las miradas de las mujeres puestas en mí y debo decir que no me molestaba en absoluto. Después de varios viajes a la cocina, anunciaron que la actuación iba a comenzar. Me quedé en el fondo del salón, como me habían dicho, y apagaron las luces.
Me quedé helada cuando dos mujeres aparecieron. Una de ellas iba vestida exactamente como la que me había abierto la puerta, y la otra, que llevaba las muñecas esposadas, con el mismo uniforme que me habían dado.
La que iba vestida de cuero llevó a la otra hasta el centro del escenario, elevó sus brazos por encima de su cabeza, y colgó las esposas en una especie de gancho que colgaba desde el techo. Se colocó detrás de ella y empezaron a besarse. Yo estaba como paralizada. Nunca había visto nada parecido, pero me gustaba.
Las manos de la que estaba detrás empezaron a acariciarle las tetas por encima de la blusa. La música que pusieron no estaba muy alta, así que se podían escuchar los suspiros y gemidos que la otra daba. De un golpe, le abrió la blusa, dejando a la vista sus bonitos pechos. Comenzó a pellizcarle los pezones, mientras sus lenguas se enroscaban como serpientes.
Después de un rato jugando con sus tetas, le arrancó la falda de un tirón. No llevaba bragas, así que su coño quedó a la vista de todas. Ahora la mano de la de atrás iba bajando por su vientre, hasta llegar a él. Yo no podía apartar la mirada de aquél espectáculo, sintiéndome cada vez más excitada.
De repente, noté que alguien se ponía detrás de mí, acercó sus labios a mi oreja y me dijo:
- No te vuelvas. Sigue mirando.
Parecía que estaba viviendo lo que sucedía en el escenario. Mientras veía cómo allí la mujer le acariciaba el coño a la otra con sus dedos, la que estaba detrás de mí se apoderaba de mis tetas pellizcándome suavemente los pezones a través de la tela de la blusa.
Sentía su respiración agitada en mi oreja, lo que me excitaba aún más. Notaba la humedad en mi coño, y luchaba para no dejar escapar ningún gemido de mi boca.
La mujer del escenario se separó de la otra, se puso a su lado, bajó la cremallera de su pantalón y sacó un enorme dildo que empezó a acariciar con suavidad de arriba a abajo, mientras la otra miraba cómo se masturbaba.
Sentí cómo la que estaba detrás de mí hacía descender una de las manos hacia mi coño, la metió por debajo de la falda y empezó a acariciarme por encima de las bragas.
- Esto te pone cachonda, ¿no?, me dijo.
Yo ya no podía más. La combinación de ver ese espectáculo mientras me tocaban me estaba poniendo a cien. Sus dedos apartaron la braga hacia un lado y empezó a recorrer mi coño, que ya estaba muy mojado. Mientras, la mujer del escenario descolgó a la otra del gancho y la hizo arrodillarse para que le chupara la polla.
Ahora gemían las dos y los dedos en mi coño se movían cada vez más deprisa. La mujer del dildo se separó de la otra y se puso detrás de ella. La agarró de las caderas y pude ver cómo la penetraba por detrás. Yo ya estaba a punto de correrme.
- ¿Te gustaría que te follaran así?, me preguntó.
No podía responder, porque pensaba que si abría la boca iba a empezar a gritar de placer. Así que me lo preguntó de nuevo. Sólo puede asentir con la cabeza. Introdujo uno de sus dedos en mi coño, luego otro, follándome lentamente y añadió:
- Si haces lo que te pidamos, tendrás lo que quieres. ¿Nos vas a servir a todas?
Sin pensármelo dos veces le dije que sí. Las mujeres que tenía en frente comenzaron a moverse más deprisa. Mis ojos no se apartaban de esa polla que entraba y salía. Sus gritos y gemidos llenaban el salón. De repente, la mujer que estaba detrás de mí sacó sus dedos de mi coño y se alejó justo antes ver cómo las del escenario tenían un sonoro orgasmo.
El espectáculo había acabado y yo intentaba poner en orden mi ropa y mis pensamientos, mientras las luces se encendían. Sin darme tiempo a reflexionar sobre lo que acababa de suceder, la que me abrió la puerta se dirigió al centro del salón y dijo:
- Chicas, me acaban de comunicar que la camarera de esta noche está dispuesta a servirnos a todas. Así que no os cortéis y pedidle lo que queráis.
Hubo gritos y aplausos. Creía que me moría de vergüenza. ¿Cómo había permitido que la situación llegara tan lejos? Era demasiado tarde para escapar. Por otra parte, me habían dejado a medias, y sólo quería que me follaran.
Tímidamente comencé a servir copas de nuevo. No me atrevía a mirar a nadie a la cara. Cuando pasé con la bandeja por delante del sofá, una de las mujeres que estaba sentada me dijo:
- Chúpamela.
Y se sacó un enorme dildo de su pantalón. Dejé la bandeja encima de una mesa, me arrodillé delante de ella y empecé a recorrer su polla con mi lengua, deteniéndome en la punta. Con una mano la agarré de la base y empecé a masturbarla, mientras me introducía la parte de arriba en la boca, chupándola con fuerza.
Vi cómo otra de las mujeres se le acercaba por detrás del sofá, la besaba en la boca y le desabrochaba el sujetador para sobarle los pezones, lo que me ponía más cachonda. Oía sus gemidos y apoyó una de sus manos en mi cabeza mientras me decía que siguiera chupándola.
Cuando se corrió, no sabía qué hacer. Ellas seguían besándose, pero yo estaba allí de rodillas esperando algo... que no llegaba. Comprendí que tenía que seguir con mi trabajo, así que me puse de pie, cogí la bandeja, y comencé a recorrer el salón de nuevo.
Me temblaban las rodillas, pero la situación era tan excitante que tenía que seguir. Otra de las mujeres, que estaba sentada en un sillón y sólo llevaba puestas unas botas de cuero, me pidió que le acercara un trozo de tarta.
Cuando estaba delante de ella, me puse tan nerviosa que tropecé y la tarta le cayó encima de la bota.
- Mira lo que has hecho. Ahora tendrás que limpiarla.
Yo miraba a mi alrededor buscando una servilleta, pero ella me dijo:
- ¿Qué buscas? Límpialo con la lengua.
Así que me puse de rodillas de nuevo y empecé a quitarle la nata de la bota con mi lengua. Ella separó las piernas, llevó uno de sus dedos hacia su coño y comenzó a masturbarse mientras me miraba. Alguien le puso nata a lo largo de sus piernas hasta los muslos. Yo ya sabía que lo tenía que limpiar todo.
Ya había llegado a la altura del muslo y a mi lado estaba esa mano frotando el coño como una loca. Yo quería tocarla, lamerla, pero sabía que no podía hasta que no me lo ordenaran. Después de unos segundos que me parecieron interminables, la mujer me agarró la cabeza y la dirigió hacia su coño, apretándome contra él.
Yo la lamía, la chupaba mientras ella golpeaba su coño contra mi cara. Mis labios se apoderaron de su clítoris succionándolo con fuerza hasta que, entre gritos, se corrió en mi boca.
Como antes, me puse de pie dispuesta a seguir. Me limpié la cara de sus flujos, cogí la bandeja y continué. Mis piernas casi no me respondían, de lo cachonda que estaba. Notaba el pulso latiendo en mi clítoris, que parecía que iba a estallar.
Pasaron unos minutos y, cuando yo pensaba que ya todo se había acabado, sintiéndome un poco decepcionada, otra de las mujeres dijo:
- Ponedla encima de una mesa y quitadle las bragas.
Dos de las mujeres me cogieron, una por cada lado, y me sentaron encima de una mesa. Me quitaron las bragas, me subieron la falda hasta la cintura, y me separaron las piernas. Mi coño estaba a la vista de todo el mundo.
La que estaba enfrente de mí se acercó hacia la mesa, se quitó la minifalda y vi que lo que llevaba debajo era un dildo sujeto a un arnés de cuero. Lo agarró con una de sus manos y empezó a masturbarse, como lo había hecho antes la mujer del escenario, mientras miraba fijamente mi coño y se relamía.
Las que me tenían agarrada por los lados comenzaron a desabrocharme la blusa y el sujetador, liberando mis tetas. Empezaron a sobármelas y a pellizcarme los pezones. Yo seguía mirando la polla de la que se masturbaba. Quería que me follara.
Como si me hubiera leído el pensamiento, una me preguntó:
- Te gustaría que te follara, ¿verdad? Tendrás que esperar un poco más. Queremos oír cómo gritas de placer.
Comencé a gemir, a suplicar que me follaran, pero esas mujeres estaban dispuestas a seguir torturándome de aquella forma tan dulce.
La que se masturbaba dijo, cuando estaba a punto de correrse:
- Mirad, está chorreando.
Así era. De mi coño no paraban de salir fluidos, y yo notaba cómo resbalaban hacia la mesa.
Con un grito, aquella mujer tuvo un orgasmo y, como había sucedido antes, todas se alejaron dejándome sola.
Ya no tenía voluntad. Me puse de pie, con la blusa desabrochada, las tetas al aire y, con la mirada perdida, intentaba recordar dónde había puesto la bandeja.
Nuevamente, una de las mujeres me dijo que me acercara y me arrodillara. Fui hacia ella como una autómata, mientras se sacaba una de esas pollas del pantalón. Desesperada, me arrojé a ella chupándola con fuerza, como si con ello pudiera apagar el fuego y el deseo que tenía dentro.
Me estremecí cuando noté una mano que levantaba mi falda por detrás y se introducía entre mis piernas. Unos dedos jugaban con mi clítoris y se impregnaban de mis jugos. Mientras seguía chupando esa polla, los dedos se deslizaron hacia atrás y sentí cómo uno de ellos se introducía en mi culo y otro en mi coño.
Gemí de placer. Nunca había experimentado nada semejante. Aquellos dedos entraban y salían, proporcionándome un gusto tremendo.
Luego se retiró, dejándome a medias de nuevo. Sentí una desesperación sin igual. No quería que pararan, quería que me follaran una y otra vez. Que me penetraran con una de esas pollas hasta que mi deseo quedara satisfecho. Me agarré con fuerza a los muslos de la que estaba de pie sin dejar de succionar el dildo, como suplicándole que me poseyera.
De repente, noté cómo alguien se ponía detrás de mí otra vez, me sujetaba de las caderas y empezaba a meterme algo por el coño. Por fin me iban a follar. Pero, a la vez, había algo que intentaba penetrar en mi culo. ¡Me iban a follar con dos dildos! De un golpe, los introdujo en mi interior. Estaba tan mojada que se deslizaron dentro de mí sin problemas.
Lancé un gemido que me salió de lo más profundo de mis entrañas. Más que un gemido fue una especie de gruñido. Estaba siendo penetrada por todos los agujeros. Ya no podía ni moverme, ensartada como estaba, así que eran ellas las que movían sus caderas, metiendo y sacando sus pollas de mi culo, mi coño, mi boca... cada vez más rápido.
La cabeza me daba vueltas. Sólo era consciente del placer que me estaban dando y no quería que terminara. Alguien se debió tumbar debajo de mí, porque sentí cómo unos labios se apoderaban de mi clítoris y me lo empezaban a succionar.
Aquello fue demasiado. Esas pollas dentro de mí, los gemidos que llenaban la habitación, el movimiento de sus caderas, la lengua recorriendo en círculos mi clítoris, que estaba cada vez más hinchado... Cuando me lo succionó otra vez mientras me seguían follando por delante y por detrás, todo mi cuerpo empezó a temblar, las manos ya no me sujetaban, sentía cómo se aproximaba un descomunal orgasmo... Hasta que exploté. Me corrí como una loca, gritando, moviéndome lo más que podía (que no era mucho), sintiendo los músculos de mi coño y de mi culo contrayéndose por los orgasmos... Los espasmos me duraron un buen rato y creo que perdí el conocimiento porque cuando abrí los ojos, me encontré sola en la habitación, tumbada en el sofá y con los dos dildos todavía dentro.
Tardé un poco en reaccionar y, con una mezcla de vergüenza y placer al recordar lo sucedido, me saqué esas pollas que me habían dado tanto gusto. En ese momento, se abrió la puerta y entró la mujer que me recibió al principio.
- Vaya, parece que te lo has pasado bien.
Se sentó a mi lado, mirándome fijamente. Yo no podía levantar la vista. Todavía tenía la camisa abierta, el pelo revuelto... y seguía cachonda. Ella lo debió notar, porque me agarró la cara con las manos y me besó en la boca mientras acercaba su cuerpo al mío y mis manos comenzaron a arrancarle la ropa.
Estuvimos follándonos y comiéndonos toda la noche hasta quedar exhaustas. Cuando me desperté por la mañana (creo que sólo pasaron un par de horas) no había nadie en la casa, así que me puse mi ropa y me marché a casa a descansar. Me dolía todo el cuerpo.
Por la tarde me llamó mi jefe. Me felicitó por mi buen trabajo. Me dijo que le había llamado la clienta elogiando mis servicios (si él supiera cuáles), y para decirle que quería organizar una fiesta al mes y que esperaba que yo estuviera disponible para ellas.
- Por supuesto, le contesté, sintiendo cómo la humedad volvía a mi coño.