La camarera (2)

Había perdido la esperanza de que me volvieran a llamar, cuando un día me llamó el jefe diciendo que dejara lo que tuviera que hacer porque tendría que ir esa misma tarde a aquella casa.

Gracias por vuestros comentarios. Eso me ha ayudado a escribir una continuación de mi anterior relato. Agradezco todo tipo de comentarios sobre qué os ha parecido, si os gusta el estilo, consejos, etc.

Ya había pasado casi un mes desde aquella fiesta y todavía no había recibido ninguna llamada de mi jefe pidiéndome que volviera a la casa. Durante todo este tiempo no había parado de recordar esa noche, y, cada vez que lo hacía, sentía que mi coño se humedecía. Volvía a repasar lentamente cada uno de los detalles de aquella velada, sin dejar de acariciar mi cuerpo, pellizcándome los pezones, excitándome cada vez más.

Recordaba aquel ambiente lleno de sexo, me veía a mí misma sirviendo a aquellas mujeres, dándoles placer... y entonces llevaba mi mano a mi sexo, que a esas alturas ya estaba encharcado. Lo recorría lentamente de arriba a abajo, deteniéndome en el clítoris y frotándolo suavemente... no, todavía no quería correrme. Seguía con aquellas caricias y, de vez en cuando, saboreaba mis propios jugos para después continuar con mi juego en solitario.

Ahora me veía siendo penetrada por esas mujeres y, con mi otra mano, comenzaba a introducir mis dedos en mi coño. Primero uno, luego dos, mientras con la otra mano seguía frotándome el clítoris... ¡Mmm! Podía seguir con este juego durante horas.

Había perdido la esperanza de que me volvieran a llamar. Pensaba que igual habían encontrado a otra que les sirviera mejor, o que todo había sido una broma, cuando un día me llamó el jefe diciendo que dejara lo que tuviera que hacer porque tendría que ir esa misma tarde a aquella casa.

Esa noche tenía otro servicio en una fiesta de empresa, pero el jefe me dijo que no me preocupara, que ya había encontrado una sustituta para mí. Aquella mujer le había ofrecido mucho dinero y sólo quería que fuese yo. Intentando controlar mis nervios, le contesté que sí, que no se preocupara y que lo dejara todo en mis manos.

Comencé a prepararme para salir. Lo primero que hice fue darme una ducha. Al sentir el agua caliente corriendo por mi cuerpo desnudo y la suavidad de mi piel al enjabornarla, comencé a excitarme otra vez. Cogí el mango de la ducha y dirigí el chorro directamente hacia mi clítoris, mientras acariciaba mis tetas. Estaba tan cachonda que empecé a mover las caderas suavemente. Aumenté la presión del chorro, pero aquello no era suficiente, así que volví a dejar la ducha en su sitio y, mordiéndome los labios, llevé los dedos hacia mi coño para masturbarme.

Apoyé la frente en la pared y, mientras separaba los labios de mi raja con los dedos índice y anular, con el otro dedo me acariciaba el clítoris. Sintiendo que estaba a punto de correrme, introduje dos dedos de la mano que tenía libre en mi coño. ¡Mmm! Mis piernas casi no me sujetaban, pero mis dedos no paraban de moverse dentro y fuera... frotando mi clítoris..., cada vez más rápido ¡Aaahhh!

Una vez fuera de la ducha y un poco más tranquila, me maquillé, me puse mi ropa interior más sexy, y me vestí. Una última mirada al espejo para ver el resultado, y salí a la calle. Sería mejor que me calmara un poco, ya que era un poco peligroso conducir en ese estado de excitación.

Cuando llegué a la casa y toqué el timbre, me volvió a abrir la misma mujer de la primera vez. Sin dejar ver ninguna expresión en su cara, me dijo que pasara.

  • Ya sabes donde está el vestido.

Y se fue sin decir más. Cuando me volví a poner aquel vestido, decidí quitarme las bragas. Sería más excitante si sabía que todas podían ver mi espléndido culo y mi coño cuando me agachara. Ya estaba lista. Respiré hondo, cogí la bandeja con las bebidas, y me dirigí al salón.

Reconocí algunas de las caras de la otra vez, pero también había nuevas. Algo extraño fue que esta vez nadie me miraba, excepto para pedirme que me acercara a servir alguna copa. Sin dejar que eso me desanimara, aproveché un par de ocasiones para agacharme al ofrecer bebidas a alguna de las mujeres que estaba sentada y dejar mi culo a la vista... Nada. Ni por esas. Pasaron como unas dos horas y tampoco hubo espectáculo. Me sentía ridícula. ¿Acaso me lo había imaginado todo? ¿Por qué me habían dado entonces otra vez ese vestido? Y, si no querían nada de mí, ¿por qué habían insistido en que fuera yo a servir a la fiesta?

Llena de furia contra mí por haberme puesto en ridículo delante de todo el mundo, me dirigí a la cocina una vez más, para volver a por más bebidas. En lugar de eso, me fui directamente al baño con ganas de llorar. Cerré la puerta de un portazo. Estaba muerta de vergüenza y de rabia. Pensé en marcharme, pero me miré al espejo, intenté tranquilizarme y me dije: "No. Tú eres una profesional, así que termina tu trabajo". Pensé que si me ponía las bragas ahora haría aún más el ridículo, así que decidí salir como estaba. "Y que vean lo que se pierden".

Sin dejar mostrar mi enfado, volví al salón. No pasaron ni diez minutos cuando la dueña de la casa llamó la atención de todas las mujeres allí presentes.

  • Chicas, como ya habéis podido comprobar, esta noche no habrá espectáculo. Una de las chicas se ha puesto enferma en el último momento, y han tenido que cancelarlo... Pero, creo que tenemos una solución.

Se volvió hacia mí, dirigiéndome una mirada significativa.

  • Ya que nuestra camarera se ha mostrado de una forma tan impúdica durante toda la noche, no crea que tenga ningún reparo en sustituir a las chicas que no han podido venir.

Y, diciendo esto, señaló con la mano hacia el escenario, donde había un sillón como los de la consulta de ginecología. Era extraño que no me hubiera fijado antes en él. O puede que no estuviera, y que lo hubieran puesto ahí mientras yo estaba en el cuarto de baño. Desde luego a esas mujeres les gustaba jugar conmigo. Seguro que ya lo tenían todo planeado.

Mi humor cambió al instante. Ya me imaginaba otra noche de dulces tormentos. Muy lentamente, con las rodillas temblándome, me acerqué hasta ella, que ya estaba al lado del sillón.

Mientras me sentaba, me levantó la falda y luego me ayudó a acomodar mis piernas en el reposapiés. Después, para asegurarse de que no me iba a mover, ató mis pies con unas correas de cuero muy suaves, así como mis manos a los lados del sillón. Ahora sí que mi coño y mi culo estaban a la vista de todo el mundo. Dada mi posición sentada, podía ver las caras de esas mujeres que esperaban, con los ojos muy abiertos, el desarrollo de los acontecimientos. La música comenzó a sonar...

Ella se situó detrás de mí, de forma que no podía verla. Sus manos se apoderaron de mis tetas y empezó a masajearlas suavemente primero más fuerte después. Mi respiración comenzó a acelerarse y sentía como mis pezones aumentaban de tamaño y se ponían duros. Ella los pellizcaba con fuerza, de modo que se endurecieron aún más. Sentía que podrían traspasar la blusa.

Me mordía los labios para evitar que se me escaparan los gemidos. No quería que esas mujeres notaran mi gran excitación. Lentamente, empezó a desabrocharme los botones de la blusa, que dejó abierta, mostrando así mis generosos pechos cubiertos con aquel sujetador tan sexy que me había puesto antes de salir. Pude sentir cómo las mujeres que estaban sentadas delante de mí contenían la respiración ante lo que estaban viendo. Mi pecho subía y bajaba rápidamente de la excitación, mi coño empezaba a humedecerse, y la mujer detrás de mí empezaba a manipular el cierre delantero de mi sujetador para liberar mis tetas de su opresión. Siempre he pensado que este tipo de cierres son muy prácticos.

Cogía mis pezones con fuerza entre los dedos pulgar e índice, haciéndome estremecer de placer. Ahora ya no podía simular más y, abriendo la boca, dejé escapar suspiros y gemidos. Notaba como una corriente eléctrica recorría mi cuerpo. Era como si hubiera una conexión directa entre mis pezones y mi clítoris. Cada vez que pellizcaba uno de ellos, sentía como si me estuviera haciendo lo mismo en aquel botón situado en mi coño.

Quería cerrar los ojos para disfrutar más intensamente de aquella sensación de placer pero, al mismo tiempo, me excitaba observar a las mujeres que tenía enfrente de mí, que veían cómo aumentaba mi calentura. Sin apartar sus ojos de mí, algunas ya habían empezado a besarse, otras llevaban sus manos a su entrepierna o dejaban que otras las masturbaran.

El ambiente volvía a estar lleno de sexo. La mujer detrás de mí soltó una de mis tetas y, de repente, vi que acercaba uno de esos deliciosos dildos a mis labios. Lo mantenía a cierta distancia de mi boca, por lo que tenía que estirar la lengua para acariciar la punta de aquel aparato. Lo acercó un poco mas, recorriendo mis labios con él, mientras no dejaba de atormentar mis pezones con la otra mano, pellizcándolos alternativamente.

Instintivamente, abrí la boca para dejar escapar un gemido y ella aprovechó este gesto para introducirme el dildo casi hasta la garganta. Cerré los labios a su alrededor para impedir que se escapara y comencé a succionarlo con fuerza. Quería soltar una de mis manos, quitarle esa polla de la suya e introducírmelo en el coño, pero no me podía mover. Esa sensación de impotencia hacía que me excitara aún más. Mi coño ya estaba empapado. Notaba cómo mi vagina y mi ano se dilataban de la calentura.

  • Ya sé lo que quieres, me dijo con su voz ronca al oído, pero todavía vas a tener que esperar.

Eso me puso aún más cachonda, y succioné aquella polla como si en ello me fuera la vida. Después de un rato, la sacó de mi boca y empezó a acariciarme el cuerpo con ella: la pasó por mis tetas, jugó con mis pezones hasta hacerme enloquecer, bajó por mi vientre, recorrió mis muslos... hasta que llegó a mi raja completamente abierta.

Otro delicioso suplicio comenzaba, mientras hacía deslizar el dildo arriba y abajo por mi coño. Lo llevaba desde la entrada de mi culo hasta mi hinchado clítoris y, cada vez que llegaba a este punto, daba un respingo. Otra vez hacia abajo... De nuevo había perdido el control. Movía las caderas todo lo que podía para intentar atrapar esa polla, pero aquella mujer no me lo iba a poner fácil. Después de unos minutos de esa maravillosa tortura, se paró en la entrada de mi vagina, como intentando decidir si me follaba o no. O quizás sólo quería disfrutar de mi desesperación.

  • ¡Fóllatela!, dijo una de las mujeres que estaba sentada en una silla, con las manos apoyadas en la cabeza de la que le estaba comiendo el coño.

  • No, dijo apartando el dildo de mi coño. Eso es lo que le gustaría. Pero ha sido tan descarada esta noche, enseñándonos a todas su impudicia, que le vamos a dar una lección. Hay que enseñarla a ser paciente. Así que no le permitiremos que se corra hasta que no nos sirva primero a nosotras. A ver, ¿quién quiere ser la primera?

Una de las mujeres se acercó al escenario, desnuda y con los ojos brillantes de la excitación. Colocó las piernas en los reposabrazos y se quedó así, de rodillas, con el coño a la altura de mi boca.

  • Mira cómo me has puesto. Ahora me lo vas a limpiar.

Y, diciendo esto, apretó su húmeda raja contra mi cara. Sin pensarlo, comencé a lamer aquel coño, mi lengua no dejaba ningún rincón sin recorrer y se detuvo en el clítoris haciendo rápidos movimientos circulares.

  • Mmm. Así... No pares..., decía mientras se sujetaba con una mano al respaldo del sillón y con la otra puesta en mi cabeza, para aumentar así más la presión sobre su sexo.

Abarqué con mi boca sus labios y clítoris, succionando con fuerza.

  • ¡Aaah! ¡Sigue! ¡Chúpamelo! ¡Bébetelo todo!

De aquel coño no dejaban de manar fluidos. Yo tragaba todo lo que podía, pero ya sentía cómo algunos se escapaban por la comisura de mis labios. Sus caderas se movían ahora frenéticamente, y no dejaba de gritar mientras golpeteaba su raja contra mi cara. No sé cómo no perdió el equilibrio cuando, con un estremecimiento, se corrió en mi boca. Yo seguí jugando con mi lengua en aquél coño palpitante, pero ella se apartó de mí y bajó del sillón.

  • No seas glotona, me dijo. Todavía tienes otros coños a los que servir.

Sin dejarme un momento de respiro, otra mujer se subió al sillón. Lo que tenía esta vez a la altura de mi boca, era un espléndido dildo.

  • ¿Así que te gustan las pollas, eh?, dijo jugando con ella delante de mi cara, masturbándose. ¡Pues cómetela entera!

De un golpe introdujo esa polla en mi boca, mientras con una mano seguía masturbándose. Yo no podía moverme, así que era ella la que, con las movimientos de su cadera, bombeaba el dildo dentro de mi boca. Yo succionaba con fuerza, totalmente excitada...

Después vino otra mujer que, con el coño a la altura de mi boca pero lo suficientemente lejos para que no alcanzara con mi lengua, comenzó a hacerse una paja. La vista de aquellos dedos recorriendo esa raja empapada, el olor a coño, junto con la imposibilidad de tocar, de lamer ese sexo, me hacía enloquecer. Su clítoris estaba muy hinchado y podía ver cómo deslizaba sus dedos arriba y abajo, deteniéndose de vez en cuando en él, dándole masajes circulares. Empezó a gemir, cada vez más fuerte, mientras la presión y la velocidad de sus dedos aumentaba. Yo quería que se corriera en mi boca, saborear esos jugos, succionar ese botón, darle el placer que se estaba proporcionando ella misma. Cuando se corrió, y antes de bajar de la silla, me dio sus dedos para que los chupara, lo que hice con fruición.

No sé cuántos coños y dildos me comí aquella noche, pero ya estaba exhausta, con la mandíbula casi desencajada. Por supuesto, no habían dejado que me corriera durante todo aquel festín, aunque habían seguido martirizándome mientras yo me comía todo aquello. De vez en cuando, notaba unas manos que me sobaban los muslos, las tetas... lenguas, labios y dientes que me chupaban, succionaban y mordían los pezones... dedos que se introducían furtivamente en mi coño y en mi ano... Pero siempre hasta el punto de mantener mi excitación, sin dejar que me corriera.

Una vez que todas consideraron que ya las había servido suficiente, volvieron a sus sitios enfrente del escenario, dejándome sola. Me imaginaba cómo me veían, con la cara llena de sus fluidos, la falda arremangada y la blusa abierta, espatarrada, con el coño chorreando y palpitante...

Cerré los ojos e intenté calmar mi respiración, volver a sentir un mínimo control de mi cuerpo.

Oí unos pasos sobre el escenario y abrí los ojos. Allí estaba la dueña de la casa, vestida sólo con un apretado sujetador de cuero, un arnés al que iban acoplados dos dildos, uno más fino y corto abajo y otro, no demasiado grueso pero muy largo a la altura de su clítoris, y unos zapatos de tacón alto y fino, que resonaban en toda la habitación cuando avanzaba hacia mí.

  • Bien. Espero que esto te haya servido de lección. Y ya que nos has servido tan bien, te vamos a compensar con lo que llevas deseando desde que entraste por esa puerta... ¿O quizás desde antes?, me dijo con cara llena de malicia, como si supiera cuántas veces me había masturbado recordando la primera velada.

Se situó delante de mí, llevando una mano a su enorme dildo y empezó a masturbarse. No podía apartar la mirada de esa mano, que subía y bajaba lentamente por aquella polla. Me imaginaba que eran mis labios o las paredes de mi vagina los que le proporcionaban aquellas caricias. Me imaginaba esos movimientos dentro de mi coño. ¡Quería que me follara!

Sin dejar de masturbarse, con la otra mano comenzó a acariciar mi raja, sin llegar a tocarme el clítoris. Podía ver la excitación en sus ojos. Acercó los dedos con los que me había estado acariciando el coño hacia mis labios, restregando en ellos mis propios jugos. Luego, acercó su boca a la mía y, lentamente, me la fue limpiando de mis fluidos, saboreándolos con la lengua.

  • Mmm, me dijo acercándose a mi oreja. Me encanta cómo sabe tu coño. Pero no te hagas ilusiones, no te lo voy a comer. Aquí la única comecoños eres tú.

Eso precisamente era lo que me enloquecía de esa mujer. Esa combinación de sofisticación con un lenguaje tan grosero. Que me excitara hasta el punto en que creía que iba a explotar, para luego dejarme sola, abandonada... Me tenía rendida a sus pies. Y ella lo sabía.

Se apartó del sillón para girarlo, de modo que las espectadoras pudieran vernos de perfil, y apretó un botón. El sillón comenzó a inclinarse hacia atrás, hasta que quedé completamente tumbada y con las piernas hacia arriba. De nuevo, la señora se colocó entre mis piernas y se ayudó de las dos manos para que aquellos dildos quedaran a la entrada de mi culo y de mi coño. Pero todavía no me penetraba. Me miró directamente a los ojos.

  • Te vamos a follar, me dijo. Te vamos a follar hasta que no puedas más.

Mientras decía esto, oí un zumbido. Dirigí la vista hacia la polla que tenía delante de mi raja, y vi uno de esos anillos que llevan acoplados un vibrador. Me estremecí de placer.

Suavemente, empujó con sus caderas hacia adelante, y aquellos dildos se introdujeron dentro de mí con facilidad. Lancé un suspiro de placer cuando llegó hasta el fondo de mis entrañas y sentí la vibración de aquel pequeño aparato directamente sobre mi clítoris. Cerré los ojos para sentir todo aquello con más intensidad. Era como si un enorme clítoris vibrara directamente encima del mío.

  • ¡Abre los ojos y mírame mientras te follo!, me ordenó.

Obediente, los abrí. Entonces ella comenzó a bombearme. Movía sus caderas hacia atrás y hacia adelante. Lentamente. Me estaba torturando otra vez. Sabía que yo quería que acabara en un instante, pero estaba claro que eso no era lo que ella quería. Nos mirábamos directamente a los ojos, como en una especie de desafío. Tenía claro que las demás nos estaban observando, disfrutando del espectáculo, pero para mí ya no existía nada más que esa mujer, follándome el culo y el coño a la vez.... esas pollas que me penetraban hasta el alma y me daban tanto placer... ese vibrador en mi clítoris.

El ritmo aumentó, y yo comencé a gemir.

-¡Siií!, gritaba. ¡Fóllame! ¡Fóllame! ¡Dame más!

Entonces ella se paró. No se retiró, pero detuvo sus movimientos. En ese momento entendí las reglas del juego: si le pedía lo que yo quería, ella haría justo lo contrario. Era un juguete en sus manos, y ella haría lo que quisiera conmigo. Si quería que me siguiera follando, tendría que callarme, no pedirle nada y limitarme a los gritos y gemidos.

Cuando comprendió que yo ya lo había entendido, siguió con sus movimientos. Ya no podía más. Gritaba, suspiraba de placer... no podía apartar mi mirada de esa figura erguida delante de mí, de sus senos, que se movían al ritmo de sus caderas, cada vez más rápido. Mi cabeza me daba vueltas. No podía hablar, pero con la mirada le decía: "Así... más rápido... fóllame... quiero correrme...". Ella no me hablaba, pero con los ojos me decía: "Eres mía... Córrete...¡Ahora!"

Y entonces vino la explosión. Todo mi cuerpo tembló, arqueé la espalda lo más que pude, para sentir el orgasmo en toda su intensidad. Ella se quedó quieta, con los dildos dentro de mí, con aquél aparato vibrando sobre mi clítoris. Sentía cómo mis dos agujeros rezumaban fluidos, oía mi voz gimiendo mientras me seguía corriendo, sin ningún control sobre mi cuerpo... sus ojos brillaban de satisfacción, de triunfo.

Una vez más, se alejó de mí y sentí un enorme vacío en mi interior cuando sacó las pollas de mis agujeros. Sin querer, dije algo así como "todavía no". Se giró sobre sus tacones, volvió el rostro hacia mí con dureza y dijo, dirigiéndose a las mujeres que había en la sala.

  • Bien, parece que no ha tenido bastante con esta lección. Si os la queréis follar, aquí la tenéis.

Una tras otra, vinieron algunas de las mujeres a follarme. No sé cuántas. Perdí la cuenta. A veces me penetraban por el coño, a veces por el culo, a veces por los dos. Mientras unas me follaban, otras me chupaban, me lamían, me ponían sus coños o sus pollas en mi boca para que se los chupara...

También perdí la cuenta de las veces que me corrí. De vez en cuando me dejaban un rato para que me recuperara, y luego seguían. Desde luego, yo no quería que parasen pero, en el fondo, lo que más quería era que volviera aquella mujer, a la que no volví a ver aquella noche.eccii pero muy largo a la altura de su cl palpitantea cabeza de

Al igual que la primera vez, me quedé dormida. Cuando me desperté, seguía en el sillón, pero mis manos y mis pies ya estaban libres. Me incorporé lentamente, sintiendo cómo me dolían todos los músculos del cuerpo, y me miré las muñecas y los tobillos. Por lo menos no me había quedado ninguna señal, lo que me sorprendió, dada la fuerza con la que a veces intenté liberarme.

No había nadie en la casa, ni siquiera la señora. Con un suspiro me dirigí hacia el cuarto de baño donde estaban mis ropas. Me vestí y me fui. Necesitaba un buen descanso.