La camára vigila-bebés

Le saqué otra utilidad a la cámara... Vamos, que no fué precisamente lo que esperaba.

Debo reconocer que si hay un nombre que me pone cachondo con sólo oírlo es el nombre de Sonia. Todas las Sonias estan buenas: es un hecho comprobado. Es una pena que este sea mi tercer relato y hoy mis personajes comenzarán por la C.

Cambiaré de registro en mis siguientes relatos, pero éste lo tenía en mente hace tiempo. Disfrutadlo y... que no paren esas corridas.


Felizmente casado y padre de una maravillosa hija, estoy descubriendo el significado de la paternidad. Comparto mi vida con Cristina, de 29 años y de profesión enfermera especializada en traumatología.

Para los que no convivan con una profesional de la salud en casa, os puedo asegurar que tiene una vida azarosa y ocupada. Azarosa por los dispersos horarios que realiza en el hospital y ocupada porque el rato que no está en el hospital lo dedica al gimnasio. Ahora que tenemos una criatura sus sesiones de gimnasio se han reducido, pero conforme nuestra niña ha crecido su vuelta al gimnasio le ha dado la energía y la vitalidad con la que ha contado siempre.

Cristina es de estatura media-baja (1,58) con muchas curvas, vientre liso, busto generoso (110) con senos dispuestos hacia los lados, una cintura estrecha y un culo más bien grande. Pelo oscuro y rizado, largo hasta media espalda, cara ovalada y ojos verdes. Ella tenía una cara cuyo perfil recuerda a la de los cánones realizados por escultores de la Grecia clásica. El gimnasio lo tonifica todo y la breve capa de grasa con la cuenta hace que el sexo sea todo un espectáculo de curvas moviéndose al compás de los vaivenes. Cristina es una verdadera folladora: no había dudas. Yo era su cuarta pareja, pero en medio ella ya tenía un historial de aventuras con otros hombres que demostraban su destreza en la cama y algún aborto fruto de más de una noche salvaje. Esto no me lo contó jamás hasta que en la ficha del parto de nuestra hija apareció la cifra de abortos: no hace falta indicar que es una persona reservada.

Cristina lo ha probado todo en el sexo y está acostumbrada a todos los estándares. A su hospital van deportistas relativamente jóvenes a realizar recuperación de sus lesiones y ella no se ha molestado en omitir ningún detalle de las medidas de los atletas. Sus compañeras mantienen una hoja de cálculo donde ponen los centímetros de pene de los convalecientes y las maniobras de "reanimación" practicadas.

Para una persona conservadora como yo, tímido aunque muy sociable, toda esa historia de Cristina me parecía un poco sórdida. Yo soy dermatólogo y trabajo en las consultas de un hospital público. Como tal, mis horarios son interminables y las exigencias de mis pacientes altísimas por lo que llego a casa destrozado y sin ganas de hacer nada. Tengo que reconocer que he echado barriguita y que mi pobre forma física acentúa aún más las diferencias con mi mujer. Aún así nos tratamos bien y nos queremos: ¡qué más puedo pedir!

Nos afectan problemas sexuales, pero creo que esto le pasa a todo el mundo. Después del parto a mi mujer le duele la penetración inicialmente, no siente placer desde hace unos meses. Posteriormente, una vez bien lubricado, la penetración no le produce mucho placer porque su vagina se ha ensanchado y mi pene no le llena, no nota el rozamiento. Para ayudarla le compré unas bolas chinas y un vibrador de considerables dimensiones: las bolas para mejorar su musculatura pélvica y el vibrador para que sintiese el rozamiento plenamente en su vagina. Hay que reconocer que es grande, de unos 23 centímetros de largo por unos 5,5 de diámetro... vamos, lo que ella me pidió. Aún no entendí como era posible que se quisiese insertar ese consolador si con mi pene ya tenía dolor, pero como médico entiendo que el paciente reclama y expresa lo que necesita.

Nuestra vida es tranquila, a excepción de algunas noches: desde que nuestra bebé duerme en su propia habitación le ha entrado miedo así que me compré una cámara con visión nocturna y micrófono para vigilar bebés. Aunque vivimos en un piso de un barrio acomodado y nuestros vecinos son relativamente selectos y exigentes, afortunadamente hay varios pisos que son despachos de profesionales y no están durante la noche, de tal manera que los lloros de la niña sólo nos afectan a nosotros.

Como soy un manitas en esto de la informática, instalé los programas de la cámara para poder visualizarla des del móvil, la tablet o el ordenador. Mi mujer se enfada mucho cuando hago las cosas mal, lo que hice fue no avisarla de la cámara instalada hasta asegurarme que todo iba perfectamente bien.

...

Y llega esa fantástica mañana del 9 de Mayo.

Me fui al lavabo después de una consulta. Ese día tuve un caso de una mujer con unos grandes senos que se quemó todo el pecho: estamos hablando de quemaduras de primer grado. Resultó que se puso a hacer una barbacoa con las tetas al aire en una "fiesta privada"... no me extenderé con los detalles.

Al entrar en el lavabo me dispuse a defecar, y para no aburrirme, cogí mi móvil para entretenerme. Vi fugazmente la aplicación de la cámara vigila bebés y pensé, ¿a ver qué tal funciona esto por internet? En un instante, accedí a mi cámara y se podía ver perfectamente mi casa.

  • ¡Qué maravilla! ¡Y además va muy fluido! *

Se oía ruido de fondo. No conseguí saber porqué se oía ese ruido, pero de repente se cortó. Inmediatamente mi mujer apareció desnuda caminando por la casa con una toalla en la cabeza.

  • ¡Fantástico! Incluso se oye el ruido de la ducha *

El gran culo de Cristina se movía con delicia a cada paso, con sus nalgas trémulas y su paso ágil mi pene empezó a ponerse duro.

La cámara estaba situada en el salón y apuntaba directamente al sofá, puesto que estaba situada discretamente debajo de la tele. A la izquierda de la imagen de la cámara está un gran ventanal que da a la calle por donde entraban los rayos de sol que iluminaban el sofá. A la derecha queda el resto del piso y detrás de la cámara, el acceso al baño, nuestra habitación y el despacho. La imagen mostraba a Cristina desnuda yendo y viniendo de la derecha de la imagen hacia a la cámara y viceversa. Ese cuerpo mojado, completamente rasurado y trémulo me ofrecía una visión excitante de mi mujer... ¡me sentía como un espía!

Instantes después ella se estiró en el sofá desnuda con una bolsa de tela rosa mirando hacia el ventanal con las piernas abiertas. Esa día le tocaba trabajar en turno de tarde así que podía permitirse el lujo de retozar toda la mañana en nuestra casa.

De la bolsa de tela sacó dos artículos: las bolas chinas y un aceite lubricante.

  • ¿Se va a masturbar? ¡Oh! Dios mío *

Me miré el pene y volví a mirar el móvil. Me limpié bien y tiré de la cadena. El lavabo estaba vacío de gente y mi pene erecto. Tenía papel a mi disposición y unas ganas locas de masturbarme así que ni me lo pensé. Mantuve el móvil con la mano izquierda mientras que me masturbaba con la derecha. Sonaba el leve chasquido de mi prepucio humedecido sobre mi glande cada vez que movía mi mano.

  • No me puedo creer que me esté masturbando viendo a mi mujer *

Cristina se insertaba las bolas chinas lentamente a la vez que aplicaba chorros de aceite lubricante sobre sus labios vaginales. Lo hacia con un placer extraño, mirando su sexo con atención, sin hacer ningún ruido, con cara de sorprendida, como si la inserción de esas bolas se la estuviese haciendo un tercero. De vez en cuando soltaba un pequeño gemido y apartaba la cara hacia el suelo cerrando los ojos como si tuviera vergüenza de lo que estaba haciendo.

Mi pene se estaba poniendo más duro por momentos. Me sentía como si estuviese descubriendo una nueva modalidad sexual, con los nervios a flor de piel y como si mi estómago se arrugase.

Cuando todas las bolas estuvieron insertadas Cristina se dedicó a tocarse los pezones con sus manos llenas de aceite lubricante. Los pezones y la parte de alrededor de sus claras areolas estaban relucientes con la luz difuminada que entraba a través de las ventanas. Tocaba sus pezones con delicia y, de vez en cuando, lamía sus pezones alrededor de su areola con suavidad.

Escupí un poco en mi mano para hacer que corriese mejor a lo largo de mi pene. El ruido de fluidos al masturbarme aún hacía que me pusiese más cachondo. Mi excitación hacia que el roce de mis testículos en mi perineo, al moverse el saco escrotal, me animase a hacer aún más fuerza al masturbarme.

Cristina mantuvo su mano izquierda en su, ya abultado, pezón. Sus tetas relucían después de haberlas acariciado con sus lubricadas manos. Se podía apreciar como estiraba de la cuerda de las bolas chinas con sumo cuidado. La visión de la salida de las bolas chinas de su cuerpo, de como sus labios abrazaban cada bola a su salida de la vagina, me producía una excitación tal que mis músculos se contraían. Apretaba las nalgas de mi culo como si realmente estuviera follando con mi mujer mientras mi arqueaba mi cuerpo hacia atrás. Mi mano, frenética, rozaba mi pene más inflado de lo habitual sintiendo un placer que recorría todo mi cuerpo. La mano izquierda, que sostenía el móvil, oscilaba a cada vaivén de mi mano derecha.

Cuando acabó de sacarse todas las bolas las levantó por encima de su cabeza como si fuese un racimo de uvas y empezó a insertarlas en su boca. Después de tres o cuatro bolas, paró de insertarlas y deslizó su lengua alrededor de las bolas que fue sacando lentamente, como si estuviera disfrutando de sus propios fluidos vaginales.

Cuando acabó de chuparlas, se las metió de nuevo. Esta vez fue un poco más rápida, como si ya fuera conocedora del mecanismo. Eso me tranquilizó mucho.

  • Que bien, no se aprecia ningún dolor en la inserción de las bolas *

Mi mente médica interrumpió mi mente sexual por instantes, para volver a caer en la cuenta que Cristina se había sacado las bolas rápidamente. De las bolas rezumaba un líquido transparente con tintes blancuzcos en el que ella había centrado su atención. Olisqueó las bolas chinas como si estuviera pasando eslabones de una cadena por su rostro, dejando una parte del aceite lubricante en su cara.

Con su mano izquierda, Cristina dejó reposar su seno y acudió a buscar un tercer artículo de la bolsa. Era su pene gigante de goma.

Dejó caer las bolas chinas delante de su pubis y con la misma mano volvió a coger el bote de lubricante. Se acercó el pene a escasos centímetros de su cara y lanzó un chorro de aceite a la punta. Inmediatamente dejó el bote de lubricante a su lado y su mano pasó a repartir el aceite de la punta hacia el cuerpo del pene gigante. Lo hacía con deleite, mirando fijamente a la punta como si hubiese descubierto algo que requiriese toda su atención.

Yo estaba completamente fuera de mi, con el corazón palpitando y esa mezcla de emoción y lujuria que me recorría todo el cuerpo. Daba ligeras embestidas al aire como si estuviera follando con ella en ese momento. No tardaré mucho en correrme.

Cristina se apoyó la punta del pene en la parte superior de su frente y con su lengua lamió los huevos del vibrador. Cuando los tuvo bien humedecidos deslizó el pene de arriba a abajo lamiendo todo el cuerpo del enorme consolador para acabar en la punta. En ese instante sus dos manos estaban agarrando al miembro que tenía tal envergadura que ella no podía cerrarlas alrededor de su perímetro.

Hizo un intento de meterse la punta entera en la boca pero era muy difícil, y lo único que consiguió fue que sus babas cayesen resbalando a lo largo del cuerpo del pene hasta caer en el sofá. La imagen de ver como los fluidos resbalaban a través de ese pene de plástico hizo que me escupiera en la polla, para imitar lo que estaba presenciando.

Tras varios chupetones y constantes lamidas, Cristina se colocó el pollón de goma en la entrada de su vagina, salpicó la punta con otro chorro de lubricante y puso las dos manos en medio y bajo los huevos del pene de plástico, respectivamente.

Mis pelos se erizaron, y un respingo me preparaba para lo que iba a venir. Me costaba creer lo que estaba viendo después de nuestras fracasadas experiencias sexuales de estos últimos meses.

  • ¡Se va a morir de dolor! ... No es posible *

Cristina se insertó el pene de plástico haciéndolo con delicia, suave y lentamente. Su cuerpo se balanceó hacia atrás con muestras evidentes que ella necesitaba moverse para acoplar ese rabo.

Conforme se iba insertando el pene dejaba una mano para coger el bote de lubricante y lubricar aquel cuerpo de plástico. La polla de plástico fue desapareciendo lentamente en su cuerpo hasta que ya no quedó más que la parte de los huevos.

  • No... me... puedo... ¿Cómo és posible? *

La inserción de tamaño pene me encendió de sobremanera. Mi cuerpo lanzó una breve exhalación para, seguidamente, sentir como mi esperma comenzaba ser expulsado hacia afuera con una presión increíble. El chorro de semen impactó en la puerta de madera hueca haciendo un ruido seco de borbotones de agua al caer. El placer me recorría desde mi perineo hasta la punta de mi pene mientras sonaban los chasquidos que originaba el roce de mi masturbación.

  • Joder... hace tiempo que no me corría así *

Cristina ya se estaba sacando el pene de plástico para cuando volví a mirar la pantalla. Volvió a poner la punta en su frente, lamió de los huevos al glande y disfrutó de sus propios fluidos combinados con el lubricante. Cuando lamía ese pene gigante ella mantenía una mirada perdida hacia el ventanal del salón.

Mi pene se movía acompasadamente al ritmo de mi corazón y mientras los chorros de esperma iban cayendo por la puerta. Yo me mantenía arqueado, con mi mente completamente nublada por lo acontecido y sin poder apartar la vista del móvil. Mi mano izquierda aguantaba el móvil, trémula, y mi mano derecha, mojada por mis babas, reposaba en el aire.

Ella inició de nuevo el ritual de inserción acelerando ligeramente el proceso. Esta vez se dedicó a rotar el gran pene a la vez que lo insertaba. Me la imaginaba intentando recordar la sensación de lleno en su vagina, buscando el máximo roce.

Minutos más tarde llegó ese fantástico momento.

Cristina empezó a insertar el pene de plástico cada vez más deprisa dentro de su vagina hasta el punto en que alcanzó una velocidad tal que se insertaba el miembro dos veces por segundo, usando gran parte de esa extensión. Su cuerpo empezó a arquearse hacia atrás mientras se metía el vibrador y su otra mano pellizcaba suavemente su pezón. Se oían gemidos claramente placenteros. De repente, llegó lo que yo ansiaba: su orgasmo.

Se puso a gemir como una loca mientras convulsionaba su cuerpo con el pene metido hasta el fondo. Sus tetas se movían al aire y ella se miraba su sexo con cara de lujuria. Tardó más de un minuto en parar completamente sus convulsiones.

Mientras tanto, mi pene erecto continuaba latiendo a la vez que mi mente, ya de por sí nublada por esa visión, se mantenía centrada en la imagen que proporcionaba mi móvil. Las gotas de semen que resbalaban por la puerta llegaron al suelo goteando sordamente.

Cuando acabó, Cristina se mantuvo mirando a la ventana con las piernas abiertas y el pollón de plástico insertado en su vagina. Lanzó una ligera sonrisa en su cara y volvió a lamer el tremendo cipote de abajo a arriba para aprovechar su corrida.

  • ¡Cristina ha recuperado su libido! *

Acto seguido, empezó a insertarse el pene de nuevo, con cuidado, suavemente, como si no hubiese pasado nada hace unos minutos. Y tras ello volvió a masturbarse placenteramente, aún con más energía que la vez anterior.

No conseguía entender cómo mi mujer había llegado a este punto, pero esto me daba vía libre en el sexo.

  • Esta misma noche me lanzaré sobre ella con toda la pasión del mundo *

Me subí los pantalones, apagué el móvil y, canturreando, me lavé las manos para continuar explorando pacientes.

  • Ahora mismo debe estar ya por le segundo orgasmo... *

Llegó la noche y me acerqué sutilmente a Cristina.

  • Cariño, que te parece si hoy nos portamos mal: la niña ya duerme.

  • La vamos a despertar, Carlos. - Dijo con una mueca de disgusto.

  • No nos oirá, venga.

  • Además estoy algo cansada

  • Me tienes a dos velas Cristina, y hoy aún me quedan energías: te prometo que te daré placer.

  • De acuerdo - Dijo ella con tono cansino.

Empecé a sobarle las tetas y fui bajando por su estómago hasta alcanzarle el sexo. Su cuerpo se mantenía estático, inerte, como si estuviera practicando sexo a una muñeca hinchable.

Lamí bien su coño para humedecerlo bien, intentando imitar esos ingentes chorros de lubricante y le metí la lengua a lo largo y ancho de su vagina. Cristina se mantenía silenciosa y estática. Sin ningún movimiento aparente. Sin ninguna muestra de aprobación y deseo.

Pese a que yo sentía que aquello era una muestra clara de rechazo, me dispuse a penetrarla con la ilusión que ella recuperaría el orgasmo que vi aquella misma mañana. Fue un desastre: mientras le penetraba la punta ella hacía muecas de dolor, pese a que mi polla entraba perfectamente y estaba lubricada por completo. No conseguí entender nada.

  • ¿No hay manera, eh?

  • Lo siento, Carlos

  • No te preocupes, lo volveremos a intentar otro día.

Me estiré en la cama pensativo y ella se dio la vuelta de cara a la pared. Cristina me parece una mujer excelente así que intentaremos lo que haga falta hasta que sienta placer.

...

Los días pasaron y mi comportamiento fue el mismo. Cada mañana, miraba el móvil entre consulta y consulta y al oír el ruido de la ducha me iba al lavabo a masturbarme con el placer de sentirme un voyeur redomado.

Cada intento de cada noche acababa en fracaso. Ya fuera con lubricante, insertando un dedo o solo con sexo oral. Incluso un día me ofrecí a jugar con sus juguetes sexuales metiéndoselos yo mismo. Pero el resultado era el mismo: dolor y frustración.

Escamado por ese diferente comportamiento entre mañana y tarde, no supe qué hacer.

...

Hasta que llegó la fatídica mañana del 2 de Junio.

Tenía la mañana sin pacientes, puesto que hoy tocaba recoger resultados de biopsias y irían llegando a lo largo de la mañana. Así que dejé el ordenador de mi despacho visualizando la cámara instalada, mientras revisaba mis documentos.

La mecánica fue igual que todos los días, únicamente que me masturbé en mi despacho con la puerta cerrada. Como siempre, la excitación era tal que mi pene catapultaba mi semen hasta distancias increíbles: ¡hasta llegué a manchar la pantalla!

  • Que pena no poder hacerme la paja aquí cada día *

Me quedé mirando la pantalla con cariño mientras ella se masturbaba una segunda y una tercera vez. Era increíble. Mi mujer llenaba su coño con ese rabo inmenso y era capaz de sentir varios orgasmos uno tras otro. El último orgasmo fue un festival de gemidos.

Varios minutos tras finalizar su último orgasmo, ella permanecía estática recostada en el sofá mirando hacia la ventana, con semblante tranquilo y con las piernas abiertas, como si mostrase su sexo al mundo a través del ventanal.

Al cabo unos minutos un sonido indicaba una notificación en su móvil. Se levantó a coger el móvil y volvió a recostarse sofá. Sonriente, escribía un mensaje ufanosa esperando una respuesta. Lanzaba un breve carcajada. Volvía a escribir un mensaje más breve y finalmente tiró el móvil al sofá.

Un par de minutos pasaron. El timbre de la puerta sonó de lejos, se oían unas voces, varias de masculinas y una femenina.

  • ¿Quien narices ha venido a casa? *

Me estaba enervando. Tenía mi pene tieso.

De repente ella se recostó en el sofá y un hombre de traje se pone delante de ella de pie, observándola. La cámara no tiene ángulo y no consigo verle la cabeza debido a que es muy alto. Al interponerse entre el ventanal y ella el hombre proyecta su sombra siniestra sobre ella, que se abre de piernas ante él.

A la derecha de la cámara se ven las piernas de un hombre con traje sentado, como si estuviese mirando la escena.

  • Hoy llevas tres pajas - Dice un hombre con voz grave y lujuriosa.

  • Yo me he hecho una antes de venir - Se oyó otra voz de hombre joven más lejana, probablemente el que estaba sentado.

  • Tengo el chocho bien mojado y bien abierto, hoy te necesito más que nunca. - soltó Cristina

  • Yo tengo la polla punto de reventar. Estaba en la reunión pensando en llenarte ese coño y, sinceramente, me los he quitado de encima rápido para poder venir a follarte. - Decía el hombre con voz grave.

Cristina se inclinó hacia delante y acarició el paquete del hombre que estaba de pie. Se apreciaba un bulto considerable, y a cada caricia de ella el bulto crecía más. Lentamente, con fruición, empezó a desabrocharle la bragueta y le metió su mano dentro del pantalón a la vez que miraba hacia arriba sonriendo.

El tipo sentado que quedaba más a la derecha de la cámara se bajó los pantalones y se reclinó más en la silla quedando a la vista toda la parte inferior del cuerpo, desde el estómago hacia abajo. Se podía apreciar un cuerpo fibrado,completamente rasurado y de tez blanca. Su pene no era nada del otro mundo, pero estaba muy tieso y se estaba masturbando con la escena.

Mientras tanto, Cristina liberaba el miembro del hombre alto del pantalón con la mirada fija. Era un pene de considerables dimensiones, quizá tanto como su consolador, que caía hacia abajo, pues ella lo agarraba desde la base y aún así no se mantenía erecto.

Mi cabeza daba vueltas, el vello se me erizaba, mis nervios estaban a flor de piel y mi rabo estaba tieso y oscilaba a cada latido de mi corazón. Aún no sé como me mantenía empalmado viendo esa escena.

Cristina levantó su pollón imitando el vibrador que ya tenía y empezó a lamer gustosamente desde la base hasta la punta. La manaza de aquel hombre apretó la cara de Cristina contra su propio pubis haciendo que su polla se aplastase en la cara de Cristina, que estaba disfrutando de la escena como si paladease un dulce.

El hombre de la derecha hizo un amago de querer levantarse y el hombre alto mostró la palma de su mano en señal de prohibición. Se notaba que ese hobre alto tenía todo bajo su control, que era poderoso y ejercía su poder sobre los demás.

Cristina lamió la polla de este hombre engullendo su pene a la fuerza, mientras que el hombre, con una mano empujaba la cabeza de Cristina hacia el fondo.

De repente una llamada. El hombre alto cogió el teléfono con la mano que le sobraba y la atendió.

...

  • Dime - Dijo con voz impetuosa

¡Chup, gulp! Sonaba de fondo la garganta de Cristina con la polla de ese hombre en su boca.

  • Llegaré a casa hacia las 6, cariño

  • No te preocupes, seré puntual. ¿Tanto tiempo casados y aún no me conoces?

  • Después he reservado sitio en un buen restaurante. Esta noche celebraremos tu cumpleaños de forma "especial".

¡Slum!¡Chuick! Besos de fondo sobre su miembro mientras él le apretaba la cabeza aún más haciendo que Cristina tragase buena parte.

  • Quiero ese chocho bien rasurado. Un beso.

...

Cuando colgó puso su teléfono de vuelta al bolsillo y le dijo a Cristina.

  • Hoy se me ha girado faena. Quiero mis huevos bien vacíos.

  • Mmmh, ¡chup! - sacó el pollón de su boca - ya sabes que mi coño y mi boca no dejan escapar una gota.

  • Nadie me la chupa mejor que tu: ya le podrías dar unas clases a mi mujer.

  • Si quieres le dejo mi polla de plástico - Respondió ella jocosa.

Cristina se echó hacia atrás en el sofá y le cogió de la solapa al hombre alto obligando a bajar su cabeza hasta su coño. En ese instante lo entendí todo. Mi ojos se abrieron como platos y mi cuerpo se tensó. Cerré los puños y golpeé la mesa fuertemente.

  • ¡Menudo hijo de puta! *

El hombre en cuestión es un abogado de éxito que trabaja con su hijo enfrente de casa. Debe tener unos cincuenta años y es un hombre activo, por lo que entre su estatura y su planta, no me extrañaba nada que conquistase mujeres. Lo que nunca imaginé es que conquistase la mía. El señor Celestino y su hijo Clemente trabajaban juntos, así que me imagino que el chico que quedaba sin reconocer a la derecha de la cámara era su hijo.

  • ¡Guarra de mierda! *

Con sus manazas, Celestino apartó las piernas de Cristina hasta abrirlas por completo y hundió su cabeza en el sexo de ella lamiendo con delicia su coño moviendo la cabeza de abajo a arriba. De vez en cuando se paraba y mordisqueaba los labios vaginales de Cristina que lanzaba un gemido tímido.

Un sólo gesto bastó para que su hijo se levantase de la silla y le pusiese su polla en la boca de Cristina, que acariciaba los huevos de Clemente mientras con la otra mano apretaba la cabeza de Celestino contra su coño. La polla de Clemente aparecía y desaparecía de la boca de Cristina mientras que sus caderas se movían intentando buscar más placer al rozar el rostro de Celestino con su coño.

Celestino apartó la mano de Cristina que sujetaba su cabeza con sequedad y se quitó la ropa. Salió de la visión de la cámara y volvió con un bote de lubricante en la mano. Empujó las piernas de Cristina hacia atrás, se puso de rodillas sobre el sofá y acercó su monstruoso pene sobre el coño de Cristina. Tras lanzar un chorro de lubricante salpicando su polla y el pubis de Cristina procedió a insertar su miembro lentamente.

Ella se sentía completamente atacada por todos los frentes y se podía percibir desde la cámara. Sus manos buscaban que los cuerpos que la intentaban penetrar no se excediesen. Clemente ya oscilaba sus caderas metiendo y sacando el pene de la boca de Cristina y Cristina sostenía su cuerpo intentando no hacerle engullir su pene hasta la campanilla. Mientras, con la otra mano empujaba torpemente el pecho de Celestino que estaba insertando su vástago dentro de ella con cara de vicioso. Era una guerra que ella daba por perdida puesto que los dos, padre e hijo, estaban follándosela por la boca y por el chocho sin ninguna contemplación.

Celestino embestía cada vez más fuerte y ella iba arqueando su cuerpo para poder acoplarse mejor en cada embestida. Clemente aprovechaba que la cabeza de Cristina estuviese en una posición más propicia para intentar meterle los huevos dentro de su boca.

Yo permanecía recostado en mi silla con la polla al aire y erecta alucinando con esa morbosa escena. Mis manos estaban agarradas al reposa-brazos como si estuviera montado en una montaña rusa. Las palpitaciones eran tan fuertes que mi polla oscilaba como si la estuviese moviendo una tercera persona. Sentía rabia y miedo, y pese a todo estaba excitadísimo.

Tanto padre como hijo no cejaban en su empeño de perforar a mi mujer, hasta que Clemente sacó la polla de la boca de Cristina y, tras un breve rugido, se masturbo sobre la cara de Cristina que mantenía la boca abierta esperando su caliente chorro de esperma.

El padre, sonreía visionando la corrida de su hijo mientras follaba sin clemencia a Cristina. Sonaban los golpes producidos por el choque de sus pubis ahogados por toda esa cantidad de lubricante usado.

Quizá, sintiendo como suya esa mujer, al apartarse el hijo sentándose en el sofa, Celestino sacó bruscamente su polla el chocho de Cristina y se lo metió en la boca para sorpresa de Cristina, que puso una cara de sorpresa, tristeza y sumisión. Con las dos manazas apretó su cara contra su pubis oyéndose los quejidos de Cristina.

  • ¡Aaaoggghm! ¡Mmmghhmhhh!

  • ¡Traga zorra! - rugió Celestino

  • ¡Oooohhh! ¡Mmmmh!

¡Schup! Sacó el pollón de la boca de Cristina.

  • Tengo el culo preparado cariño, pon tu polla a punto - dijo Cristina a Clemente

  • Venga chaval ¡espabila! - exclamó su padre

  • Ssss...ssí - apuró Clemente

Se apartó Cristina de su sitio, se sentó Clemente frente a la cámara y Cristina se puso encima de él lanzandole un chorro de lubricante sobre su pene. Clemente agarraba las caderas de Cristina a la vez que ella bajaba su cuerpo lentamente sobre el rabo de Clemente, mientras se lo insertaba en el formoso culo de Cristina.

  • Le has dicho a tu marido que por el culo nunca te ha dolido - se jactaba Celestino

  • Mi marido aún piensa que me duele el coño - se rió Cristina con la cara llena de leche

  • Grrrr.... ¡Hija de puta! *

  • Está comprobado que tu marido no tiene ni puta idea de follarte.

Celestino levantó las piernas de Cristina y observaba como su hijo meneaba sin éxito las caderas intentando penetrar aún más a Cristina.

  • No me hagas esperar Celestino. - suplicaba Cristina

Y así, Celestino la embistió de golpe haciendo que un aullido escapase de la boca de Cristina. Desde la cámara solo se podía ver el tronco inferior de Clemente, que estaba sentado en el sofá penetrando el culo de Cristina, que estaba sentada mirando a cámara encima suyo. Celestino estaba de espaldas a la cámara y encima de Cristina penetrando su coño a toda velocidad a la vez que se movía ampliamente metiendo y sacando todo su enrome rabo del coño de Cristina. De Cristina sólo se podía apreciar los brazos con los que que abrazaba a Celestino para asir su cuerpo a cada embestida y su coño abierto siendo penetrado por todos lados. El padre levantaba Cristina para hacer que su hijo tuviese espacio para que pudiese embestirla desde abajo.

La visión era espectacular. Sentía tanta rabia que hubiese entrado a casa con un lanzallamas, sin embargo, mi pene permanecía erecto. Me levanté de la silla y me quedé como un pasmarote delante del ordenador, viendo esa escena a lo largo de veinte interminables minutos. No entiendo como mi mujer podía aguantar aquello, los gemidos ocupaban todo el espectro sonoro que podía recoger la cámara.

Al cabo de esos veinte minutos, me entró un placer desde mis músculos pubococcígeos que me recorrió todo el cuerpo. Sentí un placer interminable. Miré hacia el techo y cuando volví la vista a la pantalla, un lecharazo ocupaba parte del centro. Mis músculos empezaron a contraerse y el teclado se manchó también. Me había corrido como un cerdo, sin tocarme el pene.

Los gritos se mantuvieron quince minutos más hasta que Celestino sacó el rabo del coño de Cristina y lanzó su chorro de leche sobre ella, que estaba completamente exhausta sobre Clemente.

Celestino se apartó permitiendo ver a Cristina con toda la cara y el cuerpo lleno de leche de esos dos machos. Clemente alzó a Cristina agarrándola de sus caderas y se levantó del sofá. La leche le iba bajando por su cuerpo y ella estaba tirada, como si estuviera sin energía, en el sofá. Celestino se acercó a su cara y lamió des de su barbilla hasta la nariz de Cristina, que lo miraba sonriente. Tras lamer su cara con los restos de semen suyos y de su hijo y tragárselos dijo:

  • Bueno nena, nos vamos ya que tenemos un caso de una divorciada. A ver si se la puedo enfundar también.

  • ¡Oh! - Es todo lo que Cristina pudo articular de manera suave y placentera.

Y salieron de cámara en total silencio, solo interrumpido por el sonido de la puerta del piso al cerrarse. Cristina permanecía inmóvil en el sofá mirando al infinito.

De repente, una puerta se abre detrás mío.

  • Doctor, le traigo los resultados de las biopsias y me gustaría comentarle que...

La dantesca escena de ver a un hombre con el rabo tieso y un lecharazo en la pantalla y en el teclado, y ver en la pantalla a una mujer llena de semen de arriba a abajo causó ésta pregunta:

  • ¡Oh! ¿Interrumpo algo? - dijo la enfermera sonriente y lasciva...