La camara espia (2)

Berta tuvo que pagar por su error...

LA CAMARA ESPÍA II

Se sube al auto y me pide que nos pongamos en marcha. Le pregunté por sus padres y me dijo que se había demorado porque su padre estaba con unos tragos demás, como de costumbre y no quería que saliera nuevamente, pero que su madre la había autorizado.

Salí muy rápido y me aleje de la ciudad al lugar donde había una serie de moteles. Entré en el que me parecía más cómodo, y luego de ordenar dos tragos y cancelar la habitación a través de una ventanilla, me encontré solo con la muchacha.

Berta daba vueltas por toda la habitación como un león enjaulado, mientras yo ya estaba sobre la cama, bebiendo mi trago. Le dije que se relajara, que se tomara el trago, que no quería que eso fuera una experiencia traumática para ella. Lo hizo, tomo su vaso y comenzó a beber una y otra vez, nerviosa, mientras yo admiraba su juvenil cuerpo, completamente distinto a la delgada de mi mujer. Su ropa humilde, su morena piel, su rostro quizás no muy agraciado, pero la imagen que tenía de ella a través de las cámaras, mas saber que sería yo el que arrebataría su virginidad, era un incentivo a continuar adelante.

Le pedí que se tranquilizara y que se recostara a mi lado. Ella obediente lo hizo. Le ofrecí un cigarro que aceptó e indagué un poco más acerca de su vida. La mayor de 4 hermanos, con un padre que trabajaba en la construcción, con una madre que lavaba ropa ajena, la había obligado a trabajar muy joven.

Se fue relajando poco a poco, hablando un poco más, hasta que sacando el vaso ya vacío de su mano, lo coloquen en velador, junto al mió. En ese momento se volvió a colocar un poco nerviosa. Me acerque a ella, la besé en los labios, beso que tímidamente me correspondió. Suavemente la fui acariciando, y comenzando a desprender de a poco su ropa.

Ya con solo su humilde y gastada ropa interior, me pidió que por favor apagara la luz, pero me negué, debiendo acceder a mis deseos. No era el cuerpo de una diosa, ni nada parecido. A sus 18 años, ya tenía algo de vientre, seguramente por la mala calidad de sus comidas, su piel morena, muy morena, su pobre ropa interior de dos colores distintos, su abundante y poblado sexo, con pelos que salían entre su calzón, sus pechos grandes aunque a pesar de su edad, ya caídos, no era una modelo, pero su juventud y su inocencia, eran un manjar para mi.

Me levante y me desvestí casi por completo, dejándome solo mi ropa interior. Ella ni siquiera me miraba, completamente nerviosa, pagado con creces su error. Me recosté a su lado y la volví a besar, acariciándole suavemente los pechos por sobre la tela, notando como sus pezones habían cambiado de forma y se notaban duros, muy pronunciados, remarcándose notablemente bajo la tela. Le puse su mano sobre mi verga, que durísima esperaba con ansias las caricias de mi joven acompañante. Tan solo con tocarla, se estremeció por completo, y trato de quitarla de esa posición, pero mi mano se apoderó de la de ella, y la orientó en la forma como deseaba ser acariciado. Luego le ordené que me los bajara. Sus ojos fijos en lo que estaba haciendo. Según supe después era la primera vez que veía una verga en vivo y en directo. Antes solo había sentido como su inmaduro novio, menor que ella, se la frotaba por sobre la tela haciéndola acabar solo con roces, pero nunca había llegado más allá que unos simples toqueteos. Sentía su gruesa mano, dura, manos endurecidas por los diarios y sacrificados trabajos, manos echas para trabajar, muy distintas a las suaves y en cremadas manos de mi mujer, pero no menos deliciosas.

Le ordené que me masturbara y así lo hizo, prodigiosamente, como cumpliendo una orden de su amo, tomando el ritmo que yo le ordenaba, la fuerza como me gustaba que me la tocara, todo, siguiendo al pie de la letra cada orden mía.

Mi siguiente orden fue que se la llevara a su boca. Estaba nerviosa, pero siguiendo sus instintos y mi orden, no le quedó mas remedio que agacharse y abrir su boca, para que mi duro miembro arrebatara también la virginidad de su boca. A pesar de su inexperiencia, su mamada era la de toda una profesional. Me recorría con su lengua todo mi palo, para luego abrir lo justo y necesario para que mi verga entrara, acariciándola con el interior de sus mejillas, sacándola, pasándosela por la cara, para luego succionar con mas fuerza aun. Lejos la chupaba 100 veces mejor que mi mujer, mientras mis audaces manos le desprendían su sostén y le acariciaban sus gordas tetas que colgaban mientras hacía su excelente trabajo bucal.

Varias veces estuvo a punto de hacerme acabar, incluso llegue a pensar que ese era el objetivo de tan prodigioso trabajo oral, que yo me descargara en su boca y que ya sin fuerzas, ya no pudiese arrebatarle su tesoro, pero jamás dejaría pasar semejante ocasión, y haciendo uso de toda mi experiencia, apoyado en el alcohol y concentración logre durar el mayor tiempo posible. La hice salir de esa posición y ya con solo sus calzón le tomé la última prenda y se la quité, dejándola completamente desnuda. Sus ojos se cerraron con vergüenza, al verse completamente expuesta ante su jefe. No sabía que su cuerpo ya no era un misterio para mi, sin embargo tenerlo ahí, delante mió y no a través de una cámara, era el premio a mi ingenio de tenerla ahí en esa situación.

Me excitaba de sobre manera la abundancia de pelos en su sexo, sin ninguna preocupación por este, completamente natural abarcándole incluso hasta el interior de las piernas. Con sus manos sobre su rostro no podía ver mi cara, extasiada de placer con lo que veía, y sin mas preámbulos, metí mi cabeza entre sus piernas sintiendo el delicioso aroma de su sexo, antes dejado levemente en mi almohada, y ahora sintiéndolo directamente de la fuente que lo generaba.

Su olor a hembra era muy fuerte, sin ningún tipo de aseo previo, y eso antes de provocarme algún rechazo, me excitaba mas aún y sin dudarlo ni un segundo, mi lengua comenzó a lamer degeneradamente esa abertura introduciéndose lo mas adentro que mi largo de lengua me lo permitiese.

Berta, antes de comenzar a sentir placer, se puso muy nerviosa. A veces con sus manos trataba de sacarme de ahí, pero yo extasiado con sus jugos seguía intruseando su sexo con mi lengua, hasta que conseguí sacarle el primer gemido de placer.

Sus gemidos poco apoco fueron saliendo cada vez mas seguidos, mas espontáneos, hasta que comenzó a disfrutar sentir la lengua de su jefe al interior de su sexo. A veces le preguntaba si le gustaba sentirme ahí y silenciosamente me decía que sí.

Cuando la tuve muy lubricada, me salí de ahí con intención de llevarme lo que había venido a buscar. Ella sabía lo que venía, tapó su rostro con sus manos, y dejó que mis manos abrieran sus piernas para luego meterme entre ellas. Se las separé a mi antojo, miré su poblado y velludo sexo, a centímetros de alojar mi verga, y apuntando con mi mano la dirección exacta, ejercí una leve presión, entrando solo unos pocos centímetros, sacando de su boca un fuerte gemido de dolor. Aún con toda la calentura que tenía, lo hice suave, paulatinamente, fui ejerciendo una suave presión, encontrándome con un extraño obstáculo que impedía que mi verga entrara, hasta que un fuerte grito de ella, clavándome las uñas en la espalda y el avance significativo de mi verga, mas una extrema humedad en mi verga, me indicó que su virginidad ya era historia.

Sentía un placer físico, lo reconozco, pero ni comparable con el placer psicológico de saber que esa muchacha me estaba entregando su virginidad. Ya sin ese obstáculo mi verga se sumergía en su ensangrentado sexo, y continué penetrándola una y otra vez, siempre suave, tratando de que su sexo se acostumbrara a mi miembro, pero el dolor que ella sentía era mucho y después de un rato, cuando sentí un leve sollozo, la dejé descansar.

Ella tenía su rostro tapado con sus manos, y aun sin verla sabía que estaba llorando. Me dio un poco de pena arrebatarle su virginidad de esa forma, pero de todas formas había disfrutado de sobre manera esa pequeña sesión de sexo, aun sin acabar.

Le dije que era una gran mujer y que siempre dolía así al principio, pero que después lo disfrutaría. Me levanté, eche a correr la ducha y saliendo del baño le dije que se duchara. Ella se levantó, muy tímida, tapándose con una sábana, por sus piernas escurría un poco de sangre. La dejé sola, mientras veía en las sabanas de la cama, una gran mancha de sangre como testigo de nuestro acto.

La dejé que se duchara por mucho rato, mientras ordené que nos trajeran dos tragos mas Al salir de la ducha, envuelta en una toalla, se notaba distinta. Su rostro ya no estaba tan nervioso y cuando le ofrecí el otro trago, y le dije en broma que brindáramos por su debut, logre arrebatarle una leve sonrisa.

Fumamos un cigarro y ya un poco más relajada, me confesó que hace tiempo deseaba perder su virginidad, y que aun, en todo el entorno en que se había generado todo, yo había sido muy caballero, dándome las gracias por eso. Me comentó de su vida, como todas sus primas habían quedado embarazadas a temprana edad y que por eso su padre la cuidaba en extremo. Me confeso también que estaba muy nerviosa, pero que después de sentir mi lengua ahí, había sentido mucho placer y que deseaba sentirme dentro de ella, y que aunque el dolor fue mucho, a las finales terminó disfrutando un poco y que sentía que con eso, pasaba a una nueva etapa de su vida como mujer.

Yo, con mucho mas experiencia que ella, quizás en un tono paternal, fui hablándole de sexo, de lo mucho que se podía disfrutar, pero que siempre tuviese cuidado con quien se metiera, que las enfermedades infecciosas andaban por todas partes y que si quedaba embarazada, se echaría a perder la vida, etc. Ella también me interrogaba de mis relaciones, de cómo era esto, como era aquello etc.

La vi mucho mas relajada, y acercándome a ella, la besé en los labios. Ella respondió mi beso, suave, mojado, sintiendo su lengua acariciar la mía, con deseo. Mis manos desprendieron su toalla dejándola completamente desnuda y ahora completamente limpia. Le bese sus pechos, acaricie sus grandes y carnosas nalgas, mientras ella se entregaba completamente a mí. Nuevamente le hice bajar hasta mi sexo y sentir las caricias de su boca en mi verga. Luego la hice subir y la volví a besar en los labios. Me besaba con pasión, un beso delicioso, suave, pero profundo, un beso exquisito. Mis manos se metieron entre sus piernas y la comencé a masturbar toda su peluda sexualidad. Mi ingenua Berta ya estaba entregada al placer, y separando al máximo sus piernas dejaba que mi mano le trajinara todo su sexo, gimiendo de placer diciéndome al oído lo mucho que le gustaba que la tocara.

Nuevamente sentí su sexo completamente lubricado, y adoptando nuevamente la posición del misionero, me metí entre sus piernas, y con la misma suavidad se la fui metiendo poco a poco. Otra vez sentí que le dolía, pero cuando le decía si quería que me saliera, ella aguantando el dolor, me decía que me mantuviera ahí, y que solo me moviera suavemente. Mis manos abarcaban completamente sus nalgas, apretándoselas fuertemente y ella mordiéndose los labios gimiendo entre placer y dolor aceptaba mi verga que le arrebataba de una vez por todas su niñez.

Luego de estar así un rato, sin querer acabar sin que ella lo hiciera, me detuve, cuando vi que le estaba comenzando a doler mucho. Paramos, su sexo nuevamente sangraba y mi verga estaba ensangrentada completamente bebimos nuevamente y nos fumamos otro cigarro. A mis preguntas ella me confesó que esta vez, aun con dolor, aunque mucho menos que la primera vez, sentía mucho placer al sentirme dentro de ella. Ya Berta había perdido la vergüenza, con sus piernas juntas y su abundante mata de pelos ante mis ojos fumaba y conversaba de una forma mas relajada. Me confesó que justo esa semana su libido había estado más alta, pero no me confesó de las películas.

Le dije que nos fuéramos a ducharnos para asearnos. Ella misma se levantó, caminó por el cuarto sin vergüenza, completamente desnuda mostrándome todo su cuerpo sin tapujos, y llamándome cuando el agua ya estaba caliente.

Nos duchamos juntos. La hice apoyarse contra la pared y con mis manos enjabonadas, me puse detrás de ella y le enjaboné sus tetas, su sexo, sus carnosas nalgas, mientras ella se entregaba por completo a las caricias de su jefe. Apoyando sus manos contra la pared, levantaba su culo, ofreciéndomelo completamente, y mis dedos lavándoselo meticulosamente. En la misma posición, con sus manos apoyadas en la pared, nuevamente se la metí, esta vez, ya no le dolió mucho y me aguantó sin muestras de dolor, solo placer. Mi verga completamente lubricada se perdía por detrás de mi niñera, amasándole las tetas con mis manos enjabonadas, mientras el agua caliente nos cubría. Ya de tanto contenerme, aun excitado, mi verga había alcanzado una dureza increíble y mientras me la follaba de pie, por detrás, mi Berta alcanzó su primer orgasmo con una verga dentro de su sexo, gimiendo como una perra llena de placer.

Mi excitación estaba al máximo, pero no se por que no acabé, quizás por miedo a embarazarla, aunque fingí hacerlo para levantar el ego de la muchacha, apretándole fuertemente sus tetas, acariciándole degeneradamente fuerte su gran culo y diciéndole que tenía una concha exquisita y que se la estaba llenando de leche. Sus gemidos se escuchaban por todo el cuarto, haciéndome sentir como todo un semental al poder sacar esos gemidos de esta joven muchacha e inexperta muchacha.

La dejé muerta, había alcanzado un orgasmo monstruoso, y aun así seguía apretando con su sexo, mi enorme verga con sus músculos vaginales, gimiendo ya mas tranquila tratando de alcanzar su respiración normal. Me sentía todo un hombre al salir de la ducha con la vara bien alta, con mi verga un sin acabar aun, dura como una roca, y con la muchacha ya con dos orgasmos en su cuerpo.

Nuevamente descansamos en la cama, fumándonos un cigarro tras otro .Se notaba que Berta estaba pasando un momento muy agradable, estaba contenta, dichosa, y ni siquiera se acordaba de todo lo que había derivado llegar a esa instancia.

Me preguntó como ella era como mujer, y le dije que era toda una hembra, alabando de sobre manera su forma de hacerme sexo oral, confesándole, y sin mentirle que era el mejor sexo oral que me habían dado nunca. Le gustó mucho escuchar eso, según ella, de un profesional y después de descansar unos minutos, bajó hasta mi verga y trató de superar su trabajo anterior con la boca.

Sus mamadas eran deliciosas, se metía casi toda mi verga a su boca, llegando hasta su garganta, para luego sacarla suavemente, frotarla con el interior de sus mejillas y pasarla por su boca, incluso con pequeñas mordidas, y haciéndola sonar mientras me la chupaba, acariciándome con una mano las bolas y con la otra, masturbándome.

Su boca estaba deliciosa, y ordenándole que se colocara sobre mi, terminamos haciendo un 69 espectacular, pasándole toda mi boca por su sexo y su raja, mientras ella continuaba su excelente trabajo.

Su trabajo oral al poco rato me tenía listo, sentía mi verga apunto de explotar y sin importarme donde terminaba mi semen comencé a botar a borbotones mi leche. Sorprendentemente Berta en vez de retirarla de su boca, la mantuvo ahí, tragándose todos mis mocos, pero a la vez, acabando de la misma manera en mi boca, la que se llenó de los jugos de placer de mi niñera.

La verdad, me dejó muerto, el alcohol y el sexo me había dejado exhausto, quedando muerto sobre la cama con el cuerpo desnudo de la joven y humilde muchacha sobre mi, con su sexo húmedo sobre mi boca, mientras ella con suaves lamidas me limpiaba mi palo.

Ya era tarde, le dije que nos levantáramos, nos vistiéramos y nos fuéramos. Manejé en silencio, mientras ella me acariciaba por sobre el pantalón mi verga ya inerte inmune a sus caricias. La dejé nuevamente a una cuadra de su casa, me besó en los labios, pero casi sin ganas le respondí. . Me dio miedo de lo que pasaría de ahí en adelante. Jamás cambiaría todo lo que tenía por esa muchacha. Pensé en mi mujer, en mi hija, realmente me daba miedo pensar que la muchacha hablara algo o mezclara el sexo con amor. Advirtiéndole que lo que había pasado, solo quedaría entre nosotros, Berta se bajó de mi auto y se fue, abriendo la humilde reja de madera de su casa.

Afortunadamente al otro día, Berta no iba a la casa. Pasé todo el fin de semana, asustado, pensando que la joven muchacha podía llevar a una catástrofe mi matrimonio. Pensaba en su cuerpo y una mezcla de repugnancia, al compararlo con el espectacular cuerpo de mi mujer, toda refinada, pero a la vez, recordaba nuestro fogoso encuentro, su gran culo carnoso, su juventud, su sexo velludo y sus deseos de experimentar. Recordaba mi verga en su boca, lejos mucho mejor que las escasas mamadas de mi mujer. Como me dejó acabar en su boca y como me dijo que le gustó mi sabor y que cada vez que yo quisiera, ella se tragaría mi lechecita, mientras que para lograr que mi mujer me la chupara, me costaba un siglo. Era un montón de ideas que llegaban a mi mente, y optando por lo sano, pensé en no volver a pecar con Berta.

El día lunes siento que Berta llega a mi casa. Mi señora abrió la puerta y volvió a arreglarse para ir al trabajo. Yo muy nervioso enfrenté solo a Berta para ver como reaccionaba. Actué como si nada hubiese pasado, mientras la muchacha actuaba con más naturalidad conmigo, siempre en su rol de empleada, pero con una mirada como diciéndome que me había perdido el miedo.

Ese día, aparte de eso no pasó nada. Y al llegar en la noche, traté de intercambiar las menos palabras posible con ella y siempre en presencia de mi mujer. Así el martes y el miércoles, pero el jueves, cuando se escuchaba en el baño, a mi mujer secándose el pelo, entré a la cocina a buscar jugo de naranjas. Berta apoyada en el mueble de cocina mirándome fijamente y yo agachándome dentro del refrigerador. Al levantarme llevando la botella de jugo de naranja en mi mano, veo que Berta se había bajado sus pantalones de buzo, mostrándome todo su sexo, y con la mano metido en el, se masturbaba mirándome fijamente diciéndome que me había echado de menos. No supe como reaccionar, puse cara de enfado y sabiendo que mi mujer no escucharía le dije sin hacerle nada, eso no me gustó y que después conversaríamos.

Desayuné muy nervioso, con miedo a lo que había desatado. Salí con mi mujer en mi auto, la dejé en su oficina, y sin pensarlo, volví a mi casa. Entré lleno de rabia encontrando a Berta aun en la cocina. La tomé fuertemente de los brazos, la zamarreé y le dije que no quería nunca mas se repitiera eso en mi casa. Ella se asustó y me pidió perdón diciéndome que había echo eso, pensando que me gustaría. La ví tan indefensa, tan sumisa, entregada a mi, y la imagen de su velludo sexo masturbándose ante mis ojos, que no me aguanté las ganas y bruscamente, la di vuelta y apoyado en el mueble de cocina se la metí sin contemplación, follándomela como un animal.

Trataba de terminar esa peligrosa relación, pero me calentaba mucho sentirme tan macho, y incluso arriesgándome, la iba a dejar mas seguido, desviándonos al mismo terreno baldío que habíamos ido la primera vez, para follar como loco con mi niñera. A veces volvía antes del trabajo y controlando a mi mujer por teléfono, calculando el tiempo en que volvería, me metía al baño con ella y me la follaba bruscamente como descubrí que a ella le gustaba.

Quise muchas veces cortar esa relación, pero Berta me buscaba, y era tan bueno el sexo con ella que terminaba siempre cediendo a sus insinuaciones.

Cada vez me ponía mas brusco con ella, tratando de que ella desistiera, pero sin encontrar ni un reparo en mi actuar, siempre abierta a descubrir y a probar el sexo. Su ano en todas esas sesiones no fue una gran prueba, ya que cuando lo intenté, inmediatamente medió la pasada.

Estaba muy nervioso, aun cuando me compré condones para usarlos con ella, a la finales terminaba sacándomelos para sentirla plenamente. Y aun comprándole pastillas anticonceptivas, Berta terminó por embarazarse, creándome un lió, que hasta el momento no puedo solucionar.

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