La cama de mamá
M/F, incesto.
Mi madre y yo vivíamos solos desde hacía ya cuatro años. Mi padre se había largado con una secretaria suya diez años más joven que él y no habíamos sabido nada más de él después del divorcio, salvo por los recibos de la paga que estaba obligado a darnos.
Los primeros meses de nuestra vida en solitario habían sido algo duros, pero mi madre pronto se repuso del duro golpe y se puso a trabajar de ayudanta de mi tía en la tienda que ésta tenía. Así, y con los recibos de mi padre, podíamos salir adelante, aunque sin muchos lujos y ahorrando bastante.
Mi madre era una mujer austera que no se preocupaba excesivamente por cuánta ropa tenía o por aparentar lo que no era. Sin embargo, era mucho mejor que otras muchas que, por ejemplo en nuestra propia casa de vecinos, se vestían lujosamente y hablaban con un tono afectado que no se correspondía con lo que después se oía en sus cocinas.
No es que fuese una mujer atractiva o sexy en el sentido estricto de la palabra, pero mi madre tenía un encanto especial que mi padre no había sabido apreciar, pero del yo sí era consciente. Medía alrededor de un metro sesenta y cinco, tenía el pelo moreno y un cuerpo bastante relleno. Sus medidas, según pude enterarme algo más tarde, eran 98-75-107, lo que la convertía, como he dicho, en una mujer algo gorda, aunque sin llegar a ser desagradable.
Otras características reseñables incluían una piel muy blanca (con pequeños lunares aquí y allá), una cara bastante agradable con ojos verde oscuro, unas piernas no muy largas y gordas (pero bien formadas) y un culo amplio y nada flácido. Era sin duda lo que se suele considerar una pechugona.
En cuanto a su carácter, mi madre siempre había sido una mujer muy de su casa, tímida y reservada. Sus amigas se contaban con los dedos de una mano y sus contactos con la vecindad eran los estrictamente necesarios para mantener con ellos una relación de mera cordialidad. En casa, aparte de hacer las tareas domésticas (en las que yo la ayudaba todo lo que podía), se dedicaba a pintar cuadros y a leer, aficiones a las que se entregaba con gran entusiasmo y que habían sido las que le habían permitido olvidar lo sucedido con mi padre.
Yo era por aquel entonces un chico de dieciseis años, de un metro setenta y cinco de estatura, pelo moreno y complexión delgada. No era precisamente un Apolo, pero tampoco se podía decir que era feo. Hasta entonces no había tenido ni la más mínima experiencia con chicas, ya que nunca había salido con ninguna en plan de novios, de modo que mis enfurecidas hormonas me obligaban a masturbarme regularmente.
Los problemas comenzaron cuando empecé a ver a mi madre como a una mujer y no como a una madre y empecé a tener erecciones cuando ella estaba conmigo. Era algo realmente grave (o al menos eso me parecía a mí) y yo tenía grandes sentimientos de culpa. A pesar de ello, mi excitación en su presencia no hizo más que aumentar, y aumentar de forma alarmante, ya que llegaba a tanto mi excitación cuando ella estaba conmigo que sentía el impulso de mostrarle mi pene erecto para ver su reacción.
Afortunadamente, ese impulso, llamémoslo "suicida", nunca llegó a dominarme y conseguí evitar hacer aquello, aunque varias veces estuve a punto de caer en aquel acto de exhibicionismo. Lo que hice para no llegar a ese extremo fue meterme en el baño cada vez que sentía el impulso y hacerlo desaparecer eliminando la excitación de la única manera en que podía hacerla desaparecer.
Sin embargo, mi madre no hacía nada que me ayudara a conseguir ese dominio de mis hormonas, ya que algunas de sus costumbres chocaban de lleno con mis intereses. Recuerdo que a veces, curiosamente sobre todo después de la ida de mi padre, me llamaba cuando había terminado de ducharse para que le llevara una toalla, que supuestamente había dejado olvidada encima de su cama. Yo iba a recogerla inocentemente (bueno, quizás no tan inocentemente) y se la llevaba al cuarto de baño, donde ella me esperaba dentro de la bañera sin taparse. Por suerte, siempre estaba vuelta de espaldas, pero eso no impedía que viera su voluptuoso culo y los lados de sus balanceantes y grandes pechos.
Aquel tipo de favores se vieron poco a poco complementados con otros como un "¿me desabrochas el sujetador?" cuando estaba sólo en ropa interior, un "¿me podrías lavar la espalda?" que me permitía ver su culo aún más de cerca, etc. Todos ellos me provocaban la lógica erección y me hacían correr a algún sitio tranquilo donde poder masturbarme frenéticamente.
Toda aquella especie de "precalentamiento" me llevó a ser descubierto una noche en la que estábamos en el salón viendo la televisión. Mi madre llevaba puesto un ajustado camisón que le estaba pequeño y en un momento dado tuvo que agacharse a coger algo del suelo, lo que me permitió ver su amplio culo cubierto tan sólo por unas pequeñas braguitas celestes, ya que el camisón era tan pequeño que al agacharse se había ido hacía arriba. Mi erección fue rápida y tan duradera e intensa que tuve que levantarme del sofá e ir al cuarto de baño a descargar la tensión. Ni me preocupé por el hecho de que en el pantalón de pijama se debía haber reflejado claramente lo que me pasaba, así que después de hacer lo que tenía que hacer, volví con mi madre al salón.
Cuando me senté, ella me miró de forma extraña, como sonriendo acusadoramente, y me preguntó:
-¿Qué? ¿Ya lo has hecho?
Yo me quedé perplejo durante unos segundos y respondí tartamudeando:
-¿El... el qué?
-No sé, como llevabas ese bulto en el pijama... -dijo sonriendo de forma pícara.
-Ma... mamá, perdona... yo... no quería...
-Bah, no te preocupes, cielo, es perfectamente normal que te pasen esas cosas; estás en la edad en la que pasa eso, o más bien, en la que empieza a pasar eso...
-Ah...
-Es muy normal que se te ponga dura la colita cuando estoy cerca o me agacho o vienes a darme la toalla y me ves el culo, etc. El que yo sea tu madre no debe preocuparte, porque yo estoy aquí para ayudarte en todo lo que pueda. Quizás enseñarte el culo de vez en cuando no sea lo más adecuado, pero lo hago con buena intención, para que veas algo de vez en cuando y no tengas que recurrir tanto a la fantasía -me dijo.
-Ah, bueno... Pero, ¿a ti no te importa hacerlo?
-No, para nada; es más, me gusta que me veas el culo... Es que hace tanto tiempo que no estoy con un hombre que... bueno ya sabes...
-¿No lo has hecho ninguna vez desde lo de papá? Oh, perdona, no he debido preguntarte eso... -me arrepentí.
-No, si no me importa decírtelo... No, no he estado con ninguno desde entonces y echo mucho de menos tener a uno al lado en la cama...
-Vaya, bueno, si quieres... yo podría dormir contigo en tu cama... Por lo menos tendrás a alguien a tu lado -le propuse.
-No me gustaría que tuvieras que hacer eso... Vamos, si no quieres...
-Pero, si quiero... A mí no me importa si eso te va a hacer feliz...
-Gracias, cariño, eres un cielo... Me haces muy feliz con eso, no me gusta nada tener que dormir sola y lo hago desde que tú cumpliste los once.
-Pues entonces, si quieres esta noche duermo ya contigo...
-Perfecto...
Alrededor de las once de la noche de aquel viernes, mi madre y yo nos fuimos a la cama. Me lavé los dientes y me dirigí al dormitorio de mi madre, donde ella ya me esperaba metida en la cama. Me sonrió y me dijo que me metiera, que iba a apagar la luz. Yo así lo hice y me acurruqué bajo las sábanas y el edredón. Mi madre me atrajo hacía sí y me dio un abrazo y un beso en la mejilla. Sus pies jugueteaban con los míos bajo las todavía frescas sábanas y yo me empecé a poner erecto como de costumbre.
Mi madre no se dio cuenta y pronto se puso boca arriba y se quedó dormida. Aún llevaba puesto el mismo camisón, que ahora se le había subido hasta casi dejar descubiertas sus bragas. La carne es débil, y en aquel momento desde luego lo fue, porque con mi pierna derecha noté lo de su camisón y al entrar en contacto con su suave piel, mi erección se hizo tan insoportable que sentí la apremiante necesidad de darme placer.
Coloqué una mano sobre el muslo izquierdo de mi madre y comencé a sobarlo mientras con la otra mano acariciaba mi endurecida virilidad. Su suave y firme piel (algo no demasiado común en mujeres de 40 años, como después he podido comprobar) me cautivó de tal forma que no pude evitar meter la mano por debajo de su subido camisón para colocarla sobre su vulva cubierta por las bragas. Hice un poco de presión hacia abajo descubriendo lo esponjoso que era lo que había debajo de la exigua prenda celeste, que no era otra cosa que su denso vello púbico.
Habiendo descubierto éste, mi mano fue inconscientemente a uno de sus grandes pechos y empezó a tocarlo suavemente a través de la tela del camisón. Noté sus pezones a mi paso por la zona central inferior de su pecho, pero retiré la mano justo después de tocarlo ante un movimiento del cuerpo de mi madre que me indicó que su sueño era algo ligero.
Pasados unos cinco o diez minutos en los que traté de dominar nuevamente mis impulsos, volví a sucumbir ante la enorme atracción que la carne ejercía sobre mí. Coloqué de nuevo una mano sobre su muslo izquierdo y lo acaricié de arriba abajo durante unos instantes. Luego volví a llevarla hasta la parte frontal de las bragas. Aplasté de nuevo su vello púbico haciendo presión a través de la fina tela, pero la tentación de ir más allá de ese ya arriesgado acto me llevó a tirar muy despacio de la prenda hacia abajo desde la parte central superior. Una vez a tiro, mi mano se colocó sobre la ahora desnuda vulva de mi madre y comenzó a acariciarla sin hacer presión hacia abajo.
Excitadísimo al haber llegado tan lejos, llevé mi otra mano a mi pene, que saqué de debajo de mi pantalón de pijama, y comencé a masturbarme. El hecho de tener la mano puesta sobre lo más íntimo de mi madre y de haberle bajado un poco las bragas hizo que mi eyaculación no se hiciera esperar más de un minuto. Mi esperma salió con mucha fuerza y llenó todas las sábanas, algo a lo que yo no di mayor importancia, tal vez porque estaba más preocupado por que mi madre no se despertara.
Una vez acabado mi clímax, retiré la mano de la vulva de mi madre, pero no me atreví a dejar sus bragas como estaban por miedo a despertarla. Lo que hice fue darme la vuelta y tratar de dormir, aunque no fue nada fácil después de lo que había hecho. No es que sintiera muchos remordimientos, era sólo que jamás había tocado a una mujer ahí y eso es algo que no se olvida la primera vez.
Por la mañana, me levanté yo primero y me puse a ver la televisión, práctica muy habitual en mí los sábados por la mañana. Luego llegó mi madre, sonriente como casi todas las mañanas, y me dio un beso en la mejilla.
-¿Qué tal has dormido? -me preguntó.
-Bi... bien -respondí algo turbado temiendo que sospechara algo.
-¿Tuviste un pequeño accidente?
-¿Cómo?
-Las sábanas están manchadas en tu lado en varios sitios. Son como gotas gordas y un pequeño charquito... -me dijo sin perder la sonrisa.
-Eh, yo... No sé...
-Yo sí sé lo que pasó, cariño... Jugaste con tu colita mientras jugabas con mis braguitas...
-Yo... Mamá... No...
-Tranquilo, cielo, no estoy enfadada... Estoy contenta de que te guste tocarme el chocho y las tetas...
-Pero...
-Estaba despierta, cariño, y me gustó mucho que me tocaras...
-¿De verdad?
-Sí.
-¿Y me dejarás tocarte otras veces?
-Claro que sí... A mamá le gusta que su niño aprenda con ella y juegue con sus cosas ricas...
-A mi también... Me encanta tocarte el chocho y las... tetas.
-¿Quieres que mamá te las enseñe? -me preguntó dejándome atónito.
-Eh... sí...
-Bueno, pero tú me enseñarás la colita también, ¿no?
-Eh... eh... claro... claro que sí...
Mi madre, que hasta entonces había estado sentada a mi lado en el sofá, se puso de pie enfrente de mí y se quitó el camisón. Se quedó sólo con sus exiguas bragas celestes puestas, tras las cuales se adivinaba la negrura de su tesoro mejor custodiado. Sus grandes tetas no eran excesivamente firmes (colgaban un poco), pero sus pezones y areolas estaban situados en un lugar en el que no miraban hacia abajo, sino hacia el frente, casi diría que hacia arriba.
-¿Te gustan? -me preguntó mi madre.
-S... sí... -dije yo nerviosamente.
-Bueno, pues ahora te toca a ti...
-Sí, mamá.
Con las manos temblándome, me fui bajando el pantalón del pijama. Luego, agarré mis calzoncillos largos y los bajé, haciendo que mi pene erecto saltara de un respingo de debajo. Mi madre se quedó mirándolo fijamente mientras yo terminaba de quitarme la última de mis prendas. Su mirada era la de una mujer seria, pero seria por el deseo, ya que la notaba tensa y excitada. Yo temía que mis 14 cm le parecieran demasiado poco, pero ella sonrió y llevó sus manos a ambos extremos de sus bragas, deslizándolas despacio a lo largo de sus carnosos muslos blancos. Su densa vulva negra casi triangular apareció ante mí, y una extraña sensación recorrió mi virilidad.
-¿Qué tal? -me volvió a preguntar.
-Eres preciosa, mamá... -le dije.
-Gracias, cielo. Tenías ganas de verme el chochito, ¿eh?
-Sí, mamá, muchas...
-Yo también tenía ganas de verte la colita, y me gusta mucho... ¿Quieres que mamá juegue con ella un poco mientras tú juegas con mis cositas?
-Claro, mamá...
-Pues venga...
Mi madre no se lo pensó dos veces y se sentó a mi lado en el sofá. Me dio un suave beso en los labios y luego recorrió con una de sus manos mi pecho y mi abdomen hasta llegar a mi verga.. Ésta tenía medio glande visible y ella lo primero que hizo fue describir círculos con uno de sus dedos alrededor del orificio de mi pene. Eso nada más casi me hizo eyecular, pero no lo hice y empecé a estrujar las tetas de mi madre, que estaba de rodillas a mi lado. Ella siguió centrada en mi virilidad y comenzó a masturbarme lentamente.
Yo llevé una mano al poblado coño de mi madre y lo acaricié como había hecho la noche anterior. Luego descubrí su raja y la recorrí por donde pude con dos de mis dedos. Mi madre jadeaba y suspiraba de vez en cuando, acariciándome el pecho y el abdomen con la mano que tenía libre. Mi eyeculación se acercaba y mi madre lo notó, retirando su mano de mi erección. Acercó su cara a la mía y me empezó a besar en los labios suavemente. Eran pequeños besos breves y al final un pequeño mordisco en mi labio superior.
-Cariño, ¿quieres que mamá te chupe la colita? -me preguntó.
Esta vez sí que me dejó de piedra, pero yo no me podía resistir a eso y también sucumbí.
-Sí, mamá... Pero con lo de anoche y después de haber orinado esta mañana estará sucia, ¿no? ¿Quieres que me duche?
-No, cielo, a mamá le gustará el saborcito de la colita de su niño... Tenía muchas ganas de poder chupártela... Verás que gustito te da mamá...
Mi madre se puso de rodillas en el suelo entre mis piernas y bajó la cabeza hasta que mi pene estaba a tiro de su boca. Sin que yo me diera cuenta, comenzó a lamer la punta de mi glande con la punta de su lengua. Describió varios círculos lamiendo todos los líquidos preeyaculatorios que encontró y luego empezó a bajar y subir recorriendo toda la longitud de mi miembro con su lengua. Parecía gozar con el sabor de mi pene, que llevaba dos o tres días sin lavar y murmuraba indicando que le gustaba su sabor.
Después de lamerlo por fuera, mi madre metió mi pene en su boca y comenzó a bajar y subir con los labios fuertemente apretados alrededor de mi verga. Era una sensación maravillosa estar dentro de su húmeda boca, que tan ávidamente chupaba mi pene. Dos o tres minutos después de empezar, un potente chorro de esperma salió disparado de mi pene y cayó dentro de la boca de mi madre. Yo temí que no le gustara, pero degustó y tragó hasta la última gota de mi semen, el semen de su niñito que ya se estaba haciendo un hombre.
-Mmm, cariño, me ha encantado chuparte la colita...
-¿De verdad?
-Sí, estaba un poco sucia, pero a mamá le gusta eso... Bueno, cielo, ahora vamos a vestirnos y vamos a ir a comprar varias cosas por aquí por el barrio.
-Mamá...
-Dime, cielo.
-¿Me dejarás alguna vez... que... ?
-¿Que me metas la colita en el chocho?
-Sí.
-Claro que sí, mi cielo... Cuando pasemos por la farmacia compraré dos cajas de preservativos para que mi nene pueda meterle la colita por el chocho a mamá, ¿vale?
-Genial, mamá.
-¿Sabes? Tengo muchas ganas de tener tu colita en mi chochito... Verás que gustirrinín te da mamá...
Con la cabeza ardiendo en deseo, fui con mi madre a la compra. Compramos muchas cosas, sobre todo cosas que a los dos nos gustaban para picar. Finalmente, mi madre me dijo que fuera hacia casa, ya que ella iba a pasarse por la farmacia. Cuando llegó a casa, mamá sacó de su bolso dos cajas de veinticuatro preservativos y otra caja de pastillas.
-Mira, cariño, he traído los preservativos y unas píldoras que mamá se puede tomar si quieres hacerlo sin preservativos y correrte en mi chocho. Verás qué bien nos lo vamos a pasar...
-Sí, mamá, yo quiero hacerlo sin preservativos...
-Pues como tú quieras, cielo... A mí también me gustará más que me la metas sin preservativo...
-¿Cuándo lo vamos a hacer, mamá?
-Yo ya tengo ganas... Si quieres nos podemos ir a mi cama y...
-¡Vale, mamá! -dije entusiasmado.
Mi madre se me acercó y, allí mismo en el salón, me quitó la ropa. Luego se la quitó ella con la excepción de las bragas, que seguían siendo las mismas de antes, ya que le gustaba utilizar las mismas durante dos o tres días. Finalmente, antes de ir a su habitación, mi madre se bajó las bragas y las echó en el montón donde habíamos dejado el resto de nuestra ropa.
Los dos nos encaminamos hacia su habitación, yo con una erección y ella con sus grandes tetas balanceándose y botando mientras andaba. Íbamos los dos cogidos de la mano y mi madre me apretaba con fuerza. Los dos teníamos muchas ganas de unirnos carnalmente y gozar de nuestros cuerpos.
Por fin, llegamos al dormitorio de mi madre (que desde entonces sería nuestro dormitorio). Mi madre se echó sobre la cama y apoyó la espalda en el cabecero. Abrió las piernas y por primera vez pude vez perfectamente su apetitoso coño. Estaba lleno de pelos, pero éstos se concentraban fundamentalmente en la parte superior, dejando la zona de los labios (muy poco separados y sin pliegues desordenados) más clara. También me fijé en sus pequeños y atractivos pies, con las uñas pintadas de color negro, pero principalmente miré la fruta madura y prohibida ante mis ojos, justo en medio de los gordos y carnosos muslos de mi madre.
-Venga, cariño, vente aquí con mamá para que te dé gustito en la colita... -me dijo cariñosamente.
Yo me subí a la cama y avancé de rodillas hacia ella colocándome entre sus muslos.
-Vamos, nene, métesela a mamá en el chocho...
Yo coloqué mi pene sobre la zona superior de su raja y tengo que confesar que me helé de miedo cuando lo hice, ya que no sabía muy bien dónde estaba su orificio. Recorrí hacia abajo la raja dándole gran placer a mi madre hasta que finalmente encontré la entrada a su vagina.
-Ahora empuja hacia delante, cielo... -me dijo mi madre.
Yo hice tal y como ella me dijo y hundí todo mi bálano dentro de su agujero. Después empujé despacio y mi virilidad se deslizó hacia dentro como si alguien hubiera echado aceite en su vagina. Era algo completamente nuevo y desconocido para mí; sentía el calor, la humedad y las paredes de su vagina apretando mi pene, y sabía que todo aquello estaba dentro del cuerpo de mi madre, la persona que más me quería en el mundo.
Muy lentamente, según ella me aconsejó, empecé a entrar y salir de su cálido agujero de placer. Mi madre jadeaba suavemente mientras yo me hundía en su húmeda y estrecha profundidad y eso me excitó aún más. No podía parar de entrar y salir de su maternal vagina, ya que era el lugar más placentero en el que había estado jamás. No deseaba salir de él e hice todo lo que pude por ir lentamente y dándole placer a ella, aunque, siendo la primera vez, las posibilidades de que llegáramos al clímax juntos eran muy remotas.
Mi madre rodeó mi cuerpo con sus piernas poniendo sus pies sobre mi espalda y la suavidad de sus piernas la pude sentir ahora en mis costados. Éramos una sola carne entonces, como lo habíamos sido años antes, y el placer era inmenso, indescriptible. Ni siquiera nos planteábamos que estábamos cometiendo un acto abominable (o que al menos la sociedad consideraba así), nos concentrábamos en gozar del momento.
Éste empezó a acercarse a su fin, ya que yo sentía muy cerca ya el orgasmo. Mi madre me decía que no parase, que fuese más rápido, y eso hice. Se podían oír ruidos como de chapoteo cuando penetraba su coño y también los gemidos de placer de mi madre, cuyas piernas se cerraron con fuerza detrás de mí. Por fin, un abundante chorro de semen salió de mi pene y comenzó a llenar su cérvix. Mi madre llevó dos dedos a su clítoris y con sólo dos o tres roces se corrió también, con lo que los dos estábamos gozando al mismo tiempo, con nuestros jugos mezclándose en su maravilloso agujero.
Cuando los dos acabamos, yo saqué mi pene de la vagina de mi madre y los dos comenzamos a besarnos en la boca, algo que se prolongó durante varios minutos.
-Cariño, te quiero -me decía mi madre con voz ronca y débil por el placer.
-Yo también te quiero, mamá.
Nuestras relaciones no habían hecho más que empezar aquel día, y a partir de entonces no pasó casi ni una sola noche en la que los dos no uniéramos nuestros cuerpos.