La calle y el limpiaparabrisas (2)

Quien si no, un instrumento erecto, perfecto, alojado en su guarida. Quien si no este moreno fulgurante, tomando lo que es de él.

6

Recuento de los acontecimientos. El encuentro de un moreno de uno noventa, cuerpo de agradecimiento y aptitudes carnales totalmente recomendables, dio un giro a mi vida en este día. El otrora esquivo y reticente al masaje físico, se encuentra ahora exhausto y confundido. Domina mi mente ese espíritu de culpa, del "y ahora qué". Reforzaban mi permanencia en esta habitación, las ganas de continuar explorando la capacidad e inventiva de mi nuevo amante.

Todo estas ideas se agolpan, mientras un cuerpo yace sobre de mi. Sus brazos enormes y desmoronados, mientras sus manos establecen contacto con mi cuerpo, abiertos suplicantes, de que esto no termine. Su cara, su sudor y su respiración fumigan en mi pecho, cualquier duda que me pudiera caber. Una parte de él, me lo agradece, la otra perdida en este tiempo de descanso. Su ombligo peludo, su torso picante, su hombría descansando en mi pierna, aletargada, pero poderosamente atrayente. Hiedra hecha cuerpo que repta sobre mí y me aprisiona. No pienses, me digo, no pienses.

Estoy en desventaja, él perfumado por el baño y yo, apestoso de todo un día de no probar las mieles de la limpieza. Ardo en ganas de continuar esta batalla, pero mi inteligencia me dice que primero debo de limpiar este cuerpo. Comienzo el movimiento de huir al baño, transmitiendo el sentimiento de que permanezca él aquí. Logro mi objetivo y me levanto, mientras él descansa en este sofá.

Algo me dice que debo de cuidar mis pertenencias, tomo mi ropa y me dirijo al baño. Desalojo mis interiores y comienzo la rutina poco común del lavado externo y sobre todo, el interno. Destrabo la pequeña regadera y fustigo cualquier indicación u olor interno. Razono poco a poco, la información que tengo e indebidamente me entran sentimientos de culpa.

Ahora con mis aromas de cítricos y mieles en mi cuerpo, me siento más confiado y el calor me invade. Ese calor de recordar su cuerpo, mis besos y los de él. Cierro los ojos, la espuma y el agua corren en raudales.

Mi tiempo favorito se está realizando, yo con mi mano, continuo tallando, todos mis pliegues y mis carnes. Acudo a mis piernas y mis pies, inclinando el cuerpo, para que mis manos lleguen a esas partes. Ya sin miedo, solo un poco de sobresalto, quizá, me invade al sentir su presencia. Él está exactamente atrás de mí, portentoso, tomando ventaja de mi posición, queriéndose bañar ahora conmigo.

Como ya conté, su erección es de las que se pegan al cuerpo. Está caliente y energizado, tanto que, junta su cuerpo a mis nalgas, abriendo con la parte inferior de su erección mis nalgas. No mames, esos si son tamaños. El grosor de su verga, en su parte baja, es causal de que mi boca sude, con esa saliva que derramo con el agua. No me atrevo sino a abrir mis piernas, invitando a que continúe el movimiento de follar, para arriba, para abajo.

Mi sangre se agolpa, mi erección se pasma. Me incorpora y me abraza por detrás. Pego mis hombros a los suyos, desfallezco en su abrazo. Sus manos se cruzan hacía abajo, circulando mi cuerpo, sin encontrarse en mi. Siento esa fuerza energética que pretende romperme los huesos. Ubico mis manos en sus nalgas, favoreciendo más el contacto. El labio inferior de su boca, lame ese huesito prominente de mi espalda y que nace en la parte posterior de mi cuello.

Estoy quejándome en pequeños gritos callados, de los que solo se oyen en momentos de gran pasión. Sus manos se dirigen a cerrar el agua de la ducha. Siento como cada pelo de su ombligo en mi espalda, junto con un habitante de su cuerpo enorme, desgarra mi desconfianza.

Así mojados, sin quejarme del agua que vamos dejando, caminamos, en esa posición a la recámara. No me ha abandonado. Yo tratando de mirar, pero las sensaciones no me dejan. En la orilla de la cama, sin hablar, hace que me hinque en la orilla, mirando hacia la pared, cerrando ahora los ojos, ante lo que se avecina.

Hincado, siento en la parte de atrás de mi cerebro, como su falo portentoso me ordena que deposite mi torso en la cama. Él se hinca también y comienza la labor de saborear mis nalgas, primero son pequeños mordiscos, en la parte superior de mi camino, luego en una y otra nalga. Siento como sus manos las abren más y su saliva se mezcla en el pelo de mi orificio. Sus lamidas van desde mis huevos hasta mi espalda. Su mano derecha abierta, su dedo pulgar abre mi carne. Lame y lame, huele bien, porqué así me gusta a mi. Es fuerte la penetración de su pulgar, siento como su uña crecida, desvencija mi tubo anal. Algún defecto debería de tener.

Es agresivo en lamerme y penetrarme. Yo con mis brazos abiertos sobre la cama, comienzo a morder la colcha mullida. Siento con mi piel más escondida, lo rugoso de su lengua que me invade. Siento mucha humedad, de la pegajosa, de la viscosa que permanece y favorece.

Se tira sobre de mi, inmacula el contacto. Siento nuevamente como está pegada y orgullosamente erecta su vergota. Besa mis hombros, mi cuello, mi cara de lado. Engarza y entrelaza sus dedos a los míos. Palpita su erección. La dirige de arriba abajo en la unión de mis nalgas. Engancha por instantes su punta en mi ano y continúa calentándome,

Déjamela ir, cabrón, lléname lo que ansío. Digo en mi voz, la del putote que siempre traigo en mi ser.

Su mano indica la dirección de su anaconda. Mi ano se contrae, descapotando su cabeza, en su verga sin circuncisión. Tamaño tal, que desfoga un grito, nuevamente y no de queja. La anatomía carnosa de su instrumento, comienza a abrirse paso en mi pequeña cavidad, abriendo camino. Mi anillo exterior lleva la peor parte.

Estás ardiendo. Su voz corta y gutural, me indica, cual termómetro de esta cogida, la razón de estar aquí.

El guante de mi intestino, saborea la humedad que me provocó su saliva y mi limpieza. Mi anillo interior, mi tacto interior, advierte la forma de su cabeza, de cómo sigue avanzando sin piedad.

Con calma o me matas. Asevero, suplico.

Cada milímetro que entra, crece en dimensiones, ya que su pitote es más grueso en su raíz. Sus manos me aprietan más, me incitan a cooperar, pero no puedo ni moverme, por su peso, ni quiero hacer nada, por peligro de que algo se rompa.

Siempre a un lado de mi cama conservo las pociones para facilitar estos trabajos.

Ponme cremita, no mames guey, está a un lado de la cama. Imploro clemencia ante el tormento de recibirlo así.

Procede al ritual de sacar lo poco que entró y de tomar cantidades respetables del lubricante. Ahora, creo yo, lo esparce en todo él, ahora lo introduce en todo yo.

Reinicia el andar y si, el milagro químico sucede. Ya sin tanto dolor, he perdido tacto, pero un sentimiento de plenitud me invade. Introduce, poco a poco, lento, lento, eso que ahora me está volviendo loco.

Rígido y con mucho cuidado, está plenipotenciario en mi cuerpo. Parece chiste, pero veo estrellas y pronto por mi boca, saldrá el instrumento que me ensarto. No es para tanto, pero los vellos recortados de su pinga, pican en mis nalgas. Estoy cabrón, nunca había tenido algo semejante alojado en mí.

7

Esa energía del macho penetrando, esa varianza de sensaciones que se distinguir, cuando en cada acometida soy suyo, ese nublado mental que se posesiona de mi mente cuando soy cogido, eso que distingue y permanece en cada célula de mis partes sensibles. Todo eso, que él me está haciendo y yo desfalleciendo de placer. Ese golpeteo característico del macho en brama permanente. Todo eso, me hace sentir que le gustó y que está también disfrutando metiéndola y sacándola. Todo el ímpetu que pone en golpear con su cadera mi cuerpo, sus manos apretando las mías, me indican gozo, sabor caliente que me inunda.

Su dureza incólume y con completa garantía, hacen que mi cuerpo produzca líquidos en mi pene. Hacen que revolotee mi cabeza. Sus manos me sueltan y me toman de mis hombros, se introducen en mi pecho, extinguen mis pezones erectos. Su mano derecha, con la que no escribe, porqué es zurdo, toman mi pito y lo chaquetea. Quiere que terminemos juntos, pero yo no quiero terminar todavía esta rara historia. Mi mano izquierda, con la que no escribo, la introduzco debajo de mis huevotes, grandes y pegados a mi cuerpo, señal de que algo va a venir. Palpo el grosor de mi acompañante en este placer, me calienta palpar su rigidez.

Si estábamos antes totalmente uno encima del otro, ahora nos encontramos de rodillas y a la vez erguidos, ya separados de la cama. Cada empuje de su verga, me avienta, cada arremetida de su mano en la mía, hace que declare tempestad.

El gran final de este episodio se acerca, los tambores en mis sienes y oídos, el vaivén de sus movimientos, me acercan a ese climax diferente a los anteriores. Lo admito, me fascina la verga, me fascina hacer que crezcan y que así permanezcan. Su piel me embriaga, su mano agolpa el semen que no tarda en salir. Mi culo hace su labor. Antes de venirse, me la saca toda y sin miramientos me la mete hasta allá, hasta lo perdido que soy. Explota y me inunda, la saca y la vuelve a meter, grita, me enaltece su enjundia. Otra vez va por más y lo vuelve a hacer, vuelve a gritar.

No desaprovecho el nivel de mi calentura y grito ahora yo, apretando las nalgas, tratando, sin poderlo hacer, de cerrar mi ano, para que yo aviente mis mecos en su mano y en la colcha. Aprovecha este instante, para que por tercera vez, lanzar en su venida, más chorros en mi ser.

Caemos al unísono en la cama. Se va a quebrar. Poco me importa lo puto que me siento y satisfaciendo mi gusto, permanece dentro de mi. Enseño mis dientes, mis lágrimas afloran un momento y perplejo me quedo.

Hasta ahora no mucho se ha escrito, espero haber reflejado y espero haber logrado que sientas lo mismo, que yo he sentido.