La calle

Al llegar a su casa haría lo que otras veces; mirarse al espejo, muy maquillada, con el torso desnudo, imaginando lo que harían con ella. Terminaría, de seguro, masturbándose...

La noche era cálida, después de un día bochornoso, cálida y estrellada.  Aquella semana era la segunda vez que pasaba por aquella calle, alejada del centro, con su Nissan Note negro, de segunda mano; su sueldo de maestra no daba para más, para aquel coche y un pequeño pisito en el extrarradio, pero a sus veintisiete años Alena ya habia podido emanciparse y dejar de compartir piso con otras personas, como había tenido que hacer hasta hacia poco.

Sus paseos nocturnos por aquel lugar se habían convertido en un vicio, lo hacía llevando una chaqueta de cuero, recogiendo su larga y rubia cabellera dentro de ella, con su gorra puesta, intentando simular su feminidad, esconder, en lo posible su cara, hacer invisibles sus hermosos pechos. Alena, de madre rusa y padre español, era la perfecta representación de una mujer del este; rubia, alta, de ojos azules y un cuerpo casi perfecto

No era casual que hubiese escogido el viernes, era un día en que la calle estaba concurrida de posibles clientes o simples mirones, esto justificaba su marcha lenta, observando a aquellas mujeres, todas mayores que ella, pero aun apetecibles. Con sus zapatos de tacón alto, incluso vio una con botas de imitación de cuero, sus faldas cortísimas, algunas, las menos, prescindiendo de dicha prenda, cuando pasaba un coche abrían sus chaquetas o sus blusas, mostrando, ofreciendo, sus senos, sus carnes. Se imaginaba siendo una de ellas y esta sola idea la excitaba.

A veces había seguido algún automóvil, al principio para saber dónde iban a ofrecer sus servicios las prostitutas. Después para recrearse como voyeur, aunque poco se veía, más allá del rostro del cliente mientras imaginaba que le estaban haciendo una felación. Cuando había suerte los cuerpos removiéndose en el pequeño espacio que ofrecían los automóviles o, las menos de las ocasiones, verlas apoyándose en el capó, mientras eran tomadas. Era una calle próxima llena de naves industriales, un sitio perfecto para aquellos menesteres nocturnos.

Al llegar a su casa haría lo que otras veces; mirarse al espejo, muy maquillada, con el torso desnudo, imaginando lo que harían con ella. Terminaría, de seguro, masturbándose, acariciando sus pechos, sobándolos, jugando con su clítoris o clavándose el consolador realístico que poseía.

Naturalmente había mantenido relaciones sexuales, incluso alguna pareja temporal. De hecho, tenía bien usados cada uno de sus agujeros, pero aquello, aquello que últimamente deseaba era algo distinto, distinto y oscuro. Cada vez estaba más decidida a hacer realidad su fantasía. ¿Por qué no al día siguiente? O mejor esperar al otro viernes. Los sábados los casados seguro que no iban, solo encontraría jovencitos y no era eso lo que buscaba, lo que deseaba. Así pues, esperaría una semana, una semana llena de ansiedad.

Aprovechó aquellos días para ir de compras: Unos botines, ya que no disponía de ellos, falda de imitación de piel, de color rojo, que le cubria hasta justo debajo de sus nalgas. blusa negra, semitransparente, que dejaba entrever sus tetas y medias rasgadas y agujereadas. Quería ofrecer un cierto aire juvenil y alternativo, destacando así de las demás.

Salió de su casa con una gabardina encima y un pequeño bolso, que no pegaba demasiado con el resto. Aparcó un par de calles antes de llegar a su destino. Simulando sus nervios y el miedo a que alguien la reconociera, se colocó entre dos mujeres, a suficiente distancia de ellas, aún que no paraban de mirarla de forma no demasiado amistosa.

A los diez minutos un potencial cliente paró su coche, Alena se acercó a la ventanilla, agachándose de forma que aquel hombre pudiese apreciar sus pechos.

  • Hola guapa. ¿Cuánto por un completo?

  • Cuarenta, por ser tu.

  • Ya. Sin condón, imagino.

  • Imaginas mal, cariño.

  • Entonces nada, ya me busco otra.

Ni loca iba a follar con un desconocido sin preservativo y menos con un desconocido putero. Tendría que esperar más. Las cosas, ya veía, no eran tan fáciles, o sí, porque a los pocos minutos otro hombre la llamaba, no tuvo tiempo de acercarse a la ventanilla que le abrió la puerta indicando con la mano que se sentara a su lado, cuando lo hizo, el hombre, de unos cuarenta años, musculoso, vestido con una camiseta negra de manga corta y unos tejanos, cerró la ventanilla y oyó el sonido del seguro.

  • ¿Qué haces? Saca el seguro de la puerta. ¡SÁCALO!

  • Cállate o te rajo, puta. ¿Quién te ha dado permiso para estar aquí?

  • ¿Qué? ¿Permiso?

  • Sí permiso, Esta calle es nuestra. ¿Sabes? ¿A qué vienes aquí? ¿A robar el trabajo a nuestras mujeres? ¿Lo haces por dinero o por vicio?

  • Yo… yo solo quería. No...No sabía…

  • Contesta a lo que te pregunto. Joder.

  • Por… Por vicio…No volveré, de verdad, déjeme salir.

  • Saldrás cuando yo quiera.

Paró en la calle de las naves industriales. Allí le ordenó que abriera la guantera y sacara un trapo, sucio de aceite de automóvil y le ordenó que se lo pusiera como una venda en los ojos.  Nunca había sentido tanto miedo. Se preguntaba qué haría con ella. Notó lo que debía ser la punta de una navaja presionando su costado. Ni siquiera se le ocurrió fijarse en las esquinas que doblaba, ni era consciente del tiempo que pasaba, desde que volvió a arrancar hasta el momento en que le dijo que bajara, Que bajara y se esperará al lado del coche. Temblaba, temblaba cuando sintió su mano en su brazo, arrastrándola hasta lo que debía ser una puerta. Oyó cómo la abría, le obligó a bajar unas escaleras, hasta otra puerta que se cerró a sus espaldas.

  • Ya te puedes quitar la venda.

  • Mirad chicos lo que he encontrado robando clientes.

Era un espacio mal iluminado, con un fuerte olor a tabaco. Una mesa donde tres hombres jugaban a cartas mientras bebían lo que parecía ser algún tipo de aguardiente barato. Eran algo más jóvenes del que la había traído allí pero igual de musculosos. Al fondo una puerta y a su lado otra mesa, esta pequeña, donde reposaba un ordenador.

  • ¡Joded! Pues está bien buena. Esta deberíamos llevarla al bareto de la carretera.

  • Lo que tenemos que hacer con ella es darle una buena lección.

Alena, muerta de miedo, temblando y a punto de echarse a llorar no hacía más que suplicar que la dejaran irse de allí, de asegurar que no volvería a hacer aquello.

  • Seguro que no volverás, aunque no serías la primera en hacerlo. Si se te pasa por la cabeza pide por el jefe y te diré las condiciones. ¿Cómo te llamas zorra?

  • Alena…Señor…Me llamo Alena...

  • ¿Alena? ¿Eres rusa o algo parecido?

  • Mi madre…Mi madre lo és, señor.

- Entonces debe ser una puta como tú. Todas las rusas lo sois.

  • Lobo, coge su bolso y mira que lleva.

Le arrancó el bolso de la mano, desparramando su contenido en la mesa: Cuarenta euros, condones, el DNI, un tubo de lubricante y su móvil. Le ordenó que le llevase el móvil y que le dejara veinte euros.

  • Seguro que los necesitará para coger un taxi cuando salga de aquí.

  • ¡Desnúdate!

-No, por favor. le juro que no volveré a hacerlo. Por favor.

  • ¡Desnúdate o te marco la cara!

Sintió el frío de la navaja en su cara. Empezó a desnudarse mientras unas lágrimas recorrían sus mejillas. Vió como él, que parecía ser el jefe, después de exigirle la contraseña miraba el contenido de su móvil.

  • Vaya, esta debe ser tu madre, debió parirte joven pues aún tiene un buen polvo.

  • Ingeniero, vacía el contenido del móvil en el ordenador y tú, quiero una foto de su DNI.

  • No se te ocurra denunciarnos. Te localizaremos y te romperemos las piernas. A lo mejor hasta vamos a hacer una visita a tu madre. Seguro que le gustaría.

  • Llevadla a la habitación y atadla a la cama. Ahora vengo que tengo que mear.

Los tres hombres se abalanzaron sobre ella. La arrastraron mientras ella gritaba que la dejasen.

  • ¡Haced callar a esta guarra!

No hizo falta. Ella misma dejó de gritar, ante el miedo de que le hicieran daño. Daño de verdad.

Atada en aquella vieja cama de barrotes, sobre un colchón sucio y manchado. La habitación era claustrofóbica, con una sola bombilla desnuda colgando del techo. Abierta de piernas, ofrecida a aquellos hombres que parecían fieras a punto de asaltar sobre su víctima. Veía como se desnudaban, como tocaban sus miembros poniéndolos a punto, sonriendo cínicamente, riéndose de ella, haciendo comentarios obscenos. Llorando con lágrimas silenciosas, muerta de pavor, oyó abrirse la puerta.

  • Primero tú, que la tienes más gorda y nos abrirás camino - Oyó sus risas -.

La penetró de golpe, la rompía, solo lubricada por el escupitajo que el muy cerdo había esparcido sobre los labios de su coño. Cerraba la boca, con fuerza, para no darles el gusto de oírla llorar. La penetraba hasta el fondo mientras la insultaba. No la sacó hasta que estuvo a punto para soltar la leche sobre su cara, manchillada. No fue mejor con el segundo que la montó, Le dolía el coño, el cuerpo, las entrañas. Pellizcaba sus pezones. Se reía mientras los otros jaleaban. Otra vez su cara como objetivo de su esperma.

Ya no sentía nada, ni siquiera dolor, solo asco, un asco profundo, su cabeza estaba vacía. Deseaba que aquello acabara, perder el mundo de vista, perder aquello de vista, desmayarse. El único consuelo era ver que los que la habían usado se vestían de nuevo

  • ¡Abre la boca, zorra! Te la vas a tragar toda.

Una sonora bofetada la hizo volver a la realidad. No, no se hizo de rogar, abría su boca sabiendo lo que le esperaba, Se la folló, literalmente le follo la boca, con una rodilla a cada lado de su cuerpo. Se ahogaba, le daban arcadas.

  • No seas tan bruto, la harás vomitar. Esto quedará hecho un asco y aun me toca a mi.

Por suerte estaba tan excitado que pronto echó su chorro en su garganta. Tragó, ya lo creo que tragó. Por fin parecía que aquello terminaría pronto.

Entonces fue cuando sintió lo más parecido a una caricia en su muslo. El dedo masajeando su clítoris. Lo vio de pie al lado de la cama, sonriendo. Su mente abandonó su cuerpo, que respondía a aquellos estímulos, para vergüenza suya. La penetró, ya húmeda, con suavidad, su cuerpo encima de ella. Le temblaban los labios cuando aceptó sus dedos en la boca, lamiéndolos, chupándolos. El dolor parecía haberla abandonado, intentaba contener sus suspiros, no quería poner en evidencia, delante de aquellos hombres, que el placer empezaba a reemplazar al asco.

  • Sois unos brutos. ¿Veis cómo se tiene que hacer? ¿Cómo viciarlas a vuestra polla? Después, poco a poco, harán todo lo que queráis.

Le desataba las muñecas mientras la poseía, ya no podía evitar gemir, abrazar su cuerpo. El orgasmo fue largo y profundo, mientras él se corría dentro, llamándola putita. Abandonó despacio su cuerpo, aún tembloroso, desató sus piernas.

  • Ahora salgamos y dejemos que descanse un rato.

No tenía conciencia del tiempo transcurrido, descansaba sobre el colchón en posición fetal, cuando oyó abrirse de nuevo la puerta.

  • Levántate puta. El jefe quiere algo de ti.

La agarró por los cabellos haciendo que se levantara, sus piernas casi no respondian, la arrastraba hasta la mesa, fuera ya de aquella habitación. Echada. por la fuerza, con medio cuerpo de bruces sobre la mesa, veía su bolso y todo su contenido. Con una patada en cada tobillo alguien le abrió las piernas. Vio su mano cogiendo uno de los preservativos, oyó como abría el sobre.

  • Así me gusta, jefe, sin mierdas de lubricante.

  • Esta zorra lo tiene tan abierto que no le hace ninguna falta. Se ve que es algo que le gusta.

  • Por favor…ya no puedo más.

  • ¡CALLATE! La próxima vez que hagas lo que te has atrevido a hacer no te vamos a tratar tan bien.

  • ¡Joder! mucho quejarse y mirar como mueve el culo.

No era solo el ardor que sentía, también el sonido que proporcionaba cada cachete que recibía, mientras la enculaba con sabiduría. Su lágrimas ya se había secado, ni tan solo le importaba que estuviesen aquellos hombres mirando, comentando, Sus gemidos se mezclaron con sus rugidos.  Cuando sacó su polla sintió un gran vacío.

  • Venga. recoge tus cosas y vístete.

A duras penas pudo coger sus ropas del suelo, sus piernas temblaban, volvía a sentir su cuerpo dolorido.

  • Que alguien le ponga la venda en los ojos. La voy a dejar con las otras, es bueno para el negocio que vea cómo tratamos a quien se salta las normas.

Por el camino le preguntó si había aprendido la lección. Si vivía con sus padres. Qué edad tenía. En de qué trabajaba.

  • JAJAJA. ¿De maestra? Seguro que lo que ganas tú en un mes se lo saca cualquier de nuestras putas en menos de una semana y encima nos ofrecen buenos beneficios.

  • Ya hemos llegado, baja y recuerda; si quieres volver por aquí antes de nada pregunta por mí.

Parecía un pato cojo, apenas podía andar. con su cabello pringoso. Aquellas mujeres la miraban, algunas con cara de compasión, otras sonriendo. Una de ellas se acercó a ella.

  • Dios mío. ¿Qué te han hecho chiquilla? Son unos bestias. Apóyate en mí y buscaremos un taxi.

  • Gràcies, tengo mi coche cerca de aquí - Dijo mientras se apoyaba en ella-

  • ¿Podrás conducir? ¿Seguro?

  • Sí. Sí. Ayúdame a llegar, por favor.

Aquel fin de semana tuvo que guardar cama. Pasaron los días. No volvería allí y por descontado no los denunciaría, eran hombres peligrosos, demasiado peligrosos.

Pero no podía evitar que le aparecieran imágenes en su cabeza, La memoria es selectiva y tal como pasaban las semanas recordaba más los pocos momentos de placer que el dolor que había sufrido. Pero no, no volvería, si lo hacía debía ser aceptando sus condiciones y no habría posibilidad de dar un paso atrás, lo sabía. Tendría que dejar su trabajo, inventarse una vida paralela de cara a sus padres. De ninguna manera caería en ello. No y no.

VOLVIÓ