La cajita

De como mi primer novio se convirtió en mi sumiso (relato femdom)

Lo peor de todo no fue todo lo que le pasó, sino que fue él quien pidió estar en esa condición de sumiso. Eso hizo que toda nuestra relación cambiara completamente.

Pero habrá que empezar por el principio.

Llevábamos un año viviendo juntos, y aunque nuestras relaciones sexuales eran más o menos convencionales, yo notaba que se excitaba más cuando hacíamos algún juego inocente de dominación, como amarrarle con cintas y vendarle los ojos mientras le palmoteaba las nalgas.

Casi sin tocarle, en cuanto se encontraba en esa situación, se corría de manera convulsa, gimiendo de placer entre escalofríos y jadeos.

Eso me producía una cierta frustración, porque caía rendido y me dejaba como una perra en celo.

Por eso, procuraba no darle ese tipo de trato a menudo, ya que, si no sabía que me obligaría a tener que tocarme frenéticamente yo sola después, si quería tener un orgasmo también.

Así estuvimos un tiempo hasta un día que llegué a casa antes de lo previsto.

Normalmente, por mi trabajo, llegaba a la noche después de una larga sesión de fotografías. Sin embargo, ese día, por enfermedad del fotógrafo que normalmente me tomaba los reportajes, se anuló la cita.

Por eso me tuve que regresar temprano y volví a mediodía. Quería aprovechar y comer con él. Pero la sorpresa que tuve fue grande.

Al entrar oí la ducha correr, por lo que supuse que estaba en el aseo.

Entonces fue cuando, al pasar por el salón, miré distraídamente el ordenador que se encontraba encendido.

Allí estaba lo que tendría que haber sospechado y que poco a poco fui entendiendo.

Abiertas había varias páginas: unas eran foros de sumisión y en otras se veían varios recopilatorios de vídeos femdom.

La que tenía maximizada en ese momento era un foro de castidad, donde diferentes usuarios narraban sus experiencias.

Como él seguía en la ducha, tuve tiempo de poder echar una ojeada rápida.

Mi reacción fue un poco extraña porque por un lado estaba enfadada por no haberse sincerado conmigo pero, por otro, empecé a notar que mi excitación hacía que mi coño empezara a mojar mis braguitas.

—Cariño, ¿qué haces aquí?

Me voltee y allí estaba, secándose con una toalla, mientras me miraba sorprendido.

— ¿Qué hago aquí? —le dije —¿qué haces tú? — señalando la página abierta.

A él casi se le cayó la toalla del susto.

—Perdóname, amor. Lo siento, no sé qué decir —repitió bajando la cabeza — Ya sabes que me excito mucho con temas de dominación, no lo puedo evitar. De hecho, quería pedirte, desde hace tiempo, que me hicieras tu sumiso, pero por vergüenza no me atrevía.

Mi enfado iba creciendo por momentos, al igual que la humedad de mis bragas. Sin decirle, nada, salí de casa dando un portazo. Necesitaba pensar.

Caminé sin rumbo no sé durante cuánto tiempo, la mezcla de rabia y enfado con la de excitación era confusa.

«Así que sumiso, pues se va a enterar » pensé, al cabo de mucho.

Cuando volví a casa le encontré en el salón sentado en el sofá, mirando al suelo.

— Tenemos que hablar —le dije sentándome a su lado —si quieres iniciarte como sumiso, aceptaras lo que te diga y me dejarás hacer lo que quiera sin condiciones.

Su cara se sorpresa casi fue mayor que la de antes.

—Sí, cariño, haré todo lo que me pidas.

A partir de ese momento todo cambió. Empezamos a ver juntos los foros y vídeos que él había frecuentado y un mundo nuevo se abrió ante mí. Un mundo donde me sentía poderosa.

Lo primero que hicimos fue comprar un cinturón de castidad (lo llamábamos la cajita), era una como una funda de plástico con un candado. Se lo ponía durante el día y se lo quitaba por la noche para poder lavarse. Ahí era el momento en el que aprovechaba para que me penetrara y poder correrme a gusto.

El problema fue que cada vez él aguantaba menos y me producía una frustración peor. Prácticamente era quitárselo y en cuanto se la tocaba para lavarse un reguero de semen salía sin control.

Aunque él estaba feliz, yo cada día estaba más frustrada y eso me hacía tener un humor cada día peor.

«No puede ser que él esté satisfecho y yo cada vez más frustrada» pensé, al cabo de mucho.

Debido a una infección que tuvo por falta de higiene tuvimos que dejar de usar “la cajita” un tiempo. Eso sirvió para empezar a estudiar mejor el tema. En diferentes foros de sumisión, intenté ver si había alguna manera de resolver mi frustración. Conocí, en esos días, algunas amas mucho más experimentadas que me ayudaron mucho.

—Cambia el chip, cariño —me decían —Tu placer es lo primero.

Después de muchos mensajes y la visita a un urólogo amigo nuestro, empecé a tener otra visión.

Cambiamos “la cajita” por otra de mayor calidad. La nueva era de acero quirúrgico y estaba formada por anillos que se acoplaban de tal manera que no permitía quitárselo de ninguna forma.

Mis nuevas amigas me fueron enseñando a ir quitando anillos e irle prolongando el enjaulamiento, para ir reduciendo su tamaño, poco a poco.

Su polla que, aunque no era extraordinaria, medía 15 cm, se fue reduciendo hasta los 3 cm. Sí es verdad que me contaron que, si se retiraba de su caja, volvería a su estado natural al cabo de un tiempo, pero aquel artilugio la convirtió en algo inservible.

Pero todo tiene sus ventajas. A partir de ese momento, por su nueva condición y también como venganza por haberlo elegido así, él dejó de tener orgasmos y yo todo lo contrario, ja, ja.

Las rutinas cambiaron y yo empecé a disfrutar de mi nuevo papel de ama. Costó un montón, pero mereció la pena.

Cuando llegaba a casa, él ya sabía lo que tenía que hacer sin decirle nada. Después de largos días de sesiones de fotografías y algún anuncio, llegaba molida y con los pies doloridos de tanto tiempo estar de pie.

Él me esperaba siempre arrodillado en la puerta. Daba igual que llegara pronto o tarde. Ahí estaba mi sumiso de rodillas junto a la entrada.

Entonces me ayudaba a quitarme mi abrigo y me llevaba al sofá para sacarme los zapatos.

Invariablemente el mismo ritual. Primero me masajeaba los pies y aunque estaban sudados y ,en algunos casos, sucios pues algunas sesiones de fotos son descalza, empezaba a lamerlos y a chuparlos con ansia.

Él nunca llevaba pantalones en casa y aunque solía tener una camiseta puesta o un delantal, su cajita quedaba al aire dejando ver lo que había sido su polla.

En el momento que empezaba a lamerme los pies, notaba como su pollita empezaba a gotear, a pesar de no poderse empalmar.

Los primeros días él sentía dolor, porque su polla todavía reaccionaba e intentaba tener una erección. Con él tiempo, aunque estaba permanentemente excitado, ya sólo le goteaba.

Después de lamer los pies, le dejaba subir y lamerme mi coño, que ya se empezaba a mojar, a través de las braguitas.

Entonces, y depende del día, me penetraba.

Os preguntaréis cómo.

Pues gracias a mis amigas, compré una prótesis que se acoplaba perfectamente por fuera de su pene comprimido.

Aquello era una maravilla, porque por fin podía sentir una gran verga dentro de mí. El placer era inmenso y además doble, porque en mi condición de ama, también disfrutaba de saber que él no se podría correr por la doble jaula en la que se encontraba.

Sin embargo, la inexperiencia nos llevó de nuevo al médico. El problema surgió porque él no se corría y tanto tiempo en esa situación, le provocó una inflamación testicular y problemas a la hora de mear. El dolor testicular era tan prolongado que no nos quedó más remedio que consultar con nuestro amigo.

Entre él y mis amigas de los foros, empezamos a estudiar sistemas de ordeño sin orgasmo.

Varios vídeos y consultas a diversos foros después, nos llevaron a desarrollar una técnica perfecta. Al final de cada semana, él esperaba ansioso su sesión.

Después de asearle bien, retirando con cuidado la jaula del colgajo en que se había convertido su polla, le ponía a cuatro patas con un barreño en el suelo.

Después empezaba a introducir mis dedos bien lubricados en su culo expuesto. Eso me permitía introducir un consolador muy curvado en la punta, especial para la ocasión.

El consolador tocaba la glándula prostática y así poco a poco se iba liberando el semen, sin que él tuviera orgasmo alguno.

Unas veces lo hacía con el consolador y otra con mi dedo. Introducía mi índice y doblándolo hacía mí hasta que notaba su próstata. Entonces presionándola poco a poco, se habría el grifo y liberaba su lefa.

Él aliviado, después de darme las gracias, metía el hocico como un puerco en el barreño para rebañar el semen que había expulsado.

Continuara...

(se agradecen los comentarios y valorar el relato)