La cajera
Trabajar de cajera ayuda a conocer a muchos hombres, algunos, dan ganas de tirárselos, otros te los tiras.
Cuando se es cajera se conoce a mucha gente, y muchas de estas personas intentan ligar contigo, como si el estar delante de ellos pasándole los productos les diera derecho a que pudieran pasar su miembro duro por debajo de mis bragas. No suelo ser borde con ellos, es algo que me enseñaron mis padres, de no darle la importancia a personas que no se lo merecían, y como he dicho, he conocido a muchos hombres que han intentado sobrepasarse conmigo por el simple hecho de decir, “eh, yo puedo”. Pero aprendí muy pronto a pararles los pues, es algo que me encanta también de mi profesión y de mi personalidad, me gustan las cosas claras, y el chocolate espeso.
Sin embargo, el día que apareció el por la puerta de la tienda, fue algo impresionante. Seguro que habéis visto en multitud de películas la típica escena en la que la muchacha entra en escena con una cámara lenta que le hace mover la melena tan sensual que dices, “joder a esa me la tiro” y mira que no soy lesbiana, pero debo reconocer que muchas tías tienen el morbazo en el cuerpo y te ponen cachonda, aunque no quieras hacer la tijera con ellas, ya que prefieres algo duro y gordo llegándote hasta lo más dentro de tu ser. Pues bien, a lo que íbamos, cuando entró ese pedazo de tío en la tienda, pude sentir cierta parte de mi cuerpo aplaudiendo, si le echáis un poco de imaginación, sabréis de lo que estoy hablando. Parecía que era nuevo por el barrio, ya que los clientes solían ser vecinos que vivían cerca, aunque a ese no me lo imaginaba yendo a reuniones de comunidades de vecinos con ancianas alrededor con el coño ya reseco. Ese debía de estar estudiando cerca y estaba de paso, algo que me hizo pensar que a mí también me gustaría que estuviera de paso en mi interior, me daba igual que fuese por delante, por detrás, o darle unas buenas relamidas a su miembro, pero quería sentirlo cerca.
Estuvo viniendo un par de veces a la tienda, de vez en cuando le veía comprar fruta o verduras, así me gustaba mi chico sanote, le iba a dar yo clases de fruta súper afrodisíaca para que se le pusiera más dura que el hormigón, y se veía esa tensión sexual entre los dos, miradas, sonrisas, o al menos eso pensaba yo en un primer lugar, deseosa de subirme de un salto a él y que acoplase su pene erecto en mi vagina y me hiciera caer en él con el peso de la gravedad para que me la clavase hasta el fondo. Quizás se me notaba demasiado en la cara cuando lo veía, pero él sonreía con picardía. Después del primer encuentro me decante por ropa más ligera y por desabrocharme botones, una no tiene unos buenos pechos para no presumir de ellos, y menos cuando está en juego el polvazo del año. A veces la vida te sonríe y los planetas se alinean para que puedas follar como un puto animal, disfrutando de unos orgasmos que te hacen vibrar las piernas y hacer que se te vuelvan los ojos y aquella tarde tuve esto y mucho más con mi querido comprador que tenía bajo los pantalones una buena barra de pan caliente lista para mi horno, que estaba ya precalentado de tanto que lo había visto y de tantas veces que me había masturbado en mi cama o en mi baño pensando en cómo me penetraba una y otra vez sin cesar hasta que se corría en mi interior, sintiéndome muy caliente.
Ese día en cuestión la tienda se había quedado sola, no solo de clientes, sino también de otros compañeros, pues una de ellas tenía un dolor de cabeza increíble y mi encargado era un gilipollas de cuidado y no quiso que fuera nadie más. Mejor para mí, porque de lo contrario no me lo hubiera follado. Cuando entro, a una hora en la que nadie entraba en la tienda, me dirigí a la puerta y cerré, mientras que él iba buscando sus productos habituales. Una vez que lo alcancé, le agarré el paquete, que fui notando bajo mi mano que iba creciendo y endureciéndose con mi contacto. Cuando se dio la vuelta, empezó a besarme con pasión, haciendo que notara en mi sexo la presión del suyo. Nos fuimos directos al almacén y encima de un palé de leche disfruté de como abría mis piernas y de como, retirándome las bragas hacia un lado, introducía su miembro erecto en mi interior, que ya estaba lubricado porque me sentía húmeda desde que lo vi aparecer por la puerta. Después de unos deliciosos minutos embistiéndome, y anunciándome que se iba a correr, decidí sacármelo de dentro, para ponerme de rodillas y recibir en mi boca todos sus fluidos. Simplemente delicioso día de trabajo.