La caja de los secretos.

Hablábamos de todo, de nada, de sexo, de vida. Unas veces hacíamos el amor como adolescentes enamorados, otras teníamos sexo como amantes furtivos y otras follábamos como animales que racionalmente nos convertíamos en irracionales. No necesitáis que os explique la diferencia ni os molestéis en buscarlo en la wikipedia. Si no sabéis de qué hablo es que no habéis vivido.

Nos conocimos de manera casual, virtual. Ninguno de los dos buscaba nada. Nos intercambiamos un par de mails intrascendentes sin saber quién había detrás de esas palabras pero algo me llamó la atención, algo que a día de hoy sigo sin saber explicar. Era como si detrás de esas frases hubiera un mensaje cifrado y secreto que me llamara con silenciosos gritos. Sin ser muy dueño de mis reacciones le escribí de nuevo explicándole secretos que ni yo mismo me atrevía a recordar. Era como si hubieran activado el play de una cinta escondida en el fondo del cajón de un viejo mueble.

Ni se me ocurrió pensar que me podía contestar pero ya lo daba por bueno. Al menos había rescatado sueños dormidos que vas dejando en el desván. La sorpresa fue cuando por la tarde vi que había un mail de Sandra en la bandeja de entrada. Lo abrí esperando encontrar como mínimo una copia de una denuncia por acoso y me encontré con la más sorprendente respuesta que pudiera imaginar:

-“Querido desconocido, desde que leí tu mail sabía que eras tú…”

El resto de la carta lo recuerdo en líneas generales. Claro que la tengo, la guardé al fondo de mi caja de secretos pero no me atrevo a leerla de nuevo por miedo a que no sea tan pura y apasionada como yo la recuerdo.

A partir de ese momento el intercambio de emociones, mensajes, risas, gemidos y carcajadas se sucedieron durante semanas concentradas en segundos. Hablábamos de todo, de nada, de sexo, de vida. Unas veces hacíamos el amor como adolescentes enamorados, otras teníamos sexo como amantes furtivos y otras follábamos como animales que racionalmente nos convertíamos en irracionales. No necesitáis que os explique la diferencia ni os molestéis en buscarlo en la wikipedia. Si no sabéis de qué hablo es que no habéis vivido.

Retábamos a nuestras mentes, a nuestros sexos, incluso a los genitales. Muchos de esos juegos eran morbosos, otros sensuales pero todos limpios porque si dos personas hacen juntas lo que les apetece no puede ser sucio jamás.

Nunca nos habíamos visto ni nos planteamos vernos, hasta que sin más supimos que era el momento. Quedamos en Madrid, en la terraza del Hotel de las Letras. No teníamos pistas de cómo éramos, ni nuestra edad, ni nuestro aspecto. Y así queríamos que siguiera siendo. Las palabras sólo pueden describir rasgos pero una mirada te habla del alma y del deseo. Y eso es lo que queríamos, vernos, mirarnos a los ojos y leer todo lo que no habíamos escrito.

-“¿Mañana a las 8 te va bien?”

-“Claro querida, te encontraré.”

-“No me pierdas, por favor.”

Allí estaba yo a las 7:30. Ya, habíamos quedado a las 8 pero me alojaba en el mismo hotel y a ver quién aguanta en la habitación hecho un manojo de nervios. Era una terraza preciosa pero no os fieis de mi criterio en ese momento. Si nos hubiéramos citado en un parque de cemento hubiera sido capaz de oler las flores y escuchar a los pajaritos. Era un ambiente agradable, habrían unas 20 personas repartidas por las mesas pero ninguna chica sola (no metáis a Mecano en esto). Algunos turistas ya estaban cenando y la bossa nova sonaba sin que obligara a levantar la voz.

Me acerqué a una de las barras de metacrilato y pedí …

“Un gin tonic de Bombay Sapphire por favor, pero sin tropezones y sólo con una rodaja de limón.”

El camarero me miró con una media sonrisa tirando por el suelo la teoría de una amiga mía que dice que no existe ni uno con sentido del humor. Después de mirar muchas veces el reloj y acercármelo a la oreja en repetidas ocasiones por si se había parado vi como daban las 8. Estaba anocheciendo y se veía cómo se iban encendiendo las luces de Madrid. Claro que no estaba yo para mirar lucecitas pero hay espectáculos que por mucho que cierres los ojos no puedes dejar de verlos.

Entró una chica sola y me dio un vuelco el corazón. Era preciosa, alta elegante. Miró a su alrededor, se acercó a una barra y pidió un gin tonic ¡Un gin tonic! No es que sea algo muy raro en estos momentos y en una terraza de ese estilo pero habíamos hablado mucho y descubrimos que hasta en combinados coincidíamos.

No sabía si era ella y decidí esperar un poco a ver cómo se comportaba. Cuando ya casi me iba a acercar a decirle algo entraron dos chicas juntas pero al momento una se paró buscando a alguien con la mirada y la otra se acercó directamente a la barra. Si ya tenía dudas con una imaginaos con tres. La chica que acababa de entrar y se dirigió a la barra tenía un aspecto “pin up” simpático y sensual y la otra seguía cerca de la puerta buscando con su mirada algo que no encontraba. Era de aspecto agradable sin ser llamativo y vestía una camiseta de tirantes y una mini vaquera. La verdad es que por su aspecto no me hubiera importado que fuera cualquiera de las tres pero si estaba allí no era para encontrar un cuerpo, buscaba un alma.

Los planetas se alinearon a mi favor cuando la chica pin up pidió un Matusalén con cola. No es que me alegrara de que no fuera ella pero sí de reducir las posibilidades. La chica de la puerta se acercó a la barra y pidió… sí, un gin tonic.

¿Qué hago? ¿A cara o cruz? Entonces se me ocurrió la genial idea de usar esa brújula que todos los hombres tenemos entre las piernas. No me había dado cuenta pero ya llevaba un rato apuntando la aguja hacia la preciosa chica que había entrado primero pero por raro que parezca no me alegré del resultado. Tenía miedo que un cuerpo de infarto llamara toda mi atención y no me permitiera disfrutar de un alma adorable.

Fue en ese momento cuando lo vi, fue revelador, no podía ponérmelo fácil pero quería que la encontrara. Me fijé en la otra chica y vi que en la camiseta de tirantes que llevaba había un estampado de una mano dejando un rastro ensangrentado en un cristal ¡No había duda! Era la portada de “Misery” de Stephen King. Le encantaba la novela negra y habíamos pasado horas entre asesinatos, miedos y humo de cigarrillos. No sé si era una pista intencionada pero para mí fue una señal.

Entonces me fijé más en ella y la fui reconociendo. Su belleza serena, sus ojos parlanchines, su media melena, su sonrisa melancólica y sus preciosos pechos que vibraban con las caricias furtivas. Era todo como lo había imaginado, como cuando estás haciendo un puzle y ves que quedan unos huecos sin cubrir y casi no te quedan piezas, pero levantas el tapete y encuentras que estaban escondidas. Sabías que estaban las piezas y la forma que tenían pero no era el momento de colocarlas.

Cogió su gin tonic y se acercó a la barandilla de la terraza a disfrutar de las vistas. Yo me acerqué despacio y me di cuenta de que ella lo sabía porque empezó a temblar. Me acerqué muy despacio y le rocé con mis labios en la nuca. No fue un beso, fue una caricia que convirtió sus temblores en un escalofrío. Siguió mirando al frente.

-“Te he encontrado”

-“Jamás me habías perdido”

Sandra echó sus manos hacia atrás buscando las mías y cuando las encontró las guió a su cintura para cruzarlas en su estómago, Así abrazada por detrás, arqueó un poco la espalda hasta que notó lo excitado que estaba y me dijo:

-“Cada vez te siento más”

Seguimos abrazados mirando al infinito mientras le besaba dulcemente el cuello y le acariciaba la barriga por debajo de la camiseta. Sandra se giró y me miró por primera vez.

-“Hola Alex, soy Sandra, encantada de reconocerte”

Y me besó dulcemente en los labios.

Nos sentamos en una mesa y empezamos a hablarnos con los ojos sin mediar palabra. Los gin tonic se fueron aguando olvidados encima de la mesa como testigos de piedra de caricias mentales capaces de erizar las pieles. Entonces ella abrió el bolso y sacó una pequeña cajita de regalo.

-“Soy mujer de palabra, cumplo tus deseos. Aquí tienes la cajita de mis secretos”

Me entregó la cajita y noté en su cara una mezcla de rubor y deseo que me hechizó. Al abrirla encontré un pequeño mando a distancia con una pantalla donde podía leerse con letras rojas “on”. Dentro de la cajita había una nota:

-“Instrucciones: tienes en tus manos el mando de Sandra. Con él tienes el absoluto control sobre ella pero al terminar la noche se lo devolverás. Mañana volveréis los dos con vuestras familias pero eso será mañana y nadie podrá borrar lo que vais a vivir hoy ¡Muy frágil! Tratar con mucho cariño”

Supo que había acabado de leer la nota por el escalofrío que me entró. La miré y nuestras miradas se cruzaron durante un par de segundos hasta que ella cerró los ojos, suspiró y movió la cabeza hacia abajo como gesto de aprobación. Fue la señal para accionar la velocidad 1. Parecía que el mando controlara su cuerpo. Encogió su cuello suavemente echando la cabeza hacia atrás mientras apretaba sus párpados y entreabría sus labios. A los pocos segundos relajó su cuello, sus párpados y dibujó una sonrisa que hizo derretir el poco hielo que quedaba en nuestras bebidas. Me fijé en el mando, vi que tenía 8 velocidades y sentí una sensación de miedo y euforia a la vez.

Me dijo que estaba hambrienta y nos pusimos a mirar la carta (muy original escrita en un abanico negro) y llamamos al camarero.

-“¿Qué nos aconseja?”

-“Pues sería una pena que no probaran el tubo de queso la Peral con tostas”

-“¿Te apetece Sandra?” Y en ese momento puse en marcha la velocidad 2.

-“Mmmm, muy buena elección”

El camarero se fue con su comanda encantado de haber acertado al sugerir el tubo de queso sin saber que la reacción de Sandra hubiera sido la misma aunque hubiera ofrecido un plato de arena.

-“Te gusta ponerme a prueba ¿Verdad Alex?

-“Ni te imaginas cuánto ¿No te gusta a ti?

- “Muchísimo, sólo encuentro hombres que quieren seducir mi cuerpo y quien manda es mi mente”

- “Mentira” dije yo sonriendo y activando la velocidad 3 del mando que ya llevaba demasiado rato parado. El cuerpo de Sandra tembló, no se lo esperaba.

-“Cabronazo”

Es curioso como las palabras tienen distinto significado según el contexto. Que me llamara “cabronazo” a la vez que dibujaba una sonrisa pícara me pareció un gran halago.

Seguimos comiendo mientras no dejábamos de hablar. Teníamos la sensación de habernos contado todo en los mails pero quedaban millones de cosas del otro por conocer. Hubo tiempo hasta de hablar de nuestros trabajos.

“…y es que estoy cansada de hacer cosas que no tengo por qué hacer, pero claro, como mi jefe es un incomp aaa” Velocidad 6 durante unos segundos.

-“¿Un qué?”

-“Un inc …..” Velocidad 6 de nuevo pero unos segundos más.

-“No te entiendo Sandra” Me costaba aguantar la cara de póker con una media sonrisa.

En eso que ella se acercó y con cara amenazante me dijo muy bajito:

-“Mira Alex, esto lo vas a entender perfectamente. Como vuelvas a darle al botón me voy a correr aquí en medio y se va a armar una buena. O me llevas ahora mismo a la habitación o corremos el riesgo de que nos echen por “escándalo púbico” ¡Tú verás!”

Aguanté la mirada como un jabato aunque por dentro me temblaba todo, abrí la mano donde tenía el mando y… se lo devolví.

“Camarero, la cuenta por favor ¡Volando!”

Entramos en el ascensor y nos pusimos a ambos lados frente a frente. No nos tocábamos pero nuestras caras lo decían todo.

-“¿Ya no quieres el mando?”

-“no me hace falta, ahora ya podré usar mis manos”

-“Mira”

Se subió un poco la mini vaquera y se veía cómo una gota salía de debajo de falda por la parte interior del muslo y dejaba un reguero brillante hasta más abajo de la rodilla. Una imagen vale más que mil palabras.

Al llegar a la tercera planta se abrieron las puertas y la cogí por la cintura mientras ella apoyaba su cabeza en mi hombro. Había imaginado ese momento y creía que la pasión y la lujuria nos harían ir corriendo y a empujones pero era como si los dos supiéramos que cuanto más despacio sucediera todo podríamos saborear mejor cada momento y más tarde terminaría todo.

Entramos en la habitación y nos besamos. Sacamos ahí todos los cientos de besos guardados de los que hablábamos en los mensajes. Habían besos de “buenos días”, de “buenas noches”, de “tequiero” y “tedeseo”, de amistad, de amor, de lujuria, … Todos salieron en ese momento sin miedo a vaciar el almacén de besos porque estábamos seguros que esa noche podríamos fabricar muchos más.

-“¿Puedo entrar al baño? creo que el juguetito ya tiene que dejar sitio, dame un minuto”

Quise pedirle que lo hiciera ahí conmigo pero pensé que hay que dar oportunidades para que los demás muestren su clase aunque hay gente que la tiene hasta removiendo estiércol.

Aproveché para arreglar el decorado. Encendí la vela que había dejado en la mesita de noche y prendí la varita de incienso que había a su lado, apagué las luces y puse en marcha mi Mp3. Empezó a sonar “Stay” de Jackson Browne. Sandra estaba saliendo del baño.

-“Me encanta esta canción”

-“No es una canción Sandra, es un deseo ¡Quédate!”

-“Estoy aquí, contigo, quiero quedarme”

Nos abrazamos muy muy fuerte y empecé a besarle el cuello por detrás de la oreja, muy suave, muy despacio. Sus pies empezaron a moverse al ritmo de la canción y los míos le siguieron enseguida ¿A nadie se le ocurre volver a poner “los lentos” en las discotecas? Es una auténtica pena.

Seguimos bailando mientras yo no dejaba de besarla y ella me acariciaba la espalda. Se separó un poco, me miró sonriente y empezó a quitarme la americana. La tiró sobre un sillón y siguió desabrochándome los botones de la camisa mientras cantaba muy bajito la canción. La camisa siguió el mismo camino que la americana. Mientras seguía cantando subió los brazos en una clara invitación a que cogiera el relevo. Empecé a subir la camiseta y tuve la sensación de ir destapando un lienzo del que había leído mucho pero que no había visto jamás.

A medida que subía la camiseta fue apareciendo su ombligo, su vientre y empecé a ver un precioso sujetador malva con blonda (violeta para que nos entendamos los hombres). Pienso que es mucho más sensual una mujer con lencería que desnuda porque es más bello lo que se insinúa que lo que se muestra.

Si ya con la camiseta puesta los pezones hablaban de la excitación del momento al verlos sólo con el sujetador ya gritaban. Seguí subiendo y fueron apareciendo las clavículas que junto con la sonrisa me parecen las curvas femeninas más seductoras. Cuando la prenda superó la punta de sus dedos voló a hacerle compañía a la camisa y a la americana.

Nos miramos de nuevo, sonreímos y nos abrazamos volviendo a coger el ritmo de la música, de los besos, de las caricias.

-“Alex, fóllame”

-“Te follaré”

-“Y después hazme el amor”

Ese fue el momento en que la pasión aumentó la cadencia del metrónomo y se empezó a desbocar todo. Mis zapatos, calcetines, pantalones y boxers quedaron esparcidos por el suelo en un abrir y cerrar de ojos dejando en evidencia hasta qué punto deseaba a Sandra, sólo tenía que bajar su mirada para comprobarlo pero lo comprobó bajando la mano hasta encontrar la prueba. Empezó a acariciármela muy despacio mientras me besaba y pasó a acariciarme los huevos, a cogerlos con la mano como sospesándolos, a clavarme dulcemente las uñas en el perineo.

Yo fui bajando la mano por su espalda pasando sobre la falda hasta llegar a la costura y empecé a subirla por el muslo buscando el principio de la braguita. Me costaba encontrarla y la llevé lentamente hacia su cadera buscando el hilo del tanga pero llegué a la cintura y no encontré nada. Me miró a los ojos, se ruborizó y bajó la mirada

-“Las he dejado en el baño, estaban empapadas. Me daba vergüenza”

Me encantó ese toque coqueto. Le empujé la barbilla hacia arriba con mi dedo hasta verle los ojos y la besé. Solté el broche de la falda y cayó por sus piernas, la giré, la tumbé en la cama boca abajo y me recreé unos segundos con esa imagen.

Me senté a su lado y empecé a pasarle la yema de los dedos por la espalda hasta su culo, casi sin tocarla. Seguí por el muslo bajando hasta el pie para volver a subir por el otro y mientras pasaba de nuevo por el muslo separó las piernas como invitándome a hacer una parada más osada. Seguí por la cadera y al volver a la espalda su cuerpo ya serpenteaba y su piel se erizaba. Al llegar al cuello ya se escuchaban los primeros gemidos y le dediqué un pequeño masaje a sus cervicales que estaban tensas como garrotes. Vi cómo se iba relajando y pasé a acariciar la nuca y por detrás de las orejas.

-“Para el mundo que me quiero quedar así”

-“¿Y te vas a perder lo que viene ahora?”

-“mmm, tienes razón, páralo sólo cinco minutos”

La giré y empecé a besarla con ternura. Los labios, la barbilla, bajaba por el cuello y me acercaba a la nuca, de ahí a las clavículas para llegar a su escote por donde bajé sin hacer caso a los pechos hasta llegar a su ombligo. Se podía ver perfectamente por dónde había pasado por el rastro brillante que dejaba mi lengua. Sandra disfrutaba el momento con los ojos cerrados y me incorporé un poco acercándome a uno de los pechos y soplé sobre el pezón notando cómo se hinchaba a simple vista mientras se estremecía todo su cuerpo.

Empecé a besar y a lamer el pezón mientras con la mano le acariciaba desde la rodilla hasta la ingle. Notaba claramente cómo aumentaba la temperatura de la piel a medida que iba subiendo. Fui bajando lamiendo su estómago y cuando ya estaba a punto de alcanzar el clítoris lo rodee pasando a un par de centímetros de sus labios y bajando por la parte interior de los muslos. Ella me cogió la cabeza con las dos manos obligándome a subirla y me dejé hacer hasta llegar a su coño que me esperaba muy abierto y brillante. Cuando Sandra ya esperaba el contacto de mi lengua levanté un centímetro mi boca y soplé provocando un escalofrío y de inmediato clavé mi lengua entre sus labios hasta el fondo haciendo círculos con ella.

Fue instantáneo. Era ya mucha la tensión y el morbo acumulado y Sandra explotó en un orgasmo que según me confesó más tarde no recordaba en muchos años. Cerró las piernas con fuerza encima de mi espalda mientras me cogía la cabeza con las dos manos y me empujaba como no dejándome salir de un lugar del que no me hubieran sacado ni a patadas. Su cuerpo tembló durante muchos segundos y aguantó la respiración hasta que un chillido de placer fuerte y prolongado marcó el fin de la tensión de sus músculos. Me fui incorporando mientras veía cómo se iba quedando desmadejada encima de la cama y lentamente volvía a recobrar la respiración.

Yo estaba que explotaba y estoy seguro que si Sandra me hubiera tocado con un solo dedo me hubiera corrido como un loco pero al verla allí en ese estado de indefensión pensé que era el momento de dejarla disfrutar de su placer en intimidad. Nos quedaba toda una noche para vivirla juntos.

Me senté en la butaca y encendí un cigarrillo mientras sonaba “Hotel California” de los Eagles. Me quedé admirándola mientras ella dormitaba en la misma posición en que la había dejado. Me dio igual que fueran minutos, horas o semanas porque en ese momento mi única misión era la de protegerla y velar sus sueños.

Sin abrir los ojos Sandra dio unos golpecitos en la cama a modo de llamada. Me tumbé a su lado y la abracé mientras ella se acurrucaba y me besaba el pecho. Fue bajando la mano hasta encontrar que la tensión sexual había dejado paso momentáneamente al cariño y sin abrir los ojos se le escapó una sonrisa.

-“Tranquilo cariño, sé cómo levantarte el ánimo. Ahora deja que disfrute de tus brazos”

Estuvimos así unos minutos disfrutando del contacto de nuestra piel desnuda. A veces pienso que cuando hablan de la importancia de la expresión corporal se refieren a lo que se dicen dos cuerpos desnudos en contacto.

Sandra me besaba el pecho, los pezones y sus labios dejaron paso a su lengua. Empezó a jugar con la uña por mi cuerpo haciendo la presión justa para marcar el camino como haría un diamante sobre el cristal. Ese dedo se volvió juguetón y fue bajando hasta mi entrepierna que ya estaba dando muestras de vida.

Lo acarició y empezó un movimiento arriba y abajo notando cómo se hinchaba desafiante. Sandra pasó la yema del pulgar por el capullo esparciendo por todo el tronco las primeras gotas que ya aparecían haciendo que sus movimientos fueran más suaves. Su lengua bajaba por mi torso mientras no dejaba de mirarme a los ojos como queriéndome decir lo que estaba disfrutando dándome placer.

Cuando llegó a mi miembro besó la punta y sus labios empezaron a brillar con mis fluidos. Bajó por el tronco y jugó un rato con los testículos con besos y lamidas mientras volvía a masturbarme y me acariciaba la parte interna del muslo con la otra mano. De pronto me hizo flexionar las rodillas y siguió bajando con su lengua hasta casi llegar a mi culo pasando las uñas por el perineo. Al ver mi cara de sorpresa dibujó una sonrisa diabólica y me dijo:

-“¿No te apetece que juegue con tu culito?”

-“Nunca lo he hecho”

-“¿Y te gustaría?”

-“Siempre he dicho que no, pero hoy tengo dudas”

-“Tengo un juguetito que te haría ver las estrellas, pero lo dejaremos para la próxima”

Cogió el miembro con las dos manos y empezó a jugar con la lengua en la punta hasta que se la metió entera empezando un movimiento arriba y abajo que fue acelerando al mismo tiempo que aumentaba la presión en los huevos que tenía cogidos con una mano.

El placer me hacía cerrar los ojos pero enseguida los abría para no perderme detalle porque si lo ves y lo sientes a la vez parece que lo vivas dos veces. Era un torbellino de sensaciones mezcladas. Sus manos, su lengua, su mirada, sus labios, … cada placer por su cuenta era tremendo pero el que se unieran en el momento hacía que se potenciaran unos a otros.

-“No te corras que quiero follarte”

Sí, me había olvidado del sentido del oído pero Sandra se encargó de incorporarlo.

-“He soñado mucho en este momento, en tenerte así chupándote la polla”… “No sabes la de veces que me he masturbado pensando en que me follabas”… “Me encantaría que te corrieras en mi boca pero la primera corrida la quiero dentro”…

-“Para, que me corro”

-“Sí, te voy a follar yo, quiero follarte yo”

Se incorporó y puso una rodilla a cada lado de mi cadera. Su cuerpo brillaba con la única luz de la vela y la expresión de su cara pasó a ser lo más excitante de un bonito cuerpo desnudo. Flexionó un poco las rodillas, cogió la polla con la mano y empezó a pasar el capullo por los labios. Resbalaba por la mezcla de los jugos y eso hacía ese baile más lascivo. Se sentó juntando nuestras pelvis sin metérsela todavía y separando sus labios se movía adelante y atrás a lo largo del tronco.

Subió un poco su cuerpo, puso la cabeza de la polla a la entrada de su vagina, me miró fijamente a los ojos y se dejó caer muy despacio. Cerró los ojos dejando caer la cabeza hacia atrás mientras su boca se abría dejando salir un gemido de su garganta. Nos quedamos quietos disfrutando de ese momento hasta que ella empezó a mover sus caderas hacia los lados sin separarse ni un milímetro. Me notaba muy adentro y ella empujaba como queriendo que entrara más.

Subí una mano hasta su pezón y empecé a acariciarlo antes de apretarlo entre mis dedos mientras veía cómo se retorcía por ese placentero dolor. Puse la otra mano sobre mi vientre para acercar mi pulgar a su clítoris que encontré enseguida moviéndolo de un lado a otro y arrancando temblores y gritos.

Sandra empezó a subir y bajar sobre mi tronco cada vez más rápido.

-“¡Que gustazo, no pares, no me sueltes el pezón y aprieta más!”

Su cara estaba desencajada y su cabeza no paraba de moverse adelante y atrás. Hablaba, gemía y chillaba a la vez mientras marcaba el ritmo que nos estaba llevando abismo.

-“¡Me voy a correr, quiero que me llenes, córrete conmigo!”

Y su primera sacudida hizo que me corriera. Ella tenía las manos sobre mi pecho y me agarró tan fuerte que me dejó la uñas marcadas mientras nos corríamos a la vez entre gritos y temblores. Fue largo, muy largo porque ese orgasmo lo teníamos guardado en nuestra caja de los secretos desde hacía meses.

Sandra se desplomó sobre mí y así nos quedamos hasta que recobramos la conciencia y la respiración, se acurrucó a mi lado y nos quedamos abrazados.

En el Mp3 sonaba “Calle Melancolía” de Sabina. Sin querer había acertado la banda sonora de toda la noche y no era extraño porque la había soñado cientos de veces y sabía que ese momento llegaría. Sandra abrió los ojos y sabía lo que estaba pensando.

-“Acuérdate de las instrucciones que venían con la caja: Mañana volveréis los dos con vuestras familias pero eso será mañana y nadie podrá borrar lo que vais a vivir hoy”

Empecé el relato diciendo que nos conocimos de manera casual, pero cada vez creo menos en las casualidades y más en el destino.

Querido lector, el escribir relatos no tiene otra misión que la de dejar salir a pasear a esas mariposas que te recuerdan cada día que estás vivo. Si he conseguido que una sola de tus mariposas se haya parado a escuchar habrá sido para mí un precioso paseo.

Me encantaría que me siguierais transmitiendo vuestras opiniones o sugerencias en la página o al correo que podéis ver más abajo.

Muchas gracias.