La caída de Mistress Dana

Mistress Dana, dominátrix obsesionada con la joven Mistress Sarah, comete un pequeño error al tratar de ayudar al objeto de su deseo. Un error que puede costarle su libertad.

Traducción del relato de TheDarkCloud aparecido en Literotica bajo el título de " Mistress Dana's Downfall ". Espero lo disfruten

Mistress Dana contuvo frustrada las lágrimas. ¿Cómo pudo consentir hallarse en esta situación? ¿Cómo podía hallarse ahora embutida en un traje de látex de esclava, con un collar ajustado al cuello, con los bazos inmovilizados a la espalda y suplicando a través de un micrófono ser total y completamente rota, humillada y degradada por una Mistress mucho más joven?

Y en un momento de lucidez total su mente le dijo que se lo merecía. Que había sido una idiota. Que había permitido que sus propios deseos básicos la engañaran y la traicionaran. Se había comprometido a tener para esa noche sobre el escenario a una puta a la que Mistress Sarah pudiese doblegar, una sumisa con la que pudiese demostrar su poder frente a la multitud, y cuando esta se retrasó, aceptó hacer de sustituta de la sumisa en un simulacro con el pretexto de ayudar a Mistress Sarah.

Mistress Sarah, a quien Mistress Dana anhelaba romper, a quien deseaba dominar física, mental y sexualmente. La joven pelirroja que ya llenaba muchísimas fantasías en la mente de Mistress Dana. Pero ese casi encaprichamiento con Mistress Sarah le había impedido pensar con claridad y la había llevado a esto.

La Mistress de cabello azabache colgaba allí impotente, observando cómo la gran sala de llenaba de personas de todos los tamaños y apariencias. Horrorizada, Mistress Dana reconoció a muchas de ellas. Mistress Lucy, una pequeña Dominátrix asiática con la que Dana había peleado durante años, tenía un asiento de primera fila. También estaba en primera fila el juez Callaway, un antiguo cliente-esclavo con el que Dana se había peleado bastante. Y había otros, pero a través de su visión borrosa, no podía distinguirlos a todos, pero estaba bastante claro que había mucha gente feliz de verla en esa tesitura.

Mistress Sarah se colocó detrás de Dana y la Dómina mayor trató de mirar a su alrededor para ver lo que estaba haciendo, pero no pudo girar la cabeza lo suficiente. Luego, a las pantallas que contenían la inmovilizada y hermosa imagen de Dana, se les unió el sonido de las grabaciones que registraban lo que Dana, minutos antes de que entrara la multitud, había dicho engañada.

—Degrádame —Dana hizo una mueca de disgusto cuando su voz, alta y clara, sonó en la sala de una manera tan real y patética. Como si de verdad hubiese deseado decir cada una de aquellas palabras—. Méteme el puño en el culo y en el coño hasta que quede bien abierta para ti.

“Oh Dios”, susurró Dana mientras se escuchaba a sí misma, al igual que hacían el resto de los asistentes. Luego se sobresaltó cuando los dedos de Mistress Sarah bajaron y se deslizaron suavemente entre sus desde atrás y sondearon suavemente su empapado coño.

—Pégame, azótame, escúpeme, méame…

Dana levantó la cabeza y se encontró mirando fijamente a su antigua rival, Mistress Lucy, mientras escuchaba aquellas palabras y la Dómina china se limitó, simplemente, a sonreírle con saña. Cuando los dedos expertos de Mistress Sarah encontraron su clítoris y comenzaron a frotarlo, Dana no pudo evitar retorcerse en respuesta.

—No me muestres piedad, fóllame todos mis agujeros y empápame de semen.

Dana se revolvió y retorció cuando un dedo de Mistress Sarah se deslizó dentro de su coño desde atrás y, lentamente, comenzó a follarla. El cuerpo de Dana la estaba traicionando de manera humillante en aquel foro público. Cuando un segundo dedo entró en su coño húmedo, Dana soltó un gemido de aceptación.

—Abusa de mí. Me lo merezco. Quiero ser una puta, una perra... Úsame. Por favor.

Quienquiera que estuviera a cargo de los controles de sonido era bueno. Había capturado todo lo que Dana había dicho y lo había usado, junto con la música baja, a la perfección para crear un trance que llenaba toda la sala. Y cuando la música se detuvo, el último fragmento con su voz resonó fuerte en toda la habitación.

—Úsame.

Los dedos de Mistress Sarah se retiraron del coño de Dana y esta, horrorizada, se dio cuenta de la decepción que sentía por ello y lo excitado que estaba su cuerpo. Mistress Sarah rodeó sigilosamente la forma atada de Dana y se colocó junto a ella. Habló entonces con una voz fría, áspera y carente de emociones. Con una voz muy diferente a la de la niña que parecía ser cuando le suplicaba a Mistress Dana que la ayudara, a la que usó cuando le ofreció su ágil cuerpo a Mistress Dana si tan solo la ayudaba.

—Damas y caballeros —decía Mistress Sarah—, les prometí esta noche quebrar a una Mistress y lo voy a cumplir. Algunos de ustedes, sin duda, ya la conocen. Otros puede que hayan oído hablar de ella. Pero les aseguro algo. Después de esta noche ya nunca más será Mistress Dana. Será la esclava Dana, la puta Dana, la perra Dana, pero nunca más Mistress Dana.

—Por favor. Sarah. No quiero nada de esto…

Dana era plenamente consciente de lo débil y patética que sonaba su voz. La joven pelirroja sonrió.

—¿No lo quieres? Pero todos hemos podido oírte suplicarme. Esa era tu voz, ¿no es cierto?

—Sí, pero no quise decir... me engañaste... no quiero esto...

Normalmente tan confiada y segura de sí misma, Dana se encontraba ahora trastabillando con sus palabras, murmurando y sonando insegura de sí misma. Su confianza la había abandonado cuando más necesitaba de ella.

—¿Quieres decir que la posición en la que te encuentras ahora: atada, con un collar al cuello e indefensa no te excita?

—Yo…, no, quiero decir, bueno no…

Dana estaba nerviosa y sus respuestas eran confusas e inseguras.

—Entonces, tal vez, deberíamos dejar que la audiencia decida por sí misma si todo esto te excita o no.

Dana solo pudo gemir cuando Mistress Sarah dio la orden de que cualquiera que quisiera comprobar si su esclava para esa noche estaba excitada por su situación formase una ordenada cola a un lado del escenario. Había muchísimos interesados. Mientras Mistress Sarah hablaba con la cola y les decía que tocaran a su esclava rápidamente, luego pasaran y volvieran a tomar su asiento, Dana intentó en vano mover los brazos dentro de sus ataduras para intentar liberarse de alguna manera, pero fue inútil. Y cuando la primera persona se acercó y se colocó ante Dana, la pista de voz se activó de nuevo con la música de trance sonando aún más fuerte.

—Por favor, te lo ruego, degrádame, humíllame.

Dana hizo una mueca mientras sus palabras se repetían en voz alta una y otra vez. La primera persona que se había acercado a ella era un Ama de la que Dana había oído hablar en internet, pero a la que nunca había conocido personalmente. Esta, se burló de Dana y empujó sus dedos hacia abajo para tocarle el coño. Los dedos salieron relucientes de humedad. Entonces la mujer los sostuvo por unos segundos ante sus ojos, para que Dana los viera y se echó a reír antes de marcharse y dejar su sitio a la siguiente persona.

Sintió como mano tras mano pasaban por su coño, como tocaban sus labios vaginales, como tocaban su clítoris. No podía negarse a sí misma que su cuerpo estaba reaccionando a aquellos toqueteos. Estaba excitada, no podía evitarlo, pero no era a causa de la situación, sino porque había imaginado tener ahí a la putilla pelirroja y convertirla en su perra… estaba empapada.

La fila de hombres y mujeres continuó avanzando tras ella, deteniéndose tan solo unos momentos para comprobar la excitación de Dana antes de continuar. Aquello resultaba humillante para ella, especialmente cuando reconocía a las personas involucradas: amigos, enemigos, conocidos, antiguos esclavos… todos pudieron sentir su coño mojado mientras ella permanecía allí inmóvil. Por último, le llegó el turno a Mistress Lucy, que pasó una curvada y larga uña a lo largo del húmedo coño de Dana antes de levantarla para observar la humedad acumulada en su dedo, luego, momentos después, echó la cabeza hacia atrás y escupió directamente sobre el sorprendido rostro de Dana.

—Siempre supe que eras una perra —gruñó Mistress Lucy mientras Mistress Sarah se acercaba a ella conminándola a alejarse.

—Te agradecería que recordases que soy yo el Ama de esta perra y no tú. ¡Vete si no puedes lidiar con eso!

Mistress Lucy miró desafiante a la joven pelirroja, pero tomó asiento de todos modos, deseaba demasiado ver el desenlace de la sumisión de Dana, pero no olvidaría que la pequeña perra había usado ese tono con ella.

Sarah, olvidado ya el incidente con Mistress Lucy, regresó junto a su esclava y se clocó frente a ella mientras la música y las palabras nuevamente se desvanecían. La cara de Dana estaba roja a causa de la frustración y un reguero de saliva bajaba lentamente hasta gotearle por la nariz.

—Bueno, creo que ya hemos dejado claro que quieres estar aquí, Dana. Que estar atada y a mi merced te excita. Te excita mucho. Ahora creo que debes decirme como llamamos aquí a alguien que se excita al sentirse indefenso y atado listo para ser usado, ¿verdad?

Dana le devolvió la mirada y usando los últimos cartuchos de resistencia que le quedaban, le respondió.

—¡Vete a la mierda, puta pelirroja!

Sarah ignoró el arrebato de Dana y continuó como si esta no hubiese dicho nada.

—¡Supongo que eres estúpida además de vieja y fea! Bueno, como insistes en ser tan tonta, déjame iluminarte, Dana. Las personas que se excitan al ser usadas y dominadas son masoquistas o sumisas, y eso, querida mía, es lo que tú eres…  una sumisa.

—¡No! ¡Soy un Ama! ¡Soy dominante! ¡Soy Mistress Dana!

—¿Y una verdadera Ama se permitiría estar en la situación en la que tú te encuentras ahora? Oh, admito que te engañé un poco, pero incluso teniendo en cuenta eso, si fueses una verdadera Ama, nunca habrías aceptado ayudarme, ¿verdad? Me hubieses dicho que mala suerte, que lo hiciese yo misma… Pero no, estabas dispuestísima a probarte este traje, contenta de dejar que te pusiera a mi merced, feliz de decir todo lo que yo quería que dijeses y más. Esas súplicas acerca de lo que debería hacerte realmente fueron sinceras, ¿no es cierto? Así que no eres una verdadera Ama, ¿verdad? No eres una verdadera Dómina. De hecho, eres una sumisa, y esta noche demostraré ese hecho de una manera incontrovertible. Pero te diré algo, Dana. Te prometo, frente a toda esta gente, que si no te sometes a mí y te conviertes en mi esclava personal cuando finalice la noche, mañana por la noche regresaremos aquí así y seré yo quien ocupe tu lugar, ¿de acuerdo?

Dana miró fijamente a la joven Dominátrix. ¿De verdad lo decía en serio?

—¿Cómo sé que puedo confiar en ti después de esto?

Sarah se limitó a echarle una linda sonrisa. Una vez más, su rostro había cambiado.

—Realmente no tienes muchas opciones, ¿verdad Dana? Ahora creo que vamos a comprobar lo dura que eres en realidad, ¿vale? Dices que eres dominante, me pregunto cuántos golpes de esto podrás soportar.

De una mesa situada detrás del inmovilizado cuerpo de Dana, Sarah tomó una delgada caña de bambú y comenzó a agitarla enérgicamente frente a Dana.

—Pégame, golpéame, azótame.

Las palabras de Dana, amplificadas por los altavoces, se oyeron por toda la sala, repitiéndose más y más fuerte, en bucle, mientras la Mistress Sarah se movía sigilosamente alrededor de su atada esclava hasta que, finalmente, se detuvo de nuevo tras ella, con el cremoso y expuesto trasero de Dana frente a ella.

—Pégame, golpéame, azótame.

Sarah se inclinó hacia Dana mientras las palabras grabadas resonaban en la mente de esta. No había forma de que nadie de la audiencia pudiera escuchar lo que Mistress Sarah le dijo entonces.

—Voy a dejarte elegir, Dana. ¿Cuál será tu elección? ¿La caña, la fusta o los azotes? Si aceptas suplicarme una, solo te aplicaré esa. Pero tendrás que suplicármelo en voz alta y de la manera apropiada. Tú eliges, o suplicas o te aplico las tres.

Dana lanzó un gemido. No quería suplicarle nada a aquella pequeña perra, pero al mismo tiempo, claramente, tenía la posibilidad de ahorrarse un poco de dolor innecesario, así como otros inconvenientes. A una señal de la Mistress Sarah, la música y la grabación con la voz de Dana se desvanecieron y todos los asistentes al espectáculo pudieron escuchar la entrecortada voz de Dana.

—Yo… eh… yo… por favor, por favor, ¿puedes er… azotarme?

La pelirroja miró a Dana y comenzó a tamborilear, impaciente, con los dedos en su propio brazo.

—¿Y es así como te diriges a mí, puta? ¿Es así como te diriges a tu Ama? ¡Si vas a suplicarme, te dirigirás a mí como es debido!

La joven voz de Sarah sonó tan severa, tan áspera, tan exigente que tomó a Dana por sorpresa. ¿Cómo podía una mujer tan joven y menuda poner tanta ira en ella? Además, también seguía empuñando aquella caña, agitándola amenazadoramente. La combinación de ambos factores pareció funcionar sobre Dana y antes de que se diese cuenta de ello, dijo:

—Por favor, Mistress Sarah, ¿puede azotarme?

Sabía lo condenatorio que aquello debía haber sonado, pero en realidad, ¿qué otra cosa podía hacer? Seguramente era mejor eso que tener que soportar los tres castigos sobre su trasero. Y en una cosa Sarah había acertado, Dana no estaba acostumbrada a soportar un dolor real, por lo que necesitaba evitar sufrir dolor a toda costa.

—Eso está mejor, puta. Recibirás treinta azotes para empezar. Para entrar en calor, ¿eh?

Sin más preámbulos, Mistress Sarah se dio la vuelta, dejó caer la caña al suelo y propinó un golpe con la palma abierta sobre la expuesta nalga derecha de Dana. A esta le dolió, pero no demasiado, y tras recibirla, Dana permaneció tumbada sobre el banco, esperando la siguiente. Mientras tanto, Sarah se detuvo y también esperó. Finalmente, intrigada, Dana volvió la cabeza para mirar el por qué Sarah se había detenido.

—Contarás cada azote después de que te lo dé y me darás también las gracias.

—¡Y un cuerno lo hago! —estalló de nuevo Dana, volviendo a su actitud habitual. ¡Estaría condenada si llamaba a Sarah “Ama” treinta veces y se ponía a llevar la cuenta como una estúpida bimbo!

—Oh, lo harás, esclava. Lo harás.

Mistress Sarah procedió a continuación a seguir azotando el trasero de Dana, pero esta vez cada golpe un era un poco más fuerte que el anterior. Tras la décima nalgada, Dana se dio cuenta de la inutilidad de su desafío y le rogó que se detuviera.

—¡Auuu! ¡Pare! ¡Vale! ¡Vale! Lo haré. Van quince. Gracias, Ama.

—Hmm. Creo que no te has dado cuenta de que deberías haber dicho “uno”, esclava. Contarás a partir de ahí. No hagas pucheros, es culpa tuya, te he dado más ventaja de la que merecías.

La siguiente nalgada que aterrizó sobre el culo de Dana fue dura, punzante.

—Dos. Gracias, Mistress Sarah.

¡SPANK!

—Tres. Gracias, Mistress Sarah.

Diez minutos más tarde, tras haber recibido finalmente los treinta azotes, el trasero de Dana estaba rojo como un tomate y su espíritu algo más roto. No podía creerse que hubiese llamado Mistress a otra mujer tantas veces en tan poco tiempo. Su autoconfianza estaba yéndose a pique. Su cara también se había vuelto roja también, e en parte por vergüenza y en parte por frustración. Dana ya no se atrevía a levantar la cabeza para mirar a los ojos de la absorta audiencia.

Habiendo completado la sesión de azotes, Mistress Sarah preparó una bolsa de enema y la colgó de algo que se parecía, sospechosamente, a un soporte de goteo intravenoso de un hospital. Dana no tenía ni idea de lo que Mistress Sarah hacía hasta que sintió que la punta de una manguera de plástico se introducía en su culo. Al principio pensó que era un plug anal o, peor, una strap-on, pero luego, cuando sintió que sus intestinos comenzaban a llenarse lentamente, supo lo que era y su ánimo se hundió aún más. La humillación del enema había sido una de las favoritas de Mistress Dana en el pasado y ahora, ¡ella estaba allí, y le iban a hacer lo mismo!

Dana sintió como el líquido caliente la inundaba y la llenaba. Una vez que todo el enema estuvo en sus intestinos, Mistress Sarah le colocó un enorme plug anal. Tan grande que realmente tuvo que esforzarse para introducírselo a la otra mujer. Sin embargo, un aves lo consiguió, lo sujetó con fuerza de tal forma que ningún líquido escaparía del trasero de Dana. Esta lanzó un gemido. Estaba incómoda. Se sentía llena, con el vientre hinchado. Aunque le doliese hacerlo, comenzó a suplicarle a la joven pelirroja.

—Por favor, Mistress Sarah, por favor, permítame expulsar esto de mi culo.

Desde el público se oyeron risas y audiencia soltó una risita y la vergüenza de Dana ardió con más fuerza. Era consciente de que ya nunca podría volver a actuar como dominante en esta región, si es que conseguía hacerlo en cualquier otra. Sarah sonrió y comenzó a acariciar los grandes pechos de Dana, apretándolos y masajeándolos mientras le respondía.

—Hmmm, aún no, esclava. Quiero verte desesperada por dejarlo salir todo fuera. Tendrás que suplicarme muy en serio para que te retire el plug. Aún así, quizás pueda distraerte un poco de ese sufrimiento —y diciendo eso, Mistress Sarah levantó la mano en que sostenía una pinza de cocodrilo y colocó este sobre uno de los grandes y sensibles pezones de Dana. Aquella pinza estaba hecha de un resistente metal y cuando Sarah lo soltó, quedó colgante y arrastró con él la carne de una de las tetas de Dana, estirándola. Dana apretó los dientes, decidida a no hacer un ningún ruido, decidida a demostrar que era dura, que era una Dominátrix, que había sido engañada y no era, en secreto, una sumisa. Pero era difícil y falló cuando Mistress Sarah colocó una segunda pinza en su otra teta.

—¡Owww!

—¡¿Qué, nena?! ¡Dios mío! ¿Y tú decías que eras un Ama? ¡Qué criatura tan patética y engañosa eres! Bueno, ahora todos podemos verlo, ¿eh? Especialmente tú, Dana. No eres una dominante, sino simplemente una sumisa enmascarada y como yo te he mostrado eso, pasarás a ser de mi propiedad.

La mano de Sarah cayó de nuevo y se frotó contra la chorreante entrepierna de Dana. En todo caso, estaba aún más húmeda ahora que antes y la pelirroja se complació en estimularla un poco más hasta que Dana no pudo resistirse más y emitió un gemido bajo que solo podía ser, en su origen, sexual.

—¿Te gusta esto, esclava?  ¿Te excitas mientras te pongo un enema y tus tetas son torturadas y todavía me dices que no eres una sumisa? Creo que todos sabemos la verdad, ¿no?

Aquella era una pregunta retórica, pero en un momento de incuestionable debilidad, Dana respondió. La sala estaba en completo silencio y todos los presentes la oyeron maullar, débil y excitada, la respuesta.

—Sí, Mistress Sarah.

Y con esas tres palabras, Dana terminó de quebrarse y todos lo sabían.

—Si lo deseas, podría quitarte las pinzas, esclava.

—Sí, por favor, Mistress Sarah.

Una bofetada, fría y desdeñosa, sacudió el rostro de Dana.

—No había terminado de hablar, puta. No vuelvas a cometer el error de interrumpirme o lo lamentarás mucho.

El tono con el que la mujer más joven le habló a Dana era como el que se emplea con un niño desobediente. Sus palabras indicaban que no iba a tolerar ninguna discusión.

—Estaba a punto de decirte que podría quitarte las pinzas, pero solo si me pides que te las coloque en otro lugar. En realidad, no. Tendrás que suplicarme que te las coloque en cualquier otra parte de tu sucio cuerpo de puta.

Dana no era una ninguna novata, así que sabía dónde era probable que terminasen las pinzas, pero aun así se preparó y habló.

—Por favor, Mistress Sarah, ¿puede quitarme las pinzas? Le ruego que las ponga en otro lugar.

Condescendientemente, Mistress Sarah le dio unas palmaditas en la cabeza a Dana.

—Por supuesto, esclava. Ahora, ¿dónde debería ponerlas?

Mistress Sarah reflexionó unos momentos. Luego soltó la primera de las pinza de las tetas de Dana y la colocó, con calma, en el labio izquierdo del coño de Dana. La otra pinza siguió rápidamente el camino de la primera y fue colocada en el labio derecho. Dana se encontró así sometida a un nuevo castigo. Mistress Sarah se apartó entonces para que un cámara hiciese un zoom e, instantáneamente, los húmedos y pinzados labios de Dana aparecieron en las pantallas gigantes de la sala.

Dana estaba sometida ahora a una sobrecarga sensorial. A medida que la sangre regresaba a sus pezones, notaba que el flujo sanguíneo a los labios de su coño se veía interrumpido y el calor en sus entrañas parecía aumentar. Mientras tanto, sus intestinos estaban incómodamente llenos y necesitaban un alivio urgente. Esta vez comenzó a suplicar sin que su joven torturadora se lo pidiese.

—Por favor, Mistress Sarah, ¿puede soltar la carga de mi trasero? Por favor, necesito aliviarla.

Sarah sonrió y se movió hasta colocarse detrás de Dana. Comenzó a tirar del plug, pero luego se detuvo y volvió a colocarse frente a ella.

—Supongo que podría hacerlo, esclava. Pero ¿sabes qué? Creo que ese sucio agujero tuyo debería llenarse de nuevo de forma inmediata. Así que te diré que es lo que vamos a hacer, esclava. Si le pides a alguien que se ofrezca como voluntario para venir hasta aquí y darte por culo, entonces completaré tu enema y te aliviaré de tu carga.

Dana no se sorprendió, ni siquiera se enfadó consigo misma, cuando comenzó a suplicar.

—Por favor, Mistress, por favor, ¿puedo tener una polla para que me dé por culo y reemplazase a este plug anal? Por favor, necesito una polla dura para mi culo.

Como era de esperar, no hubo escasez de voluntarios. Mientras las manos se levantaban por toda la sala, Mistress Sarah los dejó a todos esperando mientras colocaba una palangana grande y profunda debajo de Dana y lentamente desenroscaba el plug de plástico del culo de Dana. Este salió haciendo un cómico estallido y Dana cerró los ojos avergonzada antes de que, de repente, toda el agua tibia que retenía saliese a borbotones y se precipitara en la palangana con furiosa fuerza. La habitación volvió a estar en silencio y solo se oía el áspero ruido del agua saliendo del culo de Dana para caer en el recipiente de plástico.

Dana soltó un inmenso suspiro de alivio por la sensación de alivio, pero a ese suspiro le siguió rápidamente un gemido cuando vio que Mistress Sarah seleccionaba al juez de la primera fila como reemplazo, aparente, del plug anal.

El juez tenía poco más de cincuenta y había comenzado a visitar a Mistress Dana un par de años antes. Era el peor cliente que una Dominátrix pudiese tener: un sumiso al que le gustaba controlar sus sesiones. Tras algunas sesiones, Dana se dio cuenta de que, realmente, no deseaba tratar con él, pero el juez le pagó bien y accedió a una sesión. En esa sesión tuvo la idea de amordazarlo mientras lo azotaba y decidió, también, ser un poco más dura de lo normal. Tras eso y la sangre, él se mostró muy enfadado y Dana se negó a verlo tras aquella última sesión. En su momento, él la había amenazado, pero Dana contraatacó amenazándolo, también, con hacer público el asunto. En resumen, habían acabado muy mal y ahora él estaba subiendo pesadamente al escenario donde se encontraba ella, inclinada sobre un banco, luciendo una impresionante erección fruto de la Viagra. Cuando se acercó hasta Mistress Sarah, esta dejó la palangana a un lado y la pista de voz con las frases de Dana comenzó de nuevo a escucharse en la sala.

—No tengas piedad conmigo, fóllame en todos mis agujeros y empápame de semen. Quiero que me cubran de semen como el degradado sucio coño que soy.

El juez se colocó detrás de Dana y enganchó un dedo en el anillo adjunto al collar plateado de Dana. Con un tirón desdeñoso, la obligó a mover la cabeza para mirarlo y se burló de ella.

—Bueno, querida, parece que has encontrado tu verdadera posición en la vida. Así que suplicando por mi polla en tu culo, ¿eh? Bueno, estaré más que feliz de complacerte.

Dana pretendió que lo había hecho indirectamente, pero eso no le trajo ningún consuelo cuando sintió que sus suaves nalgas se separaban y él colocaba su rígido miembro entre ambas. Instantes después él enterraba su polla en su estrecho ojete para acabar sumergiéndose donde, segundos antes, había estado el plug anal. Ella soltó un gruñido al sentirse penetrada y su boca se abrió. Para su sorpresa, Mistress Sarah apareció y le empujó el plug anal en la boca, usando posteriormente una correa para sujetarlo firmemente dentro de la dilatada boca de Dana. ¡Era asqueroso! Tan solo unos segundos antes aquel ancho plug de plástico había estado reteniendo el líquido contenido de su culo y ahora ella se veía obligada a chuparlo mientras le daban por culo.

El juez era un horripilante y baboso cabrón, y Dana odiaba que ahora la estuviese dominando sexualmente de esta manera; pero cuando la polla del juez entraba y salía de su culo, este bajó la mano y sondeó su coño. Aún seguía empapada.

—¡Sabía que te encantaría, puta! —siseó el juez con su vil voz.

Mientras el juez continuaba bombeando en el culo de Dana. Mistress Sarah regresó junto a Dana y comenzó a mortificarla haciendo que quitaba el plug anal de su boca. Le quitó las correas que lo sujetaban para que Dana pudiese escupirlo, pero cada vez que esta intentaba hacerlo, Mistress Sarah lo mantenía de nuevo en su sitio antes de que se saliese. Luego, cuando finalmente permitió que el plug cayese de la boca de Dana, Mistress Sarah metió cuidadosamente un artilugio de metal en la boca de Dana que separaba sus labios en forma de “O” ancha y los mantenía así. Mistress Sarah lo ató detrás de la cabeza de Dana para mantenerlo bien sujeto en su lugar dejando ahora a Dana eficazmente amordazada con la boca bien abierta.

—Esto debería ser una diana perfecta, perra. Juez, casi estás a punto de terminar. Puedes ser el primero en probar este agujero esta noche.

—Mantenlo ahí. Ya casi estoy.

La voz grabada de Dana continuó sonando en la sala.

—Empapadme de semen. Empapadme de semen. Empapadme de semen.

Cuando el juez finalmente sacó su tenso miembro del trasero de Dana, Mistress Sarah la agarró cuidadosamente por el pelo y por el collar y la obligó a abandonar el banco y a arrodillarse sumisamente frente a su audiencia. Su visión inmediatamente fue bloqueada por el cuerpo del juez y ella se quedó mirando su polla mientras él le daba algunas sacudidas finales hasta que se corrió disparando chorros de semen en su dirección. Él no tenía ningún interés en acertar solo en su boca abierta, así que Dana recibió chorros de semen en el ojo, la nariz, el pelo y la boca mientras él se la seguía sacudiendo hasta vaciarse.

—Llevas mucho tiempo necesitando de esto, cabrona arrogante. Espero que a partir de ahora aprendas cuál es tu verdadera posición — siseó el juez mientras se exprimía para secarse.

Disgustada consigo, sintiendo como el semen goteaba por su rostro, Dana asintió.

—¡Bien, todos han escuchado las palabras de esta perra lamentable! ¡Ella quiere estar empapada en semen! Así que, por favor, cualquiera que quiera ayudarla suba aquí ahora.

Cuando una larga línea de machos se formó alrededor de la arrodillada forma de Dana presentándole unas pollas que se estaban acariciando rápidamente, Mistress Sarah se colocó detrás de ella y le quitó las pinzas de su sexo al tiempo que deslizaba un vibrador en su empapado coño en una posición de baja vibración. No sería suficiente para llevarla al clímax, pero la mantendría excitada durante todo este humillante período.

Las grandes pantallas en la sala estaban llenas de primeros planos del rostro de Dana. Mostrando su boca abierta, el semen sobre sus rasgos y las pollas tan cerca de ella. Ahora había tres a su alrededor, todas masturbadas a todo ritmo, todas a punto de correrse sobre ella y las propias palabras de Dana seguían resonando en la habitación.

—Empapadme de semen. Empapadme de semen. Empapadme de semen.

Uno de los tipos se corrió el primero, luego otro y, finalmente el tercero. Todos, en rápida sucesión, rociaron, con desordenados chorros, toda la cara de Dana. Estos tres hombres fueron rápidamente reemplazados por otros tres hombres más, y después de ellos vinieron más, aunque Dana ya no podía verlos. Su vista se hallaba nublada a causa del semen que cubría sus ojos. Su boca se estaba llenando también ahora y podía saborear como diferentes cargas de semen bajaban por su garganta deslizándose hacia su vientre.

Mientras aquellos hombres se corrían sobre ella, Dana se pudo a pensar en los tiempos en que, como Ama, había dominado a otras mujeres y las había hecho llamarse a sí mismas simplemente cubo o vertedero de esperma, y se dio cuenta de que eso era todo lo que ella era ahora. Todo gracias a Mistress Sarah. Y a pesar de todo eso, hubiera dado cualquier cosa por poderse llevar las manos a su entrepierna y correrse, ¡cualquier cosa!

Aquel fue un proceso largo y agotador. Más de treinta hombres se corrieron sobre Dana y pasó más de media hora antes de que el último de ellos estuviese listo. El rostro que aparecía ahora en las pantallas gigantes era apenas reconocible, embarrado de semen como estaba. Y por mucho semen hubiese cubriendo la cara de Dana, probablemente había tragado el doble de esa cantidad. Dana parecía tener los ojos cerrados con goma de mascar, las fosas nasales taponadas y la boca todavía abierta de par en par cuando el último hombre se retiró. El último hombre quizás, pero no la última persona: Mistress Lucy, estaba esperando su turno al final y se acercó a Dana, se subió la falda y aguijoneó a Dana mientras se masturbaba furiosamente sobre su odiada rival.

—Solo una carga más para ti, perra, vamos a hacer que mis jugos también te cubran, ¿de acuerdo?

Dana oyó la voz de Mistress Lucy y se pudo imaginar la escena. Gimió para sus adentros. Aquella zorra asiática era más que capaz de hacer eso con ella, pero sabía que no le quedaba otra opción que aceptar. Muy pronto, Lucy se corrió sobre el rostro de Dana y los calientes jugos la salpicaron y gotearon sobre su boca abierta.

—Aunque piense lo contrario, esclava, Mistress Lucy se equivoca. Aún tienes más que aceptar —anunció Mistress Sarah y, con un clic de sus dedos, otro fragmento grabado resonó por toda la sala.

—Orina sobre mí. Orina sobre mí. Orina sobre mí.

La joven pelirroja, que llevaba su coño expuesto, se inclinó hacia atrás para apuntar con cuidado a la abierta boca de Dana y, tan solo unos momentos después, una cascada dorada brotó de ella y aterrizaba perfectamente dentro del círculo de metal que mantenía la boca de Dana abierta. La boca de Dana pronto se llenó y se encontró tragando aquella orina mezclada con restos de semen. Dana ardía de humillación, estaba degradada, envilecida… pero lo peor de todo aquello fue su absoluta comprensión de que durante todo ese tratamiento había estado completamente excitada. Mientras tragaba a regañadientes trago tras trago de la orina de otra mujer, todavía hubiese dado cualquier cosa por tocarse y poder masturbarse.

—Sarah finalmente dejó de orinar sobre su esclava y aceptó agradecida un aplauso del público antes de dirigirse a ellos.

—Entre todos hemos convertido a Dana en un desastre esta noche, ¿no es cierto? Quizás deberíamos limpiarla un poco. ¿te gustaría eso, esclava?

Esperanzada, Dana comenzó a asentir con la cabeza. El semen se le estaba secando sobre la cara y le provocaba una sensación horrible. Sin embargo, si hubiese sabido lo que iba usarse para lavarle la cara, tal vez se hubiese resistido. Mistress Sarah tomó el recipiente de plástico que contenía el líquido resultante del enema de Dana y lo colocó sobre la cabeza de esta, que permanecía totalmente ajena a lo que Sarah hacía.

Mistress Sarah sostuvo por unos momentos la palangana sobre la cabeza de Dana, asegurándose de que la boca de Dana mirara hacia el lado correcto, luego la inclinó un lado y dio un paso atrás mientras el agua sucia caía en cascada sobre la cabeza y los hombros de Dana. Esta saltó sorprendida y pasaron unos instantes antes de que se diese cuenta del origen del agua que se había vertido sobre ella. Dana quiso intentar escupir un poco, pero, por supuesto, no tuvo ninguna posibilidad de ello.

Mistress Sarah dio un paso atrás permitiendo que Dana se revolcara por unos momentos mientras el agua sucia goteaba por su cuerpo derrotado y desplomado. Luego se acercó a ella y le quitó el anillo de la boca para permitirle escupir lo que pudiera antes de tomar una manguera del suelo e instruir a un hombre para que pusiese en marcha.

Procedió a lavar a Dana por completo hasta que la ex-Ama se encontró de nuevo arrodillada y limpia embutida en su ajustado atuendo de látex. Desde esa posición, Dana no vio a una mujer acercándose a ella por detrás y solo fue consciente de su presencia una vez que sintió las manos de ella sobre su cabello mojado, frotándolo mientras le aplicaba algo.

—¿Qué es esto? ¿Qué está pasando? —dijo Dana tratando de resistirse, pero, la verdad, con los brazos inmovilizados y con lo cansada que estaba, era muy poco lo que podía hacer salvo retorcerse ineficazmente. Pronto dejó de hacerlo y permitió que la mujer continuase con lo que fuese que estaba haciendo.

Mistress Sarah se limitó a observar hasta que el último atisbo de resistencia abandonó a la golpeada Mistress.

—Bueno, Dana, creo que he demostrado esta noche que no eres una verdadera Dominátrix, ¿no es cierto?

En esos momentos, no pasaba por la cabeza de Dana el enfrentarse a la joven Ama o el desafiarla de alguna manera.

—Sí, Mistress. Lo ha hecho.

—De hecho, eres una completa sumisa, ¿verdad? Una esclava. Mi esclava personal para ser precisos, ¿no es así?

Dana ni siquiera recordaba ya la promesa que Sarah le había hecho antes: si Dana no admitía esto, tendría la oportunidad de cambiar las tornas la noche siguiente. Sin embargo, todo el público lo recordaba y jadearon al unísono cuando Dana dijo claramente:

—Sí, Mistress Sarah, soy su esclava personal.

—Quieres correrte, ¿no es así, esclava?

—Sí, Mistress Sarah, tengo muchas ganas de correrme. Por favor, ¿puedo correrme? ¡Por favor!

La voz de Dana sonaba desesperada y suplicante, como la de una niña hambrienta. Aquella no podía ser la voz de la mujer que había entrado en esta sala, la voz de una experimentada Dominátrix que había tomado a cientos de hombres y mujeres bajo su mano.

—Ok, entonces mientras Louise acaba con tu pelo, puedes suplicarme que te deje correrte diciéndome que eres un pedazo de puta de mierda, dile a todos lo jodidamente patética y débil que eres y cómo quieres que te trate como mi nueva esclava. díselo a todos, Dana. Deja que afloren tus verdaderos sentimientos y luego dejaré que te corras como nunca antes lo habías hecho.

Dana tosió para aclararse la garganta (pero el repugnante sabor aún permanecía en su boca), ignoró lo que le estaba pasando a su perfecto cabello oscuro y trató de recomponerse. No podía creer que estuviese a punto de decir todo aquello, pero de alguna manera las palabras brotaron para ella demasiado fácilmente de su boca cuando se dirigió hacia el público de la sala.

—Por favor, Mistress Sarah, ¿puedo correrme? Por favor, Mistress, permítame ese pequeño placer… Seré su asquerosa puta, la puta a la que pueda castigar y mear… Cumpliré completamente todas sus órdenes y me someteré por completo a usted. Seré su esclava sexual personal, podrá hacer lo que desee conmigo... y yo le serviré en cuerpo, mente y alma. Por favor, Mistress Sarah, sea misericordiosa y permítame esa única liberación.

Sarah sonrió. Aquello era música para sus oídos.

—¿Admites que te he roto por completo, Dana? ¿Admites que ya no eres Mistress Dana, que Mistress Dana no era más que una mera proyección falsa para ocultar tu verdadera naturaleza?

—Sí, Mistress Sarah. No era una verdadera Dominátrix. Solo fingía serlo. Usted me ha roto, me ha dominado y domesticado. Me ha mostrado mi verdadera misión en la vida: servir a mi Mistress.

—Me pregunto si realmente debo creerte, puta, pero has dicho todo eso frente a todos estos testigos y, además, tus palabras han sido grabado para mi disfrute personal. Veremos más tarde qué tan en serio has dicho todo. Pero ahora, te doy mi consentimiento. Sí, puedes correrte.

Dana, desconcertada, miró a la joven.

—Pero Mistress, ¿cómo voy a hacerlo? ¿Puede ayudarme? ¿O soltarme los brazos? Por favor, Mistress.

—Por supuesto que no, puta. Solo te permito el alivio del clímax, nada más. Tienes cinco minutos para correrte, estoy segura de que, si estás lo suficientemente desesperada, encontrarás la manera de hacerlo.

Dana parecía a punto de romper a llorar y se arrodilló allí unos momentos deseando que la señora Sarah cambiara de opinión, pero sin ningún resultado evidente. El vibrador todavía estaba trabajando en su coño y ella estaba desesperada por aliviarse. Con los brazos bloqueados detrás de la espalda, no tenía manera de hacerlo, pero, al mirar hacia el banco sobre el que había estado recientemente inclinada, tuvo una idea. Una idea vergonzosa, degradante y humillante, pero una idea al fin y al cabo. Haciendo caso omiso de la peluquera, sin apenas pensar en lo que aquella mujer estaba haciendo allí, Dana se arrastró sobre sus rodillas hacia la esquina más cercana del banco. Era metálico y duro y, aunque le costó un poco de esfuerzo, Dana logró pasar sus piernas por debajo de él y extenderlas a ambos lados de una de sus patas. Luego avanzó arrastrando los pies lo más que pudo hasta que la pata del banco presionó con fuerza contra su coño. A partir d ese momento, Dana comenzó a restregar su sexo contra la pata del banco con todas sus fuerzas.

La audiencia primero lanzó un jadeo y luego comenzó a reír cuando vio a Dana empujar con urgencia su cuerpo hacia adentro y hacia afuera contra el duro metal, empujando el consolador dentro de ella con todo el vigor que pudo lograr con sus brazos indefensos. El espectáculo que daba era totalmente vergonzoso, y más aún cuando estaba siendo transmitido a través de las pantallas gigantes, pero a Dana eso no le importaba. ¡Lo único que quería era correrse! Estaba frenética y convencida de que Sarah le ordenaría que se detuviese antes de llegar al clímax (convencimiento basado, principalmente, en el hecho de que eso es lo que la Mistress Dana hubiese hecho), así que se refregaba en la pata de metal con todo su empeño y fue rápidamente recompensada con esa maravillosa liberación. Ni siquiera consideró la humillación que suponía haberse comportado así, solo emitió un gran suspiro de alivio y se recostó sobre sus brazos a tiempo que sus calientes jugos rociaban todo el piso mientras su emoción reprimida llegaba a una desordenada conclusión. Después alcanzar el orgasmo, permaneció el suelo jadeando. Entonces, Mistress Sarah se colocó junto a ella.

—¿Te sientes mejor ahora, puta? ¿A que soy una buena Mistress? Bien, entonces espero completa obediencia por tu parte a partir de ahora. Louise, ven aquí y llévate a esta perra. Termina lo que has empezado.

Durante la siguiente media hora, gran parte del público se dedicó a hablar, a reír y a ponerse al día o discutir sobre los próximos eventos del Club. Mientras tanto, Mistress Sarah se dedicó a esperar pacientemente el regreso de su más reciente esclava, con la segura expectativa de que sus instrucciones sobre cómo debía serle presentada se hubiesen cumplido al pie de la letra.

El regreso de Dana a la sala resultó ser todo un espectáculo.

—Seré su esclava sexual personal, podrá hacer lo que desee conmigo... y yo le serviré en cuerpo, mente y alma —repetía una y otra vez la grabada voz de Dana a través de los altavoces.

Una femenina versión en rosa de Dana apareció sobre el escenario, tambaleándose sobre unos tacones increíblemente altos de color rosa brillante. Sus largas piernas estaban cubiertas por unas llamativas medias de color rosa y llevaba un sujetador y bragas de encaje, ambos también de color rosa, a juego. No mucha gente se dio cuenta de ello a primera vista, y eso era debido a que todos estaban ocupados mirando la transformación en el cabello de Dana. ¡Donde antes había un fuerte y delicioso color negro azabache había ahora un rosa pálido!

Dana avanzó tambaleándose hasta donde se encontraba Mistress Sarah, quien sutilmente le toco un hombro indicándole así que se arrodillase.

—Ahora voy a decirte algunas cosas que deberás recordar, esclava. La primera es que no volverás a estar en mi presencia a menos que yo lo expresamente te lo permita. La segunda será que solo podrás usar a partir de ahora el color rosa, si te pillo usando cualquier otro color serás castigada. Y, por último, a partir de hoy tu nombre será Barbie Girl. Mientras me sirvas, todos se referirán a ti así y tú solo responderás a ese nombre. Dana o Mistress Dana han dejado de existir para ti. ¿Has entendido?

—Sí, Mistress Sarah.

—Dime, ¿cuál es tu nuevo nombre de puta?

—Es Barbie Girl, Mistress.

—Sí, esa eres tú.

Y así fue la caída de Mistress Dana.

FIN