La cacería humana

Cuando la presa deja de ser un animal.

La Cacería Humana

Álida era una amazona espectacular. Había crecido en una estancia tan grande que el horizonte era el que marcaba sus límites.

De pequeña siempre disfrutó de montar a caballo y de recorrer los campos practicando su deporte favorito: la Caza.

Era muy difícil que una presa se le escapara cuando ella estaba decidida a atraparla.

Había desarrollado destreza en la practica de tiro, arquería y enlazado de ganado.

Su fantasía oculta desde niña fue jugar a la caza humana. Y lo que le excitaba en sus sueños era que sus presas sean hombres.

Al cumplir veinte años heredaría la estancia y todas sus tierras incluyendo los espectaculares bosques que la protegían.

Para festejar su cumpleaños decidió invitar a tres amigas que compartían su hobby de cazar.

Para ello preparó obsesivamente cada detalle del juego.

Adquirió armas especiales de lo mas sofisticadas, visores infrarrojos para ver en la oscuridad y otros elementos exclusivos que hizo fabricar para la ocasión.

Como su mejor amiga era la jefa de la penitenciaría estatal, consiguió que para el día de sus cumpleaños dejaran escapar a diez reos que ilusionados creían que recobraban su libertad.

Las amigas llegaron temprano y Álida agradecida les entrego sus mejores caballos, y les repartió el arsenal armamentístico que había adquirido.

Las cuatro amazonas montaron sus respectivos caballos con una excitante ropa de equitación preparada exclusivamente para cada una de ellas.

La amiga pelirroja ansiosa le preguntó cuál era el objetivo de la cacería. Álida le respondió: Paciencia, he esperado veinte años cumplir una fantasía que creía nunca poder realizar y hoy junto a ustedes se puede hacer realidad. Si bien las demás no entendieron se sonrieron por lo intrigante de la propuesta.

En ese instante llegó un transporte de la penitenciaría que traía diez reclusos de una cárcel cercana.

Uno de los reclusos se acercó a Álida y le entregó un sobre cerrado creyendo que era la autorización para su libertad.

Álida abrió el sobre y encontró una nota de su amiga de la penitenciaría donde le decía: Te envío los diez mejores ejemplares de macho de toda la penitenciaría. Así también son los más peligrosos. Como me solicitaste te envío el grado de peligrosidad de cada uno con su prontuario. Tenés cuarenta y ocho horas para disponer de ellos. ¡Feliz cumpleaños!.

Los reos venían esposados. Álida con sus amigas los desnudaron despojándolos de toda sus ropas y al finalizar les dijo: Amigas, éstas son nuestras presas de caza. Como ganado que son vamos a marcarlos a cada uno con un número según su peligrosidad. El que lleve el número diez será la presa de oro.

Sus amigas no podían creer el juego que estaban por jugar, pero la idea de sentir el poder les causaba tanta excitación que comenzaron a tomar uno a uno los reos y los fueron marcando con un hierro caliente colocándoles el número que Álida les indicaba. Los machos se revelaban pero las amazonas eran muy hábiles acostumbradas a manejar el ganado.

Terminada la instancia del marcado, Álida dirigiéndose a los presos exclamó: A partir de este momento intenten escapar, y al que atrapemos le espera lo torturaremos más que en todas sus pesadillas.

Al escuchar esto, el ganado humano comenzó a correr desesperadamente hacia el bosque.

Mientras corrían Álida para demostrar la realidad de la situación, observó cual de los reos llevaba el número 1. Junto a sus amigas acomodaron su arco de cacería, cada cazadora tomó una flecha paralizante especial y dejaron que la presa estuviera alejada unos doscientos metros. Justo allí fue cuando gritó: Que comience la Cacería Humana. Las cuatro ejecutaron el lanzamiento al mismo tiempo. El impacto de las flechas fueron a dar a dar directamente en el cuerpo del recluso que quedó tendido en el piso inmediatamente. Las cuatro amazonas se le acercaron, descendieron de sus caballos y entendieron porqué Álida les había pedido que traigan la marca de hierro de cada una de su estancia. Mientras Álida le pisaba la cabeza con sus imponentes botas, una a una lo marcaron a fuego con la insignia de cada una de sus estancias. Álida les dijo: De ahora en más cada presa llevará la marca de su cazadora. La que más puntos obtenga según el puntaje que lleva cada recluso marcado en su cuerpo será la vencedora.

Después de ello, tomaron al primer prisionero enlazándolo de uno de sus tobillos y lo colgaron en la rama de un árbol próximo. Allí lo dejaron dolorido por los impactos de las flechas, ardiendo por las marcas a fuego y colgado de una pierna boca abajo.

Los demás presos al ver semejante cuadro y la crueldad de las mujeres empezaron a huir despavoridamente aterrados de ser atrapados por semejantes cazadoras.

Las cuatro mujeres luego de esta primera caza se notaban excitadisímas y deseosas de cazar su siguiente presa humana.