La cabeza del mono (8)
Victoria conoce a alguien especial...
2 de septiembre
Querido Diario al fin Elsa llegó a un acuerdo con la acusación y ha salvado los muebles en el caso de la violación. El chico se ha declarado culpable y debido a las circunstancias “poco claras” el fiscal ha aceptado dos años de reclusión que cumplirá en su domicilio controlado telemáticamente. No se podrá alejar más de diez metros de la puerta. Además le pagarán a la familia de la chica una sustanciosa indemnización.
El padre ha venido a pagar la minuta y yo le he aconsejado un internado en Suiza especialista en enderezar a chicos rebeldes. El padre estaba tan abochornado por la conducta de su hijo que es muy probable que el resto de la adolescencia de Nico no sea tan divertida como hasta ahora.
8 de septiembre
Querido Diario, el día empezó con muy malos augurios. Unas nubes bajas y plomizas no prometían nada bueno y el tiempo había refrescado considerablemente.
Justo al salir del garaje empezaron a caer las primeras gotas de lo que en pocos minutos se convirtió en un aguacero impresionante. El resultado, un caos circulatorio mucho más impresionante aún. Más que avanzar nos arrastrábamos por la autovía a treinta por hora en medio de una intensa cortina de agua, con todas las luces puestas, con la esperanza de que nadie nos llevase por delante. Llegué dos horas tarde a la oficina, con lo que un día que esperaba apretadillo se convirtió en una sinfonía de gritos y taconeos apresurados por el pasillo. La comida del mediodía se redujo a la mínima expresión y cuando acabó la jornada estaba exhausta, con las piernas doloridas y famélica.
Pero como decía Federico el Grande por muy mal que vayan las cosas, estas son siempre susceptibles de empeorar.
El Jaguar me falló. Esa maldita y temperamental basura inglesa se negó a arrancar. Fuera, no caía tan gorda, pero aún seguía lloviendo, así que le grité, le insulté, le supliqué…todo en vano.
El tipo de la grúa se llevó el Jaguar y como eran más de las diez de la noche la aseguradora no me podía proporcionar uno de sustitución hasta la mañana siguiente, eso sí, la operadora me dijo que podía coger un taxi, que ellos se ocuparían de la carrera.
¡Ja! Intenta coger un taxi en hora punta bajo la lluvia en medio de un monumental atasco. Probé suerte durante veinte minutos y sólo conseguí una mojadura. Así que mojada y aterida me dirigí al odiado metro.
El interior de la estación estaba atestado y olía como un vestuario. Bajé al andén y me dispuse a esperar la llegada de mi tren. Fue el tercero en llegar y evidentemente, para no variar, era uno de los más llenos. Logré colarme de milagro y conseguí, después de varios intentos, asirme a una de las barras. No había vuelto a coger el metro desde el accidente y esta vez me gusto aún menos. Quince centímetros no parecen mucho pero esa es la diferencia entre ver a casi todo el mundo a tu altura o tener la nariz a la altura de los sobacos de la mayoría. Era tal el estado del convoy que apenas cuatro dedos separaban mi cara de la de un tipo de piel curtida y pinta de malas pulgas. Afortunadamente eche mano de mis recién adquiridas armas de mujer y con una sonrisa de circunstancias y unos pocos efluvios de mi caro desodorante logré suavizar un poco aquellas duras facciones. La cosa parecía estabilizarse dentro de la gravedad así que me permití relajarme un poco... Y ese fue el momento que eligió el mastodonte para con un violento movimiento de cadera empujarme y apoderarse de mi trozo de barra. Totalmente desequilibrada, perdí pie y caí hacía adelante sobre el tipo moreno a la vez que él, como una centella, me envolvía la cintura con un brazo mientras se sujetaba firmemente con el otro a su barra de sujeción. En un momento me vi envuelta en un firme abrazo. Mis manos que se habían preparado para la caída chocaron con un pecho amplio y duro como el mármol. El desconocido, después de aspirar disimuladamente un instante el aroma que despendía mi pelo me equilibró sin aparente esfuerzo y me cedió su asidero.
Pero ahí no acabó todo. Con una facilidad asombrosa esquivó a otras dos personas y se encaró con mi agresor. Me dieron ganas de cerrar los ojos. Mi caballero andante tenía más de Quijote que de Lancelot. Era enjuto, moreno, un poco más bajo que yo con tacones y el fino pelo negro y la rala perilla le daba un aire de dandy desgreñado. Mi agresor en cambio le sacaba un poco más de la cabeza y debía pesar cien kilos por lo bajo. Pero la pelea acabó antes de empezar. Antes de que aquella mala bestia pudiese hacer nada, aquel tipo moreno y bajito le había agarrado los testículos y se los retorcía con avaricia. El tono de la cara del gigante pasó de rubicundo a pálido como la cera. Otra ligera vuelta de tuerca y un patadión en la barriga le ayudó a aterrizar de culo en el andén justo cuando se abrían las puertas.
Sin aparentar haber hecho nada fuera de lo común se asió a la barra, que había sido mía, que había sido del mostrenco calvo y que ahora era suya, se giró y su cara volvió a quedar a cuatro dedos de mí.
El resto del viaje nos estuvimos observando sin ningún disimulo. En aquellos diez minutos tuve tiempo de observar su cara morena y chupada, su barba mal afeitada y su descuidada y rala perilla. Los ojos eran marrones y estaban enmarcados por unas gruesas cejas y una fina y profunda red de arrugas que con el moreno de su tez me hacían pensar en un trabajo al aire libre.
Lo que más me llamó la atención fue su boca amplia con unos dientes muy blancos y unos labios finos que en ese momento estaban dibujando una sonrisa socarrona en su cara.
No hubo palabras ni un gracias por mi parte, ni un a su servicio señora por la suya sólo dos miradas que lo decían todo y lo valoraban todo.
Cuando se abrió la puerta me adelante y rozando su cuerpo con mi cadera salí al exterior.
Al notar qué salía detrás de mí, relajé un poco el paso y dejé que me alcanzase.
La hora punta estaba pasando y la estación estaba menos concurrida con lo que pudo ponerse a mi lado y tantearme con una charla intrascendente mientras salíamos al exterior. Una vez fuera, seguía lloviendo pero tuve suerte por fin y encontré un taxi que me ahorraría un cuarto de hora de paseo bajo la lluvia. Antes de despedirme le di las gracias por primera vez y le invité a una cena en mi casa al día siguiente, cosa que él aceptó encantado.
9 de Septiembre
Querido Diario, hoy me he despertado con una leve excitación, al principio con las telarañas del sueño, no supe el origen, pero al levantar la persiana y ver como la luz del sol reverberaba en los tejados mojados, recordé los acontecimientos del día anterior. Tenía mucho que hacer. Ahora me arrepentía de haberlo invitado a mi casa. Hasta ahora no había sentido la necesidad de hacerle la cena a ningún hombre, pero no sé por qué, quería estar totalmente a solas con él.
A lo largo de la mañana, seleccionando los ingredientes para la cena, la excitación iba en aumento. Iba flotando por los pasillos del hiper echándole miradas libidinosas a las hortalizas. Cuando llegué a casa tuve que recurrir a toda mi voluntad para no masturbarme. La tarde fue arrastrándose con desesperante lentitud, hice todo lo que se me ocurrió, que fue bastante poco, con lo que a las seis de la tarde me puse a hacer la cena.
No me partí demasiado la cabeza. De primero hice una ensalada de brotes con salmón ahumado, aceitunas negras y huevos de codorniz y de segundo lenguado en salsa de almendras con lo que a las ocho estaba todo preparado y pude dedicarle el resto de la tarde a arreglarme.
Y digo bien toda la tarde. Primero una ducha con un gel relajante y abundante agua caliente, seguida de un masaje con aceite de almendras y aloe-vera dejaron mi piel suave y brillante como la seda. Después lavé mi abundante melena negra con un champú especial para mantener el color y acentuar su brillo. Luego otra media hora con una mascarilla voluminizante para el pelo y otra refrescante de pepino para la cara. Otros veinte minutos más de secador de última generación y ya estaba de pie desnuda frente al espejo escudriñando hasta el último centímetro cuadrado de mi cuerpo. Una vez satisfecha, no del todo, que ahora soy mujer, eché unas gotas de Givenchy en el cuello, entre los pechos y en el interior de mis piernas.
Increíblemente lo que más tiempo me llevó fue vestirme. Elegir la ropa interior fue relativamente sencillo con el negro, la seda, las medias y el liguero se derrite un iceberg pero el resto me dejo indecisa. Tenía que ponerme algo sexy y elegante pero no demasiado, ya que iba a recibirle en casa. Después de una eternidad y varios conjuntos desechados opte por una blusa cruzada blanca de seda que resaltaba especialmente mi busto y que se cerraba con un lazo en la espalda (cosa que evitaría la proverbial torpeza de los hombres con los botones y corchetes) y una minifalda negra no demasiado corta y que me sentaba como un guante. Completé mi atuendo con un cinturón y unos tacones negros, unos pendientes de bisutería y un collar de oro y jade.
Estaba dándole los últimos toques al perfilador de ojos cuando Juan llamó a la puerta, puntual como un guardia suizo. Eran las diez y media.
-Hola Juan, que puntual. –le dije mientras cogía su cazadora y la introducía en el armario de la entrada.-Adelante, no te quedes ahí.
A la vez que traspasaba el umbral, adelantó el brazo derecho que hasta ahora había tenido oculto a mi vista mostrándome un modesto pero llamativo ramo de flores.
-Es para ti –Dijo Juan un tanto dubitativo.
-Gracias, son preciosas. -Esta vez fui yo la que no pudo evitar la sonrisa socarrona.
-Ponte cómodo y dame un minuto para ponerlas en agua. –Dije señalándole el salón mientras desaparecía en la cocina.
Cuando entré en el salón con una botella de vino y un par de copas, se había sentado en el sofá y parecía algo más relajado, dedicado a echarme una mirada tan minuciosa que me sentí radiografiada. Podía haberme sentido ofendida pero en vez de eso me paré allí delante de él y aproveché para devolverle otra aún más descarada.
Vestía unos dockers de color claro y un polo de manga corta y tan ajustado como mi blusa, dejando a la vista los bíceps fuertes y morenos que ya había intuido en el metro.
-¿Una copita de vino?- pregunté haciendo tintinear las copas y rompiendo el hechizo del momento.
-¡Oh! Sí, desde luego. Estuve a punto de traer una botella, pero al final siempre hago caso a los consejos de mi madre. Si te invita un amigo, vino, si te invita una mujer nunca lo dudes, flores.
-Tu madre es muy lista pero espero que no la hagas caso en todo.
-Si le hiciese caso en todo aún sería virgen y no tendría moto.
-¿Tienes moto? –le pregunte mientras le servía una copa.
-Sí, en realidad trabajo con ellas.
-¿A qué te dedicas?
-Estoy en el ejército de tierra –respondió esperando una reacción.
-Déjame adivinar,-dije sin inmutarme –la Legión.
-¿Cómo demonios…?
-El tatuaje –respondí señalando el hacha la ballesta y el arcabuz destacando en su brazo izquierdo.-lo he visto en alguna película.
-Menos mal, creí que era por el olor a cabra.
-No sé, -dije acercando mi nariz a su cuello sonriendo.-Lo preferiría a la peste a metro mojado de ayer.
En ese momento Juan volvió la cabeza y nuestras miradas se cruzaron. Sus labios estaban a escasos centímetros de los míos. Quedamos un instante en suspenso. El aroma de su aliento penetro en mis fosas nasales excitándome y atrayéndome hacía él. Entreabrí ligeramente los labios y con un suave movimiento de cabeza le invité a besarme. No se hizo esperar, sus labios me rozaron primero con timidez para luego cerrarse sobre los míos. Los besos se volvieron más anhelantes, su lengua exploraba mi boca sin descanso inundándola con su sabor y sus manos me acariciaban el cuello y se enredaban en mi pelo. Cerré los ojos y me abandoné unos segundos para a continuación separarme de él con un empujón.
-Es hora de cenar –dije entrecortadamente mientras me levantaba del sofá y me arreglaba el pelo y la falda.
-Sabes que aún no te he dado las gracias por lo de ayer, –dije mientras le daba los últimos toques a la ensalada. –odio los días de lluvia, odio la gente con paraguas intentando clavarme las varillas en los ojos. No entiendo porque los usan. Cuando hace viento no sirven para nada y cuando no lo hace van por debajo de los balcones empujando hacia afuera a los que no los llevamos.
-La cena está servida –dije poniendo la ensalada en la mesa y encendiendo las velas que la adornaban – ¡bon apetite!
La cena fue una especie de batalla; el intentaba acabar los platos lo antes posible mientras que yo lo demoraba al máximo disfrutando de su impaciencia. Al llegar al postre, yo también estaba tan excitada que pasé del sorbete de champán y me incliné sobre él para darle un largo beso. Juan con su impaciencia ya había consumido su sorbete y su boca estaba fresca y aromática. El sabor del champan inundaba mi boca y las manos de Juan se apresuraban por mi cuerpo.
Sin saber muy bien cómo me encontré elevada en sus brazos y sin despegar su boca de la mía me llevó a la habitación. Donde de nuevo empezó la batalla.
En cuanto toqué el suelo, le pegué un nuevo empujón. Nuestros labios se separaron a la vez que las manos de Juan se agarraban al lazo de la blusa soltándolo y dejando a la vista mi lencería negra. Antes de que me pudiese recuperar me agarró por las muñecas y me acorraló contra la pared. Mi respiración se aceleraba con el esfuerzo, la suya con el deseo. Con mis manos atrapadas por encima de mi cabeza y su cuerpo apretado contra el mío, me beso de nuevo más largamente, sabiendo que había ganado y yo no podía escapar. Sin soltar mis muñecas sus labios recorrieron mi mandíbula, lentamente hasta llegar a mi oreja. Su boca en el lóbulo de mi oreja me arrancó el primer jadeo de placer.
Sus manos me soltaron pero estaba tan excitada que no me di cuenta.
Me levantó la falda y se arrodilló. Sólo había un fino trozo de encaje entre su cara y mi pubis. Separé ligeramente mis piernas y ansiosa se lo acerqué a su boca.
No se molestó en apartarme el tanga al envolverme el sexo con su boca. El calor y la presión de sus labios me envolvieron e instintivamente doble ligeramente las rodillas para facilitarle el acceso a mi sexo que se hinchaba y humedecía aún más con cada caricia. Quería quitarme el tanga, quería sentirle directamente pero él se me adelantó con torpeza y precipitación. Su lengua alcanzó mi sexo caliente, ahora sin ningún impedimento. Recorría mis labios hinchados y hacia diabólicas piruetas en mi clítoris arrancándome suspiros y palabrotas. Mis caderas se movían acompañando sus acometidas y mis manos acariciaban y tironeaban su pelo. Se incorporó pero no me dio tregua; sus dedos exploraban mi vagina caliente y resbaladiza y sus labios jugueteaban con mis pechos.
Me separé de nuevo y me quité la falda y el sujetador. Me tumbé en la cama y le esperé con las piernas abiertas mostrándole sin pudor mi sexo congestionado y turgente.
Juan se quitó la ropa sin ceremonia y se acercó a la cama. Su pene estaba erecto y reluciente. Me incorporé para cogerlo entre mis manos. Era bastante grande y estaba un poco curvado. Envolví su glande con un condón y con mi boca lo estire sobre el resto del pene.
Volví a besarle para quitarme el sabor a goma del condón. Se colocó encima de mí pero sin aplastarme con su peso. Su pene rozaba mi vientre y mi sexo poniéndome frenética. Sus manos acariciaban mis pechos, bajaban por las caderas y acariciaban mis piernas a través del suave tejido de las medias.
Ya no podía más. Sin dejar de besarle, casi con violencia, deslicé mis dedos por su espalda, dejándosela marcada con mis uñas, hasta llegar a la cintura, y con la excitación que me producía el placer anticipado agarré su verga y alzando mi pubis para facilitar la maniobra, la introduje dentro de mí. Juan emitió un gruñido ronco y yo emití un respingo al notar como mi vagina se dilataba para acoger su miembro caliente y pulsátil. Mis piernas se cerraron en torno a su cintura que subía y bajaba proporcionándome oleadas de placer. Aquel miembro que antes me parecía demasiado grande entraba y salía con facilidad llevándome cada vez más cerca del clímax. Elevó una de mis piernas sobre su hombro para conseguir penetrar más profundamente en mí y noté como llegaba a tocar el fondo de mi vagina justo antes de correrme. Cerré los ojos y todo mi cuerpo se dobló en un espasmo. Le arañé el pecho con mis uñas y con varios movimientos rápidos de mi pubis conseguí que él también se corriera. El calor de su semen me inundo provocándome otra oleada de placer. Él se separó y se tumbó a mi lado pero yo no estaba dispuesta a facilitarle la retirada, aún estaba excitada, aun quería más…
-No he terminado contigo soldadito –dije mientras me deshacía del condón introduciendo su pene en mi boca.
Su miembro aún conservaba el olor y el sabor de la eyaculación. Su dureza y tamaño había disminuido y para evitar la retirada lo introduje en mi boca y lo chupé con energía. De nuevo comenzó a hincharse y a congestionarse hasta ponerse duro como la piedra. Ya no me cabía en la boca. Levante la cabeza con una sonrisa maligna y nuestras miradas volvieron a cruzarse. Sus manos acariciaron mi pelo con ternura, las mías apretaban su pene sin piedad. Le deseaba dentro de mí más que antes. Baje la cabeza y recorrí su glande con mi lengua. De nuevo estaba húmedo y reluciente. Me puse a horcajadas y lo introduje milímetro a milímetro dentro de mí. Ahora no hacía falta contenerme sabía que tardaría en correrse y le ataqué con todas mis fuerzas. Subía y bajaba a todo lo largo de aquella estaca que se me clavaba con placer haciéndome estremecer. Sus manos agarraban mis pechos y jugueteaban con delicadeza con mis pezones, sus dedos se introducían en mi boca, yo los mordía y los lamia golosamente.
Sin previo aviso me levanté y me puse de pie, Quería que me viese, la luz hacia brillar las gotas de sudor mío y suyo sobre mi piel. Juan no hizo ademán de moverse sino que se quedó tumbado jadeando, admirando mis pechos firmes y los pezones erectos, mi cintura, mis caderas y mis piernas aun con las medias y los tacones puestos.
Me volví y apoyando las manos en la pared Separe las piernas y retrasé las caderas invitándole a entrar de nuevo en mí. No lo hizo inmediatamente, el tiempo pareció pararse. El sudor resbalaba por mi piel haciéndome cosquillas y se juntaba con los flujos de mi sexo para acabar deslizándose por mis piernas.
Esta vez no habría prisioneros, su sexo penetró con violencia en el mío provocándome un sobresalto. Mi cuerpo vaciló un segundo con el intenso placer. Los empujones eran fieros, sus manos me exploraban de nuevo el pubis acariciándome el clítoris y aumentando mi goce. Su ritmo se aceleró aún más. Mis piernas estaban tensas y vacilaban sobre los altos tacones ante las violentas embestidas. Dos asaltos más y todas mis defensas se derrumbaron. Volví a correrme, mi vagina se inundó con un tercer orgasmo y grité. Durante unos segundos sólo oí el latir acelerado de mi corazón intentando sobreponerse a las intensas oleadas de placer.
Me separé jadeando y me volví para darle un largo beso, luego me arrodillé y le saqué el condón. Metí su pene victorioso en mi boca todo lo que pude y lo chupé con intensidad hasta sentir que me ahogaba mientras mis manos acariciaban sus testículos.
Juan se separó con delicadeza justo antes de llegar al orgasmo. Sus testículos se retorcieron dentro de mis manos y con un gemido de placer su miembro escupió un jugo cálido y pegajoso por mi barbilla y mi cuello.
-¿Quién ha ganado? –pregunté con un sonrisa maliciosa mientras me levantaba y le besaba entre jadeo y jadeo.
Podría seguir pero en realidad el segundo y lo de la ducha fue más de lo mismo y algo tengo derecho a guardarme querido Diario.
10 de Septiembre
Querido Diario, hoy cuando me he despertado ya no estaba a mi lado. Sentí una ligera desilusión, quizás no había estado lo suficientemente bien, o lo había intimidado… El caso es que las dudas se disiparon cuando vi sobre la almohada una de las rosas que me había regalado a la noche junto con una nota:
“Ha sido una dura batalla, me tengo que ir al cuartel a lamerme las heridas, me encantaría volver a verte. Llámame a cualquier hora del día o de la noche mi soldadito siempre está de guardia. Besos largos, húmedos y con lengua.”
Cuando entré en el baño una mujer con el pelo alborotado y ojeras me devolvió desde el espejo una estúpida mueca de felicidad. Al entrar en el bufete Sandra me paró un momento en la recepción y mirándome de cerca me dijo:
-Cariño, tenemos que hablar, creo que tienes noticias. Quedamos para almorzar, a la una y media.
-De acuerdo, -respondí obediente –allí estaré.
Ya en la oficina, me puse con el trabajo, pero no podía concentrarme. Había follado con un tipo del que no sabía apenas nada y después de veinticuatro horas de relación, la mayor parte de las cuales nos habíamos dedicado a follar como animales o a dormir, estaba convencida de haberme enamorado de él. Cuando era un hombre, nunca había sentido nada ni remotamente parecido. Ni siquiera con Helena.
Y eso que el hecho de estar enamorándome no me asusta tanto como el haber metido a un desconocido en mi casa. La verdad es que resultó bien pero me gusta tener el control de la situación y no podía comprender cómo sabía que ese hombre bajito y obviamente violento, no me iba a sodomizar y a estrangular.
Revolví los papeles que tenía delante e intenté concentrarme el resto de la mañana sin mucho éxito. La actividad a mi alrededor era frenética lo que me hizo sentir aún más culpable, así que a media mañana le di una excusa a Sandra y le dije que nos veríamos en la cafetería de abajo a la hora convenida.
No me lo podía creer, lo único que se me ocurrió para relajarme un poco fue ir de compras. Allí estaba, en Zara revolviendo trapos en horario de trabajo y el caso es que si no fuese porque la ligera irritación de mi sexo me lo recordaba de vez en cuando estaba funcionando de maravilla.
A la una y media en punto estábamos las dos en la cafetería. No estaba muy llena pero había un grupito en el fondo que estaba montando un buen follón.
-Malditas cornejas –dije yo atacando mi ensalada de salmón – ¿No podrán bajar un poco el volumen?
-Deja de escurrir el bulto y vamos al grano. ¿A quién te follas? Ya lo sé, es el juez Fernández, siempre te anda poniendo ojitos. Mmm, no. El camarero del Ritz, tampoco demasiado sabihondo… Dime, estoy en ascuas.
-En realidad no lo has visto nunca, le conocí en el metro.
-¿Te has liado con un perroflauta? –preguntó riendo su propio chiste.
-Aún peor –respondí yo ignorándola - ¿Sabes los tipos estos que van por ahí en camiseta aunque la temperatura sea seis bajo cero y que se pasean delante de rey con una cabra?
-¿Te has liado con un legionario? ¿En qué pensabas?
-No lo sé en realidad, -respondí yo un poco confusa mientras le contaba con detalle todo lo ocurrido los últimos días.
Al terminar mi narración Sandra se quedó callada con una actitud soñadora. Creo que mientras le iba contando mi aventura en el metro, ella pensaba en el inicio de su relación con Arty.
Cuando le conté como le había invitado a mi casa sin apenas conocerle ella sonrió. Cuando le conté que estaba muy confundida por ello me dijo que era natural, que por mucho que fuese la dueña de un bufete, seguía siendo una chica de veintitantos, (Ja, si ella supiese…) que con el tiempo dejaría de hacer esas tonterías y que de momento sólo contaba con mi intuición femenina.
Mientras terminábamos la comida callé y me quedé pensando en cómo me había repelido el hijo de Vargas nada más verlo. Era un tipo fuerte y violento, exactamente igual que Juan, pero sin conocerlos de nada con el primero no iría ni a la panadería de la esquina mientras que metí al otro en mi cama a las veinticuatro horas de conocerle.
Supongo que ahora ya se lo que es la intuición femenina.
22 de Septiembre
Querido Diario, me encanta el Mediterráneo a finales de septiembre. El tiempo no es tan caluroso, no hay tanta gente, no hay niños, no hay adolescentes cachondos haciendo agujeros en la arena, ni siquiera tipos intentando venderte o robarte cualquier cosa.
Aun así, elegimos una cala escondida a la que sólo se podía acceder tras una caminata de veinte minutos. Cuando llegamos, a las tres de la tarde, la encontramos desierta. El arenal sólo tenía unos cincuenta metros pero la arena era fina y los acantilados que lo rodeaban proporcionaban una refrescante sombra, lo que era una suerte ya que me encanta el mar pero detesto el sol.
-¿No vas a ponerte al sol? –Preguntó Juan intrigado.
-¿Al sol? ¿Tú estás loco? –respondí quitándome el sombrero de paja y las gafas de sol. –odio intentar estar morena, con el color de mi piel, antes que un moreno decente consigo un cáncer de piel.
-Me parece tan extraño en una mujer.
-¿Acaso no te gusto así? –dije incorporándome ligeramente mientras pensaba que este quizás fuera uno de los pocos retazos de mi antiguo yo que quedaban.
Juan no respondió, pero se quedó mirando mi cuerpo enfundado en un escueto bikini blanco con una sonrisa zorruna a la vez que se quitaba la camiseta y se tumbaba a mi lado.
Escuchar romper las olas, aunque relajante es algo aburrido así que empecé a hacer arte abstracto con mis uñas sobre el pecho de Juan. Y ya sabes querido Diario una cosa llevó a la otra y cuando me di cuenta estábamos besándonos. Por un momento miré a mi alrededor como si pudiese haber alguien vigilándome, pero la lengua impaciente de Juan acabó con todas mis inhibiciones y me senté sobre su erección.
Me incliné sobre Juan dejando que los tirantes del sujetador resbalasen por mis brazos y le besé lentamente. El respondió con ansia a la vez que acariciaba mi melena. Saboreé su boca y su lengua con deleite mientras mis caderas se movían al compás de las olas. Con un ligero tirón de mi pelo me obligó a despegarme y a levantar la cabeza para poder besarme el cuello y la parte superior de mis pechos. Sonriendo maliciosamente me incorporé y me quité el sujetador. Juan cogió uno de mis pechos con las manos e introdujo el pezón en su boca. Mis dos pezones se endurecieron inmediatamente y yo sin parar de moverme pegué un gritito de placer. Con un movimiento rápido se giró y quedé bajo él, aprisionada por los brazos. Enfurruñada y divertida intenté liberarme, obviamente sin éxito. Continuó besándome mordisqueándome los hombros, las axilas, las costillas… cuando llego al ombligo me soltó los brazos y comenzó a acariciarme las piernas. No recordaba haber estado nunca tan caliente. Me quité la braguita húmeda de pura excitación y me acaricie el sexo unos segundos antes de que Juan me apartase las manos diciéndome que era cosa suya. Su boca se entretuvo poco tiempo en el interior de mis muslos antes de rozar mi sexo con extrema suavidad. Sus labios y su lengua recorrían mi clítoris como si fuese de porcelana volviéndome loca de excitación y deseo. Intenté apretar su cara contra mi sexo pero no me dejó y siguió inflamándome casi sin rozarme.
Gemía, jadeaba, le suplicaba. Con un esfuerzo supremo lo tumbé bocarriba y le saqué la polla de aquellas horribles bermudas. Su sexo estaba tan caliente y húmedo como el mío, lo cogí entre mis manos y solo pensando en la venganza descubrí su capullo y lo toque con la punta de la lengua arrancándole una palabrota. Cuando intentaba coger mi melena yo me apartaba y mi melena acariciaba su pene erecto y palpitante.
Me levanté y me quedé de pie sobre él mirando al mar, el me acarició las pantorrillas simulando apartarme la arena. Poco a poco fui acuclillándome hasta dejar que mi sexo rozara sus labios. Juan respondió separándome el culo e introduciendo profundamente su lengua en mi vagina. Ronroneé como una gata al fin satisfecha. Me incliné, cogí su pene y lo introduje profundamente en mi boca. Juan se quedó quieto un instante pero enseguida continuó y cogimos el ritmo. Su verga estaba caliente y dura como el infierno y su lengua y sus dedos hacían diabluras en mi sexo. Al llegar el orgasmo me erguí y olvidándome de todo dejé que Juan siguiera acariciándome y besándome mientras el placer me arrasaba en oleadas sucesivas.
Me levanté y sin hacer caso a Juan me dirigí al mar. Me quedé en la orilla mirando las olas que golpeaban suavemente mis tobillos. Juan se acercó y me abrazó por detrás. Sentía su pene aún duro palpitar en el interior de mis piernas. Me cogió los pechos y me besó en el cuello. Cerré los muslos y dejé que su pene se deslizase adelante y atrás. Me giré, le besé y me metí en el agua hasta la cintura.
Juan se acercó y le besé de nuevo abrazándole con brazos y piernas. Su pene duro como una piedra estaba justo debajo de mi vagina y sin pensármelo me lo metí dentro.
El contraste entre el agua fresca y su polla ardiente me hicieron temblar de placer. Comencé a deslizarme sobre su pene con las olas golpeándonos juguetonamente. Las manos de Juan no paraban de acariciarme y explorar mi cuerpo. Aprovechando la ingravidez me di la vuelta y Juan me penetró de nuevo. Con suavidad cogió mis brazos y continuó empujando con vigor. Mis pies apenas tocaban el suelo con sus embestidas que se aceleraron hasta que finalmente se corrió dentro de mí. Continuamos abrazados en esa postura un par de minutos. Su pene disminuía de tamaño poco a poco en mi vagina y su semen escurría entre mis piernas para terminar arrastrado por la corriente, pero lo único que sentía era su abrazo y sus palabras de amor.
Mientras continuábamos así, abrazados y conectados con el sol de la tarde envolviéndonos con su resplandor. No podía evitar pensar ¡Joder, me estoy enamorado!
4 de Octubre
Querido Diario, la vida es una mierda. Ahora que había encontrado un hombre soltero y que no fuera profundamente gilipollas. Un hombre con el que me sintiera cómoda y protegida se tiene que ir cinco semanas.
Cuando llegó esta tarde a casa sin avisar, enseguida me temí que pasase algo.
-¿Has visto las noticia? –dijo él mientras traspasaba la puerta.
-La verdad es que no he tenido tiempo –respondí yo besándole.
-Una mina ha explotado en Afganistán –dijo Juan con rostro grave – dos compañeros han muerto y otro ha perdido las dos piernas.
-Lo siento muchísimo Juan, ¿Los conocías mucho? –pregunté sin deshacerme de su abrazo.
-Felipe, el que ha perdido las dos piernas es de mi promoción. Prácticamente hemos hecho carrera juntos. Es un tío excelente. Siempre dispuesto a ayudar y tenía una puntería infernal con la MG.
-¿Puedo hacer algo por ti? ¿Te pongo una copa? –pregunté.
--No gracias, soy uno de los remplazos y he venido con el tiempo justo para avisarte…
-¿Cómo? Espera un momento. –Repliqué yo palideciendo -¿Te vas tú a Afganistán? ¿No había nadie más disponible?
-En realidad me he presentado voluntario, bueno todos nos hemos presentado voluntarios y yo he sido uno de los elegidos.
-Vas a jugarte el pellejo a seis mil km de distancia; ¿y lo dices con una sonrisa? –dije yo empezando a cabrearme.
-Es para lo que nos pagan, no solo estoy contento, estoy orgulloso de servir a mi país…
-Sí, muy listo –le interrumpí yo –orgulloso de servir a una pandilla de politicastros que arriesgan la vida de jóvenes para mantenernos entretenidos mientras ellos arramplan con todo lo que pillan.
-La misión que ejercemos allí es muy importante. Mantenemos la paz y protegemos a los inocentes…
-Permitiendo que los políticos calmen su mala conciencia y sigan retrasando una solución a un conflicto que ellos comenzaron.
-España no empezó esto.
-No, pero los dirigentes de la OTAN en la que nuestros políticos nos metieron sí.
-Está claro que nunca le voy a ganar a un abogado en una discusión, me tengo que ir. El avión sale dentro de dos horas. –dijo dirigiéndose a la puerta.
-¿Me vas a desear suerte? –preguntó Juan no muy convencido de la respuesta que le esperaba.
-Pues claro que si imbécil –le dije yo besándole en el umbral de la puerta – y ni se te ocurra hacer ninguna tontería heroica. Los cementerios están repletos de héroes estúpidos.
Le besé de nuevo. Esta vez el beso fue más largo y apasionado. Incapaz de contenerme por más tiempo le despedí diciéndole que ni se le ocurriese ir de putas en Vagram y cerré la puerta dejando que las lágrimas de angustia corriesen por fin por mis mejillas.