La cabeza del mono (3)

Victoria empieza a experimentar lo que supone ser mujer.

5 de enero

Querido diario, ¿Cómo se puede tener resaca por haber bebido tres vinos y una cerveza?

Me he levantado de una mala ostia increíble. La cabeza me dolía y a la vez me daba vueltas y tenía el estómago ligeramente revuelto.

Luego, después de desayunar cereales con fibra y tres ciruelas pasas voy al baño y tras diez minutos de esfuerzo cago dos míseras bolitas.

Dios, cómo echo de menos ser hombre algunas veces. Hace un año lo único que necesitaba era un periódico y cinco minutos de tranquilidad.

He salido de casa a correr, con la cara de Cruela De Ville y cuando pasaba por delante de un gimnasio de artes marciales he entrado sin dudarlo. El resultado ha sido que he llegado veinte minutos tarde al trabajo pero el krav maga me ha dejado exhausta y satisfecha y además me ha movilizado el intestino.

Ya duchada y cambiada me encerré en mi despacho. No habían pasado quince minutos cuando Luis estaba llamando a la puerta.

­-Buenos días Vicky, ¿qué tal la resaca?

-La resaca perfectamente, yo hecha una mierda. ¿Qué tenemos para hoy?

-No demasiado, Cristóbal y Amaya están en el juicio del armador y Francisco me está ayudando en la selección del jurado del caso Martínez. El resto se están ocupando de asuntos menores, ya sabes licencias, multas, pequeños impagos...

-Y para mí, ¿hay algo?

-Sí, dos posibles clientes, un tal Liu Ming que quiere establecer su base de distribución de juguetes electrónicos en España y quiere a alguien que le introduzca en el país, ya sabes, permisos de trabajo, ayudas financieras, gestión de impuestos, toma éste es su teléfono.

-Esperemos que hable algo de inglés, -le interrumpí –odio tener que negociar por medio de intérpretes. ¿Cuál es el otro?

-El otro sería el premio gordo. Castor Enríquez.

-No jorobes. –Volví a interrumpirle – ¿No lo llevaba Blasco y asociados?

-Sí, pero a tres semanas del juicio por la urbanización Nueva Costa Marfil II los ha mandado a hacer puñetas. No hace falta que te diga que el asunto corre prisa.

-Espero que nos pague mejor que a la pobre gente que ha dejado con lo puesto. Bien, lo llamaré esta misma mañana y concertaré una cita para ver si le podemos echar la red a ese tiburón.

-Bien ¿Si no necesitas nada más? –Pregunto Luís haciendo ademán de levantarse.

-¿Tienes un minuto antes de irte Luis? –le dije indicándole uno de los dos cómodos sofás que había en una esquina del despacho.

-La verdad es que he querido hablar de este tema desde que llegué y no había encontrado el momento –continué mientras me sentaba en el otro y cruzaba las piernas con naturalidad. -¿Cómo era mi antecesor?

-Bueno, era… como te explicaría yo… -respondió Luis un poco incómodo – El noventa por ciento de las veces era un cabrón implacable. Cosa que le resultaba muy útil, principalmente en los juicios.

  • ¿Y el otro diez por ciento?

-Cuando quería era un tipo  genial. Sobre todo cuando captaba clientes, espero que tú seas casi tan buena como él.

-Descuida, igual hasta te sorprendo – ¿Estaba poniéndome envidiosa de mi antiguo yo?

-En cuanto al trabajo –añadió Luis mientras sacaba un puro de la chaqueta de su traje y lo dejaba apagado en su boca ante mi gesto desaprobatorio –Nos exprimía como a limones, pero era generoso con el dinero sobre todo si conseguíamos los objetivos asignados.

-Eso sí que no cambiara. Siempre he tenido la convicción de que el talento y el trabajo duro hay que pagarlo. Lástima que no llegase a conocerle, parecía un tipo interesante.

-No sé, su único vicio, a parte del trabajo, era follarse todo lo que se movía y su nombre terminase en “a”, y si era en los morros de su mujer, mejor.

-En fin –añadió levantándose – que quizá todo el mundo diga que no merecía morir tan joven. Pero de lo que estoy seguro es que todo el mundo dirá que merecía morir así.

Mientras Luis se iba no he podido evitar pararme a pensar. Me temo que voy a tener que conseguir esos contratos como sea para hacer olvidar a mis empleados mi antiguo yo.

7 de enero

Querido Diario, hoy por segunda vez desde que lo tengo, me he dejado el bolso en la cafetería. Afortunadamente, uno de los camareros se dio cuenta y salió corriendo a la calle para devolvérmelo. Es una de las cosas que más odio de ser mujer. Antes, las cuatro cosas que necesitaba iban repartidas por los bolsillos de la ropa. Ahora los pantalones que llevo son tan estrechos que ni siquiera me cabe un clip,  por no decir el resto de los trastos que se supone debe llevar una  mujer para estar preparada en cualquier circunstancia. Empecé llevando el móvil, las llaves, la cartera un par de tampones y unos clínex, pero al día siguiente le había añadido el pintalabios, el rimmel y un pequeño set de maquillaje con espejo incluido, al otro me pareció imprescindible el bolígrafo, una libreta, unas medias de repuesto…

Así que todas las mañanas salgo de casa cargada con el abrigo el maletín y el bolso bajo el brazo mientras cierro la puerta con la mano libre e intento que no se me caiga todo al suelo.

10 de Enero

Querido Diario, esta noche he llegado a casa tan cansada que he estado a punto de no charlar un rato contigo, pero la euforia ha podido más y me muero por contártelo. Por fin me ha ganado el pan y he conseguido a Castor. Hay que ver qué tipo más cerrado y desconfiado.

Para estar a salvo de interrupciones Sandra no le citó en la oficina, sino que le invitó a comer en un restaurante de la ciudad.

Creo que hoy se había levantado con el pie izquierdo ya que a las doce del mediodía llama a mi secretaria y le dice que le es imposible llegar y me cita en un mesón de carretera en la antigua nacional sexta.

A base de darle estopa al Jaguar conseguí llegar al mesón sólo cinco minutos después de la hora convenida. No sé qué le molestó más,  que se hubiese presentado una mujer o que hubiese llegado más o menos a tiempo.

El restaurante era un antro de cazadores con las paredes atestadas de fotos de bichos muertos y de cornamentas de cabras montesas y ciervos que los clientes usaban de percheros. En la mesa del fondo estaba mi anfitrión flanqueado por dos tipos grandes como el peñón de Gibraltar y con la apariencia de tener la misma inteligencia. Vestía un traje gris, creo que de Armani, con corbata estrecha y negra y una bufanda de seda blanca. Haciendo caso omiso de los carteles que colgaban a la vista por todo el local fumaba un Ducados sin quitarme la vista de encima.

Me quite el abrigo tirándoselo a uno de los gorilas y me senté con naturalidad frente a él.

El tipo, con un gesto de la cabeza, le indico al gorila derecho que colgase mi abrigo y me pregunto quién era. Antes de que pudiese responder me preguntó si era normal que el bufete enviara una secretaría por muy buena que estuviese. Esperé pacientemente a que terminase de despotricar contra el bufete y le entregué una tarjeta y me disculpé por no haberle aclarado al citarle que ahora la nueva dueña del bufete era una mujer.

El hombre se quedó un poco confundido. Evidentemente, no sabía de la defunción de mi antiguo yo, así que,  aprovechando el silencio y mientras pedía un Ribera del Duero le expuse brevemente su situación. Le tranquilicé asegurándole que contábamos con el mismo equipo y que seguíamos siendo tan eficaces como siempre.

El mesón sólo tenía menú del día. En cualquier otra ocasión me hubiese limitado a tomar una ensalada mixta, pero conocía al tipo y pedí  callos a la madrileña. Comimos rápido y en un silencio sólo interrumpido por el ocasional tintineo que producían los espaldas plateadas al escupir los huesos contra el plato.

Las negociaciones continuaron con el café y las copas. Castor con otro cigarrillo en la boca y resignado a tener que negociar conmigo me pregunto qué opciones tenía.

Yo fui clara y le dije que lo tenía bastante crudo, que la multa no podríamos evitarla, pero que si éramos hábiles no tendría que pasar físicamente por la cárcel.

Un casi imperceptible gesto de sus cejas me dijo que era lo que quería oír. Las negociaciones avanzaban lentamente y acabado el café, sin ningún comentario, trajeron una baraja.

Así que, por increíble que parezca, seguimos discutiendo los objetivos de nuestra defensa y los emolumentos del bufete mientras les dábamos una paliza  al subastado a los seguratas.

He llegado a casa con los deberes hechos, pero eran las once de la noche pasadas.

Me pregunto cuanto tiempo hubiese ahorrado si me hubiese limitado a chupársela.

19 de Enero

Querido Diario, la semana ha resultado bastante fructífera. Al fin me he puesto al día con el trabajo,  y como conseguí a Castor y no me meto demasiado con el trabajo de los demás parece que la gente está empezando a aceptarme. Además creo que Sandra y yo hemos conectado. Durante el trabajo nos tratamos como jefa y empleada, primero porque ella cree que si nos ven juntas el resto de sus compañeras van a desconfiar de ella y segundo porque yo no quiero que dejen de confiar en ella y así seguir enterándome de todos los chismes que revolotean por el bufete. Fuera de la oficina quedamos para tomar café y para ir de tiendas o ir al gimnasio. La verdad es que cuando se relaja y deja de quejarse de la escasez de hombres decentes y bien dotados, es una tipa divertida y bien dispuesta para cualquier cosa.

2 de Febrero

Querido Diario, hoy ha sido un día muy raro. Todo empezó como siempre, me levanté me fui a correr y me arreglé para ir al   trabajo. Una vez en el bufete me reuní con los socios para analizar los números del mes pasado y las perspectivas de negocio para este mes. Revisamos por encima las agendas de cada uno y les indiqué que  procesos eran más urgentes y cuales podían esperar.

Almorcé un sándwich vegetal y un yogurt bío en la oficina. Lo peor de ser mujer es el permanente cuidado que tienes que tener con tu peso. Afortunadamente mi nuevo cuerpo no tiene especial tendencia a engordar y no necesito ser muy estricta, pero si comiese como lo hacía antes o no hiciese ejercicio ya estaría como una vaca.

Por la tarde salí y me reuní con dos posibles clientes  y como eran apenas las seis de la tarde llame a Sandra.

Sandra suele tener horario de mañanas con lo que entra a trabajar a las siete de la mañana, en realidad es la primera en llegar, y sale alrededor de las tres si no hay nada inusual, por lo que a esas horas ya andaba de tiendas por el centro.

Quedamos en una cafetería y mientras yo me tomaba un delicioso capuchino, ella me puso al día de todo lo que había hecho aquel día. Como al parecer no había terminado los recados del día, le acompañé en su periplo por las tiendas más caras de Madrid. Reconozco que ya no me desagrada tanto ir de compras como el primer día. Incluso compré unas sandalias preciosas con un tacón vertiginoso mientras Sandra inspeccionaba todas las botas de las cercanías.

Finalmente  entramos en una boutique de lencería. Entrar en estas tiendas siempre me había resultado excitante así que el cansancio del día se disipó y me puse a curiosear con atención.

Con la ayuda de la empleada me decidí a probar un sujetador de encaje color aguamarina y una braga tipo brasileño con un encaje precioso cuajado de piedras swarovski  en la cintura.

Sandra había elegido un conjunto negro con un camisón transparente también negro.

En los vestidores había bastante gente y estaban todos ocupados menos uno y como eran bastante amplios entramos juntas.

Sandra llevaba un bonito y práctico vestido de lana verde que se ajustaba a sus curvas como una segunda piel y que además se quitaba en un abrir y cerrar de ojos. Así que mientras yo terminaba de forcejear con los últimos botones de mi blusa ella ya estaba totalmente desnuda. No pude evitar admirar su cuerpo, un pelín pasado de kilos y con una celulitis incipiente e los muslos, pero con unas curvas vertiginosas. Y sus pechos que yo creí que eran de goma, resultaron ser naturales y estar endiabladamente turgentes.

-¿Cómo haces para mantenerlos tan elevados? –le pregunte intrigada y ligeramente excitada.

-Todas me lo preguntáis –respondió divertida, los hombres sin embargo ni se les ocurre sólo las amasan como si fueran panaderos. En realidad es una fórmula más vieja que el catarro. Basta con meter los pechos en agua helada todos los días tres minutos después de ducharte. Eso y una buena crema reafirmante hace milagros. Toca, toca, son naturales del todo.

Alargué mis manos sin pensar y palpe sus senos. En efecto eran naturales, los sujeté por debajo y los sopesé. No sé si fue el frío o mi contacto pero sus pezones se endurecieron inmediatamente. Levante la vista y la miré. Su cara denotaba sorpresa pero no irritación, así que yo, que estaba realmente excitada retire mis manos lentamente mientras rozaba sus pezones con mis uñas. Sandra se limitó a suspirar y a ruborizarse ligeramente. A continuación terminé de desvestirme.

-¿Qué opinas de las mías? –Le  pregunte mientras con una sonrisa malévola ponía sus manos sobre mis pechos.

En un principio Sandra pareció vacilar pero luego las pegó un buen estrujón y las apartó.

-Son un poco más pequeñas pero son muy bonitas, de todas maneras,   supongo que ya sabes que tu fuerte son tus piernas y tu culo –me dijo mientras me daba la vuelta y lo acariciaba brevemente.

Nuestras miradas se cruzaron por un momento. Valoramos la situación pero ambas lo descartamos casi a la vez y una ligera risa descargó la tensión acumulada.

Por un instante el deseo que sentía hace meses por una mujer hermosa volvió, pero esa excitación, aunque  no se desvaneció, se desvió. No quería hacer el amor a una mujer. Sentía que yo era la mujer. Quería un hombre que me abrazase y me hiciese suya.

Necesito una minga.

5 de Febrero

Querido Diario:

Ya es viernes, la excitación se ha ido acumulando a lo largo de la semana amenazando con desbordarse en cualquier momento y preferiría que eso no ocurriese en la oficina, así que he quedado con Sandra para salir esta noche de caza.

Creo que a ella también le sentara bien. Según me contó ya han pasado varios meses desde que el último gilipollas que pasó por su cama le dio plantón.

A las nueve y media ya andábamos de tapas por el barrio viejo. Yo vestía una minifalda color tierra con volantes, una blusa de seda blanca y una gabardina. Sandra llevaba otro vestido de lana gris precioso (debo enterarme de dónde los saca) y un abrigo de paño negro.

Hacía algo de frio pero la noche parecía animarse. O eso, o  los vinitos estaban surtiendo efecto. Sandra se conocía todos los garitos de la capital y acabamos en el que según ella, iban todos los hombres hambrientos pero no desesperados.

El ambiente era cálido y oscuro. Yo pedí una Coca Cola porque ya me sentía un poco mareada, pero Sandra gracias a su mayor masa atacaba su Absolut  limón sin aparentes problemas de coordinación.

Con el primer trago echamos una visual en busca de posibles víctimas. El pub no estaba muy lleno y en aquel momento no había demasiadas mujeres así que nos  lo tomamos con calma.

-¿Que te parecen los del final de la barra? -me sugirió  Sandra.

-Demasiado viejos y deben llevar lo menos ocho copas –respondí yo. –nos pasaríamos la noche administrando viagras y chupando pollas.

-¿Y los jovencitos de la derecha?

  • Son suplentes del atlético de Madrid, reconozco al del pelo largo. Demasiado ego insatisfecho. Ellos acabarían en cinco minutos y tú tendrías que terminar con tus dedos.

En ese momento entraron dos tipos de mediana edad. No eran demasiado atractivos pero tenían una seguridad en su forma de andar y una forma desdeñosa de mirar a sus rivales que enseguida me llamó la atención.

-Esos podrían valer.

-No está mal pero uno de ellos está casado –dijo Sandra señalando la mano izquierda del más alto.

-Entonces para mí, yo sólo quiero un polvo.

-Destrozahogares –me dijo Sandra con sorna mientras me pasaba una mano por el brazo y les largaba una mirada traviesa.

Después de un cuarto de hora, los hombres son muy bobos, se dieron cuenta y se acercaron. César era el casado y el más tímido. Perfecto para mí, un hombre previamente amansado para no tener que pelear con él. Al principio Arty quiso ir a por mí, pero le dejé claro que no me interesaba y enseguida se lanzó por mi amiga como un buitre carroñero.

Charlamos un rato. A pesar de todo, yo seguía echando miradas furtivas por si aparecía un pescado mejor pero no parecía ser un día de mucho movimiento.

Después de tres Coca Colas necesitaba hacer un pipi así que me fui al baño con Sandra para planificar los siguientes pasos.

-No están mal, un poco sabihondos pero creo que valdrán. –dije mientras me retocaba en el espejo.

-El mío es un poco calavera pero es muy simpático. Creo que se trajo al tuyo a rastras, así que supongo que vas a tener que trabajártelo.

-Puf, se de todos los interruptores de estos mamones. Tranquila que no pienso pasar hambre. –le dije mientras salíamos del baño.

La verdad es que me costó algo más de lo que esperaba pero en una hora estábamos los dos en un taxi de camino al picadero de un amigo suyo.

-¿No te importa que este casado? –soltó César a bocajarro.

-No –respondí un poco sorprendida –una cana al aire no significa nada y ni tú ni yo queremos nada más.

-Claro, claro yo adoro a mi mujer.

-Oh, sí, no lo dudo –dije yo con una sensación de ligero cabreo impensable en otro tiempo. En realidad no sé qué me molesta más, la forma tan confusa que tiene este tipo de adorar a su mujer o el que me considere tan rápidamente un polvo pasajero.

El resto del trayecto transcurrió en silencio con mi compañero de viaje cada vez más nervioso.

El piso era un pequeño apartamento  a media hora del centro. La decoración era escasa pero tenían unos gigantescos ventanales que le daban una gran luminosidad. Estaba pensando en que parecía el estudio de un artista cuando noté que unas manos rodeaban mi cintura.

Me di la vuelta y le besé. Su lengua impaciente se introdujo en mi boca y me exploró con violencia. Me empujó contra la pared y sus manos ahora firmes, sobaron mi cuerpo a través de la ropa con descaro sin dejar de besarme.

Esto no había empezado como estaba planeado. Estaba excitada y expectante, pero a la vez me sentía vulnerable. No podía dejar de pensar ¿y si pretende hacerme algo que yo no quiero o no me gusta? ¿Seré capaz de pararle los pies o acabaré como la campesina del sueño?

César,  totalmente inconsciente de mis vacilaciones,  metió una mano debajo de mi falda y el sobresalto que me produjo me devolvió a la realidad. Sus manos  pequeñas y regordetas me acariciaban el sexo con brusquedad. Separé mis labios de los suyos jadeante y excitada. El me mordisqueo el cuello bajando luego su lengua por las profundidades de mi escote mientras me empujaba hacia la cama.

Con no pocas dificultades me separé de él dejándolo sentado al borde del lecho. Quería exhibir mi cuerpo ante él, quería que pensase en mi cuando se acostase con su mujer. Este pensamiento me excitó aún más mientras me quitaba toda la ropa delante de él excepto las medias y los zapatos de tacón. Me estiré y di un par de vueltas sobre mi misma para que pudiese admirarme detenidamente.

Él se levantó y se acercó a mí  acariciando mis pechos mientras yo le bajaba los pantalones.

Era la primera vez que tocaba un pene que no fuera mío, no era tan grande como el que poseía yo en el pasado pero serviría. Estaba caliente y tieso como una estaca. Lo envolví con mis manos recorriendo toda su longitud. César se sentó en la cama y con delicadeza me hizo arrodillarme dejando su pene latiendo a la altura de mi boca. Me quedé un instante paralizada, observando aquel miembro caliente y resbaladizo con un pelín de repulsión pero la curiosidad y la excitación pudieron más y lo introduje en mi boca. Su glande golpeó con fuerza contra mi paladar y siguió resbalando hasta el fondo de mi boca.  Yo la aparté instintivamente. Un hilo de saliva quedo conectando su polla y mis labios. La recogí con mi lengua y acaricié su glande. Él  suspiró poniéndome sus manos sobre mi cabeza y empujándomela hacia él.

Esta vez use la mano para controlar la profundidad de su penetración y chupé con fuerza. Continúe chupándosela lenta y deliberadamente mientras me acariciaba el pubis con la mano libre.

Me levante de golpe y aprovechando su sorpresa me senté encima de él. Le abracé y moví mis caderas lentamente sobre su pene, nuestros cuerpos se estremecieron por el contacto de nuestros sexos. Los jugos de mi sexo se extendían por la superficie del condón haciéndolo más resbaladizo y confortable. Me erguí un poco más para separarme y darle una tregua a su miembro mientras golpeaba su cara con mis pechos. Sus labios entraron en contacto con mis pezones provocándome un escalofrío. Instintivamente intenté apartarlos pero agarró mis pechos con sus manos y se los acercó a la boca chupándolos con fuerza. Mis pezones se endurecían y latían deliciosamente y yo jadeaba y apretaba su cabeza contra mis pechos ultrasensibles.

Finalmente bajé de nuevo mi cuerpo introduciendo su polla dentro de mí. Ahora fue él quien soltó un suspiro ronco. Antes de que empezara a subir y bajar a lo largo de su miembro me levantó en el aire y me tumbó de espaldas sin separarse de mí.

De nuevo estaba a su merced con el culo en el borde de la cama y las piernas abiertas. Allí, aprisionada por el peso de un hombre corpulento, me sentí tan vulnerable que estuve a punto de hacerle parar, pero empezó a moverse dentro de mí y todo cambió. No se apresuró. Comenzó lentamente, introduciendo toda la longitud de su pene. Mis piernas se cruzaron con naturalidad entorno a su cintura. El ritmo se aceleró y yo comencé a elevar mi pubis al compás. Mis jadeos se convirtieron en pequeños gritos. Al sentir mi placer, Cesar aumento la profundidad y el ritmo de su penetración. Con la poca voluntad que me quedaba le  aparté de nuevo.

Me incorporé y me puse a gatas sobre la cama. Se quedó admirando mi cuerpo perfecto jadeante y brillante de sudor como una yegua en celo. Agaché un poco mi torso y separé mis piernas para proporcionarle una gloriosa visión de mi sexo caliente y tumultuoso. Lo lamió de nuevo unos instantes produciéndome un pequeño anticipo del orgasmo. Incapaz de contenerse más, me penetró con fuerza  mientras hincaba sus dedos en mis nalgas. Una, dos, tres, cuatro veces, yo, gemía enloquecida por el placer del orgasmo y le animaba a seguir empujando con las palabras más soeces que se me ocurrían. Perdí el sentido del tiempo, podían haber pasado segundos o años hasta que un tirón de pelo me obligó a curvar la espalda a la vez que el pene se quedaba profundamente alojado en mi interior mientras  César se corría.

Se quedó un momento encima de mí mientras recobraba el aliento.

Quince minutos después cada uno iba en su taxi respectivo dispuesto a seguir con su vida.

No está mal para ser mi primer polvo. Para que luego digan que para follar bien tienes que haber ido a las Carmelitas.

8 de febrero

Querido diario, el sexo del otro día fue una liberación. La verdad es que vuelvo a tener ganas pero no esa necesidad imperiosa. Probablemente si no hubiese encontrado a César hubiese sido capaz de follarme un espantapájaros. Conseguir un pene de calidad no resulta tan fácil como creía. Salidos hay un montón pero tíos que sean capaces de hacerte temblar de deseo no hay tantos.

Esta tarde estuve con Sandra y lo comprobé. No nos pudimos ver antes porque esta está siendo una semana de locos. Además de todo el trabajo ordinario yo estoy trabajándome un cliente que nos podría dejar unos beneficios de varios miles.

Al igual que la mía, la  noche de Sandra fue bastante satisfactoria, pero la chica en el fondo es una romántica y pensaba que quizás podría tener una relación un poco más duradera con Arty. Tampoco esperaba mucho. Una cena, unas flores, un par de noches desenfrenadas y luego ya se vería, pero Arty, a pesar de haber intercambiado  los números de teléfono, no había dado señales de vida.

-No te preocupes por ese mamón –dije intentando animarla- Lo más seguro es que aún este de resaca.

-No sé, la verdad es que me gusta bastante, pero ¿y si no me llama?

-¿Sabes? Creo que conozco bastante bien a los hombres y puedo asegurarte que volverá a llamar. Está dejando que te vayas haciendo a fuego lento para que cuando vuelva a llamarte caigas rendida en sus brazos.

-Si le llamas –continué -será peor porque creerá que estas desesperada y tratará de chulearte.

-Recuerda Sandra, que los hombres siempre desean lo que no pueden tener. –Dije pensando que en otra época no dejaría escapar el par de melones de Sandra tan fácilmente-  La primera vez dale largas con una excusa verosímil pero que le haga dudar y ya verás cómo en un par de días lo tienes comiendo de la palma de tu mano. Y con el sexo lo mismo, hazle ver hasta donde estas dispuesta a llegar pero déjale con las ganas; son como los cachorros tienes que llevártelos varias veces a la cama para que se vayan habituando.

-Hablas con tanta seguridad de los hombres  que me produces escalofríos.

-Cuando has crecido rodeada de tres hermanos, llegas a saber dónde tienen los hombres realmente el cerebro –repliqué entre risas.

-¿Tienes tres hermanos? Que suerte, yo era hija única y en casa me sentía más sola que la una.

-No sé, pues yo soñaba con ir alguna vez al baño sin que nadie hubiese cagado en él diez minutos antes. Créeme, vivir con tres adolescentes salvajes y salidos en un piso de noventa metros cuadrados no es ninguna experiencia memorable.

-Supongo que tienes razón.

-Y no te he contado lo peor, -dije interrumpiéndola- cada vez que intentaba intercambiar fluidos con algún chico aparecían esos pendejos para espantarle o darle de hostias dependiendo de lo lejos que hubiese llegado. Siempre sospeché que seguían órdenes directas de mi padre ausente, pero nunca he podido llegar a confirmarlo.

-¿Cómo era tu padre? –preguntó Sandra dando rienda suelta a su curiosidad.

-Supongo que como cualquier padre chileno de su época, –respondí yo improvisando –atento, cariñoso, hipercatólico, pero con un pequeño defectillo, ser abogado de izquierdas en plena dictadura de Pinochet. Al final tuvo que marcharse del país con lo puesto. Yo, que soy la pequeña, nací cuando ya estaban instalados aquí, por eso no tengo acento.

-¿Y porque estudiaste la carrera en Chile?

-Bueno pocos años después, mis padres se separaron y cuando finalizó la dictadura le llamaron para ayudar en la transición a una nueva democracia. Luego me llegó la edad del pavo y empezaron las broncas diarias con mi madre que se fueron intensificando con el tiempo. Finalmente llegué con mi madre a la conclusión de que lo mejor era que me fuese a terminar el bachillerato a Chile con mi padre. Todo empezó muy bien, conectamos inmediatamente y me encantaba el trabajo que hacía como ayudante del fiscal general. Incluso empecé la carrera decidida a seguir sus pasos y ser el azote de los criminales, pero luego descubrí lo que puede hacer el oro con las convicciones y volví a España desencantada. Eso sí con un buen fajo de billetes que conseguí gracias al complejo de culpabilidad de mi padre. Y gracias a eso ahora tienes una jefa tan chachi.

Por cierto querido Diario, tengo que hacerme un guion sobre mi vida y estudiarlo, o sin no voy a andar por ahí contando a cada persona que vea una historia distinta.

11 de Febrero

Querido diario, hoy ha caído una buena nevada. He decidido no ir a trabajar. Llamé a Sandra y le dije que tenía asuntos familiares que atender y me he quedado viendo nevar desde la ventana, decidida a no salir de casa en todo el día.

He encargado la comida y… ¡Me he puesto a limpiar!

Cuando era hombre, nunca me gustó limpiar, ahora sigue sin gustarme nada, pero la diferencia es que odio el desorden y la suciedad hasta el punto de animarme a coger una fregona, mientras que antes me podía llegar la mierda hasta los tobillos que me importaba un carajo.

Para pasar mejor el mal trago, puse la radio y cuando me  di cuenta estaba meneando la fregona y las caderas al compás de la música. Minutos después me sorprendí cantando una canción de Beyoncé que no creía recordar. Me solté el pelo y comencé a bailar sin pensar en nada, rodeé la fregona con unos pasos llenos de energía y la tiré lejos mientras  me ponía de puntillas, daba  un par de piruetas y levantaba mi pierna derecha hasta casi tocarme la cara con el pie. Continué danzando con la mente en blanco sin parar de cantar. Al llegar al estribillo por segunda vez, terminé en el suelo con un espagat, Luego con las piernas abiertas adelanté la cabeza, eché las piernas hacia atrás, me puse a gatear lentamente, contoneando la caderas, para terminar tumbada en el suelo con la espalda arqueada y las piernas en alto con la última nota.

ACDC me despejó y me encontré tirada en el suelo jadeando y sin tener ni puta idea de que estaba pasando.

Que mal rollo, o contrato una asistenta o pongo una pista de baile.

15 de Febrero

Querido diario, al fin Arturo  dio ayer señales de vida. Menos mal, porque creí que Sandra me iba a volver loca con tanta cavilación. No hay demasiado que contar, él le llamó por teléfono. Ella en contra de mi consejo quedó con él  esa misma noche y acabaron en la cama follando toda la noche como escarabajos en celo. Sandra estaba tan contenta que cuando Arturo le pidió mi teléfono para dárselo a César se lo dio sin pensarlo dos veces.

El teléfono sonó pasado el mediodía. Odio que me joroben la comida. Afortunadamente para él, hoy tenía demasiado trabajo para comer por ahí y estaba engullendo un sándwich vegetal en mi oficina:

-Diga.

-Hola, ¿te acuerdas de mí?

-Claro que me acuerdo de ti –respondí cabreada al reconocer inmediatamente aquella voz áspera y varonil.- Eres el tipo que me trajo ayer por la noche una hawaiana grasienta y fría.

-¡Quiero que sepas que esto no va a quedar así! –Continué a grito pelado –Espero que estés haciendo las maletas alimaña, porque yo misma en persona me encargaré de cerrar ese garito infecto donde trabajas y de que no puedas conseguir ningún otro  curro en la ciudad…

  • Victoria, soy yo, César –intervino César antes de que volviese a coger aliento.

-Ya lo sé capullo, -repliqué yo bajando la voz- ¿cómo conseguiste este número?

-Le dije a Arty que se lo pidiera a Sandra.

-¿Y no se te había ocurrido que si hubiera querido que lo tuvieras te lo habría dado yo?

-Oh, yo pensé que quizás podríamos volver a vern…

-No, tú no pensaste nada. –Le espeté sin dejarle terminar – Los hombres sólo reaccionáis al picor de ingles.

-Lo siento no pretendía molestar. Es que el otro día lo pasamos tan bien que…

-Corta el rollo –dije yo volviendo a interrumpirle – y piensa en una forma mejor de adorar a tu mujer.

-Eres injusta conmigo.

-No, estoy siendo paciente que no es lo mismo, lo que debería hacer es insultarte y colgar el teléfono, pero en cambio estoy intentando razonar contigo. ¿Quieres un consejo?

-No, pero me lo darás de todas formas.

-Tú también puedes colgar cuando quieras, pero como veo que no lo haces te diré que tienes dos soluciones. O le pides a tu mujer que te haga las guarradas que te gustan, o será mejor que pagues a unas profesionales. Créeme, las mujeres nos ofendemos bastante menos con un polvo rápido con una puta que cuando nos enteramos de que habéis mantenido una relación durante un par de años con la misma mujer.

Colgué inmediatamente sin darle tiempo a decir nada más.