La cabaña: Epílogo

Miki de vacaciones... Aparecen Rachid y David y, cómo no, los gemelos y el pelirrojo. Final de la serie.

LA CABAÑA (Epílogo)

El 21 de Diciembre del 2001 comenzaron las vacaciones de Navidad. Miki y yo pasamos la noche juntos en mi casa, donde mi cama se había acostumbrado ya al brío febril de nuestros asaltos . El sábado a mediodía él y toda su familia salieron de viaje al pueblo de su madre, donde iban a pasar las pascuas. Me quedé solo.

El día 24, a pesar de ser Nochebuena, la agencia de viajes que había en mi barrio estaba abierta. Me dirigí a ella con el fin de encontrar algún viaje de última hora al Caribe, a Cuba, si era posible, para calmar mi soledad. Deseaba un cambio de aires, pero temía que un país tropical haría surgir el monstruo que llevo dentro y que me pasaría los días sumergido en las ondulaciones de jóvenes morenos y bellísimos. Llevaba dos meses acostándome sólo con Miki. Todo un record. Simplemente no había necesitado estar con otro. Tenía la suerte de disponer del cariño de un chaval casi tan caliente como yo, siempre dispuesto a un achuchón aunque fuera breve y apresurado.

Regresaba a mi casa cuando me llevé la agradable sorpresa de observar que ante mí caminaban dos chicos guapísimos. No tardé en darme cuenta de que los conocía: eran Rachid y David. Hablaban animadamente mientras observaban los detalles de las casas. Se pararon frente a mi puerta. "Ya es casualidad", pensé. Me acerqué sigilosamente y descubrí que habían llamado al portero electrónico y les había respondido algún vecino. La voz de Rachid sonó fuerte y clara:

-¡Publicidad!

Pero el vecino no quiso abrir. Se quedaron un rato dudando. Al fin, David propuso:

-Nos esperamos a que venga algún vecino y entramos con cualquier excusa.

Pensé si debía huir para observarlos desde lejos, pero se quedaron en el portal mirando hacia fuera, así que no tuve más remedio que presentarme ante ellos fingiendo sorpresa.

-¡Hombre, chicos! ¿Qué hacéis por aquí?

-¡Hombre, profe! –era Rachid. -¿Cómo te van las vacaciones?

-No lo sé. De hecho comienzan hoy, ¿no? ¿A dónde vais?

-Por aquí, estamos buscando a un amigo –explicó David. –Tiene que vivir por aquí. ¿Y tú?

Pensé que yo no había hecho gesto alguno que delatara mi domicilio, así que jugué un rato.

-¿Un amigo? Quizá pueda ayudaros a encontrarlo. Este es mi barrio.

-Tú vives por aquí? –comentó Rachid. –No lo sabía.

-Pues sí. ¿Cómo se llama vuestro amigo?

-Abel –respondió precipitadamente David, clavando una mirada cómplice a su amigo. –Juega en nuestro equipo de fútbol.

-Que raro. El día que vine a ver un partido vuestro, hace dos semanas, no vi a ningún chico que me resultara conocido.

-Es que se ha mudado aquí hace poco –excusó Rachid. Miró a David. -¿Verdad?

-Eso parece.

-¿Y en qué casa creéis que vive?

-Aquí, en este portal. Hemos llamado para mirar los apellidos de los buzones, pero no nos han querido abrir.

-Pues si vive aquí es vecino mío.

Se quedaron blancos.

-¿Tú vives en este bloque?

-Sí. Entrad, vamos a mirar los buzones. ¿Cuál es el apellido?

-No me acuerdo –respondió David. –Pensamos que si lo veíamos escrito lo recordaríamos.

Se pusieron a leer las tarjetas de cada buzón, sin poder camuflar un cierto nerviosismo. Noté que me observaban de reojo para estudiar mi actitud. Al final, decidí acabar con la farsa.

-¿No os suena ningún apellido? Da igual, chicos. Si os apetece, os invito a tomar una cerveza. Siempre que tengáis en cuenta que estamos de vacaciones y no hablemos del cole. Ah, y que no me llaméis profe.

Se miraron y asintieron. En el ascensor no abrieron boca, pero ya llegados a casa, mientras yo iba a buscar los refrescos, escuché sus cuchicheos, aunque no los entendí. Seguramente se estaban poniendo de acuerdo en su coartada, pero no les iba a servir de nada. Serví las cervezas y los miré. Estaban sentados tímidamente en el sofá.

-Bueno, ahora decidme la verdad. ¿Qué hacíais en la puerta de mi casa?

-Profe, no...

-Nada de profe. Soc.

-Pues eso, Soc., que no pienses mal –continuó Rachid. -Es por un amigo, que últimamente está un poco raro y...

-...estábamos investigando –añadió Daniel.

-Investigar, ¿qué? Dejaros de ambigüedades, por favor. No tiene que haber ningún problema si me contáis la verdad.

Rachid suspiró y se dispuso a contar, después de haberse puesto de acuerdo con su compañero a través de una mirada fugaz.

-Es que mira, Miki está un poco raro últimamente. Apenas sale con nosotros, cuando termina el entreno se va rápido para su casa, después de los partidos nunca se queda a pasar un rato... los domingos desaparece...

-Vamos a su casa y nos dicen que ha salido –añadió David. –Pero no da más explicaciones. Es un misterio. No sabemos por dónde se mueve, ni con quién sale.

-¿Habéis hablado con él? Yo lo veo bastante normal, a parte del despiste continuo que siempre lleva encima.

-Le hemos dicho que está raro y nos ha contestado que está como siempre –respondió Rachid.

-Y dice que no sale con nosotros porque no tiene ganas. Nos miente. Nos dijo que se quedaba en casa chateando, pero no estaba.

-Así que un día le seguimos. Nos pegamos una caminata y le vimos entrar en este portal. O por lo menos eso creímos, porque lo estábamos observando desde lejos.

-¿Y no se os ha ocurrido pensar que quizá se haya echado una novia? –aventuré.

Intercambiaron una mirada y se sonrieron.

-¿Una novia? No.

-¿Por qué no?

-Pues porque no. Lo hubiera dicho.

-Está bien –sentencié. –No le demos más vueltas. Miki me ha visitado un par de veces. Se acabó el misterio.

-Pero tú eres un profe. No es muy normal.

-Ya sé que no es muy normal, pero vosotros mismos me dijisteis que yo era un colega ¿no os acordáis? Fue en el vestuario.

-Fue Daniel –afirmó David. Y yo estoy de acuerdo. Entonces, es que Miki tiene problemas, ¿no? Por eso te visitaba.

-Me ofende que no nos los haya contado –añadió el moreno.- Somos sus amigos desde pequeños.

-No me visita porque tenga problemas. Miki está bien. Simplemente es que hemos intimado un poco. Nos hemos hecho colegas. ¿Hay algo raro en ello?

-Nada. A mi me encantaría ser colega tuyo –sentenció Rachid. David asintió con la cabeza.

-Ya los sois. Pero, ¿por qué suponéis que Miki tiene problemas? ¿Pasó algo, que yo no sepa?

-No nada.

-¿Seguro? ¿Somos colegas o no?

-Vamos a contárselo. Verás, apareció por nuestro barrio un ruso y nos hicimos bastante amigos. Nosotros y otros chicos. Íbamos a una cabaña que Miki, Jimi y Daniel tenían en un descampado.

-La famosa cabaña. Miki me invitó pero nunca fui.

-Pues por lo visto el ruso estuvo de visita en la cabaña unas cuantas veces. Nosotros lo conocimos ya al final.

-Era un tío muy raro –opinó David. –Hablaba fatal, y no se enteraba de nada, pero nos caía bien. Te reías bastante con él.

-Sigo. Miki comenzó a estar raro de repente. Estaba como encerrado en si mismo, pero aparentemente no había cambiado de humor. Simplemente estaba menos comunicativo.

-Y eso coincidió con la desaparición del ruso –continuó el de los ojos plateados. Nos pareció raro, así que supusimos que el ruso y Miki seguían siendo amigos, a pesar de que nunca los vimos juntos.

-Por eso lo seguimos hasta aquí. Creímos que iba a encontrarse con el guiri.

Me quedé un rato en silencio fingiendo que reflexionaba. En realidad lo que quería era simular que le atribuía gravedad al asunto. Finalmente dictaminé:

-No me creo una palabra. Miki nunca me habló del ruso.

-Oye, puedes creerlo –dijo Rachid, un poco ofendido. -¿Qué ganaríamos con mentir?

-No niego que exista un ruso, pero no entiendo que tiene que ver con el hecho de que Miki esté menos comunicativo con vosotros. Quizá simplemente haya cambiado de grupo. O simplemente prefiere tener amistades más... no sé, más profundas.

-¿Como tú? –inquirió David en un tono desafiante.

-Como yo. No quiero desmerecer la amistad entre jóvenes, pero la amistad entre un joven y un adulto es más cómoda, más productiva, más honda.

-Vale, tienes razón –aceptó Rachid. –Acepto que incluso me da envidia, pero lo del ruso me parece raro.

-¿Qué pasa con el ruso? Seguro que hay algo más que no me habéis contado.

-Profe -preguntó inquieto el moreno, -lo que pasó en el vestuario nos demostró que tú no tienes prejuicios. Eres un tío legal. ¿No te escandalizarás por lo que te voy a contar?

-Rachid, por favor. No hay nada que pueda escandalizarme. Estoy de vuelta de todo. O de casi todo.

-Es que mantuvimos relaciones con el ruso –continuó con voz dubitativa. –Me refiero a relaciones sexuales.

-Ya. Como en el vestuario pero hasta el final.

-Hasta el final no –interrumpió David. –Bueno, sólo algunos.

Bebí un trago de cerveza y esperé que completaran la información. Continuó el más exótico.

-Mira, el tipo era una máquina sexual. Como Daniel, pero de verdad, no sólo de boquilla. Se cepilló a varios. Bueno, te lo digo claro: nos mamó a todos, se folló a unos cuantos y unos cuantos lo follaron a él. Y Miki era su preferido. Por eso suponemos que se lo quedó en exclusiva. Porque está raro pero no ha perdido la alegría. Incluso está más alegre que antes, ¿sabes?, como si se quedara bien follado. No nos trata mal, pero parece que ya no le hacemos falta.

-¿Os gustaba lo que hacíais con él?

Tardaron un rato en contestar. Finalmente David respondió.

-No lo sabemos muy bien. Nos gustó lo que vimos que hacía con los demás. A Rachid se la chupó de maravilla. A mí ni siquiera eso. Sólo me besó y me acarició.

-Pero os gustó. Si no, ¿a qué se debería vuestro interés por él? ¿Celos de Miki, si se lo ha quedado para él solo?

-Podría ser –respondió David.

-Hay algo más –añadió el otro. –Con nosotros dos tuvo una actitud muy tierna, como mágica. Intuyó que nosotros dos sentíamos mucho afecto el uno por el otro y no nos atrevíamos a manifestarlo. Y nos animó a hacerlo.

-¿Sois pareja? –pregunté abiertamente.

-Más o menos –reconocieron. Y bajaron la vista.

-Lo encuentro encantador. De veras, no bromeo. Los dos sois guapísimos, inteligentes, tiernos, afables... Os felicito. Hacéis muy buena pareja. Pero continuad, que os he interrumpido. ¿Queréis otra cerveza?

Asintieron. El tiempo que me tomé para llegar hasta el frigorífico aflojó la tensión.

-Decíais que intuyó algo. ¿Qué hizo?

-Cuando vio la polla de Rachid iba dispuesto a chupársela –dijo David, clavando sus pupilas plateadas en mi. –Pero por lo visto descubrió mi cara de enamorado y me dijo al oído que esa polla era para mí.

-Y lo fue –confirmó el compañero.

-Y tu culo fue mío.

-Y me encantó que me follaras.

-Y a mí follarte. Si no llega a ser por el ruso nunca me hubiera atrevido siquiera a decirte que te amo.

-Bueno, quizá sí –aseveré. –Quizá el ruso sólo actuó de catalizador. Pero ahora soy yo el que intuyo algo. A vosotros no os preocupa que Miki se haya distanciado, sino que se haya enrollado con el ruso y no tengáis acceso a él. ¿Me equivoco?

-No te equivocas. Bueno, Miki también nos importa.

-Es que fue algo mágico para nosotros. Pero perdimos la oportunidad de disfrutar de él. Fíjate, Miki se lo folló, y Daniel, y los gemelos... y nosotros...

-Pues sí que es extraordinario el ruso.

-¿Y sabes lo más divertido? –dijo Rachid sin esperar respuesta. –Samuel dice que el ruso se parece a ti.

-¿Quién es Samuel?

-Uno de primero. Con él también folló, creo. El chaval le chupó la polla a placer. Sí, aquel niño que jugó el partido y también estaba en el vestuario.

-Ya me acuerdo. ¿Y en qué me parezco?

-En que tenéis la polla igual.

-Vaya. No está mal. Pero preferiría parecerme en lo tierno y sensible de su comportamiento. Parece un tipo inteligente y despierto. Yo nunca me hubiera percatado de vuestro amor latente.

-Pues yo creo que si alguien se podía haber dado cuenta eras tú.

-¿Yo? Si ni siquiera os he tenido juntos en clase.

-¿Sabes? Me encantaría que Samuel tuviera razón –dijo Rachid, sosteniéndome la mirada.

-¿Como?

-Que fueras igual de tierno con nosotros –aclaró.

-¿Y por qué no igual de complaciente? –alegué.

Se hizo un silencio embarazoso. Decidí jugar fuerte. Algo me decía que los chavales, o por lo menos Rachid, sabían ya de la verdadera personalidad del ruso. Me levanté y me senté en el sofá, entre los dos. Se hicieron a un lado para dejarme sitio. Los miré sucesivamente, aparentando seguridad, mientras por dentro mi corazón palpitaba a una velocidad suicida. Levanté los brazos y los abracé, en una posición bastante incómoda. Busqué su cuello y se lo acaricié. Como los felinos, los adolescentes son muy sensibles en esa parte. Rachid se rió.

-Por un momento creí que ibas a chuparme la polla, como el ruso.

-No. Todavía no. Intento ser tierno con vosotros, mis nuevos amigos sensibles. ¿Os dais cuenta de que lo que me habéis contado nos une muchísimo?

-Sí, pero tú lo sabes todo y nosotros no sabemos nada de ti –protestó David. - ¿Qué significa Miki para ti? ¿Hasta dónde habéis llegado?

-Vaya preguntas más directas. Mmmm... somos pareja, como vosotros.

-¡Te lo dije! –exclamo el moreno, pegándome un sobresalto. Y me pasó el brazo por el hombro.

-Sí, profe –explicó David-. Un día estabais Miki y tú charlando amistosamente en el recreo. Y Rachid opinó que hacíais muy buena pareja.

-Como vosotros.

Seguimos charlando un rato de las circunstancias que rodeaban la vida de los jóvenes amantes y cada vez estábamos más cerca. David se había acomodado bajo mi brazo y me acariciaba el muslo. Rachid apoyaba la cabeza en mi hombro, rozándome con su negrísimo pelo la mejilla. Creo que los tres nos sentíamos absolutamente cómodos. Se fueron derribando todos los muros que aún quedaban en pie.

-¿Era así de tierno el ruso?

-Tú eres mejor –respondieron los dos a la vez.

-Eres un buen amigo –añadió Rachid.

-Lo mismo que dijo Miki –advertí.

-¿O sea que Miki te había hablado del ruso?

-Claro.

-Te has reído de nosotros.

-No. Sólo os quería escuchar. De verdad que os tengo mucho afecto. Afecto y admiración.

-¿Admiración?

-Sois muy bellos.

La entrepierna de Rachid se hinchó por momentos. David también estaba tenso, pero llevaba unos pantalones anchos que escondían su bulto.

-Y un poco calenturientos.

-¿Por qué?

-Buscáis al ruso para follar con él. Os habéis cansado pronto de la vida de pareja.

-No es eso. Es que nos podría enseñar muchas cosas. Y nosotros tenemos ganas de aprender.

-A mí me gustaría enseñaros, pero debo limitarme a ser vuestro amigo. Le debo fidelidad a Miki.

Se quedaron desencantados. Estaban tan excitados como yo, pero yo lo disimulaba mejor.

-Aún recuerdo vuestros cuerpos deliciosos bajo la ducha. Y otros "argumentos".

-Se refiere a tu pedazo de rabo –rió David.

-Pero también a tu delicado culo respingón –añadí. –Que ahora debe estar más respingón que nunca.

-No te creas –advirtió el exótico. –No he podido follarlo aún.

-Me duele enormemente –aclaró David.

-Tienes que ayudarnos –dijo de repente Rachid, incorporándose. Se había vuelto hacia mí y mi mano había quedado depositada sobre su muslo, a diez centímetros de su paquete abundante.

-Venga, olvida a Miki por unos momentos –solicitó el más delgado, con voz seductora. Y acercó su rostro al mío, alternando mis pupilas con las de Rachid.

Los labios de David se pegaron a los míos. Instintivamente le acaricié su hermoso cuello, esponjoso y cálido. Y mi otra mano, sin necesitar apoyo ocular, se encontró explorando la dureza de la entrepierna del musulmán. Éste se aproximó y nos abrazó a los dos. Probé la lengua del menor y la encontré afilada y resbaladiza. Su boca sedosa albergaba la noble justa de apéndices sensuales. Rachid me estaba bajando la cremallera, con destreza y sin complejos. Se había olvidado ya de que yo era un profesor. Sacó mi polla al exterior y la humedeció con la lengua.

Sentí escalofríos, que se apagaron cuando fueron substituidos por otros más intensos en el momento en que se tragó tanto sexo como pudo.

-Chicos, solucionemos primero vuestro problema –interrumpí.

-¿Qué problema? –respondió Rachid abandonando por un momento la comilona.

David se estaba desnudando. Iba apareciendo progresivamente aquél delicioso cuerpo delgado pero fornido, en su justo equilibrio. Le agarré la polla y se la besé, buscando con los dedos la entrada de su culo. Efectivamente, me pareció estrecha para la magnitud del rabo del moreno. Mientras tanto el jovencito iba desabrochando los botones de mi camisa y tirando de mis pantalones hasta el suelo. Me quedé solo en calcetines, ridículo. El otro había sacado ya el enorme aparato de su cobijo. Lo encontré bellísimo, bien formado, bien equilibrado, impecable y además... enorme. Deseaba contenerlo tanto en la boca como en el culo. Pero habría que esperar.

Obligué a David a alzarse hasta que su culo estuvo cerca de mi boca. Gocé de la majestuosidad de sus pliegues con la lengua, despacio, con conciencia de exclusividad. El chico pronto se encontró en el cielo, porque abría más y más las nalgas, ayudándose de las puntas dedos. A medida que la punta de mi lengua se acercaba al centro, los tejidos del ano iban tornándose suaves, elásticos, dúctiles. Mi dedicación entregada iba forzando la flexibilidad de la entrada al mismo tiempo que propiciaba otras sensaciones placenteras. Coloqué dos dedos dentro. David se escurrió como si le hubiera dado un calambre. Pero volvió. Por lo visto tenia el culo tremendamente sensible. Mis dedos siguieron su camino, sin más, buscando la ruta del delirio. Las paredes rectales del chaval eran tiernas como las de un bebé, pero su esfínter tenía la tendencia a cerrarse, envolviendo con fuerza y hasta aprisionando el objeto penetrante. Entendí la naturaleza del conflicto. Además, como agravante, el miembro de Rachid era enorme, más que por su longitud, que era considerable, por su grosor. Me apetecía verlos follar ante mí, casi más que participar en la follada. Bueno, de hecho era una cuestión de prioridades. Se hacía indispensable la concurrencia de una crema específica, de lo contrario el bello extraterrestre no podría gozar de la penetración de su amado. Seguí trabajando con la lengua y los dedos, dilatando y forzando, interrumpiéndome cuando el placer se convertía en dolor. Colocados tres dedos dentro, los ensanchaba y los encogía, buscando agrandar la ruta por donde debía circular el arma mortífera del moreno. La alternancia de lengua y dedos causaba una incertidumbre en el chaval, que susurraba palabras ininteligibles que a veces se transformaban en quejidos. Rachid mientras tanto se comía mi polla con la profesionalidad del gourmet. Centelleaban en mi pensamiento cientos de llamas lujosas, agradables y excitantes, como si los píxeles fueran de goce. Me había acostumbrado a dejar un poco de lado mi placer individual cuando estaba con más de una persona, como hoy. Mi campaña en favor de la dilatación, por tanto, restaba atención a la mamada del moro, cuyo refinamiento estaba fuera de dudas. Considerando que el disfrute tiene también un componente visual, lanzaba de vez en cuando una mirada rápida a mi sexo, que desaparecía engullido por la acogedora garganta del muchacho, destacando por su blancura en contraste con la tez oscura del chico. Mis ojeadas eran respuestas inmediatamente por unas pupilas negras y brillantes, que comunicaban una sensación de calidez. Me complacía observar el bello rostro medio sonriente que adulaba el vigor de mi miembro, pero en seguida regresaba a mi tarea evangelizadora, sustituyendo a los dedos que habían ocupado el terreno que la lengua había abandonado momentáneamente. Poco a poco se iba agrandando el agujero, pero temía que aún sería insuficiente, así que intenté recordar dónde tenía la crema especial que usaba algunas veces. Cuando me formé una imagen clara de su paradero, me levanté precipitada y decididamente. Los muchachos se extrañaron de mi actitud, pero los calmé:

-Seguid vosotros, vuelvo en seguida.

Les dos se tendieron de lado en el sofá. El moreno continuó mi trabajo de hurgar en las entrañas de su novio, mientras que David intuyó que su ocupación debía ser preparar la máquina para la ceremonia. Cuando regresé victorioso con la crema en la mano se estaban devorando mutuamente. David abandonaba la succión para decir de vez en cuando "así, Rachid, así", por lo que imaginé que nuca antes el morito le había chupado el culo. Rachid lamía profundamente, con delirio, como si hubiera encontrado una nueva ruta para el placer. Su rostro se perdía por momentos entre las suaves nalgas del blanquito, nata y chocolate, café y leche. La polla del exótico se veía descomunal, apenas engullida por esos labios delicados, apenas contenida por esa garganta fina. Pero la lubricación continuaba, que era lo importante.

De repente recuperé el protagonismo. Unté mis dedos de crema y aparté el rostro de Rachid. Con una mirada entendió que el momento había llegado, se puso en pie y esperó instrucciones. Lejos de estarse quieto, masajeaba su rabo inmenso que miraba hacia el techo. Calculé lúdicamente la cantidad de sangre que debía contener ese miembro, que se acercaba al tamaño de una botella de cerveza. David se arrodilló descansando el tórax sobre el sofá. Su hoyo se ofrecía impúdicamente dejando claro que estaba dispuesto a todo. Yo masajeaba con los dedos la parte interna del esfínter repartiendo la crema, que contenía elementos sedantes. Luego me senté a su lado para decirle a la oreja las últimas instrucciones:

-David, guapo, cuando notes que se clava y te duele, ayuda un poco empujando hacia fuera, como si fueras a cagar.

Asintió. Estaba dispuesto. Rachid acariciaba con su enorme capullo la entrada a la cueva. Intentaba provocar deseo. Con ambas manos acariciaba la parte externa de las nalgas, agarrándolas al mismo tiempo como para tomar carrera. Y comenzó el avance. El receptor no se inmutaba, por lo visto todo iba bien. Pero llegó un punto que su cara se revolcó en mi mano y manifestó inquietud. Le acaricié el cuello para animarlo. Se metió un dedo mío en la boca y comenzó a lamerlo. Y el empuje no paraba. Rachid estaba muy concentrado. Ponía los cinco sentidos al servicio de la suavidad. Me miraba y me sonreía. Estaba entrando bien, y esa hazaña le causaba una gran satisfacción. Miré al blanco. Estaba pálido, y unas lágrimas solitarias bajaban por sus mejillas.

-¿Te duele? –pregunté.

-Muy poco. Estoy fantásticamente. Me parece increíble.

Rachid no había tocado fondo, pero comenzó a bombear. Lo hizo con la misma extrema suavidad con que había entrado. Su compañero se estaba relajando.

-¡Oh, que pasada! Rachid, tío, me estás follando.

-Sí, cariño, te follo. ¿De veras que no te hago daño?

-¡Que va! Me estás volviendo loco de placer.

No mentía. Su colocación mejoraba la penetración. Alzaba el culo un poco, abriéndose al máximo las nalgas y bajando la espalda. Era un buen potro, a punto para cabalgar por una pradera sin fronteras. La fiebre del roce embriagaba a Rachid, que fue aumentando la velocidad progresivamente, notando la disposición del hoyo que lo acogía. Jadeaba y exclamaba al ritmo de la follada, y su contendiente recibía los golpes colaborando en el trote, gimiendo y sudando.

Me puse de perfil para poder asistir desde primera fila al estreno. A veinticinco centímetros de mi boca el suculento miembro de Rachid desaparecía en las carnes acogedoras de David, llevándose por delante la virginidad de su amigo, regalándome unas imágenes que nunca he de olvidar. Sus cuerpos bien formados competían en belleza, y su conjunto formaba una estampa de gran perfil estético. No necesitaba masturbarme, ni participar. El espectáculo era ya delirante por sí mismo, la perfección de esos músculos proporcionándose placer causaba estragos en mi equilibrio sentimental. Pero pensé que todo se puede mejorar, y decidí hacer aún más imborrable el recuerdo de esa clavada. Me tendí en el suelo y me tragué la polla de David, que estaba un poco marginada. Enseguida se puso a tono y ocupó prácticamente todo el espacio que le ofrecí en mi garganta. Suspiró, y abandonó los gemidos para decir:

-Oh, sí.

No muy lejos estaban los enormes huevos de Rachid. A pesar del vertiginoso vaivén a que estaban sometidos, los contuve en mi mano, los acaricié, los sospesé. Siempre me han gustado los huevos grandes, las grandes bolsas colgantes, pero aquellos testículos son los más bellos que he visto. Golpeaban rítmicamente las nalgas del amante, huyendo de mi mano que perseveraba en el contacto. Rocé con la punta del índice el ano del moreno, tierno, húmedo, también dispuesto. Pero el orgasmo se acercaba. El trote se tornó galope y David me arrojó en la boca una lechada que casi me ahoga. Noté su calidez y densidad, saboreé su gusto, la tragué hasta la última gota. Y no abandoné mi succión por nada del mundo. Respiraba por la nariz, participando en prolongar el placer cuanto fuera posible. Rachid se vino poco después, resoplando como una locomotora y empujando hasta hacer temblar el suelo. Sus embestidas feroces me alcanzaron, obligándome a comer la polla de David hasta la raíz. Luego se tranquilizó y se recostó sobre la espalda de su novio, besándola y acariciándola, buscando su cuello y su nuca. Se dijeron tiernas palabras durante un rato, valorando la magnitud de su felicidad. Yo me levanté y los miré desde un rincón. Iba a pajearme simplemente con el placer de su contemplación, pero me abordaron y me besaron los dos a la vez. Recordaba un poco a los gemelos y sus besos de intercambio, pero estos chicos eran más suaves, más delicados, más poéticos.

-Oye, Soc, ¿qué te apetece?

-Una cerveza.

-Vale, pero la acompañaremos con algo más caliente, ¿no?

Después de un poco de higiene tomamos unas cervezas sin dejar de abrazarnos y besarnos. Rachid decía que tenía morbo besar a un profe, y David añadía que eso se superaba fácilmente.

-Soc, ¿has hecho magia? –preguntó este último.

-Eso, dinos cómo lo has hecho. Eso de chupar el culo da buen resultado, ¿no?

-¿Te has gustado?

-Reconozco que antes no me apetecía, pero es muy tierno y gustoso –afirmó Rachid.

-A mí me encanta –coincidí. –Me pasaría horas comiéndome un buen culo.

-Es que hay variedad de cosas que se pueden hacer –colaboró David. -¿Y la crema?

-La crema es especial. Es algo sedante. Elimina el dolor y disminuye un poco el placer.

-¿Se puede sentir más placer todavía?

-Si practicamos cada día pronto podremos prescindir de la crema- afirmó mirándome a mí. Gracias, Soc. ¿O debo llamarte ruso?

El morenito alcanzó mi culo con su mano poderosa y firme. Buscó la entrada y acarició.

-Lo de los gemelos, ¿es posible?

-¿Qué?

-Te sentaste sobre las dos pollas, ¿no era así?

-No corras tanto –respondí temeroso. –Con vosotros es imposible. ¿Has visto el diámetro de tu polla? ¿Me quieres desgarrar?

-Pero si has hecho magia con nosotros...

-No, Rachid –interrumpió el blanquito. –Mejor otra cosa.

Yo miraba la polla del moreno, que de nuevo pedía cariño.

-Es tuya. Ya la comiste una vez.

-Estaba deliciosa.

-Fíjate. Te está apuntando directamente a la boca. Tómala.

Forcé mis labios para contener tanta carne como pude. Adoré ese dios indómito que los machos tenemos entre las piernas como si de un ídolo pagano se tratara, con ofrendas y regalos. David se había colocado a mi espalda y se disponía a follarme. Yo nadaba en felicidad. Amaba a Miki sobre todas las cosas. Pero no podía renunciar al cariño que sentía también por ellos. Si mi niño llega a estar ahí, hubiera sucedido exactamente lo mismo. Noté el empuje del chico que se abría camino. Y me relajé, me solté para disfrutar locamente de su energía juvenil. Me corrí abundantemente mientras sentía más desgarro en la boca que en el culo, alcanzado cotas elevadísimas de placer. Y luego se cambiaron de posición. La polla del prieto se hacía querer. Se presentaba suave para aclimatarse, pero empujaba desenfrenadamente y me llevaba a un terreno donde lo perdía todo, incluso mi nombre. Yo sentía una paz inmensa al mismo tiempo que una gran excitación. Pensé que se libraba una batalla entre endorfinas y dopamina. Estaba claro que la bioquímica estaba a mi servicio. Rachid me montó con dominio y serenidad, hasta que se corrió en pleno trote. David me escupió su semen y me lo arrancó de la garganta con un beso penetrante. Nos quedamos un rato sin hablar, comunicándonos con la mirada nuestros sentimientos nacientes.

-Profe, ¿sabes lo que nos apetece mucho? –dijo de pronto Rachid.

-Soc.

-Eso. Follarnos al Miki. ¿Tú nos dejas?

-Miki no es mío. Es dueño de su cuerpo. Y por mi parte... sólo una condición: quiero estar presente.

-Nada de mirones –impuso David. –Todos deben participar.

Los días siguieron su curso y se acercaba Carnaval. A Miki se le había ocurrido disfrazarse del Profesor Dumbledore, el director de la escuela a la que asiste Harry Potter. Para ello contaba con la peluca del ruso. Intenté impedir que llevara adelante su proyecto, pero al fin me vi colaborando en su disfraz. Teñimos la peluca de blanco y cosimos una túnica. A mí no me gustaba el disfraz. Hubiera preferido un troglodita –que enseña más carne- o un bailarín –que marca culo y paquete – o un angelito –con unos leotardos blancos muy sugerentes-. La belleza de las formas viriles de mi niño quedaban ocultas bajo la tela, pero la ventaja es que con el maquillaje nadie lo reconocía a primera vista. Su disfraz fue un éxito, por lo que me contaron, ya que por motivos obvios no participé en los mismos ámbitos carnavalescos.

A principios de marzo, un miércoles a mediodía, Daniel, el pelirrojo, me abordó en el pasillo. A esa hora el colegio estaba prácticamente desierto hasta las tres y media, hora en que comenzaban las clases de la tarde.

-Profe, ¿tienes llave del aula de plástica? Es que me he olvidado la cartera dentro.

-Claro. Tengo la llave maestra de las aulas.

No pude evitar de contemplar con deseo el culo de Daniel avanzando ante mí hacia el aula mencionada. Seguía siendo un chico alegre e ingenuo, impulsivo y desvergonzado. Y una preciosidad. Recordé con nostalgia los ratos que había pasado en su interior. Y se presentó una erección.

Llegamos al aula. Abrí. Daniel entró, y yo me quedé fuera para cerrar cuando él saliera. Pero tardaba, y al fin entré. Estaba al fondo, recogiendo algo del suelo. De repente noté que alguien me arrancaba las llaves que guardaba en la mano. Me di la vuelta rápidamente y vi a uno de los gemelos cerrando por dentro con mis llaves. Hecho esto, me las mostró y se las echó al bolsillo, mientras dibujaba una sonrisa sádica.

-Hombre, profe –era Juan. –Me han dicho que eres novio del Miki. Yo que pensaba que el novio del Miki era el ruso.

-¿El ruso? ¿De qué ruso hablas? –dijo su hermano, con el mismo tono amenazador. –Nunca existió el ruso, ¿verdad, profe?

Me temblaban las piernas. Esperaba que aparecería pronto el brillo amenazador de una navaja. Así fue. Javi se la sacó del pantalón y me la enseñó. No la miré. Preferí observar los ojos de los gemelos, encendidos, turbulentos, amenazadores.

-Tú sabes quién era el ruso, profe? –preguntó Daniel, acercándose. –Si eres el novio de Miki, él te lo habrá contado.

-Chicos, ¿qué pretendéis? No sé de qué me estáis hablando.

-Sí, un ruso al que nos follamos a medias –aclaró Javi, pellizcándome el culo. -¿Recuerdas, hermano?

-Claro que me acuerdo. ¡Y cómo chupaba el maricón!

-Yo echo de menos sus folladas –afirmó Daniel.

Mi pensamiento había comenzado una carrera contra reloj. En décimas de segundo habían aparecido miles de imágenes mezcladas: mis folladas con esos chicos, la peluca del ruso, Miki sonriendo, los gemelos que me apuñalaban, Daniel riéndose a carcajadas, el brillo de la navaja... Reconozco que temí por mi vida. Mi ofensa no era tan grave como para merecer la muerte, pero ya había calado en mí la voz popular que decía que los gemelos estaban locos. O por lo menos que eran imprevisibles.

Sentí un pinchazo bajo la mandíbula. Los ojos de Javi me miraban fijamente, burlones.

-El ruso desapareció. ¿Tú sabes algo?

-Dicen que era un tío disfrazado –dijo Daniel.

-Tú te pareces mucho a él, profe –añadió Juan.

Noté una mano en el culo, con voluntad de agresión. Daniel se frotaba el paquete.

-Pero el ruso tenía una cicatriz en la mejilla –adujo Javi.

-Y llevaba el pelo largo –añadió su hermano.

-¿Y si era una peluca? –inquirió Daniel. –Ahora que lo pienso, Miki llevaba una peluca por carnaval.

-Tú te pareces mucho al ruso, profe –repitió Juan. -Sin la peluca ni la cicatriz...

-A mí este culo me suena –intervino Javi, agarrando todo un glúteo.

No sabía qué decir. Temía las consecuencias de un pinchazo, pero comenzaba a entrever que lo más lógico sería brindarme para lo que dispusieran. Con el aula cerrada, sin las llaves... huir era imposible. Noté otro pinchazo, esta vez en el culo. Era Daniel. Ignoraba que usara navaja.

-Vamos a ver, profe –dijo Juan, subiéndose a una mesa. –A ver cómo chupas.

Se bajó la cremallera y apareció una sabrosa polla morena, aún un poco blanda. Me frotó los labios. Yo me resistí, aunque el manjar que se ofrecía me apetecía enormemente. La punta de la navaja que tenía en el cuello se clavó. Javi pasó un dedo por la herida, recogió una gota de sangre y, después de mostrármela, se chupó el dedo. Eso produjo un efecto inmediato en mi actitud. Lamí con timidez, y la divina polla del mellizo se levantó, airosa, presuntuosa. La punta de la navaja me obligaba a estirar el cuello. Otro pinchazo en la nalga me indicó que aún se podía complicar más mi situación.

-¡Bájate los pantalones! –ordenó Daniel.

Me los bajé. Mi miembro flácido y escondido denunciaba la tensión interna. Noté la hoja de la navaja rozando mi culo desnudo.

-Hay maricones que se meten objetos en el culo –insinuó Javi, enseñándome su navaja. –Veremos si esto te gusta. Seguro que disfruta.

Los demás rieron. Era una situación extrema y, aparentemente, no estaban nerviosos. Yo, en cambio, temblaba de pies a cabeza. Javi me agarró por el cuello y me obligó a echarme sobre un pupitre, boca abajo. Mi trasero quedaba levantado y vulnerable, a la vista de todos. Juan se bajó de la mesa y volvió a colocar su polla enhiesta en mi boca. Chupé sin mucho interés, más bien con miedo. ¡Desdeñada polla exquisita, en otras circunstancia tan preciada! El chico comenzó un bombeo brutal. Me agredía los labios, la lengua, el paladar. Me forzaba a abrir y cerrar para dar paso a una follada ficticia. Me costaba respirar, por lo que cerré la mandíbula un instante, sin querer lastimar, pero se produjo una fricción dolorosa para el chico.

-¡Hijo puta, me has mordido!

Y noté otro pinchazo en el cuello. No sería el último. Por detrás, para hacerme tomar conciencia de la situación, otra navaja se deslizaba por mis glúteos, recorriendo mi piel acercándose peligrosamente a mi ano. Pero no llegó a su destino. Antes noté un desgarro. Me había clavado su polla de un golpe, sin piedad. Supuse que era Javi. No notaba más que su miembro resquebrajándome. Ni la navaja ni sus manos agarrándome. A cada embestida se movía un poco el pupitre. La identidad del follador quedó clarificada cuando vi ante mí la suculenta polla de Daniel y sus pelillos rojizos.

-¡Traga!

Tuve que chupar las dos pollas. El roce embriagador de sus pieles tersas, otrora placentero, se me antojaba ahora áspero y humillante. Ese sueño ancestral de disponer de tres rabos para el disfrute sin límites se convertía en un sarcasmo grotesco.¡Cuánto placer desperdiciado! En otra situación la escena sexual que estaba viviendo me hubiera parecido insuperable, pero ahora... me arrepentía, claro que me arrepentía de mi engaño, de los momentos de placer que les robé a esos chicos, del abuso que significaba haber usado mi astucia para obtener esos cuerpos adolescentes que admiraba y deseaba.

-No hay duda, es el ruso –dijo de repente mi follador. –Sólo me falta un cubata y estaría en la gloria.

Sus cómplices rieron. Estaban más relajados. De golpe me di cuenta de que ya no notaba la presión de las navajas. ¿Las habían guardado? Abrí los ojos y vi medio tronco de sendas pollas que chupaba. Los testículos de Daniel, rosados y colgantes, bellos en su ternura, me saludaron. Ladeé un poco la cabeza, para ver de reojo si aún estaba amenazado por algún objeto cortante. Vi una navaja al lado de mi cuello, abandonada sobre la mesa. Pensé si podría apoderarme de ella. Pero Daniel se anticipó y la cogió por el mango, amenazándome de nuevo.

-Ni lo sueñes.

Juan se apartó de mi cara en un gesto brusco.

-Quita, hermano. Me toca.

-Espera que me corra.

Al separarse el chico de mi frente vi de pronto la pizarra y la mesa del profesor. Instantáneamente me vino a la cabeza mi sueño eterno: ser follado por un alumno sobre la mesa del profesor, en una aula. Creo que debe ser el sueño de muchos profesores. Y un cosquilleo me anunció que la tensión había disminuido, que el sufrimiento no era tal, que se acercaba el placer. Los movimientos de Javi dentro de mí se estaban acelerando. Su roce áspero y rígido se estaba tornando amoroso. Ahora me agarraba de la cintura y empujaba con vivacidad, con fuerza. Resoplaba y blasfemaba mientras me daba mi merecido, esa mezcla de sufrimiento y sumisión con placer y pasión. De nuevo los gemelos en mi culo, en mi boca, en mi vida. Otra vez Daniel ofreciéndome su trofeo pelirrojo, del que ya estaba un poco sediento. Comencé a chupar con verdadero deseo. Él lo notó y me sujetó la cabeza. Estaba yendo demasiado deprisa.

-¡Profe!

Había sonado amable, agradecido. Los gemelos rieron, pero Daniel comenzó a suspirar. En mi parte posterior había habido relevo. Dilatado y consentido, mi agujero admitió sin reserva la nueva profanación y me dispuse a disfrutar de la fotocopia. Juan me pegaba cachetes en las nalgas mientras me clavaba. No me dolían, al contrario, acrecentaban mi sensibilidad. Me habían humillado al principio, pero ahora me estaban proporcionando un gran placer, y mi polla se daba por aludida. ¿Dónde se había metido Javi? Lo sabría enseguida. Sonó su voz.

-Aparta, Dani.

Una humedad intensa y caliente me mojó la cara. Creyendo que era semen, me preparé a recibirlo. Pero no. Era la meada poderosa y continua de Javi, que se había situado frente a mí y se reía descaradamente. Me mostraba la navaja en su mano derecha mientras con la izquierda dirigía el chorro hacia mi boca, hacia mis ojos. Yo intentaba esquivar el chorro, pero era inútil. Nunca antes había sido vejado así. Pero la escena no estaba falta de una cierta plasticidad. También aquello era un referente onírico de alguna paja enfermiza. La polla del gemelo, hermosa y erguida como resultado del placer que yo le había proporcionado, me estaba regando con uno de sus jugos, caliente, vigoroso. Mientras se reía vi sus dientes tan blancos destacar sobre su rostro oscuro. Recordé los morreos que había tenido con los dos hermanos. Y cerré los ojos y me relajé. Me escocía la orina en los globos oculares, pero la sensación de recibirla caliente en el rostro comenzaba a gustarme. Llegué a la conclusión que, sin la violación que la aventura de hoy significaba, también podría resultar plausible una lluvia dorada.

Daniel también se reía, y probó de lanzarme también sus líquidos, pero no le venían ganas. Así que cuando el chorro se hubo acabado, recuperó la posición de privilegio de que había gozado antes. Chupé con más esmero, mezclando fluidos, dejando que las sensaciones me invadieran de nuevo. Encontraba sabrosa la polla del pelirrojo, me estaba dando un buen festín. Javi estaba a un lado, dándole la lengua a su amigo. Mi miembro estaba a punto de explotar, tanto era el goce acumulado por delante y por detrás. Mis manos buscaron el contacto suave de los huevos de los chicos, y sin mucho esfuerzo de concentración llegué a la cumbre. Mi líquido lechoso se esparció por el suelo mientras Juan me bañaba el interior.

-Dani, tu turno.

El chico me puso la navaja en la cara y me ordenó levantarme. Quería cambiar de posición. Me tendió boca arriba en la mesa de profesor y me penetró sin encomendarse a nadie. Mi polla orgullosa saltaba al ritmo de los bríos, y al verlo Javi me la agarró con la misma mano que contenía su navaja. Filo contra filo, hoja contra hoja, mango contra mango, dos herramientas hechas para clavarse. No sentí miedo, sino otra vez excitación. Ahora ya sabía que los chicos no querían hacerme daño, sino forzarme, humillarme como castigo por mi engaño. El terrorífico gemelo empezó a masturbar. Pude sentir su cuidado por no cortarme en tan delicada parte. Y entonces Juan me escupió sobre la polla. Después de unas risitas, su hermano lo imitó. Pronto estaban escupiendo los tres sobre mi desnudo pecho y sobre mi cara. Juan se situó encima de mi rostro y me obligó a abrir la boca. Escupió dentro. No me desagradó. Se pusieron a hacer puntería y me llenaron de escupitajos. Yo sólo sentía la presencia reconfortante del pelirrojo en mis entrañas y unas apetitosas bocas dándome los líquidos que en otras actividades habíamos compartido. Cesaron de pajearme y me comprimieron la polla.

-No vayas a correrte. No queremos que disfrutes.

Daniel terminó al cabo de un rato. Todo él se crispó en un orgasmo bestial como ya conocía. Lo miraba follarme y lo encontraba delicioso, apuesto, sensual. Sudaba y su piel perlada parecía más apetitosa.

Una risas me comunicaron que el ritual estaba a punto de completarse. Se situaron a ambos lados y empezaron a mear, los tres a la vez. Por si no me había deleitado demasiado durante el anterior chubasco, ahora experimentaba un chaparrón. Competían a ver quién me meaba en la boca, y yo, preso de una fiebre de entusiasmo, mientras me masturbaba como un loco, abrí la boca para detectar también el sabor. Eso los hizo enloquecer y forzaban al máximo sus vejigas para su deleite y el mío. Al final, sólo resistía Daniel, pero los gemelos, contagiados de esa excitación irracional, me colocaron sus pollas divinas otra vez en la boca. Me corrí así, lamiendo los dos glandes exquisitos y sintiendo la humedad cálida y el sabor de la meada de Daniel. No sabía muy bien por qué, pero estaba disfrutando como un loco, y consiguientemente mi corrida fue intensa y duradera.

No me había recuperado aún cuando los gemelos comenzaron a pajearse uno a otro.

-No te muevas.

Daniel los imitó. Se lamía los labios mientras buscaba en su interior algún resquicio de semen para expulsar.

-Yo estoy cerca –dijo Juan.

-Me falta un poco –afirmó Dani.

-Ya casi estoy –comunicó Javi.

La fiesta no había terminado. ¡Iban a correrse los tres a la vez, dentro de mi boca! Escupí la orina que me quedaba para decir:

-¡Esperadme!

Y me manoseé con urgencia, buscando ese placer efímero que acompaña a las descargas. Dos minutos bastaron para estar a punto. Justo cuando iba a decir "ya" me salpicó el chorro amoroso de uno de los mellizos. Antes de que ese hubiera terminado otros dos chorros acudieron a completar la hazaña. Yo quería gritar, exclamar la grandiosidad de mi placer, pero mi boca estaba abierta, anhelante, deseosa de no dejar perderse ni una gota.

-Dios, ruso, eres un cabrón –sentenció Javi.

Los otros dos rieron.

-Le has llamado ruso –aclaró Daniel.

-Es verdad. Es que el profe se parece mucho, ¿verdad, Slava?

Y me pegó un cachete. Lo miré. Sus ojos negros estaban tan maliciosos como siempre. Guardaron las navajas. Nos lavamos un poco. Por suerte habían elegido una aula con una toma de agua. Miré el reloj. Eran las tres y cinco. No había comido y a las tres y media tenía clase. Además estaba sucio como un cerdo. Me apresuré para poder pasar por la ducha.

-Podíais haberlo planeado en los vestuarios, ¿no?

-Otro día, profe, otro día.

-Bueno, profe –dijo Daniel, actuando como portavoz. –Ahora ya estamos en paz. ¿Te ha gustado?

-Me habéis acojonado, chicos. Pero he disfrutado como un cosaco.

Daniel me ofrecía la mano. Se la tomé, pero para acercarlo a mí y besarlo en la boca. Él respondió introduciéndome la lengua.

-Porque te has lavado, profe que si no, yo no te morreaba ni loco.

Besé también a los dos gemelos, por turnos. Cuando se alejaban por el patio, yo camino de las duchas, Juan exclamó.

-Hasta pronto, hermano.

Pero ese pronto no se cumplía. Daniel, en cambio, al cabo de poco dejó el equipo de fútbol. Por lo visto se enfrentó al entrenador y lo largaron. Y justo a la hora del entreno, cuando Miki estaba ocupado, el pelirrojo se presentaba en mi casa, cada vez más asiduamente. Tomábamos unas cervezas y nos acostábamos un rato. Sentía por él mucho afecto, pero Miki seguía siendo mi chico.

A finales de abril, un miércoles a la hora de entreno sonó el timbre. Yo estaba escuchando El barbero de Sevilla. Pensé que sería Daniel y abrí. Fui al frigorífico a por bebida y comenzó a sonar Largo al Factotum. La puerta se cerró, pero no era Daniel, sino los gemelos. Su visita me produjo una gran alegría. Les había perdido un poco el miedo, incluso a veces imaginaba nuevas escenas excitantes. No me dijeron nada, simplemente se sintieron motivados por la música que sonaba para comenzar a moverse espasmódicamente, en una especia de coreografía improvisada que pronto provocó mi hilaridad. Saltaban, se contorneaban, se encaramaban al sofá, mientras el Fígaro de Rossini, desenvuelto y pícaro, no carente de ironía, se burlaba de su propio destino. A veces se golpeaban, después de abrazaban, y poco a poco se fueron tornando descarados y arrojando sus ropa al suelo. Saltaban a la pata coja, se enfrentaban, sin perder el ritmo, chocaban y se separaban. Uno comenzaba un gesto, un paso, un movimiento, y su hermano lo imitaba hasta cansarse y relevarlo, siempre sonriendo, como payasos improvisados. Fingían abofetearse, flexionaban las piernas, se agachaban y saltaban como ranas... y la ropa se iba amontonando a un lado. Su torso bien trabajado se mostraba apetitoso. Fígaro decía que todos lo llamaban, que todos lo solicitaban, y los bellos gemelos, riéndose de sus propias ocurrencias, se bajaban las cremalleras y asomaban las puntas de sus pollas gustosas. Pero no cesaba la música, el bravo, bravíssimo de la canción parecía estar destinado a su genial actuación. No me miraron en ningún momento. Era como si les hubiera dado un ataque incontrolable, como si les hubiera invadido una fiebre teatral y danzarina. Figaro qua, Figaro là, Figaro su, Figaro giù. Aquí, allí, arriba, abajo, los mellizos, luciendo una imponente erección, ya sólo con el slip, se pegaban palmadas en el culo, se rozaban los cuerpos, se lamían los hombros, sin abrazarse, sin dejar de saltar. Me los imaginaba con el rostro pintado de blanco y las mejillas enrojecidas, una nariz de payaso, unas muecas exageradas... provocando la risa del espectador. Yo me partía, las lágrimas provocadas por las carcajadas casi no me dejaban mirar los nuevos gestos que a cada frase musical se les ocurrían. Intuyendo que se terminaba la cavatina se despojaron de la única prenda que les quedaba. Comenzaron a jugar precipitadamente con sus culos, buscando el centro delicioso de sus abultamientos, tocando pero sin agarrar, tanteando atrevidamente el terreno del placer. Pero la música, vertiginosa en ese final, no permitía las caricias. Concluyó el espectáculo con unos cachetes a ritmo que cada uno ofrecía al culo del otro en una persecución sin fin, vueltas y vueltas como el perro que se quiere morder la cola. En su espontaneidad estaban tan bellos que me hubiese arrojado a besarlos y chuparlos, pero me contuve, embrujado por su sencillez y la ingenuidad de su danza erótica. Aplaudí como un poseso cuando terminaron, y continuaron la comedia saludando al escaso público, sonriendo orgullosos de su show. Les ofrecí una cerveza a cada uno y la tomaron. Estaba desnudos, erectos, pero se la bebieron con calma, jadeantes, sin dejar de sonreír. Volví al frigorífico a buscar otra bebida y cuando regresé ya se estaban besando. Cuando me vieron empezaron a chuparse, como parte de la función especial para mí, así que, como es lógico, antes de un minuto estábamos formando un trío. Ese día iniciaron la costumbre de aporrearme la cara con sus vergas.

Estuve casi un mes in verlos. Un día me detuve ante un semáforo en rojo. Uno de los peatones que cruzaron no cesaba de mirarme, hasta que tuvo la certeza de conocerme. Era Javi. Empezó una charlotada consistente en avanzar y retroceder, y cuando mi disco se puso en verde, se quedó en medio del paso de peatones mirando distraído hacia otro lado. Hice sonar mi claxon y no se movió. Luego fingió abrocharse los cordones de los deportivos con absoluta parsimonia. Los vehículos que se encontraban tras de mí se impacientaban, y algunos hacían sonar la bocina con insistencia, ignorantes de todo cuanto acontecía. Hice ademán de avanzar, y Javi jugó a quitarse de en medio, pero enseguida recuperó su posición interrumpiendo el tráfico. La broma duró hasta que el semáforo recuperó el rojo. Bastante indignado salí del coche para censurar seriamente su actitud, pero huyó corriendo.

Otro día me encontré a Juan con su novia. Estuvo muy amable, y quiso presentármela. Era una petarda bastante guapa, un poco bajita, pero vulgar y descarada, como él. Me dijo que se llamaba Estrella y a continuación soltó:

-Oye, profe, cuéntale a ésta cómo se chupa una polla. No tiene ni puta idea.

Ante el rostro de sorpresa de la chica, continuó:

-Es que el profe es el que mejor la chupa, ¿verdad, profe?

Me alejé con un gusto amargo en la boca.

La semana siguiente fueron pillados tirando piedras a los cristales de las aulas de la planta baja de mi colegio en pleno horario de clases. Una chica de segundo resultó herida por un cristal. Dos días después se presentaron en mi casa. A través del vídeo portero pude verles y escuchar sus comentarios:

-Pues yo ya tengo ganar de mearme otra vez en su boca. ¿Te acuerdas cómo tragaba?

-Vale. Lo tendemos en el sofá y le dejamos la casa perdida.

No abrí, a pesar de que mi excitada entrepierna opinaba lo contrario.

De su conducta imprevisible y antisocial me quedó una sensación extraña. No quería renunciar a unos amantes ocasionales de su talla y belleza, pero no estaba dispuesto a dejarme humillar más ni a renunciar a mi dignidad. Ese fin de semana tenía una cita con Ramón, un antiguo novio que estaba acabando la carrera de psicología. Y le expliqué las circunstancias que me preocupaban. Puse un especial hincapié en los detalles morbosos y en los que se referían a la perfección de los cuerpos de los chavales, su inhibición sexual y su potencia folladora. Mi estrategia tuvo efecto. Ramón se lo tomó como un reto personal, quiso conocer a los gemelos e influir sobre ellos con un tratamiento de choque: su culo. Aunque yo dudaba de los resultados de su método, después de dos contactos con el psicólogo los propios mellizos calificaban su grupo de terapia como "el club de los imbéciles", aludiendo a una acertada afirmación de Ramón acerca de su actitud. Él supo cómo hacerse imprescindible ofreciendo su trasero como premio, dominando la situación y chantajeando sin escrúpulos a los muchachos. Es decir, usando sus mismas armas. Ahora, dos años más tarde, se puede afirmar que Juan y Javi son chicos bastante integrados a la sociedad. Vienen de visita de vez en cuando y nuestras relaciones, que aún perduran, son bastante sanas. Ah, y siguen aporreándome la cara con sus pollas, algo que me encanta.

socratescolomer@hush.com