La cabaña (7: Miki, por fin)

La cortina de la cabaña se abre y aparece Miki, espléndido y dispuesto a todo.

LA CABAÑA VII: MIKI, ¡POR FIN!

Recobré el sentido de la realidad envuelto en un jadeo. No así la conciencia, que tardó un poco en situarme en el tiempo y en el espacio. Unos ojos preciosos me miraban, y una voz dulce pronunciaba un nombre raro, al que yo tardé en responder.

-¡Slava!

Era Miki, mi sensible Miki, mi afectuoso Miki, al que había olvidado completamente. Me agarraba del brazo y me agitaba. Por lo visto mi cara era de lo más estúpido porque el chico insistía.

-¡Slava, despierta!

Sonreí. Situé el escenario al mismo tiempo que respondí.

-¡Miki!

Mi amado resoplaba extenuado, sin duda acababa de realizar un gran esfuerzo.

-Por suerte te encuentro. No sabes lo mal que lo he pasado. A mi madre no se le ha ocurrido otra cosa que ir de compras al supermercado. Y claro, ¿a quién le toca llevar los paquetes? A Miki. Mientras tanto la estúpida de mi hermana se ha quedado viendo la tele. Si se hubiera tratado de comprar ropa, me habría librado. Pero no, yo como un imbécil conduciendo un carro repleto de víveres para toda la semana. ¡Y mi madre que no terminaba! Yo no hacía más que pensar en los chicos y en la cabaña. Habíamos quedado a las cuatro y media, y a esa hora yo entraba en el súper. Imaginaba que los cabrones me esperarían, pero claro, con lo que les venía, ¿cómo iban a esperar? Seguro que ni siquiera han pensado en mí. Seguro a que las cinco ya estaban aquí, medio borrachos por la botella de güisqui que Dani ha robado del bar. Me apuesto lo que quieras a que la botella ha llegado vacía aquí. Ni siquiera debe haber llegado. Se la han pulido por el camino. Total, que la bruja de mi vieja me ha soltado a las seis y media, y yo, con una mala leche terrible ya he visto que no valía la pena venir aquí, a la cabaña, porque todos sin falta deben estar, como yo, a las siete en el entreno. Nuestro entrenador es muy duro y no tolera retrasos, ni siquiera acepta que te pongas enfermo. Así que he cogido la ropa y me he ido al entreno. Y cuando llego el cabrón del Dani que me cuenta todo lo que ha pasado, tus folladas y vuestras folladas, y también lo de los gemelos, que eso no sé si creérmelo, y mi polla a punto de estallar. Y me he dicho a mí mismo: a la mierda el entreno. Le he pedido a Rachid, que es el preferido del entrenador, que justificara mi falta diciendo que estoy enfermo. Y he venido corriendo como un loco, no fuera que te hubieras ido.

Yo atendía a todo lo que me contaba, sin abandonar mi cara de estúpido, aterrizando poco a poco en la situación.

-¡No estás entendiendo nada! Perdona, me había olvidado completamente que no te enteras. Es que tenía muchas ganas de verte, bueno, de estar contigo, bueno, de estar con los chicos y contigo, de pasarlo bien...

Corté el monólogo con un beso tierno en los labios. Algo me decía que Miki se quería entregar completamente, y yo estaba dispuesto a jugar un rato con él. Sin hacerle daño, con dulzura, pero jugar. Al poco rato de juntar nuestros labios su lengua intentó una incursión, que yo corté separándome y mirándole a los ojos. Su rostro denotaba incertidumbre. Sus pupilas se clavaban en las mías, cambiando de lado tres veces por segundo. Me miró los labios, observé los suyos, carnosos y apetitosos, y sin mediar palabra nos volvimos a besar. Lo pretendió de nuevo, su lengua intentó cruzar la barrera que yo le había impuesto. Se quedó aún más desconcertado. Creo que hizo un gesto como de terror, de perdición, pero no sería el último.

-¿Quiere follar?

-Sí, claro que quiero follar. ¿O es que te crees que me he pegado esa corrida para desearte feliz Navidad? Tengo la polla a punto de reventar. Quiero que me la chupes como el otro día, y más cosas...

-Yo foliado muchas veces hoy. Yo no puedo más.

Su rostro se tiñó de desesperación.

-Pero, Slava, soy tu Miki. Tú siempre me dices que soy guapo, que te gusto. Yo he notado que me tratas mejor que a los demás. Por lo menos hasta hoy. ¿O acaso hoy ha pasado algo? Dime, prefieres a Daniel, o a los gemelos?

-Sí, yo follado con fotocopias. Yo follado Iván y Kavi. Y pelo rojo, y chupar polla grande y negra, y... yo muy cansado.

Como para compensar la cara de estupefacción que le había quedado le di un beso. Y ahora sí, ahora que no lo esperaba, crucé la frontera con mi lengua y la enlacé con la suya. Se sorprendió pero se entregó. Largo rato intercambiamos nuestros fluidos, hasta que pareció que las dudas se esfumaban. Alargó su mano a mi sexo, pero yo no reaccionaba. Mi polla se había declarado en huelga por exceso de trabajo. Él lo notó. Separó un momento los labios y clavó una ojeada fugaz a mi herramienta, pobre y decaída. Y regresó al cobijo de mi boca. Yo era consciente del juego, pero también de que había pasado el límite de mis posibilidades. Disfrutaba enormemente de la dulzura de la boca de Miki, abrazaba su lengua como abrazaba su cuerpo. Y aunque deseaba con toda mi alma funcionar para poder proporcionar al chico todo el placer que deseaba y mucho más, el cuerpo no me respondía. Son las ironías de la vida. Tanto tiempo esperando este momento, y cuando llega defraudo a mi amado y me defraudo a mí mismo. Pero pensé que no podía decepcionarlo. No podía renunciar tan fácilmente a un placer tan anhelado. Debía sobreponerme. Se me ocurrió una idea.

-Miki, tú desnudar poco poco.

-¿Cómo? ¿Quieres que me desnude poco a poco?

-Sí. Tu desnude allí, poco a poco.

-¿Quieres que haga un strip tease para ti? ¿Qué me ponga sexy y que me quite la ropa despacio, insinuándome?

-Sí.

Su rostro cambió. Asomó una risita pícara. Mostró confianza en si mismo. Era consciente que disponía de grandes dotes de seducción, y que sabría utilizarlas convenientemente. Se dirigió al fondo de la cabaña, donde estaban las velas. Situó una a cada lado. Su bello cuerpo, aún vestido, se recortaba proyectando sombras tan sugestivas como su propia silueta. Buscó en una caja que había a un lado. Sacó una linterna enorme, de las que llevan cuatro pilas de las grandes, y me la lanzó. Faltaba la música. Pronto encontró solución. En la misma caja había un viejo aparato de radiocasete. Estaba destrozado, pero la radio aún funcionaba. Buscó una emisora caliente, pero no encontró nada. Al fin, lo más ardiente que halló fue una sesión de jazz. Y empezó sus movimientos. Desde luego sabía que gran parte de su atractivo se centraba sobre su culo, porque desde el primer momento lo movió de un lado a otro, para adelante y para atrás, de una forma que casi tocaba la pornografía. La altura del techo no le permitía alzarse, por lo tanto se quedó de rodillas acariciándose el cuerpo, manoseándose las partes más dignas, resaltando la prominencia de sus nalgas sedientas y de su polla completamente erecta. Se entretuvo a marcar con el dedo, como contorneando con un lápiz, la forma de su polla orientada hacia la izquierda y de sus huevos enormes. Y se dio la vuelta. Me ofreció su espalda, siempre con el culo insinuante. Se quitó la parte superior del chándal gradualmente, dejando a la vista un torso fuerte vestido con una camiseta de tirantes. Una belleza. Sus omóplatos aparecían marcados, destacando el moreno de su piel sobre el color anaranjado de la vestimenta. Sus hombros anchos, sus brazos potentes, recortados en la luz equívoca de las velas, me presentaban un Miki más fuerte, más vigoroso, más hombre. Su culo azul, ese culo azul que llevaba dos años siguiendo con la vista, ese hermoso trasero modelado por la tela elástica de mis preferidos Adidas, no cesaba de proponerse apetecible. Se ofrecía, aún cubierto de ropa, para tocar, para lamer, para follar sin compasión. Cruzando los brazos en la nuca se despojó de la camiseta, forzando los dorsales y los trapecios. Dios, mi chico estaba buenísimo. Su espalda amplísima se iba estrechando hasta que llegaba una cintura esbelta, continuando en un culo redondo y generoso, y luego unos muslos y unas piernas dignas de sujetar tan bello monumento. Mi polla empezó a emerger del letargo, pero no quise mostrárselo al chaval. Siempre de rodillas, se había dado la vuelta y jugaba con sus tetillas. Me enardecía ver cómo se las lamía, como aderezaba sus pezones al simple contacto de sus dedos. Ese tórax, ese vientre tan plano, ese paquete insinuante y provocador, me estaban trasladando a un estado de excitación tan grande que me prometí a mí mismo darle a Miki el mejor polvo de su vida. Se colocó otra vez de espaldas y fue bajando suavemente su pantalón, primero de un lado, luego del otro. Cuando medio slip aparecía volvía a taparse, volviendo la cara provocativamente, como diciendo: "sé lo que quieres, pero te va a costar obtenerlo". Calzoncillos blancos, pequeños, naturalmente los mejores. No había suficiente luz para que se transparentara su hendidura, pero la tela tomaba unas formas sugerentes que permitían adivinar las formas del tesoro que ocultaban. Aún no había usado la linterna. Me divertía y me excitaba más ver al niño envuelto en claroscuros. Para quitarse completamente el chándal se volvió de cara, arrancó sus deportivas y sus calcetines y se sentó, sin dejar de mirarme, tapándose el sexo con la mano y masajeándolo por encima de la ropa interior. Su mano apenas cubría el bulto enorme que se avisaba, y en estos momentos mi polla ya estaba completamente preparada para la acción. Pero Miki no se iba a entregar todavía. Me lanzó el chándal a la cara y yo me apresuré a olerlo descaradamente, primero en la parte de la polla, después en la parte trasera. Ello calentó al chaval, que se colocó a cuatro patas con el culo levantado y en pompa, ofreciéndome un espectáculo impagable. Se movía de un lado a otro, comunicándome su ardor, ofreciéndome su abertura, simplemente moldeada en la tela blanca. Y se bajó el slip. De repente, sin previo aviso. La cabaña se iluminó con la presencia altiva y cautivadora de su culo divino, más blanco que el resto del cuerpo, semejante al sol al que adoran las tribus humanas desde el comienzo de los tiempos. Mi polla estaba despierta y jadeante, húmeda en la punta, a punto para el encuentro que aún debía tardar. Miki me ofreció su culo desde todos los puntos de vista. Se tendió en el suelo, se incorporó, se abrió completamente, permitió que sus huevos deliciosos adornaran el altar de los sueños, se colocó de perfil, destacando una nalga por encima dela otra, se frotó contra el suelo, se alzó de nuevo, todo esto sin dejar de mirarme provocativamente. Entonces prendí la linterna y enfoqué. Su agujero virgen se mostraba anhelante, hospitalario. Sus bellas nalgas dibujaban un contorno delicioso, centrado por la belleza de un nido tierno y placentero. Con las manos se separó las nalgas, abriendo de par en par esa puerta que tanto he deseado cruzar. Se lamió un dedo y se lo introdujo sin más, comenzando un movimiento de oscilación que produjo un crecimiento inesperado en mi polla. Y todo esto ante la presencia inevitable de sus testículos, sueltos e independientes, repletos de dulces jugos que se reservaban para mí. En el momento en que me encontraba extasiado de contemplar esa belleza ardiente y caprichosa, Miki cambió de emisora y apareció una música latina, con buen ritmo, que él recibió poniéndose de cara al público. Su polla me pareció más grande que nunca, descubierto su glande, tan caídos sus huevos. Comenzó a bailar desacomplejadamente, siempre de rodillas, al ritmo vertiginoso de la salsa, agitando impúdicamente su pene arriba y abajo sin tocarse. Su polla golpeaba su estomago y sus piernas, y en su movimiento perpetuo parecía crecer más y más. Yo mantenía mi sexo tapado para no delatar mi erección, pero por la excitación de mi rostro era evidente que ya estaba dispuesto. Miki así lo entendió, porque sin dejar de bailar y ventilar su miembro se acercó hacia mí y se echó sobre mi cuerpo, para catar nuevamente el sabor de mi boca. Ahora sí lo capté en toda su genialidad, todo su cuerpo sobre el mío, su polla contra la mía, una mano agarrándome el pescuezo para comprimirme contra su boca, la otra mano buscando mi culo. Su lengua se me antojó más sabrosa que ninguna otra, sus labios más tiernos que nunca, su saliva deliciosa como el elixir de la juventud, y su piel, su suave y resplandeciente piel, como la tela más sensible y delicada del mundo, terciopelo primoroso reservado para los grandes emperadores. Como buen gourmet, pasé largo rato disfrutando los placeres del gusto, pero los besos cargados de devoción debían dar paso a la acción.

Como mandan los clásicos, el primer tributo se lo di con la lengua. Con un leve movimiento le indiqué que se abriera de piernas y comencé a saborear las apretadas fibras que rodeaban su ano. Era un manjar exquisito, suave y firme a la vez, definitivo para proporcionar la plenitud en la vida. No tardó ni medio minuto el muchacho en gemir de placer. Yo empleaba mis manos para separar al máximo sus nalgas, para conseguir una abertura dilatada, para aumentar al máximo la superficie a tratar. Pero mi acción no resultaba demasiado provechosa, porque Miki tendía por naturaleza a separar al máximo su generoso trasero, mientras me manoseaba calmadamente la polla jugosa. Pasado un rato alargó el cuello para acercarse apuradamente a mi sexo. Forzó la separación de mi lengua alucinada del sabroso escenario donde había acampado. Si ningún tipo de preparativo, con urgencia perpetua, se zampó el glande y empezó a apretar enérgicamente con los labios alrededor. Mi sangre en ebullición se quedó paralizada, recluida y aprisionada por las fauces sedientas de novedad de mi amado. Separaba delicadamente los dientes para no lastimarme, al mismo tiempo que resoplaba por la nariz para desarrollar la percepción gustativa. No era una mamada genial, era una mamada distinta, novedosa. Yo notaba mi capullo apretadísimo, se me antojaba morado a causa de la compresión de la circulación. Pero el resultado fue inapelable: mi polla creció en la boca de chico de un modo sorprendente. Incluso se separó un momento para certificar los resultados de su atrevida acción, y no pudo esconder una sonrisa de satisfacción. Aunque era su primera felación, se trataba de una experiencia versada. Quizá había practicado con una banana u otro vegetal, o quizá simplemente había previsto calculadamente cada detalle para cuando le llegara la ocasión. En esos momentos de sueños cumplidos, como siempre, la imaginación tomó las riendas. La lengua de Miki se deslizaba arriba y abajo del tronco de mi rabo, y ese tacto suave y jugoso me provocaba cientos de minúsculos aunque centelleantes puntos de placer. Pero yo deseaba besar esa lengua que me elevaba al cielo. Yo quería mimar su boca al mismo tiempo que la sentía recorrer mi asta. Imposible, pero la imaginación consigue prodigios. Su mano jugueteaba con mis testículos, pero en ningún momento su boca dejó de comportarse como una funda a medida. Decidí rebelarme a los sentidos. No podía besar su boca superior, pero en cambio podía saborear su boca inferior. Agarré suavemente el muslo del chico, que al principio no entendía mis intenciones. Unos ligeros toques en el culo las aclararon. Y adoptamos una posición que se mantuvo durante mucho rato. El ruso tendido en el suelo boca arriba, piernas abiertas, tronco crispado por los espasmos, devorando locamente la entrada al jardín de las delicias, y Miki montado encima en posición inversa, boca abajo, amorrado al micro como en plena entrevista, abriendo las piernas como un contorsionista. Los dos respirando sonoramente por la nariz, sin abandonar ni un segundo la misión que la naturaleza nos había impuesto: dar y recibir placer.

Al cabo de unos minutos tenía la lengua extenuada. Me estaba controlando la corrida, así que se imponía un descanso. Pero el chico no se detenía. Mi polla entraba y salía de su garganta notando el masaje genial que me prodigaba. Estaba claro que Miki quería mi leche, así que me resigné y recé para que la leche que iba a entregarle no fuera la última del día. Y mi lengua, aún exhausta, volvió a la carga para rematar la faena. Un tiempo más tarde me vine explosivamente dentro de la boca ávida y cómoda de mi alumno. Él aceleró el ritmo de la succión y la respiración, tragándoselo todo sin renunciar a las lamidas pertinentes. Después cumplió con la liturgia y me propinó un beso tierno y profundo, con ligero sabor a semen, escudriñando en todos los recodos de mi garganta. Fue entonces cuando noté que se corría delicadamente sobre mi estómago. Un cálido surtidor fue regándome como de puntillas, como pidiéndome disculpas por no haberse ofrecido en la boca. En aquel instante cortó el morreo para afirmar:

-¡Valía la pena esperar!

Yo lo miré como si no entendiera, pero instantáneamente recordé el momento en que, observando desde mi tribuna aventajada, pocos días antes, los gemelos casi obligan a mi niño a chuparles sus miembros carnosos. Eso sí que era un halago, Miki se había reservado virgen para mí, había querido que mi polla fuese la primera para él. Dicho esto regresó a mi miembro y le pegó unas cuantas lamidas suaves, concluyendo con el ligero sabor que ahí debía quedar.

-Slava, ¡fóllame, tío!

Me di cuenta que mi mano estaba ya situada a la puerta del placer. Un ligero masaje sirvió para comprobar su estado de dilatación. Me levanté y lo obligué a situarse a cuatro patas. Repetí las lamidas apasionadas, a pesar de que Miki movía su culo de un lado para otro dificultándome seguir pegado a su esfínter.

-¡Fóllame ya!

Entré sin ninguna dificultad. Mejor dicho, no encontré ningún obstáculo físico. Mi sexo se deslizó con toda naturalidad hacia sus entrañas, pero mi cerebro martilleaba como siempre embriagado por las impresiones. ¡Estaba dentro de Miki! ¡Dios, el dulce culo de mi niño me contenía todo! Lo que parecía imposible pocas semanas antes, se estaba materializando. Por fin estaba en el Paraíso, pero mi entendimiento no acababa de asumirlo, como si se tratara de un sueño. Quizá por ello no tuve prisa en bombear. Me acomodé con parsimonia y acaricié las nalgas próximas y redondas del chico, su cintura esbelta, su espalda delatadora de su virilidad explícita. Seda por dentro, seda por fuera. Fineza y dulzura. Busqué su polla, recrecida por la excitación. Aún no la había saboreado, y la deseaba, como otras tantas veces, en una situación imposible. Pero mi mano la contenía, y la abracé como si se fuera a escapar. Miki callaba y vibraba. Sentía algo nuevo, descubría un camino aún no recorrido, y esperaba. Poco tardé en iniciar el movimiento de vaivén. Me sentía raro, lejano, transportado a un lugar desconocido y deleitable. Sin embargo la realidad fue ganando terreno, y los suspiros del chico me lo confirmaron. En plena furia folladora yo deseaba gritar a los cuatro vientos la intensidad del placer que sentía, pero los gemidos del chico eran la mejor banda sonora de la situación. Además hubiera descubierto que el vocabulario que empleaba no era el habitual para un inmigrante. Mi sexo, ese sexo apagado hasta hacía poco, se mostraba ahora en plena ebullición. En un ejercicio de autocontrol, me propuse jugar con el ritmo, así que inicié una aceleración que tomó por sorpresa al chico, que intentó adaptarse a la nueva situación. Cuando la cadencia se había tornado vertiginosa y Miki aullaba como un poseso disminuí la marcha de repente. Se sorprendió, e incluso protestó a su manera. Pero no me dejé influir. Comencé de nuevo la aceleración, y cuando me pareció notar la inminente descarga paré de repente. En el tercer tramo de aceleración masturbé paralelamente el duro aparato del muchacho. Los gemidos ininteligibles fueron substituidos por claras demandas, entre súplicas y órdenes:

-¡No pares, sigue, dame más, a fondo, ruso! ¡Como te pares ahora te matoooooo!

No me detuve. Mi amor estaba a punto de tener el mejor orgasmo de su vida, el que todos recordamos como irrepetible, el que une la intensidad del placer con el deleite de la novedad. Parte de su deliciosa leche mojó el suelo putrefacto. El resto quedó en mi mano, y mientras seguía bombeando lo devoré con fruición. Acerqué mi boca al cuello del chico, sin salir de su interior. Un escalofrío delató su sensibilidad. Le lamí la oreja, busqué sus labios aunque fuera de lado, su lengua se alargó buscando la mía, mientras su mano se apretaba a mis nalgas para impedirme la retirada. No pude evitar el comentario, que surgió entrecortado por la emoción y la aridez, a pesar de haber injerido dulces zumos recientemente:

-Miki, te quiero.

Él no respondió, al menos con palabras. Quiso volverse, pero no dejaba de apretarme las nalgas. Yo tampoco deseaba abandonar el palacio que me rendía honores. Mi rabo estaba en sus mejores momentos. Así que cogí al muchacho con las dos manos, lo levanté del suelo y lo volteé, de forma instintiva, sin salir de su interior. Lo deposité suavemente boca arriba en el suelo, con las piernas levantadas, buscando con ansiedad su boca para recobrar todo el deleite del sentido del gusto. Y recomenzamos. Entraba y salía con dedicación y sutileza. Su recto me ofrecía el mejor masaje de mi vida. Su sonrisa me electrizaba, sus blancos dientes, su lengua apetitosa que veía cada vez que por un instante abandonaba el beso... para mí era un momento indescriptible. Temblaba de placer, de locura, o de pasión, o de cariño... Yo temblaba, pero el chico también. Me besaba y me abrazaba las mejillas, me miraba y cerraba los ojos. Nuestras pupilas se encontraban de vez en cuando. El pelo de mi peluca se entrometía a veces, y él lo separaba con afecto. Un tirón en esa posición hubiera resultado fatal. Aunque yo ya sentía ganas de amar a Miki con mi verdadera personalidad. Y tocamos el cielo los dos a la vez. Un leve gesto delató la sorpresa de sentir sus entrañas inundadas de un calor húmedo, pero al instante su lengua se pegó a la mía con una dedicación y sensibilidad que me hizo estremecer más que el orgasmo fisiológico. Noté cómo al mismo tiempo se vaciaba sobre el pecho, que estaba pegado al mío. Nos quedamos petrificados, lamiéndonos todos los pliegues de la garganta, cerrados los ojos, aterrizando poco a poco después de un vuelo flotante y una caída libre. Cuando nos separamos, nos miramos largo rato, nuestros rostros situados a pocos centímetros. Miki me miraba la cicatriz, y con un dedo marcó su curso en mi cara. Me volvió a besar, y cuando nos separamos de nuevo se relamió los labios infantilmente.

Nos incorporamos y pude ver que el miembro del chaval aún estaba dispuesto a todo. Yo me encontraba bastante cansado, pero pensé que sería un buen colofón que Miki perdiera su virginidad en todos los aspectos. Así que me agaché i lamí. Noté las manos en la peluca y la nuca, iniciando un delicado masaje, que abandonó en parte cuando una mano buscó entre mis nalgas. Dos dedos se atrincheraron en mi interior. Yo me derretía sólo de pensar que mi querido chaval iba a follarme, por lo tanto me concentré en preparar la máquina para el acontecimiento. Dos minutos y me coloqué, sin decir nada, en la misma posición en que Miki me había recibido por segunda vez. Él no tardó en plantarse en situación. Me dedicó la misma suavidad que había recibido de mí y comenzó el movimiento. Lo observaba en medio de mi viaje placentero como se mordía el labio. Rodeé con mis brazos su cuello, y pronto su boca se enlazaba con la mía. Fantástico jinete, Miki se zarandeaba con decisión y esmero. Intentaba jugar con el ritmo, pero le faltaba experiencia. Ello no fue impedimento para que los dos gozáramos como dementes. El mundo alrededor había dejado de existir. Estábamos tan acoplados que cualquiera diría que formábamos un solo cuerpo. Mis manos recorrían desde su cuello hasta sus nalgas en un mar de caricias incesantes, en un poema de pieles que se ofrecen sin reservas. El pensamiento se quedó vacío para albergar sólo la indagación de los sentidos. Los cuerpos se sublimaron hasta desaparecer. Miki y el ruso formaban un todo indescifrable. La cascada cálida y espesa simplemente coronó el proceso con un clímax perturbador y satisfactorio. Un inédito big bang constituía un nuevo principio para nuestras vidas.

Nos invadió la indolencia. Miki permaneció dentro de mí a pesar de que la hinchazón disminuía. Los besos apasionados se repitieron innumerables ocasiones. Sólo cuando una sensación de frío nos asaltó nos propusimos terminar el abrazo, por el momento. Justo entonces se escucharon voces. De nuevo sin mediar palabra coincidimos en intenciones. No podían ser más que sus compañeros. No nos vestimos, continuamos en la posición que delataba claramente nuestra acción anterior inmediata. La voz de Daniel destacaba como siempre. Se corrió la cortina.

-Míralos.

Les ofrecimos un apasionado morreo.

-¡Cómo se quieren! –ironizó David.

-Qué, ruso, -cortó Daniel, excusando la ternura- ¿te quedan ganas para follar un poco?

-El Miki parecía tonto, y lo ha tenido todo para él –observó la voz infantil de Samuel.

-Venga, Miki, quita de ahí –ordenó Daniel. –Ahora me toca a mí.

El muchacho sacó su nabo medio tieso de dentro de mí. Y me besó de nuevo. Daniel ya me mostraba su polla levantada y la acercaba peligrosamente a mi boca. Yo me levanté impidiendo que me forzara a chupar.

-¡Eh! ¿Qué haces?

Nos vestimos rápidamente, sin dejar de mirarnos, ignorando a los recién llegados. Una vez vestidos, nos abrazamos como dos enamorados.

-¡Ruso!

Me volví. Le lancé un beso a Daniel, que me miraba enojado, y una mirada provocadora a los demás. Cuando Miki se agachó para salir de la cabaña le agarré las nalgas y le besé en pleno culo Adidas.

-Será cabrón.

Era la voz de Daniel, que había sonado sin matiz de violencia. Samuel añadió su comentario:

-Estos dos se han enrollado.

-¿Lo has descubierto tú solo?

Unas risas extravagantes nos demostraron, mientras nos alejábamos, que no les hacíamos mucha falta para asegurar la diversión. Al cabo de pocos metros, aún abrazados, nos cruzamos con Rachid. Visiblemente nervioso, jadeante, preguntó:

-¿Habéis visto a David?

-¿David es ojos plateados?

-Sí.

-Tú date prisa porque pelo rojo se lo folla.

Rachid echó a correr sin más comentario. Ni siquiera se extrañó de vernos abrazados. Antes de entrar en la cabaña, gritó:

-Miki, el entrenador no te dejará jugar el sábado. Te ha visto marchar.

Dejé a Miki a unos metros de su casa. No quería que sus padres me vieran. Eran las diez de la noche. Mientras recorría la distancia hasta mi coche, pensaba que me costaría dormir. El día había sido emocionante y turbador. Me equivoqué. Nada más llegar, sin desmaquillarme ni quitarme la peluca, me dejé caer en el sofá. A las siete de la mañana me desperté por el frío. Ya no valía la pena acostarme, así que me duché y me fui al cole. A las nueve tenía clase con Miki.

Miki llegó tarde y se disculpó con una sonrisa. Se sentó pesadamente en su rincón y se aisló. Yo tampoco podía seguir con la clase, dado mi nerviosismo. Busqué unos ejercicios de autoaprendizaje y los planteé a los alumnos. Me senté ante mi mesa con los codos clavados sobre la superficie, sin apartar la vista de los pupitres. Mi amado levantó los ojos, y nuestras miradas se cruzaron, dejando una sensación de simpatía. Comencé a jugar. Aguanté mi visual fija en su rostro, sin dejar de sonreír. Él la desvió hacia unos supuestos ejercicios, y levantó la vista al cabo de unos segundos. Yo seguía allí, imperturbable, escudriñándole el pensamiento en sus gestos. Se puso nervioso. Apartó sus ojos de mí, regresó de nuevo y otra vez se escondió. Yo ni siquiera había pestañeado. Pensé cuánto tiempo tardaría en alzarse y acercarse a mí. Con la cabeza agachada levantaba la vista de vez en cuando, sin poder ocultar su nerviosismo. Al cabo de tres minutos lo tenía a mi lado, inclinado suavemente para dialogar sin ser oído por sus compañeros de primera fila.

-¿Qué te pasa, profe? ¿Por qué me miras así?

-¿Yo? Eres tú, el que me mira de forma rara.

-¿Qué dices? ¡Venga, si no me quitas la vista de encima!

-¿Sí? Será porque te encuentro raro. Eres incapaz de concentrarte. ¿Tienes problemas?

-¿Problemas? No, ¿Por qué?

-No sé, te conozco muy bien, y se te nota que te ha pasado algo.

-¿A mi? No, ¡qué va!

-No me engañes. Ya te dije un día que podías considerarme tu amigo. En mí puedes confiar.

-Ya lo sé, profe. Que no me pasa nada.

Y se alejó, girándose a mirarme un par de veces. Sentado ya, no cesaba de prestar atención a mi actitud, interrogativa y desafiante.

A la hora del recreo Miki estaba solo en un rincón, cerca de los vestuarios. Jimi iba por su lado, por lo visto se habían peleado. Me acerqué furtivamente y, de repente, me crucé ante él como si no lo hubiera visto. No falló la estrategia. Me llamó.

-Oye, profe, ¿cómo se llama el vodka ese especial para regalo?

-¿Quéeee?

-El vodka que me dijiste, para regalárselo a un amigo.

-Ah, tu amigo ruso, ¿no? Es un poco peligroso regalarle vodka a un experto, y los rusos lo suelen ser.

-Ya, pero aunque no le acabe de gustar verá el gesto de buena voluntad, ¿no?

-Eso sí. Por lo visto es un amigo muy especial para ti.

-Pues sí, muy especial. Oye, ¿seguro que puedo confiar en ti?

-Te está pasando algo que si no lo cuentas explotas, ¿no? No te preocupes, por nada del mundo te traicionaría. A no ser que hayas cometido un asesinato.

-Nada de eso. Es que... no sé... el ruso es un amigo muy especial... muy muy amigo...

-Hablas como si estuvieras enamorado. ¡Quieres abordar el tema de una vez!

-Es que es algo muy fuerte. No sé si lo comprenderás.

-¿Dudas de mi capacidad de comprensión? Me ofendes, Miki. Guárdatelo para ti.

-No, no te vayas. Verás, es en la cabaña. El ruso comenzó a venir hace unas dos semanas. Es simpático, aunque no habla mucho español. Pero sobretodo es... muy agradable.

-¿Agradable?

-Sí, no sé como decirlo... nos pajeamos... y nos chupa la polla...

-Quieres decir que es muy complaciente. ¿Eso es fuerte?

-No me jodas, profe. Es como si tu me la chuparas y me follaras. No me digas que no sería fuerte.

-¿Tú crees? Siempre que fuera de mutuo acuerdo entre dos personas que deciden libremente... Pero ¿a quién más afecta esto? Has dicho "nos".

-Eso no importa. Lo que importa es que desde el primer día yo le noté un trato especial. Parece que se encaprichó de mí. Me llamaba guapo y me trataba con mucho cariño. No era sólo sexo, como con los demás. Hasta ayer.

-¿Que pasó ayer?

-Por la tarde teníamos fiesta, ¿te acuerdas? Habíamos quedado los colegas para ir a la cabaña, a pajearnos. No sabíamos si él vendría, porque no se entera de nada, no puedes quedar fijo con él.

-Si aprovecharas más las clases de inglés...

-Venga, profe, no te esfuerces.

-Lo digo para que te tranquilices. Pareces muy nervioso.

-Lo peor ya ha pasado. Ya sabes que soy maricón, o por lo menos que follo con un tío.

-Nada ha cambiado, para mí sigues siendo el misterioso y simpático Miki.

Se sonrió, y aproveché la distensión para pasarle la mano por encima del hombro. Se sobresaltó y parecía que iba a evitar el contacto, pero se acomodó.

-Bueno, sigo. Pues la puta de mi madre me obligó a acompañarla al súper y los demás ni siquiera me esperaron. Se fueron a la cabaña y allí estaba el ruso. El muy cabrón ya se había tirado a los gemelos y...

-¿Los gemelos? ¿Qué gemelos?

-Se me ha escapado. Sí, los que tú te imaginas. Esos también follan con el ruso.

-Oye, Miki, ¿no me estarás tomando el pelo?

-Que no, déjame acabar. Se lo montó con los colegas un buen rato. Eran cuatro y él. Después se fueron al entreno, y allí los encontré yo. Me lo contaron todo, y me pegó el subidón. Me puse a cien. Yo tenía ganas de follar, pero al mismo tiempo me sentía como si me hubiera puesto los cuernos.

-¿Sois novios?

-No, simplemente he notado que por mí siente algo especial. Dani me dijo que había preguntado por mí.

-Vaya, ya van saliendo los nombres de los colegas.

-Es que soy tonto, profe, se me escapa sin querer. Entonces me fui corriendo a la cabaña, y él estaba allí.

-¿Te estaba esperando?

-Creo que sí. Fue amable conmigo, pero un poco frío. Decía que estaba cansado de tanto follar.

-Pero a ver, Miki, ¿hasta qué punto llegan vuestras relaciones sexuales con ese tipo?

-No sé, bastante lejos... nos chupamos, nos damos por el culo... me da vergüenza contarlo.

-No seas tonto. Se trata de una sexualidad adulta. ¡Qué precoces!

-Lo que quieras. Pero al final lo convencí. Me volví loco de tanto placer. Yo no podía imaginar que se podía sentir tanto gusto. Yo flotaba por los aires.

-¿Qué hicisteis?

Me miró fijamente, quizá sorprendido por la indiscreción. Pero se tranquilizó cuando vio mi rostro amigable. Yo quería comprobar si me contaría toda la verdad.

-Primero nos besamos con lengua. Es dulce. Después me chupó el culo.

Se detuvo y esperó mi reacción, que no llegó.

-Luego yo sentí ganas de chupársela, y mientras lo hacía él seguía pegado a mi culo. Me hacía ver las estrellas. Se corrió.

-¿Dónde?

-En mi boca. Me lo tragué todo. Te juro que me gustó. Me da igual ser maricón. Me gustó y lo pienso repetir.

-Eres libre.

-Sí. Después me folló y yo gritaba como una puta. Cambió de posición y me volvió a follar. Y más tarde me la chupó él y yo lo follé. Ya te digo, yo estaba como loco. Nunca había gozado tanto. Ni siquiera me dolió. Después me acompañó a casa, e íbamos abrazados como novios, charlando de nuestras cosas... bueno, eso no, él sólo me decía que me quería, y yo eso no sé decirlo, a mí no me sale... yo le contaba cosas de mí, que seguramente no comprendió...

-Hombre, parece que la cosa va en serio.

-Pero hay otra cosa mejor todavía. Cuando nos íbamos de la cabaña llegaron los colegas. Y uno, bueno, Dani, quería follar con él, y el ruso no quiso y me abrazó, como dejando claro que me quiere, que somos pareja.

-En efecto, una señal explícita. ¿Y ahora cómo te sientes? ¿Estás más calmado? Yo no le veo ningún problema. Acabas de comenzar una relación que parece que os satisface a los dos.

-No, profe, ahí está el problema. No me preocupa si soy o no maricón, lo que me preocupa es que siento cariño por él, como si me estuviera enamorando. No he podido pegar ojo en toda la noche.

-Estabas caliente.

-No. Ni siquiera se me ha levantado. Me preocupa, no sé cómo decirlo, la comunicación. Yo puedo follar con un ruso, mi culo es mío y hago con él lo que me da la gana, pero no puedo amar a un tío que me escucha y dice que sí, sin entender nada, ser ríe y repite palabras que no comprende, me dice que me quiere, pero no sé si sabe lo que eso significa. Un novio es como un amigo, bueno, más que un amigo, ¿no? Tiene que haber...

-¿Feeling?

-Eso. Le conté que juego a fútbol. Le invité a verme en el próximo partido. No entendió nada. Sólo me abrazaba y me tocaba el culo. Le pregunté si le gustan las motos, como a mí, parecía yo un niñato haciendo el ruido y los gestos de conducir una moto en medio de la calle... Se rió, y algo entendió, pero es un miserable, no sabe de marcas ni de modelos... ¿Y si no me quiere de verdad? ¿Y si sólo quiere ventilarse mi culo hasta cansarse?

Yo me sentía terriblemente avergonzado de haber creado un personaje tan superficial. La verdad es que muchos inmigrantes aprenden la lengua a los pocos meses, y Slava no tenía por qué ser una excepción. Me dolía que Miki se encontrara ante un dilema por mi culpa. Sólo esperaba no dañarle demasiado, poder reconducir la situación. Dije en voz alta lo que me planteaba en ese momento.

-Y ahora, ¿qué?

-Eso, ¿qué?

-Puedes esperar a ver cómo reacciona. A ver si se entrega totalmente a ti. Si es así, con paciencia puedes moldearlo, enseñarle a hablar, hacer que te descubra como persona y como amigo, o novio, o lo que quieras...

-No es tan fácil. Los chavales quieren volver esta tarde a la cabaña. Yo no sé si podré resistir una orgía. No sé, siento algo por él, aunque dudo qué es, y los demás sólo van a follar, no entienden la necesidad de sentirse amados, como me pasa a mí... Dani me ha amenazado. Me ha dicho que el ruso no es mío, que no tengo derecho a quedármelo. No me ha ofendido. Al contrario, sólo el hecho que él diga que no es mío ya significa que lo es en parte, o por lo menos que los demás lo consideran así. Creo que me tienen envidia. No entiendo muy bien por qué, pero creo que me envidian. Todos menos Rachid.

-¿Rachid?

-Sí, creo que le pasa lo mismo que a mí pero con David. ¿Te sorprende?

-Bueno, a estas alturas... David y Rachid forman una pareja ideal. Son formales y sensibles, capaces de dar y recibir cariño y, bueno, otras cosas.

-Te fijaste el otro día en los vestuarios, ¿eh? Pues la cosa va al revés de lo que te imaginas.

-¿Qué me imagino?

-Hombre, que David se pone delante y Rachid detrás. Pero de momento no es así.

-Me da igual. Lo que debes procurar es que a nadie se le ocurra contar estas cosas. ¿Quién más sabe esto?

-Con el ruso hemos estado Samuel, Daniel, David, Rachid, los gemelos, Jimi y yo. Con Jimi no me hablo, pero él sólo sabe la mitad. Y no largará porque él también ha participado. Temo que a Dani, que a veces es un poco borde, se le escape algo en medio de una de sus burlas. A los amantes les llama tortolitos. Y Samuel, que es un crío, a lo mejor no es muy consciente de todo.

-Todos los que estáis en el meollo sois chicos muy guapos, atléticos, fuertes. Muchas chicas se morirían de envidia.

-Dani tiene novia, pero ahora pasa de ella. Dice que con el ruso se lo pasa mejor. A mí me la chupó una vez.

-¿Quién, su novia?

-No, el Dani. No estuvo mal, pero el ruso lo hace mucho mejor.

Nos quedamos pensativos. Un grave silencio acompañaba nuestras disquisiciones mentales. No muy lejos, los chicos jugaban a fútbol y las niñas se sentaban en corros charlando de sus cosas.

-¿En qué piensas? –me interrumpió la melosa voz del chico más dulce del mundo.

-¿Y tú?

-Yo pensaba que aún estoy a tiempo. Yo no he estado nunca enamorado, pero me imagino que lo que me pasa se parece mucho. Pienso en el ruso, me gustaría abrazarlo, besarlo, descubrir palabras cariñosas para decírselas, contarle mis cosas, apreciar que soy importante para él. Pero fíjate, si tú fueses él, estaríamos sentados así, más abrazados, y Slava sonreiría estúpidamente asintiendo a todo lo que yo dijera. Sí, podríamos follar, pero ni siquiera coincidiríamos en el piti de después. Bebe como una esponja, pero no fuma.

-¿No fuma?

-Bueno, porros sí.

-¿Aún estás a tiempo de qué?

-De pasar de todo. De desenamorarme. De participar en la orgía de esta tarde, como uno más. Buscar sólo sexo. Disfrutar y olvidarme.

-Miki, no intentes parecer insensible. Tú no eres un chico vacío. Tienes muy buenos sentimientos, eres cariñoso, amable, agradable, incluso tienes un punto de ironía muy sano y poco frecuente en los chicos de tu edad. Sabes que todos te respetan porque siempre estás dispuesto a ayudar, siempre sonriente... malo en los estudios, muy malo, pero una gran persona.

-Gracias.

El silencio apareció de nuevo. Parecía que Miki intentaba situarse después de mi discurso de alabanzas.

-Y tú, ¿qué piensas ahora?

Odio esta pregunta. Pero ahora se me brindaba la oportunidad de asumir mi parte de responsabilidad. Si el ruso había resultado tan mezquino, quizá era la hora de matarlo. Respondí.

-Que el ruso es tremendamente afortunado, y quizá no es consciente de ello.

-Ya, follar con tantos chavales jóvenes...

-No lo digo por eso. Bueno, también. Lo digo porque tener tu cariño debe ser fantástico. Eres tan suave, tan esponjoso, tan cálido... Te ha abrazado y te ha besado. Tu cuerpo ha sido suyo, te ha visitado por dentro, y tú a él. No sabe la suerte que tiene. Mucha.

-No te entiendo.

-No sabes lo que yo pagaría por estar en su lugar.

-Profe, no me vaciles.

-Me desmayaría si pudiera sentir la calidez de tu abrazo, la exquisitez de tu boca...

-Profe, ¿no me dirás que te gusto?

-Mucho. Eres un encanto.

-Venga hombre, no te rías de mí. Sólo me faltaría eso. Tú me caes de puta madre, pero... ¿Hablas en serio?

-Seguro. Siento una enorme envidia del ruso. Él te ha conseguido sin esfuerzo, por unos caminos que yo no hubiese podido recorrer. Y tú lo quieres. Te duele reconocerlo, pero lo quieres. Yo también te quiero, pero he llegado tarde.

-Profe, que tengo la cabeza a punto de estallar. No me hagas eso. Dime que es una broma.

-No es ninguna broma. Te quiero con toda mi alma.

Yo sentía el peso de su mirada en mi rostro, pero intentaba esconder mi expresión. Mi mano seguía en su hombro, nunca se había apartado, e inconscientemente acaricié su cuello, la preciosa columna clásica que sostenía su linda cabecita. Se levantó, me arrastró hasta el baño masculino, me estampó contra la pared y, mientras sonaba la música que indicaba el fin del recreo, la llamada a las aulas, me escupió:

-Repítemelo, dime si es verdad lo que acabas de decir.

-Te quiero con toda el alma. Estoy loco por ti.

Sus labios me ahogaron en un beso desequilibrado. Sentía su lengua buscar el contacto apremiante y profundo, Casi no podía respirar, pero creo que no me hacía falta. Me alimentaba de la saliva de Miki, del aire que él me daba, de la dulzura de los recovecos de su garganta que se me ofrecían renovadamente. Por fortuna para mi equilibrio mental, aquello no duró mucho. Nuestros cuerpos estaban juntos, pero no se notaba ninguna erección. Eran momentos de afecto, demasiado puros para contaminarlos con algo tan prosaico como el sexo. Miki se quejó:

-Me voy. No creo que pueda aguantar en clase.

-Si quieres nos quedamos juntos. Yo ahora tengo guardia, y si no ha faltado ningún compañero...

-No. Prefiero estar solo. Debo pensar, reflexionar. Me has metido en un buen lío. Como sea mentira y te estés riendo de mí te juro que le cuento al director lo de ayer en el vestuario.

-No me amenaces, Miki, que no va con tu carácter. Tú eres dulce y balsámico. Una golosina.

-Tienes razón. Ya te diré algo.

Y se alejó. Yo asumí mi responsabilidad de profesor de guardia terriblemente alterado. Por fortuna no faltaba nadie y dispuse de tiempo para pensar. Pero sólo diez minutos. Poco tiempo para definir una estrategia que no lastimara a mi chico, poco tiempo para prever cómo matar al ruso sin ofender a mi amado, poco tiempo para encontrar la salida de un laberinto que yo mismo había construido. La voz de un compañero, el profesor de Matemáticas, me interrumpió.

-Sócrates, este chico se encuentra mal. Que se quede un rato contigo y si no mejora que lo vengan a buscar sus padres, ya que es menor de 14 y no puede salir solo del centro.

-En mi casa no hay nadie. Mis padres trabajan. –Era la voz de Miki, débil pero ligeramente guasona. Me dedicó un guiño bribonzuelo.

-Pues tendrás que llevarlo tú –añadió el colega. -Vive muy cerca de aquí.

-¿Qué te pasa? –pregunte, ante la presencia del adulto.

-No sé. Siento un dolor en la cabeza. A lo mejor es de estudiar tanto. O de las preocupaciones, que no me dejan reposar ni un momento. Puede que sea estrés.

Al cabo de poco acomodé al enfermo en el asiento del copiloto de mi coche y me dispuse a acompañarlo, pero no a su casa, sino a la mía. En el trayecto Miki estuvo jocoso y ocurrente, intentando olvidarse por un rato del entuerto que había en su cerebro.

-¿Quieres que te la coma conduciendo?

-Ni se te ocurra. Yo soy muy sensible y provocarías un accidente.

-Un accidente es lo que me habéis provocado a mi, tú y el cerdo de Slava.

-No hables así de él. Te quiere, y tú lo quieres.

-Ya lo sé. Pero folla con todos.

-Apenas acabas de darle la oportunidad de demostrarte si se queda sólo contigo. Tú le has demostrado que quieres ser su amante, su novio, o lo que sea?

-Creo que no.

-Pues no lo juzgues injustamente.

-Por cierto, ¿sabes que Dani me ha contado que Samuel se ha emperrado en decir que tú y el ruso os parecéis? Dice que tenéis la polla igual.

-¿Y cómo sabe Samuel cómo tengo yo la polla?

-Hombre, estaba en el vestuario.

-Ah, yo pensaba que ese era Gabriel. ¿Y nos parecemos físicamente?

-No sé, casi la misma altura... Pero él tiene una cicatriz que le desfigura la cara. Aunque a mí me parece atractiva.

-De momento tenemos los mismos gustos. Nos gusta el mismo chico.

-Podríamos hacer un duelo a muerte. El que gane se lleva al chico. Pero un duelo sexual: a ver quién chupa mejor, a ver quién folla mejor...

-¿Y quién besa mejor?

-No sé... Quizá Samuel tenga razón. Os parecéis mucho.

-Vaya, que ni siquiera he ganado el primer asalto.

-Sí lo has ganado. Contigo se puede dialogar. Lo que me has dicho antes me ha complacido mucho. Y el beso... ha sido distinto. ¿Te has fijado que ni siquiera se nos ha levantado? A ti tampoco, que yo lo he notado.

-Ha sido un beso muy tierno.

-No sé qué hacer esta tarde, Sóc. ¿Por qué no vienes tú también a la cabaña? Me excitaría un montón ver cómo te follas al ruso, cómo se te pone dura sin tocarte.

Llegamos a casa. En el ascensor me atacó de nuevo con su furia sensual. Su lengua incansable inició nuevas exploraciones y yo, un poco aturdido, procuré ser un contendiente a la medida. Me agarró la mano y la llevó a su sexo. Lo había sacado fuera, y estaba, como el mío, a punto de explotar. Lo comprobó, feliz, con su otra mano. El ascensor se paró en la tercera planta. Yo estaba nervioso por si nos pillaba algún vecino, pero Miki, ese chaval que ahora veía mucho mayor, se agachó y me sacó la verga, engulléndola casi con desesperación.

-Miki...

-¿Mmmmmm?

-Si nos pillan se acabó mi carrera de profe...

-Pero el peligro me la pone más tiesa...

-Miki, cariño, entremos en casa...

-Vaya, nunca me han llamado cariño. Ni siquiera mi madre. Creo que tú vas a ganar el concurso.

-O a lo mejor hay empate.

-No lo creo. Hoy mismo se sabrá.

-O a lo mejor gano por abandono del ruso.

-Eso no. Los dos equipos deben tener las mismas oportunidades.

Entramos. Una embestida del chico nos lanzó sobre el sofá. Yo le detuve.

-Miki, antes de nada, quiero confiarte un secreto. Pero debes prometerme que no te enojarás.

-Déjate de secretos. Vamos a follar.

-No, en serio. Tranquilízate un poco. Te quiero mucho y quiero jugar limpio contigo. Espero que no sea demasiado tarde, porque hasta ahora...

-No entiendo nada. Pero tío, yo estaba destrozado, te cuento mi historia y me tranquilizo un poco. Me cuentas la tuya y otra vez a darle vueltas al coco, ¿y ahora me dices que quieres jugar limpio? ¿Es que me has engañado?

-Sí y no.

-Sigo sin entender.

-No te he engañado cuando te he dicho cuánto te quiero.

-¿No me dirás que sólo sientes cariño, que no quieres follar?

-No es eso. Prométeme que sólo te enfadarás unos segundos y que luego te reirás como un loco. Tú tienes mucho sentido del humor.

-Y si me lo cuentas...

-Confía en mí. Tengo la solución para tu problema. Y no hará falta ninguna competición entre yo y el ruso, porque yo ya he vencido al ruso. Pero sobretodo no te cabrees.

-No me cabreo. Tengo ganas de estar contigo, de enseñarte lo que he aprendido con el ruso. Espero que pueda hacerte gemir de placer como él hizo conmigo... Y que tú hagas lo mismo...

-No lo dudes. Sólo espérame un momento. Me has prometido no enfadarte.

-Date prisa.

Naturalmente no podía entender lo que yo pretendía, pero se resignó y se quedó acariciándose el paquete. Yo estaba espiando su reacción por la rendija de la puerta, aún no demasiado seguro de proceder correctamente. De pronto, sin pensarlo dos veces, comenzó a desnudarse. Me apresuré. Recogí la peluca y la cicatriz de látex. Me acerqué a la puerta. Llamé. Le lancé la cicatriz y la pilló al vuelo. La miró un rato, no entendiendo nada. Así que me puse la peluca y, vestido aún de profe, me planté delante de él. Tardó unos segundos en reaccionar.

-Eres un cabrón.

-Perdóname...

-Lo sabía, eres un hijoputa. Lo sabía.

-No mientas. No lo sabías.

-No lo sabía, pero desde el primer momento vi en el ruso algo que me atraía y no sabía qué. Me recordaba a alguien, sentía atracción por algo que no me explicaba, y ahora lo entiendo todo... Eres un cabrón.

-¿Sabrás perdonarme?

-¿Perdonarte qué?

-Haberme acercado a ti con un a personalidad falsa.

-A mí y a otros muchos. ¡Cabrrooooooon!!!! Y encima me preguntas qué colegas están metidos en esto. No te jode. Si tú lo sabes mejor que nadie...

-Miki, no me juzgues mal. Ayer pensaba que vendrías a las cuatro. Y pensaba aclararlo todo. Pero tu madre...

-Mi madre nos jodió a todos. Y sabes quién se ha beneficiado? Los gemelos, y los otros chicos. Aunque lo de los gemelos no me lo acabo de creer.

-Pues es cierto. Y el día que me esperabais y no llegué, os estaba espiando por una rendija. Tú te enrollaste con Dani...

-Es verdad, pero pensaba en ti, bueno, en el ruso. ¿Y Samuel? El más tonto ha resultado ser el mas listo.

-Samuel no es tonto, es muy joven. Pero tiene mucho futuro, te lo aseguro.

-Pero no contigo. Se acabó el ruso. Y el profe es sólo mío.

-¿Estás seguro? El amor es una cosa y el sexo otra. Aunque si van unidas, mejor.

-No te niego que me gustaría follarme a los gemelos, o al Samuelito, pero ahora sólo pienso en ti.

-Como yo.

Me lancé al sofá. La polla de Miki había renunciado a su potencia seguramente por la sorpresa, pero ahora se erguía de nuevo amenazadora y vigorosa. Se levantó y me arrancó la ropa. Y nos fundimos durante más de dos horas en un crisol de sinceridad y ternura que inundó hasta el último rincón de nuestros cuerpos. La escena del día anterior se repitió, ganando la confianza de conocernos ya sin haber sido presentados, y Miki fue pronto un alumno aventajado fuera del aula, aunque dentro continuaba siendo un desastre.

Esto sucedía en noviembre del 2001, y nuestra relación se desarrolló maravillosamente hasta junio del 2002, cuando los padres de Miki se trasladaron a una pequeña ciudad distante unos 60 Km. de la mía. El traslado era para mejorar, así que a Miki le compraron una moto y desde entonces pasa cada fin de semana conmigo. Bueno, también sale con sus antiguos amigos, pero las noches son todas mías. Pronto entendió que, aunque lo quiero por encima de nada en el mundo, los que somos como yo no podemos dedicarnos a un solo chico, así que sus compañeros renovaron las experiencias. Pero eso es materia para otros relatos.

Ahora está aquí a mi lado, y acaba de repasar el último relato. "Me pintas más listo de lo que soy", me ha dicho, y quizá tenga razón. La lectura de estas líneas nos ha llenado de recuerdos, y ha inspirado más de un clavo. Pero ahora llaman al timbre. Creo que son Rachid y David. ¿O quizá los gemelos? Dani ya hace rato que ha llegado y le está haciendo los honores al señor Ballantines. Samu no vendrá hoy: sus padres le han castigado. Seguro que se masturbará a nuestra salud. Tenemos una cena de celebración. ¿De qué? Del aniversario de la cabaña. ¿Qué pasó con ella? Nada, desapareció, como el ruso. Jimi, receloso y resentido, le contó al director del colegio que allí se fumaban porros y se hacían pajas. Y el director llamó al Ayuntamiento. Una brigada la derribó, quizá por eso el ruso desapareció.

Pero afortunadamente, en cualquier rincón del mundo, un grupo de muchachos está construyendo ahora mismo una nueva cabaña.

socratescolomer@hush.com