La cabaña (5: Hermanos de leche)

Hay que darse prisa y llegar a la cabaña antes que los muchachos. Pero dentro ya hay alguie esperando...

LA CABAÑA V: HERMANOS DE LECHE

Tuve que fingir una indisposición para abandonar el banquete de conmemoración del día del fundador del colegio. Se estaba tornando aburrido y yo debía pensar en mis intereses. A las tres ya estaba en casa, ante el espejo, colocándome el postizo en el mentón y la nariz. Oscurecí mis cejas, una capa de maquillaje, la famosa cicatriz en la mejilla, todo el proceso realizado en una hora. A las cuatro y media divisé la silueta de la bendita cabaña recortándose en el horizonte bajo un sol implacable. Supuse que dentro no había nadie, pero tomé mis precauciones. Me acerqué sigilosamente y pude escuchar parte de un diálogo. Había dos chicos dentro. Creí reconocer las voces de los gemelos. Miré por la rendija. Eran Juan y Javi. Me llevé una decepción: no hacían ninguna referencia al sexo; discutían sobre alguna pelea que debía tener lugar el próximo fin de semana. Batallas entre tribus, supuse. Sin pensarlo dos veces, entré sin avisar.

  • ¡Ruso!

  • ¡Fotocopias!

  • Eh, ¿te crees muy listo? ¡No nos llames fotocopias! Éste es Juan y yo soy Javi.

  • Juan, Javi: fotocopias. Yo Slava.

  • ¿Cómo te va? ¿Hoy no trabajas?

  • Yo no trabaja. Yo no trabajo hoy.

  • Y qué, vienes a llenarte el culo, ¿no?

Dijo esto con toda naturalidad. Los gemelos confundían espontaneidad con descaro. Fingí no entender.

  • No se ha enterado –dijo Juan.

Lo ilustró con un gesto explícito. Yo sonreí.

  • Ah, follar.

  • Sí, ruso, follar. ¿Quieres follar?

  • Sí, yo follar. ¿Dónde Miki?

  • Miki, si viene, vendrá más tarde. ¿Te gusta Miki?

  • Sí, Miki guapo mucho.

  • Miki no está mal, pero yo estoy más fuerte –aseveró Javi–, Mira.

Se quitó la camiseta y apareció su torso envidiable. Forzó los músculos para marcar bíceps y pectorales.

-Toca.

Agarré la bola de hierro que Javi me ofrecía. Me entretuve un rato, luego llevé mi mano hacia el pecho y describí círculos alrededor del pezón. Humedecí un dedo y se lo acaricié con suavidad. Se puso erguido al momento.

  • ¡Este tío sabe cómo tocar!

  • Pues mira mi culo –interrumpió Juan.

Se había bajado un poco el pantalón y aparecía casi entera una nalga.

– Está duro, ¿eh?

Le agarré la nalga mientras sonreía. Efectivamente estaba dura, consistente, firme.

  • ¿Nos desnudamos? –preguntó Javi a su hermano.

Él asintió con la cabeza. Yo me quedé observando. Poco a poco se amontonaron las prendas en el centro de la cabaña. Me detuve un momento a pensar. Los gemelos se me ofrecían en exclusiva, pero los demás no tardarían en llegar. No sabía si reservarme para más tarde. Podía ser que llegaran de un momento a otro. ¿Cómo reaccionarían? Y, sobretodo, ¿cómo reaccionaria Miki? Provocarle un poco de celos me apetecía, pero no quería hacerle daño. Hoy tenía que quedar claro que le quería. No me importaba que los demás se enteraran. Volví a la realidad cuando las pollas de los muchachos, como auténticas torres gemelas, apuntaban a mi cara. Se encendió una bombilla en mi pensamiento. No me iba a entregar tan fácilmente. Retiré mi rostro del alcance de los chicos.

  • Eh, ruso, mira qué monumento. ¡Chúpala, como el otro día!

  • No, yo no chupa. ¡Chupa tú!

Mis viejos vaqueros cayeron hasta las rodillas. Mi miembro estaba tan duro como los suyos. Javi suplicó. Yo me divertía de lo lindo.

  • Venga, ruso, chúpamela. Fíjate que tengo los huevos repletos de leche para ti.

  • No, tú chupa.

Alargué la mano y comencé a acariciar a Javi en la barbilla. Se insinuaba ya una cierta rudeza, comenzaban a recortarse una dureza de facciones que anunciaba a un hombre. Casi imberbe, la piel del rostro del chaval era aterciopelada. Las caricias se trasladaron a la nuca, y de allí al cuello, el más bello lugar para besar y acariciar. Pensé si los gemelos sabrían responder a la ternura. Me imaginé que no. Ellos permanecían mudos, expectantes. Abandoné el cuello al minuto, después de notar diversos escalofríos, para dirigir mis mimos a sus labios, carnosos, marcados, muy sensuales. Juan se impacientaba. Su hermano se abandonaba al placer. Intenté traspasar la frontera de sus bordes. Nada me lo impidió. Mi índice buscó su lengua, sus dientes, la humedad de una cavidad que me podía proporcionar delicias incalculables. Javi chupaba mi dedo con avaricia, sin dejar de clavar sus negras pupilas en las mías. Acerqué la boca a su hombro derecho y comencé a besarlo. Seguí hasta el cuello y la clavícula. De repente me sentí bruscamente transportado por un potente brazo hasta el chico. Sus labios se pegaron a los míos, y su lengua buscaba ajustarse a la mía, entre humedades indescriptibles. En el beso, como en la follada, creo que todos los recursos sensoriales se ponen a disposición del placer. Eran innumerables las sensaciones que me regalaba Javi en su entrega apasionada, y mi cuerpo entero se abalanzaba para conseguir captarlas en su totalidad, pero aún me quedaban neuronas para valorar, paralelamente, la intensidad del momento, el cumplimiento del deseo de dos años resuelto al fin, las cuentas pendientes en mi relación con los gemelos, asignaturas que estaba obligado a aprobar. Rítmicamente, mi mente se repetía: "Soy dueño de la calidez y la humedad de la boca de Javi, abrazo su lengua, lamo sus dientes y encías, absorbo su saliva como absorbí su semen. Quiero follarte, Javi. Quiero follaros a los dos. Quiero comeros enteritos. Pero antes tengo que forzaros a tratarme bien."

Un brazo poderoso me rodeó el cuello. Una tercera boca se unió al morreo. Mi primera experiencia de beso múltiple. Genial. Las dos bocas, igual de húmedas, igual de suaves, se alternaban en las exploraciones. De vez en cuando me sentía abandonado, los gemelos se saboreaban mutuamente; poco después competían para recuperar su dominio en mi terreno, se sucedían en el protagonismo y en la espera. Otras veces las tres lenguas, fuera de su madriguera, se entrelazaban en una orgía casi animal, reforzadas por el empuje de unos abrazos intensos pero relajados que forzaban la proximidad y el contacto. Sentí una mano agarrando mi polla e iniciando un movimiento alternativo. Yo preferí buscar las nalgas, y pronto me encontré profanando interioridades que hasta entonces se me habían negado. Juan fue el primero en abandonar el triple beso. Simplemente se agachó y se metió mi miembro en la boca. Un escalofrío me hizo reaccionar. ¿Nunca dejarán de sorprenderme ese par de muchachos? El chico humedecía con abundante saliva el tronco y la cabeza de mi asta, masajeaba toda la superficie con habilidad, intentaba inútilmente abarcarla toda. No cabe duda que el chaval lo había experimentado decenas de veces anteriormente. Yo, en vez de retornarle el interés demostrado, me encogí para mamar a Javi. Su pedazo de carne caliente se encontró enseguida dentro de mi boca como en su propia casa. A un movimiento de éste nos hallamos en el suelo. Simplemente había bajado su cabeza hasta la polla de su hermano, pero como no llegaba lo forzó a tenderse en la putrefacta moqueta, provocando la pérdida del equilibrio. Así, sin haberlo previsto, nos vimos los tres mamados y mamando, compitiendo en destreza, entregados a producir gozo. Unos minutos más tarde, Javi se incorporó y acarició mi hospitalario culo.

  • Quiero follarte, ruso.

  • Vale, tu follar luego, yo folla primero.

Juan soltó una risotada.

  • Venga, Tete, que el ruso te va a estrenar. O por lo menos se lo va a creer.

Interrumpí sus comentarios. Se me había ocurrido una nueva idea.

  • No, mejor un juego. Primero yo jefe, yo mando. Después tú y tú jefe y yo esclavo.

  • Eso suena bien. Después será nuestro esclavo. Lo podemos petar hasta que reviente.

  • Vale, ruso. Tú mandas.

  • Primero tú follar a fotocopia. Luego fotocopia follar a tú.

  • ¿Y tú qué haces?

  • Yo mirar.

  • Está loco, pero vamos a seguirle la corriente.

Escupí en el culo de Juan, que se había puesto a cuatro patas, y en la polla de Javi. Éste último aportó una nota de buen humor.

  • Vamos, hermano. Hoy tenemos que quedar bien. Han venido desde Rusia para vernos.

Naturalmente, lo que más me apetecía era unirme al grupo, pero ya habría tiempo para ello. Ahora quería degustar la escena que tantas veces se había producido en mi imaginación: los gemelos follando para mí. Me situé a un lado para obtener la mejor perspectiva. Veía la gruesa polla del chico entrando y saliendo del culo amoroso de su hermano. Lamenté no tener una cámara para inmortalizar el hecho. No resistí mucho tiempo. Pronto me encontré acariciando y besando los cuerpos que no cesaban de moverse. Juan empezó a gemir, un poco fingido. Pienso que intentaba excitarme con su actitud abiertamente pornográfica. Se relamía los labios y soltaba tacos e inconveniencias. Javi se reía. Yo estaba cerca de la locura. Le metí mi polla en la boca para que se callara. Él la tomó gustosamente y la saboreó sin dejar de bombear. Le acaricié el cabello, un poco áspero. Bajé hasta el cuello y los hombros. No pudo evitar un escalofrío que delató su sensibilidad a la ternura. Saqué mi rabo y lo besé en profundidad. Se entregó de nuevo, a pesar de la inestabilidad de la posición. Mi mano buscó su culo, firme en las nalgas, suave en el ano. Un dedo entró, y después dos. El propio vaivén de su pelvis ayudaba a simular una follada que pronto se convertiría en real. Abandoné su boca para situarme tras él. Su culo era una puerta abierta al placer que yo debía cruzar. Sus anchos hombros me invitaban a tomarlo en mis brazos, su suave espalda solicitaba caricias. Pero me retuve. Pensé saborear primero ese dulce culo que anhelaba penetrar. Me tendí en el suelo y acerqué mi boca a su agujero. Lamí y relamí, y Javi comenzó a suspirar. Después introduje la lengua tanto como pude. El chico, cuando se dio cuenta de mis intenciones, bajó el ritmo de la enculada. Juan no se conformó.

  • ¿Qué pasa?

  • El cabrón me está chupando el culo. Me está matando de gusto. Chupa que te mueres.

Pronto los gemidos de placer fueron auténticos. Los lanzaba Javi sin pudor, mientras limitaba los movimientos del pubis para contenerme mejor.

  • Ruso, ¡fóllame si quieres!

Al cabo de unos minutos me incorporé y me dispuse a ensartarlo. Se abrió impúdicamente para contenerme todo. Dios, ¡era increíble! ¡Estaba clavando a un gemelo! Su estrecho culo se abrazaba a mi polla, como intentando apropiarse de ella para siempre. Yo estaba sumergido en un éxtasis alucinante, a punto de perder la conciencia. Sus carnes internas eran de una suavidad indescriptible, era como restregar la polla por un cilindro de terciopelo. Me corrí abundantemente dentro de él, incapaz de resistir más tiempo sin perder el sentido común. Grité como un cosaco mientras me abrazaba a su culo, empujando con tremenda fuerza hasta desequilibrar a Juan, que recibía parte del empuje.

  • Ahora revés.

  • ¿Qué dices?

  • Ahora tú follas a tú.

  • No. Ruso, chúpame el culo como se lo has chupado a mi hermano.

Accedí. Por motivos obvios mi lengua pudo profundizar más y relamer dulcemente los contornos del anillo anal. Forcé a Juan a abrir las piernas y atraje para mí su polla y sus huevos. Y empecé un masaje de locura. Mi lengua se trasladaba continuamente del glande a los testículos, de ahí al perineo, y del perineo al ano. El gemelo se estaba derritiendo. No acertaba a estarse quieto, gritaba espasmódicamente de placer. No quise abandonar a Javi. Mis dedos se preocuparon de recordarle que su culo estaba vivo. Así lo fui preparando para lo que venía.

  • Ahora tú follas a tú.

Juan estaba a punto, y Javi ya hacía rato que se había doblado por la cintura para contener mejor mis dedos juguetones. Un par de escupitajos y la penetración comenzó. Yo repetí el ritual de observar desde el lateral, fotografiando cada impulso en mi memoria. Luego busqué la boca de Juan para comerla. Se ofreció gustosa. Después busqué de nuevo su ano para chuparlo. Un suspiro me lo agradeció. Costó un poco más que reclamara la follada, pero al cabo de unos diez minutos ya suplicaba. Entré en su interior con extremo contentamiento, pero con la sensación de ya haber estado allí. ¿Tan parecidos son los gemelos? En medio de la enculada busqué su lengua, que llegó dispuesta a multiplicar el goce. Estaba a punto de venirme, pero me reservé para una novedad. Tomé a Javi por el hombro obligándolo a soltarse de la polla de su hermano y a ponerse de pie. Lo atraje hacia mí y enseguida me comprendió. Le chupé el culo con delirio mientras me follaba a su gemelo. Como unos días antes, me asaltó un pensamiento lúdico: estaba follando el mismo ano que chupaba. Imposible superar ese placer. Me abracé tanto a su culo cuando me corrí que se me cortó la respiración. Jadeando, sudando como cochinos, fuimos recuperando el sentido de la realidad. Un morreo triple selló la firma de la paz. Pero los gemelos aún no se habían corrido. ¿A qué esperaban?

  • Bueno, ruso, ahora somos nosotros los jefes.

Había hablado Javi. Yo fingí prisa por marcharme. Sólo quería jugar. Me mataba la curiosidad por ver qué proponían. Me obligó a arrodillarme y a chupar su polla. Juan acercó la suya y pronto las absorbí las dos. Exquisito. Sus glandes, dulces como fresas, recorrían mi cavidad bucal en una exploración sistemática e imparable. Me costaba respirar, sobretodo cuando buscaban el fondo. Poco duró la doble mamada. Javi se apartó y me clavó sin mediar palabra. Su cálido miembro me inundaba de felicidad. Me agarraba de la cintura y de vez en cuando me pegaba un cachete. A medida que se iba calentando se tornaba más violento, y pronto sentí sus uñas clavarse en mi espalda. No me amedrenté: ya sé que la frontera entre dolor y placer es muy difusa. Juan me pegaba también en la cara, pero con una porra apetitosa: su nabo. Me moría de gusto, pero comencé a sentir una inquietud: me estaba dejando marcado, sin duda. Y esas marcas tardan bastante en desaparecer. Procuré liberarme, pero me tenían bien sujetado. Busqué otro camino. Húmedos mis dedos, los llevé atrás para acariciarle los huevos. Se sorprendió por el contacto, pero cesó de castigarme. Juan, por su parte, me estaba follando la boca. Eso ya lo había vivido, pero cambiando los papeles. Descontento con la situación, obligué suavemente a Juan a voltearse. Quedó tendido en el suelo, mirándome. Le abrí las piernas y me comí su culo. Le gustó, porque comenzó de nuevo a gemir, esta vez sin fingir. Mientras le chupaba el ano empecé a pajearle. Su polla, inundada de sangre, prometía anegarme de semen. Lo recibí encantado en mi cara, gracias a la gravedad, sin abandonar su culo. Poco después Javi se corrió también, maldiciendo e invocando a la muerte. Hice ademán de marchar. Juan me retuvo.

  • ¿A dónde vas? Aún no hemos terminado. Me toca a mí follarte.

Y se repitió la escena. Juan me clavó con igual destreza e intensidad que su hermano, pero no me pegó ni arañó. El otro, que había presenciado mi chupada anterior desde su palco privilegiado, lo tuvo claro enseguida. Se tendió y me ofreció un agujero rosado y caliente, manso y acogedor. Lo lamí de nuevo, dispuesto a saciarme. Forcé el cuello para mirarle. Tenía los ojos cerrados y estaba absolutamente concentrado en recibir placer. Comenzó a masturbarse. Me pasaba el miembro ardiente, de vez en cuando, por la frente y el pelo. Minutos más tarde ambos se corrían en medio del delirio. Me besaron de nuevo para compartir fluidos. Poco después intenté separarme.

  • Alto ahí. Aún no hemos acabado.

Se hablaron al oído. Me imaginé lo peor, vista su sádica sonrisa. La idea era de Juan, pero Javi tenía un brillo especial en los ojos que no anunciaba nada bueno. ¿O sí? Sus gruesos rabos estaban aún tiesos. El mío empezaba a ceder. Lo notaron.

  • Eh, ¡no te rindas!

Javi me la agarró y masturbó unos segundos. Ya volvía a estar presentable. Se sentaron en el suelo uno frente al otro, las piernas muy abiertas. Su elasticidad juvenil se lo permitía; yo dudaba de ser capaz. Juntaron sus pollas erguidas tanto como pudieron. Sus huevos también se saludaban.

  • Ruso, ven y siéntate.

¡Pretendían follarme los dos! ¡No podía creerlo! Mi sexo delató que la idea me parecía genial. Se puso tan duro que me llegaba unos centímetros por encima del ombligo. Recordé de pronto que en el bolsillo de la camisa llevaba un sobre de crema. Alargué la mano y ellos se pusieron en guardia.

  • No intentes nada. No te vas a escapar.

  • Yo no escapar. Tú y yo hermanas de sangre.

Me dirigí deliberadamente a Javi. Juan protestó.

  • Soy yo tu hermano de sangre. Y de semen.

Y echó a reír. Se calmaron cuando apareció la crema en escena. Y volvieron a reírse escandalosamente, esta vez de mí. Me senté como pude sobre sus capullos puntiagudos. Ellos se excitaron enseguida, impacientes por probar lo que se les había ocurrido. Pero no funcionaba. No conseguían entrar las dos pollas al mismo tiempo. Yo pensaba: "tiene que ser de una en una", pero les dejaba el protagonismo. No podían imaginar cuán feliz me hacían con su idea. Finalmente la lógica venció.

  • Tete, vamos a entrar de uno en uno. Yo primero y tú te metes luego.

  • ¡Y una polla! Yo ahora y tú luego.

  • Que son sólo unos segundos de distancia.

  • Por eso mismo.

Finalmente tomé yo la iniciativa. Agarré una de las dos pollas sin mirar a quien pertenecía y me senté encima. Fue coser y cantar. El dueño del aparato tenía prisa por bombear, pero lo contuve. Tomando la otra polla la coloqué al lado de la que ya contenía, apretando fuerte. Las dos eran hierro puro. En unos instantes mi ano cedió, no sin un poco de dolor, y los dos exploradores se encontraron en la cueva. Fui yo quien comenzó un ligero movimiento para adaptarme mejor a esa nueva ley que regía mis entrañas. No me costó mucho. Pronto estaba cabalgando sobre los palos enhiestos de los gemelos. Los tres nos concentramos en encontrar la mejor posición, y a partir de aquél momento nos volvimos locos. Mi ano, tremendamente tenso, se iba abriendo poco a poco, pero mi recto ya se había habituado al roce sensual de tanta carne. Sentía como una tensión interna, como una explosión de euforia que se contagiaba a los mellizos. No hablaban, sólo gemían intentando llegar más a dentro, buscando compenetrarse para apreciar aún más. Alargué ambos brazos y los abracé. Me parecieron otras personas, sonrientes, cálidos, tiernos, incluso amorosos. Juan se alzó un poco para besarme. Mi cuerpo contenía su polla abrazada a la de su hermano y ahora su lengua. Indescriptible. Javi miraba pacíficamente, sin envidias. Pero pronto me arrancó de las fauces de su hermano y me regaló otro morreo colosal. Yo nunca me había sentido tan lleno. Sus pollas y sus bocas me estaban atiborrando de felicidad. Mi cuerpo era suyo, podían hacer de mí lo que quisieran. Iba a proponer un cambio de posición cuando Javi se adelantó:

  • Tete, ¿nos vamos?

  • Vale.

Y comenzaron a empujar acompasadamente. Me obligaban a cabalgar a su ritmo, un ritmo ágil que parecía que tenían bien estudiado. Yo dejé de notar todo lo de mi alrededor. La cabaña y sus miserables paredes, las asquerosas moquetas del suelo, las botellas de licor que había en un rincón, las revistas porno, los cojines, las velas, desaparecieron de mi realidad. Mis brazos, mi cara, mi tórax, mis piernas, también desaparecieron. Yo en ese momento era sólo un culo, un culo que se abría para recibir la gloria de los héroes, el manjar reservado a los dioses, la felicidad suprema, el placer más grande que existe. El ritmo se iba acelerando y yo, montado por dos sementales sentía cómo mi placer aumentaba, cómo mi satisfacción crecía, cómo mis sentidos se arremolinaban para culminar en una fuerte tempestad, rayos y truenos de enloquecimiento que empapaban mis vísceras, hormonas exasperadas hasta el paroxismo, neuronas desgastadas y rendidas ante tanta intensidad. Y recordé que tenía polla. Juan me la había cogido y la retenía en su mano, cálida y firme. Esa sujeción añadida al ritmo de la montura provocó, a los pocos minutos, el mejor orgasmo de mi vida. Grité algo, no sé qué. Creo que en inglés. Ellos no se sorprendieron, porque instantáneamente llegaron donde yo, y en medio de resoplidos, suspiros, gemidos y gritos abandonaron su deliciosa leche dentro de mí. Vimos la luz. Pero como en los fuegos artificiales, la luz se desvaneció en pocos segundos. Eso sí, necesitamos un rato para volver a la dura realidad. Me quedé sentado en la silla perfecta, notando perfectamente cómo sus miembros perdían dureza. Me levanté con cuidado. Estaba destrozado. Necesitaba descansar. Pero también recapacitar. Ahora veía a los gemelos de forma distinta. Había descubierto que también podían ser tiernos. Me estaba encariñando. Pero, entonces, ¿qué pasaba con Miki? ¿Ya no lo amaba? Los gemelos podían ser auténticos sementales, no cabía duda, pero ¿acaso no era Miki un chico mucho más tierno, dulce, abierto, amable, inteligente?

  • Ruso, eres una máquina –afirmó Juan.

Comenzaron a vestirse. Los imité, un poco desganado. Miré el reloj. Eran las cinco y media. ¿Qué debía hacer? ¿Esperar a los otros chicos? ¿Dejarlo para otro día? ¿Y Miki? ¿Y Rachid y su polla descomunal? ¿Y todos mis planes? ¿Resistiría otra sesión de sexo sin fronteras? ¿Podía quedarme y limitarme a mirar, sin participar? Si participaba, ¿resistiría tanto rato? Mi polla me decía que quería descanso, mi cerebro me pedía más guerra. Me quedaba.

Cuando ya se habían vestido y yo estaba a medias, los abracé. Se sintieron incómodos. No estaban acostumbrados al afecto. Peor para ellos.

  • Nos vamos.

  • Tú, ¿te quedas?

  • Sí. Yo quedo.

Y sin dejar de abrazarlos:

  • ¿Hermanos de leche?

  • Sí, hermanos de leche.

  • Sí.

Y se dirigieron a la puerta.

  • Eh, ¡hermanos de leche!

  • Que sí, tío.

  • Hermanos de leche se quieren.

Me miraron sin entenderme. Me acerqué a Juan y le besé los labios. No se retiró.

  • Hermanos de leche se quieren, besos.

  • Dale un beso y vámonos.

Javi me besó los labios, con poco sentimiento. Salieron. Me quedé escuchando su conversación mientras se alejaban.

  • ¿Tú has entendido eso de los hermanos de leche? Este tío está loco.

  • No sé, no muy bien. Pero el ruso me cae de puta madre. Hoy me he corrido como nunca.

  • Yo también. Y el tío mola. Pero eso de los besos en los labios, es una mariconada.

  • Pues a mí me gusta besarlo. Es, no sé, como calentito, agradable. Nosotros siempre nos hemos besado.

  • Pero nosotros somos hermanos.

  • Y con el ruso también. Somos hermanos... de leche.

Sus voces se perdieron en la lejanía. No tuve tiempo de vestirme completamente. Me quedé dormido.

socartescolomer@hush.com