La cabaña (4: La fiesta del fundador)

El partido entre profes y alumnos permite al profesor conocer las intimidades del vestuario masculino y exhibir algunas habilidades...

LA CABAÑA IV: LA FIESTA DEL FUNDADOR

Pasé el fin de semana reflexionando. Por un lado lamentaba no haber adoptado la personalidad del ruso para experimentar placeres indescriptibles. Por otro, gracias a ello disponía de una información privilegiada sobre mis alumnos y sus "aficiones" sexuales. Paralelamente sentía aumentar mi cariño por Miki. Creo que me estaba enamorando. Y al mismo tiempo lamentaba que mi relación con él no pudiera ser más transparente, más sincera. En fin, navegaba en un mar de confusión. El lunes no tenía clase con mi chico, pero sí con Jimi. Creo que lo miré con un poco de desprecio. Se me antojaba un entrometido, y ya casi no me atraía sexualmente. Procuré pasar por delante de la clase de Miki para buscar el encuentro casual y saludarlo. Ahí estaba él, en la puerta, charlando con Jimi. Me sonrió y cruzamos un saludo. No me pareció oportuno detenerme, pero la blancura de sus dientes me iluminó el resto de la mañana.

A primera hora de la tarde tenía un hueco. Faltó un compañero y tuve que sustituirle en un grupo de tercero. Me senté en la mesa del profesor, les mandé trabajo y me dediqué a observar. En el primer pupitre se sentaba Rachid, un moreno delicioso de madre marroquí y padre argentino. Exotismo a flor de piel. Facciones predominantemente marroquíes, pero con un toque sudamericano en las cejas, la forma de los ojos y la nariz. Una belleza. Lo conocía porque había escuchado muchos comentarios sobre su nivel de conocimientos –muy bueno-, su trato amable y su sentido del humor. Todos los profesores que impartían clases a su grupo coincidían en que es un encanto de persona. De pronto levantó la cabeza del libro y me pilló observándolo. Sus ojos negros, muy expresivos, se clavaron en los míos.

  • Profe, ¿tú juegas mañana?

  • ¿Qué?

  • El partido de la fiesta del cole. Profes contra alumnos.

  • Ah, sí. Me había olvidado. ¡Claro que juego!

El año anterior una gripe me había impedido participar en la fiesta del Fundador del Colegio, un pedagogo (yo opino que era un cura boylover) de los años cuarenta del siglo pasado. Era tradicional el partido que enfrentaba a los alumnos de secundaria y sus profesores. Me había comprometido a jugar, pero se me había olvidado completamente, sin duda por causa de las emociones que había experimentado la última semana. Seguí conversando con Rachid, sorprendiéndome de su educación impecable y su expresión pulcra y relajada. Acompañaba sus palabras con una espléndida sonrisa que permitía que sus blancos dientes aventajaran al moreno de su piel. Charlar con él fue un bálsamo que me hizo olvidar por unos momentos a Miki. Cuando sonó el timbre, caí en la cuenta que lo más probable era que mi niño también jugara. Y me invadió la inquietud. Podía ser un día cargado de placeres o de infortunios, porque claro, las clases se suspendían, y yo tenía previsto aprovechar que tenía clase con Miki para estar con él y estrechar los lazos. Después de un pesado acto conmemorativo que parecía una misa nos fuimos al vestuario. Los profesores ocupamos el de las chicas y los alumnos el que les correspondía. Estaban uno al lado del otro, y a través de los tabiques llegaban a nuestros oídos consignas que pretendían minarnos la moral, recordando que los profesores sólo habían ganado en una ocasión en los últimos veinte años. Salimos al campo. Ahí estaba Rachid, impecablemente equipado, aunque sus pantalones parecían de una talla menor. Divinas piernas, precioso culo, brazos fuertes y morenos que por un momento me recordaron a los gemelos. Y su sonrisa. El chico era muy bueno regateando, y sobre todo, muy limpio. También jugaba el pelirrojo Daniel, espigado y exuberante, pero vulgar en la expresión, contraste absoluto con el anterior. Me fijé que en el calentamiento se abrazaba a menudo con David, un chico de su clase muy bello también, quizá demasiado delgado, pero con unos apetitosos hombros anchos y un trasero muy recortado. Blanco, blanquísimo de piel y castaño claro de cabello, y unos ojos brillantes y curiosísimos, de un color plata difuso que le proporcionan una belleza sorprendente. En una punta estaba Gabriel, un chavalito de primero que también es una delicia. Mirada pícara, pelo pincho recortado de forma muy personal, labios gruesos y culo respingón. A pesar de su corta edad muestra un estilo muy personal de vestir, y consciente de su belleza quiere ser modelo en el futuro. Para mí ya lo es. Otros chicos no tan bellos completaban el equipo, y, como no, mi cariñoso Miki, que enseguida vino a darme dos palmadas y a recordarme que no pensaban proporcionarnos oportunidad de romper con la tradición. Mis hormonas me empujaban a llevármelo al vestuario para hacerlo un hombre, pero la realidad se impuso. Claro, perdimos el partido. ¡Qué importa! Lo verdaderamente interesante fue el frescor y la franqueza de la relación que se estableció entre nosotros y los chicos, ese trato respetuoso pero próximo, la complicidad de momentos de poca formalidad. Rachid y David marcaron sendos goles, y por nuestra parte fue el profe de Física el único capaz de franquear la barrera que formaban Miki y dos compañeros. Los abrazos y palmaditas se sucedían incluso entre equipos distintos. Yo gocé del contacto directo con Rachid, y me morí de envidia cuando los chicos, incluso Miki, fueron a felicitar al físico de manera cordial y desacomplejada. El Director sacó unas bebidas para todos y nos quedamos charlando amigablemente con los chicos y comentando los momentos más interesantes. Mis compañeros fueron abandonando poco a poco la reunión y nos quedamos la mayoría de los adolescentes y el profesor de Educación Física y yo. Todos estaban felices, y me agarraban del hombro o del brazo para hablar conmigo. Yo no cabía de feliz, más viendo que Miki se puso a mi lado y no me abandonó hasta que empezaron a ir a las duchas. Terminé mi cerveza sin alcohol y unos pasos detrás de mi amor, sin dejar de centrarme en su cuerpo apetecible, acudí a la cita con la higiene. Manolo, el profe de gimnasia, tenía prisa, así que se metió enseguida bajo el agua. Pero tuvo una desagradable sorpresa. Salía helada.

  • ¡Sócrates! ¿Estás vestido aún?

  • Casi. ¿Por qué?

  • Porque el agua está helada. ¿Sabes dónde está el mando que regula el calentador?

  • Ni idea.

  • Sí, hombre, en el vestuario de los chicos, al lado de la entrada de las duchas.

  • ¿Y qué quieres que haga?

  • Coño, que lo arregles, que le des al agua caliente.

  • Bueno, voy a intentarlo.

Sí, lo había oído bien. El mando estaba en el vestuario de los chicos al lado de la entrada de las duchas. Nunca había estado allí, pero me formé rápidamente una imagen mental. Una sala alicatada de blanco, una abertura sin puerta que comunica con las duchas y muchos chicos desnudos, alegres y excitados por la victoria. Mi polla tomó vida propia. Tanta, que tuve que esperar un minuto para cruzar la puerta del vestuario masculino. Tomé mi albornoz para disimular el bulto. Entré sin llamar, procurando mostrar naturalidad.

  • Chicos, tenemos un problema con el agua caliente.

  • ¡Eh, profe!

Iván, un chico de segundo, completamente desnudo, levantó su mano para chocarla en el aire con la mía. En el vestuario propiamente dicho sólo estaban él y Gabriel, que llevaba puestos los slips. Me fijé que tomó su toalla para bajárselos y taparse un poco. De reojo me miraba. Para meterse en la ducha me mostró su culo respingón que invitaba a una exploración. Me acerqué a la abertura que comunicaba con las duchas. Se escuchaba un jaleo considerable, algo absolutamente normal. Entré. Entre el vapor nadaban unos cuerpos tiernos y bellos, ajenos a las pilosidades, confundidos unos con otros en plena orgía inocente. Unos saltaban, otros sacudían el agua que salía de los surtidores para echársela a los de enfrente, otros se enjabonaban en medio de un juego sin normas. Al fondo estaban Daniel y Miki. Me fijé en ellos. Daniel estaba en plena erección, meando sobre la barriga y el sexo de mi niño. Una convulsión me sacudió los testículos. El agua caía y caía, y Miki parecía contento de recibir esa lluvia dorada. Enseguida respondió al ataque con sus propias armas. Con su rabo medio erecto inundó los muslos de Daniel, que se dio media vuelta permitiendo que el caliente chorro le mojara el culo. Rachid estaba en primer término, no tan modoso como de costumbre, alegre pero con contención. Tenía un culo genial, y su miembro, testigo inequívoco de su sangre mora, era largo y oscuro, circuncidado y pendulante. David estaba frente a él, concentrado en enjabonarse la espalda, y no estaba tan delgado como aparentaba. El pecho poco musculado, aún un poco infantil, pero en cambio un trasero en su justa medida, duro, ligeramente prominente en la frontera de los muslos. Rachid fue el primero que me vio, pero se limitó a sonreír. Fue Raúl, el de cuarto, el que dio la alarma.

  • ¡Chavales, que está aquí el profe!

Sólo le escucharon el marroquí y David, que estaba en primer término. Los del fondo siguieron en su confusión y casi simultáneamente se escuchó la voz de Miki que anunciaba la estrategia:

  • ¡Todos a por el pardillo!

Se refería a Gabriel, el único de primero que había jugado el partido.

  • ¡Todos a por el culotierno! –añadió Daniel.

El pardillo intentaba esquivar las meadas de los cinco chicos que formaban el grupo del fondo. Pero lejos de huir hacia la zona más tranquila de las duchas, permanecía a tiro de sus contrincantes, intentando defenderse a meadas contra los que se acercaban demasiado. Su polla lucía también una tremenda erección. Y el agua que no cesaba de correr. Me dirigí a Rachid, viendo que los demás no me hacían demasiado caso.

  • Rachid, ¿dónde está la llave del agua caliente?

  • No sé, profe.

Una sonrisa cálida e inocente.

  • ¿No será eso? –intervino Raúl, señalando algo del fondo que mis ojos no veían.

-Eh, profe, ¿qué buscas? –interrumpió el pelirrojo desde el fondo.

Miki se dio la vuelta y me descubrió. No mostró sorpresa, pero su mirada brilló de una forma especial. Ahora todos estaban más callados, sin llegar al silencio. No había tensión en el ambiente, simplemente esperaban a ver qué pasaba.

  • Estoy buscando el grifo regulador del agua caliente del vestuario femenino. ¿Sabéis dónde está?

Daniel soltó una carcajada. La erección de su polla no había disminuido ni una pizca por mi presencia. Se agarró su grueso tronco y propuso, provocador:

-Hombre, ¡si te sirve este grifo! Agua, lo que se dice agua, no sale, pero caliente...

Todos rieron. Yo no pude menos que imitarles. Por lo visto no me tomaban en serio.

  • Eh, chicos, que no es broma. Manolo se va a convertir en un bloque de hielo si no encuentro esa llave.

Mis palabras provocaron el efecto contrario al esperado. Miki actuó de portavoz:

  • ¿Manolo? ¡Que se joda! Es un sádico con nosotros. Nos hace correr kilómetros cada día.

Una aclamación popular confirmó las consideraciones de mi chico. Yo puse cara de resignado y seguí buscando sin mucho interés. Más bien mi mirada buscaba otros utensilios, más interesantes, y mi memoria intentaba guardar sus imágenes para la eternidad. La mayoría de los chavales siguió con su quehacer. A los pocos segundos la juerga continuaba. Daniel perseguía al más joven, los dos con el rabo tieso, con proposiciones ambiguas.

  • Ven, culotierno, ven, que te voy a enjabonar.

Cuando Gabriel se detuvo, el pelirrojo tomó su bote de champú y le arrancó el tapón. Sin ningún miramiento le echó sobre la cabeza casi un litro de detergente. Todos se reían, incluso Rachid. El jovencito comenzó a frotar y a producir espuma, y pronto sus compañeros estaban colaborando. Frotaban su cuerpo sin ningún pudor pero tampoco mala intención. Sólo Daniel se estaba atreviendo a frotarle el culo. Sus manos describían en sus nalgas un masaje circular. Yo diría que algún dedo se escapaba fugazmente para acariciar el tierno agujero. De pronto Miki se fijó que yo contemplaba la escena cándidamente.

  • Profe, ¡dúchate con nosotros!

  • Eh, sí, profe, ¡Venga!

Yo me hice de rogar. Finalmente, accedí.

  • Voy a ver si se ha arreglado lo del agua caliente. Si no es así, me vengo aquí.

-Vale.

Recorrí los diez metros que me separaban del vestuario femenino deseando que Manolo se hubiera cansado de esperar. Y así era. Cuando me vio se quejó:

  • He tenido que ducharme con agua muy fría. Este sistema es una porquería. Voy a decirle al Director que venga el lampista.

  • Pues yo aún no me he duchado. No sé si...

  • Pues dúchate con los chicos. Allí hay un acumulador más grande.

  • ¡Buena idea!

Sinceramente, no esperaba que ducharme con los chicos aportara más vivencias al día del fundador. Ya había visto escenas suficientemente chocantes y cuerpos suficientemente atractivos como para inspirar cientos de masturbaciones. Pero ¿quién hubiera declinado una oferta tan interesante?

Los alumnos me recibieron con alegría. Cuando regresé Rachid iba a abandonar la sala de duchas, pero al verme se quedó y se enjabonó de nuevo. Su maniobra era evidente, pero no se avergonzó. Yo había recogido mi bolsa con la ropa limpia y la toalla. Dejé fuera el uniforme de deporte del colegio y la toalla en una percha. Busqué con la mirada dónde situarme. Finalmente me decidí por el centro, en el meollo del ambiente, entre Rachid y una ducha vacía, al lado de un chico sin interés y luego Miki. Noté todas las miradas sobre mi cuerpo. No cometí la ridiculez de taparme ni nada parecido. Encaré la situación con naturalidad y aplomo, aunque con cierto temor a ser reconocido en las partes íntimas por mi chico preferido. Daniel era el único que seguía frotando a Gabriel.

  • Anda que si fueses una tía, no te metería yo caña...

El pelirrojo tenía el miembro a cien, y poco le hubiera costado ensartar al chaval, pero el lugar no era el apropiado. Por su parte, el de primero se dejaba tocar, no sin una cierta coquetería, y se acariciaba el miembro sin llegar a pajearse. Miki dejó el fondo y se vino a mi lado. No se justificó, simplemente sonrió. Abrió el grifo contiguo al mío y empezó a enjabonarse. Pero no tardó ni diez segundos en hablar.

  • Profe, ¿no querías saber de qué color son los pelos de la polla del Daniel? Ahora puedes comprobarlo.

  • Es verdad, profe –intervino el interesado- Tú tenías esa curiosidad hace tiempo.

Y se me acercó exhibiendo sus ingles. Su nabo apuntaba, inquisidor, hacia mi cara.

  • La verdad, macho, yo intento fijarme en los pelos, pero la vista se me va hacia otra parte...

Los chicos rieron, y el pelirrojo demostró un cierto orgullo por mis palabras.

  • Ya lo sé, tengo una buena polla. Sólo Rachid me gana. Pero él es medio moro. Rachid, enséñasela al profe.

  • Mi sexo no es un espectáculo –respondió un poco tenso.

  • No te preocupes, Rachid –interrumpí- No tienes que demostrar nada.

  • Venga, tonto, póntela dura –animó Miki– El profe va a alucinar.

  • Venga, Rachid –habló David por primera vez– No se puede ser siempre tan correcto. Desmádrate un poco. El profe es como de la familia.

  • No es por ti, profe. Es que parezco el mono de un circo.

Yo preferí no intervenir. Rachid estaba confuso. Parecía que no quería romper su imagen de chico educado pero era evidente que en otras ocasiones, como todos, había buscado la erección y la había exhibido. Empezó a acariciarse con un estilo depurado, muy en la punta. En menos de veinte segundos tenía ante mí una auténtica belleza de forma y tamaño. Calculé unos veintitrés centímetros. Más que yo. Era un sexo oscuro y atractivo, con un glande también moreno, grueso y un poco puntiagudo. Lo adornaban unas pelotas voluminosas y caídas, con un escroto abundante también moreno, con poco vello. Un manjar exquisito que haría soñar a medio mundo. Un buen pedestal para el monumental cuerpo del chico.

  • Pues no lo usa para nada –dijo Daniel, resumiendo el pensamiento de muchos.

  • ¿Y eso qué importa? –respondió el muchacho, ahora sí un poco avergonzado.

  • Será por la religión –comentó Gabriel, que no era tan niño como aparentaba.

  • No es por la religión. Mi madre es musulmana, pero yo no. Yo soy ateo.

  • Vale, vale –cortó David– No vamos a hablar de religión ahora.

  • ¿Qué tiene que ver la religión con la polla? –preguntó Miki, mucho más prosaico.

  • No, en serio, Rachid –intervino Daniel– Tienes que hacer algo con eso. Tienes que buscarte una novia que te la chupe.

  • Y más cosas –añadió David.

  • Que se la chupe el pardillo –dijo Daniel, como si hubiera tenido una idea genial.

  • ¡Anda! –respondió el interesado.

  • Vamos, chicos, no os excedáis –corté simulando determinación– Cuando estéis solos haced lo que queráis, que yo no soy nadie para juzgaros, y tenéis las hormonas en plena ebullición, pero delante de mí...

  • Eh, profe –aclaró Gabriel-, yo no hago esas cosas.

  • No te preocupes, no tienes que justificarte de nada.

  • Es que Daniel es una máquina sexual, profe –afirmó Miki, sonriendo– Es un todo terreno.

  • Yo soy lo que me da la gana. Pero a ver, profe. De momento gana Rachid. Falta el asalto final. Tonta, la tienes bastante larga –y señaló mi polla obligadamente aburrida-, pero vamos a verla dura.

  • Eh, chicos, que yo soy un profe...

  • Tú eres un colega –atajó Daniel– Has venido a ducharte con nosotros, ¿no?

  • Claro, pero es que el agua salía fría...

  • Venga, profe, ¡no te cortes!

Era mi Miki. Lo había casi suplicado. Pero lo tenía muy cerca, demasiado cerca como para aventurarme a ser reconocido. Reflexioné un rato, tiempo que ellos no cesaron de insistir, incluso Rachid. Finalmente acepté.

  • Vale, pero lo haré mostrándoos una habilidad. Me la voy a poner dura sin siquiera tocarme.

  • ¡Y una mierda!

  • Habla bien. Va en serio.

  • A verlo.

Fingí que me concentraba. Coloqué mis manos al lado de las sienes y miré hacia el suelo. Pero en realidad miraba y deseaba sus pollas deliciosas, sus miembros más o menos alzados hacia el cielo. Recorrí tranquilamente el círculo que se había formado ante mí. El primero a mi derecha era Miki. Tenía el sexo a media asta, húmeda la punta como siempre. Su contemplación me provocó el primer escalón en la ascensión hacia la gloria. Cuando mi rabo se levantó un poco, el suyo se puso más duro. A continuación estaba Gabriel. Su polla era un poco más pequeña, larga y rosada, un poco más grande que la de Jimi. Estaba apetitoso, sobretodo por la ternura de sus carnes. Empezó a pajearse. Subí otro escalón. Daniel estaba a continuación. Tenía los dedos pulgar e índice formando un círculo en la base del tronco de su aparato. Eso le separaba los huevos y le alargaba el miembro. Captaba el magnetismo de esa polla, me llamaba por segunda vez a catarla. Subí otro escalón. Mi mirada saltó un tramo. No me gustaban los dos chicos que iban a continuación. David, el falsamente delgado venía después. Su polla no era muy grande pero sí muy recta, y no tenía frenillo. Imaginé su culo descubierto recientemente y subí otro escalón. Ya llegaba casi. Rachid era el último. Estaba muy tieso, con las manos en la cintura y la polla enorme absolutamente erecta a la altura del ombligo. Subí el penúltimo peldaño. Faltaba muy poco para encontrar la perpendicular con el horizonte. Imaginé que las comía todas, una por una primero, todas a la vez después. Fui consciente de la imposibilidad del proyecto. Luego imaginé que las contenía todas en mi culo, una por una. Me imaginé jadeando de placer siendo follado por todos, incluso por Gabriel, el más pequeño. Imaginé las embestidas de esa máquina sexual que es Daniel, según Miki. Imaginé colaborando en desvirgar a Rachid, en distintas posturas. Imaginé a Miki dentro de mis entrañas y a Rachid en mi boca. Imaginé que además agarraba con las manos y masturbaba todas las demás pollas. Imaginé con fuerza que me echaba boca arriba en el suelo de la ducha, que Miki y Daniel me follaban los dos a la vez, que Miki sonreía y que Daniel soltaba gruñidos y mascullaba guarradas, que Rachid me follaba la boca con su poderoso tercer brazo, que los demás frotaban sobre mi pecho y mis manos sus barras tiesas, hasta que, todos juntos, eyaculaban para mí, unos dentro, otros encima. Yo recubierto de la sabrosa leche de unos bellos muchachos, yo contenedor de sus orgasmos fugaces, yo provocador de sensaciones inolvidables, yo sublimado en los sexos siempre dispuestos de mis alumnos. Y tuve un resquicio de pensamiento para los gemelos. Se aparecieron sólo un instante, sorprendiéndonos en plena faena y colaborando en los últimos segundos antes de la explosión, follándose ante mi vista y gritando: "¡Que me mueroooooo!" En ese instante mi semen salió incontenible para inundar las miradas de los chicos. Ocho, nueve espasmos. Doce, trece segundos. Quizá un poco más. Se quedaron mudos. Ni siquiera Daniel hizo ningún comentario. Contemplaron con admiración el surtidor monumental y tardaron algún tiempo en reaccionar. Daniel fue el primero en hablar.

  • Profe, eso es una pasada.

Yo estaba derrotado. Me quedé inmóvil, testigo ocular de la que creo que fue la mayor erección del grupo de miembros que tenía ante mí. Daniel empezó a pajearse sin dejar de mirar mi polla, que aún no bajaba.

  • Profe, me has puesto muy caliente. Yo me tengo que correr.

Los demás lo imitaron. Lógicamente, mis hormonas me mandaban otra vez arrodillarme y hacer realidad todo lo que había imaginado momentos antes, pero por fortuna no olvidé que estaba en los vestuarios del colegio, que alguno de los chicos que asistían al espectáculo podía ser un chivato, que podía entrar alguien en cualquier momento... Daniel se corrió muy pronto. Aunque su bello capullo me apuntaba, en el momento crucial forzó su verga para venirse sobre el suelo, a mis pies. Con gusto hubiera engullido toda su corrida. Igual que la de Miki, que escupió jadeando manchando a David. Éste intentó devolverle el favor a mi niño, pero no llegó. Gabriel tardó un poco más, pero al fin explotó también, llegando bastante alto en su chorro. Rachid empezó a masturbarse, luego hizo ademán de dejarlo, pero finalmente estalló mascullando palabras ininteligibles. Su leche, de una blancura impresionante, pasó a chorro muy cerca de Gabriel. Cuando todos hubieron acabado les entró la risa y nos duchamos de nuevo en un ambiente relajado. El pelirrojo estaba extrañamente silencioso. Por fin rompió su silencio:

  • Oye, profe, ¿cómo lo has hecho?

  • Concentración.

  • Me he quedao alucinao. Pero ¿cómo te concentras?

  • Pienso en escenas eróticas. No sé, las actrices que me gustan, secuencias de pelis porno, experiencias que he tenido... No siempre me resulta.

  • Te juro que voy a probarlo.

Nos vestimos. Afortunadamente no había en el aire ningún aspecto que pudiera hacer pensar en arrepentimiento, culpabilidad o censura. Había pasado de forma tan natural que por lo visto no tendría ningún efecto negativo. Me alegré. Los chicos me trataban como a un colega más, sin ocultar su admiración por la proeza. De nuevo Daniel me increpó.

  • Profe, tienes que venirte un día a la cabaña.

  • Eso, profe –corroboró Miki- tienes que venir un día.

  • ¿A qué cabaña?

  • Profe, ¡si ya te invité! ¿No te acuerdas?

  • Ah, sí, Miki, ya me acuerdo. Ni loco voy yo a vuestra cabaña.

  • ¿Por que?

  • Porque si aquí, que estamos en el cole, ha pasado lo que ha pasado, imagínate lo que puede suceder allí. Más teniendo en cuenta que Daniel es una máquina todo terreno.

  • Que no, profe –argumentó Miki– Charlamos y bebemos un trago.

  • Os lo agradezco, pero gracias.

  • Tú sí te vienes esta tarde, ¿no? –inquirió Daniel a Gabriel– Este culotierno... –Y sin esperar respuesta- Y tú, Rachid, te vienes también.

  • Yo tengo entreno a las nueve.

  • Pues de seis a nueve.

  • ¿Yo puedo ir también? –preguntó la voz tímida de David.

  • ¿Tú? –buscó el asentimiento de Miki– Vale. Pero nadie más.

Los restantes chicos no se atrevieron a protestar. La tarde se presentaba excitante. Dado que el profe había declinado la invitación, creo que sería apropiado que el ruso hiciera su aparición.

socratescolomer@hush.com