La cabaña (3: ¿Dónde estará el ruso?)

Hoy el ruso se queda en casa, pero aparece el profe, que no se atreve a interrumpir suculentas escenas.

LA CABAÑA III: ¿DÓNDE ESTARÁ EL RUSO?

Era viernes. Inglés a tercera hora con Miki. Lo observaba mientras resolvía ejercicios. Levantaba la cabeza del cuaderno y me miraba a los ojos. Sus pupilas sonreían, como siempre. Sus labios, sin embargo, estaban sellados. Estaba distraído, pensativo. Me acerqué a su mesa y le pasé la mano por el cuello. Ahora sí me sonrió, y casi me desmayo del placer. Su lengua deliciosa aparecía entre sus dientes bellísimos. Su rostro resplandecía cuando sonreía.

  • Estás raro, Miki, como ausente.

  • ¡Que va!

  • De veras. Se te ve distraído pero feliz. Como una monja que por fin prueba la carne. –Hizo una mueca como para entender- Ya me entiendes.

Me separé de él sin darle tiempo a responder mientras deslizaba mi mano por su hombro. Se le marcaba la clavícula, como a los atletas. Al sonar el timbre pareció que iba a decirme algo. Se dirigía hacia mi mesa sin cesar de mirarme, con su clásica sonrisa. Pero apareció Jimi en la puerta y le llamó. Siempre Jimi, entrometiéndose en nuestro amor imposible.

  • ¿Te vienes?

  • Bueno, Miki, otro día me preguntas lo que me ibas a preguntar -dije.

  • ¿Cómo sabes que iba a preguntarte algo?

  • No sé, me dio la sensación. Telepatía.

  • Vamos, ¿o qué? -inquirió Jimi.

Comencé a plantearme asesinar a Jimi. Me gustaba comerlo, pero me fastidiaba los buenos momentos con mi amado. Era un poco infantil. Ya se sabe, hay que tener paciencia con los niños.

A mediodía me las arreglé para encontrarme casualmente con los chicos a la salida. Iban jugueteando delante de mí por los pasillos, pero parecía que llevaban prisa, porque me costaba seguirlos. No entendía sus comentarios. Se despidieron a pocos metros de la puerta.

  • ¡A las cuatro!

  • No te olvides de traer vodka. Mi padre ya no tiene.

En dos zancadas me situé al lado de Miki e interrumpí su conversación:

  • ¿Te gusta la vodka?

  • Mmmm... Bueno, es para un amigo. Oye, profe, ¿tú entiendes de Vodka?

  • Un poco. ¿Rusa o nórdica? ¿Para beber sola o combinada? ¿Para destornillador?

  • Ya veo que entiendes. ¿Cuál es la mejor?

  • ¿Para regalar o para degustar? Absolut etiqueta negra es ideal para regalar. Es vodka sueca. Para beber a pelo cuando hace frío es mejor la vodka rusa, Moskowskaia, por ejemplo.

Miki soltó una carcajada.

  • ¿De qué te ríes?

  • Nada, me ha hecho gracia lo de beber a pelo. Es decir, beber desnudo.

  • Ya te notaba yo raro... Vas a invitar a una chica.

  • No, es para un amigo.

  • Bueno, cada uno hace con su cuerpo lo que quiere.

Se detuvo. Me miró con un cierto miedo. Yo le sonreí.

  • ¡No te pases! Es que tengo un vecino ruso.

  • Bueno, ahora están llegando muchos. Suelen ser bastante trabajadores.

  • Bueno, te dejo.

Y echó a correr. Yo me quedé pasmado contemplando como un tonto su silueta recortada por el sol. Su culo, el palacio donde yo anhelaba vivir, fue lo último que vi antes de doblar la esquina. Su imagen se mantuvo en mi cerebro varios minutos, mientras decidía que esa tarde el ruso no acudiría a la cita.

Eran las seis y media cuando yo, no como ruso sino como profe, me dirigía de nuevo a la cabaña. Aunque parezca increíble no llevaba ningún plan preconcebido. Sólo quería acercarme al mundo de Miki de una forma más natural, poder compartir con él momentos ajenos a las clases, poder convertirme en su amigo, más que en su profe. Pero el corazón me latía con más fuerza que los días anteriores.

La cortina estaba echada. Me acerqué sigilosamente y escuché. Cuando un avión acabó de cruzar por encima de mí pude distinguir parte de la conversación. Jimi mostraba su nerviosismo.

  • No vendrá.

  • Cállate ya. Me estás rayando. Ayer vino un poco más tarde. ¿Has traído los vasos nuevos?

  • Pues claro. Me debes un euro.

  • Y tú a mí me debes diez. Esta vodka es mejor que la que tú trajiste ayer.

  • Venga hombre. ¿Y tú como lo sabes?

  • Me lo ha dicho el profe. Buenas juergas se debe haber corrido el cabrón.

  • ¿Le has invitado?

  • No. Me ha aconsejado la mejor marca para el ruso. Se la quiero regalar, pero me temo que será muy cara.

  • Le pagas las mamadas con vodka.

  • No, imbécil. Es que me cae bien. Es un tío legal. Ayer con los gemelos estuvo genial.

  • Cuando le pidió la navaja al Juan pensé que iba a pasar algo fuerte. ¿Tú no?

  • Yo me cagué. ¿Y viste cómo se dejaba follar el cabrón?

  • Yo también quiero metérsela. Hace rato que la tengo dura. ¿Y tú?

  • También.

Se quedaron un rato en silencio. Supuse que habían empezado a masturbarse, pero por lo visto sólo estaban ganando tiempo. Jimi lo reveló:

  • Ya no puedo más! Yo me hago una paja.

  • Espérate. No puede tardar.

  • Yo empiezo. Así si viene ya estoy caliente.

Decidí buscar un agujero para observar. No fue muy difícil, puesto que las paredes de la cabaña eran de maderas clavadas y entrelazadas. La posición no era muy cómoda, pero me ofrecía una panorámica suficiente de la parte donde estaban situados mis alumnos. Jimi estaba sentado con el chándal en los tobillos. Sus huevos saltaban alegremente a cada sacudida de su pene. Miki se entretenía acariciándose el paquete, marcando la forma apetitosa de su polla con los dedos. Pasaron unos minutos antes de que el bello miembro de Miki se ofreciera ante mi vista. Se acariciaba suavemente el tronco, se removía los testículos, se humedecía la cabeza, se pinzaba la raíz para mostrar todo el esplendor de su sexo en erección. No apartaba la vista de su armamento, orgulloso de poder exhibirlo. Jimi, en cambio, alternaba la mirada. Parecía que quisiera comparar los tamaños y grosores, quizá lamentando su inferioridad.

  • Oye, Miki, si tú me la chupas yo te la chupo.

Miki no respondió. Siguió homenajeando a su polla.

  • Miki, chúpamela! Tío, mira cómo la tengo de dura.

  • Que no, tío.

  • ¿Por qué?

  • Porque no.

  • Al ruso seguro que se la chuparías.

  • No lo sé.

  • Seguro que sí, porque él te vuelve loco cuando te la chupa. ¡Cómo chupa el cabrón! ¿Por qué no viene hoy?

  • Tendrá trabajo.

  • ¿A estas horas? ¿Y si está con los gemelos?

  • Cállate ya. Me estás desconcentrando. No me puedo pajear tranquilo.

La mano de Jimi se deslizó hacia el rabo de mi niño. Miki se dejó agarrar. Poco después tomó el sexo de Jimi en su mano y empezó el movimiento de vaivén, sin muchas ganas.

  • ¿Tú crees que los gemelos era la primera vez que daban por el culo?

  • Y yo que sé. ¿Quieres callarte de una vez?

  • Yo quiero follarme al ruso.

  • Yo también, pero no sé si sabré hacerlo bien.

  • ¿Qué?

  • Quiero decir que él es un experto en dar placer. Y yo quiero corresponderle. Quiero que sienta placer cuando lo clave.

  • Con los gemelos disfrutó bastante, ¿no crees?

  • Los gemelos tienen un pedazo de rabo. Además tienen más experiencia. Ya tienen quince cumplidos. Ya sabes que Juan es un guarro. Llegó a meterle mano a la profe de Lengua.

  • Le tocó las tetas. Y le echaron quince días. Dicen que a ella pareció que le gustaba. ¿Nos corremos?

  • Yo no.

  • Yo ya estoy a punto.

  • Pues córrete. Pero no en mi mano.

  • Yo quiero follarle la boca al ruso.

Un ruido me sobresaltó. Fue la cortina, que se corrió hacia un lado dando paso a uno de los gemelos. Me escondí como pude. Por suerte, el camino que ellos tomaban para ir a la cabaña venía del lado contrario al que yo me encontraba. No los había oído llegar, pero ellos tampoco me habían visto. Pero de momento sólo había entrado uno. ¿Dónde estaba el otro? Un ruido significativo lo delató: estaba meando contra las maderas de la cabaña, no muy lejos de donde yo me encontraba. Una vez hubo terminado se dirigió hacia la puerta y entró. No se había molestado en subirse la cremallera. Llevaba la polla colgando fuera. Era Juan.

  • ¿No está el ruso?

  • ¡Que palo!

  • ¿Os la estáis meneando? –preguntó Juan.

  • Yo ya me iba a correr.

  • ¿Y a quién le importa? –masculló Javi- Llevo todo el día empalmao. Quero pillar a ese ruso.

Juan se desnudó con rapidez. Sólo se quedó con los calcetines y los deportivos. Cuando se quitó los slips los lanzó a la cara de Jimi.

  • Toma, córrete oliendo esto. Esta mañana me corrí pensando en el polvo de anoche. Ahí está toda la leche. Para ti.

Jimi arrojó la prenda lejos de sí. Javi se estaba quitando la ropa más delicadamente. Poco a poco la cabaña se fue llenando de músculos apetecibles. A la atractiva desnudez de Miki y Jimi se añadieron los cuerpos esbeltos y bien formados de los gemelos. Sus pollas se recortaban a la luz de las velas, sus muslos anunciaban unos culos imponentes. Juan se sentó frente a mí, con las piernas muy abiertas. Podía ver entre penumbra la sombra de su lindo agujero. Una puerta hospitalaria que parecía llamarme. Me saqué la polla y empecé a masturbarme. Javi se sentó al lado de Miki, codo con codo. Miró al chico y después a su miembro, como haciendo las presentaciones. Sus piernas rozaban las de mi niño. Sentí celos. Jimi estaba a mi izquierda. No cesaba de moverse, mirando a uno y a otro. No se controlaba.

  • ¿Y el ruso?

  • No ha venido –respondió Miki.

  • Je,je. Miki le trae un vodka especial y el ruso no se presenta –intervino Jimi.

  • Serás capullo.

  • ¿Dónde está ese vodka? –inquirió Juan- Trae un poco.

  • No. Es muy caro. Cuando mi padre se dé cuenta me matará.

  • Venga, trae.

Juan arrancó el tapón y echó un trago directamente de la botella. Se la pasó a su hermano, que bebió también un buen trago. Luego éste obligó a Miki a beber, pasándole el brazo por detrás del cuello, en un gesto más de fuerza que de cariño. Miki no supo negarse, pero escupió parte del líquido injerido. Todos rieron. La botella cayó al suelo y vertió parte de su contenido. El chico se enfadó.

  • Sois unos cerdos.

  • No te enfades, mamón –cortó Javi. Su brazo seguía abrazando a Miki.

De pronto su mano agarró la nuca de mi alumno e intentó forzarlo a agacharse.

– Venga, Miki, mámamela un rato.

  • Y una mierda! –dijo Miki mientras se soltaba– Que te la coma Jimi.

  • ¿Yo?

  • Sí, es verdad –intervino Juan– Jimi es el más pequeño, ¿no? ¿Cuántos años tienes, Jimi? Eres un niño de teta. Aún mamas. Y tienes una boca suave, suave. Venga, ¿verdad que tienes hambre?

Yo me sentía entre excitado y horrorizado. Sabía que los gemelos podían forzar a cualquiera a hacer lo que se les antojara. Sus métodos eran violentos, aunque con la fama que les precedía nunca necesitaban llegar a la violencia extrema, puesto que el miedo a sus reacciones ya surtía todo el efecto. Me sentía un poco culpable por haber provocado una situación así, pero mi polla estaba más dura que nunca ante las expectativas que se ofrecían ante mis ojos. Bueno, ante mi ojo, dado que la rendija era algo estrecha y tenía que ir alternando la visión. Me pajeé con fuerza mientras cambiaba de lado. Juan seguía.

  • ¿No decías que estabas a punto de correrte? Pues córrete con mi polla en la boca. Verás cómo te gustará.

Juan se había arrodillado frente a Jimi con su saeta marcando las doce en punto. Se ladeó un poco y pude ver con claridad su trasero acogedor. Me hubiera abalanzado sobre él. Eran ya dos años deseando a los gemelos, anhelando descubrir los placeres ocultos en los pliegues de sus nalgas, imaginando el sabor áspero y dulce a la vez de sus anos negrísimos. En aquél momento tomé la decisión que el ruso debía follarse ese culo.

  • Vale, vale... –Jimi se conformaba.

Lamió el capullo del mellizo sin muchas ganas, pero pronto le encontró el gustillo y se tragó el miembro de cuajo. Cabe decir que Juan le ayudó con una embestida propia de un semental.

-Venga, Miki, ahora te toca a ti.

La voz de Javi sonó decidida, casi como una orden. Miki esquivaba.

  • Que no te la chupo.

  • Venga, no seas tonto, que te gustará. Mira a Jimi. Si me la comes bien luego te la chupo yo un rato.

  • Chúpala, Miki, es guapo –masculló Jimi entre sorbo y sorbo.

  • Que yo no la chupo. No puedo chuparla.

  • Se reserva para el ruso –añadió el pequeño, casi sin tiempo para pronunciar la frase entre trago y trago.

  • ¿Se la quieres chupar al ruso? ¿Y qué tiene el ruso que yo no tenga? Yo soy más hombre que él, y tengo un rabo más sabroso. ¿Verdad, Juan?

  • Exquisito –respondió su hermano.

Javi tenía agarrado a mi niño por el cuello y lo acercaba peligrosamente a la cabeza de su miembro. Miki quería soltarse.

  • Que no puedooooo!

  • ¿Por qué?

  • Porque tengo una llaga en la lengua. Es una enfermedad contagiosa y te la puedo pegar.

Javi soltó inmediatamente a Miki.

  • Qué asco.

Y se dirigió hacia Jimi.

  • Jimi, me temo que vas a comer doble. A ti también te dan los petit suisse de dos en dos, ¿verdad, niño?

Jimi no podía contestar. Su boca novata apenas contenía la polla erguida de Juan, que lo follaba como a un muñeco. Javi se hizo un espacio al lado de su hermano, pero la boca de Jimi no se abría suficiente para que entraran los dos miembros.

  • Vaya mierda –afirmó frustrado- no le caben.

De repente pareció que le había llegado la inspiración. Se situó detrás de su hermano y comenzó a lamerle el cuello, después la oreja, llegando pronto hasta los labios. Se fundieron en un beso colosal. Sus lenguas idénticas intercambiaban fluidos con una pasión experta. Y como si nada, casi imperceptiblemente, la polla de Javi se deslizó hacia el culo de su hermano. El capullo estaba ya en la puerta a punto de encañonar cuando Juan protestó.

  • Eh, que no.

  • Venga, tete, que yo llevo más hambre que tú. Ayer tú mojaste y yo me quedé con las ganas.

  • No te follaste al ruso porque no quisiste. A él no le faltaban ganas. Y además, te dio una mamada que no veas.

  • Pero la semana pasada me follaste tú, así que hoy me toca a mí.

Mientras decía esto se lamía un dedo y lo introducía en el culo de su hermano, al que pronto se le acabaron los argumentos. Miki, a un lado, observaba estupefacto la escena. Estaba tan sorprendido como yo. Mis imaginaciones eran ciertas, entre los gemelos había una relación realmente muy especial. Noté que miraba el culo de Javi y se la meneaba con más ritmo. Juan se incorporó un poco y cedió a los deseos de su hermano, con una resignación que tenía algo de forzada. Javi empezó a encular.

  • ¡Vaya culazo tienes, hermano!

  • Te gusta, ¿eh? Pues después yo quiero el tuyo.

  • Será si me pillas.

  • Folla y calla, cabrón.

Hubo un rato de silencio. Un momento en que los aviones del cercano aeropuerto dejaron de cruzar el cielo, incluso pude escuchar el sonido rítmico del bombeo de un gemelo dentro del otro. Jimi se había tendido en el suelo para comer mejor el rabo de Juan, que ahora colgaba semitieso dada la posición. Desde mi escondite no podía ver los detalles de la follada, el genial metesaca que fraternalmente se estaban regalando los mellizos. Hubiera preferido un punto de vista lateral, con el que hubiera observado todos los detalles de la penetración, el grueso mástil de Javi explorando vehementemente las interioridades por lo visto ya experimentadas de Juan. Desplacé la vista hacia mi chico y me percaté que se estaba introduciendo un par de dedos en el ano. Se encontraba en una posición muy cómoda, casi tendido, un poco incorporado para ver mejor y con las piernas muy abiertas. Sus muslos bien formados constituían una muralla solamente franqueable a través de un portal precioso situado bajo un torreón coronado por una cúpula oriental. Me relamí sólo de pensar el sabor exquisito que debía tener ese agujerito en el que sus dedos jugueteaban. Lamenté no haberme disfrazado para poder compartir las delicias que se estaban ofreciendo esos chicos repletos de sensualidad. Casi me emocioné del placer cuando descargué imaginando que me invitaba a entrar dentro de él sin dejar de mirarlo, viendo de reojo el montaje que sus tres compañeros estaban representando. No pude evitar mascullar con un empuje que me salió del corazón las palabras de cuyo significado ya estaba convencido: "Miki, te quiero, te quiero, eres mi macho, Miki..."

Pensé en marcharme. Me dolían los huevos de reprimirme la corrida y estaba muy nervioso. Maldecía mi idea de presentarme en la cabaña sólo para conversar. No me había atrevido a entrar como profesor amigo –cualquiera se atreve a participar en semejante escena- y ahora estaba resolviendo solo las inquietudes de mi sexo, calmando solitariamente las exigencias de mis sentidos, despreciando un semen que podía ser para cualquiera de los chicos.

Pero el grupo aún no estaba completo. Se corrió de nuevo la cortina y apareció Daniel. El bello Daniel, el pelirrojo peligroso. Hacía días que no venía al colegio. Yo no le daba clase pero lo tenía bastante controlado, porque es una belleza explosiva y exhibicionista.

  • ¿Qué hacéis? ¡Seréis guarros!

  • ¿A ti qué te parece? –respondió Javi, el que se encontraba en la mejor situación para entablar una conversación– Y tú, ¿qué haces aquí?

  • La cabaña también es mía. La construimos los tres, Miki, Jimi y yo. ¿Verdad, Miki?

  • ¿No estabas malo? –se limitó a responder Miki.

  • Yo siempre he estado bueno –contestó en tono juguetón– Tenía la gripe. ¿A quién le está dando por el culo el gemelo?

  • A su hermano. ¿Te mola?

  • Qué fuerte, tío. Pues al otro le gusta. Y Jimi se la está comiendo. ¿Os habéis vuelto todos maricones?

  • Ve a por tu hermana y te lo demuestro –gritó Javi, sin dejar de bombear- Tete, me voy a correr ya.

  • Yo también –dijo una voz entrecortada y lejana– Jimi, te lo vas a tragar todo.

  • ¡Que no, tío, que no me gusta!

Daniel se había sentado junto a Miki y me tapaba parte de su cuerpo. Al principio sólo miraba, pero poco a poco fue animándose a participar. Primero se acarició la parte interna de los muslos, después la polla por encima del chándal, pronto se aflojó el cordón de la cintura para que su polla apareciera saludando a la concurrencia con una cabeza húmeda y sonriente. Miki le dio la bienvenida:

  • ¡Estás empalmao!

Y al cabo de unos instantes la mano temblorosa del chico que yo amaba sostenía el miembro candente del pelirrojo, que pronto se despojó de la ropa, dejando a la vista sus fuertes piernas futboleras y su sexo completo, unas enormes pelotas casi calvas sosteniendo a una polla bastante grande y gruesa. Todo enmarcado por un suave vello del mismo color que el pelo. Divino. El chico no se limitaba a mirar. Enseguida imitó a Miki y le correspondió. Tomó el nabo de mi amigo y le dio un buen masaje. Por lo visto la mano del chico era suave, porque Miki parecía estar en el paraíso. Llegó incluso a suspirar sonoramente, hecho que provocó la mirada inquisidora de Javi, que pocos instantes después descargó toda su leche dentro de su hermano, lanzando unos gritos incontrolados entre espasmos de placer.

  • ¡Oh, joder! ¡Me muero!

Juan soltó una risotada que se contagió a Jimi, que intentaba liberarse de las manos de Juan, que lo obligaban a mantenerse amorrado al grifo. Pero el gemelo era mucho más fuerte y vació su esperma en los labios abiertos del más pequeño, obligándole a tragar miembro y chorro.

  • ¡Joder! ¡Yo también me muero! ¡Vaya corrida!

Y soltó otra carcajada. Su hermano lo agarró del brazo produciéndole una dolorosa torcedura. Jimi se había levantado ya, y escupía en un rincón casi todo lo que había tragado.

  • No me gusta que te rías de mí cuando me corro. Eres un cabrón.

  • Es que nunca te mueres de verdad –respondió entre risas Juan– Sólo te corres.

  • Me muero de gusto. Pareces tonto.

Miki y Daniel no participaban del jolgorio de los mellizos. Estaban abrazados, casi entrelazados, masturbando cada uno el sexo del otro. Parecían buscar el mejor contacto, piel contra piel, para disfrutar del rozamiento. Sus mejillas se tocaban, y sus pollas confirmaban que lo estaban pasando bien. En un momento dado el pelirrojo sacó la lengua e intentó introducirla en la boca de Miki. El niño, lejos de escapar, abrió los labios y acogió gustoso la lengua de su amigo. Yo me moría de celos. Había comenzado un morreo espléndido y excitante, que por fortuna Javi no vio. Cuando se dio la vuelta los labios de los chicos ya se habían separado, y Daniel se estaba agachando para oler primero y luego lamer la polla que yo más deseo en el mundo. Poco más tarde la contenía toda, en un gesto forzado, y se esforzaba en mantenerla dentro de su garganta. Miki, mientras tanto, acariciaba el pelo rojizo de su compañero con una mano y le buscaba el agujero con la otra. Lo halló y le introdujo el dedo, rozando con suavidad. Los dos chicos se abandonaban al placer.

  • Míralos, qué tiernos –era Juan– Vais a ser novios.

  • ¡Y a ti qué te importa! –respondió Daniel, dejando por un momento de chupar.

  • Claro que me importa. Tienes un culo de puta madre. Y tú ya has visto cómo me follan. Ahora quiero ver yo cómo te follan a ti.

  • ¿Y quién me va a follar? –preguntó Daniel, incrédulo.

  • Ésta –se señaló el miembro, que estaba nuevamente preparado para la lucha.

  • No. Yo quiero que me folle Miki.

  • Miki es un niño. Follar es un trabajo de hombres. Ven aquí, tonto, que Miki ya te ha preparado.

Y arrastró a Daniel hacia un lado. El pelirrojo se aferró al hierro de mi niño como si no quisiera perderlo. Miki se alzó y se arrodilló a su lado. Así, con la polla en la boca, Daniel abrió su culo en pompa. Juan escupió en el ano, con muy buena puntería. Se mojó de saliva el capullo y comenzó a entrar sin pedir permiso.

Daniel me ha gustado desde que lo vi por primera vez. Es algo especial, exótico, sofisticado. El color de su piel y de su pelo, junto con su cuerpo absolutamente bien formado, hacen que te cautive enseguida, hacen que te des la vuelta para mirarlo, sin saber dónde quedarte, en su culo ampuloso y obsceno o en sus anchos hombros coronados por un cuello fuerte que invita a besarlo. Un día en el pasillo, cuando el chico tenía doce años, Miki lo animó a que me enseñara su agenda. Allí, en una página del mes de octubre, había pegada una foto del chico de espaldas, con el culo totalmente abierto y los huevecillos colgando.

  • Es mi calvo. ¿A que tengo un buen culo?

  • ¿De veras eres tú? ¿Quién te ha echado la foto?

  • Cristian, con la cámara de su hermano. Tengo más, pero no se pueden enseñar.

  • Ésta tampoco. Procura que no la vea el tutor porque te van a expulsar.

  • ¿Qué pasa? Es mi culo, ¿no?

  • ¡Eres un bruto! ¡Me estás haciendo daño!

La voz del pelirrojo me alejó de mis abstracciones. Juan era un poco violento, y en aquellas circunstancias no iba a ser menos. Las quejas del penetrado fueron poco a poco transformándose en gemidos de placer, algo contenidos como intentando camuflar parte del gozo. Su boca, que había abandonado la polla de Miki, ahora volvía a engullirla. Mi héroe acariciaba el rostro bien parecido de Daniel, su cuello, su pelo tan corto. Podía creerse que había realmente ternura entre ellos dos. Algo que me dolió, sin dejar de emocionarme. Prefiero un chico tierno, aunque no sea mío, que un chaval frío e insensible. La ceremonia continuaba con toda la pasión. Juan resoplaba del esfuerzo y el delirio. Daniel no decía nada, sólo tragaba y tragaba. Miki tenía los ojos cerrados y bombeaba tenazmente hasta la garganta de su amigo. Javi se levantó y metió su polla en la boca de su hermano, el follador. Como el techo de la cabaña era bajo, tenía que mantenerse un poco jorobado. Jimi se pajeaba a toda velocidad.

  • Dani, ¿dónde me corro? –sonó la voz de Miki, jadeante.

El otro no contestó. Sólo agarró los huevos de mi amado en un signo que clarificaba la respuesta. Se la tragó si cabe con más ánimo. Y Miki explotó, sin ningún miramiento, en la boca del chico. Después de algunos espasmos se quedó quieto, petrificado. Transcurrieron algunos segundos y se agachó para intercambiar el viscoso fluido con la boca del follado. Era una orgía de lenguas que se abrazaban exhaustas.

  • ¡Me muero, me muero! –era Javi, burlón.

  • Estoy a punto de morirme. Te la voy a dar toda, toda mi leche, hasta que te salga por la boca. Tienes un culazo que ni Dios.

  • ¡Eh, no te pases! –protestó su hermano- Bien que te gusta el mío.

  • Éste está más tierno. Y es novato. El tuyo ya está muy gastado.

Juan se retiró a un lado, con la sensación del deber cumplido. Yo esperaba que Javi ocupara su lugar, puesto que Daniel ni siquiera se había movido. Su culo permanecía en alto como invitando al público a gozar de él. Viendo que no sucedía nada se pegó dos cachetes en las nalgas, levantó la vista hacia Miki y le propuso:

  • ¿Quieres?

Mi chico tardó en responder. Finalmente dijo:

  • No. Aún no estoy preparado.

  • Se reserva para el ruso –comentó Jimi, tomando de nuevo protagonismo– Quiere al ruso.

  • ¿Qué ruso?

En esos instantes los gemelos salían de la cabaña. Ni siquiera se despidieron. Se habían vestido tranquilamente dándose palmadas en el culo. Miki respondió:

  • No, nada, un amigo.

  • Miki, macho, no me dejes así. Quiero correrme en condiciones.

El chico comprendió la situación y se colocó de nuevo ante el pelirrojo. Su polla volvía a mostrarse aventurera. Daniel se abrazó a la cintura de Miki, que alargó el brazo hasta el trasero rosado y cálido de su amigo y le introdujo los dedos. Era casi como una follada, y el pecoso parecía gozarla igual. No tardó en correrse abundantemente en la mano de Miki, que procedió como yo le había enseñado: poco después estaba entregando la leche a su propietario. Y para colofón sus lenguas se entrelazaron de nuevo, en un beso apasionado y serio, concentrado y responsable.

Por la noche, cuando recordaba todo lo acontecido, me parecía haberlo soñado. Me masturbé con fuerza inhumana, y solté un chorro de leche que manchó el techo. No exagero. Vivo en un estudio situado en una especie de buhardilla y el techo sobre mi cama se halla sólo a 1,75 m. Esperé a que se deslizara, situé mi boca en el sitio adecuado y tragué la deliciosa estalactita de mi semen.

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