La cabaña (2: La segunda tarde)

Todos los gemelos tienen su morbo, pero los que acuden a la cabaña la segunda tarde son, además, imprevisibles.

LA CABAÑA II: LA SEGUNDA TARDE

No lo reflexioné. Una excitación extraña me animaba mientras recorría impaciente el tramo que me separaba de la cabaña. Por mi cabeza circulaban las imágenes de la tarde anterior, como partículas de un sueño inverosímil. La tarde era apacible y risueña. Tragué saliva. Inconscientemente recuperé la memoria gustativa: unos sorbos del semen de Miki acudieron a iluminarme el paladar. Cuando ya estaba bastante cerca de mi objetivo me detuve. Por un camino lateral habían aparecido dos siluetas que se dirigían hacia la cabaña. No correspondían a mis alumnos. ¿Debía retirarme ahora? Me decidí a avanzar. No me daban miedo los desconocidos. La peluca, la cicatriz, el maquillaje, el acento forzado me protegían. También podía tratarse de una visita breve y ocasional. Se escuchaban unas risas explosivas. Había por lo menos cuatro personas, todos machos. ¿Para qué darle más vueltas? Ya había llegado hasta allí. No podía echarme atrás.

  • ¡Guapo! -grité desde el exterior.

  • ¡Es el ruso!

La voz de mi amado Miki había sonado alegre y sonriente. Me arrodillé para pasar por la puerta. El chico me esperaba allí, erguido, acogedor, recibiéndome como a un gran amigo. Me ofreció su mano. La tomé pero aproveché para acercar mis labios a los suyos, a lo que respondió ladeando el rostro y recibiéndolos en su mejilla. Jimi también me tendió su mano, que noté poco enérgica. Me senté en el suelo, sobre un cojín que otro tiempo había sido rojo. Mis alumnos se repartieron a mis lados. Los visitantes callaban. Yo ni siquiera los había mirado. Sólo deseaba disfrutar de la sonrisa resplandeciente de mi niño, sólo tenía ojos para él. Reinaba el silencio. Me sentía observado por todos. Jimi rompió el hielo.

  • Eslava, ¿quieres vodka? -me mostró una botella de Smirnoff- Mira, se la he robado a mi padre para ti.

  • Schmirnafff! -pronuncié subrayando las consonantes y la vocal neutra.

Sonaba bastante a ruso. Miki me interrumpió, mirándome a mí pero hablando con sus amigos.

  • ¡Qué raro suena el ruso! ¡Con lo fácil que es decir esmirnof!

Aproveché su intervención para mirarlo fijamente. No me resistió la mirada. Susurró algunas palabras al oído de Jimi.

  • ¡Me pone nervioso cómo me mira este tío!

Jimi me ofrecía un vaso no muy limpio. Me eché un poco de vodka. Decidí controlar lo que bebía, porque no quería perder ni pizca de consciencia de todo lo que yo esperaba que sucediera. Un sorbo.

  • ¡Buena!

  • ¿Quieres? -inquirió a Miki.

  • No, yo prefiero cocacola.

  • ¿Queréis? -repitió Jimi dirigiéndose a los desconocidos.

  • Yo sí -respondió una voz profunda pero dudosa, como de adolescente en pleno estiramiento de las cuerdas vocales.

  • Yo quiero un cubata -decidió la segunda voz, extrañamente parecida a la primera.

Esas voces me sonaron conocidas. Miré enfrente, donde Jimi servía las bebidas en unos vasos más asquerosos que el mío. Por lo visto los invitados recibían un trato especial. Cuando Jimi se apartó me di cuenta, a pesar de la penumbra de esa parte, puesto que la vela que iluminaba la estancia se encontraba en el lateral opuesto, que los dos desconocidos eran iguales, gemelos. Los reconocí enseguida, tanto que casi se me nota la sorpresa de encontrarlos allí. Se trataba de Juan y Javi, dos hermanos gemelos que habían sido mis alumnos en segundo curso el año anterior. Bien, no todo el año, porque abandonaron el colegio para acudir a un centro de corrección de conducta después de haber agredido a un profesor, en el caso de Javi, y de haber robado un par de teléfonos celulares en el caso de Juan. Eran -son- dos chicos muy guapos, fuertes y morenos. Creo que son de raza gitana. Ojos grandes muy negros, pelo intensamente negro, anchos de hombros, brazos musculados y piernas atléticas, que terminan en unos culos prodigiosos. Recordé fugazmente los momentos que mi pensamiento había invertido en crear imágenes virtuales de una relación sexual intensa y variada. Siempre me han excitado los gemelos. Su curioso parecido me perturba, una de mis pasiones es el incesto. Juan y Javi estaban muy unidos el año anterior, cuando los conocí. Estaban en distinto grupo, puesto que juntos eran temibles. Recuerdo que el cuarto día de clase Javi se rebeló y empezó a provocar a sus compañeros de aula. Yo intenté reconducir la situación, pero él se resistía, así que, queriéndolo retener le pegué un tirón. Lo agarré de la camiseta y él intentó soltarse, con lo cual la prenda cedió dejando parte de su torso al descubierto. Unos pezones riquísimos, casi negros, una piel oscura y muy suave, un terciopelo exótico. Se enojó enormemente. Intenté calmarlo abrazándolo, en un gesto cargado de lubricidad. No me lo permitió. Se sentó en la parte opuesta del pupitre. En otra ocasión entré en clase y su hermano Juan estaba saltando por encima de las mesas. Lo amonesté, a lo que respondió acercándose y propinándome un beso en la cara. Fue tan espontáneo que sólo pude echarme a reír. El psicólogo los consideraba un peligro social. Yo les tenía un poco de miedo, más que nada por lo inesperado de sus reacciones, pero no me costó mucho hacerme su colega, fingiendo dar importancia a sus hazañas y travesuras. Y los deseaba en secreto. Los follaba con la imaginación y suponía que follaban entre sí. Considerándolos protagonistas, la tarde prometía placeres excitantes. Nuevamente Jimi rompió el silencio.

  • Qué raro que no pregunte por tu hermana.

  • No empieces otra vez.

  • A ver si le interesas tú, más que tu hermana...

  • Cállate.

Juan había terminado su bebida. Me lanzó el vaso vacío, sin agresividad, más bien como un juego. Yo levanté el dedo medio de la mano derecha y, después de haberlo mostrado a la concurrencia, me lo llevé a la boca, procediendo a una felación ficticia. Todos rieron. Jimi no abandonaba su papel de traductor.

  • Dice que se la chupas.

Juan me miró fijamente. Sus blancos dientes destacaban en aquel entorno difuso. Sus labios gruesos, que se antojaban grandes chupadores, dibujaban una sonrisa amistosa. Pronunció una obviedad.

  • Así que tú eres ruso.

  • Sí, yo ruso. Tú negro.

  • ¡No te jode el cabrón! Nada de negro, chaval, yo soy gitano, ¿entiendes? Gitano.

  • ¿Guitano?

  • No sabe lo que es -intervino Miki- Cántale una rumba a ver si se entera.

Yo ponía cara de curiosidad. Lo que pretendía era provocarlo, deseaba ver al Juan que yo conocía, un tanto agresivo, surrealista, bello en su incertidumbre. Surgió efecto. Se arrancó la camiseta y apareció una navaja automática. Temí lo peor. No me apetecía aparecer cadáver en la cuneta de la carretera. Retrocedí un poco. Él no se inmutó. Sin dejar de mirarme a los ojos se practicó un corte en el bíceps izquierdo, exclamando:

  • Mira, chaval, sangre gitana. No es roja, ¿ves?, es negra. No ketchup, como la tuya.

Javi contemplaba la escena con cara de satisfacción. Miki y Jimi con inquietud. Está claro que es mucho mejor ser amigo de unos chicos como los gemelos. Evitas complicaciones. Yo procuraba demostrar aplomo. Ya me había sorprendido mi propia intrepidez la tarde anterior. Ahora debía mantener el tipo. Todo ello no me impidió regocijarme de observar con detalle el torso desnudo del chico, más trabajado que el año anterior pero conservando su suavidad adolescente. Dudé si sería capaz de derivar la conversación hacia el sexo. Se me brindaba la posibilidad de cumplir un sueño. ¿Sería posible?. El nerviosismo me empujaba a saltar encima del chico, lamerle con delicia los pezones buscando con la mano su jugoso paquete y clavarme en sus entrañas, pero me controlé. Las consecuencias eran imprevisibles. Me encontré inexplicablemente arrodillado frente a su rostro. No se me ocurrió otra cosa que tocarle la herida con el dedo y recoger algo de sangre que me llevé a la boca. Fingí saborearla. Me reía por dentro a causa de mi ocurrencia. Él se quedó desconcertado.

  • Este tío está loco -afirmó su hermano.

  • A que sí, tío -corroboró mi dulce Miki.

La situación era violenta pero mucho menos de lo que esperaba. Así que me senté entre los dos hermanos, forzando el desplazamiento de Javi. Le pedí pacíficamente la navaja. Me la cedió, cosa que me sorprendió. Entonces me arranqué dramáticamente la camiseta y procedí a pincharme el brazo izquierdo. Mojé el índice en mi sangre y lo llevé a su herida, sin esperar que reaccionara. No se apartó.

  • Tú y yo herrrrmanas de sangre.

Tardó un poco en reaccionar, pero al fin se carcajeó:

  • Oye, ruso, eres raro pero me molas. ¿Cómo te llamas?

  • Eslava -anticipó Jimi.

  • Yo Slava, ¿Y tú?

  • Juan.

  • ¿Y tú? -añadí mirando a Javi.

  • Javi.

  • Y yo, ¿cómo me llamo? -preguntó Miki en un tono algo celoso.

  • Tu guapo.

  • Se llama Miki, y yo Jimi. ¿No te acuerdas?

  • Guapo, Miki.

  • Creo que le gustas -apreció Javi- Yo que tú procuraría no darle la espalda.

Miki rió sin ganas. Era evidente que mis alumnos no habían explicado a sus amigos los acontecimientos de la tarde anterior. Lo consideré normal. Suponía un cierto miedo a la reacción de los gemelos ante la posibilidad del sexo entre chicos, aunque no me cabía duda que sus historias tendrían que contar. Decidí cambiar de tema, así que me retiré para observarlos desde una cierta distancia.

  • ¡Tú, fotocopia!

Se rieron. Fingí darle importancia al parecido que mostraban. Aproveché para acercarme a su intimidad, miré sus rostros de cerca:

  • ¡Fotocopia! -agarré los bíceps de uno para compararlos con los del otro.

  • ¡Fotocopia!" -cacheé el tórax cubierto de Javi para compararlo con el pecho descubierto de Juan.

  • ¡Fotocopia!" -y dirigí la mirada, sin atreverme a tocar, hacia sus pantalones.

  • ¿Fotocopia?

Se rieron divertidos. Javi contestó inmediatamente.

  • Sí, también tenemos la polla igual. Un pollón. ¿Quieres verla?

No respondí a la invitación. Se suponía que yo no entendía nada, aunque el gesto del chico era bastante claro. Se estaba agarrando los huevos y su hermano, instintivamente, hacía lo mismo. No estaba muy seguro de qué hacer, así que me volví a Miki y Jimi.

  • ¿Tías guarrrras?

Mis alumnos respiraron reconfortados. Había captado su nerviosismo en su silencio y en sus risas forzadas. Los suponía a punto de erección, deseando repetir la experiencia del día anterior. Miki aportó un pliego de revistas gastadas. Las repartió, aunque se mostró indeciso ante los gemelos. Me había sentado de nuevo junto a Miki y observaba la reacción de los visitantes. Pasaban páginas sin decir nada. El especialista en romper el silencio era Jimi, y esta vez no nos decepcionó. Nos mostraba a todos una página de su revista.

  • Fíjate este cabrón, ¡qué pedazo de polla!

  • Más o menos como la mía -la voz era de Javi.

  • ¡Como las nuestras! -rectificó su hermano.

  • Pues anda que el ruso, -añadió Miki, cosa que me llenó de orgullo- ¡Tiene un pedazo de rabo!

  • ¿Cómo lo sabes?

  • Porque ayer se hizo una paja. Bueno, nos la hicimos los tres.

  • ¿Y si nos hacemos una ahora? -propuso Juan.

  • Vale.

Bajaron las cremalleras y aparecieron bellos sexos comprimidos por la abertura de la ropa. No me decepcionaron en absoluto. Eran pollas gruesas y abundantes. Juan se lamió la punta de los dedos para lubricarse el glande. De reojo me di cuenta que Miki hacía lo mismo. Yo liberé mi nabo de su funda. Todos me miraban. Estaba ya mucho más tranquilo. Mis temores ante los gemelos se habían diluido. Quizá esta tarde no pasaría de unas pajas, pero por lo menos habría visto a mis admirados gemelos correrse. Las revistas habían sido abandonadas sin ningún complejo. Cinco machos disfrutando de su sexo y de la observación de las pollas ajenas. Un componente indiscutible de masculinidad. Miki y Jimi, que sabían las posibilidades que se les escapaban, se mostraban perturbados. Esperaban que fuera yo quien comenzara alguna acción más excitante. Miki tenía la punta de la polla muy húmeda, y no era de saliva. Noté que me estaba mirando el miembro.

Me despojé de mi camisa. El chico me imitó, y poco después Javi. Sólo Jimi conservó la parte superior de su chándal. Acaricié los muslos de mi amado, a lo que él reaccionó confusamente. Primero hizo el gesto de desprenderse, después esperó la reacción de los gemelos. Al ver que sonreían y no decían nada se relajó. Le agarré la polla. Para mí era la mejor polla del mundo, suave y pétrea al mismo tiempo, vigorosa y cándida. Un bombón. Solté mi verga y agarré la de Jimi, que emitió un gemido. Le acaricié los huevos, y me parecieron mayores que el día anterior. ¿Cuál de los dos chicos tocaría primero mi sexo? Fue Miki. Tímidamente abrazó el tronco, sin camuflar lo placentero del tacto. Empezó a subir y bajar. Se entretuvo en el glande. Se llevó nuevamente los dedos a la boca y lubricó mi capullo. Jugó con mi frenillo. Yo estaba extasiado. Su mano no era muy experta, pero quizá era eso lo que más me excitaba. Estaba ya a punto de reventar. Debía contenerme. En un momento desvié mi vista hacia los gemelos. Estaban haciendo lo mismo. Sus pantalones habían bajado hasta los tobillos y se la estaban cascando mutuamente. Sus pollas tan morenas como sus torsos eran suculentas, tan iguales, tan duras... El glande, un poco más claro, destacaba por su humedad. Todos nos habíamos calmado. Había quedado claro que se trataba de gozar, y a ello nos disponíamos. Me incliné y, sin abandonar la polla de Jimi, me tragué el rabo de Miki. Ningún comentario. Los gemelos callaban.

Miki se relajó y empezó a respirar placidamente. Su mano seguía en movimiento. Yo tenía el cerebro repleto de imágenes entremezcladas: polla y huevos de Jimi en la boca, las pollas gemelas, la leche sabrosa de Miki, su nido delicioso que ya conocía, los culos apetitosos de los mellizos tal como los recordaba en clase de educación física, cuando yo observaba por la ventana, mi polla que notaba la mano de Miki tan suave que me imaginaba que eran sus entrañas... Jimi se incorporó y noté su miembro en mi muslo. Creí que iba a correrse encima de mí, pero sólo me estaba sobando. Movía el pubis adelante y atrás. Pensé que sería incapaz de follarme. Cambié instintivamente la posición. Me arrodillé frente al rabo más querido para adorarlo y contenerlo mejor. Me lamí los dedos y busqué el agujero de Miki, que estaba dispuesto. Así, tragando toda la polla de mi amigo y con dos dedos metidos en su culo deseé ser follado y abrí impúdicamente el culo. No sé si los gemelos estaban mirando, pero Jimi se levantó y empezó a rozar con su carne intrépida mis nalgas. Miki estaba a punto de correrse, así que comencé a trabajarle los huevos.

Los engullí con devoción, me alimenté de su aroma tenue y perfumado mientras mis dedos seguían la prospección. No encontraba ninguna resistencia. Pensé en introducir un tercer dedo, pero no me permitiría llegar tan a fondo. El niño se abrazaba tanto a mi cabeza que temí que me arrancara la peluca. Era una irresponsabilidad, pero en aquel momento nada me hubiera importado. La polla de Jimi se hizo presente junto a la de Miki. Bien, sería fantástico comer dos pollas a la vez. Ello exigía que Miki se incorporara, cosa que comprendió y realizó, por lo que tuve que sacar los dedos que le invadían el interior. No se conformó, y cuando hubo encontrado el equilibrio en la nueva posición, buscó mi mano para llevarla nuevamente al paraíso. Era la primera vez que mamaba dos pollas a la vez. Estaba sorprendido por la versatilidad de mi garganta. Podía discernir claramente el gusto y el aroma de cada chico, los grosores y longitudes diferentes. Mi lengua no paraba. Recorría el capullo de Jimi, más fino y puntiagudo, para regalarme luego el de Miki, más grueso y redondeado. Los dos habían compenetrado el ritmo y ahora me follaban la boca, no conformándose en las limitaciones de mi cavidad, buscando profundizar más en las embestidas. De pronto noté una presencia húmeda en mi culo. ¿O era un sueño? Sí, estaba extasiado con el manjar que me ofrecían los alumnos, pero la sensibilidad de mi trasero no me engañaba. Alguien estaba entrando dentro de mí. Sentí un empuje tímido al principio, para dar paso a algo tan duro que creí que me estaban penetrando con el mango de una herramienta. No, era una polla, una polla rígida y gruesa que se introducía apaciblemente.

No puedo decir si era o no inexperta. Estaba tan extasiado que no podría percibir esas sutilezas. Sólo sé que era espléndido sentir su vaivén en mis entrañas, notar sus manos agarrándome con firmeza las caderas, entrando hasta el fondo y salir luego vacilando, empujar con vehemencia y retroceder con nostalgia... Y regresar, consciente del placer de la visita, renovar el placer en cada empuje.

No sé si era Juan o Javi quien me follaba, pero ¿qué importaba? ¿Acaso no eran sus pollas iguales? Abandonado a tanta lujuria casi no me percato de la aceleración que habían imprimido a sus folladas los dos miembros que tenía en la boca. Era inminente la descarga, y no tardé en experimentar la lluvia viscosa en el paladar y el esófago, a lo que reaccioné empujando mis dedos más adentro del culo que se me brindaba. Hubiera preferido la corrida en la lengua, para saborearla mejor, pero los chicos jóvenes nuca quieren quedarse en la puerta. Tardé unos instantes en identificar el semen. Era de Miki, mi niño, mi macho imponente. Jimi tardó apenas unos segundos en inundar de nuevo mi boca, provocando el aquelarre de los sentidos.

El más joven se separó, pero Miki permaneció en mi boca. Su polla, erguida y amenazante, ya no rozaba mi lengua. Se mantenía descansando, negándose a salir de la casa del placer. Mis dedos continuaban buscando acercarse a la extrema sensación. Intenté imaginarme que sentía en la polla el tacto que me proporcionaban los dedos. No pude. Era presa de la confusión. Sentía el miembro en mi interior que se paraba de vez en cuando. Creo que el chico que me follaba estaba disfrutando tanto que retrasaba la corrida. De pronto Miki empezó a embestir de nuevo. Sentía su jadeo pegado a mi oreja, su aliento me llegaba a través de la peluca. Su ritmo empezó a ser vertiginoso. Mi héroe, lejos de estar vencido, revivía con más fuerza que antes. La mano del chico seguía agarrando mi mástil, que aún no había descargado a causa de mi contención. Cuando noté que la aceleración marcaba la llegada del momento, me dispuse a saborear meticulosamente cada sorbo de leche que me mojara. Llegado el punto, retiré con fuerza la cabeza hacia atrás, tragando sólo el capullo, encerrándolo en una prisión que mis labios prepararon, sorbiendo el líquido sin dejar de juguetear con la lengua, aguantando la respiración casi hasta perder el sentido. Se vino abundantemente, y yo logré mi objetivo: hacerle gemir de placer. Cuando el chico terminó de correrse, con su leche aprisionada en mi lengua, con la polla sin identidad definida entregándome su fuerza adolescente, me corrí. Me corrí de una forma que no me creía capaz. Me corrí durante un buen rato, rompiendo todas las barreras, expulsando hacia fuera toda mi carga interior, abriéndome más por atrás para compensar lo que acababa de lanzar al exterior.

Quise mirar a Miki. Su mano no había abandonado mi miembro, y como ayer, estaba manchada de mi semen. Me la enseñó y se sonrió. Me ofreció una de aquellas sonrisas impagables, casi imposibles, que sólo se producen después del sexo, aquella sonrisa de complicidad sobrada de connotación, aquella mueca que te une en un lazo irrompible. Mi corazón ya era de Miki, estaba profundamente enamorado de él. Unos ojos negros me taladraban, inquisidores, mientras lamía la mano adorada. Era Javi. Por lo tanto Juan era el que albergaba en mi interior. No había venido a recriminarme nada, sino a ofrecerme su pasión. Me rozó la mejilla con su miembro, y yo abrí de nuevo mi boca insaciable para darle la bienvenida. Yo pensaba en Miki. Me moría de ganas de abrazarlo y besarlo, sin apartar mis dedos de su culo. Tenía que apartarlo de mi pensamiento, si no, sería imposible disfrutar hasta el extremo el placer que se avecinaba. Miki se apartó. Mis dedos se quedaron huérfanos. Vi a Jimi que se estaba vistiendo. Miki se quedó mirando. Ya no lo vi más. El rabo tieso de Javi me penetró hasta la raíz. Sentí sus huevos quedarse a la entrada, testigos forzosos de un placer que nunca acaban de comprender.

Javi desprendía un olor fuerte, penetrante, como de sudor seco. Cerré los ojos, como si ello me ayudara a engullir mejor. Los abrí de nuevo. Cuando su polla se retiraba contemplaba las piernas fuertes del chaval, su estómago plano, sus pectorales despertando al desarrollo, sus bíceps voluntariamente marcados. Estaba completamente desnudo. Me abracé a su cintura, buscando sus nalgas con las manos abiertas. Un pensamiento se me apareció y se fijó en mi mente, martilleando sin cesar: tenía la misma polla en el culo y en la boca. No me follaban dos pollas: era una sola. Las sentía, iguales pero diferentemente, una partiéndome en dos, otra abriéndose camino entre la humedad para alcanzar la gloria. Abarqué el culo de Javi. Estaba húmedo, suave, de una plasticidad admirable. Cuando notó mis dos índices, se sobresaltó.

  • ¡Quieto ahí!

No aparté los dedos, sólo me quedé a la entrada, jugando con la elasticidad del agujero. Las nalgas de Javi eran firmes y redondas. El movimiento de pelvis me impedía acariciarlas con delicadeza, pero me parecía el mejor culo del mundo. Los mejores culos del mundo. Soñé con follarlo, soñé con romper la prevención de su guardián. Estaba seguro que, una vez traspasada esa puerta, todo sería suavidad de seda. Deseé con tanta fuerza conocer la interioridad de los gemelos que me corrí de nuevo, sin poder contenerme, imaginando que yo follaba a Juan mientras tenía media lengua dentro del culo de Javi. El mismo culo dos veces. Alucinante.

Juan llevaba más de veinte minutos clavándome sin desfallecer. Parecía increíble. Llegado un momento, su cambio de ritmo me indicó que iba a terminar, y Javi empezó a bombear también mi boca con más rapidez. ¡Se estaban poniendo de acuerdo! Me convertí en su juguete, yo era su objeto de placer. Miré a Javi. Estaba como ausente, con la vista dirigida hacia mi follador. Eran un portento de compenetración. Yo estaba a punto de aullar, de decirles cuánto me hacían disfrutar, de gritar sus nombres antes de perder la vida, puesto que me estaban matando de placer. Me bañé en su leche. Noté la irrupción cálida y densa de Juan en mi intestino mientras Javi, explosivo y espasmódico, apagaba la sed de mi derrotada garganta. Los gemelos son especiales. Están hechos para hacer gozar.

Me volvió a la realidad la voz de Jimi.

  • Es muy tarde!

Y a partir de aquél momento todo fueron prisas. Jimi ya estaba vestido. Miki se estaba abrochando la cinta del pantalón. Los gemelos estaban aún en ropa interior, pero nadie decía nada. Toda la magia conseguida anteriormente se había desvanecido con rapidez. La calidez del abrazo y la caricia del sexo eran substituidas por la frialdad. Me sentí un poco mal. Miki esquivaba mis miradas. Lo vi agacharse para salir, ofreciéndome un instante fugaz la visión de su culo anhelado. Esperó fuera. Los gemelos se sonreían. Estoy seguro que escondían muchos secretos de placeres mutuos. Me miraban y me mostraban sus dientes bien formados, su lengua apetecible. Era imposible amarlos: son inconstantes, desleales, egoístas. Me habían proporcionado placer, un placer inmenso. No cabía esperar más. Fuera de la cabaña, Jimi protestaba.

  • ¡Vámonos ya!

A lo que Miki contestaba:

  • ¡Espera!

Juan me pegó una palmada en el culo cuando salió.

  • Hasta luego, ruso.

Javi no dijo nada, sólo se tocó la polla como indicando que había quedado satisfecho. Yo hacía tiempo para que se alejaran.

  • ¿Venís?

  • No, tenemos que cerrar la cabaña.

Jimi, alejado unos cuantos metros, se impacientaba. Miki me vio salir, sin buscar mi mirada. Me hizo sentir mal, como si le hubiera sido infiel. Le acaricié el cuello, y añadí sin ningún acento, en perfecto español:

  • Miki, eres muy guapo.

Me alejé sin esperar su reacción. No sé si se quedó desconcertado. Cuando había recorrido un buen tramo, escuché su voz en la lejanía:

  • Ruso, ¿vendrás mañana?

No respondí.

socratescolomer@hush.com