La buena esposa.

Cuando mi marido me deja unos días con su amigo yo no puedo evitar ir buscando su polla, por lo que éste decide castigarme y enseñarme a ser una buena esposa antes de que vuelva mi marido.

LA BUENA ESPOSA.

Mi marido me folla despacio mientras me dice al oído que me quiere. Que no me preocupe, que pronto volverá a por mí y podremos cumplir el sueño de nuestra vida. Que la casa nueva tiene un jardincito pequeño donde podré plantar mis rosales y mis margaritas. Que en invierno me hará el amor junto a la chimenea. Él me dice eso y yo dejo fundir sus palabras en mi orgasmo. Me corro y me quedo serena, como dormida, acomodada en su abrazo. Me besa el cuello y la espalda hasta que me vence la noche y caigo en un sueño profundo.

Al día siguiente me lleva a casa de Nino. Tan sólo llevo una maleta, pues todo lo demás se lo llevó ayer en camión de la mudanza. No será mucho tiempo, me dice. Lo que tarde en arreglarlo todo y acondicionar la casa nueva. Además, te llamaré todos los días. Yo, a duras penas contengo las lágrimas.

Nino nos abre la puerta y nos invita a pasar. Nos sube a la habitación y me dice que me sienta como en mi casa. La habitación, aunque carece de lujos, está limpia. Y tiene baño propio y un armario bastante amplio para poder poner mis cosas. Mientras me acomodo Nino ofrece una cerveza a mi marido y se van a tomarla al salón. Le oigo decirle a Nino que me cuide, que procure que no me sienta sola, que le agradece mucho lo que está haciendo por nosotros. Cuando bajo, mi marido se levanta y dice que es hora de irse, porque si no se le hará de noche en la carretera. Me abraza y me besa. Pórtate bien, me dice al oído. Y luego se dirige a Nino. Gracias. De verdad. Muchas gracias.

La primera noche me siento extraña con Nino. Pese a la cantidad de años que hace que nos conocemos, estoy como fuera de lugar. Y mira que él hace todo lo posible para que me sienta cómoda. Me ha preparado la cena. Me ha contado alguna que otra historia gamberra de cuando era adolescente. Me ha preguntado, incluso, que si me apetece salir a tomar una cerveza por el barrio. Pero yo sólo quiero acostarme y llorar un poco. Es la primera vez que me separo de mi marido.

Conforme pasan los días me voy sintiendo más cómoda. La verdad es que Nino es un encanto. Me lleva con él siempre que queda con los amigos, y si no, siempre me propone algún plan. Ir al teatro, al cine, a algún concierto. O organizar una velada de palomitas y tele en casa. Hablo con mi marido todos los días y le oigo ilusionado contándome un día que ha pintado la habitación, y otro que ha terminado de instalar los enchufes. Yo le digo siempre que le echo de menos.

Un día me cruzo a Nino de madrugada en el pasillo. Yo estaba desvelada y me había quedado viendo la tele hasta bien entrada la madrugada. A él se ve que en mitad de la noche le han entrado ganas de mear. Va en calzoncillos, y la erección bajo la prenda es notable. Se le adivina una polla grande. Yo no puedo evitar mirarlo por primera vez con deseo. Nino, a sus 45, es 10 años mayor que mi esposo y 14 mayor que yo. Empiezan a notársele los años, pero siempre ha sido un hombre atractivo. Y ahora lo veo aún más atractivo. Me meto en mi cuarto y me masturbo pensando en él. Despacio. Entreteniendo mis dedos en mi coño e imaginándome cómo sería follar con él. Me corro.

Con el paso de los días me voy sintiendo cada vez más atraída por Nino. Intento cruzármelo por los pasillos cuando sale de la ducha, tan sólo vestido con una toalla, y lo hago protagonista de mis masturbaciones. Mientras me toco y me retuerzo de placer en la cama, invento historias en las que él me hace el amor tiernamente o me folla con violencia. Me siento, a la vez, culpable, pues estoy casada y quiero a mi marido. Pero no puedo evitar humedecerme y sentir la necesidad de sobar mi coño cuando pienso en Nino. Una tarde me llama mi marido y me dice que ya lo tiene todo listo. Que en un par de días viene a por mí. Se le nota muy ilusionado. Yo le respondo con la misma ilusión, pero una parte de mí no quiere irse aún de esa casa. Esa misma noche cometo una estupidez.

La cosa transcurre de la siguiente manera: Resulta que sale Nino de la ducha y yo, pretendidamente, me cruzo con él. Al verme en el pasillo, se para a decirme que ha reservado mesa en un restaurante, para ir a cenar esa noche, que me ponga guapa. Se había dejado algo de jabón junto al ombligo. Yo me envalentono y le digo: espera, te has dejado un poco de jabón . Y con un pico de mi camiseta se lo limpio quedando tan cerca de él que puedo oír su respiración. Me arrodillo y le quito la toalla y, sin siquiera preguntar, me meto en la boca su polla que está semiflácida, ya que este repentino ataque le ha pillado por sorpresa. Es increíble sentir cómo su miembro crece en mi boca y me va llenando. Es grande. Bastante más que la de mi marido. Me la meto hasta tocar mi campanilla, y mantengo la incómoda postura succionando. Me gusta su sabor. Oigo un gruñido de placer que sale de él y empiezo a mamar rítmicamente, intentando tragarla un poco más a cada envite y sorbiendo con glotonería. Intensifico el ritmo acompasándolo a sus gruñidos, hasta que siento que me coge del pelo y tira de mí hasta separarme de su polla, que queda frente a mí hinchada y llena de mis babas, a pocos centímetros de mi alcance. Yo la miro fijamente. Intento acercarme abriendo la boca y sacando la lengua para intentar alcanzarla, pero él me tiene cogida del pelo y no me deja llegar a ella. Al contrario. Tira de mí hasta separarme por completo, me obliga a mirarle a los ojos tirando hacia debajo de mi coleta y, con todo el desprecio del que le creo capaz, me dice, puta , y se va dejándome allí arrodillada.

Y aquí empieza mi viaje por terrenos que antes desconocía. Es oír cerrar tras de sí la habitación de su cuarto y romper a llorar. Es verme en el pasillo, tirada en el suelo, sola, humillada y rechazada, y empezar mi excitación a ser creciente, casi insoportable. Y ahí mismo no puedo evitar llevar mi mano por debajo de mi falda a la entrepierna, meter mis dedos por entre la tela de mis braguitas y, tras lo embarazoso de descubrirme encharcada, introducir mis dedos una y otra vez en mi coño mientras las lágrimas surcan mis mejillas y me sobreviene una y otra vez el recuerdo de Nino llamándome puta. Lo hago sin importarme lo más mínimo que él pueda salir de su habitación y sorprenderme ahí, tirada y como una perra en celo, masturbándome con desesperación. Pero no sale de su cuarto. Ni entonces, ni para ir a cenar, ni para ir al servicio antes de acostarse, ni para nada. Así que al final, agotada tras tirarme toda la tarde masturbándome y sintiéndome culpable, decido yo también acostarme.

Marca el reloj luminoso las 3 de la mañana cuando Nino enciende la luz de mi habitación y me despierta.

Eres una puta - me vuelve a repetir. Está de pie a un metro de la cama - Roberto es mi amigo, y tú eres su mujer. Yo estoy al cuidado de ti. Y tú has resultado ser una puta.

Me mira esperando mi respuesta. Yo siento una oleada de vergüenza y culpa. Y también de excitación.

Lo siento, Nino, yo

Te mereces un castigo – Yo asiento con la cabeza, sonrojada, con la mirada baja – Te voy a dar por ese precioso culo que tienes.

No digo ni que sí ni que no. Solo agacho la cabeza, avergonzada. Entonces él se acerca y, cogiéndome de la cintura suavemente, me guía para que me tumbe bocabajo. Yo obedezco mansamente.

¿Me va a doler? – le pregunto algo asustada, pues nunca nadie me lo ha hecho antes.

Te mereces que te duela.

Y yo callo porque sé que es verdad. Me lo merezco. A continuación me baja las braguitas hasta las rodillas, me tira del pelo hasta levantarme la cabeza, y poniéndome su mano extendida bajo mi boca, me ordena: escupe . Yo acumulo saliva en mi boca y la escupo en su mano, y él usa esa saliva para restregármela en el ano, mezclándola con los abundantes flujos que salen de mi coño y metiendo un par de veces el dedo para untarme bien. A continuación se sube sobre mí y, sacando del pijama con su mano su impresionante polla erecta, me pone el capullo contra mi ano virgen y empieza a presionar de forma suave, pero continua. Siento como mi esfinter se dilata a la fuerza para dar paso al invasor. Duele. Duele mucho. Su polla parece que no tiene fin, y yo siento cómo me llena el intestino. Me muerdo el labio conteniendo un quejido. Una vez dentro del todo, él se tumba sobre mi espalda y pone la cabeza junto a mi oído.

Si hubieras sido buena, no tendría que estar ahora castigándote.

Y empieza a moverse rítmicamente, metiendo y sacando su polla e incrementando el dolor. Yo aguanto sin más queja que un leve gruñido y un silencioso lloriqueo, más provocado por la humillación que por el dolor. Los minutos que está dentro de mí se me hacen interminables, hasta que al fin siento cómo me llena de un líquido viscoso y cálido que empieza a resbalar por mi entrepierna apenas sale de mí. Yo estoy tan excitada como dolorida.

¿Has aprendido ya lo que le pasa a las esposas putas? – me dice ya de pie, frente a la cama.

No contesto.

Te he hecho una pregunta.

Sí, Nino. Te prometo que no volverá a pasar. – lo digo bajito. Todavía con la cabeza gacha.

Cuando Nino se mete en el baño de mi cuarto voy directa a mi entrepierna. Estoy muy mojada. Me deshago del todo de mis bragas y me froto. Me froto rápido, para intentar correrme antes de que él salga. Me siento sucia y culpable, puta. Me sobo las tetas con la otra mano y las saco fuera de la camiseta ancha de tirantes que me pongo para dormir. Pienso en mi marido, y en Nino diciéndome que soy una mala esposa. Tiro tanto de la camiseta para liberar mis tetas que uno de los endebles tirantes se rompe, quedando la camiseta sujeta a mis hombros tan sólo de un lado y una teta al aire. Cuando Nino sale del baño y me pilla así, todavía no me he corrido.

No me lo puedo creer. Para ahora mismo.

Yo no puedo hacerle caso y cierro los ojos mientras froto más fuerte.

¡Te he dicho que pares!

Esta vez me lo dice tirándome del pelo. Haciendo que me incorpore de la cama donde estaba hecha un ovillo. Quitándome él mismo las manos de mi coño ansioso.

Déjame, Nino. Déjame acabar…por favor.

Se lo digo suplicante. Sonrojada. Desesperada. Él me sujeta hasta que yo, vencida, cedo la presión y me rindo. Me sienta entonces en la cama y se pone en frente mía.

No sé qué hacer contigo. Te castigo por portarte mal y cuando me voy la vuelta compruebo que sigues portándote como una furcia. ¿No te da vergüenza? ¿Acaso no piensas en tu marido? El, que siempre habla maravillas de ti, y tú no eres más que una ramera. ¿Crees que se merece que te comportes de esta manera?

No alcanzo a contestar. Sólo a negar con la cabeza mirando al suelo.

¿Acaso no te ha dolido que te abriera el culo? Dime. Contesta.

Sí. Me ha dolido mucho.

¿Y acaso no se te quitan las ganas de tocarte?

Vuelvo a negar con la cabeza. Mi excitación es más que evidente. Mentirle sería estúpido.

¿Es que estás buscando que te lo haga otra vez?

No, por favor – mi tono vuelve a ser suplicante – seré buena, Nino. No me tocaré, pero no me castigues otra vez.

No me fío de ti, Andrea. No me fío de que al salir por esa puerta tú no vayas a masturbarte.

Te prometo que no lo haré, Nino. De verdad.

La palabra de una puta no vale nada para mí. Levántate y busca algo con lo que pueda atarte esas manos de zorra.

Obedezco en seguida y me pongo a mirar por los cajones. Se me ocurre coger unas medias, pero lo descarto en seguida. Con unas medias cualquiera podría soltarse. Miro ahora en el armario y de repente me tropiezo con un trozo de cuerda que usé para atar mi maleta para que no se abriera. Se la doy y me pongo de espaldas a él, con las manos tras de mí. Él me ata concienzudamente y me dice que tengo toda la noche para pensar en lo que he hecho. Luego se va de mi cuarto dejándome ahí, atada, de pie, sin bragas, con la camiseta rota de un tirante y un pecho fuera. Excitada. Puta.

Apago la luz con la nariz y me tumbo en la cama. Me es difícil conciliar el sueño con la excitación. Me vienen a la mente un sinfín de imágenes del día y mi excitación pareciera que no tuviera techo. No puedo entender por qué razón me ha puesto tan caliente que me humille. No puedo entender por qué me gusta estar ahí, atada, sin poder aliviar mi sexo. Paso toda la noche maldurmiendo, teniendo sueños mezclados con imágenes acontecidas. Nino llamándome puta. Nino castigándome. Yo comiéndole la polla a Nino en el pasillo. Cuando amanece apenas he pegado ojo. Y cuando Nino entra a mi cuarto por la mañana yo llevo ya un par de horas completamente despierta. Y caliente.

¿Cómo estás? ¿Has podido dormir?

Su tono es suave, cariñoso. Poco se parece al tono severo de ayer.

No mucho. – le digo mientras me incorporo y quedo sentada en la cama.

Déjame ver. – y diciendo esto se acerca a mí y, suavemente me mete los dedos en la entrepierna. Yo abro más las piernas para facilitarle el acceso y él mete dos dedos en mi chorreante coño.

Andrea, todavía estás mojada.

Lo sé. Yo no quiero, Nino, de verdad, pero no puedo evitarlo.

No podré entonces desatarte, Andrea. Lo sabes ¿verdad? – No me lo dice enfadado. Al contrario. Su tono sigue siendo dulce.

Asiento con la cabeza.

Si lo hago empezarías a tocarte otra vez como una puta.

Vuelvo a asentir con la cabeza.

Hay que enseñarte a portarte bien, Andrea. A ser una buena esposa. A no masturbarte pensando en nadie que no sea tu marido. Y por supuesto a no buscar a nadie que no sea tu marido.

Asiento por tercera vez. Él me ha empezado a acariciar el pelo con ternura. Yo me recuesto sobre su pecho y me dejo acariciar. Con la otra mano me coge de la rodilla y de forma suave me abre un poco más las piernas, me vuelve a meter dos dedos que resbalan dentro de mi coño y, sin entretenerse más de unos segundos, los saca y me los lleva a la boca, abriéndose paso con ellos entre mis labios y mis dientes. Restregándolos por mi lengua.

Lo que no puede ser es esto, Andrea. Que estés así. Como una yegua.

Yo siento el sabor empalagoso y agrio de mi coño. Me avergüenzo. Él vuelve a coger flujo de mi entrepierna y a acercármelo a la boca. Ésta vez soy yo la que le lame los dedos, limpiándole de mi. Redimiéndome.

Paso la mañana sin saber muy bien qué hacer. Así, atada de manos, no tengo demasiadas posibilidades. Nino me sienta en su regazo para darme de desayunar leche con cereales con la paciencia de un padre y, cuando acabo, me limpia la boca con la servilleta, me pone de pie y me da una palmada en el culo mientras me dice, venga, ve a entretenerte por ahí, que tengo cosas que hacer . Yo doy vueltas por la casa, me tumbo en la cama, me siento en el sofá, sigo a Nino por las habitaciones. Él se acerca a mí de vez en cuando y me mira con una expresión interrogante. Yo, cada vez que lo hace, me sonrojo, agacho la cabeza y la muevo en señal de negativa, y él lleva entonces la mano a mi coño para comprobar que, efectivamente, aún estoy mojada.

Cuando llega la hora de comer se prepara la comida y come en la mesa del salón y, una vez ha acabado y recogido la mesa, me llama a sentarme de nuevo en su regazo y me da a mí de comer. Luego me deja que me acurruque en él mientras ve la tele en el sofá y me acaricia. El pelo, los hombros, el pecho que tengo fuera de mi camiseta rota, mi culo y mis piernas desnudas. Todo suavemente. Mi respiración se agita y gimo bajo su mimo, y él, sin detener su caricia, trata de calmarme diciéndome bajito, shhhhssss,tranquila, pequeña , mientras me besa en la frente, en el pelo y en la cara.

A media tarde suena mi teléfono móvil y mi corazón da un respingo. Mi marido. Nino lo coge de encima de la mesa y me lo pone al oído. Mi marido habla atropelladamente de todo lo que ha tenido que hacer a última hora. De lo contento que está por haber acabado y poder venir ya a buscarme. Me dice que mañana por la mañana estará aquí, que lo tenga todo preparado. Me dice que se muere por verme y me hace la misma pregunta de siempre. Sí, cariño – miento – me he portado bien . Apenas cuelgo el teléfono rompo a llorar.

Nino, tienes que ayudarme a ser buena. Yo sola no puedo.

Y dicho esto, busco su mano y escupo en ella. Me levanto, voy hacia la mesa y recuesto mi pecho sobre ella, dejando mi culo a disposición. Nino no dice nada. Sólo se levanta, se pone tras de mí y, como ya lo hiciera el día anterior, restriega mi saliva de su por mi ano, todavía dolorido. Después se desabrocha el pantalón con tranquilidad y se saca la polla. Abre mis cachetes con una mano y con la otra mano dirige su miembro hacia mi enrojecida abertura. Y empuja. Yo gruño. Duele más que ayer, pues aún mi esfínter no se ha recuperado. Nino empieza un metesaca que va subiendo de intensidad, y mi gruñido se vuelve cada vez más lastimero. Aguanta, pequeña, me dice. Yo siento sus cojones rebotando en mi coño y segrego más y más flujo, que con el movimiento se unta en su polla y hace que resbale mejor. Cuando está a punto de correrse, sus embestidas se vuelven violentas, casi insoportables, hasta que por fin explota dejándome un reguero de esperma saliendo de mi ano y resbalando por mi pierna. Una vez ha salido de mí, rodea la mesa hacia donde yo puedo verle. Buena chica , me dice con su polla ya semiflácida a escasos centímetros de mi cara. Y acto seguido la coge y la vuelve a meter en el pantalón, abotonándolo despacio mientras yo me quedo deseándola, queriendo habérmela tragado hasta la garganta.

Mas tarde, por la noche, cuando me deja otra vez arrebujarme en él, Nino aborda el tema que yo llevo evitando todo el día.

Andrea, mañana viene Roberto a por ti.

Ya lo sé.

¿Y qué es lo que propones que hagamos? Porque tú no has dejado de estar cachonda como una perra. – dice eso llevando otra vez la mano a mi coño, restregándola en mi abundante flujo, y luego llevándola a mi cara y metiéndola atropelladamente en mi boca, como para reafirmarse en lo que dice, como para ponerme de nuevo en evidencia.

No lo sé - digo cuando termino de lamer todo mi flujo.

Pues hay dos opciones. O bien hago la vista gorda, te desato, preparas tus cosas y te vas mañana como si no hubiera pasado nada, o bien se lo contamos todo a Roberto. Tú decides.

¿Y qué le contaríamos? – lo pregunto totalmente avergonzada. Mirando al suelo.

Pues la verdad, Andrea. Que te has portado mal y que te he tenido que castigar. Que venías buscando polla y por eso te he tenido que abrir el culo. Y que aún así, eres tan puta que eres capaz de dejar de estar caliente. Y que si no te hubiera tenido atada te habrías desgastado el coño.

Sus duras palabras hacen que me sienta más humillada. Y excitada. Pienso en mi marido, en lo bien que se ha portado siempre conmigo, y pienso en lo puta que soy yo, incapaz de controlar mi coño babeante. Pienso en Nino, en cómo me castiga firmemente como me merezco y cómo me hace ver lo puta que soy al excitarme con ello. Pienso que a partir de ahora nada puede ser igual, puesto que ya que se ha desatado mi instinto no tardaría demasiado en ir a buscar una polla que meterme a la boca a espaldas de mi marido. Pienso que quizá Roberto se merezca saber la clase de esposa que tiene.

Le contaremos la verdad – digo aún con la cabeza gacha.

Sabes que se enfadará ¿verdad? – me lo dice cogiéndome suavemente de la barbilla y obligándome a mirarle.

Sí.

Y que te castigará.

Sí.

¿Y aún así estás dispuesta?

Sí.

Bien, pequeña. En ese caso cuando Roberto llegue mañana te entregaré así, atada, tal y como estás, y que él decida lo que quiere hacer contigo. ¿Te parece bien?

Asiento con la cabeza mirándole tímidamente a los ojos. Y luego le hago la pregunta que me lleva dando vueltas todo el día en la cabeza.

*¿Y si no consigo ser una buena esposa, Nino? ¿Y si no puedo dejar de estar caliente y de desear cosas que no debo?

En ese caso habrá que enseñarte a ser una puta dócil y obediente.

Haré todo lo que se me ordene. Lo prometo.

Buena chica. Estoy orgulloso de ti.*

Y dicho esto me besa en los labios suavemente, me vuelve a llevar la mano al coño y me acaricia pasando los dedos alternativamente de la vulva al clítoris, tan acertadamente, que apenas tardo un par de minutos en deshacerme en el ansiado orgasmo que llevo tanto tiempo acumulando entre mis piernas.