La bolsa del supermercado.
Una nueva historia que terminé de escribir en el mes de Febrero y que espero sea del agrado de mis lectores que podrán ver como, a cuenta de la rotura de una bolsa en un supermercado, solucionó su vida sexual.
Desde el momento en que se produjo mi primera e inesperada eyaculación nocturna he llevado una vida sexual bastante activa contando para ello con la inestimable ayuda de un carácter abierto y un atractivo físico bastante destacable para el sexo femenino que, en algunas ocasiones, me ha dedicado epítetos como “macizo” ó “tío bueno”. Soy un hombre de cabello moreno que me gusta llevar ligeramente largo, agradable en el trato, alto, de complexión normal, simpático y estoy dotado de una chorra de buen tamaño de esas que, como alguna hembra me ha indicado, “quitan el hipo”.
No dispuse de mucho tiempo para “cascármela” en solitario ya que, a temprana edad, comencé a mantener relaciones sexuales con una vecina alta, delgada, morena y provista de unos bonitos ojos, llamada Leonor, que me doblaba la edad y tenía novio con el que había previsto casarse, después de más de cinco años de relaciones, en la primavera del siguiente año. Leonor siempre me había parecido una joven demasiado recatada, de esas que da la impresión de que no se las mueve la ropa ó de que son incapaces de tirarse un pedo por temor a manchar la braga, pero en pocas semanas iba a tener ocasión de comprobar que era realmente viciosa puesto que, aprovechando que pasaba buena parte de mi tiempo libre en su casa junto a Azucena, su hermana pequeña y suponiendo que estaba perfectamente capacitado para el sexo, en cuanto se presentó la ocasión me propuso quedar en la vivienda que su novio había comprado con el propósito de convertirla en su residencia tras el enlace matrimonial y que estaban acondicionando y amueblando, para mantener contactos sexuales. Como tenía muchas ganas de iniciarme en el sexo, no dudé en aceptar acordando que nuestra primera cita se produciría al día siguiente por la tarde. Me encontraba sumamente nervioso pero no fue obstáculo para que, visiblemente complacido, me “pusiera” a tope al verla desnuda y al poder tocarla sus prietas y tersas tetas y su húmeda raja vaginal mientras Leonor demostraba estar de lo más entusiasmada por las excepcionales dimensiones de mi cipote y el grosor de mis cojones que me tocó repetidamente antes de proceder a moverme el nabo con su mano durante un par de minutos para que llegara a su máxima erección con la intención de bajarme toda la piel y contemplarlo en todo su esplendor mientras me chupaba la punta y me pasaba en varias ocasiones su lengua por la abertura. Pero cuándo procedí a echarme sobre ella y se lo “clavé”, me pareció delicioso, sentí un gusto enorme y eyaculé con suma rapidez. A Leonor la agradó sentir caer en su interior mis abundantes, espesos y largos chorros de leche pero lo que no la complació fue que se los echara con semejante celeridad. Pensando que había sido consecuencia de mi primera vez y que no podía desaprovechar la oportunidad de disfrutar de un miembro viril de semejante grosor y largura, decidió darme otras oportunidades al considerar que, a medida que me fuera acostumbrando a aquella actividad sexual, mi eyaculación se iría demorando por lo que me propuso encontrarnos allí todos los martes y jueves por la tarde. Así lo hicimos pero la historia se repetía una y otra vez. A Leonor, a pesar de que se mojaba con facilidad, la costaba mucho “romper” mientras que yo continuaba eyaculando con demasiada rapidez por lo que no la daba tiempo a llegar al tan ansiado orgasmo. No se me ocurrió aprovechar que mi pene se mantenía erecto para continuar cepillándomela después de echarla la leche y en cuanto “descargaba”, no tardaba en sacárselo y dar por concluida la sesión. Se lo metí en múltiples posiciones e incluso, Leonor optó por dejar de tocarme antes de la penetración pero todo resultó inútil y aunque quedaba satisfecho, a ella siempre la dejaba con ganas. La relación duró unos cuatro meses hasta que un día me comentó que, aunque su novio tenía la picha mucho más pequeña y echaba unas cantidades de leche considerablemente inferiores a las mías, tardaba bastante tiempo en eyacular lo que la permitía disfrutar de un gusto mayor que al hacerlo conmigo, que prácticamente se limitaba a los instantes en que se la metía y la mojaba, con lo que alcanzaba el clímax la mitad de las veces que se la follaba por lo que me pidió que “corriéramos un tupido velo” y nos olvidáramos por completo de lo que había sucedido entre nosotros en los últimos meses.
El problema surgido a causa de mi eyaculación precoz hizo que me acomplejara bastante y que, aunque dispusiera de la oportunidad de tirarme a algunas chicas, entre ellas a Azucena que parecía estar en buena disposición para ello especialmente el día de la boda de Leonor, tuviera que reprimirme a pesar de encontrarme casi seguro de que, a su edad, no las hubiera importado demasiado que las echara la leche con celeridad.
Pasaron casi dos años hasta que comencé a mantener otra relación seria. Alicia, la atractiva y sugerente madre de uno de mis amigos, era una mujer alta, delgada y rubia de unos treinta y cinco años que me vio en dos ocasiones la pilila. La primera fue en el vestuario de una piscina municipal que, al no disponer de otro libre, estaba compartiendo con su hijo. La fémina pensando que dentro estaba sólo Tomás, que así se llamaba el chico y al no disponer en condiciones de uso de ningún tipo de cierre que permitiera preservar nuestra intimidad, abrió la puerta y pasó a su interior con intención de facilitarle ropa interior seca en el preciso instante en que me acababa de despojar del traje de baño y me encontraba completamente desnudo. Alicia alargando su mano con el calzoncillo hacía el lugar en el que se encontraba situado su hijo mantuvo su mirada fija en mi pirula tardando varios segundos en reaccionar para, disculpándose, abandonar el vestuario.
Pocas semanas más tarde decidimos celebrar con una merienda en el campo el cumpleaños de uno de nuestros mutuos amigos y al juntarnos un nutrido grupo de chicos y chicas, Alicia fue una de las madres que se ofreció a asistir para intentar evitar que se nos pudiera pasar por la cabeza el desmadrarnos más de lo debido ó el mantener cualquier tipo de contacto sexual con las chavalas. En un momento determinado sentí ganas de mear y separándome unos metros del grupo, me dispuse a “regar” un árbol con mi abundante micción. En ello estaba cuándo me percaté de que Alicia me había seguido y abierta de piernas, me miraba fijamente. Mientras mis chorros de pis salían al exterior, se acercó más y me dijo:
“Tienes un salchichón tan tremendamente grande y gordo que te puedo asegurar que como el tuyo existen muy pocos” .
Aún estaba meando cuándo la hembra, tras hacer que separara las mías, me agarró el pito con su mano derecha y me lo sostuvo hasta que, al acabar de salir pis, procedió a movérmelo con bastante más intención que la de hacer que expulsara las últimas gotas mientras me introducía la izquierda por el calzoncillo, me apretaba los cojones y me decía:
“Que gordos están y la cantidad de leche que tiene que haber dentro de ellos” .
Aquel día no sucedió nada más puesto que Alicia, después de ponérmela bien tiesa, se separó de mí y pude volver a colocar la polla dentro del calzoncillo y del pantalón para unirme, de nuevo, al resto del grupo sin que, a pesar de que me había gustado, diera más importancia a lo sucedido pero la mujer comenzó a acosarme hasta que accedí a acompañarla a su domicilio con el propósito de enseñarla el rabo para que pudiera disfrutar de él con total tranquilidad. En cuanto llegamos a su vivienda Alicia se encaminó hacía su habitación después de indicarme que la esperara en el salón no tardando en unirse a mí sin más ropa que una braga de color negro llena de encajes. Me desnudó y procedió a tocarme hasta la saciedad los huevos y la verga antes de decidirse a movérmela despacio con su mano lo que no impidió que, en pocos segundos, soltara una impresionante cantidad de lefa que, en espesos y largos chorros, salió en todas las direcciones. Alicia se mostró gratamente complacida por tan copiosa eyaculación y me dijo que nunca había visto echar una cantidad semejante de leche. Después y sin dejar de tocármela, me indicó que mi chorra era algo así como un diamante en bruto que había que pulir para que, a través del sexo, pudiera llegar a reventar de gusto a muchas féminas.
De esta manera empecé a visitarla prácticamente a diario. Alicia se encargaba de sobarme y de tocarme los genitales todo lo que la daba la gana antes de proceder a “ordeñarme” manualmente hasta que lograba hacerme eyacular. Unos días la gustaba ver la gran potencia con la que salía mi leche y como se iba depositando en todos los sitios mientras que otros la encantaba recibirla en las tetas y en la cara diciéndome al mismo tiempo que se la extendía con las manos que, según había oído comentar a ciertas hembras, era la mejor crema que se conocía para mantener la piel joven y tersa. La mujer se convirtió, poco a poco, en mi instructora sexual cortándome una y otra vez la corrida haciendo una fuerte presión con sus dedos en forma de tijera en la base del cipote para evitar que eyaculara precozmente hasta lograr que aprendiera a retener la leche y tardara un tiempo más que prudencial en echarla y que, al hacerlo, soltara una cantidad aún mayor. Después comenzó a apretarme con fuerza los cojones para que la eyaculación se retrasara un poco más y a forzarme un día tras otro para que mi cuerpo se tuviera que aclimatar a echar varios polvos en la misma sesión de forma que, cuándo aún no se había cumplido el primer año de nuestra relación y aunque en las ocasiones en que me encontraba sumamente salido la llegaba a soltar por quinta vez, empezó a resultar de lo más normal que echara la leche tres ó cuatro veces y aunque la primera siempre era la más rápida, a partir de la segunda el gusto previo se incrementaba de una manera considerable originando que, al terminar de echar la lefa, sintiera tal necesidad de mear que no podía evitar hacerme pis, en abundantes y copiosos chorros repletos de espuma, que la gustaba recibir en la boca mientras me chupaba el nabo que, para entonces, se mantenía tieso y con el capullo bien abierto incluso cuándo se encontraba en reposo.
A pesar de que con el paso del tiempo se convirtió en algo rutinario, todos los días acudía a su domicilio ilusionado y con ganas de que Alicia me sacara en tres ó cuatro ocasiones la leche hasta dejarla las tetas, los hombros, la cara y el pelo bien empapados en mi lefa y la garganta perfectamente mojada con mi pis. Había días en que me encontraba con la grata sorpresa de que me chupaba el pene lentamente, con mucho esmero y evidentes ganas de disfrutar de mi miembro, haciendo que la echara en la boca dos buenas raciones de leche y alguna de mis meadas que degustaba e ingería a medida que las recibía. Pero comenzó a pensar que más pronto ó más tarde me iba a terminar cansando y que buscaría nuevos alicientes para nuestra relación como el penetrarla posibilidad que ella, que continuaba haciéndome las mamadas y las pajas en braga, no había llegado a plantearse. Para evitarlo decidió convencer a su hermana Eva, que tenía cinco años menos que Alicia, era tan guapa y sensual como ella y acababa de separarse después de un corto matrimonio, para que tomara parte en nuestra actividad sexual y alternándose, cada una de ellas me sacara en dos ocasiones la leche. De esta manera y mientras Alicia se encargaba del “ordeño”, Eva se colocaba en cuclillas sobre mi boca para que la comiera la almeja y viceversa. Pocas semanas más tarde optamos por suplirlo por unos más cómodos y exhaustivos sesenta y nueve. A ambas las costaba bastante “romper” pero, en cuanto alcanzaban el clímax por primera vez, se convertían en unas autenticas máquinas disfrutando de un orgasmo tras otro hasta que, de autentico gusto, se meaban al más puro estilo fuente en mi boca. Como nunca había sentido asco ó repugnancia por el pis femenino me habitué con facilidad a beberme íntegras sus micciones disfrutando de su olor y sabor característicos.
Eva, aparte de comentarme que una magnífica forma de reventar de gusto a una hembra era el cepillársela con movimientos circulares y haciendo la mayor presión posible al tener la picha totalmente introducida en su chocho, me enseñó que la mejor manera de conocer si una mujer era una golfa deseosa de sexo consistía en meterla, antes de tener cualquier contacto sexual con ella, el dedo gordo en el ojete y mantenerlo en su interior durante unos minutos sin dejar de hurgarla a conciencia y con fuerza en todas las direcciones. Según me indicó, la fémina que se opusiera a que la introdujera el dedo ó que, enseguida, empezara a quejarse de que no la agradaba ó que la hacía daño, no tardaría en mostrarse estrecha ó seca mientras que a aquellas a las que las encantara podría hacerlas todo lo que quisiera puesto que apenas pondrían ningún límite a nuestra relación. Asimismo, me dijo que no llegara a considerar que había poseído a ninguna hembra hasta lograr darla regularmente por el culo y a pesar de que, al igual que su hermana, no se mostraba demasiado dispuesta a que llegara a penetrarla me fue instruyendo en ciertas modalidades sexuales como sacar el máximo provecho de un buen par de tetas y efectuar el fisting vaginal, que la realicé en múltiples ocasiones.
Aunque me encontraba perfectamente servido de lunes a viernes por Alicia y Eva, durante los fines de semana no quedaba con ellas y como habían conseguido que siempre estuviera salido y me había habituado a que la leche no permaneciera retenida durante demasiado tiempo en mis huevos me propuse echarle cara al tema sexual con mis compañeras del colegio y las chicas que formaban parte de la pandilla con la que salía. No me costó demasiado conseguir que varias de ellas me tocaran los cojones y me hicieran pajas pero muy pocas se mostraron en disposición de realizarme mamadas. Al no disponer de sitio ni de dinero para llevarlo a cabo con más intimidad en la habitación de un hotel ó una pensión, me la tenían que “cascar” a plena luz del día y con el pantalón y el calzoncillo a la altura de los tobillos en el campo; en las orillas del río escondidos entre los arbustos; en un local abandonado que solían frecuentar jóvenes con propósitos similares ó en un callejón mal iluminado, que conocía desde hacía bastante tiempo y en el que por la noche se reunían un buen número de parejas con fines sexuales. Cuándo alguna se decidía a chuparme la pilila comencé a darme cuenta de que, al contrario de lo que sucedía con Alicia y Eva, eran incapaces de metérsela entera en la boca y que si las forzaba para que lo hicieran, empezaban por sentir un montón de náuseas y acababan devolviendo y sin ganas de seguir mamándomela por lo que me tuve que conformar con que se introdujeran en la boca poco más de la mitad del “instrumento”. La mayor parte de ellas se oponían a que eyaculara en su orificio bucal y aunque hubo veces en que las eché el primer chorro de leche, se la extraían apresuradamente para evitar recibir más; otras pretendían que se la echara íntegra para después escupirla pero, en cuanto veían la cantidad de lefa que soltaba y las caía en el gaznate, no las quedaba más remedio que ingerirla aunque más de una vomitara acto seguido y las menos se mostraban encantadas de que se la echara para poder degustarla y tragársela. No tardé en “recompensar sus servicios” a las chavalas que más me gustaban y sabían darme mayor placer realizándolas en el mismo lugar una exhaustiva comida de coño que no solía abandonar hasta que conseguía que se mearan en mi boca ya que el pis femenino se había llegado a convertir en el líquido más apetecible y delicioso que podían darme. En esa época y siempre que era posible, me gustaba quedarme con sus prendas íntimas que en algunos casos intercambiaba con mi calzoncillo, que comencé a guardar en plásticos transparentes en el trastero de mi domicilio y aún conservo, sintiendo una especial predilección por las que usaban las jóvenes más cerdas ó aquellas que no habían adquirido la costumbre de cambiarse diariamente de ropa interior lo que originaba que su braga conservara un destacable olor a seta además de que muchas veces me encontraba con alguna sorpresa en forma de humedad vaginal ó de no haberse limpiado demasiado bien después de mear ó defecar.
A pesar de que ardía en deseos de probar mi potencia sexual en la penetración me resultó más costoso el conseguir “clavársela” vaginalmente puesto que la mayor parte de las chavalas se oponían rotundamente al entender que, antes de llegar a ello, tendríamos que formalizar una relación mucho más sería mientras que otras no me ocultaban sus temores a que, a cuenta de las dimensiones de mi pirula, pudiera llegar a producirlas desgarros vaginales ó a que al “descargar” muy profundo aumentara la posibilidad de dejarlas preñadas. Conseguí convencer a tres chicas deseosas de conocer las sensaciones de las que podían disfrutar teniendo mi pito en su interior pero me pusieron la condición de metérselo enfundado en un condón. Aparte de que una de ellas disponía de una raja vaginal bastante estrecha y me veía obligado a introducírsela casi a presión, era muy complicado encontrar preservativos del tamaño apropiado; resultaba difícil ponérmelos sin que se rompieran incluso cuándo la polla se encontraba en un “supuesto” estado de reposo y como no eran de calidad, al llegar a la máxima erección solían desgarrarse por lo que, al “descargar”, era igual que si lo hiciera sin protección y con total libertad en el interior de su almeja. Para colmo en varias ocasiones el condón se quedó dentro del órgano sexual de la chavala por lo que, con la ayuda de mis dedos y a base de paciencia, tenía que localizarlo y extraérselo. Una vez más, la falta de dinero ocasionó que no pudiera solucionar el problema haciéndolas tomar anticonceptivos, que aún eran escasos y caros por lo que considerábamos que sólo estaban al alcance de unas pocas privilegiadas por lo que me tuve que ir amoldando a lo que cada chavala me pedía y a una se la tenía que extraer al sentir el gusto previo para echarla la leche fuera del chocho, limpiarme el rabo en su braga ó en su “felpudo” pélvico al acabar de soltar la lefa y volver a penetrarla mientras otra conseguía anticonceptivos de sus hermanas mayores, que la mayoría de las veces las quitaba y la tercera usaba un método más natural dándose un exhaustivo baño vaginal en los horas posteriores a la conclusión de la relación sexual. Al final, no dejé preñada a ninguna y fue un periodo en el que solté libremente la leche dentro de la boca y del coño de buen número de chicas y me hice con un gran surtido de prendas íntimas femeninas con el que pude ampliar mi colección.
Pero una actividad sexual tan frecuente y en muchos casos rutinaria originó que, ligeramente cansado de tanta relación de tipo hetero, decidiera mantener mis contactos con Alicia y Eva al mismo tiempo que realizaba una incursión en el sexo homosexual después de comprobar que dos compañeros de estudios, uno de ellos aparentando ser muy machote y el otro tan afeminado que usaba braga y en la intimidad le gustaba vestirse con la ropa de sus dos hermanas, se encontraban dispuestos a chuparme la verga en cuanto se lo indicara. Los dos, aunque el afeminado se esmeraba más, lograron darme casi tanto gusto como las hembras y aunque no les resultaba fácil el aclimatarse a su tamaño, les obligué a introducirse entera la chorra en la boca sin mostrar la menor oposición a que “descargara” en su interior toda la leche que quisiera. Más adelante y tras integrarse en aquella actividad sexual uno de mis amigos, me decidí a completar las mamadas dándoles por el culo al mismo tiempo que les movía el cipote para sacarles la lefa, que casi siempre echaban en pequeña cantidad, durante el proceso. Conseguí adquirir una gran experiencia en el sexo anal y descubrí que era habitual que la punta del nabo se quedara aprisionada, desde que lo dilataba, en el intestino por lo que, para poder extraérsela, había que esperar a que, después de la eyaculación ó eyaculaciones, perdiera parte de su erección. Asimismo, resultaba bastante normal que, sobre todo el afeminado, liberaran su esfínter mientras les enculaba y que, tras mojarles con la leche y el pis, en cuanto lograba sacarles el pene se produjeran unas impresionantes defecaciones.
Aquella incursión en el sexo homosexual no duró demasiado puesto que, en la facultad en la que realizaba mis estudios universitarios, una de mis compañeras me habló de que la encantaría ver a su novio poseído por otro hombre. Me ofrecí a complacerla con la condición de que, después de darle por el culo, pudiera follármela. La joven aceptó y hasta se ocupó de buscarme “clientela” con unas ideas similares a las suyas entre sus amistades y conocidos por lo que los fines de semana me dediqué a esta mezcla de sexo hetero y homosexual con la que acababa tirándome a la chavala que solía encontrarse realmente excitada después de ver como su chico me chupaba la picha hasta después de recibir mi lefa en su boca ó no perderse el menor detalle de cómo le daba por el culo. A algunas las gustaba obtener fotografías durante el proceso, eso sí evitando sacar nuestras caras, para conservarlas como un autentico tesoro y poder enseñárselas a sus amigas que se deleitaban viendo mi pilila bien tiesa; el proceso de penetración en el ojete del joven y como le daba por el culo; el momento en que le extraía la tranca ó lo dilatado que le quedaba el ano al acabar llegando, incluso, a fotografiar las memorables cagadas que se producían. Después y como si se tratara de una dócil corderita, solía hacerla lo que me daba la gana y si la potencia sexual de su amigo ó novio era la adecuada, más de un día acabábamos penetrándola al mismo tiempo por delante y por detrás.
Aunque llegué a disponer de mucha variedad a la hora de escoger, este tipo de relaciones nunca duraba más que unas semanas ó unos meses por lo que me decidí a volver al sexo hetero para poder cepillarme con cierta regularidad durante los fines de semana a dos atractivas amigas, jóvenes y rubias, llamadas Elvira y Vanesa que, de inicio, me pareció que se encontraban demasiado centradas en el sexo lesbico en grupo pero que, en cuanto decidí follármelas por separado, resultaron ser unas “yeguas” excelentes a las que las encantaba que me mostrara sádico y ligeramente violento con ellas. Además de prodigarme en la práctica sexual anal, fueron las dos primeras mujeres con las que mantuve relaciones en usar asiduamente tanga, prenda íntima que aún no había llegado al auge actual y siempre intentaron complacerme poniéndose ropa ceñida, corta y escotada. La relación duró algo más de un año hasta que, para completar sus estudios y empezar a trabajar en prácticas, se vieron obligadas a desplazarse a otra ciudad.
Mi padre falleció repentinamente meses más tarde. El hecho de que, al no encontrar un trabajo en consonancia con mi titulación, le hubiera estado ayudando, sin retribución económica, en el suyo me facilitó que, al principio con contratos a tiempo parcial y más tarde haciéndome fijo a jornada completa, lograra hacerme con el puesto que ocupaba mi progenitor en el que continuo hoy en día.
Cuándo se produjo la defunción de mi padre continuaba manteniendo relaciones, aunque no tan frecuentes como antes, con Alicia y Eva. Esta última llevaba varios meses viviendo con su nueva pareja que no tardó en dejarla preñada y después de parir no fue tan asidua a nuestras citas. Alicia se decidió, finalmente, a quitarse la braga y abrir bien sus piernas para que pudiera “clavársela” con el propósito de hacerla el “bombo” que su marido, tras engendrarla a Tomás, había sido incapaz de concebirla en sus años de matrimonio. La fémina se había sometido en los meses precedentes a varios tratamientos para incrementar su fertilidad por lo que necesité pocas semanas para dejarla preñada y por partida doble. Durante el embarazo se convirtió en la hembra más viciosa que había conocido pero, desde el momento en que parió, decidió olvidarse de todo para centrarse en sus hijos lo que originó que, después de haber mantenido contactos durante años, nuestra relación acabara.
Para entonces llevaba prácticamente un año escribiéndome con una chica llamada Aranzazu con la que había entrado en contacto a través de una revista juvenil, que era cinco meses mayor que yo y residía a casi doscientos kilómetros de distancia. Aquel largo periodo epistolar nos permitió conocernos y que fuéramos buenos amigos cuándo la joven, viendo que estaba bastante atado por mi trabajo y los cuidados que mi madre precisaba y que no podía desplazarme con tanta facilidad como hubiera deseado, decidió que era el momento idóneo para venir a conocerme. La chavala, de cabello moreno y de altura y complexión normal, resultó ser una autentica preciosidad, mucho más atractiva, guapa y seductora al natural que en las fotografías que me había enviado. Me gustó tanto que durante aquella estancia me decidí a proponerla, unos minutos antes de subir al tren que la iba a llevar de regreso a su localidad de origen, hacernos novios cosa que no dudó en aceptar por lo que nos despedimos dándonos el primer beso en la boca. A pesar de que no era con demasiada frecuencia puesto que Aranzazu también tenía que trabajar la mayoría de los sábados, en cuanto surgía la ocasión nos desplazábamos para poder pasar juntos el fin de semana cogiendo habitaciones con cama de matrimonio en los hoteles en los que nos alojábamos para mantener relaciones sexuales. La chica, que siempre estaba mojada y disponía de unas buenas tetas y una abierta y amplia raja vaginal, no demostraba demasiado interés por chuparme la pirula ó hacerme pajas y lo que la gustaba era que me la tirara tumbado encima de ella ó colocada a cuatro patas de manera que, en poco más de media hora, la echara tres polvos y un par de meadas para que, después y con sus fuerzas bajo mínimos, procediera a rematarla metiéndola el puño en la seta para hacerla un exhaustivo fisting vaginal hasta que estaba completamente seguro de haberla “vaciado” ó me pasara un montón de tiempo comiéndola la almeja haciendo que alcanzara orgasmos bastante secos que llegaban a resultarla dolorosos. Eso sí, la encantaba “cascármela” en lugares con morbo como cuándo íbamos al cine ó a el reservado de un pub con escasa iluminación que solíamos visitar con frecuencia cuándo me desplazaba a su lugar de residencia.
Recuerdo con especial agrado que una tarde, después de comer, estábamos sentados en el sofá de su casa viendo la televisión cuándo Aranzazu decidió acostarse colocando su cabeza en mis piernas. No tardamos en juntar nuestros labios para besarnos llenos de pasión. Aquellos besos eran tan largos que opté por aprovecharlos para “meterla mano” y lo primero que hice fue desabrocharla la blusa para poder tirar hacia arriba de las copas del sujetador, liberar sus tetas y poder sobárselas. No sé, aunque debió de ser bastante, el tiempo que estuve ocupado con su “delantera” pero cuándo me cansé pensé que entre sus piernas tenía algo mucho más apetitoso por lo que la fui subiendo la falda, la hice abrir bien las piernas e introduciendo mi mano por la braga, la empecé a acariciar la raja vaginal que estaba muy húmeda y no tardó en convertirse en un autentico río lo que originó que, entre beso y beso, la metiera de golpe tres dedos y comenzara a masturbarla lentamente. Aranzazu tardó escasos segundos en reaccionar a mis estímulos y sus contracciones pélvicas y el levantar continuamente el culo, delataron que estaba llegando al primer orgasmo. Desconozco el número de veces que pudo alcanzar el clímax pero me pasé casi una hora con mis dedos dentro de su chocho al mismo tiempo que con la palma de la mano ejercía presión en su clítoris y en su poblado “bosque” pélvico. La chica echó un gran cantidad de flujo y pis sin importarla estar empapando no sólo la braga y la falda sino también el sofá y no paré hasta que me indicó que era incapaz de correrse más al no quedarla líquido en su interior por lo que me pidió que la llevara una botella de agua que se bebió entera.
Después de reponerse; limpiarlo todo y dejarlo como estaba al principio; cambiarse de braga y sustituir su empapada falda por un ceñido pantalón, cuándo salimos a dar un paseo se había hecho de noche. Además de beber agua en cantidad y de decidirnos a cenar fuera de casa, me sacó la leche en tres ocasiones. La primera vez me la chupó en el water de señoras de una cafetería; la segunda me hizo una paja en el reservado del pub al que solíamos ir y la tercera, de madrugada, en plena calle y de cara a uno de los muros del cementerio de la localidad, procedió a volvérmela a “cascar” antes de regresar a su domicilio donde, aprovechando que estábamos solos puesto que sus padres se encontraban fuera al haber ido a visitar a su hermano, no tardamos en meternos en la cama de su habitación para disfrutar de una noche apoteósica en la que descubrí que, tras echarla cuatro polvos, necesitaba una hora escasa para estar en condiciones de soltarla más y que, aunque cada vez necesitara emplear más tiempo y me salían más aguados, el gusto previo a la eyaculación se iba incrementando de tal manera que los últimos, además de echarlos con una suavidad impresionante, me hicieron sentir un placer increíble. Esa noche me la cepillé en todas las posiciones que se me ocurrieron mientras Aranzazu, que no había parado de beber agua, no dejaba de mearse aunque en lo que más me prodigué fue en follármela colocada a cuatro patas mientras que la joven encontraba de lo más excitante el cabalgarme. El domingo al mediodía, cuándo ni el coño de Aranzazu ni mi pito daban para más, la realicé toda clase de hurgamientos anales con uno, dos y tres dedos. Estoy seguro de que si la polla se me hubiese vuelto a poner tiesa y hubiera dispuesto en aquellos momentos de una potencia sexual mínima la hubiera desvirgado y muy a gusto, el culo pero necesitaba descansar durante un buen rato para que el rabo fuera capaz de adquirir su erección total y los cojones se llenaran de leche por lo que la hurgué y la hurgué hasta que Aranzazu, poniéndose a cuatro patas, se meó en mi boca para que pudiera beberme su pis sin dejar que se desperdiciara una gota antes de que defecara con lo que me permitió entrar en contacto con la caca femenina dando debida cuenta de dos folletes bastante largos y gordos y un tercero más fino que, a pesar de su fuerte olor y de su amargo sabor, me parecieron el más exquisito de los manjares.
Estábamos tan exhaustos que, en cuanto la joven se acostó dándome la espalda y la coloqué la verga más bien “fofa” en la raja del culo, nos quedamos dormidos manteniéndola bien apretada la seta con mi mano. Al despertarnos nos dimos cuenta de que eran casi las siete de la tarde por lo que nos levantamos apresuradamente para, sin comer y con unas ganas enormes de mear, vestirnos, recoger con prisas mi equipaje y salir corriendo hacia la parada del autobús en el que, a las siete y medía, tenía que emprender el viaje de regreso a mi domicilio.
Desde aquel día cada vez que Aranzazu me visitaba, alargábamos y muchas veces sin el menor sentido práctico, su estancia durante unas horas con lo que llegamos a poner en peligro su continuidad en el trabajo ya que varios lunes se incorporaba a él un poco antes de que acabara la jornada matinal. Aunque cuándo estábamos juntos dejaba que me desfondara, logró que mi deseo sexual se redujera y que, aunque algunos días me la tuviera que “cascar” en solitario al igual que ella se “hacía unos dedos”, llevara una vida sexual más ordenada. Como nuestra compenetración era perfecta empezamos a pensar en casarnos. Aranzazu, basándose en ello, pidió su traslado para poder vivir de continuo conmigo. La contestaron que sería inmediato en cuanto pudiera acreditar la fecha prevista para el enlace matrimonial con la oportuna certificación civil ó eclesiástica.
Unas semanas más tarde decidió abrir una cuenta bancaria para ir ahorrando de cara a nuestra boda lo que ocasionó que tuviéramos nuestras primeras desavenencias y disputas graves ya que, aunque sus padres me conocían desde prácticamente el principio de nuestra relación y aparte de ser siempre bien recibido me había convertido en uno más de la familia en las cenas de celebración de sus cumpleaños, a mi madre no la había hablado de mi noviazgo y como seguía entregándola casi íntegro mi sueldo, mis aportaciones resultaban mínimas mientras Aranzazu depositaba todos los meses la mitad de su salario. Para obtener unos ingresos extraordinarios pensé en explotar debidamente mi potencia sexual y el encontrarme tan bien dotado convirtiéndome en un semental pero la suerte no me acompañó y las dos primeras hembras a las que tuve que tirarme, además de ser feas, viejas y tener un culo sumamente voluminoso cosa que nunca me ha agradado, no resultaban precisamente lo ideal para excitarme y hacer que rindiera de acuerdo con mis posibilidades por lo que, en menos de una semana, abandoné esta faceta. Aranzazu se enfadó mucho cuándo se enteró de ello y me dijo que lo que tenía que hacer era hablar de una vez con mi progenitora de lo nuestro. Lo preparé todo para el día de San José hacernos los encontradizos con mi madre, mi hermana, mi cuñado y mis sobrinas pero una inoportuna gripe de su madre la impidió desplazarse de lo que me llegué a alegrar puesto que de haber llevado a cabo mis planes en esa fecha, que era mi cumpleaños, se hubiera convertido en una jornada desagradable y gris y no hubiera podido celebrarlo ni con mi familia ni con mi novia. Después cometí el tremendo error de aprovechar el siguiente desplazamiento de la chica para llevarla a mi casa y presentársela de sopetón a mi madre a la que no gustó nada mi manera de actuar ya que, según me dijo, tenía que haberla puesto en antecedentes para decidir si la recibía ó no. Aranzazu no llegó a recriminarlo puesto que consideraba que no existía otra persona mejor que yo para conocer a mi progenitora pero pareció estar de acuerdo con ella al decirme que no había actuado de la forma más correcta. Pero lo peor de todo fue que a mi madre no la gustó el lugar de nacimiento y de residencia de la joven y cerrándose en banda, se negó a recibir a sus padres cuándo estos se desplazaron con Aranzazu para intentar arreglar la tensa situación que se había producido hablando con ella hasta hacerla ver que no eran tan mala gente como pensaba por el simple hecho de residir en un determinado emplazamiento geográfico. Desde entonces la relación se resintió y el hecho de estar lejos el uno del otro no nos ayudó en nada hasta que Aranzazu decidió romperla. Dejé pasar unas semanas antes de intentar en múltiples ocasiones hablar con ella tanto por teléfono como en persona pero no quería coger el aparato, no abría la puerta ó se negaba a charlar conmigo con calma. A través de una amiga suya me enteré, varios meses después, de que había tenido un hijo que tenía que ser mío y que a las pocas semanas de parir su madre, que había mantenido en secreto la enfermedad, había fallecido a cuenta de un proceso vaginal irreversible y que, durante el entierro, su padre sufrió un derrame cerebral que no le había matado pero le había hecho perder completamente la cabeza. En cuanto me enteré intenté hablar, de nuevo, con Aranzazu pero me encontré con la desagradable sorpresa de que había cambiado de domicilio y tampoco pude contactar con su amiga por lo que no he vuelto a tener la menor noticia de ella.
Lo acontecido hizo que sufriera un proceso depresivo que me duró más de un año obligándome a recibir ayuda tanto psicológica como psíquica. Cuándo mi evolución empezaba a ser favorable falleció mi madre, a la que consideraba responsable de que no hubiera acabado casándome ó formando pareja estable con Aranzazu y tras ello, decidí que la mejor forma de superar aquel estado era volver a llevar una vida sexual frecuente e intensa.
No me resultó demasiado sacar adelante mis planes puesto que en mi centro de trabajo algunas compañeras se habían mostrado muy interesadas en “complacerme” en todo aquello que fuera necesario y en pocas semanas pude contar con la inestimable “colaboración” de dos de ellas. María del Rosario ( Charo ) era una de esas mujeres, que encontrándose en una edad más próxima a los cincuenta años que a los cuarenta, a las que las encanta aparentar ser jóvenes y modernas a base de darse un montón de cremas, usar maquillaje a discreción y vestirse, muy a mi gusto por cierto, con ropa ceñida, corta y escotada. Había enviudado hacía casi tres años, tenía dos hijos y parecía bastante adicta al sexo. Aunque no podía evitar que su rostro delatara que no tenía la edad que quería representar, se conservaba muy bien, estaba aún de lo más potable, disponía de un cuerpo apetecible y armonioso y vestía con gusto y elegancia. Además, resultaba evidente que su marido, que siempre había sido un mujeriego y desde que Charo perdió parte de su deseo sexual al comenzar a sufrir los efectos de una menopausia precoz no dudó en rodearse de compañía femenina joven, no se la había “trajinado” en exceso por lo que la había dejado con ganas y en un buen estado de rodaje. Sandra, por su parte, resultó ser una guapa y sensual joven de pelo moreno un tanto ondulado que solía llevar a media melena con mechas de colores, de complexión y estatura normal y unos ojos preciosos, que hacía algo más de dos años que se había casado. Siempre me había parecido una autentica pija muy pendiente de las últimas tendencias de la moda; de comprarse “modelitos” que en muchos casos llegué a considerar como estrafalarios y vulgares y de “lucirse toda hueca” al volante del flamante MERCEDES que, pocos meses antes, la había regalado su marido con motivo de su veinticinco cumpleaños.
Charo, que era muy directa, me dijo que lo que a ella la iba era el “dale que te pego” y que para chupármela ya tenía a Sandra, por lo que me brindó todo el sexo vaginal y anal que pudiera desear a pesar de que la tuve de desvirgar el culo puesto que su marido nunca lo había estrenado alegando que, disponiendo de una almeja en la que sentir gusto y poder “descargar”, no entendía la “mariconada” que suponía el buscar placer metiéndosela a una hembra a través de un orificio tan estrecho como era el anal. De lunes a viernes y la mañana de algún sábado en que nos tocaba trabajar juntos y aprovechándome de que a primera hora estaba sumamente libidinosa, al llegar a la oficina, sobre las siete y medía de la mañana, nos encerrábamos en mi despacho y la echaba un par de polvos para, al acabar, quedarme muchos días con su ropa interior. La mujer era sumamente viciosa y la hubiera encantado que, día a día, “vaciara” por completo mis huevos con ella pero, al carecer del poder de recuperación de una chica de veinte años, se tenía que conformar con aquello para estar en condiciones a la mañana siguiente pero me agradaba que, cuándo nuestra posición lo permitía, Charo me apretara los cojones para retrasar mi eyaculación ó me hurgara en el culo con dos dedos con el propósito de forzarme la próstata consiguiendo que aumentara mi placer y echara una mayor cantidad de leche. Sandra, por su parte, se ocupaba de sacarme la lefa de tres a cuatro veces diarias haciéndome mamadas ó pajas en mi despacho repartidas en dos sesiones que solíamos llevar a cabo a última hora de la mañana y de la tarde. La chica, que me comentó que su marido la tenía mucho más pequeña y que no la acababa de satisfacer plenamente, resultó ser bastante golfa y la gustaba “ordeñarme” y chuparme la chorra hasta que recibía en su boca mi leche y se la tragaba a cambio de realizarla una exhaustiva comida de chocho con lo que, al llegar a su tercer orgasmo, no podía retener la salida de su pis y se meaba de autentico gusto y al más puro estilo fuente en mi boca que, en ciertas ocasiones especiales, se convertía en un fisting vaginal.
Como la una complementaba a la otra, al cabo de unos tres meses decidí que nuestras sesiones se desarrollaran de manera conjunta dos veces al día, a primera hora de la mañana y a medía tarde, lo que hizo que no pudiera prodigarme tanto en dar por el culo a Charo a pesar de que, para entonces, estaba bastante habituada al sexo anal. Lo más normal es que las dos féminas las iniciaran “ordeñándome” manualmente hasta que las “regaba” las tetas con mi leche para, acto seguido, proceder a “clavársela” a Charo, unas veces tumbada tanto boca arriba como boca abajo sobre la mesa de mi despacho mientras permanecía de pie entre sus abiertas piernas y otras colocada a cuatro patas; echado sobre ella; haciendo que me cabalgara ó que mantuviera una de sus extremidades inferiores más elevada que la otra para, doblándose, metérsela desde detrás mientras Sandra, que no tardó en incluirlo en sus mamadas y pajas, me apretaba los huevos al mismo tiempo que me hurgaba con fuerza y ganas en el culo. Una vez que “descargaba” y me meaba dentro del coño de Charo, a Sandra la gustaba tocármela y chupármela, metiéndosela bien profunda en la boca, hasta que lograba que la echara otra espléndida ración de leche y una abundante meada para culminar por la mañana volviéndosela a “clavar” a Charo ó haciéndome por la tarde entre las dos una mezcla de “ordeñamiento” manual y mamada con la que conseguían que echara la lefa por cuarta vez.
Más adelante, a días alternos y a media mañana, comenzamos a desarrollar otra sesión sexual dedicada en exclusiva a efectuarnos hurgamientos anales de forma que, después de ocuparme de ellas, me hicieran lo propio hasta provocarnos unas masivas defecaciones ó quedar en una perfecta disposición de cagar. Las suyas me gustaba degustarlas e ingerirlas a medida que iban saliendo por su ojete dándome unos buenos festines pero las mías en su mayor parte acababan depositándose en la papelera ó en el suelo ya que rara vez conseguían comerse algo más de un follete entre las dos alegando que no tenían estómago para más. Pero Sandra, que nos había indicado que sufría un estreñimiento intestinal crónico, era bastante “dura” a la hora de defecar por lo que tardó pocas semanas en acostumbrarse a los hurgamientos y a pesar de que tiraba algunos pedos, no conseguía “aliviarla” de su obstrucción intestinal por lo que comencé a efectuarla unos exhaustivos y metódicos fistings anales. Me encantaba observar que, mientras se los hacía, su seta se empapaba en “baba” vaginal y que Charo se ponía de lo más “burra”. Insultándola continuamente y obligándola a que no dejara de apretar con todas sus fuerzas, me agradaba forzarla con ganas e intensidad, incluso después de notar que mi puño se impregnaba en su caca, hasta estar seguro de que iba a soltar una gran cantidad de mierda, que fuera sólida ó líquida, degustaba e ingería íntegra según aparecía por su ojete antes de aprovecharme del elevado grado de excitación de Charo, que tardó dos semanas en pedirme que también la forzara analmente haciéndola un fisting, para metérsela por el culo hasta que, a punto de eyacular, se la podía sacar para “clavársela” en la almeja donde solía echarla dos placenteros polvos y una larga meada. Semejante práctica sexual ocasionó que durante una buena temporada tanto Charo como Sandra no tuvieran el menor problema con sus defecaciones y que llegaran a cagarse con tanta facilidad que, en ciertas ocasiones, cuándo entraban en el water ya habían manchado sus prendas más íntimas.
Regina era, en aquel entonces, la joven asistenta que se ocupaba de las labores domésticas de mi domicilio, de mi ropa y de mis comidas. La chica, que era hija de padre español y madre brasileña de la que había heredado unas espléndidas tetas, desarrollaba su actividad laboral tanto en mi vivienda como en la de mi hermana y sabiendo que me había convertido en un semental, cada vez que coincidíamos me pedía que la contara con todo lujo de detalles alguno de mis contactos sexuales ya que la gustaba mojarse mientras me escuchaba. Pero se llegaba a poner tan cachonda que la mayoría de los días acababa tumbada en mi cama totalmente despatarrada y deseosa de que, antes y después de chuparme el cipote consiguiendo que la echara dos polvos y una buena meada en la boca, la masturbara y la comiera el chocho a conciencia al mismo tiempo que la hurgaba con mis dedos en el culo y ella se apretaba las tetas. Sabía que Regina llevaba algo más de un año compartiendo domicilio y cama con Diego, un alto y atractivo joven que también resultó ser un buen semental, pero lo que desconocía era que le gustara que la chavala le diera por el culo con la ayuda de una braga-pene por lo que Regina me propuso que me tirara analmente a Diego delante de ella. Como los demás días tenía sexo más que suficiente con Charo y Sandra la indiqué que me gustaría complacerla pero que sólo podría ser durante los fines de semana y Regina aceptó. La chica disfrutaba de lo lindo viendo como enculaba al chico mientras ella le movía lentamente el nabo llegando a tener tal sincronización que le sacaba la leche casi al mismo tiempo que recibía la mía dentro de su culo. Unas semanas más tarde decidimos que, después de que Regina se encargara de chuparnos el pene para dejárnoslo en las debidas condiciones de cara a la penetración, Diego se la “clavara” a la hembra por el culo mientras yo hacía lo propio con el joven. De esta manera y mientras el chico la solía echar un único polvo yo le soltaba dos y una meada a él por lo que, en cuanto se la podía sacar, se incorporaba para dirigirse con prisas al water donde defecaba durante un buen rato lo que aprovechaba para satisfacer a Regina haciéndola un fisting vaginal con el que era habitual que se cagara por lo que solía ponerla debajo del culo unas toallas. A pesar de que Diego no disponía de una picha tan dura, gorda y larga como la mía, se le mantenía tiesa y al disponer de una meritoria potencia sexual, en cuanto volvía a la habitación se la introducíamos a la chica al mismo tiempo por delante y por detrás y nos la cepillábamos por ambos agujeros echándola, en mi caso, otros dos ó tres polvos junto a sus oportunas meadas. El poseerla así y el cambiar con cierta frecuencia de orificio, nos suponía emplear bastante tiempo lo que no impedía que mantuviéramos aquella actividad sexual la noche de los viernes; la tarde y noche de los sábados y la mañana y tarde de los domingos con lo que la joven acababa la semana escocida, dilatada, molesta y bajo los efectos de unas persistencias diarreas. Regina decía que, emparedándola, era casi imposible que la hiciéramos un “bombo” pero durante la semana Diego se la solía follar casi a diario después de que le diera por el culo con la braga-pene y los dos días a la semana que su pareja, que era celador en un hospital, tenía que trabajar en horario nocturno cogió la costumbre de pasar la noche conmigo en mi domicilio para hacerme cubanas, mamadas y pajas a cambio de comidas se coño y algún fisting vaginal además de permitir que la penetrara todo lo que quisiera. La gustaba chuparme la pilila en cuanto se la sacaba de alguno de sus agujeros y limpiármela a conciencia al acabar para quitarme sus pelos púbicos y eliminar cualquier resto de leche y aunque, al principio, me encantaba darla por detrás ya que disponía de un trasero precioso que era muy “tragón”, dilataba perfectamente y me permitía liberar mi pirula de su aprisionamiento intestinal con bastante facilidad pero me vi en la obligación de desistir de hacerlo con tanta regularidad y en su lugar, “clavársela” por vía vaginal al ver que apenas podía dormir ya que, a cuenta de la actividad sexual anal tan frecuente que manteníamos, sufría unas impresionantes diarreas que la mantenían más tiempo en el water que en la cama. Al cabo de unos tres meses y sin estar muy segura de si se lo había engendrado Diego ó yo, quedó preñada lo que no impidió que siguiéramos manteniendo nuestros encuentros los fines de semana. Pero aquello no duró mucho ya que la joven, que no estaba demasiado entusiasmada con la idea de convertirse en madre ni con la de abortar que no dejaba de proponerla Diego, perdió el embrión cuándo todavía no se habían cumplido el tercer mes de gestación y un poco después, al chico le ofrecieron un buen trabajo en otra ciudad y en compañía de Regina, tuvo que trasladarse a vivir allí.
Cuándo esto sucedió llevaba más de año y medio manteniendo relaciones con Charo y Sandra a la que su pareja acababa de dejar preñada por primera vez. Desde que se confirmó su embarazo el deseo sexual de la joven aumentó y su mayor anhelo era sacarme leche y más leche llegando a hacer que, cuándo me tiraba a Charo, se la sacara al ser eminente que iba a empezar a sentir el gusto previo a la eyaculación para metérsela rápidamente a ella y soltarla la lefa dentro de la seta a cambio de lo cual me echaba una ó dos meadas en la boca mientras la comía la almeja de dos a tres veces diarias. Aparte de brindarme la oportunidad de que pudiera beberme, siempre que lo deseara, sus frecuentes aunque no demasiado copiosas micciones, las mamadas y pajas que me realizaba no tardaron en alternarse con una penetración vaginal en toda regla para “descargar” con total libertad en el interior de su chocho, casi siempre en presencia de Charo y colocada a cuatro patas ó tumbada en la mesa de mi despacho. Con el paso de los meses y temiendo que a cuenta de sus dimensiones pudiera dañar al feto con el pito, optó por cambiar la penetración vaginal por la anal. Nadie la había dado hasta entonces por el culo y aunque pensaba que una polla del tamaño de la mía no iba a entrar en su estrecho ojete y tenía miedo de que al “clavársela” se lo desgarrara ó que llegara a causarla algún tipo de lesión interna, deseaba que fuera yo el que la desvirgara el trasero. A pesar de que Charo, que me indicaba que la tenía tan grande que en cuanto se la metía a Sandra por el culo ocupaba buena parte del coño, la efectuaba unas completas y frenéticas masturbaciones para intentar reducir lo más posible el dolor en las primeras ocasiones la resultó de lo más penoso la joven quería que siguiera metiéndosela por el trasero con regularidad hasta que, al igual que Charo, acabó por acostumbrarse. Me excitaba mucho ver como sus tetas y su “bombo” no dejaban de moverse con mis envites y como una de sus meadas solía producirse mientras “descargaba” en el interior de su culo. Se dio la casualidad de que “rompió aguas” cuándo me la estaba “trajinando” por detrás por lo que, una vez que Charo la vistió lo mejor que pudo en tales circunstancias, tuve que apresurarme para llevarla a urgencias en donde entró con la cabeza del crío asomando. Charo se ocupó de sustituirla mientras permaneció de baja por maternidad haciéndome mamadas y pajas con lo que mi actividad sexual continuó siendo frecuente. Cuándo Sandra se reintegró al trabajo pude darme unos verdaderos banquetes de leche materna puesto que, aunque se las vaciaba, sus tetas se llenaban enseguida y pude volver a mantener con ella nuestra habitual práctica sexual con mamadas, pajas y comidas de seta hasta que, medio año más tarde, quedó preñada por segunda vez y la historia se repitió prodigándome durante los primeros meses del embarazo en cepillármela por vía vaginal para, desde el sexto mes, proceder a poseerla por el culo. Al igual que sucedió la primera vez, se puso de parto en pleno acto sexual por lo que la tuve que llevar, de nuevo, a urgencias. Después de verse obligados a hacerla la cesárea su deseo sexual decreció y Sandra decidió pedir la excedencia para poder quedarse en casa cuidando a sus dos hijos lo que originó que nuestra relación acabara mientras que la que mantenía con Charo seguía desarrollándose con total normalidad.
Para reemplazar a Sandra decidí recurrir a Rocío una mujer, próxima a cumplir cuarenta años, de cabello claro que solía llevar corto, delgada y de estatura ligeramente baja, que ocupaba un puesto directivo en otra sección de la misma empresa en la que desarrollaba mi actividad laboral, estaba casada y tenía dos hijos, a la que varios de sus subordinados definían como una puta que se había hecho con aquel cargo sin estar capacitada por medio de las artimañas de su marido que era sindicalista y poniendo su raja vaginal a plena disposición de ciertos integrantes del consejo de administración. Rocío puso la menor pega a chuparme el rabo y abrirse bien de piernas a días alternos siempre que lo hiciéramos en su domicilio y actuáramos en un plan discreto que nos obligaba a salir y volver a la oficina por separado para encontrarnos en el portal del edificio en el que residía. Cada vez que subíamos solos en el ascensor me gustaba levantarla su, casi siempre, cortísima falda para poder restregarme vestido contra su entrepierna consiguiendo que mojara ligeramente el tanga. La fémina resultó ser una autentica golfa a la que la encantaba que tuviera una verga de aquellas dimensiones y una potencia sexual encomiable por lo que, cada día que me acostaba con ella, se hacía pis de gusto en cuanto se la “clavaba” y algunas veces mientras me la chupaba; tenía que mojarla con mi leche en tres ó cuatro ocasiones y cuándo sentía ganas de mear la gustaba que la depositara mi micción en la boca ó que la “regara” las tetas ó el exterior de la almeja y el culo. Aunque no estaba acostumbrada al sexo anal y al principio, se opuso a que se la metiera por detrás, la forcé y desde aquel día me prodigué en darla por detrás. Un día, cuándo Rocío parecía que se había habituado a que se la metiera con regularidad por el trasero, su marido llegó de repente a casa lo que me obligó a esconderme junto a mi ropa debajo de la cama mientras la hembra intentaba convencerle de que no se encontraba demasiado bien por lo que había decidido volver a casa y acostarse. Al hombre no le debieron de convencer sus explicaciones puesto que la preguntó que porqué había dejado su ropa esparcida por la habitación y se había metido en la cama totalmente desnuda a lo que Rocío le contestó que no había tenido ganas de ponerla bien ni de buscar un camisón en el armario. Desconozco lo que su marido llegó a creerse pero, sabiendo que para Rocío eran fundamentales sus prendas de vestir, se recorrió toda la vivienda y aunque dijo que sólo había ido a recoger unos documentos tardó un buen rato en salir de ella mientras yo lo pasaba realmente mal pensando que, en cualquier momento, se le iba a ocurrir mirar debajo de la cama. Cuándo Rocío se aseguró de que abandonaba el edificio y me dijo que saliera de mi escondite para seguir con lo nuestro, estaba tan “acojonado” que, aunque la chorra se me volvió a poner dura, larga y tiesa, no logré volver a eyacular. Aquel “gatillazo”, el único que he sufrido hasta ahora, la sentó tan mal a Rocío que, después de pasarme un montón de tiempo intentando echarla la lefa “clavándosela” tanto por vía vaginal como anal, en cuanto desistí y se la saqué, me hizo levantarme y vestirme mientras me indicaba que como había demostrado no estar preparado para salir airoso de un contratiempo como el acontecido con su marido a pesar de saber que podía ocurrir puesto que estaba casada, nuestra relación tenía que acabar en aquel momento. Debo de reconocer que no me importó ya que consideraba que había sacado el mayor provecho sexual posible de ella y al oírla, respiré aliviado ya que no me hubiera gustado volver a encontrarme en una situación similar a la que había vivido momentos antes.
Una vez que mi relación con Rocío acabó, Charo fue la que, casi en exclusiva, se encargó de que mi cipote continuara inmerso en una actividad sexual bastante frenética haciéndolo todos los días, incluso los fines de semana, tanto en la oficina como en su domicilio en el que cenaba, dormía y desayunaba para pasar la noche con ella. La mujer sabía complacerme en casi todo, incluso cuándo me mostraba un tanto sádico y violento ó la forzaba más allá de su aguante sexual, pero después de varios años de relaciones llegó un momento en que, a pesar de que permanecí a su lado, intenté evitar la rutina haciendo que nuestros contactos no fueran tan frecuentes y empecé a desear mantener relaciones con una fémina más joven.
No iba a tardar en hacer realidad aquel anhelo ya que un día, que recuerdo que era jueves, fui a un supermercado cercano a mi domicilio para adquirir ciertos productos que me hacían falta sin saber que mi vida iba a cambiar por completo. Acababa de pagar y me dirigía hacia la salida cuándo me fijé que delante de mí tenía a una joven alta, delgada y con su rubio cabello recogido en forma de moño, con varias bolsas en sus manos y vestida con una falda larga que la llegaba hasta los tobillos pero tan sumamente fina que, con la ayuda de los rayos del sol, se la transparentaba todo lo que me permitió observar que llevaba un diminuto tanga de un color claro que no la cubría gran cosa; que tenía unas piernas bonitas y largas y que, a juzgar por su masa glútea, disponía de un culo de lo más apetitoso y deseable. Aún estaba mirándola por detrás de cintura para abajo cuándo una de las bolsas que llevaba se rompió y la fruta que transportaba en ella rodó por el suelo del establecimiento. Fue todo tan rápido que estuve a punto de pisarla la falda cuándo dobló sus piernas para recogerla. Me dispuse a ayudarla y como una de las bolsas que yo llevaba estaba prácticamente vacía pasé su contenido a otra para poder meter en ella toda la fruta a medida que la fuimos recogiendo. Después trasladé una parte de las compras hasta su coche y cuándo dejamos las bolsas en el maletero, la chica, que era muy atractiva y llevaba gafas, me dijo que para agradecerme la gran ayuda que la había prestado lo menos que podía hacer era invitarme a tomar algo en una cafetería cercana. La acompañé y mientras ella daba cuenta de un café y yo de una cerveza tuvimos ocasión de realizar las oportunas presentaciones enterándome de que se llamaba Diana y de que tenía veintiocho años. A pesar de que no lo mencionó me di cuenta de que en uno de sus dedos lucía una amplia alianza lo que me hizo suponer que estaba casada.
Aunque solía visitar con asiduidad aquel supermercado nunca lo hacía ningún día en concreto ni a una hora determinada pero desde aquel encuentro con Diana decidí acudir a él todos los jueves en torno a la hora en que, al rompérsela la bolsa, había coincidido con ella para ayudarla a llevar las compras hasta su vehículo y tomar una consumición en la misma acogedora y tranquila cafetería lo que me permitió conocer que, tal y como me suponía, estaba casada y que tenía dos hijos, un niño que estaba a punto de cumplir once años y una niña de seis. La edad de su hijo mayor me hizo pensar que tenía que haberlo engendrado y parido siendo menor de edad lo que evidenciaba que siempre había sido muy viciosa. Me enteré, asimismo, de que vivía en algo similar a un chalet que se encontraba situado a las afueras de la ciudad en un terreno, de que eran propietarios los padres de su marido, que compartían con los demás hermanos de su pareja y que, además de encargarse de las gestiones administrativas del negocio de su cónyuge, se dedicaba a las tareas domésticas y al cuidado de sus hijos.
Según iban pasando las semanas fui observando que Diana se mostraba mucho más partidaria a usar pantalones, eso sí muy ajustados para que realzaran su figura y sus indudables encantos, que faldas y como me gustaba a rabiar, cada vez que estaba con ella me empalmaba con una facilidad pasmosa sin que la llegara a pasar desapercibido el gran “paquete” que se me marcaba en el pantalón cuándo, tras charlar un rato, nos levantábamos de la mesa de la cafetería en la que nos sentábamos para tomar nuestra consumición.
A pesar de que siempre he sido bastante lanzado con las hembras, en el caso de Diana no quise precipitarme y decidí ser muy comedido para dejar que fuera ella quien llevara la iniciativa lo cual no impidió que, cuándo ya habíamos cogido algo de confianza, me decidiera a comentarla que me la había “cascado” varias veces “a su salud” lo que, además de hacerla sonreír, me pareció que la complacía al sentirse deseada por mí.
Pasaron dos ó tres semanas más hasta que otro jueves la encontré en el supermercado luciendo un conjunto bastante minifaldero. Cuándo empecé a hablar con ella se mostró un tanto contrariada por el hecho de que un par de abueletes, a los que llamó “viejos verdes”, la habían “metido mano” por debajo de su menguada falda y la habían tocado el culo mientras se despedía de sus hijos en el patio del colegio. Después de pagar me propuso que, como había realizado un buen número de compras, la acompañara hasta su domicilio para ayudarla a trasladar las bolsas desde el coche a la vivienda y que, al acabar, tomaríamos allí nuestra tradicional consumición. A pesar de que siempre he intentado evitar ocupar el asiento de copiloto en un coche conducido por una mujer accedí. Al entrar en el vehículo y acomodarse, se la subió la falda dejando al descubierto un muy florido tanga y la parte superior de sus preciosas piernas. En cuanto hizo intención de bajarse la ropa la indiqué que la dejara tal y como estaba puesto que nadie, excepto yo, se iba a percatar. Durante el recorrido apenas hablamos ya que me mantuve ocupado con mi mirada fija en sus extremidades inferiores y en lo que, al parecer amplio y húmedo, cubría el tanga contando con el total beneplácito de la joven que, al detenernos en un semáforo, permitió que la tocara la parte interior de la pierna derecha desde la rodilla hasta la entrepierna. Al llegar a nuestro destino, bastante alejado del casco urbano, observé que residía en una amplia parcela en la que existían unas cuantas viviendas que se asemejaban a chalets dirigiéndose hacía la puerta del que se encontraba situado más a la derecha y tras hacer una serie de maniobras para colocar el coche de culo, con el maletero próximo a la puerta de acceso a su domicilio, me dijo:
“Aquí es. Ya hemos llegado” .
Salimos del coche y en cuanto Diana abrió la puerta de acceso a la vivienda ambos cogimos unas bolsas del maletero y siguiéndola, me dirigí a la cocina y las deposité en el suelo. Pude ver que la casa, aunque limpia, se encontraba bastante revuelta y que en el fregadero se habían acumulado varios platos esperando ser fregados y recogidos. Me disponía a volver a salir al exterior para coger otras bolsas cuándo Diana, acercándose a mí, se puso mimosa y me dijo que había otras cosas mucho más importantes que atender en aquellos momentos. Abrazándome, aproximó sus labios a los míos para besarnos en la boca con lengua lo que aproveché para levantarla ligeramente la falda con intención de poder tocarla la masa glútea y separándola ligeramente el tanga, la raja del culo mientras ella tampoco perdía el tiempo al comenzar a tocarme el nabo a través del pantalón percibiendo que había adquirido unas dimensiones y una dureza excepcionales.
“Tienes una tranca impresionante” me dijo cuándo separamos nuestros labios.
Cogiéndome de la mano me hizo subir al piso superior para dirigirnos a su habitación. La cama estaba sin hacer y en el suelo, en un rincón, vi un tanga y un sujetador de color rosa con evidentes señales de haber sido usados. Recogí apresuradamente el tanga y me lo metí en el bolso. Diana, sentándose en un lateral de la cama, me pidió que la enseñara el pene y aunque estaba deseando hacerlo, la respondí que lo haría gustoso si me mostraba sus tetas y su chocho. Nos desnudamos con rapidez y nos acostamos en la cama. La joven comenzó a tocándome los cojones y más tarde la picha que no tardó en empezar a moverme con su mano alabando su dureza, grosor y largura mientras la apretaba las tetas. En cuanto me decidí a sobarla la entrepierna, que se encontraba provista de un poblado “felpudo” pélvico, noté que aquello era un autentico río. Comencé a acariciar su abierta y amplia raja vaginal y Diana me dijo:
“Por favor, hazme unos dedos” .
La introduje tres de golpe lo más profundos que pude y comencé a masturbarla notando que la salida de su flujo era copiosa e incesante. A pesar de que mis movimientos fueron bastante lentos estaba tan salida que, en cuestión de segundos, sentí las convulsiones pélvicas que anunciaban su eminente orgasmo que fue intenso y largo. Mi pilila estaba a tope y como no era cuestión de que me sacara la leche con la paja que me estaba haciendo opté por extraerla los dedos, separarme de ella y colocarme boca abajo entre sus abiertas piernas para mantenerla bien aperturados los labios vaginales con mis dedos y hacerla una completa comida de coño metiéndola la lengua lo más profunda que pude y apretándola el clítoris con mi nariz. Su seta olía y sabía a mujer meona y me dediqué a ello con tal entusiasmo que Diana, sin dejar de elevar continuamente su culo con intención de favorecer que mi lengua la entrara más profunda, llegó varias veces al clímax en pocos minutos y con tal intensidad y potencia que, a pesar de mi experiencia sexual, el verla y el continuo restregar de mi pirula contra la sábana ocasionó que, por primera vez y sin poder hacer nada por evitarlo, sintiera tal gusto que solté una excepcional cantidad de lefa en la cama mientras ella disfrutaba de su cuarto ó quinto orgasmo. Diana, entre gemidos, no tardó en decirme:
“Métemela ya, jódeme y échame tu leche dentro que la estoy deseando recibir” .
Pero acababa de eyacular en la sábana y aunque el pito se mantenía en condiciones de echarla otra buena ración de lefa, me sentía tan a gusto entre sus piernas que decidí continuar con aquello hasta que Diana, tras un orgasmo apoteósico, no pudo contener por más tiempo la salida de su pis y se meó al más puro estilo fuente en mi boca. Aunque el hacerlo la resultó muy agradable y placentero, se mostró sorprendida de que fuera capaz de beberme prácticamente integra su micción lo que consideraba que era una autentica cerdada por lo que la tuve que explicar que estaba habituado a ello y que el pis femenino me resultaba de lo más delicioso y excitante.
Después de su meada no me dejó continuar más tiempo entre sus abiertas piernas por lo que, echándome sobre ella, procedí a metérsela hasta el fondo mientras ella me decía:
“Fuérzame la almeja hasta que logres meterme tus gordos cojones dentro” .
Al principio, mis movimientos de mete y saca fueron bastante lentos pero Diana, agarrándome con fuerza de la masa glútea, me apretó contra ella y me pidió que me la tirara con más brío puesto que estaba muy caliente y deseaba disfrutar de unas sensaciones lo más placenteras posibles. Mientras notaba que mi polla se iba impregnando en su flujo, la joven sintió que, con mis movimientos, la atravesaba una y otra vez el útero llegando a presionarla los ovarios con la punta del capullo haciendo que sintiera un inmenso gusto y que alcanzara un montón de orgasmos sin dejar de echar “baba” vaginal y cortos pero continuos chorros de pis. Me indicó que desde que se la había metido se encontraba en la gloría y que deseaba comprobar si mi leche salía en una cantidad proporcional a la del tamaño de mi miembro viril. No tardó mucho en comprobar que mis eyaculaciones eran realmente abundantes y que estaban repletas de espesos chorros de leche con los que todo su cuerpo vibró de placer haciendo que llegara por enésima vez al clímax y de una manera tan brutal que Diana aún se encontraba disfrutando de las excelencias de aquel orgasmo cuándo sentí una imperiosa necesidad de mear y me hice pis en el interior de su chocho originando que, al notarlo caer, volviera a sentir un gusto intensísimo y llegara al clímax dos veces prácticamente consecutivas con lo que quedó como una autentica braga al mismo tiempo que sumamente complacida. Pero, aunque sus fuerzas se encontraban bajo mínimos y su colaboración fue escasa, me encontraba aún excitado por lo que seguí cepillándomela echado sobre ella intercalando movimientos circulares de penetración rápidos con otros lentos cosa que la encantó dándome la impresión de que iba a volverse loca mientras su cuerpo sufría espasmos de placer. Unos minutos más tarde volví a “descargar” en lo más profundo de sus entrañas. Para entonces, Diana estaba inmersa en orgasmos secos que no la resultaban demasiado gratos pero en su cara se reflejó durante unos instantes la satisfacción de sentirse bien mojada interiormente. Enseguida la saqué el rabo para mearme en el exterior de su coño mojándola la raja vaginal y el frondoso “bosque” pélvico y me acosté a su lado con intención de mamarla las tetas mientras la acariciaba su abierta seta por la que, a falta de flujo, no dejaban de salir gotas y pequeños chorros de pis.
A medida que la chica se fue recuperando me indicó que, aunque reconocía que había llegado a casa bastante salida, jamás se había “fumado”, es decir que nunca había tenido dentro de ella, una verga tan dura, gorda y larga como la mía y que desde el mismo momento en que se la había “clavado” no había dejado de sentir unas sensaciones tan sumamente placenteras que la habían hecho “vaciarse” con una rapidez inusual hasta terminar sin líquido vaginal en su interior. Me interesé por conocer si su vida sexual era activa y me contestó que su marido se la solía “trajinar” la mayoría de las noches pero que, a pesar de estar dotado de una chorra de buenas dimensiones, no era ni parecida a la mía ni la daba tanto gusto como yo, sobre todo cuándo me la había follado con los movimientos circulares, ni la echaba dos polvos en poco más de un cuarto de hora y eso que aún no se había dado cuenta de que, antes de tirármela, había soltado una copiosa lechada en la sábana mientras la comía la almeja. Diana mencionó que solía obligar a su pareja a cepillársela provisto de condón para evitar que la hiciera otro “bombo” y no me ocultó su temor a que, al haber “descargado” con total libertad, en tal cantidad y tan próximo a los ovarios, la hubiera dejado preñada puesto que consideraba que, con semejante cipote y con tan soberbias eyaculaciones, debía de ser habitual que lo hiciera en las primeras ocasiones en que me follaba a una hembra aunque me dijo que, para evitar sorpresas, pensaba recurrir a una amiga que podía facilitarla la píldora del día después y que, pensando en nuevos encuentros sexuales conmigo, volvería a tomar anticonceptivos orales que había dejado de ingerir varios años antes desde que, a cuenta de ellos, la salieron pequeños granos debajo de las tetas y en la zona vaginal.
A pesar de que me indicó que sentía alguna leve molestia dentro de la raja vaginal y escozor en la vejiga urinaria, sin duda a cuenta del tamaño de mi nabo y del “vaciado” integral que la había efectuado, permitió que la realizara una exhaustiva y pormenorizada revisión tanto táctil como visual de las tetas; de los pelos púbicos y del exterior e interior del chocho y del culo. Después la hice acostarse boca abajo y tras lamerla durante un buen rato el ano, cosa que la complació, me decidí a meterla el dedo gordo en el interior del ojete. Diana me pidió que la hurgara a conciencia mientras me indicaba que, en próximas ocasiones, la gustaría que la tratara como a una puta y que, en lugar del dedo, la introdujera el pene por el culo.
Pero el tiempo pasaba muy deprisa y después de sacarla el dedo del trasero; de que se volviera a mear en mi boca y de que me chupara la picha durante un par de minutos, aquel día no hubo posibilidad para más por lo que nos levantamos y nos vestimos. Me indicó que la había dejado con muchas ganas de defecar y que, ahora, iba a tener que retener durante un rato la salida de su mierda y acordamos mantener aquellos encuentros sexuales los lunes, miércoles y viernes por la mañana mientras su marido se encontraba trabajando y sus hijos en el colegio. En cuanto sacamos el resto de las bolsas del maletero del coche regresamos al centro de la ciudad. Diana luciendo y esta vez haciéndolo a costa, sus extremidades inferiores y permitiendo que se las tocara todo lo que quisiera, me dejó en un lugar cercano a mi centro de trabajo y después de darnos un beso en la boca se dirigió a recoger a sus descendientes a la salida del centro escolar en el que estudiaban.
Aunque la joven esperaba que fuera a “trajinármela” al día siguiente, que era viernes, preferí que me deseara un poco más para el lunes, día en el que si que acudí a nuestra cita, encontrármela con el coño bien “caldoso”. Al poder ausentarme de la oficina cuándo quisiera siempre que al acabar la semana hubiera completado el número de horas reglamentarias, me dirigí a su domicilio en cuanto consideré que habría vuelto de llevar a sus hijos al colegio. Como me suponía, me esperaba con muchas ganas y muy poca ropa para facilitar más nuestro encuentro siendo evidente que aquella mañana no se había cambiado de tanga y como me encantaba que las prendas femeninas más íntimas adquieran un buen olor a seta y aquella debía de tenerlo, después de restregarme vestido contra su entrepierna, la pedí que se lo quitara y me lo diera. Diana se apresuró a complacerme lo que me permitió comprobar que, además de un penetrante olor a “yegua”, se encontraba bastante humedecido. Esta vez, en cuanto terminé de desnudarme y me acosté en la cama, Diana me hizo abrir las piernas y colocando una de las suyas entre las mías me hizo una paja bastante lenta diciéndome que quería ver como se me ponía a tope y soltaba la lefa. Se recreó una y otra vez bajándome toda la piel para mantenerla así durante unos segundos para, después, pasarme la lengua por la abertura, chuparme el capullo y decirme que tenía que encontrarme muy orgulloso de estar provisto de una pilila tan excepcional. Aunque Diana pretendía que aquello durara bastante más tiempo para poder hartarse de tocarme los cojones y de moverme la pirula, no tardé en echar una abundantísima ración de leche de cuya salida no se perdió el menor detalle viendo que soltaba los chorros con tanta fuerza que, además de caer en su cuerpo y en el mío, se llegaron a depositar en la almohada y en la cabecera de la cama. Después de recoger con su lengua toda la lefa que pudo y extenderse el resto, me prometió que el miércoles me chuparía el pito para que se la echara en la boca. Acto seguido, se puso en posición para que me ocupara, de nuevo, de comerla la almeja manteniéndola bien abiertas las piernas y los labios vaginales, haciendo que su culo no dejara de elevarse y que, al alcanzar su cuarto orgasmo, se hiciera pis de autentico gusto en mi boca.
Después me indicó que quería que estrenara su trasero y como era la primera vez y no estaba seguro de si Diana iba a ser capaz de controlar su esfínter, la propuse darla por el culo en el water. Nos dirigimos hacía allí y colocándose a cuatro patas, me ofreció su trasero en pompa y me dijo que quería sentirse una golfa mientras la enculaba. Me puse de rodillas detrás de ella, la abrí con mis dedos lo más que pude el ojete, procedí a humedecérselo echándola saliva, la coloqué la punta de la polla en el ano y cogiéndola con fuerza de la cintura para obligarla a apretar al mismo tiempo que yo, se la metí hasta los huevos con relativa facilidad mientras Diana gritaba de dolor sobre todo cuándo la punta se acopló en su intestino obligándole a una dilatación máxima. Para que se fuera aclimatando a tener mi rabo dentro de su trasero comencé a moverme despacio mientras, echado sobre su espalda, la apretaba las tetas y la ponía los pezones en órbita, tirando de ellos hacia abajo como si pretendiera ordeñarla ó la pasaba mi mano extendida por el chocho comprobando que, al igual que el jueves anterior, era un autentico río y que no dejaba de salir flujo y pis. En cuanto me dio la impresión de que la chica estaba más entonada y colaboraba mejor empecé a insultarla al mismo tiempo que incrementaba el ritmo de mis movimientos. Diana parecía encantada de que la estuviera dando aquellos envites y que la “ponía” a tope el que, entre otras cosas, la llamara cerda, fulana, golfa, guarra, puta y zorra no tardando en mearse cayendo todo el pis al suelo a través de mis dedos con lo que logró que me excitara más. A pesar de que cuándo daba por detrás a una mujer solía tardar algo más en “descargar” que cuándo se la “clavaba” vaginalmente, sentí un gusto previo impresionante cuándo más estaba colaborando Diana y la solté una tremenda cantidad de lefa dentro del trasero que casi se juntó con mi posterior y masiva meada con lo que su caca se reblandeció y la joven no tardó en decirme:
“Sácamela que me estoy cagando” .
Pero, aparte de que pretendía forzarla más, lo que me pedía no resultaba tan sencillo como ella pensaba ya que la punta de la verga estaba totalmente acoplada a su intestino y a pesar de la presión que ejercía su mierda para salir al exterior, hubo que esperar a que, sin la menor actividad, perdiera parte de su erección para que, con un movimiento bastante brusco, pudiera liberarla y extraérsela. Diana se incorporó en cuanto notó que se la había sacado y aunque hizo intención de sentarse en el “trono”, la obligué a permanecer de pie y con las piernas abiertas para que defecara en mi boca. A pesar de que se cortó bastante viendo que pretendía comérmela, su caca salió masivamente entre una sonora colección de pedos siendo, al principio, mayormente líquida. Cuándo se convirtió en bolas cogí unas cuantas con mi mano según iban apareciendo por su ojete, las miré con detenimiento, las olí y las ingerí mientras Diana ponía tal cara de asco y de repugnancia que me pareció que iba a devolver. Como continuaba echando mierda en cantidad, cogí otro buen número de bolas e hice lo mismo pero la tercera vez, en cuanto las tuve en la boca, las mastiqué e hice que Diana me besara con intención de pasarla la mayor parte de la caca. Al recibirla sintió un montón de náuseas pero como no separaba mis labios de los suyos no tuvo más remedio que saborear y tragar su propia mierda. Cuándo dejé de besarla me pareció que, además de bastante revuelta por haberla hecho comer parte de su mierda, se encontraba de muy mala leche pero Diana se limitó a decirme:
“¿Sabes? eres un gran cabronazo pero me gusta que me trates como una cerda y me obligues a hacer cosas que ni siquiera he llegado a pensar” .
Según me comentó llevaba varios días sin defecar por lo que su caca, más ó menos sólida, no dejaba de salir. La permití que tomara asiento en el inodoro para que, mientras seguía expulsando mierda, pudiera chuparme el cipote al mismo tiempo que volvía a tocarla las tetas y la ponía los pezones en total erección. Sin dejar de expulsar caca, que oíamos caer en el agua del inodoro y de tirarse pedos, Diana me la chupó con mucho esmero y ganas por lo que si había perdido algo de erección no tardó en recuperarla. Había adquirido las dimensiones más idóneas para que, en pocos minutos, la echara otra ración de lefa cuándo hice que, sin haber acabado de defecar y sin dejar que se limpiara, se colocara, otra vez, a cuatro patas para ofrecerme su culo con la intención de metérsela analmente por segunda vez. De nuevo gritó durante la penetración y con mis primeros movimientos pero como tardó poco en colaborar di un ritmo muy rápido a mis movimientos intentando que fueran circulares lo que provocó que se volviera a mear de gusto. Cuándo noté que me faltaba poco para volver a “descargar” me detuve con el propósito de poder liberar la punta del nabo de su aprisionamiento intestinal, sacársela del trasero e introducírsela en el coño. Mientras por su ojete salían unas cuantas bolas de caca, se la “clavé” vaginalmente, la di unos buenos envites y en pocos segundos, sentí un gusto muy intenso y la solté mi tercer polvo en el interior de la seta que, al ser incapaz de absorber la gran cantidad que la eché, devolvió una parte al igual que sucedió cuándo me meé logrando que entre la leche y el pis Diana volviera a disfrutar de dos orgasmos casi consecutivos.
Mantuve el pene durante varios minutos dentro de su almeja intentando darla gusto con mis movimientos circulares mientras por su ojete seguían saliendo algunas bolas de caca hasta que me decidí a volver a forzarla el ojete pero, esta vez, haciéndola un fisting anal y obligándola a apretar al mismo tiempo que la hurgaba con ganas haciendo que se tirara una buena colección de pedos antes de untarme el puño en su caca. En cuanto se lo saqué, salió y de nuevo en tromba, otro amplio surtido de bolas. Nunca había visto una defecación tan abundante y continua ya que Sandra solía tener retenida una gran cantidad de caca pero la de Diana resultó aún mayor. Después de limpiarla con mi lengua meticulosamente, la hice incorporarse para que colocara su pie derecho en el bidé y con las piernas muy abiertas y una más elevada que la otra, la obligué a doblarse y procedí a metérsela nuevamente por vía vaginal desde detrás de ella haciéndola echar el poco flujo y pis que la quedaba en su interior mientras me la volvía a tirar, como a Diana la gustaba, con movimientos de mete y saca circulares y muy rápidos al mismo tiempo que mis gordos cojones la golpeaban con fuerza y la punta de la picha, después de traspasarla el útero, la daba un gusto increíble al rozarla y presionarla los ovarios. En esta ocasión tardé más de diez minutos en “descargar” por lo que pude sobarla a conciencia las tetas y apretarla los pezones deseando encontrarme con alguna gota de su leche materna hasta hacerla gritar de dolor mientras, a cuenta de su elevado grado de excitación, volvía a defecar y depositaba sobre mí una mínima cantidad de caca líquida. Diana me preguntó que si, después de echarla la leche, la iba a soltar otra larga y espumosa meada y la respondí que era lo más probable. Cuándo la joven se encontraba al límite de sus fuerzas empecé a sentir un intenso y largo gusto, las gotas de lubricación hicieron acto de presencia e inmediatamente, una ingente cantidad de lefa fue cayendo en el interior del chocho de la joven mezclada con una nueva micción mientras la raja vaginal, viéndose incapaz de absorber todo aquello, volvía a devolver parte de lo que estaba recibiendo.
Un día más Diana terminó como una autentica braga pero completamente satisfecha. Cuándo la saqué la pilila y se recuperó un poco, nos dimos una ducha muy rápida para quitarnos la mierda que teníamos encima y después de secarnos nos dirigimos a la habitación en donde se acostó boca abajo bien abierta de piernas y me pidió que la diera una buena cantidad de crema hidratante para aliviar el escozor y las molestias anales que sentía. Antes de hacerlo y al igual que el día anterior, la lamí el ojete durante un buen rato y esta vez, la metí dos dedos hasta el fondo y procedí a hurgarla con fuerza en todas las direcciones. Viendo que la gustaba la pregunté:
“¿Tu marido no te da por el culo ni te hace disfrutar con sus dedos dentro de tu ojete?” .
Diana me contestó que durante una buena temporada y encontrándose con su total oposición, su pareja había intentado metérsela por el trasero en repetidas ocasiones sin conseguirlo hasta que, después de parir por segunda vez y temiendo que la volviera a dejar preñada si continuaba penetrándola por vía vaginal con tanta asiduidad, comenzó a mostrarse un poco más favorable a tal práctica sexual por lo que no tardó en “clavársela” y en forzarla analmente hasta que la soltaba la leche dentro del ojete. Lo había deseado tanto que llegó a obsesionarse con ello y no pensaba en otra actividad sexual que no fuera darla por el culo siempre que se encontraba en casa por lo que, poco a poco, Diana se fue habituando a esta práctica sexual y a superar las múltiples adversidades que suele ocasionar hasta llegar a encontrarla sumamente placentera. Pero su marido terminó por cansarse y prefirió volver a penetrarla por delante ó a que le hiciera mamadas lentas cortándole una y otra vez la eyaculación para, finalmente, echarla la leche dentro del coño con unas ganas increíbles. Desde que el sexo anal había dejado de ser habitual en su relación sufría los efectos de un estreñimiento crónico, la costaba mucho defecar y como había tenido ocasión de comprobar acumulaba un montón de caca en su interior por lo que, para poder regularizar sus defecaciones, quería que, al ser capaz de echar cuatro polvos sin necesidad de descansar, la diera por el culo y la echara mi leche y mi pis dentro del trasero en todos los contactos que mantuviéramos a lo que, sacándola los dedos, la respondí que sería una labor realmente grata complacerla en ello.
Aquella relación se mantuvo la mañana de los lunes, miércoles y viernes el resto del verano y durante el otoño e invierno siguiente. Conseguí que Diana me dejara depilarla regularmente el “felpudo” pélvico para que pudiera conservar sus pelos; que se vistiera habitualmente con faldas bastante cortas para lucir sus piernas y que comprara tangas con poca tela y algunas transparencias. Los días más frescos solía ponerse leotardos ó mallas finas por lo que durante el periodo invernal, además de tener siempre helada la seta, sufrió los efectos de varias cistitis que para ella eran incomodas y molestas mientras a mí me “ponía” que sufriera una manifiesta incontinencia urinaria que originaba que, en cuanto se la “clavaba”, empezara a echar chorros de pis. Me encontraba satisfecho con la actividad sexual que llevaba a cabo con Charo y Diana a pesar de que no eran partidarias de que el desarrollo de nuestras sesiones sufriera cambios más ó menos continuos por lo que, en el caso de Diana, las llevábamos a cabo de una manera muy similar a la de aquel lunes y en cuanto llegaba a su domicilio, subíamos a su habitación donde nos desnudábamos aunque la joven poco tenía que quitarse y me realizaba una mamada lenta, saboreando a conciencia mi pirula hasta recibir en su boca una de mis copiosas raciones de leche que la encantaba degustar antes de tragársela ó en algunas ocasiones, en que deseaba recrearse viéndome el pito a tope ó la salida masiva de mi leche, me hacía una paja. Después de mi eyaculación tenía que efectuarla una exhaustiva exploración visual y táctil de las tetas, el culo y la almeja antes de comérsela al mismo tiempo que la hurgaba con un par de dedos en el ojete hasta que, tras varios orgasmos, se meaba de autentico gusto en mi boca. Acto seguido, procedía a darla por el culo metiéndola la polla sin demasiadas contemplaciones y de una manera que cada día era un poco más brutal que el anterior y sin dejar de insultarla durante todo el proceso. Aunque decidimos mantener la actividad sexual anal en su habitación y desechamos hacerlo en el water, teníamos siempre próximo un orinal de gran capacidad para depositar en él la defecación de Diana una vez que, después de echarla un polvo y una de mis largas micciones dentro del trasero y de poder liberar el rabo de su aprisionamiento intestinal, podía extraérsela aunque me agradaba dar debida cuenta de su mierda bien caliente y casi siempre en forma de bolas antes de que me chupara la verga, totalmente introducida en su boca, para que no perdiera ni un ápice de su erección y continuara en disposición de cepillármela. Más tarde volvía a penetrarla analmente pero como la primera vez solía “clavársela” acostada boca abajo en la cama, en esta ocasión lo hacía con Diana colocada a cuatro patas lo que facilitaba que, en cuanto era posible, se la pudiera sacar con algo más de facilidad para poder introducírsela vaginalmente con el propósito de que la “descarga” se produjera dentro de su chocho siendo normal, que mientras la echaba la leche, se meara e incluso, volviera a defecar en mayor ó menor cantidad. Cuándo la extraía la chorra la realizaba un fisting anal para “aliviarla” completamente el intestino antes de que me efectuara una nueva mamada y de volver a penetrarla por el coño unas veces tumbado encima de ella y otras con Diana echada sobre mí; manteniéndonos de pie pero con la joven doblada, con sus piernas abiertas y una de ellas más elevada que la otra ó manteniéndome de pie delante de ella mientras la joven permanecía acostada a lo ancho de la cama aunque lo que más la agradaba era que la echara mi cuarto polvo mientras me cabalgaba los lunes y viernes vaginalmente y los miércoles por vía anal.
Pero con la llegada de la primavera y haciendo bueno el refrán que dice que “la sangre altera”, mientras nuestra confianza continuaba aumentando la discreción iba disminuyendo y Lourdes, una cuñada de Diana que vivía justo enfrente de ella y que había comenzado a sospechar que estuviera manteniendo relaciones sexuales conmigo al ver desde su domicilio que todos los lunes, miércoles y viernes acudía puntualmente a mi cita, tuvo las pruebas que necesitaba para confirmar sus sospechas cuándo la joven empezó a esperarme, como siempre “ligerita” de ropa, en el exterior de su domicilio y en cuanto salía del coche se apresuraba a bajarme la bragueta del pantalón para sacarme al exterior el cipote y movérmelo con su mano con el propósito de que, a pesar de que siempre llegaba totalmente tieso, se me pusiera aún más duro y largo, lo que hizo que sus dimensiones no pasaran desapercibidas para Lourdes.
Cierta mañana, al salir del domicilio de Diana después de follármela, me topé con Lourdes que me estaba esperando apoyada en mi coche vistiendo una bata muy corta y en una posición bastante sugerente. Se trataba de una mujer atractiva de cabello moreno que llevaba a media melena y complexión y estatura normal que, a pesar de encontrarse próxima a cumplir cuarenta años, se conservaba de maravilla y estaba de lo más apetecible. A través de la abertura de la bata lucía sus piernas y mientras me fijaba en ellas, me miró de la cabeza a los pies y me dijo que tenía que hablar conmigo sobre lo que estaba haciendo con su cuñada. Diana, además de advertirme de que tuviera cuidado con ella puesto que sus sentimientos no eran demasiado buenos, me había indicado que Lourdes se había casado siendo una cría; que su matrimonio había durado poco más de seis años y que su marido la engendró con bastante celeridad a sus dos hijos mayores, José Ignacio y Paula. Después de separarse de él y quedarse con la custodia de su descendencia, había mantenido tres relaciones bastante estables. En la última, que había durado dos años, el hombre con el que convivía la había hecho una nueva hija, Carolina, que había cumplido cinco años unas semanas antes. Lourdes había dado tanta libertad a sus dos hijos mayores que José Ignacio había terminado por irse a vivir con un nutrido grupo de chicas “hippies” con tendencia lesbica en una especie de comuna a muchos kilómetros de distancia mientras Paula se había ido convirtiendo en una chica fácil, aunque Diana la llamó fulana.
Me supuse que iba a ser objeto de algún tipo de chantaje pero, como nunca me quedaba atrás ante un reto y la sensualidad que demostraba aquella fémina me hizo suponer que podía obtener algún provecho de ello, accedí a acompañarla hasta su domicilio donde Lourdes hizo que me sentara a su lado en el sofá del salón y me indicó, sin rodeos, que no era ninguna chivata y que no pensaba decirle nada a su hermano de mi relación con Diana siempre que accediera a hacer con ella lo mismo que con su cuñada los martes y jueves que, por lo que sabía, era los días en que no me tiraba a Diana. Después de acariciarla la parte superior de las piernas la respondí que, antes de aceptar su oferta, tenía derecho a mirar el género que se me ofrecía y Lourdes, haciendo referencia a sus tetas, me aseguró que sus “valores” seguían en alza. Pero viendo que con sus palabras no iba a ser suficiente, se levantó, se quitó la bata y posó delante de mí sin más ropa que un menguado tanga de color blanco en el que observé que se la marcaba perfectamente una raja vaginal tan abierta y amplia como la de Diana y un poblado “felpudo” pélvico. Pude ver, además, que disponía de una “delantera” voluminosa dotada de unos magníficos pezones con la que, según me comentó, había complacido a muchos hombres efectuándoles unas placenteras cubanas. La hice darse la vuelta y no se opuso a que la tocara la masa glútea para comprobar su firmeza ni a que, separándola el tanga, la pasara dos dedos por la raja del culo antes de que, haciendo que se doblara, se los introdujera muy profundos en el ojete con intención de hurgarla en todas las direcciones durante un buen rato. Lourdes no se esperaba que la fuera a meter los dedos por lo que se mostró sorprendida de que me hubiera tomado semejante libertad pero, al igual que a Diana, la complació tanto que no dudó en apretar sus paredes réctales y cuándo se los saqué la parte delantera de su tanga evidenciaba que se había mojado. La dije que estaba dispuesto a cepillármela siempre que me facilitara el poder hacer lo propio, por la tarde, con su hija Paula y con algunas de las madres más jóvenes, sugerentes y de buen ver que llevaran a sus hijos al centro escolar en el que estudiaba Carolina. Después de pensar un poco mi propuesta me respondió que conocía a ciertas madres que parecían ser bastante adictas al sexo por lo que no la resultaría muy difícil poder complacerme en ese aspecto una vez que la demostrara que era un buen semental y que la satisfacía plenamente pero que Paula trabajaba y únicamente aparecía por casa para cenar, dormir y desayunar por lo que la propuse hacerlo con ella los martes y jueves por la mañana; con las madres los días laborables por la tarde y con su hija por la noche. Lourdes pensó que, para poder llevarlo a cabo de aquella forma, lo más oportuno era que la velada nocturna se desarrollara en su domicilio no dudando en señalar que, en todo momento, dispondría de la posibilidad de estar presente y de participar en la actividad sexual que mantuviera con Paula. El hecho de poder realizar tríos con madre e hija me hizo acomodarme a las demás pretensiones que Lourdes me fue mencionando antes de pedirme que la enseñara el nabo. Me desnudé delante de ella y en cuanto lo vio, comentó que tenía que reconocer que Diana había sabido escoger muy bien. A pesar de que conocía que hacía pocos minutos que había acabado de follarme a su cuñada, procedió a realizarme lo que denominó una “prueba preliminar” y para ello me hizo colocar mi erecto pene entre sus exuberantes tetas para apretárselas fuertemente con sus manos mientras con mis dedos tiraba de sus pezones y efectuarme una cubana en la que no dejó de lamerme con su lengua la punta de la picha cada vez que aparecía por la parte superior de lo que ella no dejaba de llamar sus “valores”. Lógicamente, no la resultó demasiado fácil sacarme la leche pero me indicó que la complacía que fuera así puesto que nunca la habían gustado los hombres que eyaculaban precozmente y que cuándo más tardara en echar la lefa mayor placer sería capaz de darla. Cuándo, finalmente, salió al exterior, en cantidad y en espesos y largos chorros, se fue depositando en las tetas, el cuello e incluso en la cara y el pelo de la hembra. En cuanto terminé de eyacular y observando Lourdes que se mantenía bien erecta, se extendió la lefa y sin dejar de apretarme los cojones, procedió a chuparme la pilila con deleite antes de que, viendo que estaba en perfectas condiciones para soltar más leche, se despojara del tanga y haciendo que me tumbara boca arriba en el suelo, procediera a realizarme una intensa cabalgada vaginal con la que se recreó de tal forma que, en cuanto la sintió entera en su interior, se hizo pis de autentico gusto encima de mi. A pesar de que no puedo estar completamente seguro, creo que a base de forzarla la raja vaginal y a cuenta de su excitación llegó a dilatar tanto que mis huevos entraron dentro de su seta y que cuándo “descargué” por primera vez en su interior la punta de la pirula estaba en total contacto con sus ovarios. Lourdes, que alcanzó un monumental orgasmo al recibir la lefa para repetir pocos segundos después cuándo me meé dentro de su almeja, no tardó en indicarme que podía echarla toda la leche que quisiera puesto que, después de haber parido a su última hija, la habían hecho la ligadura de trompas para que no existiera ni la más remota posibilidad de que otro cabrón la hiciera un “bombo”. Después me indicó que ningún hombre había osado mearse en su interior pero que la había encantado que, tras recibir la lefa, la mojara con una más que generosa cantidad de pis haciendo que llegara, de nuevo, al clímax. Lourdes me continuó cabalgando varios minutos más para acabar moviéndose más sosegadamente echada sobre mí mientras la mantenía bien abierto con mis manos el ano hasta que, tras volverse a mear, tirarse unos cuantos pedos y comenzar a sentir que al estar desentrenada había sufrido un importante desgaste durante la cabalgada, decidió extraerse el pito e incorporarse sin importarla dejarme bastante próximo a una nueva eyaculación. Sentándose en el sofá decidió usar sus pies para apretarme los cojones antes de moverme con ellos la polla hasta dejarme, de nuevo, a punto de soltar más leche. Mi rabo respondió adecuadamente a aquellos estímulos pero, en cuanto no fueron tan intensos y después de haber echado seis polvos en poco más de hora y media, precisaba descansar por lo que empezó a perder parte de su erección. Lourdes, al verlo, pareció contrariada pero, enseguida, me pidió que la volviera a hurgar en el culo cosa que hice encantado, después de lamerla durante unos minutos a conciencia el ano, introduciéndola primero mis dedos y más tarde forzándola con un fisting anal con el que no tardó en indicarme que estaba a punto de cagarse y que era mejor que la sacara el puño antes de que no la diera tiempo a llegar al water y lo pusiera todo perdido.
Desde aquel día entre Charo y aquellas dos guarras se encargaron de que no tuviera la menor necesidad sexual. Aparte de tirarme casi todos los días a primera hora de la mañana y por la noche a Charo que, además, me efectuaba todas las mamadas y pajas que la pedía, a días alternos me cepillaba por la mañana a Diana y Lourdes que, deseando que la hiciera lo mismo que a su cuñada, no había contado con tener que poner su trasero a mi total disposición. Aunque no era la primera vez que la daban por el culo estaba mucho menos acostumbrada que Diana y a cuenta de las excepcionales dimensiones de mi verga y el haberme acostumbrado a “clavarla” por detrás de una forma un tanto salvaje, la penetración y perforación intestinal la resultaban especialmente dolorosas y con mis movimientos de mete y saca liberaba con mucha facilidad y frecuencia el esfínter. Como no era fácil extraerla la chorra en los momentos en los que necesitaba defecar al encontrarse el capullo aprisionado en su intestino, su caca no podía salir al exterior y al dolor propio del sexo anal se unía el tener que soportar la presión que hacía la mierda en busca de un lugar por el que poder evacuar. Eso sí, en cuanto la sacaba el cipote, la echaba en tromba y al ser bastante sólida me encantaba degustarla y darme verdaderos atracones haciendo que me cayera en la boca a medida que iba saliendo, bien caliente, por su ojete. Semanas más tarde decidimos acudir con cierta frecuencia a algunas sesiones cinematográficas en las que sabíamos que el número de espectadores iba a ser escaso para que en la sala la pudiera “meter mano” y masturbar hasta lograr que se meara de gusto empapando la butaca con su “baba” vaginal y su pis mientras me movía el nabo sacándome un par de polvos y una meada antes de realizarme, unas veces en la misma sala y otras en el water del local, una intensa cabalgada vaginal para que la echara por dos veces mi leche dentro del chocho.
De acuerdo con lo que habíamos apalabrado, Lourdes tardó poco más de dos meses en comenzar a facilitarme que, por la tarde, pudiera follarme a jóvenes guapas, dotadas de un físico atractivo, deseosas de sexo y de disfrutar de las excelencias de una buena “tranca”. Entre las que iba eligiendo no había únicamente madres ya que, asimismo, me tiré a algunas cuidadoras, hermanas mayores de las alumnas y a dos profesoras. Aunque todas estaban realmente buenas la mayoría eran unas autenticas pijas que se opusieron a que se la “clavara” temiendo que las fuera a dejar preñadas y lo que querían era verme el pene y comprobar que disponía de una encomiable potencia sexual a base de hacerme mamadas y pajas a cambio de que las comiera el coño ó las hiciera un exhaustivo fisting vaginal mientras que el resto, las menos, deseaban sentir mi picha en el interior de su seta para poder disfrutar de un montón de sensaciones placenteras antes de culminar mojándolas con mis eyaculaciones y meadas. Entre estas últimas hubo varias que, aunque terminaron dejándome que las diera por el culo, se oponían a mantener una práctica sexual anal regular y me hacía gracia que algunas denominaran a nuestros contactos como “echar una cana al aire” ó “soltarlas unos buenos casquetes”.
De esta época guardo varios gratos recuerdos como el de una joven, llamada Irene, delgada y menuda, con un abundantísimo cabello moreno y unas piernas muy finas que había cumplido diecinueve años pero que daba la impresión de no sobrepasar los catorce. La conocí de rebote después de que una de las madres con la que mantuve relaciones regulares me propusiera iniciar sexualmente hasta convertirla en una fulana guarra y viciosa a una vecina suya que había sufrido durante los primeros años de su vida un ligero retraso físico y mental. Al conocer a la chica me pareció bastante raro que, tratándose de una joven atractiva y sugerente, conservara su virginidad sin que pudiera estar seguro de si, en ello, había influido que su edad física no estuviera acorde con la mental ó que, al parecer, su madre la hubiera mantenido hasta entonces casi en clausura puesto que Irene entendía que el acto sexual era bajarse la braga y enseñarme la almeja. Cuándo se la acaricié, se la sobé, la masturbé y se la comí daba la impresión de que a la chica, que disfrutaba de unos monumentales orgasmos soltando una cantidad impresionante de “baba” vaginal y pis, se la hubieran abierto las puertas del cielo. Semanas más tarde me empecé a ocupar de sus tetas y de su culo; después llegó el fisting y finalmente, el “clavársela” tanto por vía vaginal, con lo que llegaba a convulsionársela todo el cuerpo, como anal. Su chocho y su ojete eran bastante estrechos y aunque, por delante, conseguía que su raja vaginal dilatara lo suficiente como para metérsela casi a presión, cuándo la daba por el culo resultaba bastante complicado el conseguir introducírsela por completo y hasta el momento en que “descargaba” en el interior de su trasero la chica lo pasaba realmente mal y no llegaba a superar los escozores anales que, en varias ocasiones la obligaron a dejar de usar braga durante unos días para evitar el roce y unas impresionantes diarreas líquidas que solían mantenerse durante bastantes horas. Pero por más que insistí al respecto, incluso dándola dinero para que comprara anticonceptivos, no conseguí que Irene, que me decía que no podía tomar nada que no la recetara su médico, llegara a entender que tenía que tomar precauciones para evitar que la dejara preñada. La situación se complicó cuándo su madre comenzó a sospechar algo de lo que estaba sucediendo al encontrarse con señales más que evidentes de humedad vaginal, caca y pis en las prendas íntimas de la chica por lo que, temiendo que me iba a meter en un buen lío si la hacía un “bombo” y como tenía un buen surtido de mujeres donde elegir, decidí romper la relación a pesar de que ambos nos gustábamos y disfrutábamos plenamente con el sexo.
Otro buen recuerdo es el de Ariadna, una bellísima joven sudamericana dotada de un magnífico cuerpo, de cabello moreno que solía llevar recogido en forma de cola de caballo, complexión normal y baja estatura, que trabajaba como asistenta para una de las educadoras a las que me cepillé. Era madre soltera y tenía dos hijos de corta edad y me dijo que estaba a punto de cumplir treinta años que era una edad que, en la zona rural en que había nacido, se consideraba como el comienzo del declive femenino por lo que, antes de que “se la pasara el arroz”, quería que la engendrada un nuevo hijo a través de nuestra relación sexual. Pensé que aquella iba a ser una labor de pocos meses pero no tardó en aparecer Ethel, su alta, delgada, rubia y escultural compañera de piso que disponía de unos excepcionales atractivos físicos y solía vestir de una manera provocativa, a la que la gustaba llevar las riendas en cada una de nuestras sesiones sexuales obligándome a follarme a Ariadna muy despacio, con lentos movimientos circulares y extraerla con frecuencia la pilila para que la pudiera masturbar e ir vaciando la vejiga urinaria haciendo presión con sus dedos antes de permitir que se la volviera a “clavar” para continuar un par de minutos más, volver a sacársela y repetirse la historia hasta que llegaba un momento en que, sintiendo un gusto extraordinario, la echaba unas impresionantes cantidades de leche y unas placenteras y largas meadas dentro del coño. Por si no me excitaba lo suficiente con aquello, en cuanto la extraía la pirula a su amiga Ethel me efectuaba unas extraordinarias cubanas, mamadas ó pajas apretándome continuamente los cojones y dejándome tan a punto que, en cuanto se la volvía a introducir a Ariadna, eyaculaba. Aunque siempre “descargaba” en el interior de su seta, la comencé a dar por el culo con regularidad comprobando que recibía de maravilla por detrás; que intentaba colaborar en todo momento; que no era normal que liberara el esfínter durante el proceso por lo que para poder saborear su caca tenía que hurgarla con mis dedos en el ojete después de sacarla el pito y que tampoco era habitual que el capullo quedara aprisionado en su intestino puesto que, según me explicó Ethel, las habían forzado tanto por el culo desde su adolescencia que estaban acostumbradas al sexo anal y su intestino llegaba a dilatar bastante más que a buena parte de las hembras españolas que, según había podido comprobar, consideraban aquella práctica sexual como muy dolorosa y humillante por lo que no se mostraban partidarias de la penetración anal. Como, con semejante desarrollo, necesitaba emplear unas dos horas para echarla cuatro polvos y ni Ariadna ni yo podíamos permitirnos tal lujo durante la semana y la joven tampoco estaba dispuesta a que se redujera el número de ocasiones que recibía mi leche, decidimos mantener nuestros contactos sexuales, exclusivamente, la tarde de los sábados y domingos lo que, unido a que Ariadna siguió anticonceptivos durante los primeros tres meses de nuestra relación, ocasionó que tardara casi un año en dejarla preñada. En cuanto se confirmó el embarazo Ariadna dejó de trabajar como asistenta y cuándo el “bombo” empezó a hacerse evidente me indicó que había cumplido con mi labor y que como nunca se había sentido demasiado cómoda en este país iba a regresar al suyo de inmediato ya que no deseaba que su hijo naciera en territorio español. La dije que, como su decisión era irrevocable, al menos me facilitara que pudiera tirarme regularmente a Ethel. Ariadna se mostró sorprendida por mi pretensión e hizo que me olvidara rápidamente de ella cuándo me indicó que me suponía enterado de que su amiga, además de prostituirse en un club de alterne desde que había llegado al país, tenía un “chulo” que la explotaba sexualmente y que, en cuanto se enterara, me sacaría todo el dinero que pudiera a cambio de seguir disfrutando de los encantos y “favores” sexuales de Ethel.
A algunas de aquellas féminas me las cepillé en dos ó tres ocasiones mientras que a otras, como a Ariadna ó Irene, se lo hice un montón de veces pero a medida que fueron pasando los meses comencé a sentirme desfondado por el sexo por lo que decidí seguir con aquello pero follándome sólo a dos hembras que, además de no tener demasiadas obligaciones familiares y laborales, eran las que más me cautivaban y excitaban. Ambas eran unas autenticas preciosidades, jóvenes y con un único hijo pero en lo demás tenían muy pocas cosas en común. María Paz ( Paz ) era una mujer de cabello moreno, ligeramente baja de estatura y complexión normal que lo mismo acudía a nuestras citas vistiendo un chándal que pantalones vaqueros, un traje de chaqueta con falda ó de “punta en blanco” con una indumentaria seductora y selecta disponiendo de una boca prodigiosa con la que me hacia unas memorables mamadas logrando que la echara una mayor cantidad de leche y sintiendo más placer del habitual mientras que Sofía era rubia, alta, delgada, exuberante y con un cuerpo espléndido que la hacía saberse muy deseada por el sexo masculino. La gustaba vestir, incluyendo su ropa interior, a la última tendencia de la moda y en plan coqueto, cursi y juvenil, con “modelitos” provistos de unas faldas tan ceñidas que muchos días casi no podía ni andar y su principal virtud era la de saber moverse a la perfección en la cama tanto cuándo la penetraba por vía vaginal como anal con lo que me aumentaba el gusto logrando que la poseyera inmerso en una gran excitación sexual. Las dos resultaron ser unas excelentes “yeguas”, cerdas y salidas y nunca se opusieron a que las diera por el culo aunque, en vista de las dimensiones de mi polla; la frecuencia con la que me agradaba metérsela por detrás y las múltiples contrariedades y molestias que llegaron a padecer a consecuencia de esta práctica sexual, me pidieron que no se la “clavara” por el trasero más de una vez a la semana. Nos pusimos de acuerdo para que, en mi domicilio y de lunes a viernes, me las tirara por separado a días alternos desde las tres y medía, que era la hora en que terminaba de comer, hasta un poco después de las cinco que era el momento en que, tras quedarme muchos días con sus prendas íntimas, tenían que empezar a vestirse para ir a recoger a sus hijos al colegio, del que salían a las cinco y medía, mientras que yo, descansaba unos minutos, me vestía y me reintegraba a mi actividad laboral.
El que mi actividad sexual con Paz y Sofía se convirtiera en habitual y que casi todos los días mantuviera contactos sexuales con una de ellas sin importarme lo más mínimo metérsela incluso cuándo estaban en pleno ciclo menstrual, hizo que mi relación con Charo comenzara a decaer. La fémina, viendo que cada día recurría a ella con menos frecuencia, empezó a ponerse pesada pidiéndome que, además de sádico, me mostrara más violento con ella y que, después de tantos años de relaciones, teníamos que convertirnos en pareja de hecho y yo, la verdad, sólo había estado dispuesto a dar tal paso con Aranzazu cuándo era más joven puesto que, aunque siempre me había gustado tener parejas sexuales estables, lo que menos me había llegado a plantear en los últimos años era el vivir de continuo con una hembra y menos con Charo que, por muy guarra y viciosa que fuera, era mayor que yo y uno de sus hijos estaba a punto de convertirla en abuela. El que me negara varias veces a acceder a su pretensión originó que, sin atender a razones, decidiera unilateralmente dar por concluida nuestra relación de una manera drástica y aunque lo sentí ya que habíamos mantenido contactos sexuales durante muchísimo tiempo, no tardé en consolarme con Diana, Lourdes, Paz y Sofía y olvidarla.
A la que tardé varios meses en conocer fue a Paula. Lourdes comenzó a darlo largas pensando que después del “boom” de Paz y Sofía me olvidaría de su hija pero no fue así y tras demostrarla que tenía una gran paciencia, al ver que no hacía absolutamente nada por “ponérmela en bandeja” en la cama la apremié para que, de una vez, encontrara el momento y el lugar adecuado para proponérselo aunque creo que lo que verdaderamente la preocupaba era como decírselo y el encontrarse, como había oído, con que su hija era una autentica golfa. Al final y ante mi continua presión, Lourdes no tuvo más remedio que hablar con Paula que no dudó en aceptar pero señalando que aquella relación no tenía mucho porvenir. La chavala resultó ser una de esas jóvenes imponentes que con sólo mirarlas ponen a cualquier hombre al borde de sus deseos y con el rabo bien tieso. De abundante y largo cabello rubio, altura y complexión normal y muy bien proporcionada, había heredado de su madre unas voluminosas tetas; una seta abierta, amplia y sabrosa y un muy deseable y “tragón” culo pero, el día que lo conocí, me dio la impresión de que se consideraba una diosa. Si Diana me había comentado que los sentimientos de Lourdes no eran demasiado buenos, Paula tenía un carácter muy fuerte, una mala leche impresionante y cada vez que abría la boca soltaba algún taco. Lo primero que la joven me indicó es que sólo se acostaría conmigo si estaba bien “armado” y echaba leche en abundancia para, acto seguido, explicarme que no hacia ascos a nada; que su mayor logro había sido chuparles la verga a nueve chicos, a la mayoría de los cuales la resultó costoso que se les pusiera totalmente tiesa, en una fiesta atendiéndoles de tres en tres para que mientras se lo mamaba a uno de ellos movérsela a los otros dos hasta que todos acabaron “descargando” en su boca ó en su cara y que, aparte de acostarse con los chicos que la gustaban, estaba manteniendo relaciones sexuales lesbicas en grupo con las que se satisfacía plenamente por lo que debía de entender que me iba a poner el listón bastante elevado. A pesar de ello, me agradó que Paula se mostrara como una fierecilla y como Lourdes, según había comprobado, también tenía mucho orgullo me decidí a “rebajarlas los humos” mostrándome bastante sádico y un poco violento hasta convertirlas en unas dóciles perritas. En cuanto Paula me vio la chorra, que estaba como un autentico poste, se dio perfecta cuenta de que no se había equivocado accediendo a los deseos de su madre que, en nuestra primera noche, no se perdió ningún detalle, masturbándose enérgicamente hasta que el flujo llegó a gotearla de continuo, mientras me veía cepillarme a su hija por todos sus agujeros con su colaboración ó sin ella mientras esta, inmersa en constantes contracciones de su cuerpo, convulsiones pélvicas y pérdidas urinarias, no dejaba de levantar el culo y alcanzaba un orgasmo tras otro llegando a echar varias meadas, todas ellas bastante largas y tal cantidad de “baba” vaginal que parecía más propia de una eyaculación masculina. Pero mientras a Lourdes fue más que suficiente que la obligara a echarse totalmente desnuda boca abajo sobre mis piernas para hurgarla en el ojete y ponerla el culo como un tomate ó introducirla guindillas por vía vaginal y anal cada vez que consideraba que podía darme un mayor gusto con Paula me tuve que emplear más a fondo hasta llegar a meterla el tanga en el interior de la almeja ó taponarla con cera el chocho y el ojete con lo que al cabo de varias horas y viéndose reventar al no poder hacer sus necesidades me pidió de rodillas que la liberara de aquel suplicio cosa que hice, recreándome con ello y tomándomelo con mucha calma, después de obligarla a realizarme una de sus portentosas mamadas. Madre e hija dejaron de protestar cuándo las obligaba a hacer algo que no las agradaba y se olvidaron rápidamente de sus arcadas y náuseas cuándo las obligaba a chuparme el cipote manteniéndolo dentro de su boca junto a mis cojones; cuándo debían de degustar e ingerir mi pis ó mi caca; cuándo hacía que su coño dilatara a base de frotárselo con un felpudo antes de forzarlas al máximo con un exhaustivo y largo fisting vaginal para, más tarde y aprovechándome de sus descomunales “cuevas”, follármelas a conciencia; cuándo, a pesar de tenernos que despertar tres cuartos de hora antes, tenían que ocuparse de que acudiera al trabajo con la libido satisfecha y “bien servida” y cuándo logré que, una vez superados todos sus ascos y repugnancias al recibir mis meadas dentro de su boca, culo y seta, todas las mañanas pudiera colocarme en cuclillas sobre la boca de una de ellas con intención de defecar y forzarla a comerse íntegra mi caca mientras la apretaba las tetas ó la sobaba la raja vaginal y el culo con lo que, en pocos meses, conseguí que tanto la madre como la hija se convirtieran en unas dóciles corderitas a mi servicio.
A Paula lo que más la agradaba era hacerme pajas y que me la “trajinara” al mismo tiempo que su madre me hurgaba en el culo con sus dedos y me apretaba los cojones para que mi eyaculación tardara un poco más en producirse. Siempre me he prodigado en tirármela a estilo perro; tumbado sobre ella ó manteniéndonos de pie con la joven doblada, sus piernas muy abiertas y una de ellas más elevada que la otra mientras que a Lourdes lo que más la agradaba era que la dejara cabalgarme; que me la cepillara echada sobre mi, con las piernas cerradas y manteniéndola bien abierto el ojete con mis manos ó acostada boca arriba a lo ancho de la cama para incorporarse un poco y ver como se la “clavaba” ó como me la follaba. Me acostumbré a usar con ellas el amplio y variado surtido de “juguetes” sexuales del que disponía Paula sintiendo una muy especial predilección por las bolas chinas y por un grueso consolador de rosca con el que conseguía hacerlas “vibrar” de gusto y “vaciarse” muy deprisa. A la hija la encanta que, unas veces a cuatro patas y otras tumbado boca abajo, permita que su madre me mueva el nabo para “ordeñarme” y sacarme la leche y el pis mientras ella me hurga en el culo con un vibrador hasta dejarme a punto de defecar y poder darse un festín comiéndose mi mierda a medida que va apareciendo por el ano. Paula se “pone” al máximo cuándo me muestro bastante sádico con Lourdes y la agrada que, ayudado por su madre, la obligue a hacer todo aquello que se me ocurre como el recibir algunas de mis meadas en su copioso cabello, colocada a cuatro patas y aguantando mi peso al permanecer sentado sobre su espalda, mientras su madre la fuerza la almeja y el culo con sus dedos ó con algún “juguete”.
Cuándo Lourdes y Paula me habían demostrando lo tremendamente cerdas y golfas que eran y que para ellas no había ningún límite sexual, empezaron a producirse una serie de enfrentamientos con Diana que no dejaba de recriminarlas que estuvieran haciendo todo lo posible para que las poseyera en exclusiva. A pesar de que mis contactos sexuales con Diana continuaban produciéndose la mañana de los lunes, miércoles y viernes, creo que sintió celos y como la, hasta entonces, bastante buena relación que mantenía con Lourdes se deterioraba cada día más y discutían con frecuencia dándome la impresión de que en cualquier momento iban a llegar a las manos logré que, al menos, se pusieran de acuerdo para dejarme decidir con cual de ellas quería continuar. Pero como Diana me gustaba, me sentía muy cómodo con ella y era la mujer más adicta al sexo anal con la que había topado mientras que a través de Lourdes estaba manteniendo relaciones sexuales, además de con ella, con dos bellezas femeninas y con Paula tomé una decisión salomónica proponiéndolas que todo continuara igual con la salvedad de que, para evitar que tuviera más problemas con Diana, Lourdes se viniera a vivir a mi casa, junto a Paula y Carolina, asumiendo las labores domésticas de la vivienda lo que me obligó a trasladar a mi centro de trabajo los contactos que mantenía con Paz y Sofía.
Desde que tomé aquella decisión han pasado casi tres años y mi actividad sexual se mantiene en un punto álgido sin que haya tenido ganas ni tiempo para entablar nuevas relaciones. En la actualidad, Sofía, que ha “cargado el mochuelo” a su pareja, se encuentra preñada de cinco meses mientras que Paula, que decidió quitarse el DIU, luce un espléndido “bombo” de la que dentro de unas ocho semanas se convertirá en nuestra primera hija y la primera nieta de Lourdes mientras que por la mañana, además de salir bastante satisfecho de casa, mantengo contactos los lunes y jueves con Diana; los martes y viernes con Paz y los miércoles y sábados, aprovechando que tengo que ir a trabajar para recuperar el tiempo que pierdo a lo largo de la semana a cuenta del sexo, con Sofía. Por la tarde, después de comer, me suelo tirar a Lourdes y por la noche a Paula, la mayoría de las veces contando con la presencia de su madre con la que los viernes y sábados solemos efectuar unos exhaustivos y largos tríos que nos satisfacen plenamente y nos permiten “vaciarnos” por completo.
No voy a negar que, a pesar de llevar una vida sexual de lo más gratificante y satisfactoria, aún se me pone bien tiesa y me lleno de deseos cada vez que me cruzo en la calle con una fémina atractiva provista de un buen par de tetas y de un culo apetecible vestida con ropa ceñida y corta pero, aunque no descarto el que pueda surgir alguna nueva aventura, intento ser bastante comedido ya que me encuentro muy a gusto con mi convivencia actual junto a Lourdes y Paula y no me gustaría que se fuera al traste a pesar de que no me había llegado a plantear el vivir de esta manera y el que se haya producido debemos de agradecérselo a la bolsa que, repleta de fruta, se la rompió a Diana aquel jueves en el supermercado.