La bola se hace grande (1)

Juan solo había quedado con una amiga, pero las cosas se complican y Mónica, que no debería ver esto, promete complicarlo más...

Aquél día estaba yo entre ese montón de gente que siempre está esperando a otra gente en el centro de Barcelona, todos en el mismo sitio, y yo entre ellos. No sé por qué todo el mundo queda en el mismo lugar, pero yo no soy una excepción. Miré alrededor y ahí estaba ella, hermosa como siempre; siempre me gustó esta chica, desde que la conocí el tercer año de universidad. Me dio dos besos, y escapamos de ese gentío, bajando las ramblas nos perdimos por las callejuelas del Raval. Yo solo tenía ojos para ella, no sé si era posible disimular la atracción que sentía por ella, seguro que se daba cuenta. Quizás por perderme en sus ojos y en su cuerpo lindo no me di cuenta que allá esperando como yo había alguien que nos vio, y dejando de lado su cita se decidió a seguirnos, y pasada media hora y ya en pleno Raval seguía detrás nuestro a una distancia prudencial. Por lo visto se le daba bien, pues ni yo ni Ana, que así se llamaba mi amiga de la universidad, no nos dimos cuenta de su presencia.

Nos sentamos en una terraza a tomar unas cañas, y desde el interior del mismo bar, junto a la ventana, la chica que nos seguía estaba viendo la escena. Menuda loca, os estaréis preguntando… ¿por qué esa obsesión en seguirnos? ¿mi novia, os preguntaréis? La verdad es que esa chica, que me siguió durante horas ese día sin que yo me enterase, era Mónica, mi cuñada. Bueno, lo de cuñada es una forma de hablar, pues aún no estoy casado, aunque se da por seguro que más pronto o más tarde me voy a casar con Paula, mi novia, la hermana de Mónica. Precisamente estuvimos hablando de esas cosas con Ana, pues hacía muchísimo tiempo que no nos veíamos. Ella había estado largo tiempo en Inglaterra, y ahora había vuelto a Barcelona. De sus parejas, ahora, ni rastro; no tenía nada con ningún exnovio de aquí, y con el tipo que la retuvo tanto tiempo en Inglaterra ya no tenía nada tampoco. Conmigo, nunca pasó de una buena amistad, aunque… bueno, era obvio que algo sentíamos el uno por el otro. El problema eran las parejas que teníamos los dos.

Sí, sigo con Paula –le dije. Y para mis adentros sentí que debía haberle dicho que no, que con Paula se había acabado y estaba libre.

Hace ya muchísimo tiempo, ¿no?

Sí, serán ya… ¿cinco años?

¡Nooo…! ¡Hace por lo menos seis u siete!

Ah, ¿sí? ¿Qué pasa, sabes más de mi vida que yo mismo? –pregunté riendo.

¡Por lo visto sí! –siguió ella, riendo-. Mira, si nos conocimos hace seis años y ya estabas con esta chica

Vaya… -me quedé un momento pensativo, y resolví-; sí, tienes razón, hace seis años y medio. ¡Pues vaya, cómo pasa el tiempo!

Sí, es una locura… jajaja… ¡Oye, que parecemos dos viejetes ya! Jajaja

¿Qué dice, jovencita? ¡Hable más alto, que no la escucho…! –dije, haciendo el payaso y riendo.

Detrás de la ventana, dentro del bar, Mónica nos miraba fijamente todo el rato. De su bolso había sacado su cámara de vídeo, y se puso a filmarnos, disimulando, como si estuviera viendo en la cámara sus cosas gravadas o consultando cualquier cosa de la cámara. El caso es que ella nos filmó ahí afuera, en la terraza, riendo y con esas miradas que decían bien claro que entre Ana y yo había un feeling especial, aunque ella no podía oír ni registrar lo inocente de la conversación. Afuera, nosotros seguíamos charlando animadamente, ajenos al mundo y a esa grabación.

Y bueno, ¿cuando se casa la parejita feliz? –preguntó Ana, con cierta malicia.

Y yo qué sé, no me preocupa mucho eso… Los viejos sí que ya empiezan a ponerse pesados con el tema

¿Los tuyos o los de ella?

Los unos y los otros.

¿Y Paula…?

A Paula lo de la ceremonia le da un poco igual, lo que ahora nos interesa es conseguir estabilidad en el trabajo y tener un dinerito, a ver si podemos irnos a vivir juntos

¿Vivís separados? –preguntó ella, con cierta alegría mal reprimida.

No, no… vivimos juntos pero en un piso compartido, somos cuatro en el piso en total: dos chicos y nosotros.

Qué putada, ¿no?

Sí, la verdad que sí

Bueno, es cuestión de esperar el momento…; después de siete años, eso ya no hay quién lo pare, ¿no?

Eejj… claro… -vacilé, me sentí incómodo, tanto por cómo lo dijo como por lo que dijo. Ella se dio cuenta y sonrió, y dentro del bar Mónica sonreía también al ver esa sonrisa de Ana registrada en la cámara.

¿Y qué hay de la familia? Ya te veo ahí por Navidad con los suegros… –comentó Ana, riendo pero curiosa, tras unos instantes de silencio. Al parecer estaba muy interesada en escudriñar todo en nuestra relación y nuestra vida.

Pues sí, ya hace cuatro años que paso el día de Navidad en casa de los suegros, pero sigue siendo tan incómodo como el primer día… Si por lo menos hubiera más gente, jóvenes… con alguien podría hablar, pero es que estamos solos Paula y yo con sus padres y su abuela… vamos, ¡que no es la alegría de la huerta! Por suerte solo vamos a comer por Navidad y un par o tres de veces más al año

Jajaja… ¡¡Vaya, Juan, te tienen amargadito los suegros eh!! Jajaja

No, no es eso

Jajaja… Tranquilo, no pasa nada, pasa en las mejores familias… -dice ella riendo, y sus risas siguen almacenándose en esa filmación… Y cuando consigue dominar su ataque de risa, Ana añade:- ¿así que Paula es hija única?

Bueno, no, en realidad no… Tiene una hermana, Mónica, aunque es casi un tema tabú en la família

¿Y eso?

Bueno, por lo que te conté ya ves que no aparece por su casa ni siquiera por Navidad

¿Se llevan mal?

Yo ni siquiera la he visto en la vida, solo en alguna foto vieja allá en casa de sus padres. Solo sé que se llama Mónica, es un par de años mayor que Paula, y hace años que apenas tienen noticias suyas. Eso es lo que me contó Paula, en su casa ni se menciona, como si no existiera

¡Qué fuerte…! Cuéntame, cuéntame más de esa tal Mónica

Y yo qué quieres que te cuente, si no sé nada… Ya te digo, lo poco que sé es por lo que me comentó Paula un día, antes de ir a casa de sus padres la primera vez. Más bien para que no metiera la pata… Por sus padres nunca escuché nada, ninguna referencia ni comentario, ni siquiera Paula me volvió a hablar nunca más de ese tema. No quiere hablar de eso… Y la única imagen que tengo de Mónica es de un par de fotos que tienen ahí en su casa, fotos viejas de cuando eran niñas

¿Y qué te contó Paula aquella vez?

Pues, qué sé yo, no me acuerdo bien… Que tenía una hermana, un par de años mayor, que tuvo una adolescencia muy loca, que tenían una relación muy tensa en casa, y que Mónica se largó de casa un día con un hombre treintañero y ya no volvió más. Solo alguna vez llegó alguna carta o alguna llamada, parece que en algún momento que no tenía dinero

¡Mira qué lista! Claro que sí, ¡esta chica es todo un referente!

Dentro del bar, Mónica filmaba la escena sin sospechar, ni siquiera remotamente, que estaban ahí afuera hablando de ella. Un rato más tarde, nos fuimos a dar un paseo por ahí, Ana, yo… y unos pasos detrás, Mónica. Al pasar frente a una tienda de ropa, Ana decidió entrar, pues había visto un vestidito que le gustó mucho. Cuando salió del probador estaba preciosa, y en ese escote sus pechos se veían riquísimos…; no pude evitar excitarme, pensar en mi pene entre esos senos preciosos y grandes. Y ella hacía posturitas, se daba la vuelta, mostraba sus pechos y su colita linda, ¡qué culo precioso tiene! Me miraba penetrante, seductora. Luego se me acercó y me dijo, con la voz más sensual que jamás escuche, "¿te gusta?". Y yo no sabía si hablaba del vestido o de sus pechos o su culo o qué… pero le dije que sí, con cara de bobo, seguro. Luego preguntó el precio a la chica de la tienda. Era una tienda de esas de moda fashion y por lo tanto era un poco excesivo el precio, ella puso cara de desencantada

No puedo permitírmelo… -dijo, con una voz y una cara de pena, y con cierta teatralidad que yo en aquél momento fui incapaz de entender, pero en el fondo resonaba como un eco que me decía que debía comprárselo.

Tranquila, yo lo pago. Es un regalo… de bienvenida… -dije, titubeando, inseguro… quizás no procedía… quizás… Ella se lanzó en mis brazos y me dio un gran abrazo, estallando sus tetas en mi pecho, se apretó junto a mí… y estoy seguro que pudo notar esa polla dura entre mis piernas. Ella sonreía, estaba muy feliz, yo pensaba que por el vestido… pero en su mente, ella sabía que había ganado algo más que un vestido

Yo pasé mi Visa, pensando en el bache que esto suponía en mi precariedad. Además, no sabía como debería justificar ese gasto notable. No es que Paula lleve mis cuentas ni sepa qué me gasto, como ni cuando, pero sí sabemos los dos qué tenemos, cuál es el sueldo y cuáles los gastos comunes… Ana decidió llevarse el vestidito puesto, y por qué no decir que a mí me pareció bien la idea. Aunque… aún se hacía más difícil estar con ella, pues la vista se me iba… En la tienda, mientras salíamos, la dependienta se acercaba a atender a otra chica que había por ahí; era Mónica. "Tranquila, solo estoy mirando…". Salió y metió la mano en el bolso, paró la cámara aún filmando. Aquí no fue tan fácil ser discreta, dentro de la tienda. Repasa lo que grabó, las imágenes de Juan y Ana se intercalan con prendas de ropa que pasan frente a la cámara… pero por suerte se puede apreciar claramente el apretón de la pareja, ese abrazo, esos pechos inmensos de ella chocar con el pecho de él, y la mirada de bobo feliz de él. Mónica sonríe satisfecha, y sigue caminando, siguiéndonos.

Terminamos en el puerto, horas después. Son ya las diez, es jueves, y ya debería estar en casa. De todas formas me siento muy bien, muy a gusto, lo estamos pasando en grande con Ana, y la atracción entre los dos es tan poderosa que ninguno de los dos quiere irse. Tanteamos la cuestión, ella no tiene prisa y yo… Decido llamar a Paula, que a esas horas ya estará en casa, seguramente.

Hola. ¿Dónde estás?

Hola cariño. Estoy en el centro, aún. ¿Te acuerdas que había quedado con gente de la uni? Nos hemos liado, liado, y aquí estamos… Esta gente decía de ir a cenar y tal… La verdad, que después de unas cuantas birras… ahora me apetece por lo menos cenar con ellos

Bueno, haz lo que quieras.

¿Estás enfadada?

No, no. Pero podrías haberlo dicho antes, ¿no? Bueno… nada, nada… Yo me voy a dormir pronto, que mañana a las siete tengo que estar de pie otra vez.

Bueno, vale… Intentaré volver pronto. Besos.

Paula colgó. Sin duda estaba molesta. Pasa que trabaja mucho, muy duro, muchas horas, va muy estresada, y solo le falta que cuando llegue a casa su novio esté por ahí de juerga con los amigos. A mí no me gustó mucho el tono de la conversación, sin duda estaba molesta, pero tampoco aprecié que estuviera excesivamente enfadada, ni tampoco pareció dudar de la supuesta cena de amigos. La que sí está sonriente y contenta es Ana, la tarde de flirteo ha subido de tono y ya los dos somos bastante conscientes (en la consciencia que cabe en nuestro estado bastante etílico) que entre los dos puede pasar algo, está ahí latente. También sonríe Mónica, muy cerca de nosotros, sin que nos fijemos en ella. De todas formas ninguno de los dos podría reconocerla. Todo lo que está aconteciendo va siendo grabado, un material de primera, piensa Mónica.

Cenamos en el Maremágnum, risas, besitos y abrazos cada vez menos inocentes. Vino, champán, alegría. Nos vamos. Pago yo, Visa. Llevo el día entero pagando yo, todas las cervezas, el vestidito, la cena, cada vez con menos preocupación. Cuando veo la nota me da un escalofrío, es realmente caro, hemos comido a la carta y con vino, champán, postres y todo lo posible. Obviamente es carísimo, y los gastos de hoy suponen un descalabro bestial en mi cuenta corriente; pero los excesos de alcohol y risas ahogan estos pensamientos en tal felicidad que dejo la Visa sin reparos. Por cierto, ¿hace falta decir que por ahí anda Mónica filmando todo?

Salimos del restaurante y andamos con cierta embriaguez, abrazados ya el uno al otro, un poco por la lujuria y otro tanto para no caernos. Entramos en una discoteca; por supuesto pago yo la entrada, cara pero con derecho a una consumición. Quizás os estoy dando la vara con la cuestión de pagar, pero qué le vamos a hacer, con Paula casi siempre pagamos todo a medias, y por otra parte nuestra situación económica es frágil y una noche como esta puede suponer dos meses sin extra alguno: ni cine ni cervezas ni nada. Ya sabéis que con los dos sueldos no nos alcanza siquiera para vivir solos

La discoteca fue la gran fiesta. Entramos ya muy ebrios, y encima nos bebimos los cubatas que entraban con la consumición del pago de entrada. La música era buena, y pronto estuvimos moviendo el esqueleto por ahí, ella muy sensual me ponía las manos en el cuello, bailaba para mí, me ponía a cien, rozaba con sus piernas y su mano mi paquete, que estaba a punto de estallar. Yo ya la agarraba por la cintura, ya por el culo, apretándolo, la acercaba a mí y mis labios caían sobre los suyos, mi lengua jugaba con la suya y se escapaba para caer en sus pechos… nos manoseábamos, nos besábamos, nos comíamos todo. Por ahí, junto a la barra bebiendo algo, Mónica seguía observando. Aquí ya no filmó nada, en la entrada apagó la cámara. Era una lástima, pues sería bueno tener esas imágenes de los dos pervertidos metiéndose mano en medio de la pista, sobándose y casi follándose allá en medio. Una mano se metió entonces en el culo de Mónica, apretándolo, sin ningún pudor ni escrúpulo. Ella ni se inmuto, miró un segundo al tipo, y se dejó manosear, mientras nos seguía mirando. El tipo se puso delante de Mónica, le sobo el culo, le comió las tetas, y mientras ella miraba por sobre de su hombro como los otros dos también se daban el lote. A Mónica no le importó para nada la irrupción del tipo ese, le venía bien para pasar un poco desapercibida. Aprovechando que estaba pegado al cuerpo de Mónica, el tipo le desabrochó el pantalón y bajó la cremallera, metiendo su mano dentro, dentro de sus bragas, directo al chochito de Mónica. En medio de la pista los otros no podían ser tan descarados, pero en ese rincón y con todo su cuerpo tapando la escena, el tipo no dudó en meter su mano en el coño de la chica esa que estaba sola en un rincón y se la veía muy zorra. Y nunca hubiera pensado el tipo que podía serlo tanto, de zorra, la chica… y es que no había siquiera dicho nada, solo se dejaba manosear y hacer todo… Ahora el tipo le metía hasta tres dedos en el coño, que empezaba a humedecerse, mientras le comía las tetas. El tipo la pajeaba fuertemente, y Mónica empezaba a jadear. Él sacó sus dedos y los acercó a la boca de Mónica, que enseguida acercó sus labios dispuesta a chuparlos; sin duda era muy zorra, esa chica. No había duda.

Mónica empezó a pensar algo, y sonrió para sí misma. Acaba de tener una gran idea. Se deja meter los dedos de nuevo, y besa apasionadamente al tipo. Saca de su bolso el teléfono móvil y le pide al chico su número. Él se sonríe, se siente muy macho y siente que esa zorra es toda suya. Se deja hacer de todo y aún mientras lo hace ya piensa en velo de nuevo y le pide el número. Mónica anota el número del chico y sigue dejándose manosear. Poco después ve como Ana y Juan se van, y decide seguirlos aunque sea un momento, para ver donde van; ¿quizás a un hotel? Le pide al tipo que quite sus manazas de su concha pero este no parece dispuesto, ahora con el calentón no va a dejarlo… pero ella le susurra a la oreja, "O me quitas las manos de encima o no me verás nunca más". El tipo recuerda lo del móvil y piensa que es mejor tener una zorrita para siempre o por lo menos otra vez, antes que quemarlo ahora todo por un calentón. Así que le quita la mano, y ella le sonríe agradecida, le agarra la mano y chupa sus dedos húmedos. Le mira a los ojos seductora, y le da un beso con lengua hasta lo más profundo. Él queda satisfecho, eso parece un pacto de sangre, ella volverá; está seguro. Y ella está tranquila, seguro que el tipo lo ha entendido y por esta noche no pretenderá más.

Sale de la discoteca y ve desaparecer a Juan y Ana al final del Maremágnum, el centro comercial y de ocio que está junto al puerto. Les sigue desde lo lejos y cuando llega al final del Maremágnum los ve tumbados en la hierba a unos cien metros. Ahí se detuvo Mónica, oculta tras una columna, pues si seguía por ahí no tenía donde esconderse, solo había el césped del parque. Por suerte la cámara tenía un buen zoom, y viendo y filmando a través de la cámara pudo apreciar como follaban allá Ana y Juan, como si les fuera la vida, sexo animal, brutal, penetrando fuertemente, casi como si quisieran hacerse daño, Juan la embestía como si de un asesino se tratara, clavando su daga fuerte, fuerte, una y otra vez con violencia, y ella recibía los golpes y cada golpe era un grito de dolor y de placer inmenso, hasta que estallaron los dos y, haciendo un 69, se lamieron todos sus flujos. Luego siguieron su camino hasta la avenida, donde pararon un taxi y Ana allá se fue.

Había sido una noche perfecta junto a Ana, algo inexplicable, intenso, cálido. De la presencia de Mónica, todo el día detrás de nosotros, ni siquiera nos dimos cuenta. Ahora Ana se largaba en el taxi y yo quedaba ahí, solo, aún medio ebrio y muy excitado, caliente aún. En mi cartera no quedaban más que algunas moneditas, el último billete de diez euros acababa de darlo a Ana, para el taxi. Esta noche sería capaz de arruinarme y endeudarme por ella. Camino hacia las ramblas de nuevo, hay que volver a casa y la única forma es con el bus nocturno desde la plaza Catalunya. O eso o un taxi, pero casi nunca utilizo el taxi, y ya esa noche había gastado muchísimo más de lo prudente. Llegué a las ramblas y empecé a subir, desde el puerto hacia plaza Catalunya, unos quince o veinte minutos andando, quizás. Pero yo seguía aún muy caliente, y a esas horas de la madrugada las ramblas son un festival de prostitutas que vienen a buscarte, y yo no sé decir que no, más si estoy ebrio. Así que, no sé bien como, terminé en el cajero sacando dinero acompañado de una puta que dijo ser de Senegal, y me acompañó luego a una calle que viene a dar a las ramblas, donde a pocos metros había un edificio en obras. Allá entramos debajo de unos andamios, ocultos de los transeúntes por las lonas que los cubrían, aunque allá dentro habían otras putas y puteros follando, la mayoría extranjeros borrachos, las putas la mayoría del África subsahariana. La puta bajó su pantalón y me ofreció su culo, que empecé a bombear enseguida, mientras con las manos le intentaba sobar los pechos o meterle los dedos en el coño, pero ella no se dejaba y me las apartaba, solo se ponía bien para que le follara el culo, redondito y lindo. De repente ella se apartó; el condón al parecer se había roto, y me lo cambió por otro. Y seguimos, de nuevo yo intentando meterle mano en el coño y ella sin dejarse. Esas chicas posiblemente eran muy pequeñas, quizás menores de edad, quizás llegaron vírgenes a Barcelona, antes de verse prostituyéndose en la calle. Poco después salía de el andamio con la puta, y aún así yo seguía con ganas, este polvo fue una mierda y quería más. Menuda puta, solo ponía el culo y apartaba las manos de su pecho y su coño, imposible disfrutarlo… solo un agujero donde meterla, inerte… mejor masturbarse que eso… Pero seguía caliente y se lo dije a la puta, y ella me dijo que tenía que volver a pagar, así que nos fuimos juntos de nuevo al cajero, y de vuelta bajo el andamio, y de nuevo lo mismo, y correrme y sentirme de nuevo igual, medio frustrado. Y tenía ganas de comerme un buen coño y me arrodillé a sus pies, y empecé a lamerle el coño ante su sorpresa, ella no entendía nada y se dejó hacer, eso sí, lamer y chupar el coño me lo permitía… meterle los dedos no me lo permitió, quizás temía quedar embarazada… Quién sabe por donde habrá pasado ese coño, qué habrá pasado por ahí… pero aún con el riesgo y lo guarro, yo le comí bien el coño allá arrodillado a sus pies. Quizás se lo debía, pobrecita. Cuando me levanté ella parece que no me miró con tanto asco como antes, hasta parecía ver en sus ojos cierta compasión. De atrás vino otra puta, también senegalesa, que me miró sonriendo, con cariño, muy linda. Por lo visto las dos eran amigas, claro, estaban en la misma situación, eran compañeras de trabajo y además eran del mismo país. "¿Te apetecería pasar un rato con las dos?", preguntó esa otra puta, guiñándome un ojo. Le contesté que no tenía dinero para las dos, pero acabé con ella del brazo. A la puta que acababa de follarme dos veces la dejamos por ahí, y en escasos segundos ya estaba del brazo de un grandote inglés. Ahora quería follarme a esta puta, pero no así, en cualquier lugar. Ella me dijo que de acuerdo, que no lo haríamos así, en medio de la calle. Yo ya soñaba con un cuartito, una cama donde tumbarnos y follar como es debido. Le pagué más caro a la puta, en este concepto, pero en realidad terminamos en las escaleras de un garaje, lleno también de putas y puteros follando, allá en las escaleras o abajo entre los coches. Nosotros nos paramos en el rellano y allá se arrodilló para chapármela, y luego se puso también ofreciendo su culo para que se lo folle. Me gustó esa puta, y cuando terminamos le pedí si estaba siempre por ahí, si podríamos vernos de nuevo, y le pedí su número de móvil para llamarla y quedar, por si no la encontraba. Y ella sacó su móvil, y yo no pude sacar el mío porque no lo llevaba. Lo habría perdido en algún lugar. Así pues no pude anotar su teléfono, y me fui, confundido, aún un poco ebrio, y tras una noche de gastos demencial. Me acerqué a un cajero y saqué dinero de nuevo, y de allí al bus nocturno y a casa. Entré en el portal de mi bloque a las siete y media de la mañana, con cara de perro apaleado. Al ver que bajaba el ascensor de repente pensé que quizás era Paula, y me dio miedo encontrármela. Seguro que estaba cabreada. Me oculté en las escaleras justo para verla salir. Era ella. Y sí, estaba cabreada. Cuando entré en mi piso me acordé de lo del teléfono y llame para anular la tarjeta. Aún fui capaz de entrar a Internet y mirar mi cuenta del teléfono; las dos últimas llamadas, esa misma madrugada, al Senegal. A coste de llamada internacional, claro. Me metí en la bañera, llena de agua, y me dormí. En algún lugar, Mónica no conseguía conciliar el sueño, excitada como estaba. Su filmación era una bomba, y desgraciadamente no pudo filmar lo de la discoteca ni lo de las ramblas. Porque Mónica estuvo por ahí, claro, mirando, viendo, ese ir y venir al cajero y a las putas. Tras el andamio y en el garaje… era obvio lo que había pasado, aunque no pudo verlo y le habría gustado, si no filmarlo por lo menos verlo. Pero claro, con las putas y los chulos no podía meterse demasiado si no quería tener problemas

Y aquí los problemas tenían que ser para Juan…, pensó Mónica, con malicia, viendo su grabación