La bohemia, sexo y azar
De como tuve un encuentro sexual sin esperarlo y lo que pasó luego, una confirmación de mis temores.
La Bohemia, sexo y azar
Camino por el centro de la ciudad, por una calle desierta. Voy de vuelta a casa. Calculo que es la una de la mañana, pero podría ser más temprano. No llevo un cobre en el bolsillo. Estoy nervioso, la ciudad en que vivo es muy peligrosa a estas horas. En estas circunstancias soy presa fácil de los ladrones y chiquillos de las pandillas. Estoy a varias cuadras todavía de casa. Alarmado, veo a lo lejos una sombra que avanza en dirección contraria. Un momento después, ya más cerca, reconozco en la sombra a una mujer. Es una señora. No sé si está borracha, pero me llama la atención que se dé vuelta constantemente para ver hacia atrás. No le doy importancia. Sin embargo, la mujer cruza la calle desierta, se detiene a dos metros y me dice:
Oye, chibolo. ¿Tienes un cigarro? -. Está borracha, su voz es ronca.
No... no tengo.
Sigo avanzando. Pero una luz cruza por mi cabeza, me digo que es bastante joven y regreso.
Oiga señora. Le puedo invitar un cigarrillo. Solo hay que encontrar dónde comprar.
¿Cuánto tienes?.
Cincuenta centavos.
Alcanza para dos cigarros. Vamos.
Bajamos juntos la calle.
¿Dónde hay una cantina por aquí?. ¿Tú vives en esta zona?- dice.
No. Pero conozco una cantina cerca.
Caminamos un rato en silencio.
¿No tienes también para un trago?
No.
Otro silencio.
¿Usted es casada?
Sí.
... y vive con su esposo...
Sí.
¿Y dónde está su esposo ahorita?
En la casa. - Camina con los ojos cerrados abriéndolos por ratos para no caer. Sus tacos resuenan en toda la cuadra. Me acerco más a ella.
Y su esposo... ¿tiene relaciones sexuales con su esposo?
Sí.
Caminamos un momento más sin hablar. Le paso el brazo por el hombro:
¿No le da miedo caerse con esos tacos?
Ji, ji. Ni que estuviera borracha.
Me abraza de la cintura y echa la cabeza hacia atrás sin dejar de caminar. Me inclino y le beso el cuello muy despacio.
No puedo estar sin un cigarro.
Ahorita vamos a comprar.
Caminamos unos pasos más. Me suelta y se sienta ante un portón.
Tráeme un cigarro prendido. Aquí te espero.
Ya falta poco. Vamos.
Hazme ver la plata. - habla con lo ojos cerrados.
Por unos segundos no sé qué hacer. Ella ríe.
Qué pendejo eres.
Cómo sé que está sola y que no me van a robar.
Vuelve a reír, esta vez con más fuerza. Se pone de pie y comienza a caminar.
Camino a su lado. Ella me abraza de la cintura y se recuesta contra mí con la cabeza gacha. Le paso el brazo por el hombro y con la otra mano le toco los senos. Reducimos el paso. Bajo mi mano por su espalda y sujeto su cintura, le acaricio las nalgas. Doblamos en la esquina. Le hago detenerse bajo un poste de luz malogrado. La arrimo a la pared de una casa y le manoseo la entrepierna. Ella respira agitada.
¿Te gusta la pinga? - digo.
...
¿Te gusta la pinga?.
Sí.
Saco mi pene erecto por el cierre del pantalón.
- Agárralo.
Ella coge con una mano mi pene y lo acaricia toscamente. Me siento en el suelo.
- Ven. - digo.
Me mira un momento y luego se baja el pantalón hasta los tobillos y se acerca. Estiro la mano y meto dos dedos en su vagina húmeda.
Ahh... ahh... aaaaahh.
Móntate mi pinga. Ves?, esta dura. Métetela rico.
La mujer se sube el pantalón hasta la rodilla y separa las piernas sobre mí. Se arrodilla.
Au, mi rodilla.
Sht. Separa más las piernas.
Mi pene toca la entrada de su vagina. Levanto la pelvis y le hundo mi pene varias veces. Ella se queja, gime. Tiene sus manos sobre mi pecho. Me bajo el pantalón hasta la rodilla y la penetro de nuevo, esta vez por varios minutos.
Se hace para un lado y queda echada boca arriba sobre el suelo.
- No aguanto. Mis rodillas - dice.
Me pongo de pie.
¿Quieres más pinga?
Sí.
Me coloco sobre ella y la penetro. No logro introducirle todo mi pene. Sus piernas apenas están separadas.
¿La sientes?... ¿La sientes, perra?
Sí.
Pide pinga. Pídeme más pinga.
Dame tu pinga.
Ruégame, sino te la saco.
...Sigue.
Ruega, carajo.
Sigue, papacito.
Una poderosa sensación de placer impulsa mis caderas contra su entrepierna, cada vez con más urgencia. Siento que llega el límite de mi resistencia, me inunda una ola de gusto que me hace cerrar los ojos, al tiempo que mis embestidas se pintan de furia. Le doy un golpe en la cara a la mujer:
- Toma, puta. Toma mi esperma.
Mi sexo explota en el interior de su vagina caliente. La mujer yace inmóvil bajo mi peso con los ojos cerrados. Me incorporo y me subo el pantalón y el cierre de la bragueta. Ella me mira quieta desde el suelo. Me doy cuenta de que está sollozando.
- Tú querías. -digo- Tú querías.
Le doy la espalda y comienzo a alejarme. Apenas he dado unos pasos cuando advierto una sombra moverse a mi costado. Un segundo después son cuatro sombras. Siento un golpe en el tobillo y caigo. Algo se estrella contra mi nariz y por un momento no veo nada. Luego comienza a arderme la frente y siento como si me apretaran la cabeza con dos fierros. Sigue una confusa mezcla de percepciones: ruidos, voces, sombras y flashes opacos, un olor metálico, silencio. Cuando despierto estoy en la misma calle donde estuve con la mujer. Ella está donde la dejé, acostada sobre el suelo. No hay nadie más hasta donde puedo ver. Me pongo de pie, las piernas no responden bien. Doy algunos pasos hacia la mujer. A la luz de los postes, veo que tiene la boca manchada y el cabello le cubre los ojos y la mitad de la cara. Hay algo horroroso en su postura, en su inmovilidad. Una sensación de frío me recorre la espalda mientras pienso en un muñeco de trapo. No quiero saber más, no quiero mirar hacia atrás. Quisiera poder andar más rápido.