La boda de Vana (la abuela de Ana)

Norte de Italia, inicios del siglo XX.

La luz de la tarde entra por los altos ventanales de arco de medio punto de la antigua iglesia. Por fuera parece solamente un granero abandonado, debido a su estilo románico, casi sin ningún adorno. Sobre su portón labrada en cantera rosa una concha marina, para los católicos significaba que ese templo estaba dedicado a la Virgen Maria, pero para los iniciados era la señal de Venus, la diosa femenina de las fuerza terrenales, de la pasión, la venganza, el placer.

Esta adoración había sobrevivido en el norte de Italia gracias a grupos de familias dirigidas por mujeres poderosas: empresarias, políticas, artístas, legisladoras. Habían logrado conformar cofradías regídas por códigos tan severos, que las mafias había tomado de ellas sus estructuras organizativas. La diferencia, tal vez, radicaba en la crueldad de sus matronas, por eso ningún Don atrevía meterse con ellas.

Al frente de la iglesia, esperando, con la vista al frente e iluminada por la luz vespertina, Vana, única mujer entre los tres hijos de la Matrona de la región, lleva un velo transparesnte que la cubría desde la cabeza hasta los pies, debajo iba desnuda, salvo unos guantes muy finos con decorados con perlas y un par de zapatos muy altos, es delgada, de piel aceituna que destella con la luz del sol, no lleva velo, en sus manos un anillo con un diamante y un látigo también color blanco, todo hace juego con los zapatos y los guantes.

Sentados del lado izquierdo, sus hermanos, padre y los demás hombres y niños miraban al frente en silencio, del lado derecho, un grupo pequeño de mujeres y niñas, vestidas con ropas muy elengantes, miraban de un lado a otro, giraban hacia la puerta y con la mirada buscaban algo, cuchilleaban y miraban sus relojes. Por lo demás el viejo edificio estaba en silencio salvo el aleteo de alguna paloma que vuelve a su nido dentro de la iglesia; los muros había perdido casi todos sus recubrimietos, virgenes y santos rotos, bañados con suciedades de palomas y telarañas, permanecian en sus nichos, pero el portal había perdido todas sus figuras, los maderos que tenía hojas de oro habían sido arrancados, solo el altar de marmol permanecía intacto, al pie de él, una inscripción en latín culto decía que debajo del altar se encontraba un relíquia de Maria Magdalena, la prostituta santa.

La viejas matronas creían que Magdalena era parte del culto a Venus, que era un sacerdotisa de primer orden y que había tenido como misión acercarse a Jesús para infundir en él los principios de su culto. También creían que Jesús, convencido, asumió el nuevo culto, pero que la tradición judía no permitió que siguiese adelante. Por eso ninguna de las matronas y practicantes del culto se avergonzaban de tener una sexualidad abierta y reconocer su cuerpo como su derecho y propiedad, haciendo del sexo un culto en si mismo.

Sonaron las campanas de las seis, y puntual, una música de suave de cuerdas y metales bajo desde el coro, por debajo de la puerta principal entró el cortejo. Dos mujeres muy jovenes, apenas quince años, desnudas, salvo unas sandalias doradas y un capa de lino blanco que cubría su cabeza y se deslizaba por la espalda hasta sus pies. Sujetaban un ramo de rosas blancas que inundaro de aroma todo el recinto, también llevaban un delgado cordel dorado y, detrás de ellas, un grupo de cuatro mujeres mayores, las abuelas y tías de Vana, vestidas igual, desnudas bajo una capa, esta vez de color dorado, el cordel continúaba por sus manos y seguía más atrás, donde iba una mujer muy bella, la madre de Vana, vestida con una capa negra, su belleza era deslumbrante, tendría entre 40 y 45 años, su piel bronceada reflejaba pequeños brillos bajo la oscuridad de la capa, cuando entre todas las mujeres suspiraron, era la actual sacerdotisa y casar a su única hija era un gran evento, a partir de ese día Vana iniciaba su entrenamiento para convertirse en la lider de la matronas de las todas las familias algún día.

El grupo de mujeres avanza muy despacio, apenas daba un paso y se detenían, semanas de práctica les había dejado a las doncellas y las tías, numerosas marcas en el trasero y los muslos, Maria, la madre de Vana, había sido más estricta de lo normal, solo las abuelas se habían salvado por que años de bodas les había dejado suficiente experiencia, además sabía que para Maria significaba mucho ese evento.

Si bien, todas las mujeres iban desnudas bajo sus capas, Maria sobresalía de entre todas, era una mujer madura si ser mayor, había pasado la edad en que su cuerpo parece juvenil y sus curvas eran generosas, su pecho amplio se balanceaba orgulloso, las aureolas eran oscuras y sus pezones grandes y duros. Los muslos de Maria eran solidos, su piel aterciopelada y sin marcas, el pubis, cubierto por un espeso vello negro era el centro de todas las miradas, sus pies eran finos, bien cuidados, aunque todas, salvo las doncellas, eran jefas de familia, se veía que María era la Madre, la lider de todas, las mujeres que estaban en la iglesia buscaban su mirada, le sonreían, hubieran deseado que su hijo o su nieto fuese el elegido para novio, la admiraban y sentían cariño y respeto.

Detrás de Maria, camina, se arrastraba mejor dicho, el novio. Andaba apoyado en sus manos y sus pies, el cordel dorado le sujetaba los testículos fuertemente, iba completamente desnudo, ese día pasaría de se propiedad de una del mujeres a otra, pero también se convertía en esposo esclavo de esta. El novio mantenía el equilibrio a cada paso, era alto y fuerte, la piel blanca y las marcas de los castigos inflingidos últimamente cubrían sus espalda, trasero y muslos, los tobillos y muñecas, mostraban marcas de cuerdas ya que había pasado toda la noche atado, su pene, en semierección, goteaba, los testículos, grandes y rojos, parecía frutas maduras a punto de ser cortadas, detrás de él, el cordel iba a dar a las manos de un par de niñas, estas se peleaban por la posesión del cordel, lo tiraban, se lo arrbataban, cuando una lo tenía se divertía jalando de el como si fuesen las campanas, luego se reían las dos y empezan a luchar por el otra vez.

El novio se debatía entre el suave y constante tirón que hacía Maria y los erráticos y traviesos juegos de las niñas. Maria escuchaba las risas de las niñas, aunque hubiese querido que se portaran serías, le causaba risa que se estuvieran diviertiendo tanto con el novio, pensó que no había mejor momento para que las niñas empezaran a practicar un poco.

Las doncellas ya estaban a un lado de Vana, fueron colocándose cada una a un lado formando un semicírculo, el cordel fué separado en dos y mientras se desenredaba, una presión extra se formaba en los testículos del novio, quien procuraba no dar muestras de dolor.

Las tías y las abuelas ocuparan sus lugares, llegó Maria, y antes de avanzar al altar, miró a su hija, sonrienron las dos llenas de felicidad, Vana hubiera querido abrazarla, estrechar su cuerpo y chupar de sus pezones, igual Maria hubiese querido acariciar su pelo y frotar su sexo en los muslos suaves de su hija, como tantas noches lo había hecho, pero ahora no era el momento. Las niñas cerraron el semicírculo, cada una al lado de Vana, el novio al frente de ella, apoyado en el altar, y Maria detrás del altar, amarrando el cordel a la base de este. Las niñas entregaron, de mala gana, las puntas del cordel a Vana, quien lo sujeto y dió un tirón para tensar al novio en su lugar.

Todo le protocolo ya lo habían practicado varias veces durante la semana, pero la siguiente parte de la ceremonia solamente se la habían referido las abuelas y las tías a Vana durante las cenas. De aquí en adelante no había sido practicado, esperaba nerviosa el inicio de la ceremonia. La música cesó, los suspiros y cuchilleos también, la luz de la tarde disminuía, todos los asistentes encedieron unas velas pequeñas, con flores de azahar en las bases, el novio, que tenía sus manos en el altar, sujeto los testiculos en la base de marmol y por otro lado por el cordel que sujetaba Vana, y obligado a mantener sus piernas abiertas por el ardor que tenía en los testículos.

En medio del silencio, el ahora a azahares y cera de las venas, con la luz del sol casi apagada, Maria levantó su mano y apunto a la entrada, todos, menos el novio, voltearon, en el horizonte una gran estrella se dibujaba en el horizonte, al lado, la luna palida empezaba a brillar, la voz de Maria, fuerte, sonó:

Venus, la primera estrella de la tarde, Lucifer, el ángel más bello y que porta la luz, al amanecer y al atardecer, Venus, amigas, hijas, familia, es nuestra protectora y nuestra guía, Venus es nuestra Diosa, nuestra salvadora. A ella le dedicamos está ceremonia de matrimonio, donde le permite a nuestra hija Vana poseer un hombre para que cumpla con sus necesidades, para ser soporte de su familia y satisfaga sus deseos y caprichos. Hoy Vana se convierte en esposa y cabeza de su propia familia, un deber muy grande, más grande ya que inicia su preparación para convertirse en sacerdotisa y un día ser, si todas así lo ven bien, en lider de nuestras familias, en la Matrona.

Bajó los escalones y fue hasta Vana, Maria abrazó a su hija, el contacto de sus pieles desnudas las exito, Vana de manera instintiva abrió un poco las piernas y Maria pasó su muslo entre ellas hasta que toco su sexo húmedo, luego se miraron a los ojos y se besaron mientras Vana se frotaba a su madre. Ambas hubieran continuado, pero Maria se detuvo, ahora tenía que seguir la ceremonia.

Luego le dejó pasar al frente y Maria ocupó su lugar. Maria estaba nerviosa, pero sabía que debía hacer. Avanzó hasta el novio y acarició su nuca, luego su espalda hasta llegar a su trasero. El recuerdo de los castigos de los últimos días lo hizo temblar. La mano de Vana bajó por su abdomen y sujeto su pene semierecto con fuerza, con la otra mano jaló el cordel tan fuerte que casi hace que cayera al suelo. Vana sintió un escalofrío, una mezcla de placer y orgullo, por un momento se olvidó de que estaba al frente de casi doscientas personas, todas al pendientes de lo que haría, y disfrutó de ese momento.

Volvió a tirar del cordel sin soltar su pene, ahora más fuerte, quería verlo caer al piso, y lo logró, con un gemido sordo el novio dió con el piso, apenas tuvo tiempo de meter los codos y no golpear su cara en los escalones.

Había pasado mucho tiempo y muchas cosas para que en esa región del norte de Italia, las Matronas pudiera controlar de esa forma a sus pueblos, durante mucho tiempo el gobierno de las mujeres solo fue un recuerdo, un deseo, se leía de ellos en los libros que eran escondidos de la persecusión de la iglesia católica, los sacerdotes perseguían a las mujeres, fuera de la iglesia con la inquisición, acusándolas de brujas y de herejes y dentro de la iglesia a través del miedo y la confesión, los hombres, antes en equilibrio con las mujeres, empezaban a controlar le dinero, el trabajo, las relaciones sexuales, el destino de la familia y del gobierno.

Solo en algunos lugares se mantuvo la tradición y el culto a Venus, pero no en todos lados florecia sin resistencia, y a mayor resistencia las Matronas se volvía más crueles y dominantes, habían aprendido que no podía aflojar un poco sino los hombres se volvían salvajes y crueles, muy pocos aceptaban el punto medio y reconocían en la mujer sus atributos y cualidades. Esos pocos vivían en una sumisión feliz, llena de satisfacciones através del servicio a sus señoras.

El novio no se había mostrado como uno de ellos, era parte de un grupo rebelde que había sido luchado en la comarca por más de diez años. Él junto a otros seis había estado acosando, atacando y violado a mujeres de todas las edades. Él era el más joven de todos, Maria se había opuesto a dejarlo vivo, pero no había acusasiones contra él, apesar de que su padre era el cabecilla del grupo. Vana se fijo en él por su fuerza y energía, lo veía a diario en los interrogatorios y en los castigos que le dieron a sus compañeros, luego de que su madre golpeaba hasta la muerte al lider, ella fue hasta el lugar donde esta enjaulado él y le narró toda la escena, pensaba que era un acto generoso de su parte contarle todos los detalles de la muerte de su padre.

Ahora estaba convencida de tenía que someterlo y convertirlo, era un reto muy grande para una jovencita como ella. Al momento de caer, había soltado un gruñido, hubiese querido que ningún ruido saliera de su boca, se sentía traicionado, humillado, vencido, pero su orgullo se defendía en su interior.

Había crecido en un pueblo de la montaña, su padre nunca se doblego ante el gobierno de la Matrona, nunca dejó que su madre se reuniera con ellas, ni que fuera a las ceremonias de la luna ni nada de esas cosas, en su casa las mujeres servían a los hombres, eso era todo, eso era lo que el había vivido y aprendido. Pero luego llegaron más y más mujeres, todas desnudas y ataviadas con capas, unas veces, en verano, de telas ligeras y sandalias, otras, en invierno, llevaban botas altas y capas gruesas hechas de pieles de animales. Iban, decían, a liberar a las mujeres que lo necesitaran, llevaban comida, ropa, frutas y verduras, pero luego les llenaban la cabeza de ideas.

Durante varios años su padre se defendió como pudo, el y otros, pero tras unos años los atraparon, aunque varias de las acusasiones eran ciertas, el pensaba que no era para tanto, que no se podía martar a alguien por golpear a una mujer, por violarla, si eran cosas que ocurrian todo el tiempo en la montaña y nadie decia nada.

Pero lo peor no era eso, lo pero es que había confiado en Vana, le había platicado su vida, cuando estuvo desnudo y sin comer en esa diminuta celda, cuando las mujeres del pueblo de Vana iban y le escupían, cuando orinaban sobre de él y lo maldecían y su padre había muerto a latigazos en la plaza principal, él había tomado la mano de Vana y había llorado sobre ella, la besaba y decía que si lo ayudaba él le sería fiel y devoto.

Lo malo no era haber perdido a su padre y haber dejado su mundo atrás, haber perdido la lucha, lo pero era que se había enamorado de Vana y en un momento de arrebato le dijo “mi vida es tuya, si quieres tómala” y se había inclinado en la jaula y saco los labios para intentar besar sus pies.

Esa ocasión Vana decidió tomarlo como marido, se descalzo el pie derecho, lo puso frente a él y dijo: Si lo haces no habrá marcha atrás, él asintió y beso el empeine de ella, por primera vez en sus quince años había tenído un orgasmo. Vana se retiró rapidamente, detrás de la puerta donde no la viera se masturbó violentamente, trato de contener sus jadeos, pero él la escuchaba por el eco de las viejas habitaciones de la alcaldía. Él se había hechado al apestoso suelo de paja con el pene aún erecto y lleno de semen, lloraba, se llevo la mano al sexo y empezó a masturbarse también hasta que se vino nuevamente al mismo tiempo que escuchaba los ruidos de Vana cuando tuvo su orgasmo.

La misma sensación de traición y verguenza que tenía ese día sentía ahora, aunque se había prometido a Vana, aún no era oficial y además ahora sería público, nade menos que todo el pueblo de Maria, con invitadas de otras comarcas, y una mujer muy elegante venida de Roma acompañada de otras dos jovencitas, primas de Vana.

Su conciencia se debatia entre lo que su padre le había enseñado y su amor a Vana, le parecía díficil rendirse ante ella y pensaba que aquella vez solo fue motivada por la desesperación.

Vana leía la confusión en su rostro. Le molestaba que dudara, era su boda y el no tenía que tener duda alguna, tendría que mostrarse feliz por ser sometido por ella. Para Vana había muchas cosas puesto en juego, su tía Lidia, gran Matrona de toda Italia estaba ahí, sus primas también, todo el pueblo estaba ahí. Lo que se suponía sería puro trámite y demostración de su habilidad con el látigo se estaba transformado en un discurso de convencimiento hacia su marido, él cual ya debería estar convencido.

Con estas ideas en su mente Vana solto el cordel, cambió a su mano derecha el látigo y empezó a golpearlo. Todos los presentes soltaron un suspiro de aprovación, Vana intentaba leer los movimientos del novio, quería estar segura de que constetaría que sí cuando su madre le preguntara, no podía quedar en verguenza ese día, frente a todos.

Los movimiento de Vana eran de una belleza sin igual, con la penunbre que creaban la luz de las velas se veía como su capa se balanceaba dejando ver distintas partes de su cuerpo fino y firme, ahora una pierna, ahora un pecho, el brazo se levantaba con ligereza y bajaba con una fuerza constante, su axila se perlo de sudor, el aroma de su perfume mezclado con el sudor y su sexo lleno todo el recinto, las mujeres se exitaban y se tallaban a los viejos asientos de la iglesia, más de una metía su mano en su sexo o en el de su compañera.

Su tía, muy exitada, estaba al borde del banco, sus primas le acariciaban el sexo y los pechos. Todas las mujeres del cortejo disfrutaban del espectaculo, si bien Maria notaba la preocupación de Vana, no podía evitar que su sexo palpitara, un hilo delgado pero constante de jugo vaginal baja por su muslo

Él resistía aún, pero apesar del dolor, una gran erección había logrado formarse, se mordía los labios para evitar gritar, gemir siquiera. Vana redoblo sus esfuerzo, los hombres se movian inquietos en sus bancos, algunos ya habían pasado eso, otros no, pero sin embargo esta ocasión la novia se mostraba más cruel y dura que otras, ni María había tratado así al padre de Vana, todos estaban expectantes y sospechaban que tal vez algo no hiba como debía y eso había molestado a Vana, tal vez el novio no deseaba casarse, se imaginaban más de uno.

Lo que significaba, por una parte, que moriría en manos del grupo de mujeres llamadas las Bacantes, las ejecutoras, las más crueles, entre ellas, por supuesto, Maria; y otra, que Vana había fracasado en su elección de un marido. Su estirpre podría concluir sin descendientes. Un fracaso en todos los sentidos.

Maria dió un paso al frente, Vana detuvo su brazo. No había más tiempo. Se acerco a él y con un puntapié lo pusó boca arriba, luego, se quito la zapatilla del pie derecho y acercó la planta de pie a la boca del novio, la dejo a unos centrimetros de él. Todo eso no estaba en el ritual original, pero a nadie le importaba, más de una mujer y varios hombres habían alcanzado orgarmos, y de seguro todos los demás estaban cerca, las abuelas y las tías no habían podido contenerse y se acariciaban abiertamente, a pesar de la mirada dura de María, que por momentos también se desvanecia de placer.

Maria se acerco al novio, con voz alta para que todo mundo escuchara le dijo:

¿Aceptas por ama y señora a Vana, la aceptas como representante de la Diosa y aceptas cumplir sus deseos, satisfacer sus demandas y ser fiel y humilde ante ella?

Todo mundo calló, quien estaba cerca de un orgasmo contuvo el aliento, nadie se movío de su asiento, la voz de Maria resonó hasta el coro, la noche había caido y en eso momento ni el viento hizo ruido.

Carlo, el novio, miró a Maria, era muy hermosa, pensó, su piel lucía más blanca bajo la capa negra, su sexo olía a deseo y a vainilla, luego miró a Vana, su pie puesto encima de él, esos dedos delgados y largos que tantas noches deseo besar despierto y cuando dormía soñaba con ellos, su pierna delgada, su cadera generosa, el vientre plano y sus pechos, no tan grandes como los Maria, pero redondos y altos, firmes, su rostro era bello, como el de las imagenes de las virgenes de su pueblo.

La deseaba, la adoraba, dejó atrás sus ideas de dominarla y poseerla como si fuese un animal salvaje que tuviera que domesticase, se imaginaba siendo él el animal que necesitaba dirección, los golpes en la esplada habían hecho desear más y más la protección y aceptación de ella, no tenía duda, desea que Vana lo tomara y lo dominara, he hiciera con él lo que ella quisiese, si tardaba en contestar no era por duda, era porque ahora disfrutaba de su certeza.

Ya no se sentía traicionado ni avergonzado, levantó un poco la cabeza y beso el pie de Vana, quien estaba más cerca de ellos y pudieron verlo, suspiraron y siguieron masturbandose, Maria soltó el aire que tenía contenido y empezo a llorar suavemente, su tía cerró los ojos y se dejó ir en orgasmo y no pudo evitar soltar un grito, todos los demás presentes supieron que había aceptado y soltaron urras y pequeños gritos de exitación y alegria. Sí acepto, dijo con voz clara y fuerte Carlo.

Vana le sonrió y se puso de rodillas y le acarició su mejilla llena de lágrimas, pequeño tonto, me has hecho acerte más daño del que merecias, le dijo a manera de disculpa, esta bien, contesto él, me lo merecía, se rieron juntos mientras los invitados se ponían de pie y aplaudian llenos de emoción, la música empezo a sonar y empezaron a cambiar las velas que se había apagado por otras, las abuelas y las días deseaban sentarse, pero aún no podían hacerlo, se movían impacientes, la ceremonía había tardado más de lo habitual.

Vana se puso encima de Carlo y comenzo a buscar su pene con su sexo, luego de que la penetrara empezó a moverse, parecían que solamente ellos no habían tenido un orgasmo, todos los asistentes callaron y dejaron que se movieran al cobijo de la noche y la música. A cada movimiento de ella el sufria, su espalda, su trasero y sus piernas sangraban en distintas partes, ella se apoyo en su cuello para poder moverse mejor, lo apretaba y cortaba el aire a sus pulmones y el oxigeno a su cerebro, con gran fuerza cabalga sobre él.

Después de varios minutos varias perosnas temían que Carlo no sobreviviera, pero ahora se portaba tan bien con Vana, le seguía en sus movimientos, aceptaba las mordidas en los hombros y el pecho, cuando le soltaba el cuello y lo tironeaba del pelo ofrecia un poco de resistencia, luego Vana lo golpeo varias veces en las mejillas para volver a ahorcarlo pero esta vez con el cordel que aún sujetaba sus testículos, más inflamados por el sexo y el constante caer del culo de Vana sobre él.

Maria empezó a inquietarse, aunque bien podía Vana matar en ese momento al novio sin que estuviera en contra de las leyes, nadie lo había hecho nunca, en toda la historia. La tía, Matrona de Italia, estaba exitadísima, ahora ella era quien había metido su mano en su sexo y se acariciaba, besaba a una de sus hijas pero sin dejar de ver a Vana coger al novio, la otra hija se había tirado a suelo y metía el zapato de su madre en su sexo.

Las doncellas se había tirado tambien al piso y se acariciaban con las velas y, a veces, introducían es su sexo toda su mano. Las niñas se habían acercado al novio y una le sujetaba los pies y otra las manos, Carlo perdía a momentos el conocimiento, pero no la erección, y Vana seguía cabalgandolo muy cerca del orgasmo.

La madre de Carlo, que estaba sentada en la primera fila se tocaba discretamente, pero empezó a tener un gran orgasmo y grito el nombre de Carlo muy fuerte, detrás de ella otras mujeres gritaron también. Los hombres que no tenían derecho a tocarse se retorcían en sus lugares, los que podían tocarse estaban en su segundo o tercer orgasmo, algunos, por indicaciones de sus amas, había cruzado hasta donde estaban ellas y besaban sus pies, su sexo o las penetraban, según el gusto de cada una.

Maria miraba de reojo hacia atrás y se sentía feliz y orgullosa, ella misma estaba muy exitada. Entre desmayo y desmayo, Carlo sabía que no podía venirse antes que Vana, así que se mantenía lo más posible, Vana apretó con más fuerza el látigo alredor del cuello de Carlo, lo miró fijamente a los ojos y cual él parecía desmayarse ella se sentó con más fuerza sobre él soltando los amarres del orgasmo más delicioso y dulce de su vida, gritó de manera desgarradora que las palomas que ya dormían salieron volando por las ventanas y los huecos del techo, Maria se vino también sin tocarse siquiera, Carlo dejo ir un chorro de semen potente y doloroso hasta el sexo de Vana, las niñas jalaron fuerte el cuerpo de Carlo para evitar que se soltara, todo mundo gemía o gritaba, fueron tantos los que acompañaron el orgasmo de los novios que la tía no podía recordar algo similar.

Todo mundo suspiraba y pedía aire, las niñas por fin soltaron al novio que volvía en sí despues de otro desmayo más, toda la parte baja de la capa trasparente de Ana estaba manchada de sangre de Carlo, que temblaba y se estremecia bajo los brazos de Vana, alguien empezo a aplaudir y los demas le siguieron con gritos de viva y urra, los novios se abrazaron y se besaron.

Vana le dió un fuerte mordisco a Carlo, En tu vida vuelvas a tardar en contestarme como hoy, que la siguiente vez sí te mato, le dijo y luego los dos se rieron y se abrazaron. Tenian que volver al pueblo para la cena y luego, su primera noche como esposos. Maria los veía orgullosa. Estaba feliz.