La boda de mi primo (parte uno).
Esta historia es muy extensa y para no cansar a mis lectores, he preferido dividirla en partes (exactamente, catorce) que iré publicando regularmente. Que la disfruteis.
Al recibir la invitación para asistir en cierto país centroeuropeo al enlace matrimonial de mi primo Jesús María ( Jesús ) no me planteé el que, habiendo sobrepasado la barrera psicológica de los cuarenta años empezando a verme afectado por mis primeras, aunque todavía leves, dolencias reumáticas y con una ligera cojera a cuenta de un reciente esguince en el pie derecho que me costó bastante superar, fuera a realizar un viaje de tal envergadura para asistir a su boda al entender que desde que, por motivos laborales, mis tíos se habían ido a vivir allí, llevándose con ellos a sus entonces dos hijos varones, nuestro contacto se limitaba a felicitarnos las fiestas de Navidad y que, después de todo el tiempo transcurrido, no les conocería ni a ellos ni a mis dos primos mayores ya que el más pequeño había nacido allí. Pero al comentar que había recibido la invitación con Reyes, una de las dos compañeras de trabajo a las que llevaba un tiempo cepillándome sin compromiso pero con bastante asiduidad y con mis amigos, la fémina, que meses antes de liarse conmigo se había convertido en madre soltera y tenía un hijo de corta edad, me animó a asistir a la boda diciéndome que, a pesar de que no iba a disponer de tiempo para recorrerlo en plan turístico, era una oportunidad excelente de conocer un país que a ella la había cautivado mientras que uno de mis amigos me comentó que había leído en una conocida revista que en determinados países de Europa central era habitual que los enlaces matrimoniales acabaran convirtiéndose en una autentica orgía sexual en la que cada uno de los invitados masculinos podía follarse, sin más límite que el de su aguante sexual, a una ó más hembras y que en este tipo de actos siempre me encontraría con mujeres que estarían muy buenas y potables. Aquello me hizo pensar que, de ser cierto su comentario, el estar presente podía ser la excusa ideal para comprobar hasta donde podía llegar mi potencia sexual puesto que, al tardar bastante en eyacular, llevaba un tiempo sin conseguir echar más de cuatro polvos a una fémina en la misma sesión.
Pero lo que más me ayudó a aceptar la invitación y a efectuar el viaje fue el enfadarme con mi compañera sentimental, Joanne, una preciosa chica nacida en Francia de cabello moreno, altura normal y complexión delgada, que era doce años más joven que yo y estaba dotada de un espléndido físico con el que poder quitar el hipo a cualquier hombre. Llevábamos casi un año viviendo juntos aunque nuestra convivencia nunca había resultado fácil sobre todo porque la chavala no demostraba el menor interés por los quehaceres domésticos y lo que más que llegué a lograr de ella fue que, muy de vez en cuando, se ocupara de la limpieza de nuestro domicilio. Además de tener que encargarme de la cocina para no estar comiendo a todas horas alimentos precocinados que únicamente había que calentar en el microondas, me llegué a ver en la obligación de lavarla hasta los tangas que usaba. Joanne trabajaba como enfermera lo que ocasionaba que algunas noches, que era cuándo podía estar con ella, la tocara hacer guardias lo que, aunque no lo llevara demasiado bien, no me quedaba más remedio que aceptar. En el terreno sexual la joven resultó ser una autentica golfa que se mojaba con suma facilidad y lubricaba en cantidad por lo que, desde que se inició nuestra vida en común, me propuse obtener el mayor rendimiento de ella convirtiéndola en una cerda viciosa. Para ello pensé que lo más apropiado era completar nuestra frenética actividad sexual demostrándola que, aunque mi carácter no fuera ese, tenía la suficiente mano dura con ella como para conseguir todo aquello que me propusiera y mi primera idea fue el llegar a convertirla en mi water personal en el que poder depositar mis copiosas micciones y defecaciones. Para lograrlo y a pesar de su manifiesta oposición inicial, de sus arcadas, de sus náuseas y de sus vómitos, me llegué a mostrar de lo más intransigente y violento hasta que, de la misma forma que yo hacía con sus excrementos, se acostumbró a beberse mi pis a medida que lo iba recibiendo en su garganta mientras me chupaba la chorra y a hurgarme con sus dedos en el ojete hasta que me provocaba la defecación y podía degustar y comerse mis folletes de mierda según aparecían por el orificio anal. Joanne disponía de un meritorio aguante sexual y solía recuperarse con rapidez del lógico desgaste que, día tras día, iba sufriendo lo que me permitía joderla a conciencia. La encantaba que me pasara mucho tiempo dándola gusto sobándola la almeja y moviendo los dedos que la introducía en el chocho y en el ojete; que tardara en eyacular; que cuándo la echaba la leche lo hiciera de una forma larga y masiva y que, después de mis eyaculaciones pares, me meara dentro de ella pero desde que empezaba a alcanzar orgasmos secos, que la resultaban bastante desagradables y hasta dolorosos, era incapaz de seguir colaborando por lo que, en cuanto esto sucedía, se la sacaba y me ponía a cuatro patas abriendo bien mis piernas para que continuara dándome satisfacción “cascándome” el cipote mientras unas veces me hurgaba con sus dedos en el ojete, otras me efectuaba una larga penetración anal con la ayuda de una braga-pene y en algunas ocasiones me giraba la minga de forma que la punta quedara mirando hacía mis pies y me la movía muy despacio mientras me hurgaba en el trasero y me pasaba la lengua por la abertura del nabo y por los huevos que, al igual que el pene, llegaban a adquirir un grosor impresionante.
Durante nuestra convivencia cogí la costumbre de reunirme casi todos los fines de semana por la noche con mis amigos y sus parejas alternándonos para llevar a cabo aquellos encuentros en nuestros respectivos domicilios. Cenábamos, hablábamos, jugábamos y nos dedicábamos a calentar el ambiente viendo alguna película de alto contenido sexual mientras lográbamos que las hembras que nos acompañaban y a las que hacíamos vestir de una manera elegante y sofisticada al mismo tiempo que provocativa, bebieran más de la cuenta hasta que se ponían muy alegres y no nos costaba demasiado conseguir dejarlas en bolas para que, delante de nosotros y abriendo bien sus piernas, lucieran sus encantos. Al principio nos contentábamos con verlas desnudas y a lo más que llegábamos era a hacer que se dieran lentamente un par de vueltas en redondo lo que, a pesar de que no la agradaba, Joanne llevaba con resignación ya que pretendía evitar a toda costa que me enfadara y llegara a poseerla de una manera violenta y contra su voluntad delante de mis amigos. Unas semanas más tarde comenzamos a sobarlas, a mamarlas las tetas, a masturbarlas hasta que conseguíamos que se mearan siendo siempre acogidas sus micciones con evidentes muestras de júbilo, llegando a bebernos su pis para decidir cual era el más concentrado y sabroso y a realizar competiciones con intención de determinar quien de ellas orinaba durante más tiempo, quien echaba la mayor cantidad ó cual de las meadas resultaba más espumosa y a hurgarlas en el ojete con los dedos hasta provocarlas la defecación aunque, si alguna se resistía, no dudábamos en ponerla varios enemas seguidos, todo ello convenientemente aderezado con un montón de insultos. Después las hacíamos darnos placer y satisfacción “cascándonos” y chupándonos la picha ó realizándonos cubanas, sin que ninguna pudiera efectuárselo a su pareja y añadiendo el gran aliciente de tener que mantenernos muy excitados para ser el primero que, después de sacarle dos polvos, soltara su micción en la boca ó en las tetas de la chavala que le había tocado en suerte. Me encantaba que fuera Cristina, una madurita separada que llevaba más de dos años convertida en la compañera sentimental de uno de mis amigos, la que se encargara de “ordeñarme” puesto que, a pesar de que no se prodigaba demasiado en comérmela, sabía darme mucha satisfacción meneándomela con su peculiar estilo, intercalando movimientos muy rápidos con otros sumamente lentos, mientras disfrutaba viéndome el capullo bien abierto, chupándome y llenándome de saliva la punta y forzándome el ojete con sus dedos, enfundados en un guante de látex, realizándome unos gratos e intensos masajes prostáticos con los que conseguía que mis eyaculaciones se produjeran con más rapidez de la habitual. Siempre que me la “cascaba” me solía decir:
- “Venga, que un cabronazo como tu también tiene que sentir gusto por el culo” .
Asimismo, guardo un grato recuerdo de Verónica, que me apretaba con fuerza los cojones y me los movía consiguiendo que mi miembro viril no parara un momento quieto mientras, sin necesidad de tocármelo, iba adquiriendo su total erección permitiéndola admirar ese capullo que siempre se mantenía abierto y que a todas ellas las encantaba, con lo que cuándo me lo “cascaba” sin dejar de apretarme los huevos, no tardaba en extraerme la leche. Olga era la que más se prodigaba en comérmelo y para ello, empezaba por chuparme la punta y el capullo y se lo iba metiendo poco a poco en la boca mientras me realizaba todo tipo de hurgamientos anales consiguiendo que, cuándo por fin lo tenía entero dentro de su boca, mi eyaculación no se demorara demasiado puesto que, según me decía, mi pilila era la más gruesa y larga que había comido y a cuenta de sus excepcionales dimensiones, llegaba a ahogarla por lo que, antes de chupármela entera, tenía que estar segura de que la salida de mi lefa se iba a producir con celeridad y Camila, una inmigrante provista de un físico excepcional, que cada vez que me la comía llegaba a introducirse en la boca toda mi pirula y los cojones. Pero no contentos con aquello y tras hacerles una demostración con María José, la novia de otro de mis amigos, estos consideraron que resultaba de lo más excitante y placentero el forzarlas con nuestros dedos al mismo tiempo por delante y por detrás por lo que, exceptuando el llegar a “clavársela”, todo lo demás estaba permitido y desde que una noche hice mención a que nunca me había privado de metérsela a una mujer por la raja vaginal mientras estaba con la regla, llegamos a disfrutar viéndolas menstruar siendo en esos periodos cuándo más nos llegaba a poner el masturbarlas con verdadera saña y el forzarlas vaginal y analmente al mismo tiempo. Las chavalas, por su parte, lograron que aquellos que quedábamos en los últimos lugares al terminar el proceso en que nos sacaban un par de polvos para culminar meándonos en su boca ó en sus tetas por, como era mi caso, ser de eyaculación tardía, por no echar la cantidad de leche que ellas entendían como mínima ó simplemente, por no poder dar más de sí y sufrir algún “gatillazo”, acabáramos la velada “castigados” de manera que, colocados a cuatro patas, una de ellas nos la fuera “cascando” lentamente para intentar sacarnos más leche que, inexorablemente, se depositaba en el suelo mientras otra nos daba cachetes en la masa glútea al mismo tiempo que nos insultaba y procedía a meternos por el ojete todo tipo de artilugios sexuales con claro predominio de bolas chinas, consoladores de rosca ó vibradores ó nos daba por el culo con la ayuda de una braga-pene hasta conseguir provocarnos la defecación que nos obligaba a retener para, cuándo menos nos lo esperábamos, sacarnos de golpe el “instrumento” con lo que la mierda salía de inmediato y en tromba al exterior para irse depositando en cazuelas ú orinales y tras vernos cagar, untarnos el pito en nuestros propios excrementos.
Joanne, al igual que la mayor parte de las demás jóvenes que se veían obligadas a participar en aquello, no fue capaz de asimilarlo ni de habituarse a que mis amigos la tocaran y masturbaran hasta la saciedad y si estando presente no la complacía, cuándo no podía acudir a cuenta de alguna de sus guardias se convertía en una autentica tortura el no poder dejar de pensar en lo que estaría haciendo con aquel grupo de cerdas lo que la llevó a comenzar a mortificarse con la idea de que la estaba convirtiendo en una esclava y que no tardaría en explotarla sexualmente obligándola a prostituirse y buscando a su clientela en la calle. Como no estaba dispuesta a llegar a tal extremo y sin decirme nada al respecto, decidió concursar para hacerse con un puesto de mayor responsabilidad y mejor remunerado en un centro hospitalario situado en otra capital. Unos meses más tarde la dieron el puesto y al enterarme de ello me sentó fatal que no me hubiera consultado y que antepusiera su ocupación laboral a nuestra convivencia y actividad sexual. Pero decidí guardarme el enfado hasta que una noche llegué a casa acompañado por un amigo y después de bajarla el pantalón y el tanga, la obligué de malas maneras a tumbarse boca abajo sobre mis piernas y procedí a hurgarla en el ojete durante un buen rato al mismo tiempo que descargaba mi cólera poniéndola el culo como un tomate con los cachetes que la di con la mano antes de proceder a azotárselo con la hebilla de mi cinturón mientras mi amigo, con su mirada fija en el abierto y amplio coño de Joanne, se pajeaba llegando a echarla por dos veces la leche en la zona superior interna de las piernas para acabar meándose mojándola con su pis toda la masa glútea. Cuándo acabé de torturarla y mi amigo se fue, la joven se mostró muy resentida por haberla humillado de aquella manera y no tardamos en mantener una acalorada discusión al intentar hacerla ver que, en cuanto tomara posesión en su nuevo destino, sólo íbamos a poder vernos los fines de semana y no todos puesto que sólo libraría uno ó dos al mes, los puentes festivos y durante nuestro periodo vacacional. Como Joanne no quiso reconsiderar su decisión alegando que la estaba sometiendo sexualmente y que no quería terminar convertida en la guarra fulana de un chulo, me enfadé con ella y la indiqué que lo más apropiado era dar por finalizada nuestra relación por lo que la chica abandonó mi domicilio al día siguiente con lo que me volví a plantear el asistir a la boda de mi primo puesto que entendía que, en aquellas circunstancias, me iba a venir de maravilla para despejarme y no pensar tanto en ella ya que, aunque continuaba desfondándome con mis dos compañeras y en las sesiones sexuales en grupo que los viernes y los sábados por la noche llevaba a cabo con mi grupo de amigos, el romper con Joanne me había afectado bastante hasta el punto de llegar a deprimirme.
C o n t i n u a r á