La boda de mi primo (parte dos).

Esta es la segunda parte de la última historia que he acabado de escribir, en el pasado mes de Mayo. Espero que guste a mis lectores y que, poco a poco, se vayan engachando a su desarrollo.

Convencido de que me iba a gustar el país y de que, seguramente, lo pasaría muy bien en la boda llamé por teléfono a mis tíos una semana antes del enlace matrimonial para comunicarles que había decidido asistir lo que les llenó de alegría puesto que, entendían, era la ocasión más idónea para volver a vernos. Pero las premuras de tiempo hicieron que para el viaje de ida no encontrara plaza en ningún vuelo directo y lo único que pude lograr fue un asiento el jueves por la tarde en un vuelo con escala en la que tenía que cambiar de compañía aérea. Llegado el día tomé el avión que me iba a llevar a mi destino pero durante la escala se produjo una demora importante con mi enlace y llegué de madrugada, a una hora bastante intempestiva. A pesar de ello, José Andrés, mi primo mayor, me estaba esperando en el aeropuerto y fue quien me reconoció. Después de saludarnos y de recoger mi equipaje me llevó hasta el hotel en cuyo restaurante se iba a celebrar el banquete de la boda de su hermano y en el que me habían reservado una amplia, cómoda y espaciosa habitación provista de una gran cama de matrimonio circular. Una vez que se aseguró de dejarme debidamente acomodado y de quedar en vernos a la mañana siguiente, abandonó la habitación.

Esa noche apenas pude dormir ya que estaba bastante nervioso a cuenta de toda la tensión que había acumulado durante el viaje por el retraso de mi segundo vuelo y además noté el cambio de cama por lo que debí de conciliar el sueño cuándo tenía que haberme levantado lo que ocasionó que cuándo José Andrés llegó aún me encontrara en la cama por lo que tuvo que esperar pacientemente a que me duchara, afeitara y vistiera. Además de darme conversación, al salir de la ducha y comenzar a secarme observó que me encontraba muy bien dotado y me dijo que aquello debía de ser normal en la familia puesto que tanto su padre como sus hermanos y él disponían de una polla que, incluso en reposo, tenía un grosor y unas dimensiones similares a la mía que la mayoría de las féminas consideraban más que aceptables. Después de desayunar optamos por dar un paseo para que, desde el exterior, pudiera ver algunos de los monumentos más importantes de la ciudad antes de desplazarnos en su coche hasta su domicilio donde me presentó a su pareja sentimental, Anne Lise, una escultural joven de origen nórdico de poblado cabello rubio, alta y delgada que, a pesar de lucir un espléndido “bombo”, me resultó sumamente atractiva lo que originó que, al verla, el rabo se me pusiera totalmente tieso lo que no debió de pasar desapercibido para la joven que mantuvo durante unos instantes su mirada fija en el abultado “paquete” que se marcaba en el pantalón y parecía encontrarse complacida por ello. Después de enseñarme la vivienda con su habitación sin hacer, revuelta y con un reducido tanga de color rosa y un rollo de papel higiénico encima de la sabana que Anne Lise se apresuró a quitar de mi vista, nos dirigimos a casa de mis tíos que me recibieron con los brazos abiertos. Allí pude saludar a mi primo Jesús y conocí a Zdenka, su prometida, una preciosa joven veintiañera con la que iba a contraer matrimonio al día siguiente, a Juan Ignacio, el menor de mis primos y a Katerina, su novia. Este último acababa de cumplir veinte años y la chica me pareció una autentica cría, mucho más joven que él, a la que la gustaba vestir con prendas ajustadas para que se la marcaran a la perfección sus curvas y lucir su excepcional físico. Comimos juntos sin que mi tío dejara de contarnos un montón de anécdotas y tras una breve sobremesa, Jesús y Zdenka me llevaron a conocer el que supuse iba a ser su nuevo domicilio aunque, una vez allí, me indicaron que llevaban año y medio viviendo en él. En cuanto llegaron José Andrés y Anne Lise, que se había cambiado de ropa, nos fuimos a comprarles el regalo de boda ya que me pareció absurdo viajar cargado con él cuándo podía adquirirlo a su gusto entre los objetos que no les hubieran regalado y necesitaban decantándose por un televisor de pantalla plana para la cocina que tenía un precio bastante asequible y una mantelería. Después estuvimos paseando por la parte más antigua de la capital para que pudiera ver iluminados una parte de los monumentos que por la mañana había visitado en compañía de José Andrés aunque mi mirada y atención estuvieron mucho más centrados en otro tipo de “monumentos” de carne y hueso con los que nos íbamos cruzando por las calles antes de entrar a tomar una cerveza negra en algo similar a una taberna que, prácticamente, estaba vacía.

Acabé el día en compañía de Juan Ignacio y Katerina que se empeñaron en invitarme a cenar en un restaurante próximo al domicilio de los padres de la joven, que era donde la pareja convivía desde hacía medio año. Katerina lucía sus esbeltas piernas vistiendo una falda sumamente ceñida y corta, en la que se la marcaba a la perfección la raja del culo, que la daba un toque muy juvenil pero que la obligaba a estar pendiente para que, sobre todo al sentarse, no se la subiera y dejara al descubierto sus encantos puesto que, según me indicó durante la cena, desde que salía con Juan Ignacio no era demasiado partidaria de usar ropa interior ya que, de esa forma, mi primo podía “meterla mano” e incluso, penetrarla siempre que lo deseara con mucha más facilidad.

Hasta ese momento no había tenido el menor problema con el idioma puesto que tanto mis tíos como mis primos hablaban español y Anne Lise, Katerina y Zdenka, además de entenderlo, habían logrado adquirir cierta soltura al usarlo mientras que cuándo compré el regalo de boda para Jesús y Zdenka y en el hotel me había hecho entender en inglés pero, al dirigirme al cuarto de baño unisex del restaurante, me topé en la puerta con una joven que salía de él y que comenzó a hablarme sin que fuera capaz de entenderla. La hembra se desesperaba al ver que no la llegaba a comprender ni cuándo formó una especie de objeto ovalado con dos dedos de su mano izquierda en cuyo orificio central metió un apéndice de la derecha que no dejó de mover hacía dentro y hacía afuera mientras mi mente se encontraba centrada en intentar, sin éxito, comunicarme con ella en español, francés ó inglés hasta que debió de considerar que era un tarado y tras hacerme un gesto despectivo, me dejó de lo más dubitativo. Al volver a sentarme en la mesa con Juan Ignacio y Katerina les conté lo que me había ocurrido. Se partieron de risa antes de explicarme que aquella mujer me había “tirado los tejos” para que “echáramos una cana al aire” y que, con los gestos que había hecho con sus manos y que no fui capaz de interpretar, me había propuesto que se la “clavara” y me la tirara en el aseo. Juan Ignacio me indicó que la inmensa mayoría de las féminas llevaban puesto, siempre que se adaptaran a él, el DIU ó tomaban anticonceptivos orales para poder disfrutar con total libertad de su cuerpo y que, al no existir represión ni tabúes sexuales y estar a la orden del día el intercambio de parejas, podía considerarse como normal que una hembra llegara a proponer a un varón que la jodiera en un ascensor, en un cuarto de baño, en el rellano de una escalera ó en cualquier otro lugar por el solo hecho de que, estando caliente ó darla el suficiente morbo, el hombre la apeteciera físicamente.

Con la cena bastante avanzada Katerina me pidió que la hablara de alguna de mis experiencias sexuales. No me agradaba airear a los cuatro vientos el desarrollo de mi actividad sexual sobre todo por discreción y para salvaguardar los intereses de varias mujeres casadas con las que había conseguido mantener relaciones pero me decidí a complacerla intentando evitar dar más detalles de los precisos. Comencé por decirla que, aunque lo que de verdad me importaba era que fueran unas “yeguas” cerdas y salidas, siempre me habían atraído las féminas altas y delgadas de cabello rubio; que me había topado con algunas que, al ser un tanto cómodas y tener la costumbre de llevarlas tapadas con leotardos y pantalones, disponían, además de un poblado “felpudo” pélvico, de más vello en las piernas que yo y que me encantaba calentar a las hembras haciendo que, colocadas a cuatro patas, se acariciaran la seta con su mano extendida delante de mí antes de efectuarlas un exhaustivo examen de su “cueva” vaginal y de sobársela a conciencia agradándome que durante el proceso llegaran a aparecer algunas gotas de lubricación para, después, meterlas hasta el fondo un par de dedos en el ojete y otros dos en la almeja y moverlos al mismo ritmo hacía dentro y hacía afuera mientras ejercía una fuerte presión en su clítoris con la palma de la mano. De aquella manera favorecía que sintieran mucho gusto en los dos agujeros y que alcanzaran sus primeros orgasmos ya que me complacía, sobre todo con las más jóvenes, dedicar bastante tiempo a estimularlas. Además y a menos que hubieran orinado recientemente, no tardaban en deleitarme echando una copiosa, intensa y larga meada que la mayoría de las veces ingería. Más tarde y tras hacer que se acostaran boca arriba, volvía a repetir la operación deleitándome en ello hasta que las mujeres, llenas de ansiedad y totalmente salidas, acababan pidiéndome que las “clavara” la tranca y las jodiera apresurándome a complacerlas en su demanda metiéndosela lo suficientemente excitado como para rendir a un alto nivel. Después la dije que siempre había intentado que mi vida sexual fuera lo más activa e intensa posible pero pretendiendo que fueran las féminas las que se encargaran de poner los medios necesarios para evitar embarazos no deseados por lo que nunca había sido partidario de utilizar condones ni, cuándo después de hartarse a “cascármela” y chupármela, comencé a mantener relaciones sexuales completas con ciertas compañeras del centro escolar en el que cursé mis estudios y a cuenta de la inexperiencia existían más posibilidades de que las pudiera preñar por lo que a todas las hembras se la había “clavado a pelo” para “descargar” con total libertad dentro del chocho de la mayoría de ellas aunque a más de una no la agradara que lo hiciera así ó que en ciertos casos, para complacerla ó evitar sus temores, tuviera que sacársela al notar que se iba a producir la eyaculación y la mojaba con el semen el exterior del coño, los pelos pélvicos si los había y la parte superior interna de las piernas ó las tetas mientras me la movían con su mano.

C o n t i n u a r á