La boda de mi primo (parte diez).
Décima parte de mi penúltima historia, que acabé de escribir en el pasado mes de Mayo. Espero que guste a mis lectores y que disfruten y se enganchen a lo acontecido.
Pero aquello no había acabado y al abrirse las puertas del primer aparato elevador que acudió a nuestra llamada nos encontramos en su interior a dos parejas en una situación bastante comprometida. Desconozco si habían estado de la terraza del edificio en la que existía una cafetería al aire libre y les había pillado la lluvia ó algún chaparrón ó si se habían dado una ducha vestidos pero los cuatro estaban empapados y el agua que les caía no dejaba de formar charcos en el suelo. Cuándo se dieron cuenta de que se habían abierto las puertas y de que les estábamos viendo, se miraron como preguntándose quien de ellos había desbloqueado el ascensor. Los hombres eran de edad intermedia mientras las féminas eran jóvenes. Una de ellas, de cabello rubio y altura y complexión normal, tenía las tetas al descubierto y la braga a la altura de las rodillas y mantenía su falda levantada para permitir que el hombre que estaba con ella, con el pantalón y el calzoncillo ligeramente bajados lo que nos permitió verle el culo, mantuviera su pilila entre las cerradas piernas de la hembra y en contacto directo con su seta en la parte frontal del elevador mientras en el lateral izquierdo una espectacular y maciza joven de cabello moreno, lucía sus soberbias tetas al mismo tiempo que le “cascaba” la pirula al otro varón, que se había quitado el pantalón y el calzoncillo y los había depositado en el suelo, para intentar ponérsela bien tiesa mientras este, después de subirla la falda de su elegante pero empapado vestido de terciopelo negro y acariciarla la parte superior de las piernas, la separaba la parte textil del tanga que llevaba puesto de la raja vaginal con intención de sobársela. Esperamos a que las puertas se volvieran a cerrar y les dimos tiempo para que pudieran bloquearlo antes de que, después de decirme Martina que la había sorprendido que los cuatro fueran vestidos de una manera tan sofisticada a aquellas horas por lo que desechaba la idea de que pudiera tratarse de invitados a la boda, llamáramos a otro ascensor que no nos deparó nuevas sorpresas. Mientras subíamos en él y nos poníamos de acuerdo sobre si me la iba a tirar en su habitación ó en la mía, que estaban en la misma planta pero en lados opuestos, Martina se volvió a quitar el vestido, arrugado y deteriorado y el tanga, con el que se secó la almeja que acumulaba bastante humedad vaginal, por lo que abandonó el elevador en bolas y con su ropa en la mano. Al salir de él nos dimos cuenta de que las dos parejas con las que habíamos coincidido momentos antes en el vestíbulo al pretender coger el ascensor habían bloqueado el elevador a una altura similar a la nuestra puesto que, aunque las puertas permanecían cerradas, pudimos escucharles e incluso, enterarnos de que el hombre al que la joven maciza le estaba meneando el pito acababa de eyacular y de una forma bastante masiva por lo que la mujer, bastante indignada, le recriminaba por no haberla avisado puesto que prefería que se la hubiera metido y echado la leche en el interior del chocho a que, al no esperárselo, hubiera arruinado su precioso vestido al no darla tiempo a evitar que varios chorros se depositaran en él.
Finalmente y como Martina me dijo que la suya estaba bastante desordenada, optamos por ir a mi habitación para lo cual teníamos que recorrer un largo pasillo. Nos estábamos aproximando cuándo, al pasar por delante del lugar en el que se almacenaban sábanas y toallas, nos encontramos tiradas en el suelo varias prendas, tanto masculinas como femeninas. Mientras Martina se agachaba y examinaba aquella ropa, escuché unos gemidos lo que me hizo empujar la puerta situada a mi derecha, que sólo estaba entornada, encontrándome en su interior a una pareja que estaba en plena acción de pie y que continuaron con lo suyo a pesar de que tuvieron que darse cuenta de que había abierto la puerta y que les mirábamos. Al hablar en inglés les pude entender sin que Martina continuara haciendo de intérprete. La chica, que se encontraba desnuda con el tanga colgando de su tobillo izquierdo y que, por lo que Martina dedujo tras examinar la ropa con la que nos topamos en el pasillo, debía de ser una camarera de planta del hotel estaba con la espalda apoyada en la única ventana existente en el lugar y apretaba al varón contra ella presionándole los glúteos con sus manos mientras le decía que como su pareja llevaba varias horas encerrada en su habitación dejándose joder por un par de tíos, él debía de ponerla también los cuernos, sin reprimirse y echando mucha leche ya que en aquella posición eran muy remotas las posibilidades de preñarla. El hombre, que me pareció uno de los invitados a la boda y andaba en torno a los cincuenta años, se encontraba con la camisa desabrochada aunque puesta y el calzoncillo a la altura de las rodillas, no dejaba de llamarla puta, ramera y zorra; de besarla en la boca; de apretarla las tetas y de decirla que, además de no dejar de jadear, deseaba que siguiera tirándose pedos para lo cual la abría y cerraba constantemente el orificio anal con sus dedos favoreciendo que la mujer soltara una tras otra unas sonoras ventosidades. Cada vez que “un preso quedaba en libertad” el hombre se apresuraba a pasar repetidamente dos dedos por el ojete de la fémina como si pretendiera que quedaran bien impregnados en el olor. El ver aquello me sorprendió puesto que había llegado a pensar que era un bicho raro ó un lunático por sentirme tan sumamente atraído por la micción y la defecación femenina y aunque sabía que no era el único al que le encantaba disfrutar con los excrementos de las hembras, el encontrarme con otra persona a la que le agradaba el sexo guarro y sucio me resultó muy gratificante. El varón, sin sacarla la polla, logró que ambos giraran en redondo de manera que él quedó con la espalda apoyada en la ventana mientras la camarera lucía su culo delante de nosotros sin que el individuo se cansara de abrirla y cerrarla el ojete y de decirla que, aunque se cagara, siguiera apretando para que se tirara pedos de una forma bastante continua. Martina, dándose perfecta cuenta de que con todo lo que habíamos visto desde que abandonamos la discoteca tenía que estar muy excitado y de que mi mirada se mantenía fija en el apetitoso y redondo trasero de la camarera, se encargó de que mi pantalón y mi calzoncillo fueran descendiendo hasta los tobillos y procedió a ponerme el rabo bien tieso “cascándomelo” lentamente.
El hombre no tardó en volver a “descargar” y en cantidad dentro del coño de su pareja que, con una respiración sumamente agitada y entre constantes jadeos, acababa de tirarse varios pedos seguidos y llegaba al orgasmo mientras le decía que la encantaba recibir su leche, abundante y caliente y que quería que la echara más. La mujer se meó de autentico gusto casi al mismo tiempo en que el varón hacía lo propio en su interior. Su posición hizo que el pis de ambos fuera saliendo junto al exterior cuándo los envites que la daba el varón lo permitían para ir cayendo al suelo tanto de forma directa como a través de las piernas de la fémina. Fue entonces cuándo el hombre pareció percatarse de que estábamos en el umbral de la puerta. Nos miró deteniendo su vista en mi tranca y tras decirla a la camarera que volviera su cabeza para mirármela, la propuso que se la metiera por la seta mientras él la introducía la suya por el culo. La camarera aceptó y el varón, tras decirla que era una autentica puta, la indicó que antes tenía que tirarse otro par de pedos seguidos cosa en la que le complació casi de inmediato dejando un buen tufo. A Martina no la hizo demasiada gracia que me fuera a cepillar a aquella guarra por lo que decidió permanecer próxima a mí pendiente de todo lo que ocurría e incluso, mantuvo a la hembra lo más abierto que la fue posible el ojete mientras el otro hombre se la colocaba en el orificio anal y hacía fuerza para que la entrara por completo. La camarera, al sentirse penetrada al mismo tiempo por delante y por detrás, pareció no estar demasiado habituada a moverse teniendo un miembro viril dentro de su trasero y otro y de las dimensiones del mío en el interior de su almeja pero se fue haciendo a ello mientras el hombre la animaba y no dejaba de alabar las magnificencias de esa modalidad sexual diciéndola que no existía sensación más placentera para una mujer que la de sentirse emparedada y jodida al mismo tiempo por ambos agujeros. El varón, manteniéndola apretadas las tetas, consiguió rápidamente que los pezones de la camarera se pusieran totalmente erectos para restregarlos de manera continuada contra mi torso. Con nuestros movimientos mis cojones golpeaban con los del otro hombre que, aunque no estaba dotado de una verga demasiado grande, resultó ser una autentica máquina eyaculando puesto que la soltó un nuevo polvo y esta vez en el interior del culo, antes de que, sin tardar demasiado puesto que estaba de lo más salido, “descargara” y me meara dentro del chocho de la camarera que, después de recibir la leche y el pis, me pareció que, además de encontrarse de lo más complacida y satisfecha, estaba en unas condiciones más idóneas para pasarse un montón de tiempo defecando acomodada en el “trono” que para seguir disfrutando del sexo por lo que, mientras el otro varón continuaba moviendo la suya dentro del trasero de aquella golfa sin dejar de insultarla, de magrearla las tetas y de besarla en el cuello y en la espalda, la extraje la chorra con lo que, poniéndome mala cara, obligué al otro hombre a sacarla la suya del culo con lo que ambos nos dedicamos a sobarla, en mi caso con una atención muy especial a su coño y el otro varón la proponía recoger su ropa e irse a la habitación de la camarera para recuperarse al mismo tiempo que la mamaba a conciencia las tetas; la chica intentaba tirarse unos cuantos pedos en su cara; la sacaba el “chocolate” que tantas ganas tenía de expulsar tras haberla dado por el culo y mojado con su leche comprobando si lo echaba sólido ó liquido y poder olerlo y degustarlo y le volvía a chupar el cipote para que se le volviera a poner en condiciones de soltarla unos cuantos polvos más.
C o n t i n u a r á