La boda de mi primo (parte catorce y última).
Décimo cuarta y última parte de esta historia. Espero que les haya gustado a mis lectores, que hayan disfrutado y se hayan enganchado a lo acontecido.
Por lo que a mí respecta, no he vuelto a tener la oportunidad de poder echar tanta cantidad de polvos en tan poco tiempo pero al regresar de aquel viaje me había olvidado por completo de Joanne y aparte de continuar manteniendo relaciones sexuales regulares con Reyes y Violeta y de participar en las orgías de la noche de los viernes y sábados con mi grupo de amigos, unas semanas más tarde conocí a Inés, una atractiva empleada municipal, madre soltera de dos crías que la habían hecho hombres diferentes, que evidenciaba tener una imperiosa necesidad de verse complacida sexualmente por un varón bien dotado. Cuándo se inició nuestra relación me limitaba a echarla unos cuantos polvos al aire libre y en el interior de mi coche pero, al cabo de mes y medio, comencé a ir a visitarla a su centro de trabajo cada vez que disponía de tiempo con intención de tirármela encerrados en archivos y cuartos de baño. Una tarde llegué sumamente caliente y al verla de pie y aprovechando que llevaba puesta una falda corta y fina, me coloqué detrás de ella, se la subí, la bajé la braga hasta las rodillas y haciendo que se doblara sobre el mostrador que tenía delante, se la “clavé” y me la cepillé delante de una compañera que, aparte de estar pendiente para que nadie nos interrumpiera, no nos quitó la vista de encima y parecía desear que cuándo terminara con Inés hiciera lo propio con ella. Al final, solté a mi amiga tres soberbios polvos y me meé en su interior un poco después de eyacular por segunda vez mientras su compañera se tuvo que contentar con chupármela cada vez que, por algún motivo, se la sacaba. Desde aquel día y viendo el gran interés que su compañera demostraba por mí, Inés me pidió que, a menos que fuera para algo importante y urgente, no volviera a visitarla en la oficina. Para suplirlo comencé a frecuentar su domicilio lo que me permitió volver a poner a prueba, durante una buena temporada, mi potencia sexual echándola de seis a ocho polvos repartidos en las dos ó tres sesiones sexuales que la mayoría de los días solíamos mantener al acabar de comer, por la noche y al despertarnos por la mañana. Pero la mujer, a pesar de que la agradaba que me meara en su interior tras las eyaculaciones pares y alguna vez me dejó soltarla mi pis en la boca mientras me chupaba el cipote, se resistía a llegar a los límites sexuales que me agradaban por lo que, como se oponía a participar en tales encuentros, logró que mis amigos me excluyeran de las veladas nocturnas de los fines de semana y aunque se solía mear de autentico gusto durante el acto sexual, no la gustaba que la viera hacer pis ó defecar y mucho menos que me planteara el beberme su micción ó comerme su caca. Además, se negaba a que se la “clavara” por el culo con asiduidad al considerar que el sexo anal era antihigiénico por lo que tenía que esperar a que estuviera muy cachonda para aprovecharme de su “calentón” y poder poseerla por detrás. A pesar de ello, nuestra relación funcionó perfectamente hasta que empezó a ponerse pesada diciéndome que pretendía rehacer su vida casándose ó volviendo a mantener una relación estable. Lógicamente, el candidato ideal era yo y aunque desde que nos conocimos pasaba mucho más tiempo en su casa que en la mía, lo que para mi resultaba una convivencia plena, no tardé en darme cuenta de que lo que realmente pretendía era que aceptara a sus hijas como mías para lo que llegó a proponerme que me facilitaría que me chuparan habitualmente la minga y que, cuándo fueran un poco más mayores, sería el primero en joderlas. Su propuesta me pareció tan descabellada que no la llegué a tomar en consideración pero, viendo que continuaba sin decidirme y que lo único que hacía era darla largas, comenzó a negarme sus favores sexuales mientras Jimena, su hija mayor a la que Inés había parido siendo menor de edad, me los facilitaba a su espalda puesto que cada día la agradaba más chuparme el nabo, que la echara mi leche en la boca, que la comiera la seta y masturbara hasta que se meaba de autentico gusto y que la lamiera el ojete. Inés no tardó en sospechar que podía estar manteniendo algún tipo de contacto sexual con su hija por lo que una tarde que sabía que Jimena y yo llegaríamos juntos a su domicilio, se escondió en un armario. Pensando que estábamos solos nos encaminamos a la habitación de la chavala y en cuanto nos desnudamos, nos “metimos de lleno en harina” mientras Inés, saliendo de su escondite, escuchaba detrás la puerta. La muy cerda estuvo esperando a que me encontrara a punto de echar la lefa a su hija en la boca para entrar de improviso y pillarnos “in fraganti” con lo que consiguió cortarme la eminente eyaculación. Poniéndose por las nubes nos llamó de todo pero, más tarde, debió de pensar que, por medio de Jimena, podía conseguir su propósito y cambió de forma radical haciéndonos ver que no se opondría a que mantuviéramos aquel tipo de relaciones siempre que nos limitáramos al sexo oral y que, para estar segura de ello, tendría que estar presente durante el desarrollo de nuestra actividad sexual por lo que Inés, que había comenzado echándonos una bronca monumental, acabó “cascándome” el pene delante de su hija mientras esta se acariciaba frenéticamente la almeja con su mano extendida y la instaba a sacarme la leche hasta que, después de echarla en dos ocasiones, me meé copiosamente. Unos días más tarde nos dejó ocupar su habitación para que pudiéramos mantener nuestros contactos sexuales con más comodidad y pasar juntos las noches. Pero como Inés era incapaz de negarla nada a Jimena, la chavala consiguió convencer a su madre para que no se limitara a vernos y se comprometiera a participar de una manera activa en nuestra actividad sexual por lo que, mientras la madre la realizaba una comida bastante exhaustiva de chocho a su hija, podía follarme a Inés, casi siempre por vía vaginal aunque alguna vez logré darla por el culo, echándola normalmente dos ó tres polvos y su consiguiente meada. Aunque aquello funcionaba de maravilla unas semanas después comenzó a darse cuenta de que mi relación con Jimena iba demasiado deprisa al oír que su hija me pedía que me convirtiera en algo similar a su instructor sexual. Para entonces la joven había encontrado un buen estímulo en ver a su madre “cascándomela” una y otra vez. Daba la impresión de que lo único que quería era observar como Inés me la ponía bien tiesa y me sacaba la leche y en su caso, la micción dejando que la lefa y el pis se depositaran con total libertad en la sabana de la cama ó en el suelo pero Jimena no tardó en pedir a su madre que hiciera todo lo posible para empaparla las tetas con mi semen con intención de que, al acabar de echársela, se la extendiera. Poco después la pidió que intentara que mis eyaculaciones se produjeran con la punta de mi picha en contacto con su raja vaginal para que la echara allí y en los pelos púbicos la leche. Inés no tardó en descubrir, al volvernos a pillar “in fraganti”, que a escondidas nos prodigábamos en bebernos las meadas del otro y que a su hija la encantaba que, tras mis eyaculaciones pares, me apresurara a metérsela vaginalmente para soltarla el pis dentro del coño al mismo tiempo que movía mi miembro viril hacía dentro y hacía fuera como si la estuviera jodiendo por lo que temiendo que cualquier día se la iba a “clavar” en plena eyaculación ó que, después soltarla mi micción, me la iba a seguir tirando para “descargar” en su interior, volvió a presionarme de tal manera que originó que mantuviéramos una fuerte discusión en presencia de sus hijas y que, a pesar de que tanto la madre como la hija mayor eran unas autenticas ninfómanas, acabara enfadándome con Inés que decidió dar por finalizada nuestra relación y echarme de su casa.
Pero la que no acabó fue la que estaba manteniendo con Jimena con la que seguí viéndome en secreto en mi domicilio durante varias semanas más. Una tarde la desvirgué tanto por vía vaginal como anal y desde entonces la joven no pensaba en otra cosa que no fuera en que se la metiera y la jodiera y cuanto más tiempo mejor por lo que la comencé a dar periódicamente dinero para que adquiriera anticonceptivos orales y los tomara. Estaba de lo más encoñado con ella cuándo su madre volvió a sospechar que seguíamos manteniendo relaciones a escondidas después de no localizar en su domicilio ciertos tangas que la había comprado últimamente y que se encontraban almacenados en un cajón de la mesilla de mi habitación por lo que decidió controlarla mucho más hasta que, tras verificar que sus sospechas eran ciertas, logró que nos resultara imposible seguir viéndonos al enviarla a terminar sus estudios en un severo internado de monjas.
Aún no me había olvidado de Jimena cuándo Violeta me presentó a una vecina suya llamada Esperanza ( Espe ) que resultó ser una atractiva, menuda y más que sugerente estudiante universitaria de abundante cabello moreno nacida en un país oriental que había sido adoptada por padres españoles. A primera vista me pareció que aquella joven era sumamente estrecha, púdica y recatada pero me habían comentando que, aparte de ser muy cariñosas, a las asiáticas se las convertía fácilmente en unas excepcionales “yeguas” y eran una autentica delicia en la cama por lo que decidí tener paciencia con ella. Salimos juntos un fin de semana y el sábado siguiente la invité a cenar en un restaurante. Como tenía mucha experiencia en ello, la hice beber más de lo debido y en cuanto salimos del establecimiento me aproveché de su estado para, en plena calle, “meterla mano”. Espe, a pesar de encontrarse cohibida e incomoda, fue reaccionando de maravilla a mis estímulos y en cuanto conseguí que se abriera de piernas para poder sobarla la seta, me la encontré convertida en un autentico mar de flujo lo que me hizo pensar que con semejante humedad vaginal la chica estaba demandando que me la cepillara por lo que la propuse seguir con aquello en mi casa. La joven aceptó y mientras subíamos en el ascensor la volví a tocar la almeja a través de su diminuto tanga y en cuanto se la apreté ligeramente, soltó una copiosa micción con la que formó un buen charco en el suelo antes de que pudiera bajarla su prenda íntima y beberme la parte final de su meada. En cuanto entramos en mi domicilio la llevé a mi habitación, la hice acostarse boca arriba en la cama, la desnudé, la abrí lo más que pude las piernas, la contemplé con detenimiento viendo que aunque sus tetas no eran voluminosas las tenía muy tersas y que estaba realmente maciza, la sobé todo lo quise sin encontrarme con la menor oposición, se la “clavé” y me la follé repetidamente tanto por delante como por detrás, desvirgándola el culo y echándola varios polvos a lo largo de la noche y parte de la mañana siguiente mientras la chavala alcanzaba un orgasmo tras otro. Me llamó la atención que estuviera dotada de una raja vaginal que, de inicio, parecía estar muy cerrada pero que con los primeros estímulos se abría y dilataba al máximo y que su clítoris se fuera abultando mientras sentía placer para normalizarse al llegar al clímax y volver a iniciar el proceso un poco después de dejar de disfrutar de esos intensos momentos de sumo placer sexual. Al día siguiente Espe me confesó que, aunque la había hecho mucho daño al poseerla por el culo, había disfrutado muchísimo sintiendo tantas sensaciones placenteras por lo que estaba dispuesta a repetir y a permitir que, poco a poco, llegara a dominarla y someterla por lo que decidí convertirla en una golfa cerda y viciosa con la que comencé a compartir mi domicilio desde el viernes siguiente. A pesar de que es casi veinte años más joven que yo y esta diferencia de edad se ha convertido en el principal obstáculo para que sus padres adoptivos acepten que vivamos juntos, nuestra convivencia está resultando satisfactoria puesto que nos entendemos y nos compenetramos perfectamente aunque hemos tenido que recurrir a Reyes y Violeta para que se encarguen de nuestra alimentación durante los días laborables puesto que Espe no tiene tiempo para meterse en la cocina ya que de lunes a viernes, además de estudiar, trabaja por la mañana como becaria y como dependienta en un comercio de confección textil para chicas jóvenes las tardes en que no tiene que ir a la facultad. No obstante, intenta colaborar en las distintas labores domésticas y los fines de semana se ocupa de limpiar la casa y de lavar y planchar la ropa que se acumula a lo largo de la semana y además de efectuarme unas mamadas impresionantes con las que logra que la suelte la leche inmerso en un gusto increíble, en la cama sabe moverse de maravilla para que nos mantengamos satisfechos con una actividad sexual en la que, inmersos en el sexo más guarro y sucio posible, nos gratifica el habernos convertido en el water del otro para poder bebernos las meadas y comernos la defecación de nuestra pareja mientras Espe me incita a que cada día me muestre un poco más sádico con ella para que pueda motivarse y llegar a rendir por encima de sus posibilidades aunque, a pesar de estar tan buena y maciza, no me atrevo a darla toda la “tralla” que me gustaría ya que, al alcanzar orgasmos muy intensos y seguidos, sufre un gran desgaste que está ocasionando que su poder de recuperación no sea tan satisfactorio como para llegar a plantearnos el mantener a diario sesiones largas de la misma forma que no puedo poseerla por su precioso culo de una manera tan continuada como desearía puesto que, además de que me cuesta conseguir que su orificio anal dilate lo suficiente como para poder “clavársela” por detrás de una manera un tanto brutal, suele verse afectada por unas frecuentes y prolongadas cistitis que la ocasionan continuas pérdidas de orina lo que me encanta que ocurra cuándo me la tiro vaginalmente ó me bebo su pis, sus últimas menstruaciones han sido bastante irregulares y la cuesta reponerse de los procesos diarreicos y las molestias que la ocasiona una práctica sexual anal demasiado frecuente.
F I N D E L A H I S T O R I A