La boda (6: mi luna de miel y otras cositas)

Este antepenúltimo capítulo de mi boda sirve -entre otras excitantes cosas- de preámbulo a una nueva serie de mis aventuras juveniles que muy pronto os relataré. Mientras tanto, espero que disfrutéis de este cuento tanto como yo escribiéndolo. Besitos.

La boda VI – Mi luna de miel y otras cositas-

Estaba agotada. Extenuada pero completamente feliz. Mi boda había sido un éxito rotundo. Los amigos se lo habían pasado en grande y buena parte de ellos seguían de fiesta pues se habían ido a la discoteca que Silvia y Chema les habían recomendado... Bueno, más que una discoteca, un club libertino... Y ya me los imaginaba yo, jodiendo por doquier... ¡Hummm ! Me lo tendrían que contar con pelos y señales.

Y qué decir de la familia. Empezando por una servidora, que había quedado más que servida. Primero, el cuñadito y su cuarto de litro de leche merengada. Después, la sesión de fotos, con el bueno de Marc llenándome el gaznate de rica lefa y mi recién casado taladrándome mi coñito. Más tarde, ya en el banquete, los toqueteos lascivos y hábiles del viejo verde de mi suegro. Y para terminar, una de las folladas más exquisitas que se me haya ofrecido en mi vida : Gladiator y su tranca de circo romano. Sin olvidar los innombrables bailes con amigos y diversos miembros masculinos de la familia que, quien más quien menos, aprovechaban (vete tú a saber porqué... como si una tuviera marcada en la frente « sobeo libre ») para agarrarse como pegatinas y magrearme el culo a voluntad.

El más salido de todos (sin contar al suegro, que éste es un caso aparte) fue el tío Vicente, hermano mayor de Pilar, bajito y regordete como ella, todo calvo él, que se pasó los siete minutos que duró el Hey Jude de los Beatles con ambas manos agarradas a mis nalgas, aplastándome el vientre contra su barrigón y diciéndome todo tipo de guarrerías:

Si mi sobrino no te satisface, no dudes en venir a verme...

¿Qué me haría usted, Vicente ? – le preguntaba divirtiéndome de calentarlo de esa manera.

Aquí donde me ves – y acentuaba su masaje particular- ... Tengo un poderío...

¿No me diga ? ¿A sus años ? –hasta estuve a punto de meterle mano para comprobarlo- Pero... si yo podría ser su nieta.

El sexo no entiende de edades, cuca... Y me parece que tú lo sabes mejor que nadie !

Ya veis. Debe vérseme en la cara... Pero sigo con el resumen familiar. Qué decir del putero de mi suegro que, a pesar de que todavía no había conseguido cepillárseme, sí que había logrado que se la mamaran un par de veces y que la camarerita esa –Isabel- le ofreciera una buena ración de sexo anal a cambio de unos pocos billetes.

Mi suegra, por su parte, debía estar pasándoselo en grande con mi primo Ismael. Ya le había regalado en público durante el banquete una buena sesión de masturbación digital y ahora, conociéndolo como yo lo conocía de todas las veces que habíamos follado en su cortijo (uno de los hombres más extraños y viciosos que haya conocido), debía estar traginándole todos los agujeros a su manera, como una bestia.

Mi Carlitos... No sabía muy bien lo que había hecho desde el inicio del banquete. Estoy segura que mi madre le hizo una de sus pajas preferidas –bajo la mesa y mirándolo lascivamente a los ojos mientras le llenaba la mano de lefa-, pero después... Sé que Aurelia, mi prima había intentado recuperarle el ánimo pero terminó empalándose –por falta de operatividad de mi marido- en el juvenil mástil de mi cuñado...

Oh, Pablito... ¡Qué inexperto que era ! Pero... ¡Qué guapo y qué fogoso ! Antes de marcharme de viaje de boda a Cabo Verde, le ofrecería mi conejito, primero para que se lo comiera bien comido y acto seguido para que se lo follara bien follado. Y yo cumplo todas mis promesas.


Al llegar al rellano, con los gritos de placer de la señora Maspons traspasándome los oídos y arañándome la líbido, me dije que no estaría mal echar una ojeada a las habitaciones y a sus inquilinos.

Empecé por la primera –qué original- que resultó ser la de mi madre. Me preguntaba si encontraría a mi marido con ella... No me hubiera importado. Pero no fue así.

Como dentro de la habitación no se veía un pijo, dejé entreabierta la puerta para que la luz del pasillo iluminara la escena. Me acerqué de puntillas a la cama. Mi madre dormía desnuda sobre las sabanas abiertas, de medio lado, con la cara hundida en la almohada. Sola.

Mis ojos recorrieron su hermosa espalda, de piel tersa y suave. Me senté en el borde del camastro y la observé con atención... Me decía a mi misma que me gustaría muchísimo llegar a los 50 como ella, con ese cuerpo delgado y lleno de vitalidad, deseable y deseado. Me entraron ganas de acariciarla, de recorrer con mis manos suavemente esa piel tan delicada. De saber que no iba a despertarse, lo hubiera hecho sin reparos. Pero no lo hice.

A diferencia de Carlos, mi marido, yo nunca llegué a tener relaciones incestuosas con mis padres. A pesar de que mi naturaleza extremadamente caliente desde mi pronta pubertad, me había llevado en alguna ocasión a mostrarme osada y provocativa –principalmente con mi padre-, ninguno de los dos se atrevió –o quiso – « abusar » de mi calentura de adolescente en celo permanente. Yo creo que se bastaban y sobraban el uno al otro para dar rienda suelta a sus más perversas fantasías.

Hubo, eso sí, múltiples toqueteos por parte de mi padre, en momentos puntuales como cuando nos sentábamos por la noche en el sofá, él con el pijama puesto y yo con una camiseta larga que apenas me cubría las braguitas al sentarme, para ver juntos una peli... Yo me apretujaba contra él para que me abrazara como abrazaba a mamá, con una mano sobre el hombro o rodeándome el brazo y la otra sobre mis cálidos muslos, deseosos de abrirse para que pudiera hacerme las mismas cosas que le hacía a mi madre... Pero no pasaba de allí...

Otras veces, me daba una palmada en el culo, o me lo magreaba con ganas mientras hacía los platos, diciéndome cosas del tipo : « ¡Vaya culo que se le está poniendo a la niña ! » Ni que decir tiene que esas caricias inopinadas, lejos de ofenderme o escandalizarme, me dejaban muy calentita. Por mi mente pasaban veloces cientos de respuestas a su atrevimiento : « Papá... Tocámelo... Me encanta... Abremelo como se lo abres a mamá (por si no os acordáis podéis echar un vistazo a las primeras páginas de El cortijo, el despertar de Sandra)... » Mas, en lugar de decirle lo que fuera que encendiera su tizón, me quedaba callada o, como más, soltaba un ligero gemidito aprobador.

Muchas de estas situaciones tuvieron lugar entre mis trece y mis quince años... A los quince y tras la experiencia orgiástica con mis tios y mis primos en su cortijo, mis padres decidieron enviarme a pasar el bachillerato en un instituto privado de monjas y dejé de verlos con la asiduidad y de la manera como tenía la costumbre de verlos. Cuando volvía a casa por las vacaciones, ya no había ni toqueteos ni insinuaciones y mis padres se volvieron mucho más comedidos en la práctica de su sexualidad... más discretos...

Un ligero movimiento de sus piernas me devolvió a la realidad. Había doblado una de las dos y apareció ante mi vista su exhuberante vulva, perfectamente depilada, con sus protuberantes labios arrugados, pegados pero aun húmedos y brillantes de la corrida conjunta que apenas dos horas antes se habían procurado los dos, Chema y ella. Se desperezó un poco y, todavía dormida, se puso a rascarse una de sus nalgas con sus largas uñas manicuradas a la francesa.

De su entrepierna, exhalaba un penetrante olor a sexo que llegó a mi naricita, como un potente feronoma como el que provoca en los insectos el ansia de procrear. Me agaché y acerqué mi órgano olfativo a su coño. Inhalé con todas mis fuerzas ese aroma enloquecedor. Y como tantas otras veces, perdí el poco pudor que ya entonces me quedaba y de mi boca mi lengua salió directa a saborear el exquisito néctar que el coño materno me ofrecía.

Al principio le di sólo un par o tres de lengüetazos, suaves, breves. Suficientes para apreciar su gusto, para saborear esa mezcla agridulce que un chocho lleno de lefa puede ofrecer.

El corazón me latía desbocado. Estaba empezando a comerle el coño a mi propia madre, me decía entre avergonzada y pasmosamente excitada. Ella soltó una especie de quejido y dobló un poco más la pierna. Me aparté un tanto sobresaltada. Ahora, su raja aparecía sonriéndome en toda su longitud e incluso podía percibirse la rojiza campanilla de su clítoris. Acerqué de nuevo mi boca dispuesta a jugármela el todo por el todo. Sin embargo, mi vestido me obstaculizaba la maniobra. Me levanté y me lo saqué sin hacer ruido. Estaba sudando. Me sentía sucia y pringosa. Me sentía guarra y viciosa como nunca.

Me puse de rodillas entre sus piernas, intentando no tocarla con las mías. Fui bajando el torso lentamente hasta que, de nuevo, mi boca entró en contacto con su sexo. Y se lo lamí, sí... ¡Oh, Dios ! ¡Con qué ganas se lo lamí ! :

Hummmm  ¿Qué hacessss ? – empezó a murmullar, todavía en sueños- Para... Mmmm... Déjame dormir.... Mmmmm...

Merche –que así se llama mi madre- se movió medio dormida, separando los muslos un poquito más. Seguí chupándole el coño, hundiendo la lengua en su rajita, saboreando ese gusto que me era tan familiar. Mi madre se fue despertando. Sin girarse para ver quién le comía el coño, pensando tal vez que se trataba de Chema que volvía a las andadas, lo cierto es que fue levantando el culo, abriendo las piernas y dejando toda la parte de arriba de su cuerpo, cara incluida, pegada a las sabanas y a la almohada:

¡Dios, qué buenoooo ! ¡Qué despertar ! ¡Mmmmm !

Ahora la tenía a mi merced. Decidí comerle el chocho como a mí me gusta que me lo coman. Se lo abrí delicadamente y fui pasándole la punta de la lengua desde el clítoris hasta su ano, repetidas veces, cada vez apoyando mayor superficie lingual, cada vez con más fuerza. Su agujerito negro y su vagina se dilataban y contraían acompasadamente. Sus jadeos se hicieron más guturales, más intensos. Su sexo iba abriéndose soltando hilillos de deliciosa baba caliente. Y en pocos segundos, comenzó a correrse :

¡Sí... Síii... Siiiii... Siiiiiiiiiiiiiii ! ¡YA YA YAAAAAAAAAAAAA !

Como toda hembra normalmente constituida, en la cúspide orgásmica no desea otra cosa que ser penetrada. Mi madre, pues, se puso a implorar que se la follaran... Pero la sorpresa surgió de repente : su ruego tenía un nombre que no me esperaba escuchar :

¡Ooohhhh, Carlosss ! ¡Tómame ! ¡Fóllame ! ¡Métemela hasta los huevossss...Siiii !

Así que mi maridito había hecho una paradita para joderse a la puta de mi madre... Y el otro cabrón que se pensaba que la había dejado muerta de gusto... Y la lefa que me pensaba estar saboreando no era otra que la de mi « infiel » esposo...¡La de los dos, joder ! Y... ¿Qué debía hacer ?

Me pasaron varias alternativas por mi mente. Decirle simplemente : « Soy yo, mamá... Soy yo la que te ha comido el chocho... Y tú eres una zorra asquerosa, sin ningún escrúpulo... En mi noche de bodas... »

Pero debo admitir que viéndola así de entregada, así de abierta y suplicante, balanceando el culo lascivamente, separando los cachetes de su trasero con sus manos, clavando en ellos sus largas uñas, ofreciéndome todo su ser –coño y culo en uno-, lo que sentí realmente fue una extraordinaria excitación y unos deseos enormes de continuar dándole placer...

Pasaron unos segundos eternos en los que casi podía escuchar el tam-tam incesante de mi corazón desbocado... Ella seguía con la cara pegada a la almohada... En silencio, con su sexo resollando, exhalando efluvios sin cesar... Pasiva, receptiva... Expectante...

¡AAAAAAAAAAAAAAAJJJJJJJJJJJ ! –chilló cuando le metí sin contemplaciones, a la brava, cuatro dedos de mi mano en su coño. -¡MAAASSSSS ! ¡Quiero... MASSSS !

Mi pulgar, que se había adentrado casi sin querer en su ano, me impedía penetrarla más profundamente. Los cuatro deditos bailaban la samba en su vagina extremadamente mojada, picoteandole con energía esa parte superior de la cavidad vaginal donde se halla el punto G. El pulgar seguía su jueguecito dilatador... Su esfínter iba abriéndose cada vez más. Me senté más comodamente para poder tener las dos manos libres. Entonces, mi madre habló entre jadeos :

Aaarr.. ¿También le haces... aarrr... esto a mi hija...aaa ?

Saqué el pulgar de su ojete y pegándolo al resto de mis dedos, le hundí toda la mano en su coño :

Soy yo, mamá – le dije apuñalándola hasta medio brazo.

Giró bruscamente la cabeza para mirarme. Intentó darse la vuelta pero la tenía literalmente clavada y su gesto sólo hizo que la penetración fuera más profunda. Me la miré con los ojos medio cerrados, sonriente. Ella lo hizo con una mirada perdida, con los ojos saliéndose de sus órbitas, con un rictus de placer dibujado en sus hermosos labios rojos :

¿Te das cuenta... mmmm... de lo que me haces...mmmm ? ¡A tu propia mmmaaaadreeeee !

Fui para quitar la mano que la estaba follando pero, con un gesto rápido y explícito, una de las suyas me la sujetó con fuerza por la muñeca :

Con lo bien que me has comido la fufuna, hija... ¡Sigue con lo que estás haciendo ! ¡SIGUEEEEHHHH !

Mi puño entraba y salía de su dilatadísimo coñazo con monstruosa cadencia. Cada vez que entraba, mi madre soltaba un alarido salvaje : ¡AAAAAAHHHHHHHHH ! Cada vez que salía, un gemido lancinante : ¡OOOOOOOHHHHHHHH !

Mi trasiego karateka no duró demasiado. Mi madre se arqueó levantando la cabeza como una loba y, de nuevo, me sujetó con fuerza el antebrazo. Iba a correrse. Empecé a golpearle con furia las paredes de su vagina, sintiendo como éstas exhalaban litros de efluvios hirvientes por sus mucosidades :

-¡HIJA MIAAAAAAAAAAAAAAAA ! ¡FFFFUUUUUUUUUUUHHHHHHH ! ¡SI SI SI SI SIIIIIIIIIIIIHHHHHHHH !

Segunda corrida materna en pocos minutos de intervalo y todo gracias a mis habilidades bucales y manuales. « De tal palo, tal astilla », pensé viendo como se retorcía de placer, sin soltarme el brazo, dispuesta a dejarme proseguir el « fisteado » incestuoso :

¡Joder, mamá ! ¡¿Todavía quieres más ? ! –pregunta idiota, la mía.

¡Siiiiihhhh ! ¡Dammmm... EEEEE... AAAAAAAAA ! –se me estaba corriendo de nuevo, la muy puta.

¿No has tenido bastante con... ? ¡Aaaaarrrrrgggg !

No pude terminar mi pregunta. Sentí como dos potentes manos me agarraban por la cintura, levantándome de la cama y poniéndome violentamente en la misma posición perruna que mi madre. La brusquedad del gesto hizo que mi mano saliera disparada de su coño. Su orgasmo interrumpido, Merche se dio la vuelta alarmada por mi grito, descubriendo estupefacta al autor de la agresión :

-¡Pero... ¿Qué hace, Andrés ? ¿Se ha vuelto usted loco ? –chillaba mi madre, poniéndose en pie e intentando apartarlo de su presa, es decir de mí.

Aparentemente, mi suegro había estado observándonos sin que nos diéramos cuenta. Era evidente –lo sentía ya largo y duro entre mis piernas- que se había recalentado un montón y que necesitaba de nuevo vaciar sus cojones. Incluso ya se había sacado los pantalones...

La sesión de masturbación materna me había dejado en un soberano estado de calentura. Si bien es cierto que las maneras brutales de mi suegro no terminaban de ser de mi agrado, una vez sobrepasado el primer instante de sorpresa y sofoco, una servidora ya estaba preparada a recibir una nueva ración de jodienda.

¿LOCO ? ¡Síiii ! Estoy loco por joderme a mi nuera... ¡Que me lleva calentándome todo el puto día ! –dijo gritando el sátiro mientras mi madre seguía probando de separarlo de mí.- ¡Suélteme, señora ! ¡Déjeme terminar lo que he empezado !

¡Andrés ! ¡Deje que la niña vuelva a su cuarto con su marido ! ¡Quédese conmigo, si quiere ! – la zorra de mi madre ya estaba cambiando de estrategia y ahora lo agarraba por la cintura. - ¡Hay que ver lo fuertote que está usted, Andrés ! – exclamó pasando una mano por su vientre y bajándola hasta aprisionarle en un mismo abrazo polla y huevos.

Yo estaba paradita. A la espera. Con muchas ganas de polla, todo sea dicho. No tardé en sentirla. A pesar de los esfuerzos seductores de mi madre, don Andrés consiguió meterme el capullo y media verga más, a la vez que gritaba sandeces del tipo : « Te vas a enterar, niñata, de lo que vale una buena polla » :

¡Pedazo de bestia ! –le grité- ¡Que me va a sacar el tampón por la boca ! – el cabrón ni se había percatado del cordelito que colgaba y me barrenaba el chocho aplastando el tampax contra mi útero.

Eso lo dejó desconcertado. Salió de mí, ocasión que mi madre aprovechó para asirle la polla –bastante ensangrentada- con ambas manos y hacer que se sentara a los pies de la cama. Yo, que seguía bien espatarrada a cuatro patas, me quedé a cuatro velas... Cuando empezaba a cogerle el gusto a la cogida –yo sólo quería sacarme el tampax y dejarle sitio libre, hostia- va y se me corta, el hombre, por una cuestión de regla :

¡Nooo, suegro ! ¡Ahora que me tiene a su « entera » disposición !

Mi madre no había perdido ni un segundo. Tras unos breves meneos manuales, se había sentado sobre él, empalándose con pasmosa facilidad y ya la teníamos jadeando como una marrana :

¿Lo ve, consuegro ? ¡La gallina vieja hace mejor caldo ! – exclamó soltándome un sonoro cachete en las nalgas que le habían quedado justo a mano. - ¡Y tú, niña ! ¡Ves con tu Carlos, cielo !

¡Ufff... Siii Siii ! –resoplaba mi suegro- Me voy a quedar con tu mamá... Y mañana por la mañana te traigo el desayuno a la cama... ¿vale ? –dijo desabrochándose la camisa y quitándose el resto de la ropa que aun llevaba puesta.

Me levanté un poco decepcionada. Pero, bueno... Así es la vida : no pueden ser siempre los mismos los que den y tomen a la vez, ¿no ?

¿Os cierro la puerta ? –les pregunté al salir, con mi vestido colgando del brazo y mis zapatitos en la mano.

Oh, no, linda... Déjala abierta... ¡Nunca se sabe quién puede venir ! –exclamó mi madre.

Pero... ¡qué puta que eres, mamá !

¡No lo sabes bien, hija mía... No lo sabes bien !


Al salir al rellano, agucé el oído para ver si de abajo me llegaban todavía ruídos de jodienda. Nada. Silencio total. De todas maneras, me dije, si esos dos –Chema y Silvia- hubieran estado follando cuando mi suegro regresó de su mini siesta nocturna, seguro que éste se hubiera ofrecido a rellenar alguno de los agujeros que le quedaban libres a la señora Maspons... Y apuesto a que hubiera sido su anito negro y sabrosón ya que la boquita ya la había usado un rato antes.

Tuve algunas dudas al pasar ante la puerta de la habitación en la que mi primo Ismael estaba cepillándose a la madre de Carlos. Lo que se oía tras esa puerta, incluso para un sordo, era la prueba palpable de que allí dentro se estaba cocinando algo muy caliente : ¡los gritos de mi suegra resonaban espeluznantes ! Sabía que si abría esa puerta iba a tener mi ración de polla asegurada pues mi primo era todo un campeón de las carreras de fondo... Pero no quise quitar protagonismo a doña Pilar, la cerdita... Con lo que había aguantado en su vida, bien se merecía ser « Reina por un día »...

Decidí ir directa a nuestra habitación. Si Carlos estaba durmiendo –cosa que hubiera sido lo más normal vistas sus actividades extra conyugales-, me prepararía un bañito bien caliente, lo llenaría de sales y esencias (uno de los regalos que nos hicieron : un sinfín de complementos para el baño, aceites y ungüentos para masajes, cremas de belleza de todo tipo ; todo ello acompañado por dos albornoces blancos con nuestras iniciales bordadas en la pechera), me sumergiría en él y me dejaría adormilar flotando en sus vapores... Y luego... ¡Ya se vería !

Abrí la puerta. La luz del techo estaba encendida. Carlos no estaba. Sobre la cama perfectamente hecha pude ver buena parte de los regalos que nos habían hecho y que habían querido dejar en secreto para que los abrieramos juntos. Todos los paquetes estaban sin abrir. Todos menos uno. El envoltorio dorado y el lazo de colores chillones estaban tirados por el suelo... ¿Por qué Carlos había abierto sólo éste ? ¿Y de quién era ?

Me puse el albornoz pues empezaba a tener frío. Recorrí con las yemas de los dedos las iniciales « S M » bordadas en uno de los bolsillos de la pechera. Sonreí. Sandra Menéndez, las mismas iniciales que « sado masoquista »... Sobre la mesita de noche, encontré la tarjeta que iba a aclarar mis dudas :

« Queridos novios :

Este es un regalo muy especial. Sandra sabe lo que es pero tú, Carlos, quizás no lo sepas. Ahora que te conozco, sé que lo sabrás apreciar tanto como ella y todos nosotros (incluida la « desaparecida » Vera) lo disfrutamos cuando lo hicimos.

Quiero que sepáis también que ésta es casi la única copia (y digo casi porque nosotros tenemos otra igual) en versión original española. La película fue doblada al portugués y al inglés.

Os deseo toda la felicidad del mundo y que disfrutéis de la vida y del sexo muchos y muchos años.

Os quiere con locura, Aurelia. »

Ahora comprendía porqué mi prima no paraba de soltar risitas idiotas cada vez que le preguntaba « y tú, ¿qué nos has regalado ? ». Noté como los colores me subían a la cara y una ola de calor intenso se apoderaba de mis entrañas. Me vino todo a la memoria : las vaciones de Semana Santa que pasé con Vera en el cortijo (que os contaré muy pronto), las orgías interminables en las que los seis participábamos con notoria lascivia, la llegada « imprevista » de los amigos portugueses de Ismael –mi primo- y todo su arsenal de cámaras y demás artilugios... los dos días de rodaje... Y ahora, mi prima me regalaba el resultado de aquella locura :¡ mi primera peli porno ! Y qué película... sexo en todas sus conjugaciones : oral, anal, animal...

Y con el recuerdo, me vino también la calentura. Mi naturaleza insaciable resucitó con fuerza inusitada. Me sentía como esos lobos (esas lobas, en mi caso) de esa novela que Vera (pronto, pronto os hablaré de ella) me había prestado en el internado : « la llamada de la selva » de Jack London. Pero, primero de todo, debía localizar a Carlos y ver cómo se había tomado la cosa. Después, llenaría la bañera de agua calentita y lo convencería para que me frotara la espalda...

Entré en el cuarto de baño y procedí a prepararme el baño. Me extraje como pude el « tampax » empapado y oriné copiosamente en el bidet. Me refresqué en él mi gatita ardiente y me coloqué un nuevo tampón. Me puse un batín de seda blanca, corto y transparente, y salí a la busqueda del marido perdido.

Como sabía que se había llevado consigo la peli, no tardé en adivinar dónde iba a encontrarlo. Bajé al salón y me dirigí hacia una especie de reservado en el que se veían los partidos de fútbol en una pantalla gigante. Y allí estaba él, sentado comodamente en uno de esos mollidos sillones, con una copa en la mano y mirando fijamente las imágenes que el lector DVD reproducía en la pantalla :

¡Carlos ! –exclamé sin gritar pero fuerte para que mi voz cubriera los sonidos que salían estentóreos de dos altavoces enormes.

Se giró bruscamente. La copa resbaló de su mano cayendo sobre la moqueta. Llegué a su altura y pude ver lo que hacía con la otra mano : se estaba haciendo una buena « carlota » :

¡Joder, Sandra ! ¡Me he casado con una auténtica guarra ! –exclamó volviendo a fijar su vista en las imágenes.

Veo que te gusta, cabroncete... –le solté dándole un manotazo en la cabeza. Los jadeos y alaridos que salían de la pantalla eran bestiales, pero no eran mios. – Y a mí...¿Ya me has visto en acción, querido ?

¿Si te he visto ? – seguía dándole al manubrio pero se notaba que los efectos del alcohol y el polvo con mi madre lo habían dejado blandengue. - ¿Por qué no me habías hablado nunca de esta película, Sandra ?

Anda, cariño... Sube a la habitación... –le ayudé a levantarse, le metí como pude el pajarito en su jaula y recuperé el dvd- Me he preparado un bañito y me gustaría que me frotaras la espalda...

¿Quieres que haga el perrito, eh ? – se dejó caer de rodillas, se agarró a mis piernas y empezó a darme lametazos por las rodillas, subiendo muslos arriba hacia mi chochete : - ¡Guau, guau, guau !

Para... tonto... ¡Estás borracho ! – ya lo tenía babeándome la pelambrera - ... ¡Paraaa ! –su lengua metiéndose entre los pelillos buscando afanosamente mi botoncito - ¡Auummm ! ¡Paraaa, jodeeeerrr !

Entonces su lengua tropezó con el cordelito del tampón. Lo mordió entre sus incisivos y empezó a ladear la cabeza como un auténtico perro, gruñendo de placer como si acabara de desenterrar un hueso :

¡Taaateee... ! ¡Quieto ! ¡Que me lo vas a sacar, burro ! –grité riendo y dándole palmadas en la cabeza.

Y terminó por sacármelo. Carlos ladraba excitado; el tampón empapado de sangre se balanceaba ridiculamente entre sus dientes. En el acto, sentí como un hilillo rojizo se escurría entre los labios de mi vulvita. ¡Qué caliente me estaba poniendo mi maridito perruno!

Me puse a cuatro patas sobre la moqueta y meneando el trasero como la verdadera perra que era, exclamé:

  • ¡Guau, guau, guau! ¡Soy tu perrita en celo! ¡Móntame, brutote mío!

Carlos se desnudó torpemente, perdiendo un par de veces el equilibrio con sus calzoncillos enredados entre sus piernas. Mientras tanto, yo no paraba de jugar a la perra impaciente, ladrando y sacando la lengua babeando como hacen los canes.

Por fin consiguió subirse a mi espalda como lo había visto hacer a "Bruto" (el pastor alemán de mis tíos) en la peli. Pero enseguida me di cuenta que al pobre no se le había empalmado lo suficiente para metérmela de un tirón. El también se percato de su impotencia pero en lugar de tomárselo a malas se echó a reir por los descosidos al tiempo que se dejaba caer de espaldas sobre la moqueta. Levantó sus piernas dobladas y las abrió como hacen los chuchos cuando quieren una ración de mimos:

  • ¡Hazme lo mismo que al "bruto" ese!

Sin dejar de ir a cuatro patas, me volteé hasta que mi cara de perra rubia se encontró de narices con sus peludos genitales. Su aun flácida pollita tenía la punta manchada de rojo. Pero él sabía muy bien que aquello no me importaba en absoluto, al contrario: habíamos hecho tantísimas veces el amor durante mi periodo que me había acostumbrado a saborear el fluido sanguinoliente de mi coño en su verga.

Le hice una maravillosa mamada en esa ridícula posición en la que se había puesto, consiguiendo que en segundos su polla "tuttifruti" estuviera de nuevo dura como una porra de gendarme.

  • ¡Guauuu, guauuu! ¡Qué boca, por dios... qué boca! - exclamó asiendo sus muslos por encima de las rodillas, levantando el culo para ofrecerme otras cosas que chupar. - ¡Los huevos, Sandra! ¡Chúpame los huevos!

Como quería seguir jugando a los perritos, me limité a mis habilidades bucales. Los testículos de Carlos tenían el tamaño adecuado para que me los pudiera meter los dos en la boca. A mi me encantaba sentirla llena con sus pelotillas y él disfrutaba un montón con mis lametazos y mis chupeteos. Carlos había ido bajando sus manos hasta llegar a sus nalgas...

  • ¡Anda, perrita... ahora ... un beso negro! - me pidió delicadamente abriéndose el culo y dejándome bien cerquita de mis labios su oscuro y peludo ojal.

El primer lengüetazo es siempre el más difícil. Mis gustos por la escatología siempre han sido limitados. Pero, francamente, cuando una está que arde, le sale de dentro e inconcientemente su lado más primitivo, más animal, más guarro... Así que le chupé el culo como si fuera un helado de chocolate italiano...¡Uhmmm, qué rico!

El cabrón jadeaba como una bestia y no paraba de decirme barbaridades (todas ellas ciertas) sobre mis prestaciones zoofílicas, sobre lo bueno que sería pasar juntos unas vacaciones en el cortijo y poder verme "en directo" copulando con aquella bestia de pastor alemán (lo que significaba que todavía no había llegado a las escenas con "Tronco", el burro de mi prima). Todas esas obscenidades atizaban mi calentura sobremanera. Sentía mi chochito hirviente y rezumante...

  • ¡Vaya, vaya... con la parejita! - la voz profunda de mi primo Ismael nos despertó de golpe de nuestro delirio canino.

Carlos estaba tan bebido, tan en trance que ni siquiera movió los párpados. Yo levanté la cabeza girando la vista hacia su dirección. Iba en pelota picada, su fibrosa silueta recortándose al contraluz:

  • He bajado a buscar algo de beber... -se iba acercando a nosotros y al hacerlo su verga iba empinándose paulatinamente.

  • ¿Todavía no has terminado con mi suegra, primito? - más que a él, la pregunta se la hice a su polla que la tenía entonces a veinte centímetros por encima de mi cabeza.

  • Mi madre... - suspiró Carlos... y su verga perdió otra vez la rigidez necesaria.

  • Sí, Carlos... -dijo Ismael con su habitual brusquedad- ... tu madre es una folladora extraordinaria.

  • Mi madre... -volvió a suspirar, abandonando su posición perruna y con su pingajo descansando inerte sobre su muslo. Yo seguía a cuatro patas, con la grupa alzada y presta.

No recuerdo cuantas veces habré jodido con mi primo... Un montón... Sólo sé que siempre eran cogidas largas, muy placenteras, pero exentas de cualquier romanticismo... Justo lo que necesitaba en ese momento.

Dediqué a Ismael una de mis mejores y tórridas miradas y de un leve pero muy explícito movimiento de mi cabeza y de mi pelvis, le indiqué el camino a seguir:

  • Con tu permiso. -dijo sobriamente Ismael arrodillándose y situándose en posición de lanzamiento.

  • Carlos... por qué no vas a buscar una botellita para tu madre... ¡AAAAHHH! - no pude terminar la frase que ya la tenía metida hasta el útero.

  • Buena idea -añadió mi primo iniciando su proverbial mete y saca- Estoy seguro que la buena de la señora Pilar se pondrá muy contenta.

  • ¡AAAARRRR! ¡Date prisaaaa! ¡AUUUMMM! Que no se te duerm AAAAHHH antes!

Carlos se levantó, humillado y cabizbajo y quiso empezar a vestirse. Yo ya estaba a las puertas de un nuevo y delicioso orgasmito cuando, de repente, me vino a la mente una imagen que me lo cortó de un sopapo: había dejado la bañera llenándose.

  • ¡La madre que me parió! -grité al mismo tiempo que me levantaba y, desgraciadamente, me desempalaba de aquel magnífico instrumental de placer.

  • Y ahora qué pasa... -dijo Ismael con los brazos en jarra y el semblante de la frustración dibujado en su rictus.

  • ¡Que me he dejado el grifo de la bañera abierto! -grité.

Salimos los tres disparados como cohetes. Llegamos a trompicones a nuestra habitación esperando encontrarla con un palmo de agua en el suelo. Pero mi alivio fue instantáneo: nuestros pies desnudos permanecieron bien secos. El suelo del cuarto de baño también lo estaba. El agua seguía manando sin parar pero la bañera estaba dotada de un sistema de desagüe que impedía todo rebosamiento.

  • ¡Uf, qué susto! -exclamé alegremente.

  • ¿Y ahora...? -preguntó el vicioso de mi primo, meneándose el rabo para recuperar su capacidad operativa.

Carlos, callado y pensativo, se dio la vuelta, saliendo del baño y dejándonos solos a mi primo y a mí. No es que se me hubieran cortado las ganas de follar con Ismael (no creo que se me corten nunca) pero me entristecía un pelín ver a mi marido en ese estado. Me quedé, pues, parada y pensando cómo salir de aquel callejón.

Pero mi primo era de los que no pierden el tiempo en digresiones filosóficas. En cuanto vio que el otro estaba desaparecido, me agarró por la cintura, me volteó hasta quedar de espaldas a él, me hizo doblarme hacia delante hasta apoyarme con las manos en el reborde de la bañera, me separó los muslos sin contemplaciones y se preparó raudo y veloz a penetrarme de nuevo...

Fue entonces cuando Carlos me sorprendió, demostrándome que por encima de todo, hiciera lo que hiciese, me quería muchísimo y me deseaba más que a nadie en el mundo... Bueno, en ese momento...

  • ¡Toma, Ismael! -Carlos apareció de nuevo con una botella de cava en la mano y un par de copas. -¡Llévasela a mi madre!

  • Hombre, Carlos... Déjame terminar lo que he empezado... ¿no?

  • ¡No! De Sandra me ocupo yo...

Me aparté de aquella polla tentadora y me quedé mirándolos con una rotunda sonrisa de mujer satisfecha y deseada dibujada en mi carita de ángel.

  • Y... ¿con qué la vas tú a satisfacer? -preguntó con sarna mi primo señalando la verguita de Carlos con un dedo provocador.

No soporté que Ismael siguiera humillándolo. Que una es muy puta pero tiene su corazoncito:

  • Carlos tiene muchos recursos para hacerme gozar, Isma... Muchos -le dije empujándolo hacia la puerta, ocasión que mi marido aprovechó para adjudicarle la botella y las copas; -... y ahora, en nuestra luna de miel, quiero que sea él y sólo él quien me satisfazca... ¡Ve, ve con Pilar! Ella lo necesita más que yo.

Carlos me sonrió de oreja a oreja. Se acercó al baño y comprobó con la mano que la temperatura del agua era todavía la ideal:

  • Señora... su baño está listo. -dijo, haciendo una reverencia teatral.

  • Gracias, Carlos... Llego enseguida.

Acompañé a Ismael hasta la puerta. Cuando estaba a punto de salir, le agarré con fuerza la polla por su base y le dije al oído:

  • Podrás follarme cuando quieras... Pero no ahora, ¿entendido?

  • Vale, Sandrita... Vale... Si el tonto ese no funciona... Ya sabes dónde me tienes...

Y se fue para la habitación en la que mi suegra lo espera ansiosa de repetir hasta la saciedad las marranadas que la estaban llevando directamente a los jardines del Edén.

Me metí en el baño. Estaba deliciosamente calentito y olía a mil exóticas esencias. Carlos se comportó como el hombre atento y cariñoso que era. Me hizo unos deliciosos masajes en los pies y en la espalda. Me lavó toda enterita con la delicadeza con la que se lava a un bebé. Dejó que me quedara adormilada con sus atenciones. Y cuando el agua empezaba a enfriarse, me sacó del baño y me secó devotamente. Después me cogió en brazos (como todo buen novio debe hacer) y me depositó mansamente sobre las sábanas inmaculadas.

  • ¡Tómame, amor! ¡Soy toda tuya! - le dije abriendo mis piernas y extendiendo mis brazos hacia él en señal de acogida.

E hicimos el amor, en la clásica posición del misionero, de manera dulce y sensual. Tuve un agradable orgasmo que me llegó sincronizado con el suyo. Y después nos durmimos los dos, abrazados y colmados de dicha.

Cinco minutos después de hacer ver que me había quedado roque, con sus ronquidos asegurándome que él sí que dormía como un tronco, me levanté sigilosamente y salí de puntillas de la habitación, desnudita y con ganas de marcha. A ver qué encontraba por ahí que me calmara un poco el fuego uterino. Y, vaya si lo encontré...

Continuará...