La boda (5: El final del banquete)

Es increible la cantidad de momentos calientes que pueden suceder en una boda. ¡Y en la mia en particular! No olvidéis de enviarme cuantos comentarios cachondos se os ocurran. Me excita cantidad leerlos!

La boda V (el final del banquete)

Si os parece bien, tras este bucólico e incestuoso intermedio, podríamos volver a la boda... ¿Qué me decís? ¿Sí ? ... Pues, ¡hala !

Cuando Pilar (os recuerdo que es la madre de Carlos, aunque lo mejor sería echar un vistazo a los capítulos 1 y 2 de La Boda) dijo aquello de : ¿subimos a la habitación ?, hice un barrido ocular para localizar a Carlos. Una vez lo situé en mi campo de mira –estaba hablando con un chico moreno con pinta agitanada que no supe identificar como uno de los invitados ; parecía que Carlos estuviera convenciéndolo de algo por lo que él no estaba demasiado de acuerdo- le indiqué que viniera pero me hizo un gesto negativo con la cabeza que me alarmó un poco :

  • Voy a ver qué pasa – dije a mis dos tortolitos (por decir algo, pues como pareja no daban esa impresión tan ornitológica) que se disponían, cogidos de la mano, a subir, a la habitación o adónde fuese- Parece que Carlos tiene algún problemilla.

Ismael soltó a la gorda (Uy, perdón... A la señora Pilar) y me dijó con su mirada de serial killer extremeño :

  • Te acompaño. – y ya se iba lanzado para ellos.

Sí, hombre... y qué más, pensé yo. Sólo faltaría ahora una buena pelea para joderme el tinglado. Por su lado, Pilar se abrazó a mi primo como una sepia gigante, con la mirada inquieta de quien está a punto de ganar la lotería y de repente se da cuenta de que ha perdido el número.

  • Tranqui, Isma... Seguro que no pasa nada... ¿Lo conocéis ?
  • No... Por eso quiero acompañarte... – y la suegra venga a pegarse a él como una lapa y a mirarme como si le estuvieran sacando una muela sin anestesia.
  • No hará falta – dije aliviada- Carlos, ya viene para acá.

Llegó a nuestra vera un poco ofuscado pero eso no le impidió percatarse de las intenciones de su madre :

  • Vaya, mamá... Aquí nadie pierde el tiempo, ¿eh ?
  • No me riñas, hijo, que a mi edad y con la cornamenta que llevo puesta...
  • Tiene usted razón, señora –apostilló mi primo, magreándole con descaro una de sus tetazas. -Pues yo, sus cuernos los encuentro muy excitantes.
  • Carlos –intervine- deja que tu madre se lo pase en grande y dinos qué pasa con el tío ese.
  • Es el novio de la camarera. Viene a buscarla porque ella lo ha llamado diciéndole que un viejo verde no paraba de acosarla.
  • ¡La hostia ! –reaccioné casi gritando – Hay que ir a buscar a tu padre...
  • ¿Mi padre ? –preguntó sorprendido Carlos.
  • Sí, hijo, tu padre...- respondió Pilar sin dejar de aferrarse al cuerpo de su gígolo.

Carlos y yo dejamos que mi suegra y mi primo pudieran dedicarse a fondo a sus quehaceres sexuales, no sin antes pedirles que comprobaran que se metían en la buena habitación :

  • ¿Y cuál es ? – preguntó inocentemente la señora Pilar

Ismael la tiró de la mano con muy poca finura, la agarró fuerte por la cintura y sobándole el culazo, le dijo :

  • Ven pa’ cá, gordita mía... Que te voy a quitar treinta años de encima.
  • Ay, por Dios... ¡Qué calorcito que me está entrando !

Y desaparecieron de nuestra vista, alejándose hacia el otro extremo del local, agarrados como Baloo y Bagheera al final del Libro de la Selva.

Fuimos a la cocina. Estaba desierta. Al fondo había una puerta verde. Los ruídos que llegaban hasta nuestros oídos –poco nítidos pero claramente reconocibles- dirigieron nuestros pasos hacia aquella dirección.

Ahí, los encontramos : en el cuarto trastero que servía de despensa. Isabel recostada sobre unos sacos de patatas y mi suegro, de pie y con los pantalones y calzoncillos bajados hasta media pierna, se la estaba trajinando por detrás con auténtica furia :

  • AAAAAHHHH ! ! ! Siiiiii ! – gritaba histérica de placer Isabel.
  • ¿Quééé ? ¿Te sigo pareciendo un viejo asquerosoooo ?
  • Siiiiii ... Siiiii...

Joder, con el señor Andrés... Con qué ganas se la estaba follando. Y pensar que un rato antes había estado a punto de pasárseme por la piedra. Hummm, se me mojaba el chochito de verlos tan enfrascados.

  • ¡Papááá ! – aulló Carlos rompiendo el hechizo copulatorio.

Al oir a su hijo, Andrés se desprendió de su presa y se giró hacia nosotros mirándonos con una expresión socarrona. Antes de que pudiera hablar, en un instante fugaz pero nítido como el agua de Viladrau, pude constatar dos cosas : la primera, que aquel viejo cabrón estaba en muy buena forma pues esgrimía con desfachatez juvenil una impresionante erección y la segunda, que aquella chica era todavía más zorra de lo que me pensaba pues observé que sujetaba con fuerza la cartera de mi suegro y que seguía con el culo al aire y el ojete bien dilatado :

  • Déjame cinco minutos más, hijo... Que no ves cómo la tengo – no sé si se refería a su polla o al culo de la camarera.

Dudé unos segundos. Pensé que si aquella chica se dejaba sodomizar por unos billetes, ése no era mi problema. Además, el espectáculo tenía su morbo. Sin embargo, si el gitanillo hacía su aparición y sacaba su navaja de siete muelles, aquello podía terminar como el rosario de la aurora :

  • Isabel... Tu novio está aquí – dije suficientemente alto para que me oyera con claridad.

La reacción fue instantánea : se enderezó de golpe, se recompuso el vestido y dirigiéndose a mi suegro, pero sin soltar su cartera le espetó :

  • Devuélveme mis bragas, cerdo.
  • Y tú, la cartera, zorrita – le contestó mi suegro sujetándola por la muñeca.
  • Sí, claro y qué más... Me has reventado el culo y encima quieres que te salga gratis... Suéltame, que me haces daño... ¡Ayyy !
  • ¡Papá ! Suéltala ya... ¿Qué quieres...  Que entre su maromo y nos liemos a guantazos ?

Carlos le dio un billete de los gordos a la putilla camarera por las molestias causadas y recuperó la cartera de su padre.

  • Vale, vale... –dijo mi suegro soltándola – Pero las bragas me las quedo...

Medio llorando, Isabel se puso a suplicar que le devolviera su prenda íntima :

  • Si ve que salgo de aquí sin mi tanga... Me va a moler a palos.

Intenté en vano que don Andrés se las devolviera, pero no hubo manera. Opté, pues, por una solución salomónica :

  • Ten, ponte éstas – y le tendí las de mi suegra, de encaje de bolillos, empapadas a tope y oliendo a chocho de vieja y a orines que no veas.

Se negó un par de veces, alegando que ni loca se ponía esas bragas que cantaban como veinte almejas, pero finalmente la convencimos de que se las pusiera y saliera pitando al encuentro de su novio.

Nos quedamos a solas con él. Mi suegro ponía cara de decepción. Pero seguía ahí de pie, con el culo al aire y la picha bien tiesa :

  • ¿De quién eran esas bragas, Sandra ? –no le contesté, absorta como estaba en la contemplación de su iniesta virilidad.
  • Anda, papá, súbete los pantalones de una puta vez... La fiesta se ha terminado. –dijo muy serio Carlos.
  • ¿Cómo que la fiesta ha terminado ? –preguntó subiéndose los calzoncillos y dejándolos a la altura de sus peludos cojones – Este cabezón –añadió, guiñándome el ojo y mostrándome con el índice su descapullado sexo- necesita que le alivien la hinchazón... Oh, estoy seguro que mi bella nuera puede hacer algo para calmarlo...-dijo paseando la punta de la lengua por sus bigotes.
  • ¡Papá, no te pases ! – pero en su recriminación había muy poco convencimiento, como si ya diera por sentado el derecho de pernada de su progenitor.
  • Son las bragas de su querida esposa, mi suegra –le dije con sorna y sin quitar la vista de su miembro reluciente. – Le picaba la pelambrera y mi primo Ismael se ha ofrecido a rascársela y, claro, las bragas la molestaban.
  • Esto si que es una sorpresa... –exclamó irónico el suegro. – Ella tan llena de remilgos... que si por aquí, no... por aquí, tampoco... que esto no te lo hago... Anda, Sandrita, olvidemos a la vieja y muéstrame todas tus artes...

El viejo ya estaba tomando carrerilla. Carlos parecía dispuesto a dejar a su caperucita en las fauces del lobo. La temperatura en aquel cuartucho aumentaba vertiginosamente. Como una estela, la imagen de padre e hijo jodiéndome sin más preparativos me atravesó la mente y me recosquilleó la fufunilla. Pero yo no quería que fuera allí, de esa manera... Aun quedaban algunos invitados que atender –en el buen sentido de la palabra- y había que comprobar que la camarera se había largado con su novio navajero :

  • Carlos... Ve a decirle al Señor Maspons– el propietario de la masia, de la fonda- que vaya recogiéndolo todo y ves despidiéndote de los invitados...
  • Por supuesto, querida – dijo Carlos muy poco satisfecho. Y ... ¿qué les digo ? ¿qué tu te has quedado en la despensa follando con el suegro ?
  • Hay que ver cómo te pones por nada, cielo –le regañé ofreciéndole mi boca como prenda – Tu padre no va a hacerme nada – el señor Andrés me miró extrañado ; yo pensé, nada por el momento- pero quiero quedarme cinco minutos charlando con él...

Convencido de que le estaba mintiendo y decepcionado al no poder participar en aquello que se imaginaba que iba a suceder, se alejó refunfuñando, cerrando la puerta de la despensa de un sonoro portazo.

Apenas cinco segundos más tarde, mi suegro se abalanzó sobre mí como un toro de lidia, pero de una sola asta. Todo eran manos que urgaban bajo el vestido, subiendo imparables entre mis muslos. Yo me resistía con esa resistencia mía que, ya sabéis, resiste menos que la línea Maginot de los franceses :

  • Yo también quiero hablar contigo cinco minutos – me dijo mi suegro pegando sus bigotes a mis labios y metiéndome la lengua altamente alcoholizada entre mis dientes.
  • Quieee...mmm... tooo – que difícil se hace hablar con una lengua vibrante metida en la boca, con una mano urgándote entre los pelillos de la fufuna, con unos dedos intrépidos abriéndose camino entre las nalgas.

Quería contarle en privado las andanzas masturbatorias de su mujer con su hijito... Pero... me dejé convencer de que podría contárselo más tarde. Así que me abandoné a sus embistes y me puse, sin más dilación, a saborear con la mía esa lengua sabrosona que besaba ardientemente cada una de mis pápilas. Vamos, creo que se lo merecía... Se estaba portando tan bien con nosotros, ¿no ?

Mi mente y mi cuerpo se estaban preparando para recibir placer, para gozar hasta ese punto sin retorno... Todos los sensores erógenos funcionaban a la perfección : mi boca degustaba la suya y nuestras salivas se mezclaban fundiendo nuestros alientos ; podía sentir la dureza de mis pezones frotándose contra la tela del vestido ; su mano amasándome los glúteos y un dedillo valiente buscando meterse en mi agujerito trasero ; dos de sus dedos atenazaban mi protuberante clítoris pellizcándolo magistralmente ; podía percibir el olor y la humedad de mi sexo goteando puro néctar lúbrico.

¡Qué arte que tenía el suegro ! Cómo se veía que sabía tratar a una damisela y calentarla hasta la evaporación. Cada uno de sus gestos estaba calculado para propulsarme al infinito éxtasis.

La mano que exploraba en mi culito se detuvo y cambio de orientación ; buscó la mía y la dirigió hacia su durísimo miembro. Quería que lo masturbara, más claro, el agua. Sentir aquella polla en mi mano, caliente, impaciente, a punto de explotar fue la gota que desbordó el vaso. Intenté despegarme de su boca para dar rienda suelta a mis alaridos orgásmicos pero su lengua y sus dientes que mordisqueaban la mía me impidieron despegarme :

  • ¡Aaaammmmm ! ¡Aaaaagggg ! – me estaba corriendo como si fuera una mudilla, respirando por las narices como podía, tragando nuestras salivas por un tubo. - ¡Mmmmm... Iiiiiiihhhh ! – el viejo seguía mordiéndome la lengua y pellizcando con fuerza mi penecito hasta los límites de lo soportable.

¡Qué orgasmo, Dios ! Me temblaban las piernas de puro placer. Todos mis sentidos se agudizaban, receptivos al máximo. Pero mi mano se había quedado contraída entorno a aquel falo y había cesado su cadencia rítmica :

  • Sigue, joder... Sigue – exclamó mi suegro, intentando reactivar la paja manual - ¡Que me van a reventar los huevos si... !

Pobrecito, pensé entre gemidos. Pero el pensamiento se me cortó de golpe al abrirse la puerta y encontrarme cara a cara, polla en mano y la suya estirándome con fuerza las delicadas alas de mi coñito, con la sorprendida geta del señor Maspons, propietario de la masía :

  • ¡Glups ! ¡Perdón ! Si lo desean, vuelvo más tarde –exclamó por lo bajini como si fuera él quien hubiera cometido una imprudencia.
  • Pues sí... Vuelva usted más tarde – dijo mi suegro dándole puerta con ambas manos y subiéndose los pantalones, de medio lado, ocultando su insatisfecha vergüenza.
  • Oh, no... Quédese... El señor Andrés y yo ya habíamos terminado – dije al aire mirando a los dos de reojo y sonriendo malévolamente.
  • Ya... comprendo – sonrió a su vez el señor Maspons, ahora más relajado.

El suegro se metió como pudo su cobra en el cesto y tragándose el orgullo salió de la despensa. Para acabar de echar leña al fuego, le espeté sin miramientos :

  • Suegro, puede terminar la « conversación » con su mujer que según nos ha contado... –fijo en mí su mirada caliente pero humillada – tiene una mano divina – y me eché a reir a carcajada limpia.
  • Okey, nuera... Cierro la puerta y os dejo que la continuéis vosotros... Tú y yo ya nos veremos después –y me miró de manera tan penetrante que comprendí que no se iba a ir a su casa hasta haber cumplido su mayor deseo : follarme viva.

Cuando nos quedamos a solas, lo primero que hice para evitar que se pusiera como el otro cinco minutos antes –que ya empezaba a verle yo los ojitos brillantitos- fue preguntarle si todo estaba en orden :

  • Sí, claro... todo en orden – dijo llanamente sin apartarse de la puerta- Quedamos mi mujer y yo y dos empleados para recogerlo todo... Y después nos vamos...
  • Estupendo. –añadí yendo hacia la puerta – Voy a buscar a Carlos y despedir a los pocos invitados que quedan.

El tío no se movía de la puerta. Me lo miré de arriba abajo. No estaba mal, el señor Maspons. De unos 40 años, moreno, con el pelo super corto, como los Marines, bastante alto, robusto, con uno de esos cuellos que necesitan cuatro manos como las mías para rodearlos . Llevaba una camiseta blanca ceñida que le marcaba un poderoso pecho y unos biceps que hacían cuatro de los de Carlos :

  • He acompañado a tu madre a su habitación... Estaba algo mareada...
  • Ya...
  • Merche está como un tren... Quiero decir que con sus años es una auténtica belleza... –lo decía mirándome de la cabeza a los pies, comiéndome con los ojos- Os parecéis un montón, ¿sabes ?
  • Ya...
  • Me ha dicho que tu marido... Bueno, ella quería que Carlos la acompañara... – en un tristás, cerró la puerta de la despensa y se metió la llave en el bolsillo de sus tejanos.- ... pero él le ha dicho que nanai, que ya se la había pelado una vez y que si quería polla se buscara a otro, que la suya te la tenía rerservada para ti...
  • Huy, huy, huy... ¿Adónde quiere ir a parar, señor Maspons ? – le pregunté sin mostrar ningún rubor, viéndolas venir.
  • Mira, Sandra... Tu madre es una auténtica máquina de follar... ¡Y cómo se corre ! Creo que yo he estado a su altura... La he dejado clavada en la cama, durmiendo como un tronco.
  • Ya... –le dije pensando que aquel tio no tenía ni puta idea de lo que era la modestia.

Y ahí me tenéis, apoyada contra los estantes de las conservas, observando como aquel bello ejemplar de masculinidad se desembarazaba de su camiseta descubriendo uno de esos torsos de película de gladiadores que te quitan el hipo. Sin un mísero pelillo. Se apoyó contra la puerta y me dijo orgulloso :

  • Acércate –me lo miré de refilón, negando con la cabeza- Anda, Sandra... que yo me he portado muy bien con vosotros...
  • Señor Maspons, estoy muy cansada, me duelen un montón los pies... - Y era verdad, coño. Todo el puto día con esos zapatitos Chanel.
  • ¿Qué pasa ? ¿No te gusta lo que tienes delante ? Y deja de hablarme de usted.

Se me acercó hasta quedarse a dos palmos de mí. Me cogió las manos y las puso sobre sus pectorales. Las dejé muertas sobre su pecho y él las deslizaba desde su cuello bovino hasta la doble barra de Toblerone de su vientre. Tenía la piel suave y caliente como el culito de un bebé y los músculos duros como el granito argentino:

  • Toca, toca... No te cortes, Sandra –ese tio tenía un ego elevado a la quinta potencia, pero, hostia tú, qué bueno que estaba.

Así que mis manos empezaron a recorrer solitas aquel soberbio ejemplar de calendario (me recordaba el de los bomberos de Barakaldo, mes de marzo, anda-la hostia-joder) como si estuvieran haciendo prácticas de anatomía. El se dejaba hacer, sin tocarme siquiera. Creo que nunca he estado tanto rato sobando un torso masculino sin otra pretensión que darle gusto a las palmas de las manos. Me recreé en su cuello, en sus hombros trapezoidales, en sus biceps de Geyper Man, en sus pectorales coronados por dos diminutas y puntiagudas tetillas, en sus impresionantes abdominales... Su epidermis humedecida por el sudor de aquella dura jornada y por la elevada temperatura de aquella despensa, brillaba como si estuviera untada de aceite de girasol :

  • Espera – dijo, apartándose un poco y dándome la espalda, en la que vi el rastro rojizo que las afiladas uñas de mi madre le habían dejado – Espera y verás...

Se quitó los pantalones y el boxer. Dios, qué culo, pequeño pero turgiente y resalido como el de un guerrero Massai. Y qué cachas... dos auténticas columnas de Hércules. Todo, todo, sin un mísero pelillo. Todo, todo, bronceado color caramelo. Escultural, si señor.

Sin darse la vuelta, alzó los brazos como aspas de molino y abrió sus piernas en compás. ¿Dónde había yo visto antes ese modelo ? Ah, sí, me dije... Leonardo Da Vinci :

  • La cuadratura del círculo – es todo cuanto pude decir.
  • ¿Ehhh ? –respondió el bíceps pensante.

Y llegaron las eternas dudas de Sandra. ¿Qué hago ? ¿Aprovecho que no mira, le cojo la llave y me largo ? O ...

  • No te gires, por favor... –le pedí.
  • Vale.

En un santiamén, me quedé en cueros –casi ; me dejé puesta la diadema con el velo-, desnudita y sudada, húmeda y caliente como la selva amazónica. Me pegué a su cuerpo. Con los brazos rodeando su torso, abrazando su pecho, pegué mis labios a su cuello y lamí la sal de su nuca. Mis pequeños senos se aplastaron contra su espalda, mis pezones durísimos se clavaron en sus músculos. Sus poderosos brazos se deslizaron sobre mis caderas y mi vientre, frotándose contra sus glúteos, se regocijó en espasmos de increíble placer.

Hizo ademán de girarse pero le pedí que esperara. Quiso buscar con sus dedos mi hendidura pero le pedí que siguiera con sus manos donde estaban.

  • Sandra... Soy todo tuyo. –musitó mientras mi boca le mordía el cuello.

Con las uñas como garras, empecé a arañarle los hombros, bajando hacia su pecho –sin pasarme, que tampoco se trata de una película gore-. Me detuve en sus pezoncitos y se los pinceé con fuerza, al mismo tiempo que mis dientes se clavaban con ganas en la musculatura de su cuello :

  • OOOHHH, SIIIIII –se estremecía de gusto, mister universo.

Seguí bajando mis manos hacia su vientre, frotándolas contra su piel. Me iba acercando. Ralenticé al máximo mis caricias. Sentía el calor de su sexo como un lanzallamas presto a incendiar todo mi bosque, el cual seguía su frote intenso contra sus nalgas. El, en cambio, tenía el pubis totalmente depilado... ¡Mmm !

Mis manos entraron en contacto con su miembro. Lo recorrí lentamente con las yemas de los dedos, desde su base hasta la punta de su capullo. Espesas venas cargadas de sangre palpitaban por toda su extensión... ¡Y qué extensión ! A los tipos « body building » como éste me los imaginaba con un ridículo pajarillo comparado a su tremenda masa corporal. Pero mi sorpresa fue mayúscula pues entre mis manos se hallaba la más descomunal de las pollas que jamás éstas habían tocado.

Dejé de morderle el cuello y le susurré como una gatita en celo :

  • Ahora comprendo porqué mi madre se ha quedado en coma... ¡Qué polla, señor Maspons ! – exclamé dejando que ambas manos disfrutaran con aquella morcilla rellena de cemento armado.
  • Te gustaaa... ¿eh ? ¡Veintitrés centímetroooosss ! – exclamó lleno de vanidad masculina.

Para demostrarle que no sólo me encantaba sino que, traicionando mi promesa de entregarme solamente a mi marido, me moría de ganas por empalarme hasta el fondo en esa estaca, lo giré de cara a mí y le rogué que me jodiera.

Todo fue muy rápido. Muy animal. Brutal. Se llenó la palma de la mano de saliva y se untó con ella el falo. Yo hice lo propio con mi vulvita –que poca falta le hacía- y separé generosamente sus alitas para acogerlo más facilmente. Me tomó por las axilas y me levantó medio metro del suelo como si fuera una muñeca hinchable. Mis brazos se agarraron a sus hombros y mis piernas abiertas rodearon su hercúlea cintura. Con una mano ayudó a su polla a encontrar el camino de entrada. Situó el prepucio en la boca de mi vagina, la cual se estremeció al sentir su grosor penetrante, soltando chorritos de lubrificante. Me agarró el culo con ambas manos y mirándome fijamente, mirándonos fijamente, me embistió de una sola estocada :

  • ¡RRRRRRRRRRR... JJJJJJJ... AAAAAAAAAA ! – chillé poseida por un placer doloroso, mordiente, electrizante.

Me miraba sonriente. Observaba complacido como toda mi cara rebosaba de lujuria placentera : mis ojos abiertos, desorbitados, las pupulas dilatadas, las mejillas enrojecidas acaloradas de tanta adrenalina... Eché la cabeza hacia atrás y el gesto hizo que la diadema que recogía mi pelo cayera liberando mi larga melena de rubios caracoles...

Aquel hombre me estaba poseyendo de una manera tan inesperada como salvaje. Las paredes de mi vagina se contraían al máximo palpando aquella verga de cine que la llenaba por completo. Mi clítoris erecto rozaba su pubis depilado y me enviaba electrochocs que iban directos al cerebro. Sus manos me aferraban las nalgas y dos de de sus dedos me dilataban el ano exquisitamente.

Haciendo gala de su poderosa fuerza muscular me elevó un palmo extrayendo su verga de mi coño en llamas, pero dejándola bien preparadita para una nueva embestida. Miré hacia abajo y descubrí su increible mástil cubierto de un líquido vermellón... Me había bajado la regla. Aunque eso para mí nunca había sido un inconveniente –al contrario, con la regla me sentía aun más hembra si cabe y al marrano de Carlos le encantaba follarme durante el periodo, decía que le daba morbo, que era como si me desvirgara- preferí no decirle nada. Lo miré con mirada expectante y el bueno del señor Maspons lo interpretó como debía.

Agarrada a sus hombros, la cabeza y el pecho echados hacia atrás, cerré los ojos y me dejé llevar hacia mi pérfido paraíso orgásmico, gracias a ese tampón de 23 centímetros que entraba y salía de mi coño como don Pedro por su casa.

No sé cuántas veces me corrí... Tres... Cuatro... Fueron orgasmos sucesivos, intensísimos, que casi me cortan la respiración. Empezaron con la segunda embestida y se fueron sucediendo con cada nueva arremetida. De mi boca, un ulular jadeante e ininterrumpido llenaba el cargado ambiente de aquella despensa. Orgulloso como un macho cabrío de todo el placer que me estaba procurando, mi gladiador improvisado se desclavaba y me tenía en ascuas, suspendida en el aire unos segundos, para ensartarme una vez más con potencia redoblada y sin dar ni una sola muestra de flaqueza.

Yo ya estaba medio muerta (luego subiría a ver a mi madre para que me explicara cómo se había muerto ella) cuando le llegó la hora al señor Maspons. Lo vi enseguida en su cara, en la mueca de angustiosa pérdida que se les pone a los hombres en el momento de eyacular, en los bufidos de búfalo que soltaba y que me impregnaban la cara de su aliento, en la aceleración brusca de sus embistes taurinos, en la rigidez extrema de su verga... Yo ya estaba servida, así que me dediqué a contemplar su orgasmo y a recibir con deleite su simiente :

  • Fffffffff.. Ffffffff... Ffffffff ! ! ! –resollaba la bestia enfurecida.
  • Siiii... Siiii... ¡Correteeeee ! ¡Llénameeee ! – hostia, tú ! que me vino el quinto : - Siiii... ¡No te paaaa reeeesss ! ¡Me coooorrrooohhhhhh !

Me abracé a él como un bebé koala, con su picha todavía tiesa y temblando en mi coño. No nos habíamos besado pero en ese instante mi boca buscó la suya y le regalé un hermoso morreo :

  • Gracias, gladiador Maspons.
  • De nada... Ha sido un placer.

Me bajé del burro, con el coño chorreando el jugo sanguinoliente de nuestras corridas. Fue entonces cuando él se dio cuenta de mi estado menstrual :

  • Vaya por donde... La novia tiene la regla... – dijo buscando algo con qué limpiarse. – Ya te notaba yo super mojada...

Encontró un rollo de papel de cocina y arrancó un par o tres de hojas. Yo hice lo propio, me sequé como pude :

  • Me ha venido mientras follábamos... ¿Te molesta ?
  • Qué va... al contrario. –replicó sonriendo mientras se vestía con la misma rapidez con la que se había desnudado. Por mi parte, me estaba fabricando una compresa tampón con el papel de cocina. – Mi mujer no quiere que lo hagamos cuando tiene el periodo... Dice que es una guarrada.
  • Entonces... – había terminado de hacerme un canutillo de papel y me lo estaba metiendo dentro de mi chochito- ... debe pensar que una chica como yo...
  • Ttsséé... Qué importa... – me miraba alucinado todo el papel que me metía dentro- ¿Sabes que tienes un coño extraordinario ? ¡Qué labios ! ¡Y qué pasada de clítoris !
  • Gracias por el piropo... Anda, pásame el vestido.

Me ayudó a ponérmelo de nuevo no sin antes piropearme sobándome a placer el culo y las tetas :

  • Mi mujer tiene unas tetazas de campeonato –dijo pellizcándome dulcemente mis pezones- pero las tuyas son algo especial –siguió pasando a magrearme las nalgas – y su culo hace tres del tuyo, pero...
  • Pero yo soy mucho más guarra que ella, eh, es eso lo que quieres decir... ¿no ?
  • No te creas... Igual ahora se está tirando a tu marido... –dijo burlón mientras me ponía los zapatos.
  • ¿Así funcionáis ? Tú te cepillas a la novia y la puta de tu mujer al novio...
  • Aunque no te lo creas es la primera vez que lo hago con una novia...
  • Ya...
  • Sí, sí... Te lo juro. Mi especialidad son las despedidas de soltera... –soltó marcándose una pose de culturista- ¡No doy abasto !
  • ¿Y tu mujer ? –pregunté empujándolo hacia la puerta.
  • Ella... lo suyo son las de soltero... Je, je, je... Se pega unas gang-bang que después la tengo una semana caminando como los patos.
  • Siempre que no tenga la regla, claro... –le dije con sorna. -¡Vaya par de obsesos ! Vamos, salgamos afuera, a ver quién queda...

Pero fuera, en el salón, ya no quedaba nadie. Las luces apagadas daban un aire de abandono a ese local que horas antes hervía de animación :

  • ¿Lo ves ? Tu Carlitos ha empezado la luna de miel sin ti...
  • Ya veo... Acompáñame a mi habitación... Tiene baño, ¿no ?
  • Las cuatro tienen baño...
  • Me muero por meterme en la bañera, con el agua bien calentita...
  • ¿Conmigo ?

La puerta de entrada se abrió. En la penumbra de aquella inmensa sala distinguí la silueta de la mujer de Maspons :

  • ¡Hombre, Chema ! ¿Dónde te habías metido ? –se había quedado cerca de la puerta para encender las luces de una parte del comedor. Cuando se hizo la luz, vino hacia nosotros mirándonos con aire confabulador : - Ah... Debería decir ¿dónde os habíais metido ? A ti también te andaban buscando... –mirándome de arriba abajo con sorna.
  • Estábamos en la depensa... –contestó su marido con suma tranquilidad.- Hacíamos las cuentas... ¿Verdad, Sandra ?

Su mujer frunció el ceño y me volvió a repasar de la cabeza a los pies. No me extraña. Con el pelo alborotado -¡mierda, la diadema ! ¡se quedó en la despensa !-, el maquillaje descompuesto, el vestido más arrugado que el chocho de una vieja y los zapatitos en la mano, no debió dudar ni un instante que su marido tenía algo que ver en aquellos estragos estéticos :

  • ¿Sí ? ¿Quién me buscaba ? ¿Mi marido ? –pregunté desviando el tema.
  • No... Tu marido se ha subido para arriba hace un buen rato.
  • ¿Solo ?
  • Eso creo... Quien andaba en tu busca era su padre... ¡Qué hombre ! ¡Qué tocón !

Viendo la calidad de la hembra que tenía delante (alta como yo, morenaza aunque con el pelo muy cortito, unos ojazos negros como el tizón, un busto impresionante, unas caderas de cubana y unas piernas largas y tres veces más gordas que las mías, enfundadas en unas mallas negras que le daban una apariencia de reina de la noche) no me hubiera extrañado nada que el suegro hubiera intentado cepillársela también.

  • ¿Silvia ? ¿Por qué no nos abres una botellita de champagne, del bueno, nos sentamos un ratito los tres y nos lo cuentas ? –le sugirió Maspons, digo Chema, agarrándonos a las dos por la cintura.
  • Antes quiero saber dónde está el sátiro de mi suegro... –dije temerosa de verlo aparecer de un minuto al otro, dispuesto a saltar sobre mí y hacerme muchas cositas guarras.
  • No te preocupes, mujer. Lo acabó de dejar en su coche...
  • ¿Y se ha largado sin su Pili ? –pregunté incrédula.
  • ¡Qué va ! El pobre lleva un pedo encima que sería incapaz de apoyar sobre el buen pedal...
  • ¿Entonces ? –pregunté acuciándola para que fuera al grano.
  • Va... Voy a buscar la botella de Moët, tres copitas y...
  • Perdona, Silvia... ¿No tendrías por casualidad un tampax o una compresa ? – mis reglas eran muy copiosas y yo ya estaba sintiendo que el tampón improvisado perdía eficacidad.
  • Joder... ¡Qué mala suerte, no ! Tener la menstruación el día de tu boda... ¡Qué putada, no !
  • ¿Sabes, querida ? A Sandra no le importa... – Chema me miraba de reojo, con una sonrisa de palmo y medio. – Con regla o sin ella, si tiene ganas de marcha...

Yo estaba muy tranquila. No tenía duda alguna de que se trataba de una pareja muy liberal. Por lo que se refiere a Chema, ya lo había comprobado en carne viva. Y por lo que hace a Silvia, pues lo veía en su manera de reaccionar, en la inexistente animosidad hacia mí. Así que a pesar de lo directo del comentario de su marine, no le hizo caso alguno y tomándome de la mano me pidió que la acompañase al baño, que creía tener una cajita de tampax en el bolso.

Chema se quedó solo, preparando el champán y algunas cositas para picar y recuperar fuerzas, había dicho mirando esta vez a su mujer con ese lenguaje codificado que las parejas muy liberadas y calientes tienen de decirse las cosas.

Cuando estábamos en los lavabos de la planta baja y mientras buscaba los tampones en su bolso, me soltó de buenas a primeras :

  • ¿Qué tal, mi marido ? – ofreciéndome la cajita azul, talla normal.
  • ¡Un fenómeno, tía ! – exclamé sin cortarme un pelo.

Me había levantado el vestido delante de ella y me saqué el rollito ensangrentado de papel de cocina. Silvia no perdía detalle y no parecía nada disgustada con la visión de mi sexo, más bien al contrario :

  • ¿Dónde puedo tirar esto ? – le pregunté cogiendo el pringajo de papel con la punta de los dedos. Me indicó con la cabeza una papelera junto a uno de los dos lavabos. -¿No tendrías una toallita para limpiarme un poco ?

Necesitaba las dos manos para limpiarme mis cositas e introducirme el tampax. No quería abusar de su amabilidad. Por eso, sujeté parte de los bajos de mi vestido mordiéndolos y con las manos libres me limpié la vulvita con la toallita impregnada de leche desmaquilladora que me había pasado. Podía haberle pedido que me dejara sola, pero no lo hice. Incluso ella hubiera podido irse, pero no lo hizo. Al contrario, se apoyó en el borde del lavabo, sacó un cigarrillo, lo encendió y se quedó como hechizada mirándome la panocha :

  • ¿Sabes que tienes un coño extraordinario ? – Vaya, pensé, una pareja telepática.- ¡Qué labios ! ¡Y qué pasada de clítoris ! – telepatía total, me dije.
  • ¿Chí ? – dije articulando como podía e intentando sacar el puto plástico al tampón.
  • ¡Trae, trae ! –exclamó quitándomelo de las manos. Aproveché la ayuda para liberar mi boca y le dije, sin saber muy bien porqué lo hacía :
  • ¿Quieres ponermelo tú ?

Me miró intensamente. La miré intensamente. Echó una profunda calada y sacó el humo por la boca en volutas que parecían calamares a la romana. Tenía algo en su cara de muy masculino... Quizá fueran sus cejas, espesas y en forma de acento circunflejo... O sus mandíbulas, demasiado anchas para darle un aire suave a su rostro...

Su cara se acercó tanto a la mía que tuve que echarme un pelín para atrás para poder enfocar de nuevo mi visión y seguir mirándola sin que se me nublara la vista. Enseguida supe que había aceptado mi ofrecimiento. Me abrí el coñito para que me introdujera el tampax sin problema :

  • El cipote de Chema es mejor tampón, ¿no es verdad ? – me decía introduciéndome el proyectil de algodón comprimido seguido de un par de dedos.
  • ¡Ummmm ! ¡Qué polla !

Me preparé física y sicológicamente a recibir una pequeña sesión masturbatoria. Mi clítoris, como un autómata, buscaba el contacto de su mano. Ya tenía razón mi maridito : yo no le hago ascos a nadie... ¡Con tal que se porten bien conmigo !

Cuando empezaba a cogerle gusto a la cosa, Silvia retiró su mano y se quedó mirando sus dos dedos cubiertos de sangre :

  • ¿Sabes que es lo que más me joroba ?
  • Lo siento. Tengo la regla muy abundante –le dije pensando que le daba cosa verse los dedos pringados de rojo.
  • No es eso... – yo seguía con el vestido arremangado ofreciéndole mi felpudo abierto y jugoso, con el cordelillo del tampón colgando como la colita de un ratón.
  • ¿Entonces ? Me gustaba un montón tu manera de meterme el tampax...-le dije con voz pillina.
  • Si no es por ti, bribona...Lo que más me revienta es que Chema no quiera follarme nunca cuando tengo el periodo – lo decía poniendo cara de mala leche. –Y encima se regodea diciendo que a ti te da igual...
  • ¡Será imbécil ! Sí a mí me ha dicho todo lo contrario –y como me interrogaba con la mirada, proseguí : - Me ha dicho que a ti te parece una guarrada... –me bajé el vestido, viendo que por el momento no iba a conseguir nada de sus dedos, ni de su lengua, ni...-.
  • Imagino... que no hay mal que por bien no venga. –dijo, dándome la espalda y poniéndose a lavarse las manos. –Igual a partir de hoy...

La abracé por la espalda y extendiendo los brazos puse mis manos bajo el chorro de agua para lavármelas al mismo tiempo que ella. Y le susurré al oído, dejando que la puntita de la lengua recorriera su pabellón auricular :

  • Yo creo, Silvia, que tienes un marido que está como un tren...
  • Hiiichhh... Me haces cosquillas... –frotando sus manos con las mías.
  • ... ¡Y que folla como un dios del Olimpo !
  • Eso es cierto, niña... Me hace muy feliz... Pero, ¿ no te parece que es algo presuntuoso ?
  • Mujer... Un poco, sí... Pero, hay que ver la calidad de la mercancia... ¡XXL !
  • ¡Me caes bien, tía ! Te acabas de tirar a mi marido... Pero, me caes bien.

Nos reímos y nos dimos un besito muy casto. Nos secamos las manos y nos maquillamos ligeramente. Volvimos al salón, agarraditas como dos colegialas.

Chema nos sirvió el champán y levantamos las copas para brindar :

  • ¡Viva la novia ! –gritó mister Universo.
  • ¡Vivan los señores Maspons ! –grité yo. Y nos bebimos las copas casi de un solo trago.
  • ¿Qué ? ¿Ya estás más fresquita ? –me preguntó Chema.
  • Oye, querido... –le interrumpió su esposa- ... Antes de que hablemos de otras cosas... Dos puntos que quisiera aclarar contigo...
  • ¿Sí ? –su marido la miraba con curiosidad perversa.
  • Punto 1 : ¿Por qué le dices a la niña que no quiero joder cuando estoy menstruando si sabes mejor que nadie que con la regla tengo un subidón hormonal que me tiene ardiendo dia y noche ?
  • ¡Igual que yo ! –exclamé entusiasmada.
  • Y punto 2 : ¿Por qué estás siempre insistiendo en que me rape el chocho si luego resulta que te encantan los felpudos densos y salvajes como el de nuestra novia ?
  • ¿Me lo enseñas, Silvia ? – le pregunté como si no hubiera visto ninguno en mi vida. – Yo bien que te lo he enseñado –mirándola como la más inocente de las putillas niponas.
  • Anda, Silvia... Enseñale tu hermoso potorrín a la niña... ¡Va-a !
  • Primero, contesta mis preguntas... ¡Obseso ! –Uy, qué bien se presenta esto, pensé.
  • De acueeerdo... Mira, en la despensa... No sé qué me ha pasado... Pero es que esta jovenzuela –me acercó el dedo índice a los labios y se lo chupeteé gustosamente- volvería loco al mismísimo Papa. No nos dimos cuenta que ya estábamos enganchados y...
  • La regla me vino justo entonces, no creas... – añadí el comentario mirándomela bobaliconamente.
  • ¿Y su coño ? ¿Deberías encontrarlo asqueroso, no ? Si ni siquiera lo tiene arregladito...

Es cierto. Aun tendría que pasar un par de años (ver La Orgía) para que me lo depilara. Y porque alguien tomó la iniciativa, que si no... Para la boda, lo único que me había depilado fueron los sobacos y porque Carlos insistió, que si no... Bueno, el vello de las piernas, sí, ese sí que me lo depilo... Es que si no parecería una de esas turistas nórdicas en la Costa del Sol.

  • ¿Qué pasa ? ¿No os gusta mi fufunilla peludita y juguetona ? –me puse de pie y se la enseñé de nuevo a la parejita.

Me puse a jugar con los labios de mi vulvita. Chema metió un dedo en su copa y con la yema mojada en champán me acarició deliciosamente el clicli :

  • ¿No te parece una gozada este coñito, amor ?
  • A ver si aparece de repente el viejo... –soltó Silvia enfriando (sólo un poquito) mi renovada calentura.

Me senté de nuevo... La paciencia es la madre de la ciencia, pensé.

  • ¿Qué decía el suegro ? ¿Por qué me buscaba ? –pregunté conociendo de antemano la respuesta.
  • A ver, Sandra. Te lo cuento por partes. Arriba, en las habitaciones, sólo están –que yo sepa- tu primo, el tenebroso, con tu suegra ; tu madre, en otra habitación –supongo- durmiendo a pierna suelta (se miró de reojo a su apolón)...
  • ¿Y Carlos ? ¿Y Aurelia, mi prima ? ¿Y Pablo... ? ¿Y los demás ?
  • Los jóvenes que quedaban se largaron a una discoteca que les aconsejé...
  • ¿Carlos también ?
  • No, ya te dije que Carlos había subido. Debe estar en la vuestra, esperándote.

De pronto, me cogió un inmenso sentimiento de culpabilidad. Debió reflejárseme en el careto porque Silvia se apresuró a añadir :

  • No te preocupes, pequeña... Tenéis toda la vida por delante... Y por lo que he visto a lo largo de esta larga tarde, a tu marido no le importa dejar sus « asuntos » en manos de otras mujeres...
  • Ya lo sé – dije penosamente- Es un acuerdo tácito entre nosotros... Pero, hoy... Nos habíamos prometido que sólo haríamos el amor el uno con el otro... Y yo no he cumplido mi palabra...
  • ¿Te arrepientes ? –preguntó Chema con un deje de tristeza en su voz.
  • Un poquito, sí –le contesté frívolamente, guiñándole un ojo. -¿Cómo me voy a arrepentir, mi gladiador ? ¡Ha sido el mejor polvo de mi vida !
  • Oh... Gracias... Muchas gracias. –poniéndose rojo como un tomate. Y es que los hombres sois como niños.

Me levanté y me puse detrás suyo. Le acaricié la cabeza pasando la palma de mis manos sobre su pelo cortado al cero y medio. Silvia me dejaba hacer, sonriendo ante el placer que, de seguro, estaba disfrutando el ego sobredimensionado de su marido. Fui bajando mis manos por su musculoso torso hasta que me quedó la cara a la altura de la suya. Le ofrecí mis labios y mi lengua salió como una víbora al asalto de la suya.

A pesar de haberlo hecho innumerables ocasiones en mi vida, siempre me ha proporcionado un placer exquisito el pegarme el lote con el marido en presencia de su mujer. Saber que Silvia estaba observándolo todo, quintuplicaba mi goce.

Dejé correr el morreo achampañado y empecé a desabrocharle el cinturón americano que encerraba sus vaqueros :

  • Silvia... No has terminado de contarme lo de mi suegro... –dije pasando a bajarle la bragueta y a meter mi manita en tan extraordinario paquete.
  • Ah, es verdad... –contestó ensimismada como estaba ante la escena que estaba preparándose. – Pues, verás... Tu suegro no se quería marchar sin empalarte viva... Pero estaba claro que yo le convenía para calmar sus ardores...
  • Vaya... Que te lo has cepillado... –dijo Chema sin atisbo de celos.
  • No, no... Le he hecho una buena mamadita –dijo imitando el gesto con la mano y su mejilla hinchada - ... Y se ha quedado dormidito como un ángel.

Chema se levantó para ayudarme a bajarle todo lo que le tenía que bajar. Me senté para estar más cómoda y me quedé absorta en la contemplación de aquella anaconda. A pesar de no estar trempado, su longitud y su grosor sobrepasaba las de la polla de Carlos en plena erección. Se la descapullé. El capullo, de mayor envergadura que el asta de su verga, le daba al conjunto una dimensión reptilínea : era como la cola de una serpiente de cascabel. Después de llenar mi copa de nuevo, se la metí toda dentro para que se refrescara y endulzara :

  • ¡Qué vicio que tienes, Sandra ! –¿era Silvia la que hablaba o era mi propia voz interior ?

Antes de metérmela en la boca –como nadie había protestado, imagino que era lo que todo el mundo quería, ¿no ?- le dije a Silvia :

  • Sólo un minuto... Para saber qué gusto tiene... Así te lo dejo listo para ti...
  • Buena idea... Y tú, cariño... –dirigiéndose a su mujer pero cogiéndome la cabeza con las dos manos, acercándomela a su polla, por si acaso cambiaba de parecer- ... ve calentando motores que llega tu John Holmes del Guinardó (barrio de la parte alta de Barcelona – nota de la autora.).
  • Oh, querido... No hace falta. El viejo me ha puesto a tono...
  • ¿Qué te ha hecho... ooooohhh ? - ¡qué gozada sentir su polla crecer y crecer y crecer entre mis labios, sobre mi lengua, contra mi paladar.
  • Como quería a toda costa dar por el culo a la « mamona » de su nuera –palabras textuales-, una, que tiene el instinto conservador y altruista, me he ofrecido a acompañarlo hasta el coche para que pudiera descansar un poco y sacarse la mona de encima...
  • Esta niña essss jjjaaajjj un prodigggg...io, Silvia. –menos de un minuto y Santa Mamona de Argüelles (céntrico barrio de Madrid- nota de la autora) había conseguido dejárle la manivela más dura que el cuerno de un rinoceronte. – Vamos, tesoro, quitate las mallas...

De reojo, pude ver como Silvia se bajaba las mallas. Tenía unas piernas macizorras, de montañera pirenaica, unas rodillas rollizas en las que apenas se distinguía la rótula y un muslamen de pescadera del mercado. Llevaba puesto un tanga negro que apenas le cubría el pubis :

  • ¡Date la vueltaaahhh ! ¡Dios, cómo traga ! – como la Lovelace, debía tener yo algo erógeno en la boca pues me estaba poniendo de nuevo, muy pero que muy cachonda. Y esa prodigiosa polla no se desmerecía en nada las atenciones que mis cinco años y pico de experiencia en mamadas le podían ofrecer.

Silvia se dio la vuelta meneando el culo como una bailarina del Copacabana. Tenía un par de glúteos impresionantes, como dos enormes globos terraqueos, como dos planetas que hubieran entrado en colisión y se hubieran quedado soldados en su ecuador. Se fue bajando lentamente el tanga. Me fijé que su culo tenía el mismo color dorado que el resto del cuerpo. Las horas de rayos UVA que había en ese cuerpazo, pensé.

  • ¡Tócalo, Sandra ! –me pidió Chema, refiriéndose, claro está al culo de su esposa- Que como buena mujer que eres podrás hacer varias cosas a la vez.- me entró la risa y le mordí sin querer la pija... ¡la hostia ! ¡parecía que hubiera mordido la rama de un roble !- ¡Huauu...Siiii... Muerde, muerdeeee !

Le sobé como pude el culo a Miss Nalgotas que seguía retorciéndose de puro vicio, mientras el gladiador semental me follaba la boca con furia :

  • ¡Me corro, Sandra, me corrooo !

¡La puta ! Ese no era el trato... Cesé « ipso facto » mi tratamiento odontológico. Chema se hecho a reir y soltó :

  • ¡Que era broma, joder ! Va... Silvia... ¡Echate en la mesa ! Ya verás qué lengua tiene ésta...

Silvia se hizo sitio en la mesa y se sentó con las piernas abiertas de cara a nosotros. Se estiró hacia atrás de tal manera que le quedó la cabeza colgando hacia abajo en el otro lado de la mesa. Tenía ante mis ojos un hermoso ejemplar de chocho depilado, todo él bien cerradito... Un coño de esos que parecen un bimbollo « Bimbo » partido por la mitad. Le separé los panecillos para ver qué embutido llevaba dentro. Un increíble tufo de chumino ardiente me llegó a las narices y me hizo dudar un instante. De su vagina abierta y rojiza brotaba una mocosidad gris perla y en lo alto despuntaba un pequeño botoncito como una lentejuela rosada.

Estos segundos de contemplación extasiada fueron suficientes para que el fornido Maspons cambiara de boca. Ahora lo tenía delante, a escasamente un metro, metiendo la polla en la garganta de su amada :

  • ¡Vamos ! ¿A qué esperas ? ¡Cómetelo ! – dijo Chema al mismo tiempo que le magreaba las tetas por encima del jersey de fino entramado de algodón negro.

Sorbí un poquito de champán y avancé mis labios hacia su raja. Una nueva vahada de fuertes olores me preparó al gusto de ese coño. Silvia sintió que mi boca se acercaba hasta rozar su chocho y empezó a gemir, a jadear y a chillar como una marrana :

  • ¡Jjjjaaaaiiiiiiiiihhhh !
  • ¡Ostras, pedrín ! ¡Si todavía no te he hecho nada !

Os juro que es verdad... Solamente le rocé el clítoris con la puntita de la lengua que la tía empezó a correrse como una fuente, soltando ese líquido incoloro (en su caso no era inodoro porque le cantaba tanto la almeja que era imposible que no se mezclaran los tufillos) en cantidades industriales...

Me dejó la parte de arriba del vestido hecha un pringajo. Pero, bueno... Si la tía estaba satisfecha... Y eso parecía porque se había quedado tranquilita y gimiendo dulcemente como un bebé mamando teta.

  • Ahora me toca a mí –dijo Apolo, olvidándose de la paja gargantuesca de su esposa, y viniendo a mi vera me dijo con brusquedad - ¡Aparta ! -Pensé : vaya pedazo de bruto... pero ¡qué pedazo de macho !

Chema la penetró violentamente. Enseguida se puso a bombearla como un semental percherón. Aquello era sexo en estado puro. Puro y animal. Había llegado el momento de plegar velas e ir al encuentro de mi amado. Me levanté y me dirigí a la despensa para recuperar mi velo de novia. Les dije « buenas noches » pero como única respuesta obtuve los renovados jadeos y chillidos de la marrana y el ruido de la mesa similar al de los raíles del tren cuando pasa un « mercancías ». ¡Qué manera de joder ! Se me ocurrió que, más adelante, podríamos montarnos los cuatro un buen fin de semana de lujuria y depravación...

Subí a la habitación dispuesta, en primer lugar, a tomarme ese baño que las circunstancias arriba contadas habían aplazado. Y después del baño... Ya veríamos.

Sin embargo, unas cuantas sorpresas me aguardaban en el primer piso. Luego os lo cuento, ¿vale ?

Continuará...