La boda (4: Un paréntesis incestuoso 2)

Hola, queridos lectores y lectoras. Aquí tenéis la segunda parte y última de las andanzas incestuosas de mi Carlos y algún que otro cachondo desvío. Muchas gracias por vuestros comentarios y valoraciones. ¡Que lo disfrutéis!

La boda IV

Un paréntesis incestuoso (parte segunda y última)

Carlos continuó su relato... Con su polla todavía bien dura y clavada en mi culo bien dilatado...

«  Antes de llegar al salón, nos paramos un momento para ver si Juanjo estaba todavía jugando a los barquitos. Mi madre entró sin llamar en su antro y enseguida vimos que el buen hombre se había estirado en su camastro y dormía como un lirón...

... Mi madre echaba fuego por los ojos. Creo que en ese momento comprendió la estratagema de los folladores de la cocina. Por mi parte, temí que allí se acabara todo y que mi madre les montara la marimorena. Pero no fue así. Me tomó de nuevo de la mano y me llevó, esta vez sin metas volantes, al salón, diciéndome con dulzura :

  • Vamos... Tú no tienes la culpa de nada...Y te mereces un premio.

Me senté en el sofá. Mi madre se arrodilló ante mí y me desabrochó el botón del pantalón. Me levanté un poco para que pudiera bajármelo. Le había cambiado la cara : ahora me miraba con ojos centelleantes, una mirada lúbrica, de deseo encendido. Me tocó el paquete por encima de los calzoncillos y sonrió al comprobar la dureza de mi miembro. Me los bajó y agarrándome el cipote delicadamente, me lo descapulló y empezó a besarlo dándole pequeños lametones con la puntita de la lengua :

  • Esto es lo que querías, ¿verdad, corazoncito ? Querías que tu mamá te acariciara con la boca, ¿no ? Querías que te hiciera lo mismo que le hago al hijoputa de tu padre...

Boquiabierto y con el corazón latiéndome a doscientas pulsaciones por minuto asistí como si no estuviera en mí a la primera mamada de mi vida. ¡Dios, cómo me la chupó ! ¡Qué gusto ! Su boca me succionaba la polla con desesperación. Sus manos no se estaban quietas. Unas veces, me acariciaban la parte interna de los muslos. Otras, subían hacia mi pecho y me pellizcaban las tetillas. De vez en cuando, se la sacaba de la boca y me besuqueaba los huevos para, acto seguido, engullirla de nuevo como si se hubiera aprendido de memoria el guión de « garganta profunda ».

Yo luchaba para retardar al máximo la eyaculación. Cerraba los ojos y pensaba en cosas horribles, en aquel profe sádico que me castigó por haber llegado tarde a clase, en aquel accidente que vi delante de la escuela... Pero irremediablemente mi mirada se concentraba de nuevo en aquella cabecita que subía y bajaba, en aquella boca que me rebanaba el nabo... Y podía sentir a los millones de espermatozoides prestos como soldaditos disciplinados a salir disparados :

  • ¡Paraaaa... paraaaaa ! ¡Mamá ! ¡Me vieneee !

Con lo poco que le quedaba de decencia y de conciencia moral, mi madre paró en seco, se la sacó de la boca, se apartó unos centímetros y se me quedó mirando fijamente, sin decir nada, con la mirada más febril y encendida que mis ojos hayan jamás visto...

Se levantó, se quitó las bragas y apoyando las rodillas a ambos lados de mis caderas, se sentó sobre mi polla, la cual entró en su sagrada cueva sin esfuerzo alguno. Su coño rebosaba jugos en plena ebullición. Mi verga chapoteaba en un mar de lava candente. Creí que me iba a explotar... Vaya, no lo creía... Fue lo que pasó :

  • ¡Ohhh, mamaaaaaaaa ! ¡No puedo máaaaassss !
  • Síii... ¡Vente amor ! Toda tu lechecita caliente para tu mamiii... Ohhh, síiii... Cómo la sientooo... – yo también sentí como se me abría el grifo y demarraba en sus hirvientes entrañas impresionantes chorros de esperma- ¡Ohhh, mi vidita, mi querubín ! ¡Me llenaaaasss... todaaa !

Aunque era evidente que mi madre había obtenido placer tirándose a su hijito, también estaba claro que, dada la brevedad de la follada, no había alcanzado el orgasmo –esto me había quedado más que claro, esa misma tarde en el cuarto de baño :

  • Lo siento, mamá... Se me ha escapado... –le dije con cara de pena.

Me miró con infinita ternura, me acarició la cara con sus rechonchas manitas y me dijo solemnemente :

  • Carlos... Escucha bien lo que te digo... Tengo 42 años. No he conocido otro hombre que tu padre... Pero hoy... hoy, vidita... Me has hecho muy feliz – concluyó besándome en los labios- ¡Muy feliz !

Se alzó. Mi pijilla saltó hacia fuera dejando de hacer su función de tapón vaginal. Mi lefa salía a borbotones de su raja entre la espesura oscura de su pelambrera. Le acerqué sus bragas para que se limpiara, pero me dijo que no con la cabeza. Se subió la falda para que pudiera contemplarla con todo detalle y separando un poco las piernas, dijo :

  • Vamos a hacer que salga toda...

Debió contraer los músculos vaginales porque de su coñazo comenzaron a salir mocos de semen formando como lágrimas de cristal que terminaban cayendo por su propio peso sobre la alfombra persa de los vecinos :

  • Se lo dejaremos como recuerdo a la putorra ésa. –soltó satisfecha.

Entonces, se volvió a poner las bragas, se recompuso el vestido y me dijo :

  • Voy a buscar a Pablo. Nos vamos a casa...
  • ¿Y papá ? –le pregunté levantándome y abrochándome los pantalones.
  • ¿Papá... ? – preguntó como si no supiera de quién estaba hablando.

Y se fue hacia el cuarto de los vecinos. Por mi parte, me acerqué a la cocina. Hacía rato que había dejado de oir voces (quien dice voces dice...). La puerta seguía tal como la había dejado. Una rendija de luz iluminaba el pasillo. Sonaba una musiquilla de estas que ponen para hacer aerobic. Me acerqué y vi algo que me dejó más que pensativo sobre la capacidad de vicio que puede tener la naturaleza humana. Estaba claro, también, que yo tenía todavía muchísimas cosas que aprender...

Mi padre se había quitado los pantalones. Estaba sentado encima de una pequeña mesa adosada a la pared. Enfrente de él, Teresa, completamente en cueros, le estaba haciendo un numerito pornográfico al ritmo de la música.

Sostenía entre sus manos una botella de Freixenet Cordón Negro. Se la llevó a la boca y le echó un buen trago dejando que buena parte del burbujeante líquido se escapara por la comisura de sus labios, resbalara cuello abajo, descendiera entre sus pechos siliconados (¡qué horror ! parecían dos baloncitos de playa color carne, super hinchados y con dos canicas rosadas en lugar de pezones) y se perdiera sobre su vientre liso, sobre su pubis liso...

Mi padre le indicó con el índice que se acercara. Le cogió la botella y a su vez le echó un buen trago. Pero él sin dejar que se perdiera ni una gota. Ella empezó a acariciarle el sexo flácido que no terminaba de tremparse :

  • ¿Todavía no está... Andresín ? – preguntaba con voz de colegiala nipona mientras le sacudía con fuerza el nabo.
  • ¡Qué puta eres, Tere ! Si ya me he corrido dos veces... – mi padre, entonces, se le iluminó el rostro y pasándole de nuevo la botella de cava, añadió : ¡Métetela !
  • ¡Ji, Ji, Ji ! ¿La botella ?

En estas que aparece mi madre en el pasillo, con Pablito cogido en brazos :

  • Vamos, Carlos... Déjales... »

Entre tanto, una servidora se había recuperado de la fatiga pasajera y como Carlos iba perdiendo fuelle, decidí darle un respiro a mi culo, primero, y al pajarillo de mi novio, segundo. Le quité las esposas y le llevé a la cama la cajita mágica donde teníamos guardada la maría que unos amigos nos proveían directamente de su plantación :

  • Hazte un peta, amor...
  • Ah, comprendo... Por esa me has quitado las esposas, ¿eh, putilla ?
  • A tu putilla, como dices tú, le duele el culo cantidad... Y unas hierbecitas le irán la mar de bien...
  • Y... Mientras me lo hago... Tú... – me mostraba con la barbilla la dirección de su morcillita.

Antes, le iba a limpiar la polla con unas toallitas Nenuco pues, en esos momentos, claro, no tenía ganas de merendar un churro con gusto de ... Carlos protestó :

  • Hey, tía... Que yo bien te he limpiado tu juguetito...
  • Otro día, cielo... Si no quieres... Te la meneo y punto.
  • Caray con la nena... Qué fina se me ha vuelto...

Con la polla bien desinfectada y una buena calada al porro de maría, cuyos efectos se me hicieron notar enseguida, le hice una mamadita de antología :

  • Vas mejorando, putilla... Aaahhh... Vas mejorando...
  • Dime, obseso mío... ¿Cómo terminó aquella noche ? –le pregunté entre dos chupaditas.

« Mi madre veía que yo estaba como hipnotizado mirando la escena de la cocina :

  • Quédate, si quieres... Yo me voy a la cama con Pablito.
  • ¿No te importa, mami ?
  • No, hijo... Yo ya he tenido bastante por hoy... – las palabras «por  hoy » sonaron como música celestial en mis oídos.
  • ¿Mamá ?
  • ¿Qué ?
  • A mis ojos tú vales mil veces más que...
  • Anda, calla... Voy a dormir en vuestra habitación. Cuando bajes, entra a darme las buenas noches.

Es increíble la capacidad de recuperación que tenemos los chavales a los quince años. Acababa de escuchar ese dulce ofrecimiento que ya tenía yo al pajarito resucitando.

Mi madre con mi hermanito se marcharon sigilósamente. Apliqué de nuevo el ojo a la ranura. La música seguía sonando langurosamente. Teresa había dejado la botella en el suelo y se había posicionado a escasos centímetros del cuello con las piernas abiertas en « U » invertida. Miraba a mi padre con fulgor de ninfómana. Este, se pajeaba lentamente. Su polla (que yo envidiaba en silencio) fue apareciendo en mi campo visual, cada vez más gorda. Teresa se la miraba entusiasmada, relamiéndose los labios en un gesto teatralmente obsceno.

Fue bajando las caderas. Sobre sus zapatos de tacón, los gemelos de sus piernas se contraían vigorósamente. Acercó con lentitud forzada su sexo resplandeciente al cuello de la botella. Y se dejó caer con suavidad sobre ella. Un poquito...

  • ¡Hummm... Qué dura estááá ! – exclamó sin quitar los ojos de la polla de mi padre
  • Sigue, Tere... Sigue –la alentaba con su verga ya erguida en su mano- ¡Quiero verte gozar con Freixenet !

La vecina subía y bajaba follándose la casi totalidad del cuello de la botella, gimiendo y jadeando como si fuera la primera vez que el placer la inundaba :

  • ¿Andrééé...ssss ? Creo que ... Hiiiimmmmeee voy aaaahhh...

A Teresa se le quedaron los ojos en blanco. Abrió la boca como si fueran las fauces de una loba, mostrando su dentadura perfecta, su lengua rosada goteando saliva. Y se puso a ulular de una manera bestial :

  • ¡Ufff...Ffuuuuu... UUUUUUUUU !

Mis ojillos infantiles iban de su cara radiante de lujuria a su vulva imberbe abierta de par en par. A sus manos, de dedos delgados y uñas largas y rojas, que no paraban de tocarse los pechos, de frotarse salvajemente el clítoris.

Como mi padre (salvando las distancias), estaba yo de nuevo empalmado. Me puse a pensar en mi madre, en sus tetas, en su frondoso y acogedor sexo, en su despampanante trasero... Y me entraron ganas de bajar corriendo a darle las buenas noches. »

  • ¿Quieres que me pinte las uñas de rojo ? – le interrumpí echándole la última calada al porrito.

Había dejado unos instantes de chupársela y retozaba feliz escuchándole, mi cabeza sobre su pecho y mi mano masturbándolo con lenta cadencia.

  • ¿Te acuerdas, tesoro ? – preguntó pasándome delicadamente la mano por el pelo.
  • ... En aquella pensión de mala muerte... Y tanto que me acuerdo... Mientras me iba pintando las uñas, de pie, apoyada contra el lavabo, desnudita y mojadita... Tú llegaste por detrás. Yo, por el espejo vi como te mojabas la palma de la mano con tu saliva, como me untabas con ella el conejillo, como...
  • ¡Hummm ! ¡Qué recuerdo !
  • ¡Qué polvo ! ¡Aunque la manicura fue un desastre !

«  ... La vecina tuvo una de esas corridas que sólo se os dan en contadas ocasiones (me lo miré de refilón, pensando que estaba hablando de cualquier mujer menos de mí). Con la botella de « Cordón Negro » hundida hasta el tuétano y la boca expectante... Mi padre no se hizo rogar. Se levantó con la polla en la mano y se puso a darle latigazos con ella en la cara. Teresa intentaba atraparla con la boca ; sus manos seguían su ritual de caricias orgiásticas :

  • ¡Dame, dame, dameeeeee ! –gritaba la loca –

Entonces, mi padre le cogió su linda cabecita con las dos manos y le endiñó la tranca hasta la campanilla :

  • ¡Toma, tomaaa... Carta Nevadaaa ! –la Tere a punto de morir asfixiada.
  • ¡Grrrooooggggg !.- Y yo a punto de correrme.
  • ¡Trágatela, Tere ! ¡Trágatela !- y la Teresa con los ojos que le salían de sus órbitas y las lágrimas que le estaban corriendo el rimmel por las ojeras.

Se sacó la botella del chocho y dejó de acariciarse. La buena mujer ya estaba servida. Se dejó caer de rodillas, apoyó sus manos en los muslos de mi padre y se relajó, dejando que mi padre la siguiera bombeando como si su cabeza fuera un coño de látex :

  • ¡La puta que te parió ! ¡Esto sí que es mamarla como Dios manda !
  • ¡Grrroooogggg ! ¡Gggrrraaaggg !
  • ¡Prepárateee... que vengoooo !
  • ¡Ggggg...Guuuggg ... Gggggaaaajjjj ! – jadeaba mientras mi padre le sujetaba con fuerza la cabeza.
  • ¡Tooo... doooo... dentrOOOOO ! –gritó mi padre al correrse.

Unos segundos más tarde, dejó de agarrarla por los pelos. Ella se quedó igual : de rodillas, con la boca abierta y haciendo esfuerzos para recuperar el aire que la devolviera al estado de conciencia que había perdido desde hacía largos minutos. Mi padre se la miraba orgulloso, de arriba abajo, con las manos apoyadas en las caderas y la morcilla colgándole entre las piernas :

  • ¡Hostia, Tere ! Estás para que te echen una foto...
  • No debo estar muy guapa... Mmm... ¡Pero qué bien me siento, Andrés ! Hacía siglos que no me dejaba ir así...
  • ¿Así ?
  • Sí... Así... Como un putón verbenero...
  • Es lo que eres, querida... La más guarra de las guarras que me he follado en mi vida.
  • Mmm... Me encanta que me hables así... – y la muy puta ya estaba acercando de nuevo la boca al nabo de mi padre.
  • ¡Tateee... Quietaaa !
  • Me estoy quieta si me prometes que me vas a venir a ver todos los días...
  • Te voy a follar todos los días, prometido... Pero ahora tengo ganas de mear. –dijo mi padre girándose hacia la puerta.

Llegó para mí el momento de levantar el vuelo y salir pitando en busca de las reconfortantes carnes de mi madre. Pero aun me quedó tiempo para escuchar cómo iba a terminar aquella orgía :

  • Yo también, Andresín... –se levantó, se abrazó a él y añadió : - ¿Sabes qué me apetece ?
  • No... ¿qué ?
  • Huu Huu... Que me mires mientras meo...
  • ¿Aquí ?
  • No, hombre... Que dejaríamos perdida la cocina... En el váter... ¡Jolín ! Me mojo sólo de pensarlo.
  • Se me ocurre algo mejor –dijo maliciosamente mi padre- Tú te metes en la bañera a mear a chorro vivo y mientras...
  • Huu... Huu... ¡Ya veo, bribón! ¡Hummm ! ¡Una buena lluvia dorada!
  • Ya verás... Es como el champán..."

Carlos paró de hablar. Me miró fijamente:

  • ¿No nos queda una botellita de cava en la nevera?
  • ¡Hey, guarro...! ¿En qué estás pensando?
  • No, tonta... ¿Tú no tienes sed? Es que yo... de tanto darle a la lengua...

Me levanté a buscar la botella y un par de copas. Al regresar a la habitación, lo encontré liándose otro petardo marijuanero. Mirándome con una ancha sonrisa dijo:

  • La fiesta sólo hace que empezar...
  • Venga. No vaciles. Ya sabes que tú entre una cosa y otra... Luego no se te levanta ni con una grúa.
  • Veremos... veremos.

Abrí el cava y llené las dos copas de ese maravilloso líquido espumoso. La verdad es que nos sentó la mar de bien. Y empezamos a reírnos tontamente, con esa risa loca que te entra cuando estás bien colocado.

Nos trincamos media botella y nos fumamos el porrito a medias. Me sentía como flotando en una alfombra mágica. Carlos me acariciaba con muchísima delicadeza, como sólo él sabía hacerlo. Tenía el don de calentarme a fuego lento, tocándome allí donde sabía que la máquina erógena se pondría a funcionar a toda pastilla.

Mojaba un dedo en el cava y me recorría con la yema mojada la turgencia de un pezón. Yo le respondía como una gatita melosa, maullando e invitándole a seguir. Me pedía entonces que me diera la vuelta y me masajeaba la espalda con dedicación terapéutica. Después le dedicaba varios minutos a mi culo. Eso le encantaba. Manipular mis nalgas haciendo que mi agujerito se le apareciera cada vez más abierto...

Me dijo un día, poco después de habernos conocido, que lo que más le gustaba de mí no era mi culo, ni mi coñito de alas de mariposa, ni mis tetitas siempre en punta, ni mi boca tragona, ni mi cabellera dorada, ni mis piececitos de geisha... Lo que más le atrajo de mí, decía, era mi cachondez, mi calentura permanente... la naturalidad con la que aceptaba cualquiera de sus propuestas por muy guarras que fueran... la espontaneidad con la que tomaba la iniciativa en los momentos más estrambóticos...

Por todo ello, cuando me pidió que me pusiera de cara, que me tomara las piernas con mis manos, levantándolas y abriéndolas tanto como pudiera, le obedecí sin rechistar porque sabía que me iba a ofrecer unos minutos de auténtico delirio... Me daba igual lo que me hiciera...

Puso una toalla de playa doblada en dos bajo mi cintura. Se llenó la copa de cava. Sorbió un trago. Y bebió una segunda vez, pero sin tragárselo. Separó los pelillos que ocultaban mi vulvita. Descorrió el cortinaje labial de mi sexo, dejándolo abierto como un higo maduro y con cuatro dedos, dos de cada mano, me agrandó tanto como pudo mi elástica cavidad vaginal. Mi clítoris descapullado y tieso como una naricilla...

Entonces, sus labios se pegaron a mi coño y me soltó, soplando con fuerza, el líquido que contenía su boca en un chorrillo helado que se introdujo como un misil en lo más recóndito de mi intimidad:

  • ¿Está rico, el cava? –Preguntó preparándose para repetir la operación.
  • ¡Essss... es extraño! –Exclamé. Con las manos sujetándome las piernas por detrás de las rodillas, relajando todo cuanto podía relajar.
  • ¡Fffiiii! – otro chorrillo de pleno en mi coñito que empezaba a rebosar de burbujeantes efluvios.

Tras una tercera inyección, mi vagina quedó colmada de líquido. La posición que seguía manteniendo permitía que casi todo el cava me colmara mi cuevita. Pero aquello no podía durar... Ya empezaba a sentir como un fino hilillo húmedo salía de mi coño y recorría el corto trecho que lo separaba de mi otro orificio:

  • ¿Qué vas a hacer, tontorrón? –le pregunté con curiosidad malsana- ¿Bebértelo?
  • Cierra los ojos...
  • ¡Hey, tú! ¡No me metas la botella! Que yo no soy como la furcia ésa... –le grité fingiendo una seriedad que no correspondía en nada a mis deseos. Me daba igual lo que me metiera con tal de que lo hiciera rápido. Además, me estaban entrando unas ganas incontenibles de orinar.

Cerré los ojos pero identifiqué rápidamente el bruncido del vibrador. Lo metió a la máxima velocidad y me lo introdujo en el coño en toda su magnitud. Se oyó un sonoro "Plaf". Abrí los ojos y miré a tiempo de ver como todo el cava acumulado en mis entrañas salía proyectado hacia delante bañando literalmente la cara de Carlos que se había acercado peligrosamente. Instintivamente, solté una de mis piernas y con esa mano me tapé el sexo. Pero lo único que conseguí es que el consolador se quedará dentro engullido por mi chocho estremecido.

Carlos se limpiaba la cara con ambas manos, sorprendido:

  • ¡Caray, tía! Es como si me hubiera escupido un lama... ¿Cómo te lo haces?
  • ¿El... el quééé? ¡Aaaaaaa... queee gustazoooo!

Los veinte centímetros de consolador enteramente metidos en mi sexo funcionaban como una batidora montando nata. Me taponaba el coño con ambas manos para que no saliera disparado. Tenía la intención de dejarlo ahí dentro hasta que se le acabaran las pilas:

  • Unos segundos ahí dentro y ha salido... ¡ hirviendo! –exclamó secándose la cara con la toalla.

Carlos intentó meter la cabeza por debajo, haciendo esfuerzos por separarme las nalgas para chuparme el ojete al mismo tiempo. Pero yo no paraba de abrir y cerrar los muslos en espasmos incontrolables que reproducían en ondas infinitas el placer que el vibrador me procuraba:

  • Noooo... Déjame el culo tranquilo... ¡Ha Ha Haaaaa!
  • Bueno... Como quieras... ¿te sigo contando el final de la historia? – sin que me percatara, o mejor dicho, sin que importara un comino, se levantó para coger la cámara reflex con la que tantas fotos guarras me había sacado y con la rapidez de un pullitzer se puso a captar con todo detalle la escena morbosa que le ofrecía sin pagar entrada.
  • ¡Siiiiiii! ¡Diosssssssss... qué gustoooooo! – el placer multiplicado por dos, pues me encantaba que me fotografiara indecentemente.

Y así me quedé. Con las piernas pegadas y las manos entre ellas cubriéndome el sexo. Me relajé pues tanto placer estaba resultando insoportable. Y me dispuse a tener un único pero larguísimo orgasmo...

" Bajé como un relámpago a nuestro piso. Entré sin hacer ruído y me fui directo al cuarto de baño. Tuve que desabrocharme los pantalones porque no podía sacarme la polla por la bragueta de tan dura que la tenía. Puse la tapa del váter y el suelo perdidos de orina. Era imposible apuntar correctamente con esa trempada. En la puerta vi colgados el sujetador y las bragas de mi madre, al lado del vestidito que llevaba hacía un rato. ¡Humm! Pensé, se ha metido en bolas en la cama.

Cogí sus bragas y las olí reconociendo inmediatamente ese olorcillo de hembra caliente, de sexo babeante y ardiente que unas horas antes mi lengua había saboreado. Mi mano, acostumbrada a repetir el gesto masturbatorio, se fue directa a mi polla y empezó a trajinearla desesperadamente. ¡No! , me dije, ¡Ves a buscarla! ¡Quiero hacérselo otra vez! ¡Quiero follarme a mi madre!

Me desnudé. Dejé mis calzoncillos colgados junto a sus bragas. Me puse el pijama, salí al pasillo y entré en su cuarto. La cama de matrimonio estaba intacta. Me fui a mi habitación. Abrí la puerta dejando la luz del pasillo encendida. Pablo dormía plácidamente en su cama. En el otro extremo del cuarto, una forma abultada yacía en mi cama. Me acerqué. Mi madre dormía roncando levemente. Estaba tapada hasta el cuello, de cara a la puerta. Desabroché un par de botones de la bragueta de mi pijama y le acerqué la polla a su mejilla rozándosela brevemente con la punta. Eso la desperezó un poco y refunfuñando ininteligiblemente se dio la vuelta. Al hacerlo, se destapó un poquito y pude comprobar que estaba desnuda. Al menos, de la parte de arriba... No, toda desnuda. Su camisón tirado en el suelo era la prueba de su desnudez. Comprobé que Pablito no se hubiera despertado y me saqué el pijama.

Levanté la sábana y me metí sigilosamente en la cama. Me pegué a su espalda caliente, a su cintura caliente, a su trasero caliente, a sus muslos calientes... Era imposible que no se despertara visto el contraste de temperatura de nuestras pieles... Yo estaba helado y sin embargo, ella siguió haciéndose la dormida... ¿Qué significaba eso? ¿Que quería que tomase yo la iniciativa con mis quince años de inexperiencia? O ¿qué quería que me quedase simplemente así, pegado a ella, y la dejara dormir?

Pasaron unos segundos y yo me fui acoplando a su cuerpo: ella era Africa y yo América del Sur. Mi capullo entre sus nalgas rozaba la humedad perenne de su raja. Mis delgadas piernas se frotaban contra la calidez maternal de las suyas. Una de mis manos le rodeaba la cintura palpándole su flácido vientre. La otra se aventuraba entre sus sabrosos glúteos, las yemas de los dedos leyendo su piel como los ciegos leen en Braille:

  • ¡Mmmmm! Mi cielito ha venido a desearme buenas noches... – su voz era un dulce murmullo de ave del paraíso.
  • ¿Te he despertado, mamá? –le pregunté acercando mis labios a su nuca, besándole el cuello.
  • ¡Rrrrr! –ronroneaba mi madre, balanceando su gordo trasero contra mi palote - ¡Niño malo! – exclamaba bajito y me trasladaba la mano que tenía sobre su vientre a latitudes superiores..."

El vibrador encastrado en mi coño iba perdiendo velocidad. Inversamente proporcional al clímax que se avenía en mis entrañas. Gritando como si estuviera de parto, abrí mis piernas liberando al pobre "vib" que fue saliendo lastimosamente de su funda preferida. Carlos, con un ágil salto, se plantó entre mis muslos y así, en primera fila y cámara en mano, asistió a la salida del primer bebé vibrador de la historia.

Lo agarré por los pies (quiero decir, por su base roja) y terminé de extraerlo:

  • ¡Lo has matado, Sandra!
  • ¿Qué...? – reaccioné medio inconsciente.
  • Tu "vib"... Te lo has cargado... –yo lo acariciaba agradecida como si fuera su propia polla. –Deberás llevarlo al fotógrafo a que te cambie la pila...
  • ¡Qué cabrón! Si puedo comprar una pila en el super...
  • Ya... pero éste lleva una de especial... Además, a Marc (ver "la boda 1") le encantará ayudarte... Y de paso le pides que te revele el carrete.
  • Ya... Como siempre...

Terminó de hacerme unos cuantos primeros planos de mi chocho al cava

Me acurruqué en la cama, poniéndome en posición fetal. Carlos comprendió enseguida que quería que se pusiera en la misma posición pegadito a mi espalda. Al hacerlo, sentí su miembro iniesto buscarse un camino entre mis muslos:

  • No me la metas, Carlos... Dale un descansito a mi chichi... Pero puedes terminar de contarme la historia...

" Estuvimos un buen rato en aquella confortable postura. Mi madre iba emitiendo unos jadeos suavecitos cada vez que mi polla se frotaba en su raja, cada vez que mis dedos le pellizcaban dulcemente los pezones:

  • ¿Mamá? –le pregunté pegando mis labios a su oreja.
  • ¡Hiii... que me haces cosquillitas!
  • Mamá... Quiero hacerlo otra vez...
  • ¿No estás bien así, amor?
  • Oh, sí... Pero... –y le di un empujoncito más evidente con mi palote.
  • Hay que ver, hijo... ¡Cómo sois, los hombres! –pero no era una reprimenda, más bien era como si estuviera orgullosa de mí.

Se giró de cara y me indicó el camino para que la montara. Me coloqué sobre ella intentando que mi polla entrara por si sola:

  • ¡Ven, cielito! ¡Tómame! – y su mano me cogió el rabito y se lo metió en el coño.

Mi mente explotó en un sinfín de sensaciones extraordinarias y algunas contradictorias. Mi polla estaba literalmente quemándose en ese horno materno repleto de jugos volcánicos. Tenía la impresión de que mi pilila era insignificante ahí dentro, que era imposible que aquella cosita le diera placer. Por otro lado, y a pesar de no haber recibido una educación estrictamente católica, me inundaba una desagradable sensación de culpabilidad. Mi madre debió sentir mi congoja porque aferrándose fuertemente con sus muslos a mis caderas, tomó parte activa y empezó a decirme cosas que enterraron para siempre mis lamentaciones existenciales:

  • ¡Carlos! ¡Qué duraaa la siento! ¡Qué gordaaa! – lo decía flojito para no despertar a mi hermano- ¡Dame fuerte, fuerteee, fuerteeeee! – flojito, pero menos.
  • ¡Mammmm... AAAAAA! – ya estaba a punto de correrme otra vez. Ella lo percibió y agarrándome las nalgas se empaló aun más en mí:
  • ¡Siii, amorrr! ¡Córrete en tu mamita! ¡Córrete, amooorrrr! ¡Llénameeee! ¡Si, si, siiiiiii!

Nos corrimos al mismo tiempo. Bueno, yo seguro que sí; mi madre... siempre he pensado que simuló su orgasmo para no herir mi recién estrenado orgullo viril..."

  • Je, je, je... En esto yo nunca te he engañado... ¡Palabra! –y giré la cabeza ofreciéndole mi boca para que me besara...

¡Pura alquimia! A la que nuestras lenguas se liaron y nuestras salivas se mezclaron, toda yo me sentí de nuevo fogosa y con ganas de marcha. Sin dejar de morrearnos, me giré por completo y con la mano así su falo y me lo dirigí raudo y veloz hacia mi conejito tragón.

Carlos me paró el gesto. Su polla quedó a medio camino:

  • Te creo... – se tumbó en la cama y me sugirió que me sentara sobre él dándole la espalda.- ¡Hmmm! – jadeó al sentir su polla hundirse en mí. Me dejé caer hacia atrás, mi espalda contra su pecho.- Te creo, amor... Tus orgasmos son siempre reales... Sí... El problema es que...
  • ¿Es, cariño? – me movía con un vaivén lateral del culo que mantenía nuestra excitación en un grado sostenible.
  • Es... que los tienes con cualquiera que se te arrime...
  • ¿Me estás diciendo que soy una ninfómana? – arqueándome un poco conseguí agarrarle los testículos y se los apreté con ganas.
  • Nooo... Ayyy... Nooo... Sólo digo que tu piel es como una pantalla táctil...
  • Bonita metáfora, amor...-ya lo tenía acariciándome las tetillas con la misma delicadeza con que yo le acariciaba los huevos- ... Pero, sigue contándome lo de tu querida mamá...

" Con el jolgorio que montamos, Pablo se despertó. Era demasiado pequeño para comprender que es lo que estaba pasando pero suficientemente enano para echarse a berrear como una ovejilla en el matadero. Mi madre reaccionó instintivamente cubriendo nuestros cuerpos desnudos con la sabana pues había suficiente luz en la habitación como para que la mente infantil de mi hermano comprendiera que su mamá y su hermanito estaban juntos en la cama y desnudos. Pero seguíamos pegados. Mi polla, a pesar de haber eyaculado, seguía empinada en su acogedor coñazo. Mi madre no hizo nada para sacárseme de encima, al contrario... Parecía divertirse ante la idea de continuar un poquito más la fiesta:

  • ¡Oh, mi bebé se ha despertado! – le dijo Pilar desde mi cama. - ¡No llores mi amor! Ahora vendré a acurrucarte y darte un besito...
  • ¿Po... –entre sollozos cada vez más débiles- poqué etá en la cama con el tete? – caray con el niño, pensé, apenas tres añitos y ya se huele algo.
  • Al tete le dolía la barriguita y no podía dormir...
  • Po a mí tambiémeduele... –prosiguió mi odioso hermanito, levantándose y viniendo hacia nosotros.

Mi madre me apartó de golpe. Mi pollita salió de su aposento y pude percatarme que con ella salían también cantidades ingentes de nuestro caldo copulatorio. Me quedé acurrucado a un lado de la cama y mi madre se sentó en ella acogiendo entre sus brazos al enano llorón. Pablo retozó su cabecita entre ese par de sagradas mamas y mi madre le fue acariciando con dulzura sus ricitos de lucifer. De repente, mi hermanito buscó instintivamente el pezón que tenía más cerca y se puso a mamarlo:

  • ¡Oy... ¡ Mira Carlos, me está mamando... Pero si ya no tengo leche, mi chiquitín...

Pero a Pablito le daba igual y como quien no quiere la cosa siguió chupeteando teta entre sollozos compulsivos. La cara de mi madre expresaba una ternura infinita y, a la vez, algo similar al placer, pues se mordía el labio inferior en un gesto que no dejaba dudas.

El niñato se fue calmando poco a poco. Yo me incorporé sentándome en la cama para poder tener un mejor ángulo de visión. Aquella escena me estaba recordando los primeros meses de amamantamiento del goloso hermanito a los que, siempre que podía, asistía y que me condujeron inevitablemente a mis primeras pajas de inspiración materna... Me desvío un poco del tema, pero bueno...

Mi padre, bruto como es, no paraba de decirle a mi madre, después del parto, que se había puesto como una vaca lechera... De hecho, creo que en realidad lo que estaba era celoso del bebé que se pasaba los días y las noches enganchado a las ubres –como él las llamaba- de mamá. Cuando él estaba en casa, no quería que yo mirara mientras le daba el pecho. Pero cuando no estaba –y durante varios meses estuvo muy a menudo desaparecido en combate... yéndose de putas, supongo- mi madre se sentaba en el sillón del salón, se abría la bata, se ponía al bebé en su regazo y le daba de mamar delante de mí sin ningún pudor. Cuando Pablito había terminado con una teta –en general, la izquierda era siempre la primera- la dejaba al aire y se bajaba el balcón de la segunda para seguir amamantando a su hijo. Yo me quedaba como un pasmarote mirando sus impresionantes mamas, de blanquísima piel, bajo la que se transparentaban ríos azulados que convergían en sus aureolas marrones de un diámetro descomunal... Y sus pezones, Dios...

  • ¿Has visto, Carlos, qué tragoncete que está hecho? – me decía mirándome de una manera, no sé cómo decirlo, como si supiera lo que estaba pasando por mi mente... Y en general, añadía: - Tú ya eres un poco mayor para que te dé el pecho... Pero si quieres... Puedes mamar un poquito...

Entonces yo me amorraba al pilón que quedaba libre y le chupaba el pezón, la primera vez sin apenas succionarlo; pero ella me alentaba pidiéndome que se lo chupara aspirando fuerte, que no tuviera miedo, que no le hacía daño, que había leche de sobras para todos... Y yo me agarraba a esa esponjosa central lechera y me quedaba bebiendo su leche caliente hasta que ella me decía, entre risas y comentarios irónicos sobre nuestra capacidad de vaciarle los depósitos al unísono, que ya estaba bien por ese momento..."

Yo me había descabalgado de mi montura. Os juro que ya estaba harta de joder. Tenía el chichi en llamas, el clicli escocido, los pezones irritados...

  • Voy a echar una meadita y vuelvo... ¿Vale?
  • Espera... Vengo contigo.
  • No... Déjame ir tranquila... Vuelvo enseguida.
  • ¡Qué pesado! ¿Qué quieres...?
  • Nada, mujer... Sólo hacer unas fotos...
  • Pensaba que se te había acabado el carrete.
  • ¡Qué va! Aun me queda media docena.

Debo confesaros que me encanta que Carlos me fotografíe. Al principio, yo me dejaba por él, porque sabía que lo ponía muy cachondo. Pero poco a poco le fui tomando gusto a la cosa y el morbo se fue apoderando de mi ser. La verdad es que mi Carlos tiene mucho talento y sabe cómo realzar en cada cliché mi belleza natural. Y, con el tiempo, (porque de primeras me sentó muy mal), el hecho de que sus amiguetes pudieran catar visualmente mis encantos más íntimos(bueno, casi todos consiguieron catarme en carne viva... pero eso es otra historia), me ponía ciega de calentura.

Así que, sentada casi en cuclillas sobre la taza del váter, me dispuse a mear y Carlos a fotografiar la meada:

  • Ábretelo bien, cielo... Que se vea perfecto...

Obedeciéndole, separé los labios de mi vulvita y oriné con triplicado placer. La faena fue mía para que el chorrazo amarillento cayera dentro del inodoro:

  • ¡Qué fotos, Sandra! Ya verás cómo se va poner Marc cuando las revele. No, no te seques –exclamó viendo que arrancaba un pedazo de papel higiénico para secarme las cosicas.

Dejó a un lado la cámara y se arrodilló ante mi chocho más que mojado. Su lengua se puso a lamerme como un perro lo haría:

  • No, por favor, Carlos... Para... Que lo tengo muy escocido... ¡Stop! –dije casi gritando.

Me volví para la cama. Me serví un poquito más de cava. Me lo bebí y me estiré dispuesta a dejarme abrazar por Morfeo. Entre tanto, Carlos había cogido la fregona y limpiado todos los meados que habían ido a parar fuera de la taza. Al volver a la cama, yo ya estaba a punto de partir hacia un feliz viaje onírico. Y es que el sexo cansa que no veas... Pero te deja de un "relax" que es una maravilla...

  • ¿Duermes? – preguntó estirándose a mi lado.
  • ...
  • ¿No quieres que te cuente el final?
  • De acuerdooo... Pero si me duermo, no te enfades...

" ...Pablo terminó en pocos minutos por quedarse roque. Mi madre me pidió que lo pusiera de nuevo en la cama y lo tapara. Así lo hice. Acto seguido me senté a su lado. Observé que tenía la piel de sus aureolas muy contraída y sus pezones duros como piedras:

  • ¡Qué hermosos pechos tienes, mamá! – le dije acariciándoselos torpemente.

No me dejó seguir. Recogió su camisón del suelo y se lo puso:

  • Tengo frío... – dijo, fregándose los brazos con ambas manos lo que hacía que sus senos se marcaran voluptuosos bajo la fina tela del camisón. – Anda, acuéstate... – dijo, acercándome mi pijama para que me lo pusiera. -... Papá debe estar a punto de bajar...
  • Mamá... Creo que papá se quedará toda la noche con la vecina... – la luz del pasillo se filtraba a través de su camisón ofreciéndome un bucólico contraluz de sus muslos y de la exuberancia de su felpudo. Me puse el pantalón del pijama. Mi pollita empezaba a endurecerse de nuevo...

No sé que me cogió, pero me abalancé sobre ella arrodillándome y metí mi cabecita entre sus piernas. Mi boca buscó afanosamente su coño y mis labios cataron su espesa humedad. Mi lengua se puso en movimiento buscando a ciegas, entre su densa pelambrera impregnada de todo tipo de jugos, su preciado clítoris. Ella separó los muslos en un claro gesto de asentimiento que traicionaba sus palabras:

  • Carlitos... Estoy muy sucia... No, no... Ya está bien por hoy... ¡Nooo!
  • Quiero hacerte gozar otra vez, mamá – le dije desde las tinieblas de su calentísima entrepierna.
  • Pero, cariño... Si ya me has hecho gozar un montón... Anda, sal de ahí y vete a la cama.

Salí, como ella me lo pedía, pero no me fui a la cama:

  • Mira, mamá... Se me ha puesto dura otra vez. –le dije sacando el pajarito por la bragueta del pantalón del pijama.
  • ¡Recórcholis, niño! Eres como tu padre...
  • Sí, claro... Pero papá debe estar haciéndoselo a la Teresa... –le espeté con ganas de herirla.
  • Tu padre es una cabrón y un putero. –me contestó saliendo de nuestra habitación. Yo me fui raudo tras ella:
  • Ya, ya... Pero él te folla todos los días... Y no me digas que no te gusta... que bien te oigo chillar de gusto... – ya estábamos a la puerta de su dormitorio.
  • No le hables así a tu madre... –dijo entrando en su habitación y sin impedir que yo la siguiera.
  • Pues él bien te dice... –me callé. Por mi mente pasaron las decenas de palabrotas soeces que mi padre le lanzaba en la intimidad de su dormitorio mientras le hacía todas esas cosas que yo simplemente intuía.

Mi madre había encendido la luz de la lámpara del techo. Sin quitarse el camisón, se puso a cuatro patas sobre la cama y se lo levantó hasta media espalda dejando su impresionante culazo a mi merced:

  • No está bien que escuches detrás de las puertas... Lo que hagamos, papá y yo, son cosas de mayores.

Reclinó su cabeza y su pecho sobre el edredón y echando los brazos hacia atrás se agarró con ambas manos las nalgas, abriéndose el culo clamorosamente:

  • A tu padre le encanta tomarme por detrás... –hablaba sin mirarme, con la cara pegada a la almohada- ... yo casi nunca lo dejo... Este agujero está hecho para otras cosas. –sentenció pero sin dejar de mostrármelo, negro como el carbón y envuelto de pelillos igual de oscuros.

Me costaba un mundo, en esos momentos, comprender qué quería mi madre... ¿Quería que la sodomizara? ¿O quería simplemente que repitiera el anolingus de la tarde?

Hecho un mar de dudas, me subí a la cama, me arrodillé detrás de ella y comencé a lamerle el ojete con suma dedicación. Al primer contacto de mi lengua en su esfínter, éste se convulsionó, contrayéndose y dilatándose en rápidos espasmos y mi madre se puso a jadear guturalmente:

  • ¡Qué buenooo, amooorrr! ¡Tú si que sabes prepararle el culito a tu mami! ¡Sigue, cieeeelooo, siiiigueee!

Mis manos sustituyeron las suyas amasando sus grasientos glúteos enérgicamente. Vi como una de sus manos pasó a acariciarse concienzudamente el clítoris haciendo que sus gemidos se acelerasen:

  • ¡Qué bien lo haces, hijo! ¡Aaaaa! ¡Mmmm... síiiii!

Yo no quería interrumpir mi lameteo para decirle cualquier chorrada como que la quería, que adoraba su cuerpo rechoncho, su culo celulítico, su chochazo rezumante de suciedad y peludo como un yeti, sus enormes tetas caídas y esponjosas... sus...

  • ¡Ya, ya, ya, yaaaaaa! ¡Siiiiii! ¡Ffffffuuuuu, fuuuu, fuuuu!

Al igual que esa misma tarde en la bañera, mi madre tuvo un orgasmo que la dejó medio inconsciente. Yo dejé de lamerle el culo y me aparté un poquito para contemplarla de esa manera, como una perra, como una cerdita insaciable. Ella volvió a situar sus manos sobre sus nalgas. El agujero negro lucía brillante de mis babas y ligeramente engrandecido. Acercó dos de sus deditos, uno de cada mano, al cráter humeante y en un movimiento extrínseco se dilató el esfínter, dejándolo como un ojo provocador, del diámetro de una moneda de un euro:

  • Es todo tuyo, hijo... ¡Todo tuyo!

Y ocurrió lo que menos me esperaba. Justo cuando estaba a punto de sodomizar a mi propia madre, se oyó el ruido de la puerta de entrada: mi padre había vuelto."

  • Sandra... – Carlos me sacudía el hombro- ¡Sandraaa!
  • ¿Qué? ¿Qué pasaaa? –le pregunté desde el limbo.
  • ¿Qué pasa? ¡Que te has quedado frita!
  • ¡Qué va! Me he enterado de todo... –le dije bostezando ostensiblemente.
  • ¿De todo? No creo...
  • Sí, Carlos... Estabas a punto de encular a la cerdita cuando aparece tu padre para joder la marrana...
  • ¡Hostias, Sandra! ¿Cómo te lo haces? Parecía que estuvieras en el más allá...

Instintivamente, mi mano buscó su verga. Me alegré, a pesar de mi cansancio y las ganas de dormir, al ver que volvía a estar bien trempada. Comencé a pajearlo cansinamente. En realidad, me encantaba sentir su polla palpitando en la palma de mi mano:

  • Sandra... Déjame entrar en tu cuevita. –dijo Carlos sin unir el acto a su demanda.
  • No, cielo... Estoy hecha polvo... Mañana más, ¿vale?
  • ...
  • ¿No te gusta que te lo haga con la manita? – pregunta idiota pues sabía que le encantaba.

Se separó un poco de mi trasero para dejar que mi mano lo masturbara sin rozaduras indeseables.

  • Pues... ¡Hala! –exclamé acelerando el ritmo de la paja- Cuéntame el resto y así te corres pensando en el "cuerpazo" de tu mami...

" ...De un salto, me bajé de la cama y ya me disponía a volver corriendo a mi habitación cuando mi madre me frenó en seco diciéndome:

  • ¡Te va a ver! No... ¡Métete debajo de la cama!

Eché un último vistazo a esa gloriosa maravilla que iba a perderme. Me quedé de piedra al ver que ni siquiera se había bajado el camisón para taparse las vergüenzas... ¡Se había quedado exactamente en la misma posición, con el culo en pompa y sus manos abriéndolo como una enorme sandía partida en dos. ¿Qué prentendía mi madre?

Debajo de la cama, con el corazón latiéndome a mil, sin apenas respirar por miedo que el mínimo ruido me delatase, me quedé expectante, sin tener la más remota idea de cómo iba a acabar aquello.

Mi padre debió quedarse petrificado en el umbral de la puerta del dormitorio porque la primera voz que oí fue la de mi madre; una voz llena de mala leche pero con un deje de calentura de hembra en celo:

  • ¿Qué? ¿Ya te has cansado de follarte a la lagarta, ésa? Con lo guapa que me había puesto hoy...
  • Pili... Pili... Ya sabes que a quién quiero es a ti – su voz pastosa declamaba acercándose a la cama.
  • ¿Ah, sí? Pues ya sabes lo que te toca... ¡A cumplir como el "buen" marido que eres! –desde mi posición, sólo podía observar los zapatos de mi padre. – Estoy segura de que no eres capaz, pedazo de maricón...
  • Pilarín... Pilarín... ¡No me provoques! –entonces vi las manos de mi padre desahaciendo los cordones de sus zapatos. Acto seguido, se bajó los pantalones y con dificultad se los sacó, quedándose en calcetines. Unos segundos más tarde, bajaron sus calzoncillos.
  • ¿A qué esperas? ¿Acaso no te gusta lo que ves? ¿Tan buena está la ramera ésa?
  • ¡Joder, Pili! ¡Estás caliente como una mula! ¡Nunca te había visto tan cachonda! Podías haberte unido a la fiesta... La Tere te hubiera enseñado a hacerme unas cuantas cosas...

Los pies de mi padre habían desaparecido, lo que significaba que ya debía estar manos a la obra:

  • ¡Yo no soy una puta! ¿Qué te ha hecho esa guarra que yo no te haga?

Me fui deslizando por el suelo hasta llegar a la altura de los pies de la cama. A pesar del riesgo que corría no quería perderme el ver a mis padres en acción. Así que me enderecé lo suficiente para sacar mi cabeza como un periscopio. Mi padre intentaba penetrarla por el ano, pero su media erección –comprensible después del trajineo de la noche y la cantidad de alcohol que había ingerido- no se lo permitía.

  • ¡Lo ves! ¡Mi cabrón de marido no puede follarse a su fiel mujercita! –era increible oir a mi madre emplear un lenguaje tan vulgar- ¿Te ha vaciado los huevos, eh, hijoputa?

Mi padre, lejos de sentirse humillado, no se amedrentó ni un ápice. Al contrario, aunque su polla seguía a media asta, la situación parecía excitarlo un montón. Y yo, a pesar de que en esos momentos odiaba a muerte a mi progenitor, algo en mi mente me estaba diciendo a gritos que aquella escena excitaba por igual a mi madre. No tardé en comprobarlo.

  • La Tere, primero ...¡Flaschhh! - Sonó el manotazo de mi padre en las nalgonas de mi madre.
  • ¡Aaaayyy! – gritó la esposa sumisa sin apartar su trasero, presta a recibir su castigo.
  • ...Está mucho más buena que tú... ¡Gordita, mía! ¡Flaschhh!
  • ¡Aaammmhhh!
  • ... Es una chupona profesional... No como tú, que me clavas los dientes cada vez que me la mamas... ¡Flaschhh! – mi padre se había apartado un poco, de lado, para poder zurrarla con más fuerza, lo que me ofrecía una excelente perspectiva del trasero de mi madre.
  • ¡Aaajjjj! ¡Nooo...!
  • Además, cerdita mía... ¡Le encanta mi lefa! ¡Flaschhh! ¡Se la traga toda sin rechistar! No como tú, que te entran arcadas sólo de pensarlo... ¡Tomaaa! – le arreó tal guantazo en la nalga que la mano le quedó marcada como la cara del cristo en el sudario.
  • ¡Andréssss! – gritaba mi madre llorando a lágrima viva. - ¡No me pegues más, por favor! ¡Haré lo que me pidas! Pero...

Yo estaba muy confuso. Confuso pero excitadísimo. Mi padre le estaba poniendo el culo como un tomate maduro; mi madre suplicaba llorando que el bestia de su marido cesara el suplicio y, no obstante, seguía en esa posición de perra sumisa, sin ofrecer resistencia alguna.

Entonces, mi padre le hundió la mano en su chocho y se echó a reir a carcajada limpia:

  • ¡La puta que te parió! –exclamó observando su mano empapada de los néctares de mi madre. – ¡Contra más te zurro, más cachonda te pones! ¿Quieres que te joda, eh?
  • ¡Oh, sí... Fóllame, fóllame, fóllame! –mi madre había vuelto a colocar sus manos sobre sus azotados glúteos.
  • ¿Quieres que te folle como a la Teresa, eh? ¡Pídemelo! ¡Pídeme que te rompa el culo como se lo he roto a la zorra del cuarto primera!
  • ¡Siiiii... reviéntame el culo, hijoputa! ¡Soy toda tuyaaa!

Mi padre sudaba como un cerdo. La adrenalina le salía por todos los poros. La testosterona inyectada a raudales en su polla, se la había puesto de nuevo como el pilón de un mortero. Se puso en posición de monta, casi sentado sobre las anchas caderas de mi madre y con su mano dirigió su cipote a la entrada de ese obscuro objeto de deseo. Sin delicadeza alguna, le insertó su miembro de una sola embestida. Mi madre aulló de dolor:

  • ¡AAAAAAAAAAAAAAAAAYYYYYYYYYYYYYY!
  • ¡Dilo, Pili! Di que como la polla de tu Andrés, no hay ninguna... ¡Dilo, zorraaaaa! – y diciéndolo le perforaba el culo con una rabia y una fuerza redobladas.
  • ¡AAAAAAAAAAAAAAAAUUUUUUUUUUUUUUU!
  • ¡DILOOOOO!
  • ¡SIIIIIIIIIIIIIII! ¡Tu pollAAAAAAAAAUUUUUUUU!

¿Crees que mi madre se acordaba de que yo estaba allí? No creo. En cualquier caso, yo estaba tomando conciencia de que mis capacidades para satisfacer las demandas sexuales de mi madre estaban muy lejos de las que ostentaba el bruto de mi padre. ¡Qué bestia! Por otro lado, iba comprendiendo que si mi madre se sometía tan "encantada" a la perversa lujuria de mi padre era porque debía sentirse culpable de todo lo que había estado haciendo conmigo... Pero, qué le vamos a hacer... Así es la vida...

Mi padre se corrió en el culo de mi madre, gritando y resoplando como un hombre de Neanderthal. Ella se quedó silenciosa, agradecida, pienso, que aquella tortura llegara a su fin. Pero quedaba la guinda final.

Extrajo su pollón del recto de mi madre y por espacio de unos segundos contemplé su ano dilatado y un poco de la lefa de mi padre que salía teñida de marrón.

La agarró por los pelos y la obligó a limpiársela con la boca:

  • ¡Oh... Señor... Esto no, por favor!

Mi madre se giró lateralmente, forzada por la mano que le agarraba la cabeza y descubrió mi mirada atónita. Estuvo a punto de soltar un chillido que me hubiera dejado, sin lugar a dudas, en una posición más que delicada. Pero se contuvo:

  • Pili... Esta noche has estado muy bien... –apuntando su polla manchada de heces en los labios aun cerrados de la asustada cara de mi madre.- ... No lo estropees ahora... La Tere, ¿sabes?... Se relamía chupándomela después de que la hubiera enculado como a ti...

Mi madre me miró por última vez como pidiéndome que la perdonara y quizás también para que dejara de mirar aquellas marranadas que según ella eran cosa de los adultos. Pero yo estaba como paralizado. Mi mano seguía agarrada a mi falo y éste seguía duro como la piedra. Comprendió que mis ojos le decían: "Va, chúpasela, mamá... Yo voy a correrme pensando que es la mía la que mamas"... Abrió la boca y, tras una primera mueca de asco infinito, se la engulló como la vecina... Hasta la campanilla.

  • Muy bien, mamona... Muy bien... Ahora... ¡Acompáñame al baño!
  • ¿Por qué? ¿Qué quieres más? – dijo secándose la boca con el bajo de su camisón.
  • ¿No querías que te follara como a la Teresa?
  • Sí... Bueno... Ya me has tomado por el culo... Ya te he limpiado la tranca llena de mierda... ¿Qué coño queres más?

Mi padre se bajó de la cama y casi llevándola a rastras, se fue para el cuarto de baño. Lo último que acerté a oir con claridad fue:

  • ¡Tengo ganas de mear!"

  • Y esto es todo, Sandra... Y ahora podrías activarte un poquito más que parece que se te haya dormido la mano.

Me giré hasta quedar de cara a él. Le besé tiernamente. Lo felicité por lo excitante de su narración y le pregunté si finalmente se había corrido debajo de la cama. Me contestó que aunque me pareciera increíble no había podido eyacular, pero que cuando volvió a su habitación se hizo una corta pero intensísima paja que lo envió directamente al paraíso de los sueños.

Toda esta conversación final la tuvimos a ciegas. Cerramos las lucecitas de las mesillas de noche y nos abrazamos cara a cara...Y mientras me iba contando los últimos pormenores de su historia y algún que otro detallito altamente hot que se me habrá olvidado, activé mi manita vigorosamente hasta que sentí los chorrillos de su leche calentita estrellarse contra mi vientre...

Y no recuerdo nada más de aquella velada.

(Pronto, con todos Ustedes: La boda V (la luna de miel))