La boda (3: Un paréntesis incestuoso 1)

Aquí estoy de nuevo. Un paréntesis doble que me vino a la memoria mientras escribía la suite de mi boda. Espero que lo disfrutéis tanto como yo en su día.

LA BODA – capítulo 3-

Un paréntesis incestuoso (primera parte)

Vamos a ver... Recordemos cómo término el capítulo anterior... Ah, sí... Mi suegra acababa de explicarnos lo bien que se lo pasaba lavándole las vergüenzas al sinvergüenza de mi marido cuando éste no era más que un jovencito imberbe; cómo le gustaba frotarle el culito y limpiárselo bien limpito...

Cuando le pregunté si se lo hacía también con la boca, se ruborizó un montón y se negó a contestarme. No quise insistir pues yo ya conocía todos los pormenores de sus aventuras incestuosas... Carlos me lo había contado todo todo a las pocas semanas de conocernos.

En cualquier caso, con su relato nos había calentado, a mí y a mi primo Ismael, como una estufa de butano de tres fuegos. Curiosamente (y digo curiosamente porque ya me conocéis, que cuando me sube la bilirrubina pierdo todo sentido del pudor... pero ese día, mira por dónde...) me mantuve bastante pasiva mientras mi suegra se dejaba magrear el felpudo por el sátiro vicioso de mi primo... Además, me negué a mamársela al mentado e impedí que mi señora suegra se lo hiciese ahí en medio, en mitad de lo que quedaba de banquete...

No sé, debía ser que ese día estaba yo un poco más romántica de lo habitual y por eso no quería que el día terminara como una película porno rumana.

Y ahora, escribiendo estas líneas, me vienen a la memoria algunos de los relatos que Carlos me fue contando durante los dos años de noviazgo...

Por ejemplo, me había contado que lo que más le gustaba a su madre, vamos, lo que la ponía cachondísima, era ponerse la polla de su hijo entre sus vacunas mamellas, apretujarlas con sus manos y pajearlo como una diosa cubana repitiendo sin cesar : « Oh, mi bebé, mi bebito... ¡Dame tu lechecita ! Hasta que Carlos se corría, con esa fogosidad de tiralíneas que tienen las primeras corridas. Doña Pilar siempre estiraba el cuello hacia atrás para que la lechecita de su hijito no le fuera a parar a la cara. De esta manera, las corridas del jovencito Carlos se estrellaban contra la barbilla de su madre deslizándose cuello abajo... perdiéndose en sinuosos regueros entre sus senos.

Después, se ponía de pie ante él y mostrándole con un dedo acusador la lefa que le embadurnaba el cuello, el pecho y ya empezaba a bajar hacia su rollizo vientre, le decía : « Niño malo, mira cómo me has puesto ». Y acto seguido, ante un Carlitos totalmente abrumado y sumiso, le pedía que la limpiara con el guante de baño. Carlos ejecutaba la orden sin osar apenas tocar la piel de su madre, pero ésta, me dijo, alargaba al máximo el momento indicándole con la mirada o acompañandolo con sus manos los lugares que ella quería que acariciara con atención y en los que no siempre había rastros de lefa.

La pobre mujer debía ponerse como una caldera. No me extraña que los dias de baño terminaran en auténticas orgías de sexo con el señor Andrés :

  • Y ¿nunca se desnuba completamente ? –le preguntaba a Carlos.
  • Al principio, no... Y yo no me atrevía a pedírselo... Es que, joder, yo era muy niño y ella... joder... era mi madre.
  • Sí, ya... Pero una madre que te la meneaba estupendamente y que se dejaba sobar y mamar las tetas sin que se lo pidieras tú... ¿Nunca te pidió que le comieras el chichi ?
  • Esto son cosas muy nuestras, Sandra –a Carlos le encantaba hacerse el remolón porque sabía que yo insistiría ofreciéndole, a cambio de sus confidencias, alguna que otra de esas fantasías sexuales que tanto le excitaban.
  • Cuenta, cuenta... –y me sentaba ante él, desnuda y presta a acariciarme lascivamente.

Y una de eses veces en las que iniciamos uno de nuestros jueguecitos perversamente apasionantes... pues me explicó, largo y tendido :

« Muchas veces, la mayoría, mi madre y yo entrábamos juntos al cuarto de baño. Ponía a llenar de agua bien caliente la bañera, encendía la estufa y la ponía al máximo. Luego me pedía que me desnudara para recoger toda la ropa sucia. Se sentaba en un taburete y me miraba con mucha ternura. Nunca era ella la que me desnuba. Imagino que no quería precipitar el desenlace. Luego, me metía en el agua y ella recogía mi ropa del suelo. Mis calzoncillos blancos siempre ostentaban un par de manchas : amarillenta por delante y amarronada por detrás :

  • ¡Qué niño más marranote ! –exclamaba sonriente y eso calmaba en mí la turbación de esos momentos.

Y me dejaba unos minutos en remojo pero pidiéndome que no me lavara nada y sobretodo que no me tocara :

  • Espera a mamá, ¿vale ? –y me miraba de tal manera que la erección era instantánea.
  • Sí, mamita... Yo no hago nada. –le contestaba yo con una sonrisa de oreja a oreja.

Me costaba un mundo aguantarme las ganas de masturbarme, pero me aguantaba... Valía la pena. En general, nos quedábamos solos en casa, pues mi padre se iba a ver la tele a casa de los vecinos del quinto y se llevaba a Pablito, entonces muy pequeño, porque los vecinos tenían una niña de la misma edad que él pero, sobretodo, porque mi padre andaba de culo por la mujer del vecino que estaba hecha una verdadera calienta braguetas... »

  • No te desvíes, cielo... Esto ya me lo contarás otro día...

« ... Te lo contaba porque eso significaba que teníamos un buen rato por delante y que, casi siempre terminábamos subiendo a cenar con ellos o eran ellos los que bajaban... »

  • Hummm... Ya me imagino cómo terminaban esas cenas... Pero ahora sigue con el baño que si no yo paro de hacer mi número –y cruzaba las piernas adrede.
  • No, no, corazón... Ya sigo...

« ... Decía que, en general, mi madre entraba en el baño vestida con su bata de estar por casa. La primera vez, lo veía con claridad, con la bata bien abotonada y con el sujetador puesto. Pero, la segunda, la bata ya estaba ligeramente escotada y no había ni rastro del sujetador. Y siempre repetía los mismos gestos, las mismas palabras : era su liturgia particular.

  • ¡Qué calor que hace aquí, vidita ! (y era más que cierto pues la estufa carburaba al máximo).

Yo no me movía, medio sentado en la bañera, viéndola venir hacia mí y mirando como mi pene se enderezaba alegremente. Entonces, se acercaba, cogía un taburete bajo y se sentaba tocando el borde de la bañera. Me miraba a los ojos, primero y enseguida bajaba la mirada hacia mi miembro erecto. Entonces, me acariciaba el pelo y exclamaba como si me regañara :

  • Ay, pero qué pillín que es mi Carlos !

Las primeras veces yo no hacía nada pero con el tiempo fue envalentonándome y cuando se sentaba tan cerquita de mí intentaba meter la mano en su escote. Pero siempre me lo impedía, refunfuñando :

  • Tate, tate... Esto se mira pero no se toca... »

  • Es increible que pusiera tantos reparos... –le interrumpí levantándome para coger un par de cositas del cajón de la mesilla de noche, uno de los primeros regalos que Carlos me hizo:  un vibrador monísimo y un tarro de pomada hot. -... total, unos minutos más tarde, casi siempre terminaba haciéndote una sabrosa cubana, ¿no ?

  • Ya ves... Cosas de madre... Me imagino que para ella era necesario crear un ambiente picante y hacer las cosas lentamente para que los sentimientos de culpabilidad fueran desapareciendo dejando paso a la calentura...
  • Tú siempre analizándolo todo psicológicamente... – cambié la silla por un sillón de brazos que me permitía abrirme confortáblemente. Carlos, sentado en la cama, no paraba de mirarme el coño, la polla tiesa como un clavo :
  • Sandra... Quítame las esposas –ese fue un regalo mío- Venga, porfa... (las manos ligadas por detrás, el pobre era incapaz de calmar su calentura).
  • Oh que no... Continúa, que me encanta verte así. – le dije abriendo el tarro y untándome el chuminín de excitante pomada.

« ... Bueeeno... Pues una de esas veces –tendría yo quince añitos- en las que tras el ceremonial de mi corrida y la regañina habitual por haberle llenado las tetas de esperma, en lugar de pedirme que la lavara, se levantó y me pidió que me sentara de nuevo en la bañera. Obedecí, como el buen hijo que soy y la observé... Se quitó la bata. Mi madre no era ninguna belleza escultural ; sin ser muy baja era más bien de tipo botijo, de fuertes caderas y, ya entonces, con un poco de vientre, y unas piernas poco estilizadas, de muslos cargados y gordotas rodillas. Nunca se quitaba las bragas y usaba siempre unas anchas, blancas, del mismo modelo...

... Mis ojitos de adolescente complacido la observaban con una avidez y una admiración propias del que no ha conocido a otras mujeres... Sus senos, pletóricos, blanquísimos, lechosos, me parecían auténticos cántaros de miel, con esas aureolas oscuras de increíble diámetro y un par de pezones gordos como garbanzos cocidos... »

  • ¡Qué decepción tuviste con mis tetitas insignificantes ! – todavía no le había dado al botón de mi « vib », me entretenía con él paseándolo de mi boca a mi sexo y, al decirle eso, golpeando con su punta en forma de prepucio mis dos pezoncitos.
  • En absoluto... Es cierto que tus aureolas son practicamente inexistentes... Todo es pezón... Pero me encantan... Me encanta chupártelos, mordértelos, mamarlos... Los tienes tan sensibles, tan... ¿Te acuerdas aquella vez en el cine ?
  • ¡Hummmm ! ¡Callaaa ! –y le di al botón recordando como sólo con pellizcármelos había conseguido que me viniera un delicioso y silencioso orgasmo.
  • Mira como estoy, Sandra... ¡Qué suplicio ! – sin estar completamente descapullado, en su prepucio brillaban gotitas de líquido seminal (qué goce, amigas, tener a tu hombre así, suplicándote que te lo folles, que se la comas, que se la peles...).
  • Pronto, cielo... ¡Prontoooohhhh ! –chillé al hundirme la puntita del cipote vibrador en mi más que lubrificada almejita.

« ... Un escupitajo de mi leche resbalaba por uno de sus pezones formando una estalagmita blanquecina. La tomó entre sus dedos y se la llevó a los labios, entreabriéndolos y lamiéndola con la punta de su lengua. No dijo nada. No hizo ninguna mueca de disgusto. Cerró los ojos y se puso con ambas manos a esparcirse toda mi leche por su pecho, por su vientre, y a continuación a lamerse las palmas de las manos, sin hacer ningún comentario...

... Entonces, se quitó las bragas. La visión del espeso triángulo de su felpudo me dejó sin habla. Vino hacia mí y me pidió que le dejara sitio en la bañera. Sin levantarme, me desplacé hacia un lado y ella se puso de pie dentro del agua. Se sentó en el borde, se apoyó en él con ambas manos, abrió sus piernas y me dijo :

  • Hoy quiero que me laves tú, cariño.

... Como si lo hubiera hecho toda la vida, me arrodillé entre sus muslos y acerqué mi boca a su oscura pelambrera entre la que apenas se intuía la hendidura de su sexo. ¡Qué olor, Sandra ! Antes de que la punta de mi lengua rozara su coño, un intensísimo aroma de mujer, de sexo ardiente, de molusco salado, me penetró las narices haciéndome respirar de profunda excitación. Dejé que mi nariz rozara su vulva, la frotara de abajo a arriba untándose de su ácido perfume :

  • OOOHHH, Carloooosssss –le temblaban los muslos, respiraba a bocanadas, jadeaba ruidosamente.- Oh, hijo míooo... No está bieeennn...
  • ¿No lo hago bien, mamá ? – le pregunté temeroso de estar defraudándola.

... Me separé un poco hacia atrás. La miré a la cara unos segundos. La punta de su lengua sobresalía entre sus dientes. Sus senos, desde mi perspectiva, aparecían como sendos requesones, caídos por su propio peso sobre sus costillas. Mis manos, inmóviles sobre sus rodillas, esperaban que alguien les dijera lo que debían hacer... De hecho, todo yo esperaba órdenes concretas. »

  • ¡Uauuu ! ¡Mi vidaaa ! – con el « vib » hundido en mi chocho y vibrando a toda pastilla, me dejé llevar por el placer que me procuraba multiplicado a la milésima potencia por las imágenes que creaba su relato en mi mente- Voy a correrme, mi vidaaa... Me vieneeeee, mi amooooorrrrr !
  • Sandraaa, joderrrrrrr –se debatía, el pobrecito, intentando pasar las manos por encima de la cabeza- ¡Suéltame ! ¡Haz algooo !

Sí que lo hice : terminé de correrme como venus bendita, jadeando y chillando sin cortarme un pelo (una pareja de lesbianas, vecinas del piso contiguo y que más adelante se harían « muy » amigas mías –son las del relato « La fiesta »- me dirían que se lo pasaban pipa escuchando mis conciertos casi cotidianos). Me permití descansar un minutillo y me levanté con el consolador en la mano.

Acerqué la boca a medio palmo del rabo de Carlos que me observaba expectante y sacando la lengua a lo Mick Jagger hice el gesto de lamérselo sin llegar a tocarlo :

  • De ésta te vas a acordar... ¡Mala pécora !
  • Uyyy, qué miedo... qué miedo – y poniéndome de rodillas junto a su torso le acerqué el vibrador a los labios : ¡Chúpalo, anda ! Dime si mi coño sabe mejor que el de tu madre.

Todo el mundo piensa que Carlos es el hombre más bueno de la tierra, íntegro y decente como un párroco franciscano. Todo falso. Si me decidí a casarme con él, a compartir mi vida con él, es simplemente porque su imaginación, su deseo, su morbo... no tienen límite... Su generosidad en el amor y en el sexo es infinita. Y mi felicidad, sea como sea, sea con quien sea, es su felicidad. Así que, por todas estas tonterías de novela rosa que os acabo de brindar, el bueno de Carlos se puso a chupetear la punta del consolador como si fuera la tetina de un biberón :

  • No, Sandra... Tu coñito sabe a sexo limpio, a ostra gallega fresquísima, a yodo y

sal–me decía intentando girarse y dirigiendo su polla hacia mi entrepierna.

La verdad es que sólo tenía que separar mis piernas para sentarme sobre su verga y juraría que nos habríamos corrido los dos en el acto, pero cuando jugábamos a ese tipo de juegos había unas reglas que debían cumplirse a rajatabla :

  • Y... ¿ a qué sabía pues el de la señora Pilar ?

« ... Ahora te lo digo. Pero antes que metiera la lengua ahí dentro, mi madre se medio levantó, arqueó sus caderas hacia delante, apoyándose como podía con el culo en la repisa de la bañera y con ambas manos se abrió la vulva que ante mis ojitos deslumbrados apareció igualita a un higo maduro partido en dos :

  • ¡Cómetelo, vidita ! ¡Ya verás qué bueno está !

Ese olor tan penetrante no era nada comparado con su sabor. Tú estás siempre metida en la ducha... pero mi madre no, te lo aseguro. ¡Qué gusto, la vírgen ! Una mezcla indefinible de gustos salpicaron mis papilas : salado, amargo, rancio... ¡Qué asco !, pensé, con la mitad de la lengua metida en su coñazo. Pero a ella le producía el efecto contrario :

  • Ohhhh, sííí... Mi vidaaa... Mi cariñínnnn ... ¡Qué buenoooo... qué lenguaaaa !
  • ¿Te gusta, mamá ? –pregunté maravillado por su reacción, olvidando casi por completo el mal sabor de boca. »

Mientras me contaba los pormenores de su primer –que no último- cunnilingus maternal, hice que se estirara casi por completo, le separé las piernas, le puse un par de cojines bajo los riñones y le unté con vaselina el ojete :

  • Si paras de contar la historia, te dejo así toda la noche y me voy al cine...
  • ¿Qué vas a hacerme ?
  • Tú ya sabes... Todo lo bueno que tu « mamá » te hacía...

« - Me encanta, cuquilla mía... Pero aquí... ¿ves ? –y con un dedo me mostraba su pequeño clítoris, redondito y rosado como una lenteja turca- Aquí me va a gustaaaahhhhrrr- gritó al contacto de mi lengua en su botoncito- aaaaaaaaarrrrrr ! ! ! »

Fue el mismo grito que pegó Carlos cuando le introduje en el ano la punta del consolador y éste se puso a vibrar tras darle al botón. Me senté a horcajadas sobre su vientre, con el culo en pompa bien puesto en evidencia a un palmo de sus narices. Se lo fui acercando muy lentamente hasta que sentí como su lengua me lamía golosamente el agujerito de atrás :

  • ¿También le chupabas el culo a tu mamá ?
  • Tambiénnn... Aaaaa.... Hazme gozaaaarrr ! ! ! –chilló como un cerdito cuando le hundí hasta el fondo de su recto el vibrador. Quería conseguir que se corriera sin siquiera rozarle la pija.
  • Acaba de explicarme cómo terminó tu comida de ese día... – le dije avanzándome un poco para que mis cositas quedaran fuera del alcance de su boca pero para que las pudiera seguir viendo en todo su esplendor.

« ... Mi madre no tardó en alcanzar el orgasmo. Fue muy largo... muy diferente a los tuyos : ella es de un solo orgasmo, pero muy bestia. Me apretaba la cabeza contra su coño y jadeaba sin parar. Intentaba decir cosas pero yo no acertaba a comprenderlas. Hasta que en un momento dado soltó un alarido espeluznante, se arqueó levemente hacia delante y mi lengua cambio sin quererlo de orificio quedándose aplastada contra aquel cráter negruzco, peludo y aun más sucio que su coñazo :

  • ¡Hiiiiiiiiiiiiiiijjjoooooooohhhh de putaaaaaaaahhhh !- Intenté apartarme pero ella me lo impidió machacándome la cabeza contra sus glúteos – Mi culooooo... mi culooooo... mi culoooooooohhhhhh !

De repente, estirándome por los pelos me apartó brutalmente de su sexo. Se quedó en la misma posición un buen par de minutos, respirando lentamente, acariciándome el pelo y la cara, recorriendo mis labios con sus dedos, metiéndomelos en la boca. Finalmente, me levanté y la abracé :

  • ¿Estás bien, mamá ? –le pregunté, su cara hirviente contra mi pecho, mi pollita de nuevo trempada aplastándose contra sus senos.
  • Muy bien, hijito... Muy bien... Me has hecho muy feliz... Muy feliz... –su boca me besaba el pecho y sus labios calientes se abrían como ventosas sobre mis tetillas de adolescente... »

Hice lo mismo. Pero en lugar de hacerlo con la boca lo hice con mi coñito. Lo refregué bien refregado sobre su pecho, sobre cada uno de sus pezoncitos :

  • Sandra, amorrr... Me vuelves locoooohhhh...

Y se produjo el milagro. Carlos empezó a eyacular. Su pene, en graciosos espasmos que semejaban el movimiento de un diapasón, fue soltando potentísimos cordones de lefa blanca que caían sobre su vientre y sus muslos. Por mi parte, la simple observación de aquel portento eyaculador me excitó lo suficiente para que un segundo orgasmo llegara casi simultáneamente al suyo :

  • ¡Y túuuuhhhh a míiiiiii ! –chillaba corriéndome sobre su pecho.

A pesar de que me moría de ganas de lamerle toda la lefa y meterme en la boca su morcillona polla para apurar hasta la última gota, no lo hice. Cuando jugábamos a estos diabólicos juegos, nos permitíamos sobrepasar algunos de los límites que en circunstancias más normales no lo hubieramos hecho. Por eso, ese día, viciosa como nunca, le saqué el vibrador del culo y acercándoselo a la boca le dije :

  • Ahora, esclavo mío, limpiame mi « vib » como yo te limpio el tuyo cuando me culeas...
  • ¿Y tu me limpiarás con tu lengüecita, después ?
  • Ya veremos... Antes tendrás que terminar tu historia...
  • Pero si ya había llegado al final...
  • ¿Qué dices ? Si la teníamos chupándote las tetillas y agarrándote el nabo con ambas manos...
  • Eh, esto último no lo he dicho, mentirosa...
  • Pero... ¿A que es verdad ?
  • Mmmm...

Desde que le conozco, Carlos siempre me ha sorprendido. A pesar de sus maneras finas, su aire intelectual, su educación llena de buen juicio y respeto a los demás, en realidad está hecho un cerdo de primera, un auténtico guarro, pervertido y vicioso cual marqués de Sade.

  • Abre la boca... Así... Así... – era increiblemente excitante verle chupar con tanta dedicación aquella polla de plástico- Así... así... Déjalo bien limpito... Así... Así... –se lo metía y sacaba y el hacerlo me excitaba en cantidad- ¿A que sabe como el culo de tu madre ?
  • Mmmm...

« ... Mi madre, concentrada como estaba morreándome los pezoncitos, ni siquiera se dio cuenta de que su niño ya tenía de nuevo la pistolilla cargada. Yo le iba acaraciando el pelo, su permanente de Mafalda en rubio teñido. Ella ronroneaba como una gata. Sin quererlo, le fui bajando la cabeza hacia mi pichilla hasta que se la encontró golpeándole suavemente la nariz :

  • Vaya, vaya... ¿qué tenemos aquí ? – le dio un besito en la punta pero se separó y mirándome muy seria añadió : - ¿No te parece, bichito, que hoy hemos llegado demasiado lejos ?
  • Pero... mamá... –suplicándole que no me dejara así.
  • No está nada bien lo que hacemos – dijo saliendo de la bañera y secándose con mi toalla. –Nada bien...

Me tumbé en el baño, entristecido y humillado pero sin apartar la vista de su, para mí, hermoso cuerpo serrano y sin que la erección aflojara lo más mínimo. Se puso las bragas, se abrochó la bata y yendo hacia la puerta me dijo :

  • Vamos, hijo... Sal del agua y vístete... Se nos ha hecho muy tarde y nos están esperando.
  • Pero, mamá... –un gran sentimiento de culpabilidad y frustración me invadía el alma- ¿Qué he hecho mal ?
  • Tú... tú no has hecho nada malo... Oh, no... Lo que me has hecho me ha dado muchísimo placer...
  • ¿Entonces... ? –dije con un atisbo de esperanza.
  • Soy yo que me he dejado llevar por... Que me he comportado como una cualquiera...
  • No digas eso, mamá... Yo te quiero.
  • Yo también, amor... Pero... Pero hay cosas que una madre y su hijo no deben hacer... Y... Voy a vestirme.
  • ¿... ?
  • Sí, hijo... De ahora en adelante te lavarás tú solo.

Y con estas palabras salió del cuarto de baño. Había conseguido su objetivo : la erección desapareció por completo. »

  • Oh, mi pobre Carlitos –le dije recuperando de sus manos el vibrador y llevándomelo a la boca proseguí : - Y yo que pensaba que ese día te había obsequiado con una buena felación. – imité el gesto con mis labios y mi lengua entorno al capullo de plástico. - ¿Y fue realmente la última vez ?
  • Fue la última vez que me lavaba, que entraba en el cuarto de baño... Sí...
  • Ah, la muy zorrona... Comprendo... –le dije empezando uno de mis numeritos que tanto le gustaban : el del baile erótico con mi consolador.
  • ¿Qué comprendes, Sandra ?
  • Comprendo que doña Pilar Botijo siguió otorgándote sus gracias... Pero en otro sitio, en otro momento... –me miraba con esa lujuria que lo dice todo- Huy, huy... ¡qué mirada ! No me digas que terminaste follándotela...
  • Mmmm...
  • Cuenta... Cuenta...
  • Primero... lo prometido.

Bueno. Tenía razón, el pobre. Además, no me importaba ; al contrario. Le lamí con deleite toda la leche que tenía esparramada por el cuerpo pero sin tocarle ni con la punta de la lengua su pija que comenzaba a despertarse de nuevo :

  • La polla, Sandra... Chúpame la polla.
  • Aquí la que da las órdenes soy yo, esclavo.
  • Un poquito... Sólo un poquito.
  • Vale... Sólo un lametón – me la metí por entero en la boca y se la chupé como si quisiera engullirla de un trago... Sólo unos segundos.
  • Más... Más... Más... –pero mi boca ya había parado el chupeteo regenerador.
  • Ahora... ¡Cuenta !

« Esa misma noche, subimos juntos a casa de los vecinos, Teresa y Juanjo. Al llegar ya estaban en la mesa, todo listo para la cena. Pablo y el vecinito jugaban en el suelo pues ya habían cenado y como era habitual, pronto iban a acostarlos en la habitación del matrimonio. Mi padre, que ya se había trincado media botella de vino, se miró el reloj y nos dijo en un tono muy distendido :

  • Si que habéis tardado... Ni que hubiérais tomado un baño juntos...
  • ¡Qué ocurrencia ! –dijo mi madre sonrojándose más de la cuenta- Aquí el niño que no quería salir de la bañera.

Me senté cabizbajo. La cena fue una auténtica tortura. Mi padre se la pasó explicando batallitas y guiñándole el ojo a la vecina. Esta se reía a carcajada limpia y no paraba de decirle a su marido : « Pero, qué gracioso que es, ¿no, Juanji ? » Y el « Juanji » se la miraba y nos miraba con esa cara de bobo que tenía y riéndose a su vez, respondía : « Muy gracioso, si señor, muy gracioso ».

Mi madre estaba muy extraña. Creo, sinceramente, que al principio de la cena llevaba una buena calentura encima porque no paraba de arrimarse a mi padre, de sobarle el cogote y de apuntillar cada una de sus frases con un « sí, cariño » de lo más meloso. Además, se había puesto uno de sus vestiditos floreados, bastante corto y generosamente escotado, más propio de la primavera que de aquella fría noche invernal :

  • ¿No tienes frío, vecina, con este vestido tan ligerito ? – le preguntaba Teresa con un rintintín punzante.
  • Frio... No... Yo soy bastante fogosa... ¿Verdad, cariño ?

Me dio un poco de pena porque la única persona que se la miraba con deseo era yo. Mi padre no le hacía ni puto caso y al gilipollas del vecino –a pesar de estar bien plantado, decía siempre mi madre- parecía que sólo le interesaran las maquetas de barcos y de aviones... »

Me senté en la cama a su lado y decidí ocuparme un poco de él. Estaba un poco harta de toquetearme haciendo el numerito del Bagdad. Le acaricié dulcemente los huevos :

  • ¿Cómo eran físicamente los vecinos ?

« ... La señora Teresa era una tiarrona, de pelo largo y castaño claro que parecía natural. Bastante más alta que mi madre, ancha de hombros – un poco marimacho, sin pizca de grasa y demasiado músculo para mi gusto- Eso sí, con unas buenas tetas –que ya te explicaré cómo eran- y unas piernas muy largas.

Esa noche, iba vestida con un jersey de lana fina de cuello alto pero bien ceñido al cuerpo... Hubiera jurado que no llevaba sostenes pues se le marcaban de manera descarada los pezones... Y una falda gris perla, de estas de tubo que llegan hasta un poco más allá de la rodilla. Trabajaba como dependienta en una tienda de cosméticos de alto estanding y siempre iba maquillada con mucha sobriedad. Era muy elegante. »

  • Tu madre debía estar un poco celosa de ella, ¿no ? – había dejado de acariciarle los cojones y ahora le estaba masajeando los pies... Le encantaba.
  • Supongo que sí... Pero mi madre no tenía nada que envidiarle... Teresa era una mujer un tanto fría... muy creída... ¿ves lo que quiero decir ?
  • Claro...La gordita de tu madre te excitaba mucho más... Ya... Pero a tu padre le iba un montón la señora Teresa y por lo que parece, a ella le iba también tu padre... ¿Y Juanjo... cómo era ?

« ... El vecino era un tipo muy normal, muy discreto. Físicamente, creo que hubiera sido un buen ejemplar masculino pero estaba exento de toda virilidad y nada de lo que se ponía, decía o hacía servía para mejorar esta impresión de inexistencia que dejaba a las personas que lo conocían. Sin embargo, estoy seguro que era más agradable, simpático e incluso inteligente que su maquiavélica mujercita.

Pero, bueno... Voy a saltarme algunas de las cosas que pasaron esa noche y voy a ir directo al grano.

Mi madre fue tomando conciencia que esa noche el burro de mi padre no le iba a dedicar ni una caricia. Le dio un poquito más de la cuenta al vinillo y en un momento dado se levantó un poco tambaleante y dijo que se iba a acostar a los niños. Lo hizo sin que nadie rechistara, sin que nadie se ofreciera a acompañarla... Menos yo :

  • ¿Quieres que venga contigo ? – le pregunté intentando que comprendiera todos los sobrentendidos que había

; pero lo que pasó fue que se quedó dormida con ellos. A eso de la medianoche, el señor Juanjo me invitó a ver su colección de maquetas. Mi padre, cosa que nunca hacía en casa, se propuso galantemente a ayudar a la vecina a quitar la mesa :

  • ¿Has visto, Juanji ? Andrés es todo un caballero.
  • Vamos, Carlos –sin contestar la indirecta- Te voy a enseñar la maqueta del Titánic que estoy haciendo.

El cuarto donde el vecino practicaba el maquetismo estaba en la otra punta del piso. Me sorprendió que en él hubiera una cama, lista para ser ocupada. Al ver que la miraba me dijo que en más de una ocasión dormía allí... En aquella habitación estaba lo que más quería, su pasión. Cuando llevábamos diez minutos de explicaciones aburridísimas, le dije que quería ir al servicio. El asintió sin a penas mirarme y siguió con su paciente construcción.

Al pasar al lado de la cocina, oí unas risitas que evidenciaban que allí dentro la fiesta continuaba. La cocina tenía una de esas puertas de acordeón que nunca terminan de cerrarse por completo. Acerqué la cara y miré hacia dentro. La señora Teresa, de espaldas a la puerta, de pie delante del fregadero, lavaba los platos :

  • Andrés... Ji Ji Ji... Esas manos quietas... Ji Ji Ji...
  • Si te ayudo a lavar los platos...

Mi padre, detrás de ella, pegado a ella, la había rodeado con sus brazos y vista la posición de sus antebrazos pude comprender que sus manos le estaban magreando las tetas por encima del jersey :

  • ¿A que se lavan mejor así ? – le preguntó mi padre al mismo tiempo que le subía el jersey por encima del pecho.
  • Hummm - ella se zarandeaba, frotándose el culo contra mi padre, siempre con el mismo plato entre las manos – Andrés... ¿Y si nos ve alguien ?
  • Bah... ¿Quién quieres que nos vea ? – mi padre debía estar procurándole un más que excitante masaje mamario.
  • No sé yo... Hummm... Pilar... Juanjo... ¡Qué manos... Hummm... Andrésss !
  • No te preocupes, mujer... El cornudo de Juanji está encerrado en su antro con mi hijo...(un tiempo más tarde, me confesó que se habían puesto de acuerdo los dos para poner un « pequeño » somnífero en el vinillo de ambos) –dejándole las tetas al aire, mi padre se agachó un poco y empezó a subirle con dificultad la falda. -... y Pilar duerme como un tronco... Siempre hace lo mismo...
  • Me vas a romper la falda... La cremallera... Bájame la cremallera... –dijo Teresa con un hilillo de voz que era medio jadeo.

A pesar de mi juventud, comprendí enseguida cómo iba a terminar aquello. No quería perdérmelo pero primero debía volver con el señor Juanjo e inventarme cualquier excusa para dejarlo con sus barquitos y volver a mi observatorio. Entré en la habitación y le dije que me gustaría ver la tele. Se ofreció a encenderla pero temiendo que al salir de allí descubriera el « fregado » le dije que no hacía falta que ya sabía muy bien cómo funcionaba. Se quedó convencido y me fui viendo como montaba uno de los botes salvavidas que fueron insuficientes para evitar el naufragio. »

Me saqué de la boca el dedo gordo del pie derecho de Carlos y contemplé agradecida como mis podo masajitos bucales hacían su efecto :

  • Tu padre es un verdadero calentorro... ¿Crees que intentará algo conmigo cuando me conozca ?
  • Seguro... Sandra... Mi padre te encuentra muy atractiva...
  • Pero si no me ha visto nunca... ¿Qué le has contado ?
  • Huy, muchas cosas... Mi padre no se anda por las ramas... Acababa de conocerte que ya, por teléfono, me pedía que te describiera... que le dijera cómo eras en la cama... Con todo detalle...

Me volví a meter el dedo gordo del pie... en la boca y se lo mordí fuertemente :

  • Y... ¿tú se lo contaste todo, cabroncete ? – y le mordí de nuevo.
  • Ayyy, que me lo arrancas...
  • Y más que te voy a arrancar si sigues contando mis intimidades por todos lados. –exclamé acercando mi boca a su miembro de nuevo viril.
  • Se lo conté todo... Lo bien que follas... Lo buenísima que estás... Lo viciosa que eres... Y...
  • ¿Mmm ? – ya tenía su capullo entre mis incisivos.
  • También le enseñé unas foticas... Las que te hice en esa playa de Cabo Verde... ¿recuerdas ? (las mismas que fue enseñando a todos sus amigos, incluído el bueno de Juan –ver « La fiesta ») ... ¡Ayyyyyyy !

Se la hubiera cortado con ganas... Miento. Jamás haría una cosa así : esa polla me daba mucho placer ! Además, para colmo de los colmos, contra más se la mordía, más dura se le ponía. Y como a una le encantan los chupa-chups, pues ya me teniáis chupándosela entre suaves mordiscos... No podía ser :

  • Vamos a dejar el tema – dije parando en seco la mamada y volviendo a sus pies... Se me había ocurrido otra cosa. – Sigue contando, esclavo.

« ...Fui deprisa al salón, encendí el televisor y me acerqué luego a la habitación donde estaba mi madre con los niños. Abrí la puerta. Una pequeña lamparilla inundaba la estancia de su luz azulada. Los niños dormían pegados a mi madre y ésta roncaba suavemente. Se había quedado dormida, estirada de lado y con una pierna flexionada contra su vientre. Esta postura había levantado la falda de su vestido lo suficiente para que sus voluptuosos muslos quedaran en excitante evidencia.

Me entraron unas ganas locas de acariciárselos, de recorrerlos con mis manos hasta sus blancas bragas... De lamerle una vez más su peludísimo coño... De meterle otra vez mi lengua en su culo... Iba pensando en todo esto y mucho más y mi mano en mi bragueta me sobaba el miembro por encima del pantalón... Si seguía allí, me iba a correr en los calzoncillos sin que nadie se enterara. Decidí volver a la cocina.

No sé cuantos minutos habrían pasado... cinco quizá... Sin embargo, la escena que descubrí no difería mucho de la que había visto antes. Teresa seguía de pie contra el fregadero pero con las manos apoyadas sobre el mármol –había dejado correr el lavado de vajilla-, su jersey seguía enrollado por encima de sus tetas y la falda remontada a la altura de las caderas. Tenía las piernas un poco separadas, las bragas a media pierna y mi padre, de rodillas detrás de ella, hundía la cabeza entre sus robustas nalgas :

  • ¡Qué saladito que está este conejito ! – llegué a oir que le decía mi padre – Abre más las piernas que pueda comértelo mejor.
  • ¿Asíiii ? – dejó deslizar las braguitas hasta el suelo y levantando una pierna se liberó. Ahora podía verle perfectamente su musculoso muslamen y esas piernas de ensueño calzadas en unos zapatos de tacón alto. – Ohhh, síiii, Andrééésss – veía la calva incipiente de mi padre balancearse de atrás adelante- ¡Qué lenguaaaa !
  • ¡Y que gustazo de coño ! ¡Todo rapadito !
  • ¿Te gustaaaahhh... siii ?
  • Mmm, ¿si me gusta ? Cuando se lo como a la Pili me paso media noche sacándome pelillos de la boca.

Dicho esto, mi padre se levantó, se bajó la bragueta y se sacó su herramienta de trabajo adultero. Por mi parte, me abstuve de seguir tocándome pues ya estaba a puntito de eyacular... »

  • Mi Carlitos siempre ha sido un eyaculador precoz –le dije con sorna.

Me había sentado a los pies de la cama. Le había embadurnado uno de sus pies de crema lubrificante y ante su mirada atónita me preparé, poniéndome en cuclillas sobre su 43 izquierdo, a empalármelo hasta donde me cupiera... O debería decir : a empiedármelo !

Me gustaban los pies de Carlos. Eran largos y delgados como él. Con un dedo gordo muy salido :

  • Al menos éste... Guauuuu ! – exclamé al dejarme penetrar por su apéndice inferior izquierdo- Este... Ahhh... Siempre está durooohhh ! – me estremecí de gustito al sentir como movía el dedo gordo como un pequeño vibrador.
  • ¿No prefieres éste ? – ya lo teníamos de nuevo empalmado.
  • Todavíiiaaa nooo, cieeelooo... – qué placer sentir como se te llena el chochito con el pie de tu amado. – Sigue contándomeee...

« ... Mi padre la penetró por detrás de un solo golpe. La señora Teresa soltó un alarido que cortó el aire como un jet supersónico al romper la barrera del sonido. Desde mis quince años inexperimentados no acertaba a comprender qué pasaba ahí dentro. Primero, me asusté pensando que aquel grito desgarrador era fruto del dolor que la embestida de mi padre le había producido. Quizás se la ha metido por el otro orificio, pensé. Pero Teresa iba pronto a sacarme de dudas :

  • Oh, Dios míoooo... Andréééésss... ¡Follameeeeee !
  • Toma, toma, tomaaaaa...
  • ¡Qué bruuuutooo ! ¡Me maaaataaaaassss !
  • ¡No chilles tanto, joder ! Que se va a enterar todo el barrio...
  • ¿Qué no chiiiiillééééé ? ¡HHHHHH ! – mi padre le tapó la boca sin dejar de bombearla.

Entonces, ocurrió lo más inesperado. Una mano se posó suavemente en mi hombro. Me fue de un pelo que no chillara del susto que me dio. Me levanté de un salto, cortándoseme de golpe las ganas de correrme y al girarme me encontré cara a cara con la somnolienta geta de mi madre, a la que el somnífero no había hecho todo el efecto deseado por mi padre :

  • ¿Has visto, hijo ? ¡Qué pena de hombre ! – exclamó con desidia y medio bostezando por el efecto del narcótico, supongo.
  • Sí, mamá... – dije, pensando : ¡con lo buena que estás tú, mamita querida ! y escuchando junto a mi madre los jadeos porcinos que salían de la cocina.
  • Ven... – y cogiéndome de la mano me llevó hasta el salón. »

  • Y el resto te lo cuento si me cambias el pie por mi linda pollita... –soltó risueño mi trobador porno.

Dicho y hecho. Me senté sobre su verga, la cual, como un cuchillo caliente cortando la mantequilla, se hundió en mi coño altamente lubrificado :

  • No, amoooorrrr... Por ahí, noooo – jadeaba Carlos incapaz de resistir mi demoledor vaivén de artesana de la mejor mayonesa.
  • ¿Por dónde quieres, cielo ? ¿Por mi agujerito chiquitín ?
  • Síiii...
  • Bueno... Pero me lo tendrás que chupetear un poquito antes... Que es muy estrechito...

Le arrimé el culo a su carita de ángel y me lo abrí con ambas manos para que pudiera ensalibármelo como es debido. Se puso lengua a la obra con tal gula que estuvo a punto de arrancarme un orgasmito anal :

  • Eres la rehostia, Sandra... Es como si tuvieras un montón de clítoris por todo el cuerpo...

Como seguía teniendo las manos atadas a la espalda, me ocupé yo misma de dilatarme el ano... Era toda una profesional. Y Carlos todo un maestro del beso negro... No sé ni cómo se lo hacía para meterme tanta lengua en tan pequeño orificio :

  • Mi viiidaaa... Todos están en mi mente... Ahora mismooohhh, siento mi culooo...aaaahhh... mojarse con tus babaaasss !

Me dispuse a follármelo por el culo, de espaldas a él. Pero protestó airadamente :

  • No, no... De cara... Quiero ver tu coño bien abierto, Sandra... ¡No hay nada que me excite más.

Me di media vuelta, me encaré a él y acompañando con una manita su polla, me la llevé hasta el ojo de mi volcán. Sin apartar la mano de su palpitante verga –no fuera que se doblara en el buen momento- me dejé caer sobre sus muslos :

  • Fffffuuuuuuuu – resollamos los dos al mismo tiempo ante la bestial penetración.

No me cansaré de explicar lo que una siente con una verga metida en todo el recto. Es extrañísimo. Te sientes como si te partieran en dos. Te sientes llena. Te sientes « su cosilla ». Hay dolor, sí... pero es un dolor tan placentero que se te pone la carne de gallina con sólo pensarlo... « Tengo una polla metida en el culo », este único pensamiento me basta para alcanzar cimas de placer inauditas.

  • Quédate así, amor... No te muevas... Me encanta verte así, caliente, excitada... Puedo oler tu sexo rezumando néctares de placer.

Le obedecí. Cerré los ojos. Carlos me fue diciendo palabras encendidas de deseo, de pasión, tremendamente eróticas. Su polla latía vivamente en mi ano... Y me encendí, me quemé como una cerilla al rasparla contra el suelo. Empecé a moverme pero Carlos me pidió casi gritando que me quedara quieta, que no tocara nada, que dejara caer todo mi peso sobre su falo.

Y así, inmóvil como una estatua del museo de cera me corrí, rugiendo como una leona. Un orgasmo casi inesperado. Violento. Inacabable.

Exhausta, me dejé caer suavemente hacia atrás hasta apoyarme en sus piernas. Su verga seguía estando en mí, dura y maciza como el pistón de un motor :

  • Lo ves, cariño...
  • ¿Ehhh ? – dije casi sin voz, medio muerta de gusto.
  • ¿No decías que era un eyaculador precoz ?

No le contesté. Y entre los vapores embriagadores de mi bienestar post-orgásmico oí su suave voz continuando el relato de aquella noche en casa de los vecinos...

Fin de la primera parte...